sábado, 22 de septiembre de 2012

LOS PACTOS DE LOS TOROS DE GUISANDO. DE ÁVILA PARA CASTILLA, Y DE AHÍ AL MUNDO.


Casi incontables son las ocasiones en la que la Historia nos enfrenta con acontecimientos de cuya resolución parecen emanar realidades que a menudo resultan proclives por sí mismas, a ser consideradas como únicas. Me refiero a esos hechos, comportamientos o en cualquier caso manifiestas realidades que se agrupan bajo el epígrafe común de despertar en cuantos las revisamos con la perspectiva del tiempo, la meridiana certeza de que la propia Historia, tenía una cita, con ese instante.

Son momentos, ocasiones, en las que todo, presente, pasado, y sobre todo futuro, pende de la estimación o de la proporción que un determinado elemento, personaje generalmente, se haga en torno de la realidad que le ha tocado vivir: o lo que es peor aún, de la perspectiva que él considere al respecto.
Es ese instante, cuando la capacidad de responsabilidad, enfrenta al personaje con su momento. Es así, y entonces cuando la Historia emerge, para convertirse en algo más que en una mera acumulación de acontecimientos históricos.
Es entonces cuando los personajes humanos, consideran necesario reclamar su cuota de participación en la Historia.

La segunda mitad del siglo XV no ha sido fácil para Castilla. Sin entrar todavía ni tan siquiera a aventurar la posibilidad de la integración en pos del sueño español, las relaciones entre reinos no son lo que se podría decir, demasiado cordiales. Y sin las relaciones externas no son sencillas, poco o nada más halagüeño podemos decir en torno a la forma de proceder de manera interna. Así, los vínculos que rigen la forma de procederse entre la cada vez más patente nobleza interna, puede ser considerada casi de cualquier manera, menos cordial.
Y las causas para que semejante descripción no sea en realidad descabellada, han de ser buscadas como es normal no demasiado lejos de los propios círculos que se entretejen en torno a los elementos nobiliarios. Es más, tal realidad  no es sino consecuencia de un plan, perfectamente trazado, si bien referido a destiempo, atendiendo a causas y celebraciones ya disonante en la continuidad del tiempo.

La tarea de gobierno es algo demasiado complejo y engorroso. Además, dado como está compuesto el método, sin duda el grado de complicación que de la misma se deduce, no está lo suficientemente justificado a tenor de la intensidad de los beneficios y satisfacciones que de su correcto proceder puedan llegar a ser obtenidas.
Semejante, si no parecido razonamiento, es el que mañana tras mañana sin duda se reflejaba en la cabeza del monarca, a la sazón de Castilla, Enrique IV, cada mañana, cuando amanecía junto a una déspota como Juana de Portugal.
Era Enrique IV la imagen personificada del típico monarca de compromiso. Edificado en torno al aforismo del nos, que valemos tanto como vos, no podéis ni debéis olvidar que juntos somos más que vos.
Lo que subyace en la fórmula, es la base conceptual de una de las realidades que nos permite comprobar sin el menor género de dudas, la especial disposición con la que una incipiente España, representada en una realidad, la de Castilla; se enfrenta de manera ventajosa y espectacular, a las disposiciones, realmente espectaculares, de lo que habremos de considerar por continuidad temporal, como proceso referido a la Edad Media.

Y es que, sin posibilidad para el error, la forma de transcurrir la Edad Media en España, no guarda correlato ni por aproximación, con cualquiera otra forma de consideración que podamos demostrar o referir a cualquier otro espacio de la incipiente Europa.
España cuenta, para cimentar semejante afirmación, con las especificidades que proporciona un hecho claro como es el de la invasión musulmana del 711. Y más concretamente con las propias de una circunstancia histórica sin parangón, cual es la del fenómeno de la Reconquista.
Sin que el no pararnos ni un segundo en los avatares técnicos y/o militares de la mencionada Reconquista pueda interpretarse ni por asomo en un acto de reparo o irreverencia, lo cierto es que para el caso que nos atañe, otras son las circunstancias que nos parecen abiertamente más relevantes, al menos para el caso que nos ocupa. Por ello, atendiendo a aspectos en otras ocasiones más olvidados, tales como los vínculos de poder que se conforman entre los distintos reinos que son fruto de la realidad del momento, y las relaciones que entre ellos se conforman, atendiendo a la doble realidad que procede de tener que responder en unas ocasiones a la necesidad de reforzar vínculos entre ellos, necesidad que procede de la existencia de una amenaza común, El Islam; sin olvidar evidentemente ni por un segundo la otra realidad, de carácter tal vez más doméstico, pero igualmente importante, que surge de las respectivas y propias condiciones de autogestión; es cuando podemos ir poco a poco, estableciendo una visión global y aproximada, pero presumiblemente certera, de las peculiaridades de la naciente cuna de España.

Pero lo que hasta el momento había sido una virtud, incluso para el caso de su padre, Juan II, en el caso de Enrique IV no se convierte sino en un problema, con consecuencias desastrosas, a la par que imposibles de valorar, y mucho menos en la época que resulta contemporánea al monarca.
La Reconquista es, a estas alturas, un capítulo del que ya no quedan contraprestaciones políticas ni de poder que extraer. Las fronteras están asentadas, no sólo con el territorio Andalusí, sino incluso entre los propios reinos cristianos. Es más, atendiendo a una lúcida lectura de la realidad, la amenaza puede proceder con mayor fiabilidad de éstos, y con certeza absoluta de Portugal. Por ello, la vulgar Política de Enrique IV se dirigirá más hacia la salvaguarda frente a estos problemas reales, como se observará por ejemplo con la acción que supone su matrimonio con Juana de Portugal, de la que nacerá la en principio heredera al trono, Juana, apodada La Beltraneja.

Así, si bien La Reconquista constituye para él un asunto cerrado, no es menos cierto que una derivada directa de la misma se acabará convirtiendo en la fuente de sus desavenencias, cuando no de sus desgracias.

Es La Reconquista un periodo tan propio de la Historia, que llegará incluso a acuñar conceptos, procedimientos y por supuesto personajes que no tendrían cabida alguna en cualquier otro momento, o lugar. Así, una consecuencia interna de la misma, es sin duda la conformación de un modelo nobiliario sin parangón en Europa, que adquiere prestancia desde el momento en que el noble acumula a efectos la misma cantidad de poder que el propio monarca, diferenciándose del mismo tan sólo por la calidad de ese poder. El motivo, parece evidente, las necesidades militares de la Reconquista eran tantas, y tan costosas, que el modelo de poder vigente en Europa, así como su alcancía y por supuesto la manera de referirse a ésta, no tendrían capacidad alguna de vigencia en España, ni la tendrán hasta el Gobierno de Carlos I

Hereda entonces Enrique IV un modelo nobiliario que ya le costó a su padre Juan II el disgusto definitivo, en manos en este caso de Álvaro DE LUNA.  Un modelo lleno de paralelismos, y sin duda con la sintomatología de que los cambios, imprescindibles, darán lugar a un mundo nuevo.
Pero él no es, ni mucho menos, la persona capacitada para encabezar esos cambios. Sin embargo, obrando con justicia, y sin duda en su favor habremos de decir que, bien por capacidad estratégica, o bien como mera muestra de su reconocida abulia hacia las acciones de gobierno, su ausencia de actividad impidió el que por otro lado hubiera sido imprescindible derramamiento de sangre, a la par que preconizó las realidades que hicieron posible los cambios que acabarían por proyectar Castilla hacia España, y hacia el Mundo.

Y de nuevo, como no podía ser de otra manera, los  nobles, como responsables de todo el cambio.
Será la naturaleza de la niña Juana, tan sólo el detonante de la situación. La Carta de Agravios que desemboca en todo lo posterior, utiliza la supuesta duda en tanto que la paternidad de Enrique sobre la mencionada Juana, tan sólo como justificación para llevar a Enrique a un brete del que sólo cabe salir cediendo, o aceptando una guerra destructiva, y todo ello, teniendo al Juan de Portugal con un ejército armado, y a la espera, en tanto que elige enemigo contra el que lanzarlo, con el firme objetivo de apoderarse de Castilla.

Por ello, aquel 18 de septiembre de 1468, en la a partir de entonces Venta Juradera, como siempre y por siempre Toros de Guisando, se firma un pacto con consecuencias definitivas para Castilla, elementales para España, y redundantes para Europa.

Isabel I de Castilla sale como Reina de Castilla. Una nueva forma de ver el mundo, un nuevo sueño.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 8 de septiembre de 2012

CHAIKOVCSKI, Y LAS DESAVENENCIA DE “TENER QUE SENTIR EL NACIONALISMO RUSO.”


Tarea complicada, y a veces paradójica, la que se suscita cuando hemos de ubicar a un compositor, dentro de la línea que supuestamente mejor describe la tendencia que le resulta definitiva. Puede parecer que no es así, pero si dedicamos unos segundos a reflexionar sobre la cuestión, veremos como a menudo, hechos objetivos unas veces, tales como el hallazgo de obras desconocidas;  o subjetivas otras, entre las que destaca simplemente la conducta acomodaticia propensa a clasificar siempre a un compositor dentro de determinada corriente, arguyendo como única certeza el hecho de que siempre se ha hecho así, a menudo nos conduce a la comisión de errores que, con el tiempo y la repetición, acaban convirtiéndose en verdaderas estafas.

Semejante conducta, bien podría ser atribuida a las acciones que tanto sobre la memoria de CHAIKOVSKI, pero sobre todo sobre su música, se ha llevado a cabo.
Responde el compositor, de manera casi ejemplar, a la tensa situación que se produce cuando una figura resulta ser de tal calibre, que su mera presencia no sólo colapsa los parámetros que resultan categóricamente definitorios a una determinada época, sino que además, haciendo buena la convicción de que las épocas musicales, por estar protagonizadas de manera evidente por personas, no pueden finalizar o comenzar de forma abrupta, esto es, con un sencillo procedimiento de punto final, necesitan realmente de un proceso de introducción mas o menos largo en el cual tiene lugar, tanto la superación de los caracteres propios del modelo declarado obsoleto, como la progresiva introducción de los que pertenecen a la nueva escuela.

Asistimos así, a ejemplos especialmente dolorosos, en medio de los cuales el caso CHAIKOVSKI bien puede constituir una muestra elemental.
¿Es CHAIKOVSKI ya un Músico Nacionalista, o por el contrario su obra es ajena a las tensiones propias de cualquier movimiento, y es tan sólo una muestra de “Romanticismo Exacerbado?

El mero hecho de que plantear la cuestión, incluso en estos términos, no sólo no suponga una acción caprichosa, sino que verdaderamente tenga todos los visos de conveniencia científica, revela a priori una circunstancia evidente, a la par que ya connotada en otro artículo recientemente publicado; cual es la tremenda complejidad de la personalidad del compositor, la cual sin duda se ve refrendada en una forma de vida cuando menos poco convencional, manifiesta ésta en todo momento por la convicción mediante la que llevaba a cabo conductas en muchos casos contrarias a las que podrían catalogarse no ya sólo como bien vista, sino muchas veces cercanas a lo inconveniente.
Tales comportamientos, requieren de manera imprescindible, de una coherencia que procede, sin duda alguna, de la convicción. CHAIKOVSKI hizo, compuso y vivió siempre, como le dio la gana. De ahí redunda, sin el menor género de duda, su gusto y afecto por San Petersburgo. El carácter de la ciudad, moderno por lo novedoso, populoso por el número de habitantes; pero extremadamente artificial por el modo y las circunstancias de su implantación, predisponen un ambiente magnífico por lo frío, aunque predecible en definitiva ya que, las rígidas convenciones estipuladas por Pedro I, escriben un guión perfectamente plausible, del que resulta alto complicado salirse.
Y es por eso por lo que San Petersburgo se convertirá en el catalizador tanto de la vida como fundamentalmente de la obra de Peter I. TCHAIKOVSKI. Es en esta ciudad, denodada y fría como ninguna, pero previsible y certera como pocas, donde el compositor podrá llevar a cabo como en ninguna otra su proyecto de asombrar al mundo mediante el despliegue de una serie de ambigüedades cuidadosamente elaboradas a partir del despliegue de conductas trascendentes muchas veces incompatibles entre sí, dando pie con ello, de manera evidentemente no solo voluntaria, sino abiertamente buscada, a todo tipo de comentarios y aseveraciones.

Es CHAIKOVSKI un Compositor Romántico, de tal hecho se encarga la enumeración, ordenada o no de sus obras. Pero es TCHAIKOVSKI también un Hombre Nacionalista, y de apostillar tal certeza se encarga no sólo su música, sino que en este caso lo hace más su literatura, concretamente la que proporcionan sus cartas. Cartas que dirige a BORHODIM, uno de los grandes del denominado “Grupo de los Cincos” y que atesoran a priori los cánones imprescindibles para categorizar cualquier obra escrita en la Antigua Rusia. Sin embargo los años y la revisión objetiva de algunas conductas nos permite decir que, de parecida manera de ellos y de su juicio, como es de suponer no siempre objetivo, depende el éxito o la desgracia no sólo de un estreno, sino a veces de toda la carrera de un compositor.
Por eso, cuando somos testigos del proceso que comienza con la “…adopción más que satisfecha de la obra del ingente Chaikovski,” y que termina con el fulminante abandono del mismo, pocos años después una vez han decidido “…que la apuesta por las raíces de la Madre Rusia no aparece lo suficientemente reforzada en los acordes de una música cada vez más decadente,” nos lleva a poder manifestar de manera para nada lacónica la certeza de que “El Grupo de los cinco” no va a ayudar en nada a construir una imagen certera de las tormentas que se desencadenaban en la mente de CHAIKOVSKI.

Por eso resulta mucho más atractivo, recurrente y encantador acudir a la epístolas que se cruzaba entre el compositor, y su protectora, mecenas y víctima, qué duda cabe de un amor platónico nunca recompensado, la baronesa Nadezhda von MECK. En ellas, además de referirnos de manera puntual, prolífica y con todo lujo de detalles las desavenencias antes planteadas, el músico pone de manifiesto toda una serie de matizaciones cuando no de opiniones personales que, de manera definitiva, vienen a poner de manifiesto las propias dificultades que el compositor resalta, no para amar a su patria, sino más bien para hacerlo de manera que no resulte chocante para con los modelos imperantes en su instante contemporáneo; tanto para con sus gobernantes, como para con sus propios contemporáneos.

Por eso, cuando recibe y acepta la orden de componer la Sinfonía 1812, destinada a conmemorar múltiples circunstancias, entre la que destaca claro está la batalla de Borodino, primer y único caso en el que las tropas rusas dieron batalla al ejército de Napoleón, por otro lado hasta aquel momento invencible; parece que el puzzle va a recibir la ficha definitiva.

El 7 de septiembre de 1812, en Borodino, a poco más de 100 kilómetros de Moscú, los rusos, con el general Miajil KUTUZOV a la cabeza, y abusando como siempre de su mayor potencial, que no es otro que la desmesurada tenencia de hombres con la que sustentan la inferioridad en táctica y material; plantan cara a Napoleón.
Si bien la victoria corresponde técnicamente a Napoleón, la verdad, o más bien sus consecuencias, será otra. No es sólo que la sangre de más de 125.000 hombres haya quedado atrás, la verdad es que mientras Napoleón entra en Moscú, esperando la capitulación del Zar Alejandro I.
No es que tal hecho no se produjera, es que además mientras tanto Napoleón comprobó la imposibilidad manifiesta para asentar sus cuarteles de invierno, lo que acabó por obligarle a emprender una penosa huída en medio de la que la que hasta ese momento había sido la mejor máquina de guerra concebida hasta el momento, se vio demolida hasta sus cimientos. La Grande Armée desapareció entre octubre y diciembre de 1812, siendo incluso abandonada por su general.

Pero para encontrar la verdadera circunstancia nacionalista, hemos de retroceder hasta el principio, hasta el momento en el que los preámbulos de la contienda comenzaban a escribirse.
En junio de 1812, el ejército francés, con más de medio millón de hombres, y cerca de 1.500 piezas de artillería, cruzaba el RÍO NIEMEN, en Lituania. A partir de ese momento, el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa desencadena una tremenda campaña de marketing que promueve a cientos de miles de rusos a dirigirse a sus centros de oración para elevar al cielo como un clamor el espíritu patrio ruso, por otro lado tantas veces amenazado.
Una vez más, es la acción del propio pueblo la encargada de salvar “La Idea de Pueblo”

Y eso es lo que CHAIKOVSKI   quiere poner de manifiesto cuando el 12 de octubre de 1880 comienza a trabajar en el encargo. Efectuado por el Zar Alejandro II, pretende por ejemplo conmemorar entre otros el vigésimo aniversario de la coronación del propio Zar. Por otro lado, Rusia será en 1882 sede de la Exhibición de Arte y Tecnología, de manera que la conmemoración central que en principio persigue la obra, parece desmarcada.

Por eso, en una carta a la barones, CHAIKOVSKI afirma que “la obra será muy fuerte y ruidosa, pero carente de mérito artístico, porque la escribí en seis semanas, sin calidez ni cariño.”

Luis Jonás VEGAS VELASCO.