No será simple redundancia, y de ello nos haremos en todo
caso responsable a lo largo de las siguientes líneas, si venimos una vez más a
decir que la Historia de España, es sin duda alguna una de las más
espectaculares del mundo, y sin duda de las más impactantes de Europa.
Y mucho más impactante si cabe, cuando nos permitimos el
lujo de resaltar que, en este caso, los acontecimientos más importantes y
destacables, proceden al contrario de lo que sucede en otros países, de la
acción organizada de grandes hombres y mujeres los cuales, dando muestra unas
veces de un valor sin parangón, y otras de un ingenio difícilmente
comprensible, se permiten no obstante no solo pasar a la Historia, sino en la
mayoría de los casos cambiarla, convirtiendo su vida en algo único, en algo
grande, asegurándose la certeza de que su nombre perdurará por encima de los
tiempos, en tanto que muchas veces éste escribe sus líneas gracias a los
considerandos que ellos dejaron plasmados.
Es además un hecho constatable, el que la Historia y el
Tiempo, como máxima asociada, se perciben en relación de contrastes esto es, en
base al efecto que la comparación desde el pasado, se produce para con los
hechos del presente. Y como, hoy por hoy, el presente no resulta con mucho nada
alentador, es por ello que tal vez, figuras como la que traemos hoy a colación,
parecen incrementar todavía más si cabe su propia leyenda, toda vez que la
decrepitud moral existente, viene a redundar en la necesidad perentoria no ya
de recuperar las escenas propias de personas como ella, aunque sí de comprender
que el contexto histórico en el que en definitiva tuvieron lugar sus actos,
sigue conservando cuando menos, su esencia.
Es así que Isabel I de Castilla constituye por sí misma,
todo un modelo digno no ya sólo de análisis, cuando sobre todo de franca
admiración.
Mujer en un mundo de Hombres, Isabel de Trastámara fue capaz
de unificar en torno de sí y de su figura, toda una serie de variables
históricas, humanas, políticas e incluso estructurales, las cuales, por
diversos motivos, se hallaban netamente dispersas, mediante la implantación en
algunos casos de relaciones y limitaciones las cuales, francamente, parecían
hacer imposible el menor atisbo de redefinición, y mucho menos para una mujer,
por mucho que ésta fuera aspirante a reina, o en último caso reina
verdaderamente.
Resulta por ello más que un mero hecho anecdótico, y por
ello hemos de proceder ya con su entrada en el sistema de variables que estamos componiendo, precisamente el hecho
de que se tratara de una mujer. En un país, cuando no en un agrupamiento de reinos cristianos, que
probablemente constituyera la acepción
más acertada de cara a describir los designios de la por aquellos entonces aún
inexistente España, es probable que aprovechando la acción del tiempo
transcurrido, y sin abusar de la perspectiva, no fuera injusto decir que ése
fuera precisamente uno de los aspectos que acabó jugando a su favor.
Precisamente el hecho de ser mujer, con todo lo que ello conlleva, máxime a la
hora de establecer los preceptos y procedimientos, cuando éstos así como sus
procederes, están exclusivamente ligados al mundo de los hombres.
Lejos de perdernos en devaneos excesivos procedentes de
elucubraciones en torno a su vida previa a la firma de Los Pactos de los Toros de Guisando, momento a partir del cual la
idea de que pueda llegar a ser Reina de Castilla comienza a tomar forma;
podemos decir que la vida de Isabel transcurría por unos derroteros que no
podían hacer presagiar la tormenta diplomática, política y de condición que su
coronación, acontecida un 13 de diciembre de 1474, en Segovia, acabarían
consolidando. Bien es cierto que desde el principio, y en sus primeros años,
manifestó ser dueña de un carácter no tanto indómito como arrollador, especial,
iracundo, sensible, innovador, y propenso al cambio, pero sin denostar por
supuesto el valor de la
tradición. Todo un canto al espíritu de la contradicción. Una
mujer vamos.
Los largos años de infancia y juventud, acaecidos estos bajo
la doble y complicada sombra de los dos hombres en esta época fundamentales, su
Rey Enrique IV por un lado, hermano por parte de padre, y su hermano y a priori heredero al trono,
Alfonso; debieron de constituir sin duda alguna unos años de muda tristeza y
desolación destinados, en cualquier caso, a formalizar en Isabel unas
condiciones morales y conceptuales propias de una personalidad tan elevada y
complicada como la que la Historia nos ha regalado y descrito.
Mujer de tan excelsas como intensa convicciones, lo poco
probable de su final ascenso al trono, hace converger en torno de ella una
forma de vida en la que la mezcla de grandes libertades, como la acción de una
ferviente religión, procedente sobre todo de los procederes, casi enfermizos de
su madre Isabel de Ivoiz, terminan por consolidar en Isabel una visión de la
Religión, y en especial de su vínculo para con la vivencia de Dios, tan
innovador como el resto de comportamientos que ésta experimenta.
Pero volviendo y centrándonos en asunto más mundanos a la
par que terrenales, la muerte en extrañas circunstancias de su hermano Alfonso
(ningún médico constata oficialmente que la causa de la muerte sea la buscada
peste), acelera los acontecimientos todo ello en pos de la nueva carrera
sucesoria que se desata en base a los acontecimientos que rodean a la
concepción de su sobrina Juana, a la sazón La Beltraneja , toda vez que las acciones del Displásico Eunucoide Enrique IV, no
podían de por sí garantizar lo natural de
la concepción, hecho éste imprescindible para la natural y correcta labor
de sucesión.
La negativa a reconocer a Juana como legítima hija de
Enrique IV, impulsadas sobre todo por Pedro PACHECO, gran valido del Rey, desde
que el antes de caer en desgracia D. Álvaro de Luna hiciera ascender en la
Corte desde mero lacayo, hasta consejero primero del padre de Isabel, el
monarca Juan II, hasta luego el propio Enrique; desemboca en la crisis que pone
de mano el enfrentamiento sucesorio que ve finalizar su primer asalto con la
firma del Pacto de Guisando ya comentado.
Sin embargo este tratado tiene unas consecuencias
aparentemente no provocadas, cuales son el exceso de confianza que finalmente
termina por envolver a una todavía joven aunque ya Princesa de Asturias, que
verdaderamente comienza ya a verse como Reina de Castilla.
Tales actos irán convergiendo en un paulatino aunque
constante abandono de los vínculos de aceptación y dominio que hasta el momento
había mantenido, quién sabe si por guardar las formas, con hombres tan potentes
como el propio Arzobispo de Toledo, cuando no el propio PACHECO. Y no volverá a
permitir semejantes relaciones hasta que conoce al que habría de ser su marido,
Fernando de Aragón, del cual, en contra de lo que solía ocurrir en la época, se
enamora fervientemente desde el momento en el que se ven, y eso que había
estado prometida con el mismo desde que había cumplido los tres años.
Se casan el 19 de octubre de 1469, pero no será hasta el uno
de diciembre de 1471 cuando a través de la mediación de CARRILLO Arzobispo de
Toledo, el matrimonio alcance plena vigencia. Con ello, el conato de unión de
los reinos, instigado a priori como una forma de constatación de los efectos de
las presiones de reinos como Francia y Portugal, sobre las fronteras de Aragón
y Castilla respectivamente, terminen por convertirse en el ejercicio de
unificación en torno de la
futura España , a lo que tenderá con creces su nieto y
sucesor, Carlos I, en la búsqueda que éste emprenderá por la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
Y de ahí, a la bula sit convenit, promulgada por Alejandro
Vi, en 1496, que dotaba tanto a ella como a su marido, del sobrenombre de
“Reyes Católicos”, lo que les convertía en defensores y precursores de la Fe.
El descubrimiento de América, la Conquista de Granada, la
expulsión de los judíos, y un largo etcétera que hacen que su leyenda crezca y
crezca sin parar, como una de las grandes figuras de la Historia de España.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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