sábado, 30 de mayo de 2015

DE BOCHERINI, EL INFANTE DON LUIS Y ARENAS DE SAN PEDRO, SIN DUDA UNA FORMA DE INTERPRETAR EL SIGLO XVIII.

Pocas por no decir que contadas, son las ocasiones en las que siguiendo el esquema que libremente nos hemos dado, el cual al menos en lo procedimental pasa por enlazar periodos pasados con la realidad, aprovechando cuando no buscando la excusa que algún detalle vinculado con la Música nos proporciona; pone ante nosotros el manjar que constituye vincular Espacio y Tiempo mediando la nostalgia de lo propio, tal y como ocurre en el caso de traer a colación las por otro lado evidentes certezas, que se dan cita cuando mentamos, nada más y nada menos, que a Luigi Boccherini, ubicándole además dentro de las múltiples menciones que le son propias, las cuales transitan entre su condición indiscutible de gran músico, pasando por la de compositor innovador, culminando después en la certeza de renovador, hecho éste que desarrolló en su doble papel de compositor, tarea en la que desató enorme admiración; como en la de ejecutante, donde hilando con maestría la cuerda, en este caso del violonchelo, alcanzó no solo notoriedad de cara a sus contemporáneos, sino también la admiración entre los que habrían de seguirle, por ende los únicos capacitados para entender, gracias a la acción ejercida por el paso del tiempo, la grandeza de muchas de sus aportaciones.

Decir que nació en Italia, concretamente en la ciudad de Lucca, para más seña el día 19 de febrero de 1743, seguramente no sirva para mucho. Pero en cualquier caso, una vez salvada la mala tentación en la que a menudo redunda el gusto de dejarse llevar por las primeras impresiones, tal vez podamos establecer el terreno sembrado para las especulaciones a las que podemos tender si centramos nuestro análisis en las probables realidades que poco a poco toman forma si tomamos como referencia el destino que parece constatarse al ver que convergen el mejor momento posible (un siglo XVIII que arde en deseos de renovación); con un lugar, Italia, en el que como puede constatarse sin gran molestia revisando la Historia, posee un excelente coeficiente en lo tocante a la densidad de genios, sobre todo en el episodio correspondiente a la composición y ejecución musical.

Artista cuando no genio que demostró pronto las habilidades que pronto se convertirían en las habilidades con las que luego renovar el universo musical europeo; no sería justo ignora que el niño Luigi destacó pronto en las Artes, si bien fue la Poesía la que primero despertó su capacidad creativa, y no sin éxito tal y como demuestra el hecho de que con apenas catorce años compusiera libretos que fueron entre otros, del gusto del mismísimo Salieri.

Mas el momento es especialmente convulso, lo que una vez aplicados los matices que el Lenguaje nos proporciona, nos permite reconsiderarlo desde el prisma de lo propenso para la innovación. Es por ello que desde ese prisma podamos considerar no solo como no sorprendente, incluso casi como obvio, el ingreso de nuestro protagonista en la Corte Española del Rey Carlos III, hecho para lo cual resultará no ya de gran ayuda, sería más justo decir que sin su participación el hecho hubiese sido del todo improbable; estamos hablando de los ardides que en pos de la consecución de tal hecho desarrollará en embajador español en París.
Hablamos de ardid, sin tapujos, y por supuesto con pleno conocimiento de causa. Y el empleo no ya de tamaña palabra, cuando sí más bien de las consecuencias que el mismo lleva aparejadas, convierte no ya en exigibles, diremos que manifiestamente imprescindibles, el aportar una serie de anotaciones vinculadas al estado general del contexto histórico tanto de España, como especialmente de los lugares sobre los que el desempeño de la misma pueda tener consecuencias; lo que supone reducir a la práctica totalidad del mundo conocido tamaños extremos.

Decir que el mundo se convulsiona en el Siglo XVIII sería injusto por escaso. Resulta más correcto decir que el siglo XVIII convulsiona al mundo, sencillamente porque el torrente de sucesos, logros y principalmente ideales que surgen para remover no tanto al mundo, como sí más bien a la interpretación que de éste se hace; es propio solo de tal siglo.
Y es Europa, (interpretada si se nos permite como Metrópoli del mundo), la que liderará el ranking que de tal innovación se deduce, asumiendo con ello de forma casi exclusiva el coste que las renovaciones y de las revoluciones que con ellas vienen asociadas.

Será precisamente este papel predominante de Europa, o por obrar con más justicia, será la diferencia de percepción que para con tales cambios mostrará España, lo que se manifieste como el mejor de los indicadores de la ya galopante pérdida de hegemonía que en lo concerniente a influir en las decisiones políticas de Europa, presenta España.

No es España ya ni la sombra de lo que una vez fue, y haciendo bueno una vez más el dicho, parece estar como tantos otros antes condenada a ser el último en enterarse, lo que en este caso bien puede redundar en el desarrollo y ejecución de políticas cuya conveniencia o a lo sumo cuya justificación, bien pueden resultar altamente comprometedoras.
En tal contexto podemos ubicar no solo las consecuencias que en lo atinente a la pérdida de prestigio internacional tendrá el Tratado de Utrecht, cuando sí más bien las disposiciones vinculantes de la Ley Sálica, la cual en este caso resulta de aplicación en lo convenido a la sazón del tratamiento que en materia de herencia y traspaso de Corona tienen los apartados vinculados a la imposibilidad de heredar por parte de descendientes regios que no hayan nacido en España. Y los hijos de Carlos III son todos nacidos en Italia.

Van así poco a poco, por su propio peso nos atreveríamos a decir, compareciendo las piezas que acabarán por dar forma no tanto al puzzle más bien al mosaico (pues presenta cierto grado de relieve) del que habíamos hablado al comienzo de la exposición del episodio que ha recibido hoy nuestra atención.

Porque si bien las disposiciones dinásticas resultan poco halagüeñas para el ya Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, no es menos acertado recalcar que las ya anunciadas aplicaciones de la Ley Sálica podrían poner no ya en peligro la Corona de Carlos III, sino más bien las garantías de que sus hijos puedan recibir todos los beneplácitos para heredar.

Hechas estas salvedades, resulta no ya paradójico, sino que se convierte en casi obvio al menos desde la óptica del monarca, las disposiciones a tomar en pos de la preparación, dinámica y ejecución de la estrategia a seguir para con el no heredero, que puede resultar molesto en el futuro.
Es así que una vez sopesadas todas las posibilidades, o por ser más exacto, casi todas, y desde el prisma que aporta el considerarnos miembros de una Corona Moderna, lo que parece alejar la opción del regicidio, lo cierto es que el ingreso de éste en el seno del Otro Gran Poder, a saber, la Iglesia, no solo se muestra como una gran posibilidad, sino que además es positiva para todos.

Sin embargo las disposiciones habilitadas por el Concilio de Trento prohíben expresamente el nombramiento de lo que se había dado en llamar Sacerdotes-Niños, y Luis apenas tiene trece años.
Se habilita entonces un proceso que llega a contar con la dispensa del Papa, sobre todo por estar apoyado en quien lo está, aceptándose por el propio Vaticano la adopción de una solución “de compromiso” en base a la cual el niño D. Luis podrá y de hecho administrará oficialmente las posesiones de la Archidiócesis de Toledo.

Mas con el tiempo otras serán las circunstancias de especial concurrencia que vendrán a impedir el normal discurrir de la vida monacal del Infante. Así, si exacerbado apetito sexual, vinculado a un desenfrenado gusto por las féminas sobre las que desarrollar la exhibición de sus encantos; hace del todo imposible el mantenimiento de la que llamaremos, ficción vocacional.

Es entonces cuando Carlos III ensaya primero en Madrid, y pone finalmente en práctica en Arenas, cerrando con ello hoy nuestro particular círculo; las disposiciones destinadas a encerrar en una cárcel de oro, no tanto a su hermano, como sí a sus descendientes.

Consiente primero el matrimonio hacia el que tanta predisposición había mostrado siempre D. Luis, eligiendo para ello a María Teresa de Vallabriga y Rozas, hija de uno de los coperos del propio monarca.
Tal elección, como podemos imaginar vinculada a cualquier consideración salvo a la azarosa, albergaba en sí misma otra magnífica pata del plan de Carlos III. La explicación es evidente: por tratarse de un matrimonio morganático esto es: por unir a personas de “rango regio diferenciado”, la parte de mayor realengo ha de renunciar a sus disposiciones testamentarias, incluyendo por supuesto sus derechos dinásticos. La jugada es pues magistral, toda vez que exonera a Carlos III de cualquier sospecha vinculada a una acusación formulada en los términos de poner zancadillas a sus sobrinos en lo atinente a sus derechos futuros.

Con ello, Luigi Boccherii se verá inmerso en una de las disputas más interesantes de cuantas el siglo y la época dispondrá. Sin embargo al abrigo y bajo la protección del Infante podrá disfrutar, como éste, de las libertades y despreocupaciones que la vida desahogada proporciona todo lo cual, unido a las especiales connotaciones estéticas que proporciona el por aquel entonces ya destacado paisaje de Arenas de San Pedro, proporcionan las herramientas suficientes para dirimir las especiales circunstancias desde las que el compositor derramó su solvencia en pos de escribir, entre otras, La Música Nocturna de Madrid.

Hermosas composiciones, excepcionales interpretaciones, y por supuesto innovaciones técnicas tales como llevar el rango de ejecución del sonido del violonchelo hasta umbrales del agudo desconocidos hasta ese momento, colocarán a Luigi Boccherini en la posición de maestro de la que desde entonces no se ha bajado.

Sin embargo nada de todo esto le evitará un injusto final. La muerte del Infante, sucedida en la madrugada del 7 de 1785  no solo le privará de su Lord Protector, sino que le hará receptor de los odios de un Carlos III que le retirará cualquier favor, dejándole pues desnudo a merced de las envidias de una corte de buitres que envidiosos de su hacer, no pararán hasta verle privado de todas sus ventajas.

Morirá solo, olvidado y denostado en Madrid, el 28 de mayo de 1805.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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