sábado, 2 de febrero de 2013

DE ENERO, WAGNER, HITLER Y DE LOS PELIGROS DE LA IGNORANCIA CUANDO SE DISFRAZA.


Enero se escapa ya, no es más que un vestigio del tiempo. Un recuerdo que se escurre entre nuestros dedos. Sus calendas, hoy ya, como antaño lo hicieron los granos de arena, han resbalado otra vez serenos, como antaño lo hicieron otros días, otros recuerdos, frágiles promesas de nuestra inmisericorde certeza, la de nuestra mortalidad; la única que por otra parte da mero sentido al mismo sentido del Tiempo.

Pero ni siquiera tales certezas habrán ni podrán desacreditar nuestro vínculo para con el tiempo, ni mucho menos nuestra cita con la Historia y con la visión responsable del mismo, a la hora de traer a colación hechos inexcusables como el acaecido el 30 de enero de 1933, y del que por tanto acaban de conmemorarse, casi en silencio, eso sí, los ochenta años. Hablamos del ascenso de A. HÍTLER al poder.

El acontecimiento, uno de los más lamentables sin duda de cuantos la Historia de la Humanidad tiene constancia, ha de analizarse no obstante con el merecido cuidado. No caben banalidades, ni mucho menos interpretaciones superficiales. De perseverar en tal error, conseguiremos una vez más dar por sentado aspectos que a la postre nos impedirán acercarnos al hecho por el cual un hombre mediocre, fue capaz de arrastrar al mundo a los albores de su extinción.

Y el arrastre de tal mediocridad, o tal vez la cadena de acontecimientos, comportamientos y actos que hubieron de ser puestos en práctica para superar las que para ambos no eran sino manifestaciones de un destino injusto que se opone una y otra vez a lo que habrá de ser algún día su justo triunfo; constituyen no en vano los nexos de unión que permiten en su momento explicar el inseparable vínculo que se crea entre HÍTLER, y el compositor WAGNER.

Son ambos uno de esos ejemplos de hombres hechos a sí mismos. En ambos casos, y en contra de lo que suele ocurrir con aquéllos que semana tras semana pasan por nuestro espacio; la genialidad es algo que, ni por asomo, aparece presente en ellos. Tanto HÍTLER como WAGNER comparten cuando menos un hecho en común. Son ejemplos de realidades de adaptación al momento y a la realidad que les ha tocado vivir. Son hombres que se han hecho a sí mismos.

Es HÍTLER un caso claro de frustración canalizada en pos de la eterna venganza. Desde los tiempos del cabo prusiano que recibe una bala en el glúteo y una condecoración al valor, debida a su absoluta falta de respeto a la muerte; y aquél hombre que el 30 de enero de 1933 recoge el testigo de WEIMAR para cuatro semanas después quemar el REICHSTAG convencido de que no es más que el símbolo de la decadencia de su querida Alemania; media tan sólo, aunque de manera imprescindible, un sólo hecho, el que acaece el miércoles 11 de noviembre de 1918 en un vagón de tren cerca de París. Hablamos de la firma del armisticio que pondrá fin a la I Guerra Mundial, el cual a su vez se desarrollará en el Tratado de Versalles cuyas condiciones, siempre según HÍTLER, “constituirán, desde su revanchismo y vulgaridad, la mayor prueba de la decadencia de Alemania, puesta en marcha a través de la traición que contra ella han cometido aquéllos que en realidad habrían de salvaguardarla.”

Este odio, y sobre todo este desprecio tanto hacia la clase política, como por supuesto a la acción política en sí misma, inflaman el cerebro del que ese mismo 30 de enero de 1933 toma posesión como Canciller, instaurando con ello el Régimen del III REICH.
En la mente de HÍTLER no anidó en ningún momento, o no al menos en el sentido convencional del mismo, la mínima intención de hacer política. Prueba de ello no son sólo las primeras leyes que hizo aprobar en meticuloso acatamiento de la más que vinculante mayoría absoluta obtenida, y que se cifraba en más del 92% de los sufragios. En realidad, basta con echar un vistazo a la composición de la por entonces Cúpula del Partido Nazi, para comprender que sus planes nunca pasaron por ahí. Ni los afanes de grandeza del fotógrafo Hoffmann, ni las divagaciones enfermas de Himmler. Y mucho menos las aberraciones del enfermo Goebbles, podían constituir nada sobre lo que edificar.

Pero entonces, ¿dónde habremos de buscar el mínimo sentido a las acciones del mencionado canciller?

Si por el lado de la construcción no encontramos nada, probemos entonces por el lado de la destrucción. Sin duda Himmler y sus aterradores camisas pardas, habían constituido desde 1931 un ejemplar caso de destrucción ordenada y programada.
Destrucción ordenada y programada, como mejor ejemplo de lo que constituyó hasta ese momento la mejor muestra de lo que la maquinaria Nazi sabía hacer. ¿Y cuál es la mejor arma, la más destructiva llegados a semejante extremo? Está claro, el desprecio. Un desprecio que HÍTLER había experimentado siempre, por todos y contra todos. Un desprecio que se extendía contra todo el mundo, alimentado por su certeza de que el mundo no había sido capaz de premiarle nunca, es más, el destino se había empeñado siempre en ponerle la zancadilla. Primero había sido su padre alcohólico. Luego las impedimentas de una hermana enferma. Luego los profesores de la Escuela de Arquitectura, en su examen de aceptación habían juzgado sus monigotes como “irreales, absurdos y de una desproporción fruto sin duda de una anomalía.”  Y por último habían sido los políticos, ruines y deplorables, rindiendo a su amada Alemania ante una caterva de cosacos y bandidos.

No hay duda. Alemania necesita nuevos guías, y él necesita nuevos aliados.

Aliados que pronto encuentra, como no puede ser de otra manera, en el catálogo de grandes de Alemania. Y no se conforma no cualquiera. Richard WAGNER, y el ingente F. NIETZSCHE.

Como podemos imaginar, nada está dejado al azar. El filósofo habrá de aportar, siempre en mente de HÍTLER, condición de moralidad a la obra que se propone llevar a cabo, a saber depurar Europa. En cuanto a la elección del Músico, otras son las motivaciones.

Constituye WAGNER un caso extraño si lo comparamos con la mayoría por no decir la totalidad de figuras que aquí hemos tratado. Es el caso del músico, y puede que por ahí haya que comenzar a buscar los motivos, un caso de hombre hecho a si mismo. La genialidad, tan presente en otros insignes casos, ha hecho aquí una excepción permaneciendo del todo esquiva para WAGNER hasta casi cumplidos los 30 años.

Será así el caso Wagner algo atípico, digno incluso de un estudio, que será desarrollado, casi como no puede ser de otra manera, por un amigo del músico. Nada más y nada menos que el ya mencionado filósofo F. NIETZSCHE.
Del mismo, resultarán entre otras afirmaciones según las cuales Wagner no es en realidad un músico. Se trata más bien de un extraño caso en el que la Música, como presa de un capricho, se esforzara por hacerse presente en un hombre. Así, los contactos del compositor con la Música son en principio escasos y esporádicos, como dice en el mencionado libro  El Caso Wagner “se trata de verdaderas peleas, casi de diatribas”.
Poco a poco, se conformará un híbrido musical que para nada respondería, de poder ésta preguntar, a los deseos originales de la Música. Más bien se trata de un monstruo en el que los elevados conocimientos instaurados de Cultura Griega y Latina, han llevado a exacerbar hasta la extenuación unos ideales en los que la raza aria habrá de reclamar su posición en el tiempo, injustamente arrebatada por seres inferiores, usando para ello la envidia.

Poco a poco el dibujo se va aclarando.

Así, poco a poco los ingentes sueños de WAGNER van dominando al hombre. La perniciosa interpretación de las tradiciones, junto a un nacionalismo excluyente llevado hasta sus últimas consecuencias, hilvanarán de manera inconmensurable una escenificación que tendrá, en la convicción de que se trata de personas destinadas a logros inconmensurables e incomprensibles para los demás, la prueba definitiva de su cita con el Destino.

Y todo ello, desde el desprecio más mortal y absoluto. Un desprecio que se convertirá en el alimento metafísico que aporta la energía imprescindible para la consumación de las dos grandes obras creadoras a las que nuestros dos protagonistas están destinados. Obras ciclópeas en ambos casos, cada una en sus respectivos campos.

Para WAGNER, la culminación de su monumental, El anillo del Nibelungo consumirá en realidad casi todas sus fuerzas. Las que quedan, junto con su fortuna económica, serán consumidas por su otro gran proyecto, la construcción de un teatro específico para el estreno de sus obras.

En lo concerniente a HÍTLER, su obra será desgraciadamente más grandiosa, y los fondos de los que dispone para ello, mucho más numerosos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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