sábado, 25 de octubre de 2014

DE FRANK LISZT. EL HÚNGARO “ARROJADO” SOBRE EUROPA.

Ponemos hoy punto y seguido, que no final, a la por otro lado alocada carrera que durante algunas semanas nos ha conducido por medio de conmemoraciones unas, e incluso celebraciones otras, a recorrer lo más florido y boyante de la tradición cuando no de la historia del Viejo Continente; para retomar con pasión, de qué otra manera cabría hacerlo, algunos de los aspectos más importantes a la par que descriptivos no ya tanto de un autor, como por supuesto de la época que le es propia.

Desde tales considerandos, que no por supuesto limitaciones, echamos hoy la vista atrás, y no nos detenemos hasta topar en la genealogía cronológica, que no por ello menos conceptual; en Frank LISZT, sin duda uno de los húngaros más conocidos, que por ello hace más paradójica la certeza de encontrarnos ante uno de los personajes más complicados de conceptualizar, no tan solo en su condición artística, sino más bien a tenor de su condición vital.
Y todo tal vez, o quizá resultase más adecuado decir a causa, de que pocos artistas llevan tan en boga el hecho de concebir la Música tan solo a partir de la concepción que de la propia vida hacemos. Así, LISZT no componía, plasmaba una interpretación gráfica de su vida. Y no puede cabernos la menor duda de que tuvo una vida fructífera.

Nacido en Hungría, un 22 de octubre de 1811, la dificultad que el hecho podría plantear en términos de conveniencia para de cara a la correcta proyección tanto del autor como de su obra, queda rápidamente superada al comprobarse desde un primer momento por un lado la rápida impronta que la genialidad deja en el Maestro (da su primer concierto no habiendo aún cumplido los once años) como por supuesto la pronta aparición de los primeros síntomas de lo que a la larga será el aspecto más marcado de su carácter, a saber su predisposición para hacer de lo cosmopolita su modo de vida.

Lo cierto es que no podemos ni debemos, en el caso de ser verdaderamente serios a la hora de poner de manifiesto los conceptos que luego se trasladarán para conformar la genialidad de LISZT, ignorar entre otros los condicionantes que a título de contexto circunvalaron los fundamentalmente primeros años del autor.
Nacido en el castillo de Esterházy, hoy condado de Oedenburg; el autor verá rápidamente colmados tanto sus mejores deseos, como incluso aquéllos que todavía no era consciente de que podría llegar a tener, al ser su padre un acaudalado funcionario responsable de las cuentas de unos príncipes emparentados para más señas con los que ya en su momento habían proveído el sustento de HAYDN. Si bien y tal vez en cualquier caso como valor añadido, su padre Adam, fue un conocido melómano a la par que músico aficionado, lo que sin duda redundó en la mejora de las premisas que habrían de hacer perseverar en las capacidades del que resulta ser hoy nuestro protagonista.

Satisfechos con intereses los empréstitos a los que por  condición de naturaleza el autor pudiera estar obligado; por un lado el éxito de sus primeras apariciones, como no en menor medida la incomprensión de algunos de sus contemporáneos y coetáneos que se traducirá en gestos tan significativos como el dado por CHERUBINI quien en diciembre de 1823 le impide el ingreso en el Conservatorio de París en aplicación estricta del parámetro que impide el acceso a tal de extranjeros, LISZT tendrá que empezar a ir asumiendo lo que poco a poco se convertirá en el denominador común que presidirá su relación para con los demás, a saber, la envidia y el claro resquemor que su modo de entender la vida, reflejado como hemos dicho de manera flagrante en su música, viene a provocar en los demás, consolida una visión antagónica que pronto se proyectará en lo que vendrá a consolidarse como el mayor carácter de nuestro protagonista como será su clara concepción cosmopolita.

Se convertirá así LISZT en mucho más que un húngaro que deambula por Europa. Se convertirá en una suerte de canal de conexión a partir de cuyo análisis podremos obtener un primer intento de comprensión del tal complicado como apasionante Siglo XIX Europeo.

Integrado conceptualmente en lo que denominamos Tercera Generación de Románticos, LISZT es, como SCHUMANN lo fuese antes que él, un Romántico desbordado. Será así pues que el otrora incomprensible carácter compositivo del autor, adquiere desde esta perspectiva no solo visos de comprensión, sino que se hace más bien imprescindible al quedar correctamente imbricado dentro de la casi infinita concepción que acaso de manera pueril pretende fingir como que comprende el Romanticismo del Siglo XIX Europeo.
Inmersa en esta larga égloga, la música del húngaro limita en unas ocasiones, a la par que trasciende en el más de los casos los límites reales o imaginados que la tosca mente del Hombre impone a una labor comunicativa que conecta como solo KANT se atreviera a hacer antes, lo material del pragmatismo humano, con ese infinito solo concebible, que no aprensible, desde el factor Racional. Y todo sin caer en lo que llamaríamos enciclopedismo o sea, sin ceder a la tentación de reducir al Hombre.

Aunque…¿Cómo comprender al Hombre? Pues siguiendo en este caso a DESCARTES, explicitando primero un análisis, que redunde después en la integración de una unidad superior.
En virtud a tal protocolo, tenemos que en LISZT redundan todos los atributos propios del XIX en Europa. Romanticismo desmedido que llora en términos éticos en tanto que sabe que la preconización de su muerte no hace sino llevarle a una mayor grandeza; unido a concepciones un tanto más materiales como puede ser la consolidación definitiva de la certeza radical de la desaparición palmaria del hasta ahora dominio evidente, a saber el implícito en la Tradición Absolutista, redundan como nadie convirtiéndose en virtuosos explicando aquello que viene a suponer no solo el fin de un sistema, como sí más bien la superación del mismo, con todo lo que ello supone.

Y claro está, pertenecer intacto bregando en las tumultuosas agua que tan enfurecida torrentera hace discurrir por el continente, parece una ensoñación, cuando no un ardid al que LISZT no está dispuesto a prestarse. Más bien al contrario, se sumergirá devorando con fruición los placeres y los cálices que le demiurgo pondrá ante sí.

Y lo mejor de todo no es que saldrá ileso de todos ellos. Lo mejor es que saldrá enriquecido. Pero… ¿Cómo es que tiene todas las respuestas, incluso las de preguntas que aún no han sido formuladas?

La respuesta a tamaña cuestión hay que buscarla, precisamente, en la condición que lleva sobrevolando de manera constante, toda la presente construcción.
El carácter de trotamundos del que hará permanente gala el intérprete, adquiere especial vigencia llegados a este punto en tanto que la misma confiere a LISZT la condición no ya solo de polifacético, cuando sí más bien la de Hombre que ha bebido sin limitaciones de todas las fuentes. Así, si es cierto que su estancia en Francia le dota de los medios tanto para entender como por supuesto para enriquecer el Romanticismo; no lo será menos el afirmar que Alemania moldeará su carácter imprimiendo en él dotes y aspectos formales que por otro lado estarán presentes a lo largo de toda su obra, vacunándole con sobriedad de los ataques de exhibicionismo a los que son tan dados los pianistas en Europa por entonces.

Se consolida así un músico multidisciplinar. Brillante hasta la saciedad en la ejecución al piano; puestos a revertir su valía como compositor diremos que su aportación en los terrenos del Poema Sinfónico no tienen parangón, haciendo que esta bella aunque manipulada estructura compositiva adquiera, en la medida en que supera viejos traumas, una noción de verdadera estructura semántica propia.

Podemos por ello decir que el aparente desconocimiento que tanto de LISZT como por supuesto de su obra tenemos, es debido a lo complejo que resulta por ejemplo, ubicarlo. Así, en palabras de su más importante biógrafo, Emil HARASZTYZ: “Si LISZT fue el primer compositor modal, fue también el primer lineal, el primer cubista, pero siempre el músico del subconsciente.”

En definitiva, LISZT fue un valiente, que no dudó nunca no solo en vivir absolutamente en el siglo que le fue propio. Se erigió además en intérprete favorito de cara a hacerlo comprensible para los que habrían de venir tras él.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 18 de octubre de 2014

DE LA ETERNA INSATISFACCIÓN, COMO MOTOR DE DESARROLLO INEVITABLE.

Sumidos de nuevo en los rigores del único verdaderamente irrefutable, a saber, el Tiempo, es cuando a partir del ejercicio de humildad al que una vez más el mismo nos somete, que comprobamos lo explícita de su dialéctica en tanto no verdaderamente de poder saciarnos con la comprensión de sus misterios, lo que sin duda conllevaría introducirnos en los terrenos propios de lo mitológico; habiendo pues de saciar no nuestro hambre, sino más bien nuestra nostalgia, con el burdo intento de comprensión que supone el adecuar a nuestra vulgar concepción de los hechos las escasas muestras de cercanías con las que el otrora demiurgo, hoy quién sabe si mero azar, mal identificado con la suerte, desea anteponernos. Y todo solo para acabar reflejando en nuestra mísera ignorancia, su siempre postrero triunfo.
Porque al igual que le sucede al niño que persigue a su propia sombra, tal y como le acontece al anciano cuando le presentan a su último compañero de viaje, a saber la muerte, solo la condenación de ser conscientes de que al final lo único de lo que somos plenamente es del absoluto dominio de nuestra ignorancia, es lo que de otro modo nos llevamos con nosotros, quién sabe si como única compañía.

Acostumbrados como estamos a presagiar en la rutina, forma moderna que adopta la antigua virtud de los presagios, es cuando en un día como hoy hemos de cuestionarnos abiertamente además, algunos de los principio que por otro lado de manera tan firme han servido para dar forma a los esquemas a partir de los cuales no solo hemos conciliado el desarrollo de los que han venido a ser nuestros paseos por la Historia, sino que además, yendo quién sabe con ello mucho más allá, hemos sido en principio capaces de concebir una suerte de esquema a partir del cual, a menudo hemos emprendido, y con visos en ocasiones de acertar, el costoso camino de hacer asequible la propia Historia.
Ha sido así como a menudo, hemos deshilachado el otrora denso tejido al que bien puede asemejársele la propia Historia, para después aportar otra suerte de urdimbre encaminada a compilar no ya una realidad distinta, sino más bien una realidad interpretable, adecuada no a la manipulación, cuando sí al manejo de los utensilios con los que el Hombre de cada época se conduce en unas ocasiones, para luego tratar de comprenderse a sí mismo en otras a la sazón bien distintas.

Con todo y por supuesto desde ello, va poco a poco concibiéndose una forma de procedimiento, cuando no de protocolo, destinado en cualquier caso a determinar esa suerte de fabulación a la que a menudo recurrimos en nuestra especial característica de animales racionales, capaces de comprender la realidad a base de amasar mejor que ninguna otra especie nuestro propio pasado, aunque para ello hayamos de inferir una suerte de generalización (de rutina procedimental sin lugar a dudas) dentro de la cual nos empeñamos en conciliar todos los actos analizados, como por supuesto a determinar la suerte de quienes como grandes protagonistas de la misma, dieron lugar a la Historia en sí misma.

Es por ello que hoy creo más apropiado que en ningún otro momento, llegando por supuesto a superar el hecho de que nos encontremos en plena conmemoración del 170º aniversario de su nacimiento; el analizar las formas, los modos, y sobre todo las maneras conforme a los que se comportó el que sin duda es uno de los genios más importantes no solo del siglo XIX, cuando sí e incluso de cuantos han venido a tergiversar la Historia de la Humanidad.

Y digo bien, a tergiversar.

Todos los grandes pensadores, o tal vez deberíamos decir todos los grandes pensamientos, lo han sido, aportando con ello fama a sus autores, precisamente por venir a sembrar cizaña entre quienes son contemporáneos de sus autores. En palabras que paradójicamente se atribuyen a Jesús de Nazaret, “Mirad vosotros que vengo a sembrar el caos entre los Hombres. Yo traigo la desazón que pone al hijo contra el padre…”

Porque está comprobado que solo la desazón, y la réplica que le es propia, a saber la dialéctica, se alimentan del caos para desarrollar por fagocitosis no ya un mundo mejor, sino a lo sumo un mundo distinto. Un mundo que por adaptación, el gran logro evolutivo del que hace gala el Hombre, acaba a menudo siendo más eficaz que el que se queda atrás.

Poco a poco, como ocurre en el amanecer, justo en el momento en el que más negra es la oscuridad, es cuando la certeza de saber hace presa en nosotros convirtiendo en sólida certeza lo que hasta hace unos pocos instantes no se asemejaba sino a lo tenebroso de las dudas que el suelo pantanoso plantea ante nosotros.
Amanece pues. La luz surge reveladora ante nosotros, y lo hace no por medio del Sol, no lo hace por medio de un Dios. Lo hace por medio de un hombre. Friedrich NIETZSCHE, en Moderno Prometeo que robó el fuego a los Dioses, se lo entregó  a los Hombres, y no contento con ello, se jactó de ello de manera pública y notoria.

Porque retrayendo una vez más nuestros pasos sobre la que supone esencia de nuestra reflexión de hoy, la suerte de NIETZSCHE, dispar y dispersa donde las haya, le hace merecedor sinceramente de recalar en nuestro recuerdo precisamente por muchas cosas. Mas sin duda la que más categoría puede proporcionarle de manera evidente es la que pasa por comprender su capacidad para desmontar esquemas, haciendo saltar literalmente por los aires cualquier intento de establecimiento de cánones.

Nos encontramos así pues ante mucho más que un escritor, ante mucho más que un filósofo, ante mucho más que un pensador. Ante mucho más que un visionario.
Sobre F. NIETZSCHE irán recayendo, paulatinamente algunas incluso durante el tiempo que le fue presente, pero sobre todo en la posteridad a su muerte, muchas de las responsabilidades para con las que no solo para su desgracia, sino más bien para las de toda una Sociedad, ésta no supo estar a la altura.

Heredero de una de las épocas sin duda más controvertidas de la Historia, tanto por los acontecimientos que efectivamente le fueron propios, como más bien por aquéllos de los que serán predecesores cuando no directamente responsables, lo cierto es que la primera mitad del siglo XIX supone para muchos países, y para los herederos del ya finiquitado Sacro Imperio Romano Germánico mucho más si cabe, una permanente confrontación en pos de volver a reconocerse en sus esencias. Para llevar a cabo semejante ejercicio, Alemania, y por ende todos sus países satélites, habrán de poner en marcha un plan dirigido no tanto a conciliarse para con el presente que les es propio, como sí más bien a recuperar el prestigio que una vez los llevó a pilotar un proyecto por otro lado hoy del todo extinguido. Y claro está, enfrentarse contra el mundo, además de resultar agotador, suele mostrarse más pronto que tarde como una decisión verdaderamente equivocada.

Aunque como suele ocurrir siempre en estos casos, el proceso de restitución hacia la realidad, además de ponerse en marcha con un cierto retraso, no suele hacerlo sin antes haberse llevado a unos cuantos por delante. Y ese fue precisamente el precio que hubo de pagar nuestro protagonista.

Víctima no tanto de sus pensamientos sino más bien de su época, los desarrollos ideológicos con los que pronto podrán llegar a identificarse en unos casos, y a malversarse en otros los que a priori no habrán de ser más que logros de un gran pensador, terminan por enfrentar de manera no tan maquiavélica como sí más bien rocambolesca a NIETZSCHE con su época, con toda su época.
Así, si KANT es y por entonces ya era considerado un genio por desarrollar un procedimiento capaz de lograr resultados satisfactorios en la implementación sosegada de los hasta ese momento irreconciliables mundo de lo pragmático, con el mundo de la Razón, a NIETZSCHE, jamás se le perdonará el poner en marcha un procedimiento destinado en este caso a enfrentar al Hombre con su propia esencia. Un plan denodadamente destinado a mostrar al Hombre cuál es su verdadera esencia, para lo cual y en primer lugar habrá de ser consciente de su soledad. Un plan destinado a poner fin a las hipocresías. Un plan destinado a poner al Hombre frente a frente con sus mentiras.

Pero claro, tal y como estaba escrito, no es bueno que el Hombre esté solo.

NIETZSCHE enfrentará al Hombre con la Sociedad para una vez vencidos estos vínculos, enfrentar al Hombre consigo mismo. NIETZSCHE irá mucho más allá de desarrollar la individualidad del Hombre. Lo desnudará para siempre, haciéndole irreconocible tanto para los demás, como para consigo mismo. Y justo a tiempo, cuando todo parece estar perdido, cuando todo parece haber llegado a su fin, el Hombre reconoce que efectivamente el haber llegado a los niveles más próximos a la muerte, resultan imprescindibles para valorar la vida, resultan la única manera de saber a ciencia cierta que se desea vivir.

Es así que con la primera oleada de furia liberadora caerán todos aquellos montajes que, creados desde la finalidad de llevar a desarrollo el engaño, fomentan lo que para ellos se consideran buenas prácticas. Es así que en términos políticos será denunciada, y posteriormente derrocada, la que se llamará a partir de ese momento moral del esclavo. Bajo semejante consideración se tratan todos los principios construidos de manera tan perniciosa como antinatural, cuyo único destino pasa irreverentemente por arrebatar al individuo los derechos que por natura le han sido promovidos; sustituyéndolos por una suerte de falacia conceptual que abogando por una forma de bien común, no hace sino desmembrar al individuo al ponerle en la tesitura de tener que elegir entre su bienestar, logro dionisíaco, o el del grupo del que forma parte, responsabilidad apolínea.

Denuncias como ésta, llevadas a cabo dentro de lo que él denomina colapso propio de un sistema que da primacía a la moral del esclavo, le llevará pronto a enfrentarse con todo y con todos al promover prédicas no cercanas a nadie, que le alejan paulatinamente de todo y de todos.

Y es así pues que, redundando de nuevo en la paradoja que parece serle propia, habrá de ser en la consecución de su soledad donde logre la constatación del éxito jamás perseguido, al menos no en los términos en los que podría hoy dirimirse tal consideración.

 “Mirad vosotros que vengo a sembrar el caos entre los Hombres. Yo traigo la desazón que pone al hijo contra el padre…”

O por ser más precisos, citando para ello sus propias palabras:

Hay tan solo dos formas de vivir completamente solo. Existe la forma propia de las bestias, o existe por el contrario la del desarrollo propio del que habría de ser considerado como un Dios. No obstante yo he alcanzado una tercera opción, la que pasa por vivir mi vida como un Filósofo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 11 de octubre de 2014

DE CONSTATAR QUE A MENUDO LA CERTEZA DE LA EXPERIENCIA RESIDE EN LAS FÓRMULAS BREVES.

Abandonando durante unos instantes la penuria a la que amenaza con arrastrarnos el ser prisioneros de la cronología, considero adecuado este aquí, este ahora, para poner en orden nuestros archivos, acudiendo con una gran satisfacción a poner solución al error que podría suponer dejar transcurrir un instante más (los días pasan lentos, mas los años corren con inusitada velocidad), sin manifestar el debido tributo que año tras año satisfacemos de manera gustosa a los BATCH, sea cual sea la personificación que en cada caso ésta adopte.

La tantas veces confesa debilidad que por los BATCH profesamos, se traduce no solo en una suerte de admiración centrada en la obra del más conocido de todos ellos, J.S. BATCH, y cuyas vivencias acontecerían entre 1685 y 1750. Más bien al contrario, el motivo que nos ha llevado a decidirnos en detenernos una vez más en torno a la figura y los efectos que esta Familia han provocado en la Historia, pasa por mostrar nuestra firme convicción de que, al contrario de lo que a menudo ocurre con casos similares, en éste los méritos son tan merecidos, precisamente por responder a logros cuya magnitud en algunos casos aún resulta inoperable, que no estamos dispuestos a permitir que pase un solo día más sin asegurarnos de que al menos en lo que a nosotros concierne, se llevan a cabo todos los esfuerzos necesarios para poner de nuevo las cosas en su sitio.

Así, hablar de Los BATCH supone en realidad hablar de un verdadero siglo de Música, el transcurrido entre 1685, año de nacimiento de Juan Sebastian; y 1788, año que registra el fallecimiento de Carl Philipp Emanuel BATCH, a la sazón el último hijo verdaderamente compositor de los cuatro que del total de los veinte que sobrevivieron, acabaron dedicándose a la Música con solvencia.

Alejados por supuesto de cualquier tentación en pos de un favoritismo argumentado en alguna suerte de predilección la cual podría cegarnos a la hora de llevar a cabo un análisis objetivo de las consideraciones estrictamente musicales; lo cierto es que la objetiva realidad filial de los BATCH, sobre todo en lo que concierne a su vinculación real para con la Música, es algo que no tiene parangón, a excepción hecha de lo que ocurre con la familia checa de los BENDA, cuya acción aún hoy se perpetúa.

Sin embargo, más allá de lo pródigos que unos y otros pudieran haberse mostrado, lo realmente sorprendente, lo que confiere a la Familia BATCH el rango necesario para merecer el calificativo de prodigiosa, ha de inferirse del hecho de tratar de comprender el grado de impacto que para la Música supuso la preeminencia de todos y cada uno de los BATCH que desde el Hans BATCH de Turingia vienen revolucionando la Música en este caso desde 1520.

En cualquier caso, resulta imprescindible detenernos no ya en el siglo cronológico, sino más bien en el que denominaremos siglo conceptual, para tratar de aproximarnos al grado de trascendencia que los BATCH promovieron en la Música desde finales del XVII, hasta casi el XIX.
Será a partir de la comprensión de las implicaciones que no tanto las fechas cuando sí los sucesos durante las mismas acontecidos, cuando podamos, al menos sutilmente, congraciarnos con el grado de genialidad que las aportaciones de los mencionados supusieron para la consolidación del episodio que sin duda promovió uno de los mayores cambios a los que el Ser Humano se ha enfrentado, y que no es otro que el paso de La Edad Antigua, a la verdadera Edad Moderna.

Si en términos estrictamente objetivos y a la sazón científicos resulta indiscutible reconocer en la figura de JS. BATCH a la persona que con mayor fuerza influyó en la Música tal vez desde el siglo X, momento en el que la misma empieza a escribirse en términos cuando menos reconocibles para alguien acostumbrado a lo que hoy es contemporáneo; no es menos cierto reconocer de parecida guisa que el uso racional no ya tanto de los novedosos métodos de escritura, cuando sí de elementos más elaborados, entre los que sin duda habrán de figurar los Contrapuntos Barrocos, permitirán inferir de la Música parida por JS. BATCH la totalidad de los ingredientes que nos permiten localizar en sus compases el nacimiento de la Música Moderna, hecho que se traduce tanto en su semántica, como por supuesto en su emotividad. Y esto sin duda trae consigo innumerables consecuencias, algunas aún hoy no lo suficientemente analizadas, pero que en cualquier caso tuvieron un tremendo y lapidario efecto en su momento; efecto que pudo comprobarse tanto en los compositores que le eran coetáneos, como por supuesto en la música que éstos tuvieron a bien desarrollar.

Porque si a todas luces no resulta exagerado decir que con JS BATCH se cierra y se abren sendas épocas musicales; no lo es tampoco decir que en realidad no ya tanto la conclusión del Barroco Musical, como sí la inauguración más o menos accidental del Clasicismo, será un logro tanto más atribuible al genio de su hijo Carl, que a la nunca discutida genialidad de su padre.

Como ocurre cada vez que nos disponemos a desarrollar alguna suerte de aproximación a un genio, y máxime cuando el mismos ha desarrollado su actividad en el terreno de las emociones; hemos sin duda de poner en marcha un proceso previo destinado a rectificar nuestro punto de partida, para lo cual hemos de someter a juicio muchos de nuestros principios. Así, de cara a consolidar la sentencia que auspicia nuestra actual línea de razonamiento, a saber aquélla según la cual Carl es un genio casi tan grande como su padre, aunque por supuesto con mucha menos popularidad; necesitamos reconsiderar una serie de premisas las cuales, de formar parte de nuestro a priori, contribuirían a intoxicar de manera inevitable cualquier tipo de conclusión que desde la misma se vertiera.

Parece así en justicia disponer que nada produce mayor satisfacción a un padre, que comprobar cómo sus logros reciben reconocimiento, cuando no incluso mesurable mejora, en los logros que sus hijos alcanzan. Semejante paradigma, propiciatorio de orgullo y satisfacción en el seno de cualquier familia, habrá de alcanzar en el seno de una como la que promovían los BATCH capaz de remover el mundo desde sus cimientos.
Sin embargo, será suficiente un instante de reflexión, cuando no atenta escucha de las creaciones de Carl Philipp Emanuel BATCH para deducir de las mismas un estilo más cercano a Mozart, que a su padre. La causa, Carl rompe definitivamente con el Barroco, para poner los ciernes del que acabará siendo el Clasicismo.

Podemos decir que Carl Philipp Emanuel BATCH constituye el máximo de una larga lista de compositores que despuntará definitivamente tras la muerte de éste. Haydn, Mozart y el mismísimo Beethoven tendrán en el hijo de BATCH al revolucionario que con la fórmula del menos es más plantará cara a la estructura promovida desde los compositores del medievo, empeñados en complicar la Música en un enfermizo empeño destinado a implementar la tesis de que así la Música crecía; para inaugurar una suerte de procesos destinados a jugar a deshacer, filosofía que se hallará permanentemente impresa en todas las formas conciliadas por los compositores del XVIII.

Se trata como no puede ser de otra manera, de un verdadero cambio de paradigma. Así la Música, inmersa ya con avidez en su clara misión de revelarse como verdadero transductor de las distintas tenomenologías a las que da lugar la compleja psique del Hombre, necesita transformarse de manera coherente a como lo está haciendo el propio Hombre, y por ende su manera de ver el mundo.
Porque esa nueva manera de enfrentarse al mundo no es sino la traducción de unos cambios tan radicales, que confieren valía de estructurales a los otros, a los que de verdad se están llevando a cabo de manera tangible.

Es así como podemos justificar nuestra anterior afirmación, según la cual la Humanidad es testigo del proceso de cambio más importante de toda su Historia. Un proceso que concluye con el paso de la Edad Antigua a la Edad Moderna, y que se va consolidando mediante la inexorable implementación de una serie de cambios previos cuya realidad solo resulta apreciable cuando aplicamos el prisma integrador que nos otorga la perspectiva. Es desde nuestro privilegiado puesto desde donde hoy podemos poner detalles al cambio que se produce en el paso de una economía agraria, a una economía industrial; de una sociedad teocrática, a una racionalista…todo ello encaminado de manera inexorable a una Revolución Francesa, episodio que Carlo Emanuel P. BATCH no llegará por poco a presenciar, pero del que parecía haber podido ser precursor toda vez que sus protocolos musicales bien parecían estar diseñados para describir realidades más propias de lo que estaba por venir, que de la sociedad que realmente le era propia.

Es desde esta nueva perspectiva, desde donde adquieren sentido realidades tales como las que subyacen a hechos cuya comprensión es imprescindible de cara a entender cómo Beethoven puede llegar a componer su Quinta Sinfonía incluyendo su famoso tema, tirando tan solo ¡de cuatro notas! O como Wagner a partir de apenas un centenar de concisos leitmotiven puede conciliar las más de quince horas de música que suponen la estructura completa de El anillo del Nibelungo.

Contrapunto menos intrincado. Estructuras cada vez más livianas. Y en definitiva, la comprensión de que los complicados temas eran susceptibles de ser desarrollados en fugas de gran complejidad, ganando pues en concisión, pusieron al mundo sin duda en antecedentes de un revolución que tuvo en este caso en la Música no un traductor, cuando sí más bien a un precursor; y a Carl Philipp Emanuel BATCH a esa gran figura que mitigada primero por la grandeza de su padre, y eclipsada después por la brillantez de los que en buena guisa eran sus herederos; ha quedado dramáticamente soslayado, olvidado y casi descatalogado.


Luis Jonás VEGAS VELASCO. 


sábado, 4 de octubre de 2014

DE LO IMPRESCINDIBLE DE ALGUNAS DUDAS, QUE ACABAN POR CONVERTIRSE EN JUSTIFICACIÓN.

De obligado cumplimiento resulta ya, y por ende sin dejar pasar un instante más, en acudir dentro de lo que ha evolucionado ya hasta una inexcusable Cita con la Historia, a la rememoración de los hechos más que sucesos acontecidos a lo largo de 1814, y que tienen tanto en la figura como por supuesto en la autoridad de Fernando VII a su sin duda, máximo responsable.

Porque cierto es que si sometemos a el común de la patria a una sencilla pregunta, como puede ser un sencillo enumere algunos de los monarcas que le pasen por la cabeza; seguro que uno de los que aparezca en la mayoría de las listas que posteriormente se elaboren será Fernando VII. ¡Pero sin duda que las causas que en este caso se enumeren en pos de tal posicionamiento serán bastante poco emotivas!

Protagonista del que estaba llamado a ser uno de los periodos históricos más influyentes a la hora de tener consecuencias para el devenir de España, diversas circunstancias, entre las cuales una vez más hemos de mencionar las ya conocidas como peculiaridades de España, vendrán a conspirar no ya solo contra el monarca, cuando sí más bien contra España.
Necesitados de citar a CALATRAVA, uno de los máximos damnificados por los múltiples procesos devengados en este caso a partir de los arrestos de la noche del 10 al 11 de mayo de 1814 (los cuales acabarán constituyendo el primer ejemplo de persecución por causas políticas de la España Moderna; comprendemos que no ya el Rey, cuando sí más bien todos los que con él o contra él forman España, tienen verdadera necesidad de comprender, e incluso en algunos casos de redefinir las que suponen cuestiones tan básicas como imprescindibles, en tanto que forman parte de las estructuras básicas de cualquier Estado, ya sea éste pasado, presente o por supuesto, futuro.
“Es así que aunque la soberanía resida esencialmente en una Nación, eso no significa que la Nación misma ha de ejercerla, ni que cuando es  Monárquico su gobierno no la ha de ejercer el Monarca y no sea por consiguiente Soberano en la común acepción de esta palabra. La soberanía es una esencia y su origen no es otra cosa, a mi juicio, que la potestad, el derecho natural que toda sociedad independiente tiene para conservarse y por consiguiente para gobernarse como mejor convenga. Pero no pudiendo gobernarse por si misma, establece un gobierno que lo haga. Tengo pues por verdad innegable que no solo en la Nación Española, pero aun en la Turca reside tan esencialmente la soberanía como en la francesa. (…) De todo esto resulta que (La Constitución) no consideró la soberanía sino en su esencia y origen. No solo dejó ilesas las prerrogativas y facultades de Su Majestad sin disminuirlas ni aumentarlas de manera alguna, sino que no dio a la Nación ningún derecho nuevo, no haciendo más que expresar uno que ha tenido desde su origen. Un derecho puesto en uso del modo más grandioso y noble  en mayo y junio de 1808 cuando la Nación Española… declaró por sí nulas las renuncias arrancadas a La Familia Real proclamando de nuevo al Rey que amaba y despreciando la voz de sus primeras autoridades, tomando las armas para asegurar su libertad, y su independencia.”
El texto, tomado del dossier del tercer interrogatorio a CALATRAVA, pone de manifiesto las múltiples contradicciones en las que por entonces, ya diciembre de 1815, seguía inmersa la Nación Española, contradicciones que se hacían visibles en el permanente proceder dubitativo en el que se movía el Rey.
Contradicciones síntoma sin duda de la permanente duda a la que recurrentemente ha de acudir un Monarca que tiene, porque ha tenido siempre, muchos problemas a la hora unas veces de comprender su condición, y de justificar sus actos en tanto que Rey, en otros. Un Monarca que nacido estando vivo aún su abuelo, el que fue Carlos III, hubo de presagiar en unos casos, a la par que vivir en carne propia en otra, algunos de los mayores dramas de la Historia Moderna de España.

Y si las que podríamos encajar como circunstancias personales no fueran ya lo suficientemente consistentes, dediquemos por derecho propio cuando menos unos instantes a revisar algunos de los hechos sociopolíticos en los que se enmarca el todavía nuevo siglo XIX.
Más que delimitado, verdaderamente constreñido entre dos periodos conceptualmente primorosos dueños de resultados tales como la realidad ilustrada, con su desasosegante apuesta por la Ciencia como motor básico de todo lo “real; y la no por necesaria menos sorprendente reacción que a la mencionada se dará en forma de Romanticismo; lo cierto es que las peculiaridades tantas veces esgrimidas harán presa en esta ocasión sobre una España endeble, que se muestra además especialmente dócil frente al ya más que evidente ataque que por parte de las fuerzas sempiternas es ya no una amenaza, cuando sí una amenaza cierta.

En este escenario ha de maniobrar un Rey que nacido en 1784 ha presenciado, aunque de manera un tanto distante, toda una serie de circunstancias que no obstante vendrán a confluir en los hechos de 1808, de los que hablaba CALATRAVA, y que vendrán a confeccionar un teatro de operaciones tan complejo como contradictorio, lo que por otro lado viene no ya a justificar, sino más bien a hacer comprensible el tono no cínico, sino abiertamente pedagógico, que el político encarcelado emplea en su confesión. Una confesión que encierra muchas verdades objetivas, así como algunas sucintas, que como todo proceso interesante, se hace esperar, obligando en este caso a poner todo el interés en el menester de leer entre líneas, extrayéndose de tales la constatación de que efectivamente en el Código Penal vigente en ese momento en España, no está definido ni a la sazón tipificado el delito por el que se juzga a CALATRAVA,  a ARGÜELLES y así hasta veintitrés Parlamentarios Liberales promotores de, entre otras disposiciones legales, algunas de ellas todavía en ese instante vigentes, la propia Constitución (la Pepa). La consecuencia directa, en parte forzada por lo mucho que en el tiempo se demoraban los juicios, algunas de cuyas sesiones habían comenzado quince meses antes; llevaron al de nuevo Rey a tomar una decisión directa, cual fue la de pasar por encima de la propia Ley, ordenando el inmediato destierro de los veintitrés mencionados, arrastrando de paso a otros afines, completando un número no inferior a cuarenta.

Y es precisamente del análisis de lo que compone la esencia de este comportamiento, de donde podemos extrapolar la naturaleza de todo el proceso de rehabilitación que del Monarca se hace no ya tanto a partir de los elogios emitidos a partir de la publicación del conocido Manifiesto de los Persas, como sí más bien de la al menos en apariencia constatación evidente de la imprescindible necesidad que el español parece tener de vivir subyugado al ser él incapaz de hacer o ni tan siquiera decidir por sí mismo. Y no existiendo para evitar la duda que tal menester presagia mejor recurso que el dogmatismo de un Absolutismo, al final termina por resultar que La Traición de Fernando VII a la Constitución no solo no es de cuestionar, sino que incluso parece de merecer.

Tal habrá de ser la fuerza que insufla el espíritu del Rey, como por supuesto el de los integrantes del ya numeroso ejército de serviles cuando finalmente, y traicionado el espíritu del Acuerdo de Valençay dan el Golpe de Estado en Cortes que restaura no ya el Rey, como sí al Absolutismo.
Y digo que no restaura al Monarca porque tal y como CALATRAVA se encargó de dejar bien claro, la Constitución nunca tuvo en su ánimo refutar ni discutir al Rey. Más bien al contrario, y como el mismo parlamentario afirma, ellos nunca perdieron la esperanza de que el Monarca regresara a su Patria para gobernar, habiendo aceptado jurarla.

Pero esto no ocurrirá, no al menos en los términos que por aquellos visionarios habían sido trazados. El Rey volvió, que no regresó. Y lo hizo para cobrarse venganza al hacer responsables de toda su supuesta desgracia a quienes por unan acertada o desacertada visión, pero siempre leal a España; habían diseñado un escenario innovador en el que como casi todo, el papel reservado al Rey resultaba tan innovador como adelantado a su época.

Será a partir de esa incapacidad para comprender, y por supuesto a partir de las en apariencia imposibles alianzas que se forjan en forma no ya de saber con quién, cuando sí más bien en contra de quién se está, como sin duda que el Monarca trenza su retorno.

Y una vez entronizado el Rey, llega el momento de satisfacer a sus fieles. Unos fieles, en este caso serviles, que están perfectamente identificados no solo por su conducta, cuando sí más bien por la comprensión de esa serie de facetas que, como diría Julián MARÍAS, solo de un español son propias, comprensibles para otro español. Intrigas, ruindades y venganzas que bajo el paraguas integrador del gran ingrediente, el de la envidia, consolidarán el ambiente que definirá la España que terminará por cerrar el primer tercio del XIX.

Con todo, Fernando VII. Un Monarca que como pocos ha hecho correr regueros de tinta en pos no tanto de discernir a tenor de su reinado, como si más bien de poder dar cumplida respuesta a una cuestión no por aparentemente subjetiva, menos trascendental: ¿Estamos realmente ante el peor gobernante de la Historia de España? Una pista, para entenderlo resulta más eficaz leer a BLASCO IBÁÑEZ, que los compendios históricos que a tenor se han publicado.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.