sábado, 14 de junio de 2014

POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS…STRUSS.

Negándonos a aceptar la indolencia, o más bien la casi absoluta abulia con la que se han seguido los por otro lado absolutamente inexistentes actos en pos de conmemorar los 150 años del nacimiento del genial Richard STRAUSS, desviamos hoy ligeramente nuestro rumbo del tránsito que en las últimas semanas ha adoptado nuestra nave, para recalar en esta ocasión en el extraño, a la par que muy interesante reducto que nos ofrece el dirigir nuestra atención sobre el que sin el menor resto de resquemor al respecto puede considerarse como uno de los grandes mitos de la Música Germánica, haciéndose igualmente merecedor de parecidos elogios a medida que ampliamos nuestro horizonte en pos de consideraciones de carácter mundial.

Nacido en el seno de una familia burguesa acomodada, la cual por otro lado debía su francamente desahogada posición a la cerveza, STRAUSS vendrá, como en un cuento de hadas, a satisfacer plenamente las ansias de felicidad que puede llegar a albergar una familia en la que, como si todo se dispusiera en pos de confeccionar un tapiz perfecto, la música tiene, y por ende tendrá siempre, un papel trascendental y absolutamente reconocido.
Así su padre, Franz Joseph Strauss es un músico notable, virtuoso cornista en la Orquesta de la Corte de Munich, a quien WAGNER y VON BÜLOW se disputaban con vehemencia para sus conciertos.

Dotado con un talento más que admirable, las capacidades musicales del joven Richard no solo no pasarán inadvertidas, sino que afortunadamente serás reconocidas por su padre el cual, aparte de proporcionarle una sólida y brillante formación musical, velará de manera eficaz, tal y como el tiempo demostró, en pos  de que ésta no dejara huellas contraproducentes que pudieran diezmar el magnífico talento del que el todavía niño STRAUSS, hacía gala.
Sin embargo, tamaño celo no pudo evitar que si bien Richard se convirtiera en el heredero por derecho propio de las dos grandes tradiciones decimonónicas de la música alemana, a saber el poema sinfónico lisztiano, y por supuesto la ópera wagneriana, ésta última lo hiciera francamente con una merma en lo atinente a los apoyos, la que procedía de las manifestaciones de franca desafección con las que STRAUSS padre calificaba la indómita Música de WAGNER, hacia la que no dudaba en mostrarse contrariado, en consonancia con el malestar confeso que sentía con la manera de hacer y entender las cosas que tenía WAGNER.

Serán controversias como esta, o más concretamente los efectos que en su manera de pensar conciliarán las densas maniobras tanto intelectuales como musicales que habrán de llevarse a cabo en pos de dispensar una solución equilibrada; que un joven Richard STRAUSS decidirá en 1882, contando pues con 18 años, tomar el camino de los estudios filosóficos formales, para lo que se inscribirá en la Universidad de Munich, en la que durante dos años compaginará los estudios de Filosofía con los de Historia del Arte y Estética.

Será precisamente el efecto dinamizador conseguido por la ampliación de expectativas consolidado a partir de las aportaciones filosóficas, lo que sin duda terminará por dar luz a un pensamiento integrador para el cual, el flagrante interés por el pensamiento filosófico, unido a la sin duda amplia formación cultural que el músico atesora, acaban por dar lugar a una concepción revolucionaria de la música. La Música, con mayúsculas, pasa así a ser considerada como una manifestación artística integral, lo que faculta obviamente el apego que experimentará hacia las óperas de WAGNER.

Y después, aunque en un segundo plano solo en lo atinente a las imprescindibles cuestiones de orden, NIETZSCHE. Nuestro autor, fascinado por el autor, por el filósofo, pero sobre todo por el ingente creador, y su nueva estética, concibe un nuevo plano realmente innovador, tanto en el plano conceptual, como en el formal; mostrando su compromiso sin travas ni traumas con su recreación de la obra del autor en Así habló Zarathustra.

Con todo, si lo que queremos es dar una visión lo suficientemente adecuada de las capacidades desarrolladas por el autor, así como de la revolución que en materia musical lideró, entonces habremos de, sin el menor género de dudas, de ubicar definitiva a la vez que en todo su esplendor, el a todas luces complejo contexto en el que se desarrollará la acción de Richard STRUSS.

A caballo entre los siglos XIX y XX, STRAUSS será si no testigo, al menos flagrante sufridor, de las consecuencias en unos casos, y de los detonantes en otros, de los acontecimientos en torno de los cuales quedará circunscrita la historia que se escribe en esos momentos.
Inmerso en tiempo y forma en un siglo XX que se desmorona, o al menos lo hacen sus instituciones, así como los desarrollos conceptuales y las ideas de Estado diseñadas quién sabe si como pretexto para comprenderlas, lo cierto es que STRAUSS será testigo, tal y como reflejará en algunas de sus obras, de muchas de las consideraciones que servirán para entender tanto la desintegración de los preceptos que habían resultado útiles de cara a considerar el siglo XIX, como a la hora de reinventarlos en pos de improvisar el funesto principio de la siguiente centuria.

Testigo entre otras de la derrota en la Primera Guerra Mundial de los llamados “poderes centrales”, a saber los constituidos por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y por supuesto el Imperio Otomano; fue testigo accidental de la consecuencia más directa e importante que tal hecho condujo, cual es por ejemplo la disolución de la monarquía de los Habsburgo, hecho que a su vez desencadenaría de manera inevitable la desaparición del Imperio Austrohúngaro, hecho éste que tendrá no solo consecuencias en su presente, sino que se desvelará posteriormente, tal y como quedará puesto de manifiesto tras el Segundo Pacto de Versalles, como uno de las grandes consideraciones a ser tenidas en cuenta de cara a comprender la Segunda Guerra Mundial.
Será así que Austria, despojada de sus territorios imperiales, se verá prácticamente reducida a una especie de República Alemana de Austria, hasta que la firma en septiembre de 1919 del Tratado de Saint-Germain, ponga fin, al menos sobre el papel, a tal situación. Pero la realidad es otra, y bien distinta: las naciones vencedoras tan solo quieren evitar la posible unión de Alemania y Austria, hecho que actuará como conductor del desastre hasta 1938, momento en el que tendrá lugar la nueva anexión de Austria a Alemania, en este caso ya bajo el terrible yugo del Tercer Reich.

Y será precisamente bajo este contexto, el que transita entre la desaparición del Imperio, y el nacimiento de la República austriaca, donde STRAUSS, ligado a otros artistas y compositores decidan dar paso al que será el Consejo de las Artes de Austria. Con sede en Viena, el organismo nace en realidad destinado a rescatar una vieja idea, que gira en torno a la obra y la vida del más grande genio y compositor austriaco. Se trata por supuesto de Wolfang Amadeus Mozart.
Se trata de conciliarlo todo en pos del que será el nunca suficientemente valorado Festival de Música de Salzburgo.

Referente universal y eterno de la música, tanto por las aportaciones que en materia de técnica y novedad llevará a cabo, como por supuesto en lo concerniente a las grandes muestras destinadas a rescatar a los clásicos en su esplendor, retornando para ello a los contextos tradicionales que a los mismos les fueron reconocibles; el Festival de Salzburgo supondrá sin el menor género de dudas el vórtice en torno del cual reunir una exasperada Cultura Germana que a la postre se halla cada vez más revuelta.

Porque como no puede ser de otra manera, el auge que se traduce en ingente exposición internacional del festival, llevará pronto a los nazis, con el insaciable GOEBBLES a la cabeza, a apropiarse del mismo. Lo harán imponiendo primero una programación destinada a la sobrevaloración de sus principios, para lo cual como parece evidente recurrirán a WAGNER, el que acabará adquiriendo carácter sempiterno en el festival; para hacer luego una especie de jugada maestra, que pasará, al menos en principio por declarar a STRAUSS el nuevo ídolo.

Pero STRAUSS no solo no estará interesado en política, sino que abiertamente plantará cara a los que se consideran señores de la suya, y casi de todas sus tierras, diseñando unos procederes para el festival que a la sazón le servirán para enseñar al mundo sus nuevas consideraciones para con la música.

En una franca recuperación de las visiones de juventud que sus incursiones en el mundo de la Filosofía le proporcionaron, STRAUSS revoluciona la escenificación, y en especial la interpretación, desentrañando de forma magistral una teoría de la concepción musical que pasa por dotar al director no solo de un nuevo papel. La dirección pasa a tener un papel absolutamente protagonista, el que pasa por comprender que cada nueva interpretación de una obra, supone reconsiderarse de manera expresa todas y cada una de sus vigencias pasadas, las cuales pasan netamente a depender del futuro.

Todo esto desagrada francamente al Reich, que no duda en retirar a nuestro protagonista todas y cada una de las distinciones con las que le había dotado.
Con ello, STRAUSS permanecerá en lo atinente a sus consideraciones y consecuencias al respecto de su papel para con el REICH en una ambivalencia que le traerá problemas en todos los tiempos, y en todas las formas, y que pasan por la consideración de que el REICH le quitará la nacionalidad, a la vez que luego los vencedores le someterán al tormento de las dudas razonables.

Con todo, STRAUSS y sus consideraciones musicales albergan un papel fundamental en la historia de la música. No se trata ya solo de que sus aportaciones originales sean de un talento incuestionable, se trata de que sus aportaciones en lo atinente al resto del contexto son, sencillamente, inescrutables.

Pero como él mismo dirá a tenor del desastroso estreno de una de sus óperas: “Aquí yace Guntram. Muerto por su padre, y por la interpretación de una orquesta inhumana.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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