sábado, 29 de diciembre de 2012

DEL UNIVERSO STRAUSS. DEL ROMANTICISMO TARDÍO A LA MÚSICA COMO NEGOCIO


Llegados estos momentos, en los que tal y como ocurre con algunas de las más insignes figuras de nuestro panorama político “uno no sabe muy bien si sube, o si baja” es cuando de verdad más se agradece la presencia de elementos faros, es decir, de alguna realidad que nos permita ser capaces de aventurar sin riesgos la certeza de que alguna rutina permanecerá, aunque para nuestra desgracia todo lo demás se vaya desmoronando a nuestro alrededor.

Rutinas, seguridades, en una palabra, tranquilidad. Y pocas cosas son más seguras, a estas alturas del drama, como las que proceden de saber que un año más, nos levantaremos el Día de Año Nuevo buscando los tradicionales Saltos de Esquí, y meciendo los últimos ardores del cava al ritmo de las Polcas y los Valses de la Familia Strauss, interpretados por la Orquesta Sinfónica de Viena.

Constituye la Saga Strauss uno de esos casos en los que todos los miembros de la familia desarrollan de manera activa la labor musical, centrándose además en los mismos conceptos, llegando en este caso incluso a competir en tiempo y forma.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, el concepto competición ha de ser entendido en toda su extensión, o mejor dicho en la más amplia acepción de la palabra.

Los Strauss vienen en realidad a ocupar todo el siglo XIX. Desde el nacimiento en 1804 del que será Johann STRAUSS padre, hasta la muerte en 1916 del último de los hermanos, Eduard, los STRAUSS desarrollarán una más que intensa carrera musical en la que se entremezclarán los intereses musicales, con las pretensiones pseudo nacionalistas, aderezado todo ello con una marcada confrontación familiar, que alcanzará su clímax en torno a 1845, cuando los STRAUSS padre e hijo rompen relaciones definitivamente.

Y en medio de todo esto, el Vals. Muy conocido en la Viena Imperial, el vals es en realidad una manifestación neta y absolutamente popular. Se trata más bien de una danza, con las connotaciones que ello puede apostar. Literalmente es una recreación musical destinada a ser interpretada en un contexto determinado. Todo lo cual fluye para que inexorablemente, se convierta en una herramienta de comunicación certera en una Europa que se encuentra en un estado de efervescencia tal, que igualmente se dispone a enardecer y a enardecerse con una aportación más.

Con todo ello, la apuesta que STRAUSS hijo hace por este estilo, encuentra rápidamente no sólo el éxito más sorprendente, sino que igualmente se pondrá a su servicio como el caballo de batalla desde el cual desarrollar la a estas alturas ya encarnizada lucha en la que ha degenerado la relación con su padre, el cual, si bien en un principio argumentaba su descontento con que su hijo siguiera su misma carrera en las dificultades que lleva aparejada la vida del músico; acabará reconociendo finalmente que la mejor comprensión que por parte del hijo se lleva a cabo del contexto situacional del mediados del siglo XIX, le hace temerle como a un rival soberbio.

Mas llegados a este momento, los STRAUSS ya tienen claro tanto el que se encuentran en disposición de vivir de la Música en el sentido más comercial de la expresión, como que lo harán de la manera más separada posible, lo que incluye no disimular su malestar, llegando a protagonizar enfrentamientos públicos.
Para comprender el Universo STRAUSS tal y como se va configurando, hemos de conciliar la imagen de una Viena que, a lo largo del siglo XIX ha de conciliar visiones contrarias de su propia realidad nacional.
Por un lado, los que siguen viendo en el Sacro Imperio Romano-Germánico la sensación de cálido protector, buscarán con fervor y abiertamente la interpolación respecto de la Alemania Imperial de Bismarck. Por otro lado, los que anhelan la libertad, ven en los coeficientes románticos de la Revolución, la posibilidad de argumentar definitivamente su independencia.

Y entonces, los Strauss, y el Vals. La evolución del Vals, y en especial su triunfo, hay que buscarlo a priori en la rápida aceptación que el baile tiene entre las clases populares. Se trata como he dicho de una danza. Pero es en realidad su danza. Uno de los pocos atisbos que tiene la incipiente sociedad austriaca para decir que algo les pertenece de manera neta, y casi absoluta.
Esto no significa decir que el vals sea una estructura específica austriaca. Polonia, Rusia, y otros integrantes de la cornisa eslovena poseen importantes ejemplos con los que la obra se regocija. Sin embargo no es menos cierto que será fundamentalmente en la Austria del XIX donde el baile se regocije, tanto en su ejecución, como en los componentes con los que se le dota. Y los mayores artífices de tales aditamentos serán, sin duda alguna, los Strauss.

Y de la mano del éxito, el salto no tanto en este caso  a la fama, como sí a la popularidad.

Se trata en definitiva de Música de Baile, sin que tal apóstrofe constituya para nada un reduccionismo, ni nada semejante. El Vals y los Strauss proporcionarán a la gente aquello que en última instancia demandan, cual es diversión, y sobre todo un elemento que les permita divertirse en la más amplia acepción de la palabra, con la Música como argumento. En otras terminologías, nos encontraríamos ante lo que hoy denominaríamos Música de consumo.

Y como tal música, se toca en salas de fiesta, o de baile. Salas que pronto estarán monopolizadas por los propios Strauss.

Tenemos así todos los ingredientes para conformar el cóctel destinado a sembrar la llama del éxito. Sin embargo, viendo la naturaleza de los mismos, todo parece indicar que éste ha de ser inevitablemente efímero.
Habrá que buscar en el esfuerzo de Klemens KRAUUS, y en el importante trabajo que se hace desde 1929 con la Orquesta Filarmónica de Viena, el motivo fundamental por el que, un año más, daremos la bienvenida al Año Nuevo con el Tradicional Concierto desde Viena, con el Danubio Azul y, cómo no, con la Marcha Radetzky. De STRAUSS…PADRE.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 22 de diciembre de 2012

DE LA NAVIDAD, LA RELIGIÓN, Y DE OTRAS PERVERSIONES ASOCIADAS.


Arrancar la presente afirmando que la Navidad, comenzando por la mera esencia que se refleja en la fecha, es en realidad una falacia encaminada a conseguir, mediante el ardimiento y la perversión un efecto ilusorio, deslumbrante, digna del mejor de los directores de Publicidad de cualquier cadena de grandes almacenes de los que pululan por nuestra escena; no supondría en realidad nada nuevo, de hecho no constituiría desde luego un arranque digno, ni de ocupar este espacio, ni desde luego, esta fecha.
Sin embargo, decir tal día como hoy, inmersos como estamos ya en las estribaciones de los ascensos que sin duda desembocarán en los excesos de la cena del próximo día veinticuatro, que toda la parafernalia religiosa que en definitiva alimenta en mayor medida los actuales procederes absolutistas de la sacrosanta y todopoderosa Iglesia Cristiana, se sustentan en realidad en una falacia ideológica de la que tal institución no fue sino el catalizador, de una de las más interesantes manipulaciones ideológicas de las que la Historia ha sido testigo; sin duda sí que puede consolidar un comentario que haga aumentar exponencialmente el coeficiente de atención que a partir de este instante la dediquemos al asunto.

Decir que desde sus comienzos, la Iglesia Católica ha estado siempre emparentada de mejor o peor manera con el poder, puede en realidad ser no decir mucho. Sin embargo, si de nuevo añadimos el detalle según el cual la captación de riquezas que la institución lleva a cabo tiene su apogeo a mediados y a finales del siglo IV, coincidiendo irrefutablemente con la entrada en pleno vigor del mal llamado Edicto de Milán, del año 313, bien puede comenzar a aclarar muchas de las ideas tanto de las que  se han desarrollado hasta el momento, como por supuesto de las que surjan a partir de ahora.

A finales del siglo III de nuestra Era, el Imperio Romano aparece claramente inmerso en un proceso de complejidad tal, que las consecuencias directas que se pueden observar de mantenerse el desarrollo natural de los acontecimientos, bien puede desembocar en la irrefutable desaparición del mismo.
En contra de lo que ha ocurrido hasta el momento, en el que la sucesión de sucesos fragmentarios siempre ha parecido que seguían una especie de orden, esto es, las crisis cuyo origen se encontraba en causas internas, no se mezclaban con otras cuya índole se encontraba en el exterior; parece haber desaparecido definitivamente.
Así, a las amenazas externas de bárbaros centrados en los alamanes y visigodos del norte, y a la sempiterna amenaza persa del este, se une ahora de manera original y tal vez por ello más peligrosa si cabe, la acción destructiva de las disensiones internas. Septimia Zenobia se ha ungido dueña y señora del Imperio Oriental, y casi a la par, las desconocidas revoluciones de la chusma, en base a los alzamientos de los bagaudas, o clase baja agrónoma, amenazan no ya con debilitar, sino con arrojar a una franca crisis de estabilidad a todo el Imperio.

Sin embargo, lo peor a lo que tiene que enfrentarse Diocleciano es en realidad a la no amenaza, sino clara realidad de la fragmentación ideológica. Paganos de toda clase, ya sean politeístas o monoteístas. Los maniqueístas, cercanos por estructura a la clase dirigente en Persia, los judíos…y de fondo, los todavía escasos cristianos.
Todos ellos constituyen en realidad, una masa carente de entidad identitaria Curiosamente, semejante hecho constituye en realidad el motivo de su supervivencia en último caso ya que, de haber sido de otra manera, el Imperio ya hubiera tenido que arbitrar medios para su control, y la experiencia con anteriores circunstancias bien nos lleva a poder anticipar de antemano el sentido por el que podrían haber transitado tales medidas.

Con todo ello, los emperadores Lyrios habían ido conjugando una tras otra todas las crisis que se les habían presentado, desarrollando un apolítica cercana a la elección del menor de los males, destacando así por ejemplo la pérdida de la Dacia Transdanubiana. Sin embargo el Lyrio que hoy nos interesa, Constantino, había irrefutablemente de tomar medidas encaminadas no a incrementar la superficie del Imperio, o ni tan siquiera el poder subsidiariamente vinculado a tal hecho. Constantino se veía obligado, nada más y nada menos que a asegurarse de que el Imperio no entraba bajo su mandato en la que probablemente se convertiría en la última de sus crisis.

Era imprescindible pues, la adopción de medidas tan drásticas como innovadoras. De nuevo el efectismo había de ser el reclamo. Había que recuperar entre los súbditos la sacrosanta certeza de que no sólo todo estaba absolutamente bajo control, sino que siempre sería así.

Pone entonces en marcha Diocleciano una serie de reformas de la estructura administrativa del Imperio, que disfrazadas de acciones relacionadas con la Hacienda, (curioso, los impuestos, siempre tan ligados a la tradición cristiana) esconden en realidad profundos cambios en la fisonomía del Imperio. Agrupa varias provincias en una diócesis, y priva de mando sobre las legiones a los gobernadores de provincia, complicando así las intrincadas revoluciones militares.
Pone en marcha así mismo una política de apoyo al más desheredado, que además de convertirse en el hecho más conocido de su mandato, le asegurará la adhesión de la que es sin duda la clase social más abundante en cualquier momento histórico, y Roma no va a ser una excepción.

Sin embargo, la reforma más importante e interesante para nuestros intereses es la que modifica y asienta de manera aparentemente definitiva los procedimientos de sucesión. Surgen las figuras de los Augustos, emperadores, y de los Césares, sobre los que recaerá con el tiempo la misión de gobierno, hecho éste por el que serán preparados para tal hecho. Se pone así fin, al menos en apariencia, a las tentaciones de las confabulaciones y los asesinatos.
El procedimiento de Tetrarquias, vino en principio a constituir un protocolo severo al que recurrir en el momento de la siempre traumática sucesión. Sin embargo pronto demostró que no era infalible, ni mucho menos perfecto. Así, en el año 305, el propio Diocleciano, ya Augusto, hubo de abdicar, junto a su simétrico en el otro ala del imperio, Maximiano.

Acceden pues al poder Constancio y Galerio, que lo hace para Oriente. Aparece entonces en escena Constantino, hijo de Constancio el cual morirá en batalla en Eburacum, la actual York, habiendo de ser Constantino, ya elegido César, quien acceda al rango de Augusto y al subsiguiente poder.

Mas su ascenso no había sido del todo certero para con las disposiciones dictadas al efecto. Por ello, habrá de preocuparse de manera inmediata de la adopción de cuantas medidas sean suficientes como para garantizar una estabilidad lógicamente amenazada.
Procederá así con un radical reforzamiento del ejército, que tendrá su contraprestación en las fulgurantes victorias en las fronteras del norte, contra francos y alamanes.

Sin embargo, las tensiones internas, como siempre las más difíciles de descubrir, y por ende de refutar, llevaron al otrora Augusto Constantino, a tener que enfrentarse al otro Augusto más capacitado, a saber Licinio.

Ambos se reunirán en Milán, en el año 313. De la mencionada reunión, se extraerán una serie de conclusiones, documentadas entre otros por Lactancio, de las que fundamentalmente se concibe de manera exhaustiva la existencia de un claro peligro interior, la fragmentación de origen ideario, que necesita una rápida solución, la cual ha de ser evidentemente inapelable.

Entran entonces en escena los cristianos. Perseguidos en mayor o menor medida, es sobre todo en torno al 303 cuando la misma arrecia.
Es el grupo de los cristianos una entidad peligrosa no por su condición de culto oriental, como tanto por la excesiva velocidad a la que se extiende. Así, de los 120 que componen su origen según Hechos de los Apóstoles 1, 14, han crecido al ritmo de un 40% por década, de manera que en los trescientos años de existencia, han alcanzado a ser religión del 15% de la población de un Imperio Romano que se cifra en el orden de los 62 millones de habitantes.
Así, el mal llamado Edicto de Milán no constituye una necesidad del Emperador de resarcir a los cristianos por las persecuciones o por los mártires, exiguos y escasos en realidad. Todo procede en realidad, de un  proceso sabiamente urdido en el que ambas partes ganan. Constantino se asegura el apoyo de una clase emergente muy poderosa, tanto en número como en poder económico (los cristianos desde el principio entendieron y desarrollaron la labor de la danatio como obligación de procedimiento suscrita al dogma) de manera que la generositiad una de las hegemonías supuestamente atribuidas al Imperio, se cumplía, si bien en este caso de manera distinta a como en un principio había sido concebida. De esta manera, el poder económico crece muy deprisa, de manera que la Iglesia surgente acumulará en los dos primeros siglos de existencia la mayoría de sus actuales posesiones en la tierra.
A cambio, los cristianos se garantizan una participación realmente considerable en el banquete que se oficiará a partir de los despojos que se vayan haciendo paulatinamente, a medida que el resto de religiones y creencias, politeístas y monoteístas que conforman el escenario religioso y de creencia del Imperio, se vayan viniendo abajo.

Es así que, de una manipulación interesada pero fundamental, El Edicto de Milán nunca supuso la aceptación del cristianismo como religión oficial del Imperio, sino que únicamente reconoció la independencia individual de cada uno a la hora de elegir creencia: Que desde ahora, todos los que desean observar la religión de los cristianos lo puedan hacer libremente y sin obstáculos…” Pasamos a un proceso que en realidad tiene su origen en la publicación del Edicto de Galerio, 30 de abril de 311, en el que la libertad de religión es un gesto de benevolencia, una especie de acción de filantropía destinada, como todas éstas, no a satisfacer de manera ficticia la creencia del que la recibe, sino a agrandar la brecha existente entre éste, y el benefactor, en tanto que se yergue como manifestación eternamente perceptible de las diferencias existentes entre ambos.

Y a partir de ahí, al resto de manipulaciones. Desde el trasiego de la fecha del nacimiento de Cristo, pasándola de los idus de marzo, a las calendas de diciembre. Todo ello para que coincida con la ceremonia pagana del solsticio de invierno. Y la concordancia de llevar al domingo las celebraciones destinadas al dios sol, etc.
La esencia es clara y definitiva, y tiene su salvaguarda definitiva a la muerte del propio Constantino. Cuando sus herederos, Constante  y Constancio proclaman la Ley CTH XVI, 10.2 que ordena abolir la locura fr los sacrificios, con lo que ahora los perseguidos, y con saña, serán los paganos.

El camino queda así definitivamente llano, para que en el 380 ahora sí, Teodosio legisle en pos de convertir el Cristianismo en la Religio Civita del Imperio.

A propósito, Constantino no llegó nunca a convertirse.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 15 de diciembre de 2012

ISABEL DE CASTILLA, DEL PACTO DE LOS TOROS DE GUISANDO, A SU CITA CON LA HISTORIA.


No será simple redundancia, y de ello nos haremos en todo caso responsable a lo largo de las siguientes líneas, si venimos una vez más a decir que la Historia de España, es sin duda alguna una de las más espectaculares del mundo, y sin duda de las más impactantes de Europa.
Y mucho más impactante si cabe, cuando nos permitimos el lujo de resaltar que, en este caso, los acontecimientos más importantes y destacables, proceden al contrario de lo que sucede en otros países, de la acción organizada de grandes hombres y mujeres los cuales, dando muestra unas veces de un valor sin parangón, y otras de un ingenio difícilmente comprensible, se permiten no obstante no solo pasar a la Historia, sino en la mayoría de los casos cambiarla, convirtiendo su vida en algo único, en algo grande, asegurándose la certeza de que su nombre perdurará por encima de los tiempos, en tanto que muchas veces éste escribe sus líneas gracias a los considerandos que ellos dejaron plasmados.

Es además un hecho constatable, el que la Historia y el Tiempo, como máxima asociada, se perciben en relación de contrastes esto es, en base al efecto que la comparación desde el pasado, se produce para con los hechos del presente. Y como, hoy por hoy, el presente no resulta con mucho nada alentador, es por ello que tal vez, figuras como la que traemos hoy a colación, parecen incrementar todavía más si cabe su propia leyenda, toda vez que la decrepitud moral existente, viene a redundar en la necesidad perentoria no ya de recuperar las escenas propias de personas como ella, aunque sí de comprender que el contexto histórico en el que en definitiva tuvieron lugar sus actos, sigue conservando cuando menos, su esencia.

Es así que Isabel I de Castilla constituye por sí misma, todo un modelo digno no ya sólo de análisis, cuando sobre todo de franca admiración.
Mujer en un mundo de Hombres, Isabel de Trastámara fue capaz de unificar en torno de sí y de su figura, toda una serie de variables históricas, humanas, políticas e incluso estructurales, las cuales, por diversos motivos, se hallaban netamente dispersas, mediante la implantación en algunos casos de relaciones y limitaciones las cuales, francamente, parecían hacer imposible el menor atisbo de redefinición, y mucho menos para una mujer, por mucho que ésta fuera aspirante a reina, o en último caso reina verdaderamente.

Resulta por ello más que un mero hecho anecdótico, y por ello hemos de proceder ya con su entrada en el sistema de variables que estamos componiendo, precisamente el hecho de que se tratara de una mujer. En un país, cuando no en un agrupamiento de reinos cristianos, que probablemente  constituyera la acepción más acertada de cara a describir los designios de la por aquellos entonces aún inexistente España, es probable que aprovechando la acción del tiempo transcurrido, y sin abusar de la perspectiva, no fuera injusto decir que ése fuera precisamente uno de los aspectos que acabó jugando a su favor. Precisamente el hecho de ser mujer, con todo lo que ello conlleva, máxime a la hora de establecer los preceptos y procedimientos, cuando éstos así como sus procederes, están exclusivamente ligados al mundo de los hombres.

Lejos de perdernos en devaneos excesivos procedentes de elucubraciones en torno a su vida previa a la firma de Los Pactos de los Toros de Guisando, momento a partir del cual la idea de que pueda llegar a ser Reina de Castilla comienza a tomar forma; podemos decir que la vida de Isabel transcurría por unos derroteros que no podían hacer presagiar la tormenta diplomática, política y de condición que su coronación, acontecida un 13 de diciembre de 1474, en Segovia, acabarían consolidando. Bien es cierto que desde el principio, y en sus primeros años, manifestó ser dueña de un carácter no tanto indómito como arrollador, especial, iracundo, sensible, innovador, y propenso al cambio, pero sin denostar por supuesto el valor de la tradición. Todo un canto al espíritu de la contradicción. Una mujer vamos.

Los largos años de infancia y juventud, acaecidos estos bajo la doble y complicada sombra de los dos hombres en esta época fundamentales, su Rey Enrique IV por un lado, hermano por parte de padre,  y su hermano y a priori heredero al trono, Alfonso; debieron de constituir sin duda alguna unos años de muda tristeza y desolación destinados, en cualquier caso, a formalizar en Isabel unas condiciones morales y conceptuales propias de una personalidad tan elevada y complicada como la que la Historia nos ha regalado y descrito.

Mujer de tan excelsas como intensa convicciones, lo poco probable de su final ascenso al trono, hace converger en torno de ella una forma de vida en la que la mezcla de grandes libertades, como la acción de una ferviente religión, procedente sobre todo de los procederes, casi enfermizos de su madre Isabel de Ivoiz, terminan por consolidar en Isabel una visión de la Religión, y en especial de su vínculo para con la vivencia de Dios, tan innovador como el resto de comportamientos que ésta experimenta.

Pero volviendo y centrándonos en asunto más mundanos a la par que terrenales, la muerte en extrañas circunstancias de su hermano Alfonso (ningún médico constata oficialmente que la causa de la muerte sea la buscada peste), acelera los acontecimientos todo ello en pos de la nueva carrera sucesoria que se desata en base a los acontecimientos que rodean a la concepción de su sobrina Juana, a la sazón La Beltraneja, toda vez que las acciones del Displásico Eunucoide Enrique IV, no podían de por sí garantizar lo natural de la concepción, hecho éste imprescindible para la natural y correcta labor de sucesión.

La negativa a reconocer a Juana como legítima hija de Enrique IV, impulsadas sobre todo por Pedro PACHECO, gran valido del Rey, desde que el antes de caer en desgracia D. Álvaro de Luna hiciera ascender en la Corte desde mero lacayo, hasta consejero primero del padre de Isabel, el monarca Juan II, hasta luego el propio Enrique; desemboca en la crisis que pone de mano el enfrentamiento sucesorio que ve finalizar su primer asalto con la firma del Pacto de Guisando ya comentado.

Sin embargo este tratado tiene unas consecuencias aparentemente no provocadas, cuales son el exceso de confianza que finalmente termina por envolver a una todavía joven aunque ya Princesa de Asturias, que verdaderamente comienza ya a verse como Reina de Castilla.
Tales actos irán convergiendo en un paulatino aunque constante abandono de los vínculos de aceptación y dominio que hasta el momento había mantenido, quién sabe si por guardar las formas, con hombres tan potentes como el propio Arzobispo de Toledo, cuando no el propio PACHECO. Y no volverá a permitir semejantes relaciones hasta que conoce al que habría de ser su marido, Fernando de Aragón, del cual, en contra de lo que solía ocurrir en la época, se enamora fervientemente desde el momento en el que se ven, y eso que había estado prometida con el mismo desde que había cumplido los tres años.

Se casan el 19 de octubre de 1469, pero no será hasta el uno de diciembre de 1471 cuando a través de la mediación de CARRILLO Arzobispo de Toledo, el matrimonio alcance plena vigencia. Con ello, el conato de unión de los reinos, instigado a priori como una forma de constatación de los efectos de las presiones de reinos como Francia y Portugal, sobre las fronteras de Aragón y Castilla respectivamente, terminen por convertirse en el ejercicio de unificación en torno de la futura España, a lo que tenderá con creces su nieto y sucesor, Carlos I, en la búsqueda que éste emprenderá por la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.

Y de ahí, a la bula sit convenit, promulgada por Alejandro Vi, en 1496, que dotaba tanto a ella como a su marido, del sobrenombre de “Reyes Católicos”, lo que les convertía en defensores y precursores de la Fe.
El descubrimiento de América, la Conquista de Granada, la expulsión de los judíos, y un largo etcétera que hacen que su leyenda crezca y crezca sin parar, como una de las grandes figuras de la Historia de España.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 8 de diciembre de 2012

DE CONSTITUCIONES, PACHANGAS, Y OTRAS CERTEZAS.


Poco a poco, dejo que el lento transitar de el Tiempo, reflejado en este caso en el incesante tintineo que el paso de los días refleja, me instruya, a golpe de experiencia, en la insuficiente condición destinada a ser capaz de identificar, aún cuando es poco menos que un murmullo que no llega ni a rumor, sobre las causas de lo que, a todas luces es ya una manifiesta certeza. La que procede de saber a todas luces que, algo gordo se está preparando.

Dejo como digo pasar los días, antes de poner de manifiesto, para todo aquél que desee, o no, escucharme, de la que para mi es una certeza ineludible. La de estar convencido de que los tiempos que nos ha tocado vivir no son ya tiempos de cambios. En realidad, esos cambios que algunos llevan tiempo pronosticando, están aquí ya.
La prueba, el miedo que, hoy por hoy, ha surgido en ciertos sectores de lo oficialista, Miedo que por otra parte empieza a calar firmemente entre el Pueblo Llano.

La prueba a la que hay que acudir para comprobar, o cuando menos tratar de comprender aquello de lo que estoy hablando, hay que buscarla, de manera curiosa, y un tanto peculiar, no en el futuro, sino en el pasado.

Llegados a estas alturas de celebración del ya tradicional puente de la Constitución, todos teníamos que tener los oídos saciados, y el estómago ahíto, de haber escuchado en todos los medios, por activa y en pasiva, a gritos y susurrada, la otrora necesidad del imperativo cambio al que había de ser sometida nuestra Carta Magna.
Sin embargo, este año, no sólo tales alocuciones, comentarios o cuando menos indirectas no sólo no se han producido, sino que han sido eliminadas de cualquier atisbo de corrección cuando el Sr. Presidente del Gobierno, puso fin a la menor posibilidad de conato de revuelta cuando anunció, de manera concisa que la Constitución no se toca.

Desde este medio, desde hace ya años, venimos defendiendo la actitud que este país tiene frente a su Historia, sus tradiciones y de manera indefectible frente a las responsabilidades que han de ser manifestadas al respecto. Así, acudiendo al modelo quijotesco que por otra parece habitar en todo español, podemos encontrar, en versiones más o menos identificadas, aquéllas que avalan la teoría según la cual, la defensa encendida de una serie de argumentos, sirve en realidad para lograr la imposición real de otros completamente distintos.
Tales hecho, así como la manera de actuar que necesariamente los agrupa, bien podría ser consideraba, una vez se le hubiese dedicado el tiempo adecuado, como propia de un asentir expresamente destinado a obrar con niños, cuando no expresamente de cara a ser interpretado en una escenografía llena de mentes infantiles.

Desde esos considerandos, o más concretamente desde la disponibilidad emocional a la que los mismos nos arrojan, es sin duda desde la que más acertado resultará el comenzar con el análisis de los hechos que han rodeado la celebración, en el presente inmediato, de los treinta y cuatro años que ha cumplido nuestra Carta Magna.
Lejos de entrar, al menos aún, en cuestiones nada más que superficiales, cuando no abiertamente de forma, hemos de advertir la gran diferencia de procedimiento que con respecto a ediciones anteriores, se nota en la forma de proceder, sobre todo de nuestros políticos, respecto de los hechos acaecidos en años anteriores.
En condiciones normales, tal día como hoy, todos los personajes deberían haber desempeñado ya, eso sí, de manera ordenada, sus respectivos papeles. Así:
La Izquierda ya debería haber presentado su catálogo de sugerencias de cara a promover una remodelación ordenada de la Constitución. Sin que tal hecho supusiera, claro está, la consideración de que la misma sea o esté obsoleta.
La Derecha, ya debería haber enunciado su decálogo de congratulación para con la Constitución, destinado a poner de manifiesto los sin duda privilegios que supone contar con un documento por el que no pasan los años.
El Nacionalismo Vasco, debería haber anunciado ya su enésimo cabreo destinado a poner de manifiesto de cara a la galería, su lista de recriminaciones para con el Estado opresor.
El Nacionalismo Catalán, más asertivo y envarado Él, habría propuesto por su parte, una lista de recomendaciones destinadas a priori a hacer más factible el viaje en compañía en el que se encuentran instalados los Pueblos. Español y Catalán.

Sin embargo, este año, nada de esto ha ocurrido, o al menos no con la intensidad con la que, de haberse tratado de un momento común, debería haberse producido.
La causa de tales ausencias: que no está el horno para bollos, o dicho de otra manera, que de haberse producido tal línea de manifestaciones, igual alguno terminaba por tener que comerse en seco sus palabras.

Parafraseando a Julián MARÍAS somos un país de guitarra y pandereta. Si por el contrario preferimos, tal y como es mi caso a PONCELA, terminaremos por aceptar que somos un país virtualmente de traca.
Sea cual sea en cualquier caso nuestra elección, el sentido de la misma  nos llevará, modificando sólo el camino transitado para llegar, a la convicción de que España, lejos de lo que pueda parecer, es un país conformado no a partir de firmes certezas. Más bien al contrario resulta del conglomerado, más o menos ordenado, de un sinfín de potencialidades comúnmente aceptadas, la mayoría de las cuales sólo pueden transigir de la asunción, cuando no de la aceptación ignorante.
A partir de aquí, podemos retomar el hilo conductor anterior en base al cual nuestros dirigentes, o más concretamente aquellos que dirigen a nuestros dirigentes, nos han mantenido durante bastantes años, treinta cuando menos, domesticados hasta el punto de no ser capaces de reconocer la existencia de la correa y el candado, que virtualmente nos cubría.
Y lo más espectacular, sin duda, el método. Convenciéndonos a cada instante de que éramos los más libres, los más independientes, los más autónomos. Éramos, en cualquier caso, libres para irnos cuando lo creyésemos oportuno.
Para ello, qué mejor forma, que escenificar puntualmente, de forma incluso periódica, escenificaciones soeces de tales sentimientos. Así, con motivo de momentos tales como El Día de la Hispanidad, de la Raza, o incluso de la Patria Vasca, se organizan periódicamente pantomimas que cubren dos funciones básicas. Por un lado permiten el desfogue controlado de los más radicales; en tanto que por otro permiten a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado confeccionar un catálogo lo suficientemente argumentado de la existencia de tales elementos. En base a esto, además, según el contexto situacional, se puede permitir, incluso, que tales cuerpos, den alguna lección pública de la que todos, en mayor o menor medida, habremos de tomar nota.

Sin embargo este año es irremediablemente diferente. Así, la intransigencia vasca está, hoy por hoy desactivada. Las elecciones catalanas han dejado fuera de combate al nacionalismo descremado de la Derecha Burguesa Catalana. La Izquierda ha dado a este respecto una muestra más de que ha perdido la brújula.
¿Y La Derecha? Hay amigos, la Derecha en esta ocasión gobierna, de lo cual se extrae la irrefutable condición de que de sus actos, sean éstos los que quiera que sean, se extraerán consecuencias, en forma de responsabilidades.
Responsabilidades que, inevitablemente, se unirán a ese largo historial que ya conforman el catálogo de buenas maneras de gobernar de la Derecha, que está integrado por acciones tales como la sanidad para el que pueda pagársela, educación para hacer señoritos, o la historia de la pensión que será subida, pero no revalorizada.

En cualquier caso, el silencio que en este caso ha rodeado a los actos de conmemoración del 34ª Aniversario de la Carta Magna, constituye al más puro estilo Spain is diferent, la constatación definitiva de que no corren tiempos para andar tocando los huevos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 1 de diciembre de 2012

DE PALACIOS A REALEZAS, PASANDO INDEFECTIBLEMENTE POR LAS RELACIONES DE PODER.


La delirante realidad, amenaza ya con imponerse de manera definitiva. Los viejos cánones resultan ya del todo inútiles de cara a mantener el tedio si no la abulia que hasta ahora se había convertido en el último refugio destinado a albergar las excusas que salvaran la muchas veces incompetente acción de nuestros gobernantes. La crispación comienza a ser evidente, y su presencia entre el gentío constituye, o debería al menos constituir, el asunto central sobre el que tanto los gobernantes, como por supuesto la camarilla que en torno a su hedor pulula; prestaran su máxima atención. Porque bien podríamos decir que su vida, cuando no abiertamente su supervivencia como estructura fundamental, peligran seriamente.

Todo esto, que bien podría venir extractado de cualquier editorial inserta en cualquier periódico fechado hoy, podría, sin ser menos cierta, hallarse implícita en cualquiera de los discursos pre-revolucionarios que desde mediados del Siglo XVIII corrían Europa, desde Los Urales, hasta Punta Tarifa, presagiando el inminente incendio.
La situación es del todo insostenible. La relación entre los estratos sociales, existentes, permanentes, inviolables e inmóviles desde la Edad Media, amenaza no ya con romperse, sino más bien con saltar por los aires, dejando el Sistema desvalido en tanto que la incredulidad con la que al respecto las clases dominantes habían saludado al hecho, se ponía ahora de manifiesto desde la certeza clara de que no existía un plan B. El sempiterno orden social, jamás discutido, y fuertemente consolidado en torno a la franca convicción de que se trataba de uno de los grandes hechos, alejado en consecuencia de toda contingencia, está no ya puesto en entredicho, sino directa e inexcusablemente cuestionado.

La opción pasa inexorable por la anarquía.

Pero procedamos con el debido detenimiento, en lo que sin duda no será una misión inútil por muchas veces que se haya llevado a cabo. Analicemos de nuevo, desde el mayor número de perspectivas que nos sea posible, no tanto la forma mediante la  tenían lugar las relaciones de poder, como el marco general dentro del que éstas se desarrollaban.

Autoridad y Poder son conceptos lo suficientemente analizados. Al meno lo son lo suficiente como para que en el presente espacio no les dediquemos más atención que aquélla que resulta imprescindible para poner de manifiesto uno de los a priori definitivos a la hora de justificar gran parte de los acontecimientos del XVIII pasan por la evolución que sufren no ya los conceptos en tanto que tal, sino más bien el contexto que los rodea, sobre todo a la hora de asignar predominancias y dominios en razón a los mismos.

Concretamente, hacemos alusión velada a la evolución que hechos imprescindibles como la obediencia debida, las vinculaciones para con el señor, o las propias relaciones de vasallaje; experimentarán, consolidando ya de manera efectiva la confirmación a finales de la centuria del mil setecientos, de que inexorablemente, nada volverá a ser igual.

Atendiendo si se quiere a términos pragmáticos, la vida, o más concretamente su organización, era francamente sencilla. Uno manda, y los demás obedecen. Y lo que es mejor, nada ni nadie podía cuestionar tales hechos. Sencillamente, era así, porque siempre había sido así. Era la voluntad de Dios, y si alguien osaba cuestionarlos, ya estaban allí los medios de autoridad para cercenar de raíz cualquier conato de discusión.  Y si estos no eran suficientes, el absolutismo que por excelencia manejaba el brazo terrenal de Dios en la Tierra, se mostraba en sus actuaciones lo suficientemente explícito como para no dejar a nadie indiferente.

Se trata, en definitiva, del perpetuo enfrentamiento dialéctico establecido no ya entre la necesidad de la existencia de los poderes, sino de la procedencia de las causas que justifican y perpetúan tales hechos y sus relaciones consecuentes.
Y la cuestión no es para nada baladí. Estamos poniendo sobre la mesa la constatación de la primera semilla que modificará para siempre la mente de los contemporáneos del XVIII, a partir de la que se generará todo el movimiento revolucionario, del que en consecuencia bebe todo nuestro actual concepto no ya de la Sociedad y sus relaciones, sino en especial de sus justificaciones.

No se trata ni de forma real ni velada, de poner sobre la mesa la discusión de unos condicionantes válidos para justificar, no ahora ni entonces, una anarquía. Se trata sola y únicamente de traer a colación la evolución experimentada por unos conceptos los cuales, como ocurre siempre a lo largo de la Historia, evolucionan, en tanto que ideas, de manera más rápida de la que lo hace la realidad de los hombres a los que supuestamente han de servir, en tanto que de ellos proceden. Y en esa vorágine evolutiva, bien se pueden alcanzar velocidades desenfrenadas, cercanas a la revolución.

La Revolución, Espada de Damocles que pende siempre como concepto fundamental sobre todo intento de analizar no ya el XVIII, sino que crece como apéndice, muchas veces baldío, cada vez que pretendemos sopesar el más mínimo de los detalles que rodean, justifican o concatenan, los acontecimientos que le son propios.
Porque si sometemos lo anterior, al filtro del conocimiento que se produce de la perspectiva que nos da en este caso el saber desde nuestro presente, cómo se desarrollaron los acontecimientos en nuestro pasado, llegaremos sin demasiado esfuerzo a la conclusión de que lo que arrojó a los elementos del XVIII a la revolución no fue la iluminación procedente de reconocer de la nada, la aparición de las verdades que cimentaron la apología del nuevo orden social. Lo que desencadenó la revolución fue el descubrimiento pausado de una serie de concepciones no tanto del mundo, como del propio hombre, que hacían imprescindible la adopción, a ser posible de manera pausada, de una serie de condicionantes que redefinían el nuevo orden. Desde el marco competencial, hasta las relaciones de poder que se cimentaban en ese marco.

Y es en esta nueva realidad, tan ajena en principio al mundo de lo sensible, aunque sus resultados serán rápidamente reconocibles  por los sentidos, donde se librarán los revolucionarios enfrentamientos entre Fe y Razón, destinados a dilucidar en este caso no la existencia de Dios y sus fuerzas, sino el derecho que éste tiene de cara a imponer sus normas a la hora de dilucidar aspectos de carácter en principio terrenales. Aunque no es menos cierto que incluso el cielo tiene sus jerarquías.

Por eso, cuando el uno de diciembre de 1764 Carlos III inaugura el Palacio Real de Madrid, no está inaugurando un edificio. Está asumiendo como propios los principios innovadores de un sistema nuevo, en el que la principal novedad estriba precisamente en la nueva disposición que afecta al orden tanto de los elementos tratados hasta el momento, como de las fuentes de las que los mencionados proceden.

La inauguración del Palacio Real de Madrid, ese uno de diciembre de 1764, constituye la constatación efectiva de la consagración efectiva en España del Despotismo Ilustrado.


En términos muy generales, el Despotismo Ilustrado constituye la aceptación manifiesta por parte de las monarquías, de la realidad ya impuesta según la cual las fuentes categóricas en las que se apoya el poder, no pueden ni deben, salvo que quieran correr el riesgo de desaparecer; de seguir manifestando en la voluntad de Dios, la causa de toda su autoridad
.
De manera muy resumida, se trata de la modificación tácita de los principios que sustentaban el Absolutismo.
Evidentemente, no estamos diciendo que el Absolutismo desapareciera aquí. No sólo no lo hace, sino que sale reforzado. ¿Cómo? Reinventándose. Hasta estos instantes, la vinculación entre Dios, Poder y Monarca era tan evidente, que a nadie en sus cabales se le había ocurrido contemplar un escenario en el que el Rey tuviera no ya que justificar sus decisiones, sino abiertamente argumentarlas. Se trata de la irrupción de la Ciencia en las tareas de Gobierno. La cuestión es si sustituyendo, o complementando, a la Religión.

El motivo de tal hecho hay que buscarlo, evidentemente, en la evolución que la forma de pensar de los hombres, guiados como no podía ser de otra manera por la Filosofía, ha tenido lugar.

Filósofos como ROUSSEAU, HOBBES, LOCKE, etc. Se jactan en activa y por pasiva de lo que a su entender constituye la franca demostración de que, una vez que la ilustración ha permitido al Hombre recuperar su posición en el esquema de las cosas, es de recibo que la Religión, sea definitivamente sustituida de los centros del poder. Y entonces, ¿dónde queda la justificación del poder absoluto del monarca?

Será entonces cuando un viento rejuvenecedor recorra toda Europa, desde España, hasta Rusia. Con el mismo, los últimos retazos de los vínculos divinos entre Rey y Dios, son barridos. El Rey baja del escenario, para aceptar el cargo, casi como lo había hecho en la Edad Media, cuando no era más que uno entre varios.

Sin embargo, es una mera absolución de las penas. Una sustitución de El Rey Sol, por el “Todo para el Pueblo, pero sin el Pueblo.”

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 24 de noviembre de 2012

DE LA MUJER COMO ETERNA FUENTE, (DE DISCUSIONES, DE PROGRESO)


Me enfrento de nuevo a la extraña tesitura que para mi supone el tener que ver cómo aspectos esenciales de la vida, que en principio habrían de resultar incuestionables, necesitan en realidad de la fijación de días especiales que resultan no están para reforzar la autoridad, muchas veces natural del hecho referido. Por el contrario, tal hecho no parece sino poner de manifiesto la paulatina pérdida de actualidad del objeto referido, hasta el punto como digo de hacer no ya necesario, sino imprescindible, la celebración de tales fechas.

Aclarada así ya mi postura de arranque, puede ahora decirme alguien a su vez, de una manera lógica, qué sentido tiene, o más bien cuáles son las implicaciones que en realidad subyacen, al hecho de que necesitemos declarar oficialmente un Día Internacional de la Mujer, o incluso, yendo si cabe más allá, un Día Internacional contra la Violencia de Género.
Que nadie malinterprete mis palabras. De las mismas no ha de concluirse sino mi absoluta convicción de que, al igual que no hace falta reconocer un día internacional del latido del corazón sin que ello signifique menospreciar un hecho natural sin el cual la vida resulta imposible, a mi entender tampoco habría de resultar lógico reseñar los días arriba mencionados, los cuales a mi entender se refieren igualmente a hechos igual de imprescindibles para la vida. Al menos para la vida plena.

¿No será entonces que la necesidad de hacer tales diferenciaciones supone la aceptación explicita de que nuestra sociedad está enferma?

Vivimos un presente complejo. Un presente en el que además, la velocidad a la que los hechos de toda índole transitan, conforman un entramado en el que todo se encuentra relacionado, de una  u otra manera. De esta manera, las contradicciones estructurales que a menudo nos rodean, limitando nuestra manera de pensar, de sentir, y por ende de vivir; no son evidentes, sino más bien inevitables. Así nos encontramos con que la excesiva maquinación en la que hemos convertido nuestra existencia, expulsa fuera de nuestra círculos de pensamientos a realidades que hasta hace no mucho tiempo, constituían elementos que no ofrecían discusión, que no aceptaban réplica. Eran conceptos absolutos, que conformaban de manera evidente no tanto nuestra manera de pensar, como más bien nuestra manera de vivir.

Si dedicamos unos instantes a reflexionar sobre el papel de la Mujer en el Mundo, o en la Historia, más pronto que tarde habremos de asumir que las diferencias que podamos constatar a la hora de valorar las diferencias en la dialéctica Hombre-Mujer, responden, salvando las que procedan de las diferencias objetivas, procedentes éstas de la diferenciación natural; se encuentran cifradas dentro del rango de parámetros propios a lo subjetivo, en tanto que proceden de la interpretación, no ya de la observación científica de los acontecimientos.

Fruto de tal constatación, habremos de comprender la diferenciación, o más concretamente la evolución que la misma ha experimentado, procediendo con una revisión de los tiempos y los marcos que la visión al respecto del papel de la mujer, ha experimentado con el tiempo.

Si nos remitimos a tiempos inmemoriales, esto es, a los previos a la Historia, comprenderemos que es en lo mitológico, donde éstos se apoyan. Haciendo de la narración oral de leyendas la fuente válida de la Historia de estos Pueblos, constatamos en la mayoría de ocasiones, así como en lugares confines los unos de los otros, que estas culturas, abrigadas por los orígenes de la Historia, concitan verdadera adoración por la mujer, en la medida en que su papel creador natural, canalizado a través de la maternidad, aporta a tales sociedades su primer contacto para con un ente creador. De ahí lo aparentemente necesario de dotarlas de un cariz divino.

Será el surgimiento de la Cultura Clásica, primer germen de complicación social, el que marque el fin de la dominación conceptual de la mujer. Grecia y Roma consolidan el vertiginoso camino que la relación Hombre-Mujer habrá de transitar. Una relación difícil, en tanto que parece como si la misma hiciera necesario la destrucción de la una, en pos del reforzamiento del otro.
A pesar de ello, la mujer en Grecia casi públicamente, y en Roma privativamente, sigue conservando algo más que un poder, se trata de una autoridad, que fluye de orígenes naturales, para manifestarse en la innegable condición de que las familias son abiertamente matriarcales.

Sin embargo es la Edad Media, y su evidente cesión tanto de autoridad como de poderes a favor de la Iglesia, especialmente de la Católica, la que manifiesta de manera expresa el aparente vínculo que existe entre evolución social, y desnaturalización de los vínculos existentes entre Hombres y Mujeres.
La Iglesia Católica tiene sin duda un Plan. Un plan que pasa por la interpretación para nada descabellada de metáforas como la de Eva tentando a Adán, lo que convertirá a la Mujer en la precursora de todas las perdiciones.

A partir de ahí, la lucha ha sido constante, si bien hasta hace poco tiempo, hubo de ser igualmente silenciosa.

El Renacimiento trae consigo, como en la mayoría de los casos, una mejora no sólo en las condiciones de vida, sino que el caso que nos ocupa no sólo permite, sino que abiertamente suscita, un cambio en la mentalidad. Así, la decidida apuesta por La Ciencia o El Arte, concita nuevas necesidades que permiten a la Mujer vincularse de una manera directa con el ejercicio de realidades más proclives a sus capacidades. Se supera así el lastre que el medievo había impuesto, según el cual la mujer sólo servía para ser objeto del amor caballeresco cantado por los diversos Mesteres, o para purgar en un convento el eterno pecado que lleva ligado a su existencia.

Pero será la Revolución Industrial, y más concretamente para el caso que nos ocupa el movimiento cultural que le es propio, a saber el Romanticismo, el que no tanto libere a la mujer, sino que comience a devolverla al lugar que le es propio, y que nunca debió dejar que le arrebataran.
Si bien a priori los elementos que concitan el análisis de las potestades que el amor del romanticismo confiere a la mujer puede parecer no difieren mucho del amor al que cantaban trovadores del medievo; no es menos cierto que la vivencia del amor durante el romanticismo, convierte a la mujer en protagonista de este sentimiento, no necesitando de la participación de elemento externo alguno para su certificación. La Mujer ama libremente, pudiendo hacer objeto de ese amor a quien crea conveniente.

El Siglo XX se mostrará en este aspecto, destructivo, como ocurre en general en este periodo con todas las cosas.
No ya las dos Guerras, sino más bien el periodo de entreguerras, marcará un espacio por el que habrá de transitar un fenomenología social peculiar, en tanto que marcada por los efectos de las dos confrontaciones mundiales, que necesitará de descifrar el tiempo acorde a su nueva manera de interpretarlo. En términos políticos las dictaduras y los fascismos redescubren los placeres que parecen traer aparejadas las dictaduras. En los domicilios, la Mujer vuelve a ser relegada.

Y de ahí, a la actualidad, a la era digital, Una era en la que como suele ponerse de manifiesto con el estudio de las circunstancias, parece como si en la vuelta a los orígenes, aunque conlleve retroceso evidente, parece suscitarse la solución a todos los problemas.

En definitiva, del análisis de todo lo expuesto hasta el momento, parece detraerse la certeza de que de la lucha que la Mujer ha desarrollado por mantener unas veces, y definir otras, su posición en el orden de las cosas, podemos encontrar uno de los motores fundamentales que han alimentado el permanente fluir de la Historia de la Humanidad.

Ensalzada unas veces, rechazada y denostada la más de ellas, la Mujer en tanto que ella misma, ha desarrollado una lucha silenciosa, plagada de sinsabores y miserias, en la que sólo la certeza de la Razón impulsada por el Sentido Común, podía certificar un hecho, el que época tras época se renueva al comprender que la condición dialéctica del vínculo existente entre Hombre y Mujer es en sí mismo la constatación de que están por siempre condenados a entenderse.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 17 de noviembre de 2012

FÉLIX MENDELSSONH. DE LA ESTABILIDAD COMO MODELO


El viento azota nuestra mejilla. El ágil discurrir a nuestro derredor de los árboles que rodean nuestro devenir, amagan en silencio con descubrir en realidad la velocidad con la que todo transcurre a nuestro alrededor. Y en realidad nosotros no somos capaces de darnos cuenta de semejante hecho. En realidad, llegado ese momento, ya no somos capaces ni tan siquiera de comprobar que no vivimos nuestra vida, que no somos dueños de nuestros pasos, en este cada vez más rápido devenir, en este cada vez más impenetrable transitar.

Y entonces, la reflexión propia del conservadurismo se manifiesta como la decisión más revolucionaria que podemos adoptar.

Es muy probable que cercanas a las emociones descritas, anduvieran en todo momento las experimentadas por un siempre extraño Félix MENDELSSOHN.
Nacido en Hamburgo, el día de San Blas de 1809, podría decirse que el joven MENDELSSOHN estaba destinado, al menos en lo que concierne a su faceta de compositor y músico, a establecerse como el nexo descriptivo por excelencia del que sin duda habría de ser un maravilloso siglo XIX. Pero en cualquier caso, la realidad, taciturna algunas veces, pero inescrutable siempre, tenía sin duda otros planes. Y su cumplimiento requería de Félix unas contraprestaciones importantes.

Nacido en el seno de una familia judía convencional, todo hacía presagiar que los esquemático de los principios morales y prácticos que siempre le rodearon, en especial durante su infancia, harían de él un hombre de bien, sobre todo en lo que concernía al cumplimiento de lo que en principio habrían de ser sus aspiraciones, de seguir como decimos los preceptos del modelo judío que formaban parte de su condición. Nada parecía realmente fallar a tal respecto. Su padre, banquero para más seña cumplía, y hacía cumplir por extensión natural para lo concerniente a su familia, con todos y cada uno de los estereotipos con los que se ha tendido siempre a definir, cuando no a delimitar, los aspectos recurrentes de los modelos sociales. Y además en este caso, los hechos relativos a su abuelo, el magnífico filósofo Moses MENDELSSOHN, aumentaban si cave todas estas en apariencia tribulaciones.

Decir que en muchos casos el siglo XX no constituye sino una hermosa posibilidad destinada a rectificar los errores que se cometieron en el transcurso del XIX, puede significar a priori un alarde inquisitivo, destinado, como tantos otros, al desamparo del error, máxime cuando no resulta demasiado complicado discernir en el mismo un excesivo apego al incorregible compañero de viaje que supone la generalidad. Mas si somos capaces, o cuando menos pacientes, y nos concedemos en el caso concreto los segundos necesarios para alcanzar la imprescindible perspectiva que el asunto requiere, podremos alcanzar sin duda la conclusión en base a la cual tanto el asunto judío, como en especial la forma de enfrentarse a él, son dos cuestiones que en el caso que hoy nos ocupa se muestran por el contrario muy propensas a dotar de verosimilitud tanto al fenómeno, como a las cuestiones accesorias que consideremos necesarias para su correcto abordaje.

Es la cuestión judía, uno de los grandes asuntos pendientes de tratamiento, de los que aún hoy se huye, máxime en los tiempos que corren, y sobre todo, y de nuevo, en determinados espacios territoriales entre los que bien podríamos discernir, sin hacer excesiva salvedad, a Alemania.
Constituye el antisemitismo, una de las grandes heridas abiertas que todavía recorre de manera inquisitiva, la espina dorsal del gran saco de cuestiones pendientes a las que ha de enfrentarse Europa. La forma de acceder a los judíos, es para Europa una de esas ponzoñas que tiene en el olvido, en el intento de echar tierra sobre ello, su máxima fuente de energía. Y si Europa necesita realmente enfrentarse a ello, esta necesidad adquiere condición de imperiosa, si reducimos el espectro de nuestro análisis, y nos centramos en Alemania.

La relación de Alemania con el Pueblo Judío, parece recoger uno tras otro, todos los tópicos con los que la Sociedad, en definitiva el resto de Pueblo, han intentado siempre menoscabar la integridad del siempre complejo mundo judío. Perseguidos desde siempre, en especial desde la Edad Media, no resulta necesario un esfuerzo ímprobo para identificar en los comportamientos de el Común del XIX alemán, muchos de los eufemismos con los que se trataba de encuadrar a los judíos, siempre en pos de ocultar ese tabú que desde tiempos de los romanos, ya les caracterizaba por toda Europa, entonces el Imperio.

Y a todos y cada uno de esos caracteres, hacía gala la Familia MENDELSSOHN. El padre, banquero, parecía marcado ex profeso para seguir alimentando esa imagen de usureros destinados a promover y amasar la formación de riquezas a espaldas del verdadero trabajo. Lo que es lo mismo, la imagen de vagos malintencionados que amasan sus fortunas en la misma medida en la que arruinan al cristiano, otrosí modelo del trabajo en sus formas tradicionales, esto es, que resulta de las actividades agropecuarias, o cuando menos artesanales.
Además, y como si casi se pretendiera alimentar al monstruo, la leyenda al respecto crece hasta alcanzar límites incontenibles en tanto que la madre de Félix, es una mujer que atesora una Cultura casi ilimitada, de la que además se atreve a dar muestras continuas, entre las que destacan su ingente habilidad para el dibujo, así como para la poliglotía.
Y todo ello impacta, como no podía ser de otra manera, en el joven Félix. Un impacto que sirve para reforzar unas tendencias, a la par que matizará, o directamente delimitará otras. En cualquier caso, MENDELSSOHN será, mucho más que un resultado de su Tiempo, un producto de su condición específica.

En cánones similares a los de MÓZART, será también un niño prodigio. Sin embargo, al contrario que en el caso de el de SALTZSBURGO, Félix no contará, al menos no desde el principio, con el apoyo de su padre, quien como en principio parece lógico, confía en que su hijo se decida finalmente por una ocupación más previsible y por ende segura, que la de Músico.
No obstante, y a pesar de ello, un joven MENDELSSOHN, ingresa en Berlín en 1817 a las órdenes del ingente Carl Friedricht ZELTER, el cual no sólo influirá definitivamente en la forma presente y futura que de concebir la Música tendrá nuestro protagonista, sino que en realidad le acompañará como amigo hasta su muerte, acaecida en 1832, y cuyo hecho supondrá para el autor la constatación definitiva de que ser judío sí que supone, en realidad, un problema.
A la muerte de su amigo, MENDELSSOHN albergaba cumplidas esperanzas de quedarse con el cargo que éste había ocupado, al frente de la Singakademien de Berlín. Finalmente, no logra acceder al cargo. La versión oficial sitúa en la excesiva juventud, el mayor hándicap al que el compositor ha de hacer frente. Para ser más exacto, la excesiva renovación que tal hecho puede traer aparejada, parece que asusta a los eruditos miembros de la Academia, los cuales temen a las implicaciones de una más que previsible revolución. Sin embargo incluso los menos avezados ven en el lastre de la condición de judío, el último motivo que ha provocado la no designación al frente de la institución.

La situación se desborda, y desborda definitivamente a un Félix que ya comienza a dar síntomas de la enfermedad mental que en realidad ha acabado con la vida de incontables miembros de la familia a lo largo de las épocas. Sin embargo, lo que más molesta al Músico es comprobar la veracidad de los miedos que en su momento ya había manifestado uno de sus tíos el cual, precavido y primordial, había comprado el apellido BARTHOLDY con el que el propio MENDELSSONH había sido rebautizado después, cuando fue convertido al cristianismo protestante.

Todo este cúmulo de incidencias intrigan alrededor del Músico para conformar con ello una personalidad especial, sin parangón. Una personalidad que unidad al carácter prodigioso que él mismo alberga, sirve por ejemplo para protagonizar acontecimientos como el que desarrollará en torno a 1829 en compañía de su maestro, ZELTER. Nada más, y nada menos, que volver a interpretar LA PASIÓN SEGÚN SAN MATEO, de J.S BACH,
El hecho, ingente en tanto que en lo atinente a los medios técnicos que necesita, presenta además el condicionante de afrontar que la obra no ha vuelto a ser interpretada desde el fallecimiento del compositor alemán, en 1750.
Se vencen todas las dificultades, y el éxito alcanzado por el ejercicio, constituye la piedra de toque a partir de la que Europa y el Mundo redescubrirán al MAESTRO.
Como el propio Félix dirá en una de sus escasas alusiones a su genealogía: “resulta paradójico que tenga que ser un judío el que hay de redescubrir la más bella música cristiana”

Poco a poco, todo pasa factura. La quebradiza salud de MENDELSSOHN se resiente muy rápidamente. A ello ayuda sin duda, el conocimiento de la muerte de su querida hermana.

El 4 de noviembre de 1847, con 38 años de edad, la muerte acoge a éste ingente insatisfecho de la vida, que hizo de la permanente búsqueda, el motor de su existencia.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 10 de noviembre de 2012

DE ALEMANIA, LOS MÉRITOS, Y LAS CITAS INCONCLUSAS.


Retornamos de nuevo a nuestra cita con la Historia, y lo hacemos con la misma humildad forzada con la que el niño retorna a casa una vez que, después de la travesura, desea sinceramente sentir el calor reconfortante de la regañina, siempre que ésta venga proferida desde el siempre reconfortante hálito que supone la voz preclara de su madre. Realmente digno de lástima ha de ser el que sólo así puede acceder a la certeza de alguna categoría de cariño.
Y esa es, sin duda, la relación que el hombre presente tiene para con la Historia.

Tal día como el 11 de noviembre, pero en el caso que nos ocupa, de 1918, miércoles, para más seña; en un lujoso aunque no por ello menos viejo vagón de tren, acorde con la circunstancia que a bordo del mismo iba a tener lugar; una delegación de diplomáticos alemanes, se disponían a aceptar las condiciones de capitulación que el ya por entonces ejército aliado, se disponía a ofrecerles.

En aquella vía muerta, al norte de París, convergían toda una serie de acontecimientos históricos cuyas causas hundían sus preceptos en lo más profundo de la negrura de la tierra que algún día fertilizaría el proyecto europeo, y cuyas consecuencias, aún hoy, no hemos sido capaces de valorar en toda su extensión.
En esa vía muerta, no era la rendición de Alemania la que se forjaba. Era el derrumbamiento del Imperio Austrohúngaro, tal vez el último de los imperios conocidos, si nos atenemos a lo concerniente al cumplimiento de ciertos parámetros que la Historia exige en tales eventos.
Un derrumbamiento que, como todo lo que se precie, ha de buscar en el pasado, solo que en este caso no muy lejano, toda la idiosincrasia de su existencia.

La llegada del siglo XX había sido en realidad prematura. Por ser más preciso, habríamos de decir que el mil novecientos había llegado sin permitir que muchas de las realidades fundamentales del mil ochocientos, se hubieran resuelto satisfactoriamente, o en el peor de los casos se hubieran extinguido en silencio.
Pero al contrario de eso, las grandes potencias; Alemania, Francia, Gran Bretaña…Rusia por supuesto; e incluso una incipiente y todavía risueña, los Estados Unidos de América; bebieran y comieran juntos, y en aparente armonía, del gran banquete que el siglo XIX había cocinado, y que parecía se degustaría en el XX

Pero tal y como suele ocurrir en éstos casos, la realidad es obstinada, y suele mostrar su obstinación en el hecho de que los sucesos han de acaecer no sólo como deben, sino también en el momento adecuado.
Los países europeos, que no es lo mismo que decir Europa, manejaron desde siempre el casi místico proyecto de enarbolar juntos la bandera de una Europa Unida. Desde Carlo MAGNO, hasta Napoleón, intensos y variados fueron los intentos desarrollados en pos de la consecución de semejante acto. En términos prácticos, o tal vez públicos, muchos a la par que variados fueron los motivos que se arguyeron a la hora de justificar la imposibilidad de desarrollarlos, unas veces, o las causas del fracaso de los mismos en las escasas ocasiones en las que verdaderamente se intentó.

Y poco a poco, el sueño quedó apartado, laminado, al alcance en apariencia tan sólo de unos pocos. Unos pocos que en ocasiones serían llamados locos, o las más de las veces, militares.

Así es como Europa, como unidad exclusivamente geográfica, inició su camino. Un nuevo camino en tanto que finalmente, el aparente abandono del mencionado proyecto de unidad, permitió el empleo de todas las capacidades, tanto prácticas como intelectuales, en pos de la obtención de un beneficio propio, el cual aparente y ficticiamente, afectaba en exclusiva a aquéllos que habían participado del mismo. Pero tal concesión era en realidad un eufemismo. El que procede de reconocer que detrás de la tela y los colores del que aparenta ser un hermoso cuadro, se esconde en realidad la ignominia y la perfidia, dos de los principales atributos que redundaron a lo largo sobre todo del siglo XIX en la imposibilidad manifiesta para que los planes de unidad fructificaran.

Como consecuencia de ello, no se trata ya de que cada país se enfrentara a la realidad con sus propios instrumentos. La realidad nos indica que tal acto se vio igualmente acompañado de la convicción de que la causa que había hecho naufragar el proyecto, residía siempre en los demás. Con ello, no se trataba ya de que cada país considerara lícito hacer la guerra por su cuenta. Se trataba en realidad de comprobar la sangrante realidad según la cual había de hacerlo protegiéndose indefectiblemente de la amenaza que los demás volvían a suponer.

De esta manera, no se trataba ya tan sólo de que Gran Bretaña se obstruyera en el empeño de revitalizar sus obtusas convicciones victorianas, o de que Francia deseara realmente volver a escuchar en Versalles la música de Lully. Se trataba en realidad de manifestar el peligro que se encerraba en comprobar que detrás de semejantes actos, lo que se ocultaba ahora era la incongruente necesidad de alejarse de los demás, aparentando una objetiva diferencia manifestada en el artificio con el que de manera paralela se desarrollaba todo lo que inflamaba, entre otros, los ardores nacionalistas.

Y en medio de todo esto, la Alemania de los BISMARCK, y la Rusia de las Dinastías Zaristas.

El Imperio Austrohúngaro se encontraba dando sus últimos estertores. Y Alemania, una vez más, asistía impaciente a esa agonía, esperando para recoger aquello que supuestamente siempre había sido suyo, con Otto Von BISMARCK a la cabeza.
Como es de suponer semejante hecho, evidente por otra parte para todos los países convidados al evento, no era visto con buenos ojos. La desconfianza primero, y la certeza después, convirtieron a Centro Europa en un polvorín a punto de estallar. Sin embargo, muchas y muy peligrosas todas ellas, eran las expectativas que en cualquier caso se abrían para la mayoría de países europeos en el caso de llegar ni tan siquiera a valorar la posibilidad de un conflicto armado.
La calma tensa que sirvió de testigo a las celebraciones del cambio de siglo, serían en realidad el contexto precursor de los acontecimientos que al poco se habrían de desarrollar.

Y mientras, las dudas si no abiertas incertidumbres en relación al comportamiento de Rusia. Su especial naturaleza, justificada fundamentalmente en su gran tamaño, lo que aporta una serie de aditamentos muy a tener en cuenta, imprime al país y a sus habitantes un carácter no sólo específico, sino completamente incomprensible para el resto de modelos sociales del continente. Todo esto unido a su ingente riqueza, procedente tanto de su descomunal extensión de tierra fértil, como a la no cuantificada con precisión existencia de yacimientos de minerales metálicos, imprescindibles en la denominada segunda fase de la revolución industrial, hacen converger en Rusia la certeza de que se trata de una nación tan complicada de mantener entre tus aliados, como negligente en el caso de hacerte merecedor de su enemistad.

Con ello, por enésima vez, el continente se pone en manos de Alemania. BISMARKC y su gobierno estudian todas las posibilidades, sopesan los pros, y los contras. Pero una vez más, su impronta militar juega en su contra. La certeza de que Rusia puede movilizar más de seis millones de soldados en cinco días, se convierte en una amenaza supuestamente real.  Y por ello apuestan por la convicción de que quien da primero, da dos veces.

Como creo queda claro ya a estas alturas, al asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando a manos aparentemente de un exaltado nacionalista, puede ser interpretado tanto como una excusa, o en el peor de los casos como un medio.

Sea como fuere, la realidad es que Europa se desangró como nunca hasta entonces durante más de cuatro años, los que van de 1914, hasta el 11 de noviembre de 1918.
A lo largo de esos fatídicos días, Europa volcó lo mejor de sus capacidades técnicas, humanas y constructivas, en desarrollar la más mortífera maquinaria de muerte que hasta el momento la Humanidad había conocido, y vaya si lo consiguió.
Los campos de centro Europa, hasta ese momento cubiertos de fértiles plantaciones, sucumbieron al pavor de la guerra tiñéndose a partes iguales con la sangre de aquéllos que semanas antes los habían cultivado con su sudor.

Y todo para acabar en la madrugada de aquel once de noviembre de 1918 en una vía muerta, en un bosque de París, firmando a las tres de la mañana un armisticio que dejaba a Alemania derrotada, demasiado derrotada, y lo que es peor, imperdonablemente humillada.
Si bien el acuerdo se firmó a las 3 de la mañana, no entraba en vigor hasta las 11. Por ello, muchos oficiales siguieron ordenando cargas en pos de la toma de objetivos hasta las 10-59 de esa misma mañana.
El último muerto de la guerra se produce en la toma del puente de la localidad francesa de Somme. Era un joven escocés de 35 años, a las órdenes del ejército de los Estados Unidos.

Cuando el oficial que ordenó la carga fue preguntado en el transcurso de una vista militar en relación a los hechos que le llevaron a prolongar la lucha hasta el último momento, sabiendo como sabía de la entrada en vigor del alto el fuego, éste afirmó que “su conciencia le obligaba a ser coherente con la certeza de saber que los alemanes a los que matase ahora serían los únicos con los que no tendría que volver a luchar mañana, cuando las heridas no cicatrizadas le obligaran, más pronto que tarde a volver a luchar a Europa.”

Mientras, en el bando alemán, un cabo bohemio de ascendencia austriaca, hijo de un empleado de aduanas, juraba, al enterarse de la rendición, que se vengaría con el tiempo, tanto de los francos y sajones causantes primarios de los males de Alemania, como fundamentalmente de la casta de políticos alemanes que habían traicionado todo en lo que el creía.

Se apellidaba HITLER.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.