sábado, 26 de enero de 2013

REDESCUBRIENDO A MOZART. REDEFINIENDO NUESTRA PERCEPCIÓN DEL MUNDO.


Porque evidentemente, de eso se trata, de la imprescindible necesidad de reinventar a los clásicos, toda vez que revisarlos se convierte, en las actuales fechas más si cabe que en cualquier otro tiempo, una franca odisea, condenada de antemano al fracaso.

El tiempo pasa, y tal certeza, en la medida en que se sustenta en la comprobación pragmática, se convierte en sí misma en una alegría, al constituir la mejor muestra de que, efectivamente estamos vivos. Sin embargo, no es menos cierto que después de una revisión más detenida, más pausada si se prefiere, comprobamos no sin sorpresa que, evidentemente, nadie es, ni volverá a ser, el mismo.

El tiempo pasa, pero por primera vez en mucho tiempo no sólo somos conscientes de ello, sino que además comprobamos con denodado terror la aceptable sólo como teoría la otrora certeza según la cual lo hace, a una velocidad diferente a aquélla a la que una vez le atribuimos la vana ilusión según la cual lo controlábamos, sencillamente porque creíamos que lo conocíamos.

Y es así como nos sorprendemos una vez más, asumiendo que hoy, veintisiete de enero, W.A. MOZART habría cumplido 257 años.

27 de enero, de un 1756 en el que las metafóricas explosiones procedentes nada más y nada menos de la convicción de que, una vez más, comprendíamos el mundo, llevaron en esta ocasión a la Humanidad a alumbrar, nada más, y tal vez nada menos, un proyecto basado, promovido y consensuado en pos y para la propia Humanidad.
En 1756 el mundo vivía sumido en el más que placentero estado de embriaguez que constituían las emociones propias de la Ilustración, del Humanismo en términos estrictamente sociales.

Ilustración, Humanismo y Despotismo Ilustrado. O lo que es lo mismo, una nueva forma de concebir la realidad, analizada en este caso en la enumeración de factores de carácter social, científico y político respectivamente. Un nuevo Renacimiento, qué duda cabe.

Una nueva época, hecha para un Hombre nuevo. Precisamente porque el Hombre, en la más amplia acepción de la palabra, se convertirá en el nuevo rasero, en la nueva vara de medir, a partir del cual se decidirá no ya sobre sí mismo, sino sobre todas las cosas.
Y de la comprensión sosegada de tal afirmación, será de donde podamos comenzar a extrapolar el origen de la mayoría de los problemas que tanto el Humanismo, como lógicamente los humanistas, comenzarán a tener porque si efectivamente el Humanismo promueve la exaltación del Hombre, ¿a quién puede molestarle semejante hecho?

La respuesta hay que buscarla en la otra fuerza por naturaleza. Aquélla, construcción del Ser Humano, cuyo poder procede evidentemente del cúmulo de cesiones que éste ha ido haciendo, y para el que tan importante es su reforzamiento, procedente del incremento de tales cesiones, como directamente el debilitamiento objetivo del que es objeto el Hombre con cada nueva cesión.

Tenemos ya pues, sobre la mesa de la realidad, el eterno entramado al que sólo se puede hacer frente por medio del proceder dialéctico. La Dialéctica, generador de energía histórica y social por antonomasia. El  gran motor del mundo, y que en esta ocasión, y una vez más, se dispone a renovar los votos del enfrentamiento más grandioso. El que `procede de lanzar la Libertad del Hombre, contra el cúmulo de restricciones morales, humanas y de toda índole, que supone la aceptación de los rígidos a la par que inhumanos, cánones propios de la Religión.

Y de semejante generatriz sólo podíamos comprender el surgimiento de un hombre como MÓZART.

Es Mozart un hombre que cumple a la perfección con todos los preceptos que se pueden esperar de una época en general descrita. Complejo hasta la extenuación. Propio hasta la incomprensión, y particular hasta la locura; Mozart se corresponde pormenorizadamente con todos y cada uno de los sumandos que podemos esperar del resultado de una ecuación como la expuesta, a la vez que él mismo introduce algunas variables de su propia cosecha las cuales no redundarán sino en la creación reforzada de un mito que impondrá en su vida incluso la premisa de obligado cumplimiento de morir joven.

Será pues Mozart un hombre que llevará al límite la premisa de ser un hombre de su tiempo. Pero quedarse ahí, constituiría un ejercicio de un simplismo imperdonable. Puesto que ello nos privaría de la certeza de que si bien Mozart le debe todo a su tiempo, no es menos cierto que las pinceladas y los esbozos que la biografía de Mozart suponen para su época, se convierten en aditamentos de tal importancia, que sin ellos no podríamos entender muy probablemente el XVIII europeo.
Un XVIII europeo en el que concretamente en su segunda mitad, en los años que van de 1756 a 1791, se encuentran netamente incluida la vida de un genio del que, como buen hombre de su época, resulta complicado separar su vida de su obra, sin correr el peligro de desvirtuar algo que, perdido de manera inevitable por el camino, nos haga perder para siempre un sentimiento, tal vez una emoción, sin la cual nada vuelva a ser, nunca. He ahí otra de las grandes paradojas del tiempo como tal.
Como hombre de su tiempo, en Mozart han de reflejarse, e indudablemente así lo hacen, esa dos grandes circunstancias descritas, y que pueden resumirse en una aparatosa lucha entre la libertad independiente del Hombre, frente a la en apariencia predisposición al infinito en forma de concesión a Dios.

En consonancia con ello, Mozart expresará permanentemente semejante dualidad. Así por un lado, parecerá estar cerca de la convicción con las grandes ideas que la religión presupone, buscando con obras como el Réquiem lo que parece ser toda una concesión al dogma del poder y del infinito. Sin embargo, ello no supondrá obstáculo para por otro lado congraciarse con la alegría y el desenfreno propio del disfrute humanista llevado a veces a sus máximas consecuencias, como las que pueden derivarse de su gusto por la escatología, del cual es más que absoluto ejemplo la obra Leck Mich im Arsch Literalmente traducible como “bésame el culo”.

Mas alejándonos de toda inquietud simplista, lo cierto es que Mozart representa sin duda lo mejor y lo peor de una época sin par, en la cual los excesos, entendidos en forma del todo simétrica a como se entenderían a aquélla que les precede, cual es la barroca, se manifiestan ahora no en el recargamiento neta y exclusivamente estético, sino más bien en el marcado acuse que procede de la deliciosa comprensión, en un grado desconocido hasta el momento, y tal vez sólo comparable en intensidad al actual momento en el que vivimos; de que efectivamente, ése momento, su momento, era total y claramente el mejor momento de la Historia, no ya sólo para vivir, sino realmente el imprescindible para conformar el contexto vital que determinó la existencia y la obra de uno de los mejores compositores, músicos y directores, que la Humanidad ha podido conocer.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


domingo, 20 de enero de 2013

DE OBLIGACIONES, HOMENAJES E ILUSTRADOS.


Dice Rousseau que no es malo cometer una maldad, sino que el mal radica en no hallar menester en rectificarlo.

Por ello, sin ánimo de romper el paradigma de humildad del que tratamos de hacer gala semana tras semana mediante estos, nuestros sustituibles escritos, no por ello habremos de perder la ocasión de mostrar nuestro más absoluto respeto hacia aquéllos que, pese a encontrarse inmersos en la oscuridad que envuelve al mar de las dilaciones cuando la Vida se vive sin la luz de la Razón, se atrevieron a dejar marcado el camino que otros, inexorablemente, habríamos de recorrer antes o después.

Y es así que, una vez más, habemos de acudir a la habitación de las causas perdidas. En ella, en su armario, justo en uno de los cajones más pequeños, donde ponen aportaciones de España a la Ilustración, encontramos no obstante un paquete enorme, el que contiene la muestra y registro de la inconmensurable labor que Don Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez llevó a cabo.

Sin embargo, auque la mayoría de los detalles del perfil de nuestro protagonista son sobradamente conocidos, bien en tanto que tal por valía propia de las aseveraciones históricas, bien por acercamientos ya de obligado cumplimiento en pretéritas acepciones; no es menos cierto que en el caso de JOVELLANOS, es otro el tributo que inexorablemente hemos de pagar, a modo de las dos  monedas para el último paseo por la Laguna Estigia. En este caso el que supone salvar, o en el peor de los casos haber de soslayar, la inefable acción llevada a cabo durante decenios por algunos de los cronistas, que no biógrafos.

Constituye así la figura de nuestro protagonista a priori, netamente atractiva por sí misma.

Nacido en Gijón un cinco de enero de 1744, Gaspar Melchor de JOVELLANOS constituye por sí solo la quinta esencia de la última generación de ilustrados de España. Aquélla que, como dice Julián MARÍAS, en su nunca suficientemente valorado libro “SER ESPAÑOL”, Vive reflejado por Goya, sin estar limitado por la época que les hace únicos.”

Destinado a priori para la labor monástica, el joven Melchor partirá para Ávila en donde, en principio, habrá de seguir su formación canónica, todo ello con la aprobación como prueba su condición de protegido, del Obispo de su Gijón natal. Sin embargo algo habrá de ocurrir, que tiene como consecuencia el abandono de Melchor de las oposiciones monásticas, teniendo con ello la suerte el mundo de poderlo recuperar para la vida útil.

Licenciado no obstante en Derecho Canónico, Jovellanos comprende la importancia de seguir adelante con el compendio de oportunidades que se le ponen por delante toda vez que el aparente caos que algunos perciben, constituye para él la certeza inexorable de que un mundo de oportunidades se abre ante él. Por ello cuando sale titulado en Filosofía de la Universidad de Salamanca, tiene claras dos cosas. La primera, que salvar a España va a ser complicado. La segunda, que hacerlo atendiendo a los criterios de todo aquello que no sean las materias útiles, convertirá la empresa en un fracaso, de todas, todas, y desde su origen.

Funda entonces, con semejante finalidad el Instituto Asturiano, Reducto de Ciencia Pura, en el sentido en el que hoy  podríamos incluso mejor que entonces tal definición, el Instituto se convertirá en un reducto destinado tanto a mantener el legado que otros como Jorge Juan y su Náutica han jalonado; como fundamentalmente a poner las bases desde las cuales se puedan cumplir los deseos que nuestro protagonista confesará, iluminar el camino de los que se atrevan a aconsejar a aquellos que tienen el deber de mandar España, aunque esto no signifique que sepan como hacerlo, ni tengan para ello la humildad de buscar en otros el consejo que sus pocas entendederas convierte en imprescindible.

Se convierte con ello así el Instituto rápidamente en semillero inexcusable no ya de pensadores, sino de científicos. Como el propio Jovellanos dirá, España no se salva con lenguas muertas, sino con ingenieros y mineros. Así, desata una especie de cruzada contra todo lo que no sea, o pueda llegar a ser, una acción potencialmente útil.
Pese a todo, su propio bagaje intelectual aparece, y pone coto al firme propósito, convirtiéndose sin duda alguna en su desgracia.
En 1795 hace una solicitud oficial al Cardenal Lorenzana, Mayor de la Inquisición, solicitando autorización para disponer en la biblioteca del Asturiano, ejemplares de documentos considerados inadecuados por la institución regidora. La respuesta no sabemos si es más desalentadora, u ofensiva. Lorenzana viene a decir “…que así hay en Castellano muy buenas obras para el saber que en el Instituto habremos de impartir (cita de los Diarios).”
Pero Jovellanos no se amilana, más bien al contrario, y en una de las escasas muestras de temeridad, contrarias a su absoluta moderación y coherencia, soslaya las indicaciones referidas por La Inquisición. El resultado, lo cuenta él mismo. “…Me encuentro por la siesta al cura de Somió leyendo en la biblioteca a Locke. No pude disimular mi disgusto, y le reprendí hasta la hora. Dadas las tres salí con él, y le dije que no me había gustado verle allí. Me dijo disgustado que pretendía volver, que no entendía cómo ni el motivo por el que deseaba privarle de aquél placer, hecho ante el que yo le dispuse de hacerle entrega en mano, cuando deseara, de los libros que quisiera ver, pero manteniéndole fuera de aquellos muros.”
Seremos tan desgraciados que nadie pueda asegurar semejantes instituciones (el Instituto), contra semejantes ataques (de la Inquisición) Dirigidos por la perfidia, dados en las tinieblas, sostenidos por la hipocresía  y la infidelidad a todos los sentimientos de la Humanidad.

Y para colmo manda a paseo al cura. La suerte está echada.

Pero aún queda otro alborozo que nos lleva a comprender el nivel del que goza nuestra figura de hoy. Víctima de los designios no tanto del Poder, como de aquéllos que lo ostentan, manipulan y en la mayoría de ocasiones pervierten; Jovellanos es llamado por Godoy, primero para ocupar la plaza de Embajador en Rusia, pero antes de que pueda ni tan siquiera ocuparla, un giro embarazoso convierte al intelectual en Hombre para la Paz.
El disgusto poco disimulado por parte de nuestro protagonista toda vez que acepta no por el cargo, sino por la emoción que le causa poder servir a España por fin como quiere, pateándola; queda en cualquier caso reflejado en las anotaciones que hace en su diario verdadero, o sea, aquél que no está destinado a ser leído. “…allí estaba yo, con el Ministro, su esposa, (la que luego será retratada) ¡y la amante!, la que creo nunca tendrá retrato. Ni pude abrir la boca ni para comer, ni para hablar.”

Ocupará poco tiempo el cargo, apenas dos años, los justos para recorrer España haciendo cosas útiles, o para decirles a otros como hacerlas.

Mientras, La Inquisición, como muestra de que en contra de lo que muchos dicen, no sólo no está debilitada, sino que mide su fuerza en función directamente proporcional a la estulticia de los que gobiernan; sigue adelante con sus planes, unos planes que acabarán por convertirse en la desgracia de Jovellanos, no sin contar con la participación de un Godoy que se siente insatisfecho con el gusto por el deber y el honor del que Jovellanos hace gala.

Así vivió Jovellanos, obra, muestra y valor del mejor, aunque escaso, talento ilustrado español. Un hombre de cuya mejor descripción podemos decir que “…pese a no haber conocido a Kant, fue sin duda uno de los pocos kantianos que en España hemos tenido.”

Luis Jonás VEGAS VELASCO

sábado, 12 de enero de 2013

EL OLVIDO DE JORGE JUAN, OTRA MUESTRA MÁS DEL IMPERDONABLE DESPRECIO DE ESPAÑA PARA CON LA ILUSTRACIÓN.


Es nuestra España un País de Absolutos. Todo es blanco, o negro, no hay escala de grises, tal vez por ello seamos, y siempre hemos sido un país de dogmas. La escenificación de tales actos, nuestra relación para con La Iglesia, tras de la cual siempre hemos ido, unas veces con un cirio, y otras con un palo.

Es nuestra España un país de orgullo. En ella, se siente orgullo no de estar orgulloso, sino más bien de tener tantos motivos para estar orgulloso, que a menudo éstos llegan a olvidarse. De ahí que otras tantas veces, el exceso de orgullo, sirva de conato de excusa a la ignorancia.

Y no sólo de incomprensible olvido, sino de otra más de las indiscutibles muestras de desagradecimiento que pueblan nuestra historia; es de lo que habemos de tildar el hecho de que el pasado cinco de enero se hayan cumplido trescientos años del nacimiento del ingente D. Jorge Juan de SANTACILIA. El hecho ha pasado desapercibido, tal vez a modo de otra muestra más de lo lejanos que para España resultan todavía los territorios de la Ilustración. A propósito, también D. Gaspar Melchor de JOVELLANOS nacerá un cinco de enero, algunos veinte años después. Juntos emprenderán una carrera que aún hoy no ha finalizado, la de aportar un poco de Luz a nuestra España.

Nacido en la localidad alicantina de Novelda, nuestro protagonista encarna el que bien podría ser el paradigma no ya del retrato histórico al que respondieron en la época multitud de españoles que, preñados de las ansias de conocimiento que prometía la Ilustración, habían no obstante de elegir entre permanecer en su tierra y renunciar a los sueños de conocimiento, o permanecer por el contrario en su tierra, abortando tales sueños, ahogándolos en las aguas de las pilas bautismales, único elemento con el que La Iglesia Católica se enfrentaba en España a la amenaza que suponía la Ilustración. Y la verdad es que no le fue del todo mal.

Responde así Jorge Juan a la práctica totalidad no ya de los paradigmas de la Ilustración, sino más bien de las consecuencias que tratar de vivir en coherencia con ellos trae aparejados, cuando quieres sobrevivir en la España del XVIII.
Marino, militar, astrónomo incluso espía, la más que extensa actividad de Jorge Juan trae de por sí aparejada el reflejo de una incuestionable formación cuyo volumen es difícilmente comparable, resultando por ende sin par en la España del siglo de Carlos III, y de Fernando VI.
De nuevo, paradójicamente, en esa ingente capacidad residirá la virtud de su desgracia, la que se materializa no sólo en el hecho de estar muy por encima de sus contemporáneos, sino de estarlo incluso de muchos de los que le precederán en el tiempo.

Constituye su obra por excelencia Examen Marítimo, la consagración definitiva de la afirmación definitiva según la cual, a pesar de sus gobernantes, España es cuna de grandes ilustrados. En ella, J. Juan pone de manifiesto una serie de desarrollos conceptuales los cuales, más allá de su cordialidad científica, la cual evidentemente ni tan siquiera analizaremos aquí, vienen en realidad a rendir pleitesía al gran demiurgo que para la época supone el sustituir los métodos ancestrales, por la revolución que supone amparar los procederes en cuestiones científicas, yendo por definición siempre un poco más allá.
Y es así como quiera que en sus obras se encuentran entre otros, desarrollados los principios de BERNOULLI, el cual hacia 1738 había sentado los principios que rigen el comportamiento de los fluidos; o incluso a Mungo MURRAY, uno de los mejores teóricos de la época en relación con los tratados prácticos de náutica del momento, como prueba su obra “A treatise on ship-building and navigation”, publicado en 1754.

Vamos con ello congeniando el retrato de un hombre que, procedente de la incipiente Nobleza Urbana, se mantendrá alejado no obstante de los vicios y las corruptelas que pronto aflorarán en esta nueva categoría, toda vez que la pronta pérdida del progenitor, le llevarán rápidamente a comprender que el Estudio, y la consecución de haberes científicos serán la única manera no ya de perseverar, sino en cualquier caso incluso de osar prevalecer.
Mas en cualquier caso, la alineación de una serie de circunstancias tales como el hecho de permanecer bajo la tutela de su tío, Cipriano Juan CANICIA, le permitirán acceder a todo fuente de conocimiento, como prueba el hecho de que de éste hereda entre otros el título de miembro de La Orden de Malta, en la que ingresa de manos de su Gran Maestre, en 1730.

Hacia 1733 ingresa en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. En la misma destacará rápidamente tanto por su gran aplicación, como por sus vastos conocimientos. Todo ello converge para que en octubre de 1734  sea designado junto con Antonio de ULLOA para formar parte de la Expedición Geodésica que organizada por la Academia de París, tiene como objeto medir el grado de un arco de meridiano terrestre en el virreinato de Perú; convirtiendo con ello su hallazgo en pieza clave para discernir de forma definitiva la medida y forma exacta de la Tierra.

Será a su vuelta, casi quince años después, cuando Don Zenón de SOMODEVILLA, Marqués de la Ensenada, le adopte como pieza fundamental de sus magníficos proyectos.

Ensenada se convierte en el catalizador a través del cual la renovación científica y técnica se pone de manifiesto como los factores predominantes si no únicos a tener en cuenta a la hora de, por ejemplo, renovar toda la flota que compone la Armada Española.
Entre sus mayores éxitos, la implantación de una nueva categoría de orgullo en base al cual la importación de conocimientos o incluso de instrumentos procedentes del exterior, no suponen agravio, ni motivo de disgusto.

La acción junto a tamaño valedor, promueven que los logros de Jorge Juan no se limiten a los catálogos náuticos. Como buen elemento ilustrado, hará de la función multidisciplinar su mayor talento, y así sus estudios y desarrollos tendrán fecundo calado en aspectos tan variados como la minería, la hidráulica o incluso la siderurgia.
Tamaños acontecimientos, pronto le convertirán en imprescindible dentro de los escalafones tanto de Fernando VI como de Carlos III. Sin embargo, esta displicencia se revelará igualmente como su mayor fuente de problemas en tanto que es marcado de cerca por la Iglesia. Un marcaje que dará sus frutos tal vez no de la forma esperada, pero que no hará sino poner de manifiesto una vez más lo pausado y sibilino del hacer católico. Es Jorge Juan un convencido de la importancia absoluta no ya del saber, sino del conocimiento, por ello pone todo su empeño en la consolidación de cuantos centros de formación puede mantener. Todo va bien, hasta que trata de acceder a la conformación de Programas Universitarios. En ese momento comprenderá que la Universidad, en manos de la Iglesia, no constituye un campo abonado para la Ciencia, ya que continuamente ha de luchar en vano para discutir sus métodos en centros diseñados para la enseñanza de Teología y Derecho.

Fruto de los desencuentros, ha de marchar a Londres, donde en 1748  protagoniza una de las acciones de espionaje más curiosa y a la sazón productivas de la historia de España. Tanto, que a su vuelta en 1742 Ensenada le encomienda la dirección de las obras de los arsenales españoles, así como la renovación y modernización de la construcción naval. Fruto de ello, y tras once meses, surge “Nuevo Método de Construcción Naval”, un sistema propio de arquitectura naval que revolucionó los modos y maneras del sector, siendo precursor del luego revolucionario Método Francés.

Pero no era suficiente, si se quería una reforma dura pero de calado, había irrefutablemente que implicar a los educadores. Para ello pone en marcha un tremendo plan que incluye por supuesto la renovación, emprendida en 1751, de la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz. Una renovación que afectará sobre todo al Cuerpo Docente, para el que incluirá la contratación de profesorado más cualificado, introduciendo por ejemplo el Estudio de Cálculo Diferencial e Integral

Y como hecho transgresor, el cumplimiento del último encargo regio, la dirección del Seminario de Nobles, institución educativa antaño prestigiosa, pero en franca decadencia tras la expulsión de los jesuitas.

Muere el 21 de junio de 1773, víctima de un ataque de alferecía, complicado por una apoplejía.
Desaparee así uno de los grandes baluartes de la Ilustración española

Luis Jonás VEGAS VELASCO..

sábado, 5 de enero de 2013

DE LA EPIFANÍA COMO ÚNICO MODO DE ACEPTAR LO QUE NO PUEDE FORMAR PARTE DE LO COMPRENDIDO.


Maravillosa en definitiva, es la fecha en la que hoy nos encontramos. Constituye por definición la Epifanía del Señor, uno de los  momentos culminantes no ya sólo de la fenomenología cristiana, sino que en la misma convergen además gran parte de las consideraciones ritualistas paganas que, al menos en su primera parte, integraban de manera ineludible las formas y maneras de proceder del cristianismo primitivo, que luego terminaría por dar lugar a los densos y elaborados protocolos del Rito Cristiano propiamente dicho.

Significa Epifanía “Gracia de Dios”. Viene no en vano a significar el fin de un proceso de búsqueda, generalmente largo y complicado que, de repente, y en definitiva por acción no meritoria, sino procedente de una gracia, alcanza su solución de manera no empírica, tampoco racional, (esto es, ajena a cualquier procedimiento); sino que más bien de manera absolutamente intuitiva, es agraciada con la consecución satisfactoria del logro que a priori había consolidado el motivo de la búsqueda.

Es así que, la Epifanía, constituye en tanto que tal, una de las realidades más antiguas con las que cuenta la Tradición Cristiana, hasta el punto de que se celebra ya incluso antes que la propia Navidad, toda vez que en el Antiguo Egipto existe constatación de su conmemoración desde comienzos de la segunda mitad del siglo IV, coincidiendo, curiosamente, con las celebraciones del solsticio de invierno.
El hecho celebrado constituye, al menos en términos meramente conceptuales, uno de los más hermosos a la par que controvertidos de todos los que componen la tradición, si excluimos lógicamente el de la propia condición de Mesías, con el que por otra parte guarda una directa relación.
Así, si bien Mesías puede significar El Salvador, no es menos cierto que traducciones más directas, esto es menos sujetas al prejuicio que aportan las interpretaciones posteriores, le adjudican más bien el valor de El Libertador. Si a esto le unimos que Epifanía es, en términos paganos el acceso a una realidad mediante el acopio de conocimientos no procedentes de protocolos pragmáticos o racionales convencionales, conformamos con ello los ingredientes fundamentales para constatar el proceso por el que pasamos del Jesús Hombre, al Jesús Hijo de Dios, y con ello Dios en sí mismo.

Dicho de otra manera, la vinculación en una sola realidad, la de Jesús de Nazaret, de ambos conceptos, nos ofrece la posibilidad de aproximarnos al estudio del mismo desde la óptica más empírica, esto es, desde el plano de la condición más humana de Jesús.

Todas estas consideraciones, parten en realidad de una cuestión netamente conceptual. Si Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios que nace en Naturaleza Humana, ¿Cuándo se hace consciente de su condición superior?
Lejos de tratar de dar respuesta aquí a semejantes cuestiones, si que dispondremos de diversas maneras el escenario para comprobar cómo, al menos según la convicción histórica, Jesús va accediendo a su superior realidad, o al menos a su concepción de la misma, a lo largo de varias etapas o periodos, las cuales tienen su finalización parcial, o término de disfrute temporal, el diversos Episodios Epifánicos, los cuales son al menos tres, si tenemos en cuenta las diversas entradas que al respecto se nos promueven desde los textos canónicos, los cuales conforman en sí mismos la Biblia; aunque serán hasta siete si aceptamos las aportaciones que se hacen desde los documentos apócrifos, esto es, los no aceptados por la Doctrina Oficial de la Iglesia Católica; entre los que pueden destacar El Evangelio de Tomás niño, o sobre todo las Epístolas Paulistas Tardías.

A pesar de ello, o tal vez sería mejor decir con todo ello, el episodio por excelencia, es aquél relatado en la Biblia, según el cual un  número de definido de dignatarios (en ningún lugar se afirma que hubieran de ser obligatoriamente reyes, ni mucho menos magos), ofrecen al niño recién nacido oro, incienso y mirra, allí, en el mismo lugar en el que ha acaecido su advenimiento, en un humilde pesebre, en el establo de una posada de Belén de Judá (ahora despojado eso sí del aliento reconfortante del buey y de la mula), pero eso sí accediendo a la herencia preceptiva que le dejan unos padres que son herederos protectores de las más antiguas tradiciones hebreas en tanto que descendientes directos de El Rey David.

Es probable que del número de ofrendas, se infiera el número de los agentes inductores. Si bien no es menos cierto que su número variará con el tiempo, y según la tradición a la que refiramos la visión del acontecimiento, alcanzando el número de ocho, e incluso el de doce, ¡y en algunos casos incluso acompañados por legiones de soldados!

A pesar de todo, y tal vez lo más importante, sea el carácter de integración que el episodio destila. Así, la condición de procedentes de Oriente, impregna su presencia de un carácter aglutinador que proporcionará al Cristianismo de una patente de universalidad que ya no abandonará en ningún momento, y que en el tiempo que estamos analizando se convertirá en algo muy importante ya que, el carácter pagano de los tres reyes convierte su acto de sumisión, en la metáfora perfecta por la que el resto de tradiciones paganas se rinden metafóricamente ante la nueva religión, dando pie a un protocolo que luego será hábilmente explotado por los primeros padres de la Iglesia toda vez que constituirá la gota definitiva en un tiempo rico no ya en conversiones, sino en abandonos de la tradición judía ortodoxa.

Sin embargo, igual de adecuado resulta exponer que, de manera similar, la celebración de la llegada de los Reyes Magos constituye, superadas invasiones de tradiciones ajenas, uno de los momentos de mayor satisfacción para nuestros niños. Pero llegados a éste punto, y una vez más, conviene preguntarse. ¿Quiénes fueron, qué representan, y desde cuándo se acuña la tradición de los Reyes Magos?

Si nos atenemos a la transcripción escrupulosamente canónica, la única reseña efectuada en las Sagradas Escrituras a éste respecto aparece brevemente en el Evangelio de Mateo, II- 1-12. En el mismo, se menciona a los Magos. Sin embargo ha de iniciarse desde tal reseña una larga aventura encaminada a encontrar a los mencionados, a saber hombres devotos cuya vida cambió a raíz de la fenomenal experiencia vivida. De la mencionada experiencia, aparecen pronto testimonios recogidos tales como las Actas de Tomás, del siglo III, complementadas y mejoradas a continuación por el Opus Imperfectum in Matthaeum, correspondiente al Siglo V. Estas obras vienen a consolidarse como la base de la Tradición Latina Occidental, aceptándose con ello la base de que habrá de ser a lo largo del tránsito que va de la Alta a la Baja Edad Media, donde se van creando los diferentes componentes.
El episodio del viaje encuentra eco en autores como el Pseudo Agostino Enrique de LIEJA y Rodolfo de SAJONIA. Siendo en las páginas del mencionado LIEJA donde aparecen los orígenes de la procedencia oriental, completado luego en páginas del mismísimo Marco POLO. Los orígenes  reales se recuerdan en las Crónicas pseudo dionisiacas del Libro de Colonia. Sin embargo, es la existencia de una ingente cantidad de noticias en la que se entrecruzan las tradiciones orales, las que acaban por conformar una inmensa leyenda surgida en torno a un suceso real

La existencia de la Fábula más bella del Mundo contada en toda la Historia, hunde sus orígenes en el año 70 d.C, momento en el que un autor que escribía en arameo, en la época en la que los ejércitos de Tito destruían Jerusalén, da lugar a lo que se conoce como Evangelio de San Mateo. Es tan sólo Mateo el que narra como habiendo nacido Jesús en Belén de Judea, siendo los tiempos de Herodes III el Grande, llegaron hasta el lugar unos magusàioi venidos de oriente, en busca de “El Rey de los Judíos”, del que habían visto la estrella.

Cuando sobre el monte Vaus, en el día del nacimiento de Jesús, se avistó una estrella más luminosa y brillante que el sol, los tres reyes se pusieron en camino. El mencionado monte queda identificado como el Savalán, la cima más alta de Acerbayán, en la Persia noroccidental. La tradición latina medieval le llama Vaus “Monte de la Victoria”.

Partió Melchiar rey de Nubia y de Arabia. Era el más bajo de los tres, y carecía de esposa y concubinas.
Del reino de Godolia y de Saba partió Balthasar; y partió Jaspar, el más alto de los tres, oscuro de piel como los etíopes, siendo rey de Tharsis y Eriseula, la isla donde la mirra crece en plantas que son como doradas espigas.
Habiendo salido los tres de lugares diferentes siguieron a la estrella. Eran tiempos de paz, y nadie les cerraba las puertas. Caminos desconocidos, cauces fluviales, desiertos, pantanos, todo se transformaba a su paso en vías de sencillo tránsito. Y fue así que en la encrucijada, bajo el Calvario, a dos millas de Jerusalén, los tres Reyes Magos se encontraron. Hablaban lenguas diferentes, y procedían de tierras muy lejanas, pero les bastó con verse para comprender que los tres perseguían el mismo fin

Llevaban para el niño regalos procedentes de la Casa de Salomón, y de su Tiempo, el cual hay que recordar perteneció una vez a Alejandro, hijo de Filipo de Macedonia, y a la Reina de Saba.
Entraron en Belén hacia la hora sexta, esto es hacia el mediodía, poniendo así fin a un viaje que había durado trece días. Ofrecieron dones preciosos. Melchor trajo oro, símbolo eterno de la Divina Majestad y la Realeza. Baltazar ofreció incienso como símbolo de sacrificio y divina potestad. Gaspar ofreció Mirra, símbolo funerario y signo de la fragilidad humana.
Melchor ofreció una manzana de oro, y treinta denarios áureos. La manzana había pertenecido a Alejandro Magno, fundida a partir de parte de los tributos de las provincias del Imperio. Alejandro la sostenía en su mano como si se tratara del mundo del que era dueño.
Los treinta denarios áureos eran los mismos que Abrahán había llevado desde Ur hasta Hebrón, con los cuales había comprado el terreno para la sepultura de su familia. Téraj, padre de éste, los había hecho acuñar por el rey de Mesopotamia. Con aquellos mismos denarios José sería vendido a los ismaelitas. Muerto Jacob, los denarios fueron mandados a la Reina de Saba, para la compra de perfumes que engalanaran el sepulcro de Jacob y de José, quedando con ello adscritos al tesoro del Templo en la época de Salomón. Cuando los árabes tomaron el Templo, en tiempos de Raboamm, los denarios pasaron a ser custodiados por el Tesoro del árabe, de donde los cogió Melchor. Pero durante la huída a Egipto María perdió los denarios que iban envueltos, junto con el resto de presentes, en un fino paño de lino. Fueron encontrados por un pastor beduino el cual, atormentado por una enfermedad incurable fue a Jerusalén, donde Jesús lo curó y convirtió, El pastor le ofreció el antiguo hato, y Jesús lo depositó en el Templo. Allí, el Sacerdote encendió el incienso de Baltazar y, en el tercer día previo a la Pasión, tomaron los treinta denarios para pagar a Judas. De la mirra se sabe que una parte fue mezclada con el vinagre ofrecido a Jesús en la cruz, y la otra fue añadida por Nicodemo a los perfumes que luego serían utilizados en el entierro del santo cuerpo.

Cumplida su misión, los Tres Reyes regresaron a sus tierras. Pero ya no estaba la estrella para guiarlos. El viaje que antes había durado trece días, necesitó ahora de dos años, con la participación de guías e intérpretes.

Pasaron los años, y el apóstol Tomás los encontró todavía sanos y viejos. Se hicieron bautizar, y difundieron la palabra del Señor, por todo Oriente, consagrando una capilla en el mismo monte Vaus.

A la muerte de Tomás, acaecida en la India Superior, los tres reyes convocaron a obispos, sacerdotes y nobles, y les propusieron continuar la obra. Durante años Melchor, Gaspar y Baltazar continuaron con sus encuentros, hasta que una nueva aparición de la estrella presagió sus muertes. Melchor murió con 116 años, Baltazar tenía 112 y Gaspar 109.

Así termina la epopeya de los TRES REYES MAGOS.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.