sábado, 28 de julio de 2012

EL CÓDICE CALIXTINO Y LA TOZUDEZ CON LA QUE A VECES LA REALIDAD SE IMPONE.


Resulta sorprendente, una vez más, comprobar cómo la verdad se empeña, a menudo, en desfigurarse, convencida sin duda de que el grado de putrefacción en el que nos encontramos sumidos, impediría, la mayoría de las veces, que su fulgir natural la mostrase en toda su extensión. De no ser así, ¿por qué resulta cada vez más imprescindible rodearla de pretextos y servidores? Máxime cuando muchos de éstos no son en realidad sino servidores de la mezquindad, vasallos de la lujuria; revestidos con telas y ostentaciones encargadas de impostarles una hegemonía que por sí  solos son incapaces de transmitir.
Por eso, cuando el año pasado, por estas mismas fechas, la actualidad se transfiguraba al tener que acudir a un documento de semejante antigüedad y valor (desconocidos éste en sí mismo, incluso para el que lo enajenó), las sospechas no pudieron sino hacerse, una vez más, en mi mente.
¿Quién podía “osar”, en la más amplia acepción del término, robar un documento no ya de semejante valor, sino que atesora tanto valor? Como casi siempre en estos casos, dos fueron las posibles respuestas a semejante cuestión. O el ladrón no sabía realmente lo que estaba robando, o por el contrario éste era exclusivamente el medio por el que otras tentaciones mucho más profundas se materializaban. Citando a Aristarco de Samos, “A veces, cuando no sé cómo continuar, me siento a pensar, y es verdad que la solución en tanto que esencia, aparece sola.” Por ello, eso fue lo que hice, esperar. O al menos eso pensé yo mismo, porque en mi cabeza, resonaban cada vez con más fuerzas, las certezas de la conspiración. Y fue entonces cuando recordé las palabras de Luis Vélez de Guevara, quien en 1641,  en medio de su obra El Diablo Cojuelo, nos deja la siguiente reflexión: “ Debemos poner los ojos en aquellos dos ladrones que han entrado por un balcón en casa de un extranjero rico, con una llave maestra, porque las ganzúas son a lo antiguo.”

Constituye el Liber Santi Jacobi, primera designación a la que responde el otrora Códice Calixtino, una de las más prestigiosas muestras de la por otro lado exigua literatura procedente de los scriptorium sacros de la cristiandad española.
Es en sí mismo uno de los manuscritos medievales más importantes de la archivística española. Es una obra grande, en sí misma, si bien su grandeza se manifiesta a partir de la excepcional conflagración que el mismo se da de tres aspectos por sí solos ya excepcionales. Posee un incalculable valor, en tanto que obra de arte por las miniaturas que contiene, así como por la propia antigüedad; en cuanto a algunos de sus contenidos, se constituye en legado histórico sin parangón, al contener por ejemplo obras del ars antiqua que lo convierten en depósito imperturbable de las primeras muestras de la polifonía europea. Y por otro lado, por supuesto, se constituye en obra de incalculable valor para el acervo simbólico de Galicia, al contener leyendas imperecederas atinentes en principio al Camino de Santiago.

Compuesto por varias manos, posiblemente cuatro, en el Siglo XII, consta de cinco libros, dos apéndices y 225 folios en pergamino redactados por las dos caras. Consta de una carta del papa Calixto II, que lo fue entre 1119 y 1124, el mismo por otro lado que elevó a Compostela a la categoría de archidiócesis, y que llegó a visitar la catedral en su condición de cardenal, en 1118. La mitad del códice, revestido de miniaturas de incuestionable valoro histórico, contiene himnos litúrgicos, composiciones musicales y sermones para el rito eclesiástico. La otra mitad es a su vez copia de una crónica existente, de los relatos fantásticos de las batallas del emperador Carlomagno en Hispania, en el transcurso de los cuales es, en apariencia, testigo de varios milagros atribuidos a Santiago el Mayor en la Europa del Siglo XII, dos leyendas sobre la traslación en una barca de piedra del cuerpo de Santiago desde Jerusalén hasta Compostela.
Sin embargo, lo que aparentemente dota de la poca patente de conocimiento al documento, se lo aporta los apenas dieciséis folios que contienen la llamada Guía del Peregrino.

Firmada por el clérigo Aimeric Piacud, un monje francés perteneciente a la orden de Cluny, se convierte en una crónica en la que se relata con todo lujo de detalles su segundo viaje a la tumba del apóstol, ocurrida entre 1135 y 1138. El primer viaje lo había hecho en 1118, acompañando al cardenal Guido de Borgoña, futuro papa Calixto II.
Hacen bien los que consideran a semejante relato como una guía ordenada del Camino de Santiago, si bien no se trata de la primera. En ella, el monje cluniacense afirma que el aposto Santiago, el Mayor, es el hijo de Zebedeo, y el hermano de San Juan. Procede tras esto a describir no ya sólo los santuarios y las más destacadas reliquias que el peregrino va a ir encontrándose por el camino, sino que hace también descripciones e incluso valoraciones en relación a las gentes que nos encontraremos a medida que recorremos el mismo. Se trata en definitiva de un verdadero Manual del Peregrino.

Las últimas páginas están dedicadas a la catedral románica de Compostela. El hecho no hace sino añadir importancia histórica al documento ya que, describe detalladamente la composición de la catedral, así como sus portadas, en 1139, fecha en la que, por ejemplo el Pórtico de la Gloria, no existía aún. Ocupaban su lugar una serie de figuras destinadas a representar la escena de la transfiguración de Cristo en el monte Tabor, episodio relatado en los Evangelios, al cual sólo asistieron tres discípulos Pedro, Santiago (el Mayor), y Juan.
Para saber dónde radica la importancia del libro en su presente, lo que constituye contextualizarlo, requiere de un proceso que va mucho más allá del mero estudio. Después de ojearlo, esto es, echarle un ojo, a la versión facsímil que la catedral compostelana muestra; así como haber hojeado la copia que la Biblioteca Antigua de Salamanca posee, uno puede darse cuenta de la tremenda importancia que los componentes psicológicos aportan en este caso.
Si nos atenemos exclusivamente a las aportaciones objetivas, diremos sin posibilidad de errar, que en el primer tercio del siglo XII, el arzobispo Diego Gelmírez, que lo fue entre 1100 y 1139, ordenó la composición de un libro que contuviera cuantos pergaminos hubiesen hasta el momento en relación para con cuantas noticias se tuvieran de interés y se conservaran sobre el apóstol Santiago, y su relación con Compostela. Confluyen así varios elementos:
En primer lugar, una Antología Litúrgica; que contiene de manera explícita sermones y oficios del culto al apóstol Santiago. Es el libro más extenso, llega hasta el pergamino 139, y contiene un largo sermón que se inicia con las palabras Veneranda dies, junto con una capitular del papa Calisto II.
Continúa con el Libro de la Marabilia: se extiende hasta el pergamino 155 y narra 22 milagros del apóstol dados al parecer en todo el mundo conocido, lo que constata el carácter internacional del apóstol, todo ello ricamente decorado con miniaturas de “Santiago Matamoros”.
Es el tercer libro el origen, donde se describen, a lo largo de apenas 7 folios, hasta el 162, el traslado del cuerpo del apóstol desde Jerusalén hasta Galicia, así como el descubrimiento de la tumba por el obispos Teodomito, de Iria Flavia en el siglo IX, en lo que constituye la base del culto jacobeo y la peregrinación.
El cuarto libro, Hazañas Carolingias; hasta el pergamino 191, introduce a Carlomagno en la historia, hecho que acaece mediante la crónica del obispo Turpín. Relata como Santiago se aparece en sueños a Carlomagno, promoviendo los acontecimientos para que éste libere su tumba del invasor sarraceno.
Es el quinto libro, guía de peregrinos, constituye la parte más popular del Códice.
Y finalmente, apéndices, música y bulas. Del folio 214 al 219. Libro que presenta por ejemplo muestras excepcionales de la que es primera polifonía europea en modo ars antiqua.
             
Y todo ello, bajo la nada casual forma de codex lo que significa hallarse bajo el sello de dominio del dolor propio del clima espiritual enmarcado dentro del Románico, cuyas imágenes y símbolos reaparecen en las miniaturas, capitulares y adornos de vivos colores y pan de oro. Así que no podía ser de otra manera, dentro del género literario creado por las peregrinaciones a los grandes lugares, Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela, como percepciones terrenales del Homo Viator, el ser humano caminando por esta vida hacia la salvación eterna. La vía se concreta en la marcha por la Vía de la Paz. Con ello, desde el principio las marchas generan guías de los viajes de los romeros, unos cuadernos de viaje que dejaban constancia tanto de hechos trascendentales, como prácticos, para futuros peregrinos.
¿Qué es el peregrino, sino un viajero? Sometido como tal, a los rigores y peligros extraordinarios que en aquel entonces conformaban cualquier topo de viaje, el libro no se limita a narrar las etapas de la ruta, va más allá conteniendo toda una serie de consejos prácticos destinados a cuantos se atrevieran a iniciar la por otro lado peligrosa aventura de recorrer la ruta que marcaban las estrellas (la Vía Láctea), hacia la tumba del primer apóstol martirizado cuyo sepulcro, gracias a la tremenda y bien orquestada campaña del obispo Teodomiro, sería después, gracias entre otros al propio Códice Calixtino aumentada sin medida por el arzobispo Gemírez, ya en el XII

Compostela “el campo de las estrellas”, se erige así en el punto final de la peregrinación que da al hombre un punto hacia el que encaminar sus pasos, un objetivo a alcanzar, ubicado eso sí, en el extremo occidental del mundo, donde los libros decían que se acababa el mundo. El fin de la tierra, Finisterre.

Y vemos así llegado el fin. Y como casi siempre, en el fin se hallan a menudo las cosas peculiares. Por ello, hacia el final del Códice, entre los folios 222 y 225, encontramos una Bula, del papa Inocencio II (1134 1143) que además de autentificar el Códice establece castigo de excomunión, para cualquiera que robe o expolie el este documento de la Muy Alta Catedral de Compostela.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 21 de julio de 2012

DE JULIO, DEL VERANO Y DE SUS EFECTOS SOBRE LOS FASCISMOS, Y DE LAS DIFICULTADES CONCEPTUALES PARA DEFINIRLOS.


Revisamos la Historia, una vez más, y así, casi de pasada, o como si no quisiera la cosa, descubrimos de nuevo la más que sospechosa contumacia con la que el verano, y sobre todo el mes de julio, se empeñan en materializarse en nuestro camino.
Primero fueron Las Navas de Tolosa, y en general todos y cada uno de los episodios militares que de cierta relevancia tuvieron lugar a lo largo de La Reconquista. Luego vendrían episodios como los protagonizados por Los Comuneros, en Castilla o Las Germanías en Valencia. En definitiva, un largo etcétera que, más allá de la sin parangón belleza estética e histórica que comparten, tejen entre sí otra si cave más curiosa trama, la de haber desarrollado los más importantes actos bajo el común denominador del mes de julio.

Cierto es por otro lado que, basta con un somero conocimiento de la Historia para saber de la más que íntima relación que ha existido a lo largo de los tiempos entre el verano, y la acción bélica. Desde el principio de los tiempos, hasta la conformación de la tropa regular, hecho que no acaece hasta los días de Felipe II y los Tercios de Flandes; la relación entre el poder, representado por El Rey;  la chusma o vasallos, que habían de servirles acudiendo prestos a su llamamiento cada vez que éste había de formar levas, bien para defender su territorio, o bien para intentar ampliarlo; y el tiempo climatológico, está más que demostrado.
No es sólo que la específica conformación de la tropa que servía a lo largo de todos aquellos años comparta características que la convierten en inviable para luchar en invierno, tal como queda puesto de manifiesto si dedicamos unos segundos a analizar el peso de su indumentaria, o el que representa a su vez toda su impedimenta. Es que si apreciamos con detenimiento aspectos tales como la importancia resolutiva con la que se materializan hechos como el peso de la caballería; sin duda llegaremos a la conclusión evidente, por otro lado ya compartida en la propia época, de que resulta virtualmente imposible desenvolverse de cualquier manera, y mucho menos para la guerra, en cualquier época del año que no sea la asociada al estío.
Además hay otro hecho que, debidamente atendido, se revela como de importancia tanta o si cave más, que la de todos los condicionantes manejados hasta el momento. La especial conformación de la matriz económica agropecuaria que durante años ha sustentado a Castilla, lo que viene a ser lo mismo que ubicar geográfica, económica y militarmente a España; se mueve en unos cánones, basados en este caso en el tipo de cultivos manifestados; que nos llevan a la consideración exclusiva de que la única época que braceros y pecheros podían dedicar a la guerra, era precisamente el verano. Y nada de lo dicho es circunstancial, ni mucho menos carece de importancia en la medida en que eran precisamente aquéllos que cuidaban y mantenían productivas las tierras, ya fueran éstas del Señor, Rey o Monasterio; los que corrían prestos a formar en las filas de la batalla. Y de qué podía servir ganar una batalla fuera, si a la vuelta era la propia tierra la que estaba yerma.

Y es por eso que, acudiendo a la teoría filogenética de la Historia, parece tener sentido el que el verano, y más concretamente el mes de julio, tengan y hayan tenido tanta importancia a la hora de albergar algunos de los acontecimientos más importantes de la Historia, concretamente de la moderna.

En términos netamente internos, los acontecimientos acaecidos entre el 17 y el 18 de julio de 1936, vinieron a redefinir para siempre la Historia de España. Absurdo, por no decir propio de una mente estulta o anodina, sería intentar someter a análisis, aquí y ahora, los no por transcendentales menos lamentables acontecimientos que se desarrollaron en aquellas infaustas horas.
Sin embargo, como suele pasar con los acontecimientos propios de las grandes naciones, resulta más sencillo intentar comprender las cosas acudiendo a la macroescala, que perderse en devaneos propios del análisis o de la filantropía.

Y una vez más, la grandeza de ciertos hechos tan sólo puede estar a la par de de las palabras de los grandes hombres que las forjaron. Palabras como las expuestas en Ser Español:  “español es aquél que vive con la desgracia de creerse siempre mejor que aquellos que son sus contemporáneos. Es aquél que encuentra menos dificultad en identificarse con coetáneos que llevan trescientos años muertos, que en hacerlo con aquellos que viven en la escalera, a los cuales además desprecia. (…) en cualquier caso, español es sin duda aquél que puede partirse la cara sin dudarlo para mantener intacta la honra de la mujer que no conoce, si bien de igual manera no dudará en desoír la llamada oficial que le exija acuda a defender la integridad de la propia.

Sólo desde la perspectiva presentada, pueden intentar entenderse acontecimientos como los desarrollados a lo largo de toda la tarde del 17 de julio de 1936, se habían estado trasladando subrepticiamente desde el parque de artillería, hasta el edificio de la Comisión de Límites, armas destinadas inequívocamente a los falangistas, para su uso en el más que evidente alzamiento que desde la muerte de Calvo Sotelo era según ellos, inevitable por lo imprescindible.
Las autoridades tienen conocimiento del hecho, cursándose por parte del elemento gubernativo las pertinentes órdenes de registro y aprensión. Hacia las 15 horas de ese 17 de julio el Teniente Zaro, encabeza una redada en el mencionado edificio de la Comisión, en el que se está celebrando una reunión de los dirigentes locales de la sublevación destacando entre ellos la presencia del Teniente de la Torre, elemento de la Legión. En ese momento, los conjurados son conscientes que, de llevarse a cabo el registro perderán las armas que están preparadas para ser repartidas entre la población, peligrando de manera definitiva la imprescindible toma de la ciudad, a la par que el incuestionable riesgo de su propio apresamiento será una total realidad. De la Torre se escabulle aprovechando la dilación de tiempo que supone el que las fuerzas policiales cumplimenten la burocracia previa al registro; llama a la península y pide ayuda. Esta se manifiesta en la irrupción en escena de un pelotón de la Legión, que encañona y rinde a las fuerzas leales a Madrid, y al legítimo Gobierno de la II República. La Guerra Civil no puede sino adelantarse en su comienzo.

Y esta constituye otra de las grandes miserias de España, la de no saber si es mejor caer para la historia en mano de una serie de militares reyezuelos de taifas con aspiraciones de salvadores de la patria, o el hacerlo en manos de un grupo de descamisados incompetentes que, atribuyéndose favores que se les quedan grandes, montan como en las fiestas de su pueblo, baile para tres días, y lo postergan durante tres años, haciendo que la factura la paguen como siempre otros.

Porque ese es el ingrediente que termina de aderezar la salsa de esta historia. El ingrediente de la desvergüenza que “gastan” aquellos que todavía hoy se empeñan en vestir de lagarterana los considerandos de la historia. Cruel es el país que permite permanecer en sus fronteras a los herederos de sus  tiranos claman con fervor los herederos de los Moa y Compañía. Mientras asistimos con el desparpajo del ignorante, y con la indolencia del niño, a la crucifixión de jueces que han querido apartar esos centímetros de grava, para comprobar como el oprobio de la historia sigue exigiendo demasiadas responsabilidades.
Y el tiempo, tal vez afortunadamente, sigue su curso. Hoy ya necesitamos ayudarnos de los dedos para contabilizar los años que se cumplen del Glorioso Alzamiento Nacional (lo siento, no podía acabar esto sin mencionarlo). Y lo que es más importante, una generación entera ha nacido ajena del todo al conocimiento del dato del Trivial de quién era el Caudillo.

20 de julio, 1944. Klauss Von Stauffenberg se presenta en El Nido del Águila, refugio de Adolf Hitler, y deposita un maletín provisto de una importante carga explosiva y de correspondiente detonador. La intención, perpetrar un Golpe de Estado que tenga la consecuencia inmediata de suprimir el escalafón existente en Alemania, y la diferida de poner fin a la II Guerra Mundial.

Si bien la explosión se produce, y la sala de conferencias en la que Hitler despachaba en relación entre otras a la necesidad de crear doce nuevas  divisiones militarizadas, lo que justifica la presencia de todos los altos jerarcas nazis, como Himmler y el propio Stauffenberg, además de Hitler queda destruida; la robusta mesa de roble sobre la que se desarrolla la conferencia salva la vida del Führer, al desplazarle del foco de la onda expansiva derivada de la impresionante deflagración.

El procedimiento consecuente había de ser evidente, decretarse la activación de Walkyria,  a saber el catálogo de operaciones a desarrollarse en pos de lograr salvaguardar el orden, primero en Berlín, y después en toda Alemania, en el caso de que cualquier situación no conceptualizada amenazara el orden asumido y materializado por el Régimen Nazi.

En definitiva, un Golpe de Estado que, de haber encontrado las premisas para asentarse, no sólo hubiera salvado la vida de más de 10 millones de personas, las que todavía se cobraría el horror de la guerra hasta mayo de 1945, momento de la caída definitiva del nazismo, en el Búnker de Berlín.

Si hacemos correlato de ambos hechos, es por algo que va mucho más allá de las meras coincidencias cronológicas. Una vez superadas tales coincidencias, lo que se pone de manifiesto en ambos episodios, es el peligro que reside en la forma y en el fondo de todos aquellos que se creen no ya dotados de características que les diferencian de los demás. Sino en el peligro consecuente de comprobar cómo tales características les llevan a considerar prescindibles a todos aquellos que, o bien no comparten sus objetivos, o más bien sólo les son útiles como instrumentos de sus “Juegos de Poder”. En definitiva, la enésima advertencia contra los vicios que predestinan el más elemental de los fascismos

Luis Jonás  VEGAS VELASCO.

sábado, 14 de julio de 2012

ESPAÑA 1212, DE LAS NAVAS DE TOLOSA A HOY. DE LA COMPRENSIÓN DE UNA ÉPOCA, PREVIA A UN PRESENTE. CAPÍTULO II: DE LA REVOLUCIÓN MILITAR.


A título de ejemplo y contextualización, el hecho de que dejemos para una “segunda oportunidad”, lo que por otro lado suponen los considerandos explícitos de la Batalla de Las Navas de Tolosa, demuestra hasta qué punto es complicado analizar con el suficiente grado de exigencia los considerandos previos, desarrollo y consecuencia finales del acontecimiento.

A título de aproximación, el contexto sociopolítico que rodea al momento contemporáneo de Las Navas, está ya de por sí muy enrarecido. De entrada, el reparto de la herencia del anterior monarca Castellano Sancho, había dejado tras de sí un reguero de idiosincrasias absolutamente contradictorias que en definitiva a nadie satisfacían. Por un lado, había roto los modos de costumbre al haber otorgado herencia a todos sus hijos, en lugar de desposeer a todos, a favor del primogénito. No contento con esto, había otorgado soberanía a su hija Blanca la cual, a posteriori, llegaría a unirse con sus hermanos en pos de desestabilizar las fronteras que sus respectivos reinos compartían con Castilla, espoleando un continuo enfrentamiento justificado en la absurda declaración de posesión de algunas fortalezas y aldeas sin importancia.

Con semejante ambiente, se entiende casi que con quien mejor se lleve el monarca, sea precisamente con el Miramamolín, con el cual tiene suscrita una ya duradera tregua. Sin embargo una vez más, y como ratificación definitiva de la importancia geopolítica que el acontecimiento tiene tanto para la Historia, como para el momento contemporáneo a la misma, semejantes acuerdos con el enemigo constituyen un obstáculo para el correcto desarrollo de los planes de otros, entre otros el propio Papa Inocencio II.

 Desde su nombramiento en 1198, el Papa persigue denodadamente ganarse un papel en la Historia, Con semejante propósito, no dudará  convocar en 1202 la que vendrá a ser IV Cruzada contra el enemigo en Tierra Santa. Los resultados de la misma no serán ni mucho menos los deseados, por ello no puede desaprovechar la ocasión que la existencia del enemigo en el frente meridional le proporciona. Pero la tregua firmada entre los dos principales contendientes es un obstáculo insalvable. Como cargar contra semejante muro no parece viable, se decide a flanquearlo, para ello no dudará en escribir al Rey de Aragón, Pedro II, incitándole a que convenza al monarca castellano de la “sin duda molesta situación que a los ojos de Cristo supone el mantenimiento de esa tregua.”
Pedro II ha de prestarse al juego. Por un lado no puede enfrentarse al Papa, como sí harán por otro lado León, Navarra y Portugal. En el caso de Pedro II el miedo a la excomunión lo es más, pero lo mermado de sus alcancías le lleva a necesitar apoyo monetario del propio Rey Alfonso VIII.

En cualquier caso, todo parece converger, a los ojos de Alfonso VIII, en torno a la que parece ya ser toda una santa obligación, de encabezar no ya a unos guerreros sino abiertamente a unos cruzados, en pos del triunfo último. Si quedaba alguna duda, el Obispo de Toledo, JIMÉNEZ DE RADA, inmerso eso sí en sus propias cavilaciones que pasan entre otros por la consecución del nombramiento de su Diócesis de Toledo como centro neurálgico de los Reinos Cristianos; comienza igualmente una campaña de captación, que no dudará en llevar a los territorios del Rey de los Francos, Luis, casado con Blanca, hija de Alfonso VIII, para captar ultramontanos.

Como quiera que todo lo cual acaece, y lo hace además de manera ordenada, al monarca castellano parece no quedarle mayor alternativa que la de ir a la guerra, aunque ello suponga romper la tregua existente, hacerlo de manera unilateral, y sacrificar con ello los años de estabilidad que ha vivido Castilla.
El detonante estructural definitivo, la caída de Salvatierra y su fortaleza, lo cual deja desprotegido todo el camino hasta Toledo.

Aparentemente salvadas las dificultades geopolíticas, quedan ahora las consideraciones estratégicas propiamente dichas.
La concepción de la guerra hasta ese momento no se parece a ninguna otra, ni pasada ni futura. Para empezar, no hay considerando previo de ejército regular. Las especiales conformaciones conceptuales de la incipiente España, nos llevan a tener que descartar cualquier parecido con ninguna de las consideraciones previas medievales clásicas.
Aquí no hay ejército regular. Tampoco se hacen levas al modelo europeo. En esta época el común converge para luchar no al servicio de un señor, sino de un pensamiento o creencia. Por ello el llamamiento del papa Inocencio, catalizado por Obispos como JIMÉNEZ DE RADA o el propio TELLO TÉLLEZ, tiene tanta importancia.

Acudirán así Milicias Concejiles de Ávila, Soria, Segovia y Sepúlveda. Caballeros profesionales que deben pleitesía a los dos monarcas principales, Alfonso VIII de Castilla, y Pedro II de Aragón. Las Órdenes Militares de Santiago y por supuesto Calatrava dan forma a otro elemento fundamental del contingente, que se verá reforzado por las unidades ultramontanas, procedentes principalmente de Francia, que el Obispo de Toledo ha reclutado personalmente.
El uno de junio de 1212, el que sin duda constituye el ejército más terrible que ha surcado los campos de Castilla, se pone en marcha.

Tal y como se narra en La Crónica Latina de los Reyes de Castilla”, documento a priori concedido a la insigne pluma del Obispo, JIMÉNEZ DE RADA, no debe ser exagerado el atribuir a la formación marchante el apelativo de magnífica. No se trata ya sólo de lo ingente del número, más de doce mil almas la componen. Se trata no obstante del vigor de la propia estructura que secunda tal composición.
No resulta vano enunciar que tal vez, desde que las legiones de Publio Cornelio, antes de ser justamente llamado “Africanus”, cruzaron la península desde el río Ebro, hasta las estribaciones del Guadalquivir, buscando a su funesto rival; no se había conocido en la tierra de la casi ya llamada España, marcha militar más respetable.
Por primera vez, se habían reunido en pos de la consecución de un mismo fin, huestes irregulares, Milicias Concejiles (con mando unas laico, y otras como en el caso de la de Ávila, bajo mando castrense); Órdenes Militares propiamente dichas (unas con representación previa en la península, como la de Calatrava; y otras netamente extranjeras, respondiendo al llamamiento a la Cruzada que imperaba). Además resultaba impactante el despliegue del colorido de los aparatajes de pendones y estandartes que, principalmente las huestes tramontanas, presentaban en formación de marcha o batalla. Y todo ello unido sólo bajo la coherencia que aportaba el fin último por todos perseguido, y que se personificaba en la orgullosa figura de Alfonso VIII de Castilla.

Los choques comienzan relativamente pronto. Así, el 23 de junio, las brigadas de expedición se ven casi obligadas a tomar Malagón, en tanto que persiguen a una patrulla almohade. De ahí a  Calatrava hay un paso que se cubre, literalmente en cuatro días. Pero sin duda serán las recuperaciones de Alarcos  y Salvatierra, acaecidas el 4 y el 9 de julio respectivamente, las que más refuercen el sentir general.
En contra de lo que pueda parecer, será precisamente el devenir de estas victorias, y más concretamente cómo se gestionen las mimas, lo que más quebraderos de cabeza le traigan a Alfonso VIII. Conforme a la Ley de  usos y costumbres, el vencedor tiene derecho a atropellar al derrotado, arrancándole literalmente cuantas posesiones pueda transportar, y estos incluye la toma de vienes y tributos de orden no mesurable. Pero Alfonso VIII no está dispuesto, según obra en De Rebus Hispaniae, “ a conceder usos, o con su silencio dar prebendas, que puedan resultar más dolosas en exceso de lo que la derrota honrosa lleve de por sí aparejada.”
En consecuencia, se prohíbe de facto el pillaje arreciado sobre los conquistados. Semejante uso, desconcierta primero, y ofende después a los tramontanos los cuales, por más que JIMÉNEZ DE RADA los sermonea, abandonan el operativo el 12 de julio, después de tomar, y no poder saquear El Ferraz. Sólo quedan, como componente extranjero, los paladines fieles al Marques de Dôrc, francés unido por lazos familiares al monarca castellano.
Será entonces, en la madrugada del sábado 14 de julio, cuando se dé el famoso episodio del pastor y el paso de Las Losas. Estando el ejército formado en Tablas del Rey, los comandantes de campo llegan a la conclusión de que los árabes se empeñan en plantar batalla al otro lado. Pero cruzar la cota supone, además de aumentar el cansancio de las ya de por sí agotadas tropas, exponerlas a un peligro mayor cual puede ser caer en una gran emboscada imposible de resarcir por falta de formación.
Será entonces cuando, de manera casi santa, algunos dicen que es un ángel, un gañán de pastores de una majada cercana, revela a los capitanes un paso, el de La Losa, que permite en formación muy estrecha, eso sí, flanquear a las tropas de al-Nassir.

Es así que el sábado 14 de julio, el Mirammamolín se encuentra burlado, y con los cristianos en formación en un lugar que no responde al que sus avanzados le habían transmitido.
Pero las disensiones no se desatan. Algunas son las escaramuzas, pero para la batalla habrá que esperar en tanto que los mandos han decidido esperar al lunes 17. Consideran oportuno dar descanso a las huestes.

La formación de ambos ejércitos debía constituir un espectáculo de por sí impresionante. La Península habría de retroceder mucho para recordar semejante contingente de hombres en tamaño espacio. Si bien en número estaban equilibrados, ninguno de los dos ejércitos superaba los quince mil hombres, la ventaja de la caballería venida de África resultaba insultante (de hecho, nadie había sido capaz de infringirle derrota alguna en batalla campal).
Además, la ventaja estratégica estaba a su favor, al tener ganada la parte elevada del terreno donde se iban a  desencadenar las hostilidades.

Las milicias desencadenan el primer ataque, pero son rápidamente diezmadas, sin que las unidades principales almohades hayan de entrar en combate. Sin embargo, esto da tiempo y espacio a que las concejiles que se desarrollan en apoyo de Pedro de Navarra, que al final se ha presentado en el campo de batalla por miedo a la excomunión, tomen el flanco derecho, obligando a que la segunda línea almohade se estrene.
La carga parece igualmente llamada al desastre. Sin embargo, la retirada en desbandada de las milicias concejiles trae consigo que la caballería andalusí, ebria ya de triunfo, se lance de manera inconsciente a la caza de las mismas, rompiendo de manera imperdonable la formación.
Alfonso VIII, que espera con lo mejorcito del ejército, no desperdicia la ocasión, y logra hendir con su caballería el espacio vacío que la caballería enemiga a dejado, con ello parte en dos el ejército almohade, dejando que las jaurías destruyan a la infantería, mientras su propia caballería destroza a la de al-Nassir, que no sabe luchar con el enemigo a la espalda, con la posición asentada.

La Historia concede al Rey Sancho el privilegio de ser el primero en llegar junto a la tienda de mando, donde se aposta presuntamente al-Nassir. Para ello han de masacrar a los doscientos guerreros que componen la guardia pretoriana del Califa. Al estar encadenados, no pueden huir. Su jefe, sí lo ha hecho.

El resultado de la batalla cambia la Historia. Por primera vez, ésa es la sensación que un acontecimiento dejará patente incluso entre los que le son contemporáneos.
El desarrollo de Las Navas de Tolosa puso de manifiesto, entre otras cosas, las desavenencias existentes entre el ejército, y el Mirammamolín. Desavenencias que reflejaban el desacuerdo que igualmente el pueblo como tal, empezaba a experimentar.

Con ello, se abría el camino a que otros reyes, como Jaime I desde Valencia, comenzaran las maniobras que poco a poco fueron aislando al reino almohade, condenándolo a su desaparición de los territorios e historia peninsulares.

En definitiva, hoy hace ochocientos años, la Historia de Europa comenzó a reescribirse, dando resultado lo que hoy tenemos, aunque no estoy seguro de que sea lo que nos merecemos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 7 de julio de 2012

ESPAÑA 1212, DE LAS NAVAS DE TOLOSA A HOY. DE LA COMPRENSIÓN DE UNA ÉPOCA, PREVIA A UN PRESENTE. CAPÍTULO I: DE LOS CONSIDERANDOS RELIGIOSOS.


Sin que deba extraerse de mi afirmación el menor ánimo, ni mucho menos reproche, si que he de manifestar una vez más mi absoluto asombro, cuando veo cómo, acontecimientos que en cualquier otro lugar, serían motivo más que evidente, casi obligado no ya de jolgorio, sino de inminente boato y pompa; son aquí casi difamados, mediante el hiriente ejercicio del olvido.
Va a ser cierta la aseveración que llevo días escuchando, según la cual, este país se está acostumbrando a ganar.

Pero a pesar incluso de que, en un ejercicio insano de exceso de falsa humildad, aceptásemos como adecuada semejante conducta, no por ello dejaría de ser cierta la afirmación según la cual, pocos por no decir ningún acontecimiento histórico han afectado tanto al posterior devenir no ya de la propia existencia del país, sino qué duda cabe, a la evolución que el propio concepto de éste, al igual que la evolución de los conceptos que lo han integrado; hubieran podido llegar a tener.

La Batalla de Las Navas de Tolosa, acaecida entre los días que van del 15 al 17 de julio del año de gracia de nuestro Señor de 1212, se convirtió por méritos propios, en uno de los acontecimientos más influyentes de cuantos han acaecido en la Historia de España. No en vano, en la misma, de una manera o de otra, se confabularon aspectos de un calado y circunstancias tales, que ya serían suficientes para confirmarse como un hito en la Historia de Europa.
Durante un instante, apenas 72 horas, sobre la plaza de Navas de Tolosa, sobrevolaros poderes de una magnitud tal, que no sería severo ni descabellado afirmar que de haber sido cualquier otro el resultado de la contienda, la idea que hoy tendríamos no ya de España, sino de Europa, bien podría ser otra completamente distinta, y en algunos aspectos, francamente contradictorios.

Geopolítica, Religión, Tácticas Militares. Todo se había dado cita en aquel instante. Todo el presente, y sobre todo, el absoluto futuro de la concepción de España, y de la concepción Cristiana de Europa; se confabuló para que sobre las espaldas de un enardecido Alfonso VIII, recayera sin lugar a dudas una de las mayores responsabilidades a las que un solo hombre ha tenido que hacer frente, de una sola vez, a lo largo de la Historia.

Para enfrentarse a la ardua labor de entender las causas, desarrollos y consecuencias de la Batalla de las Navas de Tolosa con una mínima opción de triunfo, resulta imprescindible proceder sobre la misma con el ánimo de espíritu reforzado en la convicción de que, tan sólo sometiendo primero el cataclismo de conceptos al tamiz del análisis, podremos no ya entenderlo, sino al menos hacernos una idea del elevado perfil del acontecimiento en sí mismo, como por supuesto de las consecuencias que fueron sobrevenidas a partir del mismo.

Ubicado dentro del contexto general de La Reconquista, y aceptando con ello  aspectos definitorios de la misma tales como su lentitud, desgana, y falta de compromiso en muchos casos procedentes no sólo del Pueblo, sino mayoritariamente de sus gobernantes; hemos de buscar una verdadera causa que justifique el cataclismo conceptual que para el propio monarca, Alfonso VIII, hubo de traer aparejado no sólo la preparación y desarrollo de la partida, sino fundamentalmente la consecución de todos y cada uno de los objetivos de la misma.
Y qué puede tener tanto peso. Qué puede ser tan influyente como para llevar a un monarca de uno de los principales Reinos Cristianos de la Península, a arriesgarlo todo, no ya sólo por la amenaza sarracena que podría devengarse en el caso de una derrota, sino casi más peligroso, por los actos que el resto de Reyes Cristianos podrían desencadenar sobre el resto de fronteras, evidentemente carentes de protección. Pues sí, eso es, efectivamente, tan sólo un mandamiento de alguien superior.

El Papa Inocencio III no es feliz. No es sólo eso, bien podríamos decir que se siente profundamente contrariado. Las cosas no van bien en la Cristiandad, desde su nombramiento como Vicario de Cristo en 1198, asiste a un proceso que se ejemplifica en que los corderos se sienten cada vez más fuertes, y, a la vez, los llamados a apacentarlos no se muestran todo lo diligentes y cabales que podría esperarse de aquéllos que fueron llamados para servir a Dios. Para colmo, los viejos lobos, Musulmanes como tal y Árabes en particular, con ese demonio de All-Nashir, que ha jurado muerte a todos los seguidores de la Cruz (abiertamente ha declarado la Guerra Santa), han evolucionado magistralmente tanto en su conducta, como en su papel militar. Derrotas como la de Malagón, pero en especial la de Alarcos, en la que se perdieron no sólo plazas fundamentales, sino fortalezas irremplazables de las Órdenes Religiosas, como la de Calatrava, hacen imprescindible pensar que algo ha ocurrido. Algún acontecimiento se ha desencadenado, dentro del Imperio Nazarí, que justifique, cuando no provoque, todo esto.

Y la clave está ahí. Personificada en la figura del Miramamolín. Abu-Muhammad-Abdallah al-Nasir. El último de los Almohades que había logrado mantener sujeto en torno de sí un imperio que, al igual que todos los de su época, y por las mismas causas, amenazaba con desmembrarse.
En contra de lo que pudiera parecer, las diferencias entre los seguidores del Islam, y los que profesan la Fe en Jesucristo, no eran tantas ni tan acuciantes. Si nos paramos unos segundos, pronto llegaremos a la conclusión de que, semejante afirmación, lejos de sorprendente, resulta lógica. Unos y otros conforman comunidades que, en la época en la que nos ubicamos, han de hacer frente si no a las mismas, si a parecidas vicisitudes. Viven en la misma tierra, comparten en muchos casos costumbres, y las desgracias que a menudo les trae la climatología que arrasa sus cultivos con granizadas de verano, o las deja estériles bajo el tórrido sol de julio; son compartidas por igual, con la salvedad hecha de la diferencia de destinatario de sus oraciones, las cuales para colmo vienen a pedir lo mismo. Además los cuatrocientos años de enfrentamiento, que no de confrontación militar, han traído un hecho no por incalculable menos esperado, las poblaciones se han unido, mezclado, interaccionan entre si y consigo formando una nueva realidad.

Pero esto es inaceptable, o al menos lo es para el Radicalismo Religioso. Proceda éste de un lado, o lo haga de otro, los dirigentes tienen claro que para mantener el sueño fingido de su poder, han de mantener encendida la llama del odio hacia el enemigo de religión.
A tal efecto, la llegada desde el sur de los Almohades, constituye un hecho imposible de computar de cara a las consecuencias que para la Historia de al-Ándalus trajo aparejada. Este es el mejor resumen que podemos extraer una vez analizada la obra del Historiador marroquí Ibn Idhari al-Marrakushi. En el caso concreto de su libro al-Bayan escrito doscientos años después de la batalla,  Marrakushi expone con todo lujo de detalles la manera mediante la que las tensiones internas, las luchas de poder, y el afán desmedido de control, suponen un cáncer que bien hubiera podido, por sí mismo, provocar los mismos resultados que de otra manera la batalla no vino sino a precipitar.

A la par, y siguiendo un procedimiento ciertamente más que simétrico, los territorios y gobernantes que conforman lo que se ha dado en llamar Los Reinos Cristianos, no se hallan mucho mejor. Las tensiones dinásticas reflejadas sobre todo en el desencanto que para algunos ha dejado el reparto de los territorios a la muerte del padre de Alfonso VIII, traen aparejadas una serie de distensiones que se manifiestan en el continuo toma y daca que se escenifica sobre todo en los territorios fronterizos. Así, si los territorios del sur se ven amenazados por las continuas razzias musulmanas, las cuales, a modo de meras expediciones de saqueo en la mayoría de ocasiones, si que debilitan lo suficiente como para, en contadas ocasiones, suponer importantes movimientos en la marca. Mientras, en el oeste y en el norte, los reyes de León y Portugal, enfrentados con Alfonso VIII, desarrollan su propia labor de zapa.

Y con semejante percal, Inocencio III, ha de llevar a cabo cuantas acciones sean imprescindibles no ya sino para lograr el sostenimiento de los Territorios que le fueron concedidos, como Vicario de Jesucristo. Pero la labor no se sencilla, ni en la mayoría de ocasiones agradecida. La ignorancia de la gente, manifiesta en las no ingentes sino absolutas cifras de analfabetismo, hace difícil no ya el sometimiento de las mismas al brazo secular, sino imposible el hacerlo por mor de la fuerza y la amenaza. Semejante condicionante no puede sino traer aparejado, más pronto que tarde, el surgimiento de comportamientos heréticos, esto es, comportamientos religiosos ajenos al uso conceptual de los que la Santa Iglesia Católica de Roma proclama. O sea, que en muchas ocasiones la desviación no procede del fondo, sino de la forma. Pero como ya hemos señalado, la forma es, en estos casos, todo, ya que la ignorancia del pueblo es tal que, lejos de comprender el fondo de aquello que constituye su acción, no sólo lo confunden, sino que lo unifica. Así, la perversión del procedimiento, del Rito, conlleva la perversión del Hecho Católico en sí mismo.

Centro-Europa, pero sobre todo Francia, se convierte en territorio en el que comportamientos heréticos tales como el promovido por los Cátaros y los Albigenses planean con mayor intensidad.
Son éstos movimientos especialmente peligrosos, en tanto que por lo predicado logran atraer no sólo a los humildes de obra y corazón, sino que se hacen entre sus filas con la baja nobleza, Condes, Duques  y la nueva categoría de desencantados pronto engrosa sus filas, en pos siempre de lograr lo que en justicia les es propio.

Es precisamente la afición de la baja aristocracia, y el hecho de identificar Cátaros en el alto Aragón, lo que lleva a Alfonso VIII a promover la intervención del Papa Inocencio III. Este, satisfecho de recuperar su autoridad, declara la Santa Cruzada contra los enemigos de la Cruz los cuales, amenazan la integridad de las tierras de Cristo desde el sur. Con ello, todo aquél que perezca en combate tiene asegurado la salvación de su alma pecadora, y todo el que sobreviva verá condonados sus pecados pasados, presentes y futuros, por estar hechos para mayor Gloria de Dios. Queda así declarada la V Cruzada.

Si bien las consecuencias militares de semejante hecho son más que discutibles, la mayoría de los francos que acudieron se marcharon antes de entrar en batalla porque el rey no les dejaba apoderarse del botín que les era de ley en virtud de la costumbre tras las victorias que alcanzaban de camino a la verdadera Batalla, no es menos cierto que tuvo consecuencias inesperadas en otros campos. Por un lado, la no participación de León y Portugal trajo la excomunión de sus gobernantes, lo que les hizo mostrarse mucho más razonables una vez la fuerza del resultado les obligó a negociar con el vencedor y reforzado Alfonso.
Además, en Roma la victoria se interpretó como una señal divina. Como la primera de una larga serie de intervenciones que tenían detrás la mano de Dios, que mostraba su voluntad.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.