sábado, 29 de abril de 2017

GUERNICA: SIMBOLISMO, DESTRUCCIÓN Y MUERTE. EN DEFINITIVA: EL HOMBRE.

Cuando todavía resuenan en nuestros tímpanos las palabras que pronunciadas por algunos de los descendientes de quienes sin el menor género de dudas se identificaron como agentes en la actuación de guerra que para siempre pasaría a la Historia como El Bombardeo de Guernica; lo cierto es que poco más que eso, excepción hecha del daño que objetiva y subjetivamente tal acto causó, puede a estas alturas ser considerado.

Son tales palabras, aparte de una petición de clemencia, la manifestación expresa del que a la sazón es el argumento diferenciador a la hora de explicar la capacidad del Hombre para sobrevivir a saber, la capacidad para olvidar. Sea ésta considerada o no en las diversas acepciones que poco a poco ha ido adoptando, lo cierto es que ya sea a título de piedad (manifestación que sirve para poner de relevancia la que es una de las consideraciones más excelsas del Hombre a saber, la del perdón); o cuando se muestra en su matiz menos condescendiente (en cuyo caso es al desprecio y al desdén a lo que hay que agradecer su valía), lo único cierto es que en esa ambivalencia, en esa disposición netamente dialéctica es donde una vez más habremos de hallar la definición cuando no más precisa, sí seguro que más completa de cuantas podamos esperar de El Hombre, en su complicada condición.

Y lo parezca o no, el Bombardeo de Guernica, en tanto que acción netamente humana, está plagado de muestras destinadas a poner de manifiesto tal ambigüedad.

Son los componentes llamados a precipitar en todo lo concerniente al Bombardeo de Guernica, elementos de una ecuación compuesta por y para una realidad que ni en el tiempo ni en el espacio se corresponden en el marco estructural de las cosas con lo que cabría determinar como propio del bombardeo a un pueblo.
Así, las consecuencias de la acción bélica (resumiendo lo factual del acto como tal), se vieron absolutamente superadas por la componente de potencialidad que la acción acabó por asumir (con la salvedad de aceptar que tal no fuera desde un primer momento el objetivo de la acción).

Auspiciar la conducta que en términos estrictamente militares pueda evolucionar hasta convertirse en una justificación militar del Bombardeo de Guernica requiere de tantas excepcionalidades, de un proceder tan complejo, que resulta inoperante, máxime dentro del al menos en apariencia simplismo que puede vincularse a cualquier proceder una vez que la guerra se ha erigido en la prueba del fracaso de la obligación diplomática. De perseverar en tales consideraciones, y aparte de las anotaciones que en el diario del responsable de la operación:  teniente coronel Wolfram von Richthofen (primo del histórico aviador de la Primera Guerra Mundial Manfred von Richthofen, más conocido como el Barón Rojo); el hecho de que tanto los puentes como las fábricas de armamento quedaran intactas, parecen erigirse en sujeto de prueba lo suficientemente convincente como para poder afirmar que muchas eran las consideraciones netamente a futuro que se ponían en juego con tal acción. Una acción llamada no solo a pasar a la Historia, que sí más bien a ser periódicamente revisada por la Historia.

Porque es el Bombardeo de Guernica el resultado de una acción perfectamente planificada. Planificada en su desarrollo, planificada en su ejecución, pero sobre todo planificada en sus consecuencias. Porque podríamos decir sin dejar el menor resquicio al error, que lo que se busca con el bombardeo es dejar un claro mensaje, una advertencia.
Múltiples son los casos en los que tal es el objetivo de una acción militar. No en vano, lo magnífico de algunos despliegues tácticos (llamados a superar con mucho lo que la respuesta del enemigo haría entender como lógico), o el tamaño de algunas de las armas empleadas en el sitio de tal o cual plaza; tienen en el componente psicológico gran parte de su poder. A pesar de lo correcto de tales consideraciones, ninguna de ellas resulta de aplicación a efectos de explicar el objeto del evento que hoy nos ha traído hasta aquí. Y la causa está en que los receptores del mensaje no se encontraban entre los enrolados en los que cabrían ser considerados como ejército adversario al que lanzó el ataque; ni las potencias a las que estaba destinado el mensaje se encontraban todavía erigidas como tal.

Podemos pues a estas alturas afirmar sin recelo al error que el Bombardeo de Guernica fue, al menos en lo concerniente a táctica y contraste de material, un ensayo de lo que habría de venir en la Segunda Guerra Mundial.

El fracaso que había supuesto La Paz de Versalles se agudiza en la medida en que sus protagonistas, ya estén en el bando de los supuestamente vencedores, o en el de los estrictamente derrotados, se empecinan en llevar a cabo una labor que siguiendo principios básicos de psicología puede resumirse en lo especificado en el concepto de negación voluntaria. Así, de aquel vagón de tren no salió sino la certeza de que el tiempo podría congelarse toda vez que el mismo habría de resultar inútil a la vista del escaso valor que unos y otros daban a lo allí esbozado. Lo curioso del tema es que quienes salieron llenos de dudas no fueron los vencidos, sino los vencedores.

Y el tiempo se congeló, excepción hecha de su vertiente cronológica. Ésta, lejos de congelarse más bien conspiró para que un cabo condecorado por mediación de una farsa, constatara el valor de tal proceder con tal pasión y capacidad que logró arrastrar a toda Europa, y por ende a todo el mundo, a una de las farsas más dramáticas de cuantas la Historia ha podido en este caso no solo ver, sino también documentar.

A falta de que las capacidades de Heinz Wilhelm Guderian hubiesen tenido tiempo para transmitir a Hitler las certezas de lo importante que habría de resultar la aportación de los blindados en el desarrollo de cualquier confrontación que quisiera llamarse moderna; lo único cierto es que éste seguía convencido de que su gran proyecto, especificado en los cánones de lo que ha pasado a la Historia como la Guerra Relámpago (Blitzkrieg)  tenía, al menos en principio, puestas todas sus expectativas en la aviación. Tanto era así que la Wehrmacht, entendida en tanto que tal como la totalidad del ejército alemán, centraba todos sus esfuerzos en pos de los comportamientos que la Luftwaffe, la que sin duda era una de las fuerzas aéreas más fuertes, doctrinalmente avanzadas y más experimentadas en combate del mundo en el momento que estalló la Segunda Guerra Mundial en Europa en septiembre de 1939; estaba llamada a demostrar.

Llamada a convertirse en el elemento determinante a la hora de alcanzar la victoria en los planes de Hitler; la fuerza aérea alemana habría de desarrollarse en todos y cada uno de los elementos a tal efecto integrantes. Así, además de erigirse por sí sola en elemento autónomo y suficiente de cara al desarrollo de acciones tales como los acontecidos en La Batalla de Inglaterra y otros como los desempeñados en torno a la Operación Barbarroja; a la Luftwaffe le correspondió desarrollar labores de apoyo sin las cuales el desempeño de la Wehrmacht y sus logros, serían del todo impensables.

En lo que concierne a los motivos que llevaron a Hitler a depositar toda su confianza en la aviación, muchos son los elementos, la mayoría de ellos admisibles, que han de servir para entender tal acción. Con todo, uno de ellos supera a todos los demás: Se trataba del único cuerpo con experiencia en combate real. Una experiencia adquirida en los cielos de España, donde aparentemente integrada en las expediciones diseñadas para La Legión Cóndor, se creyeron con capacidad para reducir la Guerra Civil Española a un campo de entrenamiento  en el que tanto pilotos por otro lado bisoños, y armamento peligroso en tanto que experimental, daban forma al que en breve habría de convertirse en uno de los hechos con mayor capacidad de impacto en la Historia de cuantos Europa ha conocido.

Sea como fuere, el tiempo ha llevado a cabo la que a la postre es la única labor que por sí sola puede serle atribuida a saber, la de aportar perspectiva. Porque es el paso del tiempo la única fuerza capaz de convertir en transitables caminos que hasta un determinado momento eran intransitables; la única fuerza capaz de descubrir en lo que parece ser algo inhumano, la certeza de que aunque solo sea por oposición, en todo acto humano perdura siquiera un ápice de la condición humana.
Tal vez por ello, o ya solo por ello, que vivir suponga siempre un experimento digno de ser celebrado, pues solo así podemos cumplir con la que es nuestra obligación, la que pasa por encontrar al Hombre en aquellos lugares más estériles para que arraigue la Humanidad.

Y sin duda no ya Guernica, que sí más bien lo que su simbolismo despierta, hubo de erigirse en el primero de muchos de esos lugares destinados a destruir la Humanidad del Hombre. Lugares que paradójicamente se han constituido en baluartes de ésta, tal y como se desprende del hecho de que ochenta años después, vencedores y vencidos puedan reunirse sin necesitar reclamarse cuentas, pues unos y otros se reconocen mutuamente condiciones antitéticas, y no por ello menos humanas, pues no es sino en esta dualidad donde en definitiva reconocemos al Hombre.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


domingo, 23 de abril de 2017

1521, MUCHO MÁS QUE UNA CONMEMORACIÓN.

En el epílogo ya de una fecha unida a múltiples consideraciones, atinentes todas ellas a causas imprescindibles para comprender al Hombre del Presente, y quién sabe si para presagiar al Hombre del Futuro; lo cierto es que de todas ellas una consideración hábil podemos extraer: la comprensión del pasado resulta a menudo imprescindible.

Acongojado cuando no presa de las tribulaciones propias del que sabe de la importancia de las muchas conmemoraciones llamadas hoy a darse cita, que el reconocimiento de la ignorancia generalizada que al mismo asiste le condicionan a la hora de llevar a cabo la prédica en relación a aquella que por ende con más desparpajo que certezas puede aspirar a comentar.
Es así que dejo a un lado la tentación que de ceder a los deseos de cuando era niño habrían hoy de presagiar mi destino (es decir que no acompañaremos a San Jorge en su tremenda aventura en pos del dragón), ni acuñaremos argumento alguno en relación a si de verdad nuestro Cervantes y El Inglés murieron o no el mismo día ¡por cierto igual da que fuera o no un 23 de abril¡ (por una vez estoy dispuesto a ceder a un convencionalismo, cierto es que porque no creo que de cualquier otro modo La Humanidad hubiera o hubiese aceptado unificar en torno a un único y además el mismo día, cuantas celebraciones puedan llevarse a cabo en torno al tesoro que La Literatura representa para el Hombre.

Siendo cierto que hace tiempo que la infancia pasó a formar parte de la nostalgia, no lo es menos que el deseo de volar, elemento indisoluble a cualquier recuerdo de cualquier niño en cualquier lugar del mundo, hace presa en lo concerniente a mostrarme una vez más dispuesto a comprobar la veracidad en lo concerniente a las historias de dragones que cruzar los cielos atravesando el brillo de la luna…
De parecida manera, soy lector. Y lo soy porque mi madre así lo decidió. Es por ello que cada día, con la misma necesidad con la que respiro, necesito acudir a las páginas de tal o cual manuscrito, convencido no de que en el mismo encontraré la solución a problemas la mayoría de los cuales habrán de solucionarse solos (malo si han de serlo por mis medios); como sí de que la memoria de la que me dio la vida dos veces, la segunda cuando se empeñó en transmitirme su pasión por la lectura, se verá reconfortada cuando vea que, al menos en esto, sí he sido capaz de enriquecer el que fue su legado…

Pero la verdad es que también soy castellano; me gustaría decir que recio, si bien es ese uno de los atributos a cuya mención solo puede aspirarse a título póstumo. Será por ello menester esperar.
Aunque lo que no necesita esperar, y de hecho creo que se está haciendo cada vez más sensible a una buena revisión, es la evolución de lo que se está dando en llamar “El Hecho Comunero”, y en especial de los acontecimientos que parecen haber servido (quién sabe si solo de excusa) para darle forma.

Lejos de iniciar aquí una polémica en relación a la valía histórica que los acontecimientos de Villalar 1521 pudieron o no llegar a significar; lo cierto es que no ya la mera mención de los mismos, que sí más bien la manera en la que tal mención se está produciendo este año, habría de merecer por nuestra parte una siquiera sucinta revisión.

Aceptada cuando no asumida la tesis en base a la cual la competencia o la importancia con la que determinados acontecimientos históricos golpean en nuestra actualidad, está pertinentemente determinado en relación al efecto que las tesis por los  mismos promovidas pueden llegar a tener a tenor de la lectura de esa misma actualidad (lo que supone aceptar una forma de censura de la Historia según el momento que la actualidad determine); no es difícil asumir la posibilidad de que la intensidad con la que tal o cual hecho histórico resulta refrendado no dependerá tanto del hecho en si, que sí más bien del aporte que para el presente pueda suponer la mención, o el olvido.
En base a esto, definiendo como estables y en general productivos los últimos años, resulta fácil de entender la evidente manipulación a la que hechos como la conmemoración comunera se han visto sometidos por parte de las estructuras de poder.
La razón es sencilla, y a la sazón casi evidente. Históricamente está demostrado que los periodos de calma no existen, o lo que es lo mismo, la comprensión de la Historia ayuda a definirlos como plazos llamados a caducar en tanto que separan momentos de crisis. De esta manera, podemos resumir los procesos históricos como periplos convulsos y por lo general violentos, entre los que se intercalan livianos instantes de cordura destinados no tanto a rememorar la valía de los logros, como sí más bien a preparar las nuevas contiendas.
Conocedores por supuesto de todo esto, las estructuras de poder traducidas en los modelos burocráticos y administrativos se empecinan en crear ficciones destinadas a la doble misión de, por un lado, restar intensidad y duración a los periodos en los que el siempre inherente conflicto es evidente; ampliando por otro lado la ensoñación de que los cortos momentos de paz que se intercalan no solo son más largos y productivos de lo que realmente son, sino que además son más interesante (hablo siempre a título histórico).
Para lograrlo, las grandes estructuras han de emplearse a fondo. Además, el terreno en el que se desenvuelven las estrategias que en este caso han de entrar en juego no les es, por lo general, beneficioso. En primer lugar han de contar con el factor emotivo. Es el de pertenencia, ante todo un sentimiento, portador por ello de su propio código, y ajeno por ello a toda virtud de Razón (y no olvidemos que en los últimos años es precisamente a lo razonable a lo que toda acción política se refiere cuando necesita hacer sus objetivos compatibles con la realidad). No pueden por ello extirpar de manera traumática la emoción, han de ser sutiles. Transigirán, y lo harán de manera que el sentimiento de pertenencia no solo no será excluyente, sino que resultará además compatible; se puede así no solo ser nacionalista y estar en Política nacional, sino que además se puede optar a militar en alguno de los llamados grandes partidos, sin necesidad de ocultar tal condición de tu currícula vital.

Emerge así pues la mentira en todos sus frentes o lo que es peor, se erige en certeza de lo que a partir de ahora habrá de ser tenido como propio en el ejercicio de la Nueva Política. De no ser así: ¿Puede alguien explicarme qué hacen algunos de esos grandes partidos reclamando hoy mismo una Castilla Comunera?
De uno u otro modo, lo cierto es que la valía de un acontecimiento histórico, depende en gran medida de la permeabilidad que el llamado a ser considerado presente guarde en relación a los hechos contextuales que determinaron la condición de histórica del referido acontecimiento. O lo que es lo mismo, el énfasis con el que tal o cual acontecimiento será traído a consideración estará directamente determinado por las similitudes (igual da que tales sean reales o ficticias) que el ente dominante pueda asumir entre el momento presente, y el mentado.

¿Hace falta pues detenernos mucho más a explicar por qué un mismo hecho histórico es obviado en unas ocasiones, y realzado en otras?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 15 de abril de 2017

“LEYENDO” EL STABAT MATER

Inmersos ya sea de forma natural o artificial en el procedimiento llamado a ser considerado propio dentro del devenir de las distintas conmemoraciones de La Pasión, ya se acceda a éstas desde la naturalidad propia de los que se manifiestan partícipes de las mismas, o desde una suerte de impostación procedente del hecho de acceder a las mismas desde la obligación en la que se traduce nuestra condición de agentes activos dentro de una Sociedad Occidental que entre otros exige el peaje de participar de las tradiciones dentro de las cuales, a veces de manera profunda, no hace sino esconderse el contenido llamado a erigirse en esencia de la misma; no es por ello menos cierto que superadas las primeras reticencias, uno bien puede entender elementos que hasta el momento sucumbían a la desazón, por medio de la escucha atenta de cuanto un contexto que por otro lado está deseoso de volverse locuaz, tiene a bien regalarnos.

Haciendo pues del respeto virtud, existe una suerte de tercera vía en base a la cual la aproximación no tanto a los hechos como sí más bien a las formas llamadas a considerar lo propio de esta Semana de Pasión, pueden proporcionarnos toda una suerte de grandes satisfacciones toda vez que como podemos llegar a imaginar, un periodo tan rico en emociones ha de ser sin duda enormemente prolífico en lo que concierne a dejar constancia de tales cuestiones en un marco como el de la Música, siempre tan agradecida en todo lo concerniente a la elaboración de mecanismos llamados a hacer llevadero el tránsito de las emociones humanas.

Así que dispuesto ya el semblante a partir del cual hacer comprensible el tránsito tanto cualitativo como por supuesto cuantitativo que entre Semana de Pasión y Música habrá de llevarse a cabo; que una vez cumplido el estipendio en lo concerniente que para con la revisión del Fenómeno de la Pasión llevado a cabo la pasada semana, es por lo que hoy detendremos nuestros pasos siquiera levemente en el otro proceder destinado a describir el marco de la Semana Santa.

Es el de La Pasión y Muerte de Cristo un fenómeno de múltiples vertientes, destinado por ello a determinar la suerte de múltiples vectores, tantos como interpretaciones. Supuestas todas ellas en dos, las que integran por un lado las consideraciones de carácter metafísico, enfrentadas si cabe a las de carácter humano. Atendidas las primeras por medio de lo se ha dado en conformar a tenor de lo que las construcciones musicales en formato de “Pasión” pueden considerarse como inmensamente adecuadas y a la sazón proclives a contener con toda la fuerza que la ocasión merece los conceptos capaces de volver inteligibles las vertientes por ello más divinas de un dios cuya gran fuerza parece ostentarse en el hecho de haberse encarnado; tendremos que suponer habrá pues de existir, siquiera por mera oposición, otro formato destinado en este caso a contener los procedimientos destinados a concentrar las emociones que desde un punto de vista netamente humano puedan describir las situaciones que un fenómeno de esta magnitud necesariamente ha de provocar.

Surge entonces desde esa disposición, que no tan solo desde esa diferenciación, el concepto o formato del STABAT MATER.

Diferenciado claramente de otras composiciones materiales que si bien están dedicadas a LA VIRGEN MARÍA, se esfuerzan en poner de relevancia otras consideraciones atinentes a esta figura (si bien volcadas a festejar otro momento, estamos hablando del STABAT MATER SPECIOSA, en el que se alaba el gozoso momento del nacimiento del que es ante todo su hijo), el STABAT MATER refrenda en este caso el sufrimiento natural (o sea humano) que en su consideración de neta humana y mortal la que en lo terrenal hubo de comportarse como madre; sufre en este caso al tener que asistir no ya a la que en principio es la consumación por medio de la muerte anunciada de esa suerte de protocolo tantas veces anunciada por él mismo, la cual si bien no por esperada, en tanto que muerte, puede ser menos terrible.

Pues es la muerte siempre terrible, si bien hay ocasiones en las que parece que lo es aún más para los que la comparten, que para los que la sufren.

Es así que toda composición que desee redundar en este hecho, toda composición que se conciba como STABAR MATER, ha de comenzar necesariamente clamando en lid con este aspecto: Stabat Mater dolorosa ("De pie la Madre sufriendo"). Como plegaria medita sobre el sufrimiento de María, la madre de Jesús, durante la crucifixión de su hijo.

Puede parecer algo sencillo, elemental si se prefiere. Pero si se le presta la debida atención, los detalles no tardan en ponerse de manifiesto, erigiéndose en este caso en un verdadero clamor.
Pues cómo entender de otra manera que una mujer, pueda alumbrar de manera en principio normal un hijo de dios de naturaleza no solo corpórea, que sí más bien netamente humana; y convertir tal proceder en una muestra más una supuesta humildad la cual está en última instancia ligada a convertirse en el último a la vez que más prestigioso eslabón de una larga y enigmática cadena dispuesta en realidad para realzar las diferencias de una figura que ya sea divina o humana, desde luego se comporta de una forma absolutamente diferenciada de cómo lo han hecho antes todos los que se han atribuido de una u otra manera tal condición.

Es así que nada mejor que resaltar  el dolor que una madre experimenta al constatar el sufrimiento de su hijo, como manera de proyectarse en aras de consolidar otra estructura musical capaz de poner de manifiesto la importancia que el hecho tiene para La Humanidad en la extensión del tiempo. Un hecho que por ende habrá de considerarse, insistimos, cuando menos desde sus dos vertientes estructurales.

Así debió entenderlo en un primer momento el monje franciscano DE TODI, el cual bajo el papado de Inocencio III recibe la atribución de haber compuesto el primero de éstos, bajo la forma de tropo. Muchas habrán de ser después las formas, y por supuesto no todas musicales, que la estructura hallará. Así a día de hoy, y bajo la dispersión de visión que puede suponer el figurar en el catálogo de más de 200 compositores, que van desde PERGOLESI hasta BOCCHERINI; el STABAT MATER puede presumir hoy de ser una de las estructuras musicales más glosadas y por ende más compuestas de la Historia.

Y fue entonces que los ojos del Redentor fueron a encontrarse con los de su madre, que víctima del mayor de los pesares comprendió entonces hasta dónde llegaba la misión de aquél que como cordero había venido en realidad a enjugar con su sacrificio los pecados de toda la Humanidad.

Así transita una de las Estaciones de Penitencia más importantes por lo sobrecogedoras, del Vía Crucis que se celebra en Roma cada Viernes Santo.
En la mencionada cita podemos, sin ninguna clase de esfuerzo, sucumbir a uno de los que supone mayor alcance moral de cuantos componen los episodios de la Pasión de Jesucristo, atendiendo para ello a las fuentes que canónica y tradicionalmente con mayor fuerza sustenta la particular visión que la Iglesia Católica Moderna (Post Concilio Vaticano II se entiende), promueven como única interpretación válida si no fiel, de tal hecho.

El episodio, una vez superada cualquier traza de malversación que la interpretación interesada quiera o pretenda perpetrar; constituye en sí mismo no solo uno de los episodios culminantes de cuanto significa la Semana Santa; sino que lejos de transgredir ningún límite al respeto, nos permite llegar a decir que transciende tal aspecto, constituyendo en sí mismo uno de los momentos más importantes de cuantos componen o vehiculan la siempre difícil por insostenible, relación de la Mujer para con la Iglesia Católica.

Constituye este episodio, junto con el que le acompañará instantes después, momento en el que según el documento canónico de Juan, Jesús entregará a su madre a toda la Humanidad, mediante las conocidas palabras: “Hijo, he ahí a tu Madre. Mujer, ahí tienes a tu hijo”; el momento definitivo en el que La Humanidad podrá desprenderse del miedo que gráficamente se describe desde la orfandad, toda vez que la entrega de María, constituye el acto definitivo de superación de todo miedo en tanto que su presencia será eterna, ahora como madre.

La superación del miedo. ¿Estamos acaso ante la más noble forma de Libertad?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 8 de abril de 2017

BACH Y LA PASIÓN DE LOS CATALIZADORES DEL INFINITO.…

En un tiempo inacabado toda vez que solo al presente atiende, en un instante baldío, pues de todo sobre todo de vivencias se encuentra privado, es cuando con más fuerza hemos de erigir nuestro clamor hacia los que no nos escuchan, pues hacerse escuchar puede haberse convertido en la última de las obligaciones, en el mayor de los privilegios.

Vivimos en una sociedad contradictoria. De hecho, la paradoja se ha erigido en el común denominador llamado a consumir la práctica totalidad de nuestra vivencia, de manera que de paradójico puede considerarse cualquier ejemplo destinado a contener lo que otrora verdaderamente estuvo destinado a ser paradoja. Constatamos así cómo día a día, la sociedad llamada a vivir en la permanente excepcionalidad, acude con fervor a refugiarse en las rutinas: cómo a cada instante la realidad nos presta ejemplos en los que la sociedad llamada a ser la más interconectada de la Historia, se conduce de manera sicótica contra sus integrantes, reduciendo primero, aislando después a sus miembros, abocándoles a un destino no por incierto menos trágico (de ello da cumplidas muestras la realidad diaria) dentro del cual la nada es no ya una conducta, cuando sí más bien un objetivo al que resulta lógico tender.

Es por ello que cada vez que el Hombre se subleva contra sí mismo, cada vez que el caos implícito en nuestro genoma (no en vano la insatisfacción es el motor sine qua non nuestra eterna apuesta por el progreso no sería posible), hace saltar por los aires la ficción en la que nos hallamos sumido (ficción que reconocemos como vida), se hace necesaria la participación de seres superiores (antaño llamados dioses, hoy reconocibles como genios) que a partir no ya de piezas nuevas, como sí más bien del excelente conocimiento que del puzzle tienen, son casi siempre capaces de reconstruir el mundo, dejándolo cuando menos operativo hasta que se desate el siguiente drama.

Así, de drama en drama, transcurre la vida, incluyendo por supuesto el devenir de cada uno, que a la sazón se erige en lo más importante, patéticamente en lo más vital. Porque no puede la vida ser reducida a la mera suma de vivencias, siquiera por el mismo motivo por el que vivir ha de ser más que sumar momentos.

Nos falta algo, y el mero hecho de saberlo tiene que ser motivo suficiente para condicionar el resto de nuestra vida pues no en vano de exclusivo ha de considerarse el momento en el que la intuición revela a un solo hombre, en un solo instante, que nada de lo que creía real en el fondo lo es, que todo lo que creía firme e hierático (hasta el punto de depositar sobre ello todas sus convicciones) es en realidad polvo en el tiempo.

Puede por ello que no sea una casualidad que quien compusiera Sueño de una noche de verano, además de ser justamente reconocido por los siglos de los siglos gracias a la calidad de su propia obra; merezca en realidad serlo también por haber sido el primero, quién sabe si el único, capacitado para reconocer en la obra de Bach, la genialidad de un hombre llamado a consumar en sus notas la disposición de cada instante, pues un instante vivido en la emotividad de Bach consuma en el presente la certeza del pasado vivido, con el futuro de la remota sensación llamada a hacer converger la grandeza de lo que como potencial, aún conserva la totalidad de lo que está llamado a ser.

Y Félix Mendelssohn-Bartholdy lo supo siempre. Por eso cuando el 11 de marzo de 1829 contando a la sazón con veinte años se atreve a dirigir La Pasión según San Mateo en un concierto que ha pasado a la historia toda vez que reproduce vivamente los cánones de lo llamado a ser considerado como propio del contexto ateniéndose al cual el propio Johan Sebastian Bach podría reconocer no solo su obra, sino fundamentalmente el contexto destinado a hacerla netamente comprensible; podemos afirmar sin dejar el menor lugar al error que se cierra un ciclo que había comenzado casi trescientos años, en este caso con La Pasión según San Juan.

Estrenada en la jornada de Viernes Santo de 1727, lo que convierte la presente referencia en una mención expresa toda vez que nos faculta para celebrar el 290º aniversario de tal hecho; la obra vino a revolucionar de manera definitiva no solo los cánones musicales determinados a la par que contenidos en los compendios que hasta ese momento cifraban de manera evidente lo llamado a ser una interpretación adecuada, de lo que no. La cuestión parece obvia, y de tratarse de cualquier otra obra el comentario no pasaría a mayores, pero hemos de tener en cuenta que no estamos hablando de una obra cualquiera, estamos hablando de una Pasión, y ni siquiera de una pasión cualquiera, sino de la Pasión según San Mateo: llamada genéricamente La Pasión, y reconocida por el propio compositor como Mi Gran Pasión.

Muchos son los condicionantes llamados a influir notoriamente en el devenir de un compositor tras la composición de una Pasión. No en vano la decisión que lleva a un compositor a embarcarse en tamaño proceso ha de tener sus causas en el pasado, a la par que dispone las consecuencias en el futuro. Solo un compositor con pasado puede tomarse en serio a sí mismo hasta el punto de creer que merece postergar su recuerdo en el futuro; y una Pasión es la mejor manera de hacerlo. Eso es algo que incluso BACH sabía, y en el fondo creo que es donde hemos de empezar a buscar si estamos convencidos de querer saber qué indujo al músico de Eisenach a enrolarse en lo que metafóricamente puede considerarse una expedición destinada a buscar los más recónditos paisajes. Una expedición llamada a transformarse en reconocimiento si se ve coronada con el éxito; pero que como ocurre siempre con el fracaso puede condenarte al más terrible de los desasosiegos si no brilla el norte en tu rumbo.

No es el fenómeno de La Pasión algo inventado por o para nuestro compositor. De hecho, tenemos registradas pasiones desde el Siglo XV. Muchos son los grandes compositores llamados a tener su gran pasión, e incluso no resulta injusto decir que algunos compositores son tenidos por grandes solo por la capacidad demostrada en lo concerniente a hacer traza solo en su pasión.
Pero todos estos se caracterizan, estribando a la par su gran diferencia con BACH, diferencia que se certifica precisamente a partir de la comprensión de la grandeza de La Pasión según San Mateo, en el hecho de que la obra resulta suficiente para inaugurar un nuevo espacio semántico dentro del género de las pasiones; espacio creado ad hoc para contenerla, y que a día de hoy podemos afirmar que sigue estando ocupado por tantas como una sola obra.

Eran hasta ese momento La Pasión motete y La Pasión responsorio los dos procedimientos llamados a contener todas y cada una de las disposiciones que de una u otra manera albergarían la creación de cualquier obra destinada a convertirse en una Pasión. Aplicando una vez más el contexto como elemento llamado a dispensar en última instancia la carta de valía, podemos afirmar que suficiente era a la hora de contener los conceptos que como método de transmisión de creencias (lo que en definitiva era toda vez que se hallaba dentro del fenómeno religioso) los cuales transmitía con gran eficacia como prueba el éxito obtenido por otras que sí se ubicaban en los parámetros antes referidos, tales como la propia escrita por el compositor, siguiendo en este caso las palabras del Evangelista Juan.
Sin embargo, los grandes progresos que en el capítulo de orquestación y música instrumental alumbraría el Barroco, no solo no dejaban inmunes a Bach, sino que le disponían para ir más allá, no solo en concepción de música estrictamente orquestal, sino en este caso innovando, al inferir la grandeza de sumergir lo que hasta ese momento habían sido tan solo arias y corales endeblemente zurcidos, dentro de un compendio concebido desde su gestación dentro de un todo en el que la coherencia y la armonía se erigen en canal de conducción de un hecho que si bien está llamado a ser tan solo el medio del que se sirve algo mayor; no es menos cierto que termina por convertirse en algo necesario esto es, en algo provisto por sí mismo de carta de naturaleza.

Porque no en vano La Pasión según San Mateo posee relevancia en sí misma. Una relevancia que afortunadamente fue vista por Mendelssohn, el cual nos la regaló, haciendo para ello especial hincapié en las peculiaridades que tanto él como su hermana Funny habían encontrado. Unas peculiaridades que van más allá de lo específico, y que se brindan a manifestarse cuando la obra es  contemplada como un todo. Porque ahí es donde radica precisamente no tanto la grandeza, como sí más bien el método más seguro para que ésta no pase desapercibida.
Si hacemos lo que debemos, si nos acercamos a La Pasión según San Mateo de manera coherente a como BACH la consolidó (pues en este caso se trata de algo más grande que una composición normal); tal y como Mendelssohn nos la recuperó, descubriremos una obra llamada a su vez a descubrir a los hombres; pues si tal y como Nietzsche dijo en lo concerniente a mirar en el abismo, puede darse la circunstancia de que el abismo también mire dentro del Hombre.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.




sábado, 1 de abril de 2017

GOYA: DE CUANDO “LO NEGRO” ESCONDE EN REALIDAD “UNA CLARA VISIÓN DE LA REALIDAD”.

Instalados prematuramente en la falacia, presos cuando no de un mundo, sí tal vez de una mera interpretación de éste que, no por mundana es capaz de ocultar lo cetrino de un ambiente conformado a imagen y semejanza de lo pútrido de las almas de los llamados a ser sus propios; es cuando con mayor exigencia ha de hacerse a lo que llamamos responsabilidad, en aras de que de ella, o cuando menos a partir de la interpretación que de ella podamos llevar a cabo, surjan los resquicios de un pasado al cual seamos capaces de aferrarnos, si no para salvarnos, sí cuando menos para rescatar los restos de una España que como tantas otras veces estaba llamada a ser, pero lamentablemente no pudo ser, y cuyo recuerdo es en realidad mucho más importante de lo que podemos llegar a intuir en tanto que, como suele ocurrir en más ocasiones de las que la prudencia indica como adecuadas, lo que creímos olvidado se erige en realidad como el flamante origen de nuestro presente.

Bien pudiera ser que la que estaba llamada a ser La España de Goya, no fuese en realidad, si quiera a priori, una España mejor o peor, llena como es de esperar, de españoles mejores y peores. Mas esa sensación se desmorona cuando constatamos que esa España, la que esta condenada a ser reconocida y nefastamente etiquetada como La España de Carlos III es en realidad la España de BOCCHERINI, de JOVELLANOS, y por supuesto la del propio GOYA. No en vano, y aunque solo sea por efecto acumulativo, la sola mención de tanto fenómeno acumulado, quién sabe si a título de correlato, o más como causa, ha de servir cuando menos para dar por sentado que algo enorme tiene que estar a punto de ocurrir. ¿O sería más acertado decir que de estallar?

Porque una vez más eso y nada más que eso fue lo que le ocurrió a España. Una vez más su incapacidad, tantas y tantas veces consolidada a la par que descrita bajo en consolidado argumento de El Trauma Español, se dispone a hacer acto de presencia en aras no tanto de impedir que la Historia siga su curso (lo que en este caso se materializaría obligando a nuestro país a ocupar su sitio, habiendo con ello de asumir sus responsabilidades), sino más bien disponiendo las bazas para que la última partida se lleve a cabo, una partida diseñada para que por una vez, quién sabe si por una única vez, no sea la falta de resuello o de capacidad la que provoque el conocido desenlace.

Es la España de la segunda mitad del XVIII una España rica. Por primera vez verdaderamente rica, ya que a la grandeza cuantitativa tantas veces desentrañada, y que como siempre se hace palpable a través del Erario Público, procede en este caso la riqueza de fuentes mucho más difíciles de desentrañar, toda vez que las mismas, tanto las fuentes como por supuesto las riquezas se hallan en este caso tamizadas por el filtro de un elemento mucho más tendente a lo conceptual y a la sazón contemplativo, que a lo mesurable en tanto que sometible a los impropios de la fuerza bruta.

Es la España de Goya por primera vez una España competente para con las obligaciones que su época habría de disponer. Una España responsable para con su presente, capaz de dirimir las coyunturas del llamado a ser su momento, edificando en torno a las conclusiones que de tal proceder pudieran derivarse, el cúmulo de realidad llamado a erigirse en el compendio de su futuro.
Pero de nuevo, una vez más, tal compendio decide tenderse oscuro. España renuncia una vez más al cumplimiento de sus obligaciones, unas obligaciones que, de haberse tornado en pos de la satisfacción de las necesidades propias (las cuales una y cien veces antes fueron olvidadas), de nadie en justicia habrían llamado a devanar en recriminación; pero que como corresponde con todo viejo héroe, ya sea la procedencia de éste mítica o no, decide postergar su satisfacción real a la potencial de los llamados a ser considerados sus protegidos, termina por arrojarse voluntariamente a las llamas de la hoguera una y cien veces erigida (unas veces por sus enemigos, otras consciente o inconscientemente por ella misma).

Tenemos entonces que muy probablemente el negro, aspecto que no color en el que Goya se mostrara tan pródigo, incurra en una suerte de representación llamada en este caso a trascender los propios paradigmas del hecho pictórico como tal considerado, para acabar consolidando una suerte de consideración pésima en torno de la cual el maestro no escatima en recursos a la hora de iniciar un periplo destinado no tanto a representar su pasado, ni siquiera su presente, sino que muy probablemente el uso que de la oscuridad lleva a cabo Goya no está destinado sino a anticipar de manera sublime lo que según su percepción habrá de ser la cotidianeidad desde la que su/nuestro país habrá de tomar decisiones cuya validez no se percibe tanto en tono de presente, como sí más bien de futuro.

Se sabe Goya rodeado de un bagaje cuya contrastada calidad pocas veces tuvo y probablemente habrá de tener su/nuestra España. Un bagaje que tal y como se desprende de la lectura de la Historia, habrá de consolidarse causa suficiente de ruina, no solo de sus componentes, sino del país en sí mismo. Goya sabe que una vez más, la necesidad del drama español ha de llevar a su/nuestro país a su enésima cita con el desastre. Pero también sabe, o si no lo sabe, lo deduce, que la sola mención de los entes llamados a participar en este caso de la partida presagia un colapso de tal magnitud que el desastre asociado bien puede acabar con el país entero, pues las consecuencias del mismo habrán de extenderse de forma inequívoca a lo largo del tiempo y cómo no, del espacio.

Tal es el drama en el que se desarrollan Goya y la España que le es propia. Una España en la que los ecos de la Ilustración, síntoma de alegría en otros territorios, bien pueden tornar las risas en llanto de desencadenarse como tal en nuestro territorio. Un territorio que, al contrario de lo que resulta propio en aquellos terrenos del norte de Europa en los que lo yermo del terreno va asociado al tratamiento como de baldío; explica aquí su incapacidad de producir nada más y nada menos que en el agotamiento propio de la tierra que ha sido sobre-explotada. Como la árida ubre de la madre que, reseca solo puede castigar a su bebé con el tacto desértico de la esperanza suplida reflejada en la definición propia de lo estéril; España no da para más, y por ello la habitual conciencia que otrora llenaba los caminos de mujeres y hombres llamados a celebrar con júbilo la llegada del progreso; apenas da para enviar plañideras a los cruces y posadas donde de perseverar, La Ilustración habrá de hacer parada y fonda.

Esta es la España que vio Jovellanos. Esta es la España que pintó Goya. Una España de eternas contradicciones, las cuales en el caso de proceder de la interpretación del pasado convertían a la Historia en responsable, y de las que tan acertadamente se ocupó el propio Jovellanos; pero que en el peor de los casos extendían la desgracia hacia delante toda vez que ubicaban en el futuro no ya la causa de los desmanes, sino la esperanza de la superación de los mismos, siendo Goya el artífice de los mismos.

Pero Goya lo ve claro, Y por eso nos hace a todos partícipes de su pesimismo. Un pesimismo que está ahí, a la vista de todos (de todo el que tenga la valentía de asumir no tanto su presencia, como sí más bien la trascendencia del mensaje que lleva implícito).
Se trata de un mensaje claro, trasparente y sin doblez. Un mensaje llamado a unir tal vez como nadie antes y nadie después será capaz de volver a hacerlo: la certeza de que el éxito a futuro de nuestro proyecto depende de la responsabilidad con la que en nuestro presente seamos capaces de desenvolvernos.

Pero Goya sabía. Jovellanos…sabía. Ambos, por no decir todos, conocían el gran mal del que adolecía su/nuestro país. Un mal terrible, como prueba el largo tránsito desarrollado por las épocas llamadas a sufrirlo. Un mal endémico, como prueba el hecho de que su diagnóstico es preciso toda vez que del mismo se adolece en tanto que tal es decir, por ser España. Un mal misterioso, pues como ocurre con el tiempo cuando es considerado como magnitud, su existencia solo se intuye, o a lo sumo se deduce a la vista de los efectos que en su derredor causa.

Pinta así pues como nadie Goya, sobre todo porque pinta una España que solo él se atreve a representar, por más que todos la puedan ver. Es con ello doble su virtud, pues no solo se atreve a desvelar el mal que a título de presente aqueja ya con gravedad al enfermo, sino que pone de manifiesto con precisión no de artista sino de cirujano el torrente de males que de perseverar en la indolencia llegarán a aquejar al enfermo. Males llamados en unos casos a incrementar la gravedad de dolencias ya atribuibles como clásicas en unos casos, pero que bien podrían erigirse en novedosas en aquellos casos en los que el abandono de la senada conocida llevara a algún intrépido a aventurarse en busca de quién sabe qué.

Resulta pues que el periplo de Goya, del que como en el caso de un capitán de barco son sus pinturas reflejo como de éste podría serlo su Cuaderno de Bitácora; consiste en un ejercicio llamado a guardar contribución a la consabida virtud de la que se erige en tema la responsabilidad, y que transita por los pasos del que conociendo a los demás, básicamente porque se conoce a sí mismo, decide que es demasiado tarde para salvar a sus contemporáneos, si bien un último esfuerzo llamado a salvar a los que habrán de plagar el llamado a ser considerado como su futuro, bien puede merecer la pena.

Por eso que la pintura de Goya no solo no envejece, sino que el paso de los decenios, lejos de restarle brillo, siempre aporta algún asunto digno de ser reconsiderado.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.