sábado, 23 de febrero de 2013

DEL LINO DE JÁTIVA A LA CELULOSA, PASANDO POR LOS IMPRESORES QUE ARDIAN EN LA HOGUERA EN EL SIGLO XVII.


Vivimos tiempos complicados donde los haya. La absoluta certeza que aparentemente nos rodea, juega al escondite de manera protocolaria con el miedo propio de reconocer que, en realidad, nuestra aparente búsqueda de respuestas no nos sirve más  que para promover un  cada vez mayor número de incógnitas.

A lomos de nuestro nuevo caballo, nos lanzamos al galope desenfrenado por la pradera aparentemente despejada presos de la convicción de que, o bien lo sabemos todo, o en cualquier caso estamos dotados de las herramientas adecuadas que nos permitirán acceder a todos y cada uno de los conocimientos que en cada caso nos resulten útiles, bien porque nos resulten necesarios, criterios éticos; o bien porque acercarnos a ellos nos resulte sencillamente atractivo, atendiendo en este caso a un mero sentido estético.

Y es entonces, cuando nuestro cerebro y nuestros sentidos galopan en medio del desenfreno de la autocomplacencia y la gratitud; cuando más difícil se hace comprobar que incluso el cielo tiene puertas. Una vez más, el Ser Humano, o más concretamente su parte histórica, ha de acudir a rendir un antiguo tributo, aquél que precisamente por repetido es no menos cierto; el que no por indeseado olvida presentarse. Porque esa es precisamente su esencia. Nos estamos refiriendo precisamente al criterio cíclico de los Grandes Acontecimientos Humanos.

Que la Historia es cíclica, y que aparece jalonada de episodios que, en base a las características específicas de diferenciación temporal y cultural; bien podrían establecer marcos de absoluta repetición; es algo que no sólo está aceptado, sino que incluso el Común parece aceptarlo. En base a ello, la localización de determinados fenómenos, nos permitirían ordenar acontecimientos, llegando incluso, en el caso de una interpretación un tanto optimista de la teoría, a poder estableces canales a partir de los cuales estableces marcos de predicción en los grandes movimientos de pensamiento de la Humanidad.
Aceptando tales canales, y las ya comentadas correcciones de carácter cultural e histórico; podríamos establecer unos patrones en base a los cuales la aparición de determinados acontecimientos ya conocidos en tanto que observados en otras épocas, nos permitirían predecir en la nuestra líneas de pensamiento y actuación.

Llegados a este punto, seguro que a casi nadie se le escapa la certeza o casi la convicción de que nos encontramos en un momento de cierre de ciclo. La Historia que nos rodea confeccionando nuestro presente, se muestra ante nosotros bloqueada, espesa. El progreso, ya sea este científico, tecnológico o mental, permanece en estado latente dormitando desde hace unos pocos años, precisamente los mismos que hace que el Sistema acuñara ese término dantesco que todo lo cubre. Seguro que sabéis de lo que os hablo. De la Crisis.

La Crisis ha dejado de ser económica. O mejor dicho, la crisis lo envolvió todo. La moral, la ética, la política…las relaciones entre padres e hijos. Se adueñó de todo, y lo hizo de manera silenciosa. Entró a hurtadillas en nuestra vida. Primero se sirvió de ese gran Caballo de Troya que fue la autocomplacencia propia de una generación que aparentemente lo tenía todo ganado, a la par que se quedaba sin nada por lo que luchar, sin una motivación por la que seguir moviendo el mundo. Luego se hizo directamente con el control, amparada en este caso en el letargo propio del tedio y la apatía primero, que son las dos emociones que en mayor cantidad se encuentran ahora; y que irreversiblemente conducen al miedo propio de la inseguridad que se manifiesta después.

Y la prueba de lo que digo, se encuentra precisamente en eso, en las ideas, o más concretamente en la forma y los medios que tenemos para expresarlas. A partir de la invención de la Imprenta de Caracteres Móviles, el Ser Humano tuvo a su disposición un medio verdaderamente útil de expresar sus pensamientos. Por primera vez los pensamientos, motores del cambio y de la revolución, no morirían con su autor, sino que perdurarían en el tiempo, fruto de la seguridad que proporciona la convicción que se tiene de saber que lo que se dice es de verdad útil. Por eso, en el Siglo XVII, los libros se imprimen en Lino de Játiva, un material exclusivo, propio de los telares de Valencia, en los que se urde en el más preciso de los sentidos de la palabra, un firme que contendrá con preciosa perfección pensamientos que incluso hoy, siguen siendo útiles. Y lo hace con la seguridad y la prestancia del primer día, conformando con ello una unidad indisoluble, en la que el libro resultante es tan robusto en términos de composición material, como de contenido ideológico.
Por el contrario hoy nuestra aportación cierta a los catálogos del mundo es de tan baja calidad, que sólo la expresión efímera le hace cierta justicia. El Lino de Játiva, que hacía resistentes a los libros en épocas superiores a los cuatrocientos años, ha sido superada en el mejor de los casos por la celulosa, cuya duración no va más allá de los ochenta años en el mejor de los casos; cuando no es directamente presa del mayor de los primores, el de la propia realidad virtual que le confiere este estado, el de mensaje no impreso, que en consecuencia puede morir, si no lo hace abiertamente en el momento en que tú tengas a bien decretar su sentencia apagando esa, como todas las máquinas infernal o cuasi mágica según el uso que la demos.

Decía Aristóteles que la Virtud ha de ser buscada en los términos equilibrados. Por ello, a saber entre las certezas atemporales que nos ofrecieron aquellos cuyos mensajes a largo plazo no supimos o no quisimos entender; y lo adictivo de los efímeros planteamientos de atar perros con longanizas que nos traen estos sobre los que hemos depositado nuestra confianza en forma de mayorías absolutas incontestables, personalmente creo habrá otra forma de hacer las cosas. Mas como ocurre y ha ocurrido a lo largo de la historia, la razón no es en este momento bienvenida a esta casa, una casa en la que ahora ese espacio está ocupado por la complacencia y el escarnio, cuando no abiertamente por la sed que proporciona el querer cobrarte viejas cuentas.

Es por ello que, llegado este momento, habremos de citar de nuevo aunque ahora por última vez al Viejo que custodiaba el puente por el que Zarathustra pasó tantas veces. La primera vez fue premonitoria: “te recuerdo o Zarathustra. Subiste a la montaña arrastrando contigo las cenizas del valle. Ahora recuperas tu sitio en el Valle llevando en los ojos el fuego de la montaña. Recuerda o Zarathustra. ¡A  los incendiarios se les condena¡

Hoy no sabemos qué es peor, si la de nuevo clara existencia de elementos realmente dispuestos a volver proponer la quema en medio de las plazas, o por el contrario la constatación manifiesta de que ya no hay nadie realmente dispuesto a dejarse quemar por aquello que verdaderamente merece la pena. No, que nadie se disculpe, ni sienta necesidad de ocultarse a la cuestión inquisitorial.
Lo verdaderamente terrible subyace a lo anterior, y no se muestra sino en la certeza de que a día de hoy, parece verdaderamente como si no quedara ninguna Idea que verdaderamente tenga la menor posibilidad de trascender, llevando consigo a aquél que la iluminó.

Es, efectivamente ésta, la prueba definitiva de que vivimos sin duda tiempos oscuros. Mas en este caso la oscuridad no procede de la densidad de las certezas, la cual no dejaría en principio, a modo de vegetación en la Selva Ecuatorial, dejar pasar los rayos de sol. La realidad es que la oscuridad procede de la constatación efectiva del vacío. Un vacío que no deja lugar al que aferrarse. Un vacío que eleva lo tenebroso a un nuevo grado.

“Vivimos tiempos vacíos, llenos de un peligroso Relativismo Absoluto”. Así sentencia, como no puede ser de otra manera, la que a la sazón será la última Encíclica publicada por el a día de hoy todavía poseedor de las responsabilidades petrinas en el Vaticano. Constituiría toda una paradoja el que a día de hoy, podamos llegar a coincidir en algo. Si yo no he abjurado de mis principios, a lo mejor es que ha sido a él a quien han llevado a abdicar de sus ideas. Por eso, seguro que después de todo, amén de criticarla, al final seamos los ateos los más preparados a la hora de entender la renuncia del Papa.

En esencia y por encima de todo, como dijo Dumas todas las heridas duelen, la última es la que en realidad mata.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 16 de febrero de 2013

DE LOS ACONTECIMIENTOS, SU GRADO, Y DEL VALOR DE LA INTERPRETACIÓN EN ESTA ÉPOCA DE “RELATIVISMO DESMESURADO”.



Me sorprendo una vez más, discutiendo no ya de las certezas de la verdad, sino más bien sobre el grado de influencia que para las mismas puede tener el mero hecho de que éstas sean sometibles a interpretación.
Son las certezas, una forma de Verdad. Tal vez, y es por ello que han de ser tratadas más que con respeto, con máxima deferencia, una de las más próximas a la Verdad en sí misma. Por ello, tal vez, es en las mismas donde ha de tenerse más cuidado a la hora de aplicar otras máximas igual de potentes en el terreno de la Moral. Es en ellas donde ha de cuidarse de forma extrema el efecto que el Relativismo imperante puede llegar a causar.

Y en semejante tesitura me sorprendo en la mañana de hoy, leyendo uno de esos Diarios a los que sólo me aproximo en los contados momentos en los que pequeños lapsos de fe (momentos en los que mi radicalismo se debilita), me llevan a pensar no ya que me hallo en posesión de la Verdad, de tal hecho me congratulo a diario en tanto que el peso que la misma me trasladaría en forma de responsabilidad haría mi camino del todo insufrible, sino que más bien se traducen en un grado de duda cercano a la posibilidad de aceptar que son los demás quienes realmente se encuentran más cerca de la ansiada Verdad que yo.

Me enfrento así, de manera ante todo humilde, y con la capacidad analítica dispuesta, emplazada ésta en los términos descritos por Descartes, a una nueva realidad en la que acontecimientos aparentemente nuevos, se presentan ante nosotros poniéndonos de nuevo ante la ya conocida tesitura que, por un lado nos hace estremecer de emoción al valorar la magnitud de los instantes en los que nos vemos embarcados; en tanto que un viento frío, presagio inminente del miedo a lo desconocido, nos hace comprender de manera eficaz que nada, absolutamente nada, volverá a ser igual.

Pocas, por no decir ninguna persona, tienen no ya acceso, sino mera capacidad de comprender el excelso, magno, estructural y definitivamente brutal Poder que se acumula en el anillo del pescador. Es la condición de Sumo Pontífice que en el mismo se concentra, la preconizadora de una serie de conceptos e ideas que cristalizan de manera única de pensar ya que sólo compartiendo esa línea de pensamiento puede concebirse el calado de lo expuesto.

Y todo ello, el Poder, y las múltiples concepciones que del mismo se liberan, presas en realidad en la voluntad de un solo hombre. Porque por más que sea El Papa, es, en realidad y por encima de todo, un hombre.

Un hombre con sus certezas, con sus limitaciones. Con sus virtudes y sus defectos. Y puede que ahí, precisamente ahí, sea donde en realidad radique el hecho que dé si cabe mayor vehemencia al hecho concebido y a la par ejecutado. El del Relativismo llevado a la máxima de las ejecuciones en tanto que el pescador, el llamado a ser el representante de Dios en La Tierra, reconoce de manera explícita su incapacidad para seguir aceptando sobre sus  hombros el peso de la responsabilidad de ser nada más, no me atrevo a decir que nada menos; el legítimo portador del mensaje de Dios en la Tierra.
¿Significa eso que Dios se ha equivocado?

Inequívocamente ligados ya desde este momento al delicado mundo del Relativismo, me hallo en la mañana de hoy leyendo con suma atención un artículo de opinión, mal vestido de elemento científico por más que su autora se empeñara de deslizar una dilatada lista de hechos históricos, en el que lo que de verdad me lleva a sacarlo a colación es el giro conceptual que la autora logra hacer para lanzarnos, y digo lanzarnos porque tras estas líneas la mencionada ya me considerará miembro de ese grupo al que ella afirma denostar; a la certeza de que la renuncia de Ratzinger ha “desatado toda una ola de ataques desusados por parte de aquéllos que se empeñan en no reconocer que Europa debe prácticamente toda su  historia moderna a la participación que de la misma hace el Pensamiento Católico, (…) incluyendo entre los mayores logros hitos tales como La Democracia, o la Declaración Universal de los Derechos Humanos.”

Evidentemente, la sorpresa se ve superada por el desasosiego que me causa comprobar una vez más cómo el Absolutismo, manifestado en esta ocasión en forma de dogma en tanto que sólo así se puede comprender que la defensa de una cosa y su contraria sin caer en el absurdo, sean no ya sólo posible, sino que además del mencionado ejercicio se extraen conclusiones dignas de ser publicadas; es definitivamente algo para lo que no estoy preparado. Tal cosa sólo puede hacerse desde la concepción propia del que se ve a sí mismo dotado de la fuerza de La Razón (dicho sea en sus más diversas acepciones).

Es en realidad el debate suscitado, otra más de las múltiples formas que adopta la sin par discusión eterna donde las halla. La que se plantea una vez más entre Fe y Razón. Por ello, acudo a la fuente, a saber a la Historia, para toparme con uno de los hechos fundamentales que pueden aportar luz a toda esta situación.

El 13 de febrero de 1633, La Iglesia Católica ordena el apresamiento de Galileo GALILEI.

Es la historia de por sí, sobradamente conocida. Por ello, lejos de reproducirla, nos limitaremos a dejar constancia de algunos de los hechos, que no por ser categóricamente los más interesantes, no es menos cierto que en realidad delimitan perfectamente el marco en el que se dirime esta lucha que durante siglos enfrenta a Fe y a Razón. Y el premio, verdaderamente lo merece, por tratarse, nada más y nada menos, que de apropiarse definitivamente de la fuerza de la que emana la condición propia de las distintas concepciones de todo lo que existe, incluyendo por supuesto, de nuestra propia existencia.

Pero enfrentarse a semejante catálogo de consideraciones, es complicado. Y hacerlo de tal guisa, lo convierte en algo todavía más peliagudo. Por ello los contemporáneos del siglo XVII necesitaban algo más substancial, algo más directo. Y por ello la discusión astronómica, les vino verdaderamente como anillo al dedo.

Casi cien años atrás. Nicolás COPÉRNICO había esperado a morir para poder publicar con calma “De Revolutiunibus orbium coelestium”. Obra brutal donde las haya, en tanto que como suele ocurrir con todas las grandes cosas, necesita de la maceración propia, inexorablemente ligada al tiempo, para dar todo su ser. De la mencionada obra, o más concretamente de la lectura atenta de la misma, se extraen mucho más que análisis o incluso conclusiones. Se procede a la rememoración de un catálogo completo de novedades cuya comprensión trae inexorablemente aparejada una auténtica revolución no sólo conceptual, sino más bien estructural ya que lo único netamente constatable tras la misma es la superación no ya de los preceptos, sino absolutamente de los cánones en los que se desarrolla el quehacer del Hombre y de la Iglesia dentro del por entonces siglo XVI.
Estamos hablando del que se ha dado en llamar Giro Copernicano-Kantiano. Uno, sin duda de los pilares en los que se asienta no ya Europa, sino probablemente el mundo, si lo tratamos a efectos de consideraciones sociales, políticas y por supuesto morales.

La situación que se plantea pues para la Iglesia, supera con mucho a la que se podría considerar de hacerlo considerando exclusivamente el corolario de preceptos astronómicos. A expensas de las afirmaciones hechas por Apellest Lattem en realidad Pseudónimo del Jesuita Cristhop ESCHREIRNER “nos hallamos inmersos en una cuestión filosófica de rango máximo al ser la fuente del saber, o más concretamente el sentido de la procedencia del mismo, y con ello el cuestionamiento de la emanación de la santa voluntad de Dios, de todo lo que, ha sido y será creado, siempre según los designios del altísimo.”
Efectivamente, el Jesuita tiene, una vez más razón. La Teoría Heliocentrista propuesta por Copérnico, y ratificada ahora de manera indirecta por las observaciones de Galileo, supera con mucho las consideraciones propias de un hallazgo astronómico. Suponen en realidad la puesta en tela de juicio de todas las consideraciones filosóficas en las que la Iglesia sustenta sus consideraciones antropológicas. Es, en consideraciones  más certeras, la discusión efectiva de las concepciones deductivas, frente a las concepciones inductivas. Tal hecho cuestiona el sentido o la dirección de las concepciones y de las relaciones humanas. Una herejía certera resumida en la cuestión máxima: ¿Dios crea al Hombre, o por el contrario es La Idea de Dios una elucubración humana?

De nuevo, las grandes consideraciones, son las que siempre, en un sentido o en otro, dan forma al hombre, en forma  de dialéctica.
En aquél febrero de 1633, la Inquisición toma partido, y silencia al osado que cree estar por encima de la Fe, alimento imprescindible.
Hoy, el que fuera Máximo responsable de la “Congregación para la Doctrina y la Fe” Se ve obligado, quién sabe si en un acto ético, o por el contrario moral, a reconocer que la Iglesia está, en realidad, formada por Hombres. Imperfectos, falibles, y en esencia, mortales.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.




domingo, 10 de febrero de 2013

DEL CARNAVAL, Y OTROS DISIMULOS DE LA OPRESIÓN.


El orden que imagina nuestra mente es en realidad como una red, o una escalera que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que. Aunque haya servido, carecía de sentido
¿Pero cómo puede entonces existir un ser necesario, totalmente penetrado de posibilidad? ¿Qué diferencia hay entonces entre Dios y el caos primigenio? Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios, y su absoluta disponibilidad respecto de sus voluntades. ¿No equivale a decir que Dios en realidad no existe?

Como sin duda habrá deducido ya el atento lector, una vez más aprovecharemos las enormes posibilidades que nos brinda el calendario, así como su amable compañera, la rutina, para dilucidar de nuevo al respecto de las implicaciones que tiene para el Ser Social, acudir a una de las celebraciones más importantes e históricas que al respecto existen. Nos estamos refiriendo, como no podía ser de otra manera, al Carnaval.
La festividad del Carnaval, hunde sus raíces en lo más profundo de la fenomenología humana. Se trata de una celebración que no hace distinción en lo que concierne a épocas, siglos, culturas o razas, manifestándose como una realidad extemporánea,  a la far que afín a cualquier cultura. Por ello, hemos de buscar su justificación en la localización de algún fenómeno universal y no sujeto a los declives del tiempo. En consecuencia, tal fenómeno necesariamente tiene que estar ligado al propio hecho social, a la par que hacerlo desde el principio, porque desde el principio las costumbres paganas se han hecho eco de las celebraciones ligadas al carnaval. Por ello, el Carnaval ha de estar, directa y necesariamente ligado al orden social, más concretamente, al hecho de burlarse y parodiar las mencionadas órdenes.

Burla, Parodia, son las prebendas que dan origen a la Comedia Griega, a saber, el primer método ordenado encaminado a regir, a su vez, los procedimientos del humor como fenómeno exclusivo y propio de la Naturaleza Humana. Porque ningún animal, ajeno al propio Ser Humano, tiene la facultad de reír.

Y es así como la Risa, en su condición de fenómeno exclusivamente humano, se convirtió durante siglos en uno de los caballos de batalla por excelencias de las luchas entre los seguidores del orden conforme a los preceptos divinos, sostenidas contra aquellos que creían más eficaces los métodos de disquisición filosófica. La Guerra entre Religión y Filosofía entraba en una nueva batalla, encaminada a su decisión última, erigirse como paladines del orden natural de las cosas.

La Risa es, en su condición conceptual, manifestación por excelencia de las cualidades de excepcionalidad del Ser Humano. No se trata tan sólo de que ningún animal pueda reír, se trata en realidad de que ningún animal puede llevar a cabo un pensamiento tan complejo que le permita concebir un escenario mental de semejante complejidad simbólica que acabe por poder reducir a lo jocoso incluso la más dramática o rigurosa de las situaciones que podamos llegar a conceptualizar. Se trata en consecuencia, de un procedimiento mental que, por ser propio del Hombre, habría de ser considerado como del agrado de Dios.

Pero e aquí que la risa es la debilidad, la insipidez, la muestra del caos, propia de nuestra naturaleza atada a la carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. Es así que, en su sabiduría, incluso la Iglesia la ha autorizado en momentos de fiesta. Así el carnaval se constituye como el momento de polución diurna, que permite descargar los humores, impidiendo luego que se ceda a otras tentaciones mayores. Pero mientras se de en estas condiciones, la risa sigue siendo algo inferior, vacío propio de la plebe, al amparo de los simples. Misterio vaciado de valor sacro alguno.
Ya lo decía el Apóstol. En vez de arder, casaos. En lugar de rebelaros contra el orden querido por Dios, reíos y divertíos con vuestras inmundas parodias, creados al amparo de ese mismo dios al que insultáis. Puesto que mientras lo hagáis dentro de la convicción de que el carnaval cubre vuestros actos, una vez acabadas las celebraciones que le son propias, una vez vaciadas las jarras y botellas, consumido el vino, y pasados los tiempos de la fiesta. Una vez elegido al Rey entre los tontos, perdidos en la liturgia del cerdo y el asno, jugados a representar las propias saturnales. Una vez acabada la comida, volveréis a la conceptualización del orden verdadero, el querido por Dios. Y además, vuestro concepto de culpa os hará volver con más pasión si cabe. Porque la risa, mientras así permanezca, ajena al control del Hombre, no será peligrosa.

Pero he aquí que Aristóteles, dentro de su obra La Poética, dedica presumiblemente la segunda parte a la Risa, más concretamente a su función en lo que al orden de las cosas humanas, en tanto que de su disposición en la forma de La Comedia. Y es entonces que, según La Iglesia, la risa se convierte en algo pernicioso. En un peligro mortal para la permanencia de la institución. El motivo es evidente. Al elevar la risa a la categoría de arte, se le abren las puertas del mundo de los cultos y letrados, se la convierte en objeto de la Filosofía, dando pie a una pérfida teología. La Risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece  pobre y tonto, pareciendo con ello controlable. La Poética enseña que librarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando ríe, cuando el vino gorgotea aún por su garganta, el aldeano ha invertido las reglas naturales del orden. El criado se siente amo.
La Iglesia puede soportar que durante la fiesta se asimilen herejías, siempre que éstas no encuentren traducción culta que las haga permanentes, esto es, mientras se consuman a si mismas sin dejar huella, como se consume el carnaval. Basta para ello con que el gesto no se transforme en designio, con que la lengua vulgar en que el desorden se origina, no encuentre traducción latina.

Y es así como la obra de Aristóteles se condena. La Iglesia sabe que el miedo es la mejor herramienta a la hora de hacer permanente la obediencia. Ese mismo miedo contra el que la Comedia lucha, ese mismo miedo que se disipa en el simple cuando la risa se manifiesta.
La risa es así manifestación original de libertad, demostración de que ese y no otro es el estado natural del hombre, como natural en tanto que original e intransferible del hombre es su condición y capacidad para reír.
El simple ríe, y mientras lo hace no le importa nada, ni tan siquiera morir. Imaginad qué hubiera ocurrido si de haber sobrevivido, el segundo Libro de la Poética de Aristóteles hubiera iluminado la posibilidad de haber vencido a la muerte a través de la emancipación del miedo a la muerte que pretende y consolida la visión rigurosa de la risa.
En ese momento, el Pueblo de Dios bien pudiera quedar reducido a una asamblea de monstruos eructados desde las profundidades de la terra incognita. Entonces, y sólo entonces, la periferia de la tierra conocida se hubiera convertido en el núcleo del mundo cristiano conocido. Los arimaspos estarían en el trono de Pedro. Los blemos ocuparían los monasterios. Los enanos barrigones y cabezudos propios de la obra blasfema escondida en la profundidad de las bibliotecas, se convertirían ahora en los guardas y custodios de éstas mismas bibliotecas.

La plebe carece de armas para afilar su risa hasta convertirla en un arma capaz de luchar contra la seriedad que impone el orden vigente. Y seguirá siendo así mientras  no se les dote de un instrumento que les arme  contra los pastores que han de guiarles hasta la vida eterna.

Por eso, La Comedia en tanto que manifestación formal, y la risa, en tanto que manifestación natural, se convierten en un arma demasiado peligrosa. El segundo Libro de La Poética de Aristóteles, del que sólo sabemos por terceros, como el Árabe Averroes que lo cita, o menciones del propio autor en su otra gran obra, La República, constituye para La iglesia un peligro demasiado inminente. Un peligro contra el que hay que desarrollar todo el poder, saltándose incluso el más fundamental que se habían atribuido en su condición de guardianes del saber, recordemos que durante la Edad Media, salvo gloriosas excepciones, La Iglesia en occidente se convirtió en la única tenedora del saber.
Por eso, no es de extrañar que este libro se perdiera en el incendio que se declaró en la Abadía de Perussia, en 1327.

Y así como el libro segundo ardió, así arden durante unos días los cánones del orden establecido. Durante las saturnalias, el carnaval, las damas son fulanas, La Gran Vía es la Rue de las meretrices; el Rey se revuelca en el fango, llevando con él a la Monarquía, y la chusma supera sus miserias pensando qué, durante unos días, no se tiene que avergonzar de lo que pudiendo haber sido, nunca fue ni será.

¡Qué demonios, divertíos, es Carnaval!

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 2 de febrero de 2013

DE ENERO, WAGNER, HITLER Y DE LOS PELIGROS DE LA IGNORANCIA CUANDO SE DISFRAZA.


Enero se escapa ya, no es más que un vestigio del tiempo. Un recuerdo que se escurre entre nuestros dedos. Sus calendas, hoy ya, como antaño lo hicieron los granos de arena, han resbalado otra vez serenos, como antaño lo hicieron otros días, otros recuerdos, frágiles promesas de nuestra inmisericorde certeza, la de nuestra mortalidad; la única que por otra parte da mero sentido al mismo sentido del Tiempo.

Pero ni siquiera tales certezas habrán ni podrán desacreditar nuestro vínculo para con el tiempo, ni mucho menos nuestra cita con la Historia y con la visión responsable del mismo, a la hora de traer a colación hechos inexcusables como el acaecido el 30 de enero de 1933, y del que por tanto acaban de conmemorarse, casi en silencio, eso sí, los ochenta años. Hablamos del ascenso de A. HÍTLER al poder.

El acontecimiento, uno de los más lamentables sin duda de cuantos la Historia de la Humanidad tiene constancia, ha de analizarse no obstante con el merecido cuidado. No caben banalidades, ni mucho menos interpretaciones superficiales. De perseverar en tal error, conseguiremos una vez más dar por sentado aspectos que a la postre nos impedirán acercarnos al hecho por el cual un hombre mediocre, fue capaz de arrastrar al mundo a los albores de su extinción.

Y el arrastre de tal mediocridad, o tal vez la cadena de acontecimientos, comportamientos y actos que hubieron de ser puestos en práctica para superar las que para ambos no eran sino manifestaciones de un destino injusto que se opone una y otra vez a lo que habrá de ser algún día su justo triunfo; constituyen no en vano los nexos de unión que permiten en su momento explicar el inseparable vínculo que se crea entre HÍTLER, y el compositor WAGNER.

Son ambos uno de esos ejemplos de hombres hechos a sí mismos. En ambos casos, y en contra de lo que suele ocurrir con aquéllos que semana tras semana pasan por nuestro espacio; la genialidad es algo que, ni por asomo, aparece presente en ellos. Tanto HÍTLER como WAGNER comparten cuando menos un hecho en común. Son ejemplos de realidades de adaptación al momento y a la realidad que les ha tocado vivir. Son hombres que se han hecho a sí mismos.

Es HÍTLER un caso claro de frustración canalizada en pos de la eterna venganza. Desde los tiempos del cabo prusiano que recibe una bala en el glúteo y una condecoración al valor, debida a su absoluta falta de respeto a la muerte; y aquél hombre que el 30 de enero de 1933 recoge el testigo de WEIMAR para cuatro semanas después quemar el REICHSTAG convencido de que no es más que el símbolo de la decadencia de su querida Alemania; media tan sólo, aunque de manera imprescindible, un sólo hecho, el que acaece el miércoles 11 de noviembre de 1918 en un vagón de tren cerca de París. Hablamos de la firma del armisticio que pondrá fin a la I Guerra Mundial, el cual a su vez se desarrollará en el Tratado de Versalles cuyas condiciones, siempre según HÍTLER, “constituirán, desde su revanchismo y vulgaridad, la mayor prueba de la decadencia de Alemania, puesta en marcha a través de la traición que contra ella han cometido aquéllos que en realidad habrían de salvaguardarla.”

Este odio, y sobre todo este desprecio tanto hacia la clase política, como por supuesto a la acción política en sí misma, inflaman el cerebro del que ese mismo 30 de enero de 1933 toma posesión como Canciller, instaurando con ello el Régimen del III REICH.
En la mente de HÍTLER no anidó en ningún momento, o no al menos en el sentido convencional del mismo, la mínima intención de hacer política. Prueba de ello no son sólo las primeras leyes que hizo aprobar en meticuloso acatamiento de la más que vinculante mayoría absoluta obtenida, y que se cifraba en más del 92% de los sufragios. En realidad, basta con echar un vistazo a la composición de la por entonces Cúpula del Partido Nazi, para comprender que sus planes nunca pasaron por ahí. Ni los afanes de grandeza del fotógrafo Hoffmann, ni las divagaciones enfermas de Himmler. Y mucho menos las aberraciones del enfermo Goebbles, podían constituir nada sobre lo que edificar.

Pero entonces, ¿dónde habremos de buscar el mínimo sentido a las acciones del mencionado canciller?

Si por el lado de la construcción no encontramos nada, probemos entonces por el lado de la destrucción. Sin duda Himmler y sus aterradores camisas pardas, habían constituido desde 1931 un ejemplar caso de destrucción ordenada y programada.
Destrucción ordenada y programada, como mejor ejemplo de lo que constituyó hasta ese momento la mejor muestra de lo que la maquinaria Nazi sabía hacer. ¿Y cuál es la mejor arma, la más destructiva llegados a semejante extremo? Está claro, el desprecio. Un desprecio que HÍTLER había experimentado siempre, por todos y contra todos. Un desprecio que se extendía contra todo el mundo, alimentado por su certeza de que el mundo no había sido capaz de premiarle nunca, es más, el destino se había empeñado siempre en ponerle la zancadilla. Primero había sido su padre alcohólico. Luego las impedimentas de una hermana enferma. Luego los profesores de la Escuela de Arquitectura, en su examen de aceptación habían juzgado sus monigotes como “irreales, absurdos y de una desproporción fruto sin duda de una anomalía.”  Y por último habían sido los políticos, ruines y deplorables, rindiendo a su amada Alemania ante una caterva de cosacos y bandidos.

No hay duda. Alemania necesita nuevos guías, y él necesita nuevos aliados.

Aliados que pronto encuentra, como no puede ser de otra manera, en el catálogo de grandes de Alemania. Y no se conforma no cualquiera. Richard WAGNER, y el ingente F. NIETZSCHE.

Como podemos imaginar, nada está dejado al azar. El filósofo habrá de aportar, siempre en mente de HÍTLER, condición de moralidad a la obra que se propone llevar a cabo, a saber depurar Europa. En cuanto a la elección del Músico, otras son las motivaciones.

Constituye WAGNER un caso extraño si lo comparamos con la mayoría por no decir la totalidad de figuras que aquí hemos tratado. Es el caso del músico, y puede que por ahí haya que comenzar a buscar los motivos, un caso de hombre hecho a si mismo. La genialidad, tan presente en otros insignes casos, ha hecho aquí una excepción permaneciendo del todo esquiva para WAGNER hasta casi cumplidos los 30 años.

Será así el caso Wagner algo atípico, digno incluso de un estudio, que será desarrollado, casi como no puede ser de otra manera, por un amigo del músico. Nada más y nada menos que el ya mencionado filósofo F. NIETZSCHE.
Del mismo, resultarán entre otras afirmaciones según las cuales Wagner no es en realidad un músico. Se trata más bien de un extraño caso en el que la Música, como presa de un capricho, se esforzara por hacerse presente en un hombre. Así, los contactos del compositor con la Música son en principio escasos y esporádicos, como dice en el mencionado libro  El Caso Wagner “se trata de verdaderas peleas, casi de diatribas”.
Poco a poco, se conformará un híbrido musical que para nada respondería, de poder ésta preguntar, a los deseos originales de la Música. Más bien se trata de un monstruo en el que los elevados conocimientos instaurados de Cultura Griega y Latina, han llevado a exacerbar hasta la extenuación unos ideales en los que la raza aria habrá de reclamar su posición en el tiempo, injustamente arrebatada por seres inferiores, usando para ello la envidia.

Poco a poco el dibujo se va aclarando.

Así, poco a poco los ingentes sueños de WAGNER van dominando al hombre. La perniciosa interpretación de las tradiciones, junto a un nacionalismo excluyente llevado hasta sus últimas consecuencias, hilvanarán de manera inconmensurable una escenificación que tendrá, en la convicción de que se trata de personas destinadas a logros inconmensurables e incomprensibles para los demás, la prueba definitiva de su cita con el Destino.

Y todo ello, desde el desprecio más mortal y absoluto. Un desprecio que se convertirá en el alimento metafísico que aporta la energía imprescindible para la consumación de las dos grandes obras creadoras a las que nuestros dos protagonistas están destinados. Obras ciclópeas en ambos casos, cada una en sus respectivos campos.

Para WAGNER, la culminación de su monumental, El anillo del Nibelungo consumirá en realidad casi todas sus fuerzas. Las que quedan, junto con su fortuna económica, serán consumidas por su otro gran proyecto, la construcción de un teatro específico para el estreno de sus obras.

En lo concerniente a HÍTLER, su obra será desgraciadamente más grandiosa, y los fondos de los que dispone para ello, mucho más numerosos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.