sábado, 28 de junio de 2014

“HOY HA COMENZADO LA GUERRA...

…Luego me he ido a nadar.” De semejante guisa traduce KAFKA en su diario, el efecto que le produce el asesinato del Archiduque Francisco Fernando, tal día como hoy de hace exactamente cien años.

Difícil, muy difícil resulta llevar a cabo una aproximación no ya objetiva, cuando a lo sumo no demasiado velada por las interpretaciones, del que ha sido no ya uno de los acontecimientos bélicos más importantes de toda la Historia de la Humanidad, a la par que el desencadenante de tantos principios, como necesariamente, de finales.
Tratar de traducir la I GUERRA MUNDIAL a términos categóricamente comprensibles para el Hombre de hoy, requiere de un ímprobo esfuerzo cuyo recelo procede no tanto del esfuerzo en sí, como de la incapacidad para garantiza que tal esfuerzo valga la pena en tanto que nada puede garantizar, ni tan siquiera someramente, que nos encontremos en condiciones de reproducir el tapiz de emociones, sentimientos nacionalistas, y fervores patrios sin los cuales resultaría imposible entender no ya la guerra, como por supuesto y tal vez más los grandes entresijos que vienen a condicionar de manera absoluta el tejido de Europa, no solo a niveles estratégicos y geográficos, sino absolutamente sociales, y por ende morales.

¿Qué es el pasado, si no el prólogo del presente? Parafraseamos a SHAKESPEARE no para ensalzarle, ni mucho menos para mitificarle. Osamos traerle a colación al considerarle tanto a él, como por supuesto a su obra, en el más acertado compendio a partir del cual tratar de contemporizar la obra de otro gran inglés, a saber Norman ANGELL, quien con su excepcional obra The Great Illusion, logra, aunque de manera casi accidental, ir exponiendo con suma brillantez, lo que no será sino un verdadero ejercicio de alarde y talento, al adelantar en casi cuatro años un magnífico compendio de la práctica totalidad de circunstancias que acabarán por inflamar Europa, a partir de los sucesos acaecidos en Sarajevo, hace hoy cien años.
Lo único negativo de cara al prestigio del Sr. ANGELL pasa por comprender que su enumeración, así como por supuesto la sucesión de argumentos que a colación se esgrimen, lo hacen precisamente para demostrar la que en su apariencia es “constatación franca y evidente de la imposibilidad que a todas luces se demuestra a la hora de considerar como posible un nuevo enfrentamiento en Europa (1910) (…) resumiendo en principio las conclusiones en el francamente elevadísimo coste que a todas luces y en todos los aspectos el mismo traería aparejado.”

Ciertamente, de la lectura atenta no solo de la obra de ANGELL, como sí incluso de la mera interpretación de la realidad del momento; extraer con franqueza una mera conclusión favorable de cara no ya a provocar, cuando tan siquiera a comprender un conflicto armado parece, a todas luces, más que descabellado, francamente malintencionado.
Así, el siglo XX había comenzado en medio de un verdadero remanso de paz en Europa. Las grandes potencias habían alcanzado el equilibrio, y la guerra parecía algo francamente inconcebible.
Sinceramente, parecía como si el continente hubiera aprendido la lección. Era como si el recuerdo de por ejemplo el siglo XVII, en el que a lo largo de toda la centuria apenas podemos contabilizar quince años de paz; hubiera engendrado definitivamente no ya una conciencia, habría bastado con un principio estrictamente pragmático a partir del cual desarrollar el Principio de Paz Eterna promulgado por E. KANT.

Volviendo a ANGELL, y concretamente a su libro The Great Illusion, ningún otro ejemplo de positivismo hallaremos que refleje mejor no ya el deseo y en definitiva la ilusión, de alcanzar verdaderamente la Plena Paz en Europa.
Se trata así, de mucho más que de un simple entramado de posibilidades. Estas son positiva, y por ende científicamente superadas, a partir del momento en el que se proceden a enumerar de manera más o menos categórica el sinfín de realidades que hacen creíble la posibilidad de una paz duradera para el continente y por supuesto para sus habitantes.

El mundo se hallaba, ciertamente, renovado. Cierto es que en todas las épocas, el progreso por definición procede con tales propósito, dependiendo el grado de implementación del mismo en la mayoría de los casos de la valía de los medios con los que el agente renovador cuenta, los cuales a su vez suelen ser directamente proporcionales al grado de modernidad de la época en la que hayamos detenido nuestra voluntad.
Pues en el momento determinado al que estamos haciendo alusión, todo parece dar testimonio de  un mundo transformado, en este caso por la cultura, y el desarrollo tanto tecnológico, como por supuesto económico.

Sin embargo, lo verdaderamente llamativo de tales reflexiones, las cuales son elegidas precisamente al ser consideradas por nosotros como el mejor testimonio de la corriente positivista que recorría Europa; llevan a pensar que “efectivamente el mundo progresa, porque tiene que progresar, porque el progreso es una cualidad inherente a la Historia. Han llegado los tiempos mejores, en los que es posible la reconquista del Paraíso. Una sociedad tecnológicamente culta, avanzada…tolerante, que posee efectivamente la capacidad de organizar un mundo mejor con la seguridad de que todos serán de hecho, más felices.”

Nos encontramos así ante toda una “Declaración de Intenciones”. Ante un desarrollo encaminado tal vez en apariencia a enumerar como hemos dicho El Decamerón que, a modo de listado objetivo de argumentos, contemple de forma pormenorizada la que sería larga lista de motivos en contra de una confrontación con la que el hombre racional de principios del Siglo XX contaría a la hora de declarar inverosímil la posibilidad de una guerra.

Entonces…¿Dónde hay que buscar la otra lista? Aquélla que contiene los atributos que justifican una contienda, y que tal y como la realidad demuestra, acabó por demostrarse como más creíble.

Una vez más, hemos de buscar tales componentes dentro de los campos semánticos de estructuras que, bien por no haber estado nunca comprometidas dentro de anteriores, bien por haberlo estado a unos niveles completamente diferentes; nos llevan en cualquier caso a inferir otro significado de esa realidad que inexorablemente pasa por comprender que la Gran Guerra constituye, además de un elemento novedoso, la certeza de ser un ente dinámico, esto es, capaz de inventarse a sí misma, una y otra vez, hasta el punto de dar un nuevo significado a la condición del tiempo.

Y es al revisar el catálogo de esos nuevos conceptos, donde encontramos uno novedoso, a la par que fundamental. La Economía, algo sorprendente al menos hasta ese momento, y más si se refiere a consideraciones de guerra, lleva a cabo la que bien podría ser considerada como su aparición estelar, pasando rápidamente a demostrarse como uno de los considerandos más influyentes a tener en cuenta a la hora no solo ya de entender la contienda, como incluso de poder llevar a cabo un pronóstico bien aventurado sobre el destino que la misma puede llegar a alcanzar.

Se trata pues, no solo de comprender el concepto de la novedosa Economía de Guerra. Se trata más bien de considerarla en su amplia acepción.
Desde la Revolución Industrial, ningún otro elemento había venido a introducirse en la ecuación, con tanta intensidad y provocando unas incidencias de tamaña repercusión. Así, no se trata como en el caso de otras contiendas, de tener en cuenta variables que afecten a hechos tales como la necesidad de mantener operativas las estructuras de subsistencias de los estados en beligerancia. Por primera vez, la necesidad generada por el propio desarrollo de las beligerancias origina un mercado que no solo exige prioridad, sino que además promete beneficios.

Estamos pues, ante el fenómeno definitivo. El Gran Monstruo, La Guerra, supera todas las expectativas, al ser capaz de regenerarse minuto a minuto al encontrar en sí misma, he ahí otra novedad, motivos y recursos que no solo justifican, más bien provocan, el desarrollo de más y mejores acciones destinadas a matar, que requieren así mismo la participación de recursos que garanticen más y mejores resultados a la hora de lograr el objetivo, matar.

Es entonces cuando comprendemos el error de ANGELL: El siglo XX había supuesto la efectiva desaparición de los caballos del Apocalipsis a saber, La Peste, La Guerra y El Hambre.
Sin duda se olvidó del más peligroso. El que impera en la sinrazón del Hombre cuando se ve atosigado por el miedo, o peor aún cuando se ve azuzado por el odio.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 21 de junio de 2014

DE LAS LUCES Y LA SOMBRA. SIEMPRE CON “EL PROBLEMA ESPAÑOL” DE FONDO.

Acudo un día más al tópico, ya que como ocurre con las moscas en verano, cuanto más pretendes huir de las mismas, más parece que éstas se empeñan en brindarte su compañía. Y sí, como ocurre en el caso de las moscas, también en este caso no basta con matar una, porque efectivamente, “se reproducen.”
Es entonces cuando, inmerso en tales elucubraciones, las cuales pueden proceder del calor, me tropiezo, insisto, una vez más, con esa certeza que solo puede darse en España, y que pasa por comprobar cómo aquí arrojamos a la calle, cuando no abiertamente al ostracismo, a personas que en cualquier otro lugar bien merecerían el homenaje de tener calles a su nombre…Incluso sin tener que esperar a pasar al otro lado de la Estigia para conseguirlo.

Dejo que el tiempo se me lleve, como a menudo suelen hacerlo mis propios pensamientos, y tropieza en esta ocasión con esa otra percepción que el propio tiempo te concede, cuando a partir de su experimentación, pues su comprensión es imposible, a la hora de intuir que, efectivamente, la transición de éste es poco menos que una ensoñación. Efectivamente, una ensoñación de la que poco más que la certeza de que siempre transita hacia delante, podemos llegar a percibir porque, de no ser así, cómo comprender la poca importancia que al mismo se le da, y de cuya constatación nuestro comportamiento diario se vuelve evidencia, cuando no prueba irrefutable.

Precisamente de la relación del Hombre con el Tiempo, de su capacidad para hacer algo más. De la posibilidad de salvar la mortalidad haciendo algo propio que acabe siendo inmortal, es lo que vino a condicionar en cierta medida tanto la vida, como por supuesto la obra del que es hoy nuestro protagonista. Julián MARÍAS.

Pese a que si decimos que MARÍAS se encaramó de una manera espectacularmente ágil en el minarete de la torre más alta del pensamiento español; nadie podrá, apelando a la sinceridad, llegar a discutirlo; la verdad es que no es menos cierto que pocos serán los que puedan decir mucho, cuando no algo más, al respecto no solo de la obra, cuando sí de las aportaciones, de este magnífico personaje que encarna, como pocos, la otra gran paradoja que rodea siempre a España para con sus pensadores. La que pasa por saber que cuanto más intensamente la aman, más rápida y definitivamente ésta les destruye a ellos.
Y Julián MARÍAS, lejos de ser una excepción a tal regla, hará más bien que pase a ser escrita con letras doradas.

Nacido en Valladolid hace ahora cien años, debería de bastar tan solo con citar su procedencia, en tiempo y lugar, para poder traducir de manera adecuada, y por supuesto carente de accidentalidad, una manera de concebir la forma y el fondo.
Nacido en la tierra que solo dos años antes fuera tan brillantemente descrita por el poeta, MARÍAS responde de manera elocuente a todos los preceptos que de traducir a lo humano las emociones que “Campos de Castilla” podemos y debemos hacernos.

Y es así como que, en una especie de loco sueño, de burda presunción, que los hados parecen empeñarse en hacernos pensar que nuestro Pensador tratara de emular las acciones de El Poeta. Así, como aquél emigró, siguiendo en este caso direcciones opuestas…
Pero en el caso de tratar de eludir la acción de el Tiempo, o más concretamente de cuanto concierne a hacer superable su acción sobre la Sociedad, y por supuesto sobre el individuo…tal objetivo es evidentemente mucho más difícil de conciliar.

La España, la Europa y en definitiva el mundo al que se enfrenta Julián MARÍAS es, sencillamente, el mundo de comienzos del siglo XX. Un mundo que se niega a evolucionar, en un tiempo que se resiste a transcurrir, dentro de una época en definitiva que parece resistirse a pasar.
Porque en contra de lo que pueda parecer, y se harán necesarias tan solo un par de semanas para comprobarlo; el cúmulo de circunstancias que vendrán a enrolarse para configurar el presente de aquéllos primeros días de la vida del niño MARÍAS, se empeñarán en poner sobre la mesa la constatación efectiva de lo que hoy por hoy llamamos globalización, y que pasa por saber que, en vista del grado de interdependencia que entre los distintos países, o mejor dicho entre la correlación de sus fortunas, se ha ido creando, que llegado cierto momento, pensar que una decisión enmarca sus consecuencias efímera y sencillamente dentro del contexto en el que la misma ha sido tomada es, poco menos que ilusorio, cuando no forma parte de un razonamiento ciertamente alejado de la realidad.

Ubicados de manera imprescindible en semejante tesitura, hemos de comprender el proceso conformación de opiniones y pensamientos al que nuestro protagonista se enfrentó, y que inexorablemente pasó primero por la comprensión, y posteriormente toma de posicionamiento, respecto a elementos fundamentales tales como el trauma del XIX, la imposibilidad para afrontar de manera seria las reformas que por ejemplo en el caso específico de España eran no ya necesarias, sino francamente imprescindibles; y todo el cúmulo de circunstancias que vendrán a consolidar al primer tercio del siglo XX como sin duda, una de las épocas más sorprendentes y brillantes de todos los tiempos.

Precisamente para afrontar estas épocas, o para ser más precisos, el contexto que era propio, es para lo que MARÍAS haría uso, aunque jamás de manera egoísta, de las maneras de hacer que posteriores a las maneras de pensar, heredaría de sus dos grandes Maestros: ORTEGA Y UNAMUNO.
De ORTEGA, del que heredaría las formas, dirá “que se le veía pensar”. De UNAMUNO heredará algo mucho más difícil de traducir, pero sin duda algo mucho más transcendente: la capacidad para entender mejor que nadie el “Problema de España.”

Porque en definitiva, esa será la clave. España, o más concretamente la manera de entenderla primera, sufrirla después, pero amarla siempre, acabarán confiriendo primero a la vida del autor una cadencia que, inexorablemente, se traducirá después de manera mucho más que conceptual, en su propia obra.

Dice Julián MARÍAS en una de sus casi 50 obras, concretamente la titulada “Ser Español”, Ed PLANETA 1987; a la que por otro lado confieso haber acudido en infinidad de ocasiones, no solo cuando necesito respuestas sino incluso más cuando me he quedado sin preguntas; que a un español se le puede identificar de entre cualquier muchedumbre, en cualquier momento de la Historia. Siguiendo un esquema parecido, al menos en lo concerniente al proceder semántico, me empeño en buscar un pensamiento cuya transcendencia, cuyo permanente prevalecer en la obra del autor, nos lleve a considerarlo si no imprescindible, sí al menos tenedor de la esencia del autor. Es entonces cuando emerge aquello que identifica a cualquier Filósofo. Nada más y nada menos que la necesidad no tanto de saber, cuando sí más bien de comprender.

Tal pretensión, que ya de por sí podría considerarse una excentricidad de darse en cualquier otro momento y lugar, se convierte en una peligros excentricidad en un caso como el que nos ocupa. Un caso en el que el Golpe de Estado de 1936 viene a trastocar todo intento de retomar España, y que rápidamente convierte a cualquiera que se atreva no ya a discutir, sino que resultará bastante con aplaudir al Régimen, en un enemigo consumado.

Será así pues que no ya solo muy a su pesar, sino que como suele ocurrir con la mayoría de los pensadores a la hora de conciliar sus procesos para con aquéllos que ejercen el poder, máxime si además lo ejercen de manera dictatorial; que sin obrar del mismo causas directas que lo provoquen, Julián MARÍAS será en un primer momento repudiado y proscrito por el Régimen. Bastará para ello, al menos en un primer momento, con su no pronunciamiento activo, situación que cambiará radicalmente desde el momento en el que la condena que el Régimen hará efectiva sobre la persona, y en especial sobre la obra de sus maestros y amigos, le lleve finalmente a tomar partido.

Será entonces cuando se posicione de manera definitiva, y podamos así decir que el inicio de la Guerra Civil en 1936 truncó las expectativas de un Julián Marías recién licenciado. Consideró un "error" la sublevación de Franco, que "destruyó al Estado" y que "al no triunfar, abrió el camino a innumerables muertes". Su espíritu liberal le llevó a ponerse a favor de la II República. Su balance de la contienda civil fue amargo, porque dividió en dos a los españoles: lo expresaba con una frase paradójica: "Los justamente vencidos y los injustamente vencedores".

Como citó el Clásico: “El día que los reyes disputen sus propias batallas, será un verdadero espectáculo.”

Surgirán así entonces de manera flagrante muchas de las cuestiones que hasta el momento habían permanecido aletargadas y será precisamente cuando a partir de ese momento el Régimen, que no sabe como atacarle, decida considerarle en toda su extensión como alguien verdaderamente peligroso, cuya obra puede ser un peligro en acto, y por supuesto en potencia.

Y en medio, como elemento demencial, a la par que descriptivo, el nunca negado apoyo incondicional a BESTEIRO.

Una obra sin lugar a dudas genial. Una obra con multitud de procederes, con múltiples perspectivas todas las cuales, y como ocurre con todos los grandes, convergen de manera inexorable en el Hombre. Un Hombre, y su forma natural, el Humanismo, que tendrá al menos en el caso de la parte no historicista, al Racio-Vitalismo como gran aportación.

Porque volviendo al caos en este caso no como elemento multiplicador, sino más bien en su vertiente enriquecedora, la que transita en pos de convertirlo en creador de nuevas realidades, lo cierto es que las luchas a las que habíamos hecho mención en las primeras líneas de la presente, y que a grandes rasgos se traducen en la semántica básica por la que transitará no ya el principio, sino más bien la primera mitad del siglo XX, tendrán su reflejo en las grandes cuestiones de pensamiento y claro, qué puede describir mejor el contexto de esas grandes disquisiciones que la lucha dialéctica con la que mediante esfuerzos titánicos, y por ello eternos, se enfrentarán defensores de la Razón, contra defensores de lo Pragmático y Sensible.

Será así como se escribirá la página de otro de esos grandes de España. Otro de esos cuya aportación, por callada, pero por sincera, solo es constatable en las grandes ocasiones.
Por eso que, vistas las actuales circunstancias, son estos buenos momentos para acudir a la Obra de Julián MARÍAS. Puede que no encuentren respuestas, de lo que estoy seguro es que hallarán más preguntas.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 14 de junio de 2014

POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS…STRUSS.

Negándonos a aceptar la indolencia, o más bien la casi absoluta abulia con la que se han seguido los por otro lado absolutamente inexistentes actos en pos de conmemorar los 150 años del nacimiento del genial Richard STRAUSS, desviamos hoy ligeramente nuestro rumbo del tránsito que en las últimas semanas ha adoptado nuestra nave, para recalar en esta ocasión en el extraño, a la par que muy interesante reducto que nos ofrece el dirigir nuestra atención sobre el que sin el menor resto de resquemor al respecto puede considerarse como uno de los grandes mitos de la Música Germánica, haciéndose igualmente merecedor de parecidos elogios a medida que ampliamos nuestro horizonte en pos de consideraciones de carácter mundial.

Nacido en el seno de una familia burguesa acomodada, la cual por otro lado debía su francamente desahogada posición a la cerveza, STRAUSS vendrá, como en un cuento de hadas, a satisfacer plenamente las ansias de felicidad que puede llegar a albergar una familia en la que, como si todo se dispusiera en pos de confeccionar un tapiz perfecto, la música tiene, y por ende tendrá siempre, un papel trascendental y absolutamente reconocido.
Así su padre, Franz Joseph Strauss es un músico notable, virtuoso cornista en la Orquesta de la Corte de Munich, a quien WAGNER y VON BÜLOW se disputaban con vehemencia para sus conciertos.

Dotado con un talento más que admirable, las capacidades musicales del joven Richard no solo no pasarán inadvertidas, sino que afortunadamente serás reconocidas por su padre el cual, aparte de proporcionarle una sólida y brillante formación musical, velará de manera eficaz, tal y como el tiempo demostró, en pos  de que ésta no dejara huellas contraproducentes que pudieran diezmar el magnífico talento del que el todavía niño STRAUSS, hacía gala.
Sin embargo, tamaño celo no pudo evitar que si bien Richard se convirtiera en el heredero por derecho propio de las dos grandes tradiciones decimonónicas de la música alemana, a saber el poema sinfónico lisztiano, y por supuesto la ópera wagneriana, ésta última lo hiciera francamente con una merma en lo atinente a los apoyos, la que procedía de las manifestaciones de franca desafección con las que STRAUSS padre calificaba la indómita Música de WAGNER, hacia la que no dudaba en mostrarse contrariado, en consonancia con el malestar confeso que sentía con la manera de hacer y entender las cosas que tenía WAGNER.

Serán controversias como esta, o más concretamente los efectos que en su manera de pensar conciliarán las densas maniobras tanto intelectuales como musicales que habrán de llevarse a cabo en pos de dispensar una solución equilibrada; que un joven Richard STRAUSS decidirá en 1882, contando pues con 18 años, tomar el camino de los estudios filosóficos formales, para lo que se inscribirá en la Universidad de Munich, en la que durante dos años compaginará los estudios de Filosofía con los de Historia del Arte y Estética.

Será precisamente el efecto dinamizador conseguido por la ampliación de expectativas consolidado a partir de las aportaciones filosóficas, lo que sin duda terminará por dar luz a un pensamiento integrador para el cual, el flagrante interés por el pensamiento filosófico, unido a la sin duda amplia formación cultural que el músico atesora, acaban por dar lugar a una concepción revolucionaria de la música. La Música, con mayúsculas, pasa así a ser considerada como una manifestación artística integral, lo que faculta obviamente el apego que experimentará hacia las óperas de WAGNER.

Y después, aunque en un segundo plano solo en lo atinente a las imprescindibles cuestiones de orden, NIETZSCHE. Nuestro autor, fascinado por el autor, por el filósofo, pero sobre todo por el ingente creador, y su nueva estética, concibe un nuevo plano realmente innovador, tanto en el plano conceptual, como en el formal; mostrando su compromiso sin travas ni traumas con su recreación de la obra del autor en Así habló Zarathustra.

Con todo, si lo que queremos es dar una visión lo suficientemente adecuada de las capacidades desarrolladas por el autor, así como de la revolución que en materia musical lideró, entonces habremos de, sin el menor género de dudas, de ubicar definitiva a la vez que en todo su esplendor, el a todas luces complejo contexto en el que se desarrollará la acción de Richard STRUSS.

A caballo entre los siglos XIX y XX, STRAUSS será si no testigo, al menos flagrante sufridor, de las consecuencias en unos casos, y de los detonantes en otros, de los acontecimientos en torno de los cuales quedará circunscrita la historia que se escribe en esos momentos.
Inmerso en tiempo y forma en un siglo XX que se desmorona, o al menos lo hacen sus instituciones, así como los desarrollos conceptuales y las ideas de Estado diseñadas quién sabe si como pretexto para comprenderlas, lo cierto es que STRAUSS será testigo, tal y como reflejará en algunas de sus obras, de muchas de las consideraciones que servirán para entender tanto la desintegración de los preceptos que habían resultado útiles de cara a considerar el siglo XIX, como a la hora de reinventarlos en pos de improvisar el funesto principio de la siguiente centuria.

Testigo entre otras de la derrota en la Primera Guerra Mundial de los llamados “poderes centrales”, a saber los constituidos por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y por supuesto el Imperio Otomano; fue testigo accidental de la consecuencia más directa e importante que tal hecho condujo, cual es por ejemplo la disolución de la monarquía de los Habsburgo, hecho que a su vez desencadenaría de manera inevitable la desaparición del Imperio Austrohúngaro, hecho éste que tendrá no solo consecuencias en su presente, sino que se desvelará posteriormente, tal y como quedará puesto de manifiesto tras el Segundo Pacto de Versalles, como uno de las grandes consideraciones a ser tenidas en cuenta de cara a comprender la Segunda Guerra Mundial.
Será así que Austria, despojada de sus territorios imperiales, se verá prácticamente reducida a una especie de República Alemana de Austria, hasta que la firma en septiembre de 1919 del Tratado de Saint-Germain, ponga fin, al menos sobre el papel, a tal situación. Pero la realidad es otra, y bien distinta: las naciones vencedoras tan solo quieren evitar la posible unión de Alemania y Austria, hecho que actuará como conductor del desastre hasta 1938, momento en el que tendrá lugar la nueva anexión de Austria a Alemania, en este caso ya bajo el terrible yugo del Tercer Reich.

Y será precisamente bajo este contexto, el que transita entre la desaparición del Imperio, y el nacimiento de la República austriaca, donde STRAUSS, ligado a otros artistas y compositores decidan dar paso al que será el Consejo de las Artes de Austria. Con sede en Viena, el organismo nace en realidad destinado a rescatar una vieja idea, que gira en torno a la obra y la vida del más grande genio y compositor austriaco. Se trata por supuesto de Wolfang Amadeus Mozart.
Se trata de conciliarlo todo en pos del que será el nunca suficientemente valorado Festival de Música de Salzburgo.

Referente universal y eterno de la música, tanto por las aportaciones que en materia de técnica y novedad llevará a cabo, como por supuesto en lo concerniente a las grandes muestras destinadas a rescatar a los clásicos en su esplendor, retornando para ello a los contextos tradicionales que a los mismos les fueron reconocibles; el Festival de Salzburgo supondrá sin el menor género de dudas el vórtice en torno del cual reunir una exasperada Cultura Germana que a la postre se halla cada vez más revuelta.

Porque como no puede ser de otra manera, el auge que se traduce en ingente exposición internacional del festival, llevará pronto a los nazis, con el insaciable GOEBBLES a la cabeza, a apropiarse del mismo. Lo harán imponiendo primero una programación destinada a la sobrevaloración de sus principios, para lo cual como parece evidente recurrirán a WAGNER, el que acabará adquiriendo carácter sempiterno en el festival; para hacer luego una especie de jugada maestra, que pasará, al menos en principio por declarar a STRAUSS el nuevo ídolo.

Pero STRAUSS no solo no estará interesado en política, sino que abiertamente plantará cara a los que se consideran señores de la suya, y casi de todas sus tierras, diseñando unos procederes para el festival que a la sazón le servirán para enseñar al mundo sus nuevas consideraciones para con la música.

En una franca recuperación de las visiones de juventud que sus incursiones en el mundo de la Filosofía le proporcionaron, STRAUSS revoluciona la escenificación, y en especial la interpretación, desentrañando de forma magistral una teoría de la concepción musical que pasa por dotar al director no solo de un nuevo papel. La dirección pasa a tener un papel absolutamente protagonista, el que pasa por comprender que cada nueva interpretación de una obra, supone reconsiderarse de manera expresa todas y cada una de sus vigencias pasadas, las cuales pasan netamente a depender del futuro.

Todo esto desagrada francamente al Reich, que no duda en retirar a nuestro protagonista todas y cada una de las distinciones con las que le había dotado.
Con ello, STRAUSS permanecerá en lo atinente a sus consideraciones y consecuencias al respecto de su papel para con el REICH en una ambivalencia que le traerá problemas en todos los tiempos, y en todas las formas, y que pasan por la consideración de que el REICH le quitará la nacionalidad, a la vez que luego los vencedores le someterán al tormento de las dudas razonables.

Con todo, STRAUSS y sus consideraciones musicales albergan un papel fundamental en la historia de la música. No se trata ya solo de que sus aportaciones originales sean de un talento incuestionable, se trata de que sus aportaciones en lo atinente al resto del contexto son, sencillamente, inescrutables.

Pero como él mismo dirá a tenor del desastroso estreno de una de sus óperas: “Aquí yace Guntram. Muerto por su padre, y por la interpretación de una orquesta inhumana.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 7 de junio de 2014

DE LAS PLAYAS DE SICILIA A LAS DE NORMANDÍA, PASANDO POR LA “OPERACIÓN PICADILLO”.

Es cuestión que surge a menudo, sobre todo cuando lo referido responde a una cuestión militar, que en pos de su análisis procedemos siempre de manera calculada por objetiva, sacrificando con ello la cuestión de la perspectiva, lo que en muchas ocasiones redunda no ya solo en una pérdida de visión, sino que a menudo pervierte los acontecimientos, promoviendo con ello tal vez durante años, una visión errónea no ya solo de los acontecimientos, sino de la verdad que tras éstos conviene sea recuperada.

Paradójicamente tal consecución, lejos de ser considerada como un problema, cuando no un error, supone en la mayoría de ocasiones el regocijo de aquéllos que han contribuido a su gestación y desarrollo, toda vez que no es sino ése el verdadero motivo hacia el que muchas personas conducen abiertamente sus esfuerzos y por ende su trabajo.

En días como los que hoy por hoy conforman nuestro presente. En jornadas en las que el misticismo de unos se enfrenta con la autocomplacencia de otros, lo cierto es que la más que necesaria conmemoración de los setenta años del conocido como Día D, a la sazón el que designó sobre el 6 de junio de 1944 la responsabilizar de encauzar en torno a él todas las connotaciones propias de pasar a ser recordado, en caso de tener éxito, como el día que supondría el fin del dominio nazi sobre Europa, nos obliga sinceramente a emprender un ejercicio por supuesto no revisionismo, lo que supondría sin duda una maledicencia, cuando sí más bien un trabajo de análisis y reflexión sobre muchas de las causas y procedimientos desempeñados en pos de unos quehaceres cuyas conclusiones sin duda estaban destinadas, como efectivamente así ocurrió, a cambiar el mundo.

Llegados a este extremo, y como podemos fácilmente intuir, cuando no abiertamente presagiar, el intento de nuestro desarrollo de hoy pasa no tanto por recorrer una vez más los más que ya de por sí trillados caminos recorridos tanto por las unidades de reconocimiento y paracaidistas, principalmente canadienses, que supusieron la vanguardia de la que sería para siempre la Operación Overlord, y que daría al traste con el dominio efectivo que de Europa hacía Hítler.
Más bien al contrario, nuestra propuesta pasa hoy por hacer un sucinto vuelo de reconocimiento en pos de esos otros abnegados soldados, ya por aquel entonces hombres y mujeres, que libraban batallas en despachos y sótanos como los de Bradley Park, en cuyo seno se trabajaba a destajo gracias entre otras cosas a la labor que desempeñaba la Operación Enigma, la que constituyó sin el menor género de dudas el mayor secreto de la II Guerra Mundial.

Nos referimos, como es evidente, a los Servicios de Inteligencia. Abnegados hombres y mujeres por cuyas manos han pasado no tanto secretos, como sí en muchas ocasiones órdenes, planes y desarrollos militares, destinados por igual en unas ocasiones a salvar la vida de miles de hombres, como a erigirse en su armaggedom en otras.

Porque acudiendo a esa obligada amplitud de miras a la que antes hacíamos referencia, volcados en la intención de comprender en toda su magnitud la perspectiva desde la que se desarrollaron los acontecimientos más importantes de la Gran Guerra, lo cierto es que bien puede ser en la Inteligencia, y en el coherente trabajo desarrollado a lo largo de toda la contienda, donde podremos albergar alguna experiencia de cara a entender el sentido de las verdades que discurrían por los a menudo sinuosos caminos en los que se desarrolló la II Guerra Mundial.

Ejemplo de lo dicho, y para nada ajeno en contexto al acontecimiento sobre el que hoy dirigimos nuestra mirada, como luego demostraremos; es la situación por la que a mediados de 1941, un joven Teniente que ha asumido las labores de capitanía de un submarino de caza Clase Los Ángeles, captura de manera casi accidental, literalmente colisiona de estribor con él, a un submarino alemán que tiene problemas serios en la planta de propulsión.
El suceso, en apariencia sin importancia, lleva por el contrario a saltar de alegría a los responsables británicos a los que se hace entrega del prisionero, máxime cuando a tenor de las anotaciones hechas en relación a los objetos incautados, se lee lo siguiente: “extraño artilugio metálico, parecido a una máquina de escribir, con luces y un extraño sistema de ruedas truncadas, dotadas de movimiento, (…) con un peso en torno a los 15 kilogramos. (Descripción gráfica. Función: desconocida.)

Se trataba de una Máquina Enigma. Orgullo de los sistemas de inteligencia alemanas la Enigma ha supuesto, hasta el desarrollo de los sistemas de encriptación modernos, a base de números primos, el mayor logro en semejante materia de todos los tiempos.
Basado en términos mecánicos en una correlación de ruedas dentadas que se vinculan entre sí de una manera aparentemente aleatoria (o al menos así resulta para cualquiera que no tenga la clave que coordina a dos o más de estas máquinas, clave que hace inteligible el mensaje que se comunica) la máquina, efectivamente muy parecida a una tradicional de escribir, convierte y cifra mensajes a través de un teclado en el que la correlación entre la tecla y su correspondiente percutor se haya truncado por medio de la acción de unos rodillos cuya regla cambia varias veces en el mismo día, haciendo prácticamente inaccesible el acceso a la misma para cualquiera que no tenga el libro de coordinadas y las correspondientes instrucciones para llevar a cabo las necesarias correcciones diarias.

Y en el Cuaderno de Bitácora del Los Ángeles, figuraba la presencia de un libro en apariencia vinculado a la extraña máquina, lleno de instrucciones, y esquemas.

El acceso a aquella Enigma, sirvió a priori para poner solución a una de las cuestiones que más preocupaban a Los Aliados. A saber, el método que usaba la Inteligencia alemana, con Cannaris a la cabeza, y que hasta ese preciso momento se había mostrado inaccesible para todos y cada uno de los ataques que contra el mismo se habían dirigido.
Sin embargo, usado con la cruel prudencia con la que fue usada a partir de entonces, y hasta el fin de la guerra, se convirtió sin lugar a dudas en uno de los elementos que en mayor medida fueron responsables del sentido final que la guerra acabó adoptando.

A la sazón, y una vez más de manera paradójica, el exceso de confianza que los nazis pusieron en el terrible ingenio que habían confeccionado, les llevó a ignorar por incredulidad, la por otro lado cada vez más evidente lista de señales de que algo fallaba, y que procedentes de la anticipación de la que a menudo se veían dotados los movimientos aliados, debería de haber levantado sospechas entre los alemanes. Y la última prueba de todo esto, lo constituye la propia Operación Overlord.

Finalizando el verano de 1943, y una vez que los intentos de “El Zorro del Desierto”  por hacerse no tanto con Egipto, como sí más bien con los puertos y las reservas de petróleo de Oriente Medio, han fracasado; la beligerancia con la que el General Montgómery pone en fuga a Rommel hacia el oeste lleva a los estrategas a cuestionar si no habrá llegado verdaderamente el momento de plantear la ansiada invasión de Europa.

A todos los efectos el que supondría el golpe definitivo, éste tiene a título estratégico dos posibles líneas irreconciliables. La primera pasa por un ataque claramente meridional, lo que supondría entrar o por Cerdeña, o por Grecia.
La otra opción, la monopolizan las costas de Francia.

En mayo de 1943, un submarino de estrategia inglés, el Sherindham, deja caer a menos de dos kilómetros de la costa de Huelva un extraño cargamento. Se trata de un cadáver perfectamente controlado, que ha de de hacer pensar a la densa red de espías nazis que hay en España, que se trata de un oficial responsable de llevar al frente de África del Norte instrucciones imprescindibles para la que sería la invasión de Sicilia.
La operación Picadillo, que así se denominaba, fue un rotundo éxito, como demostró el hecho de que con las bendiciones del propio Hítler, Rommel, que había sido expresamente puesto al mando de la contraofensiva evidente, movió desplazó efectivos imprescindibles desde el sur de Italia hasta la costa meridional griega.
El daño fue terrible y Rommel que apenas duró tres días al frente de la mencionada operación, tuvo que ver cómo Sicilia caía en 72 horas.

Casi un año después, el escenario se traslada a la costa occidental francesa. El giro que la toma de Sicilia ha dado a la guerra, ha provocado que el esperado desembarco, así como las consecuencias que del mismo habrán sin duda de derivarse, lleven a todos, tanto a atacantes como por supuesto a defensores, a tomar respectivamente todas las medidas que sean factibles, e incluso alguna que no lo sea.

Y será de nuevo entonces cuando la Inteligencia Militar tome el control.

Por entrar en consideración, desde marzo de 1944 la cuestión a discernir no es cuándo ni cómo, sino exactamente por dónde, se habrá de producir el desembarco. Dos son las opciones. Callais, al norte, parece el lugar más idóneo para satisfacer las demandas de los invasores. No solo tiene a su favor las buenas condiciones que para una potencial invasión ofrecen sus playas. Cuenta además con el hecho innegable de que al estar sus costas más cercanas a las británicas de lo que lo estarían las de Normandía, los recelos de la Infantería de Marina a pasar mucho tiempo “en el agua” se ven reducidos.

Con el fin de reforzar tal conducta, los ingleses han contratado los servicios de una familia de artesanos jugueteros, los Alam-Bustrer, a los que se encomienda la confección en material de caucho, a tamaño real, de réplicas de vehículos e instalaciones militares que, apoyadas en la construcción de instalaciones de logística reales en el norte de la isla, lleve a los oficiales alemanes a hacerse la errónea idea de que se está procediendo a una evidente acumulación de efectivos en el paralelo de Callais.

Pero el paso definitivo del engaño está por dar, y es humano. Se trata de la Operación Dreixler. Integrados por varios españoles republicanos ingresados en la Resistencia, los británicos han llenado Francia de espías portadores sin saberlo de información falsa en tanto que creen verdaderamente llevar la información que habrá de detonar la información.
La mayoría de ellos muere. Pero la exhibición de resistencia al dolor protagonizada por una maestra de Mataró, María GALVES, a la que como parte del plan habían cambiado por agua la habitual cápsula de cianuro destinada al suicidio en pos de proteger la información; lleva al propio CANNARIS a dar validez a la información que sitúa a Callais en el epicentro de la maniobra de desembarco.

El resto de la historia es sobradamente conocida.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.