domingo, 20 de enero de 2013

DE OBLIGACIONES, HOMENAJES E ILUSTRADOS.


Dice Rousseau que no es malo cometer una maldad, sino que el mal radica en no hallar menester en rectificarlo.

Por ello, sin ánimo de romper el paradigma de humildad del que tratamos de hacer gala semana tras semana mediante estos, nuestros sustituibles escritos, no por ello habremos de perder la ocasión de mostrar nuestro más absoluto respeto hacia aquéllos que, pese a encontrarse inmersos en la oscuridad que envuelve al mar de las dilaciones cuando la Vida se vive sin la luz de la Razón, se atrevieron a dejar marcado el camino que otros, inexorablemente, habríamos de recorrer antes o después.

Y es así que, una vez más, habemos de acudir a la habitación de las causas perdidas. En ella, en su armario, justo en uno de los cajones más pequeños, donde ponen aportaciones de España a la Ilustración, encontramos no obstante un paquete enorme, el que contiene la muestra y registro de la inconmensurable labor que Don Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez llevó a cabo.

Sin embargo, auque la mayoría de los detalles del perfil de nuestro protagonista son sobradamente conocidos, bien en tanto que tal por valía propia de las aseveraciones históricas, bien por acercamientos ya de obligado cumplimiento en pretéritas acepciones; no es menos cierto que en el caso de JOVELLANOS, es otro el tributo que inexorablemente hemos de pagar, a modo de las dos  monedas para el último paseo por la Laguna Estigia. En este caso el que supone salvar, o en el peor de los casos haber de soslayar, la inefable acción llevada a cabo durante decenios por algunos de los cronistas, que no biógrafos.

Constituye así la figura de nuestro protagonista a priori, netamente atractiva por sí misma.

Nacido en Gijón un cinco de enero de 1744, Gaspar Melchor de JOVELLANOS constituye por sí solo la quinta esencia de la última generación de ilustrados de España. Aquélla que, como dice Julián MARÍAS, en su nunca suficientemente valorado libro “SER ESPAÑOL”, Vive reflejado por Goya, sin estar limitado por la época que les hace únicos.”

Destinado a priori para la labor monástica, el joven Melchor partirá para Ávila en donde, en principio, habrá de seguir su formación canónica, todo ello con la aprobación como prueba su condición de protegido, del Obispo de su Gijón natal. Sin embargo algo habrá de ocurrir, que tiene como consecuencia el abandono de Melchor de las oposiciones monásticas, teniendo con ello la suerte el mundo de poderlo recuperar para la vida útil.

Licenciado no obstante en Derecho Canónico, Jovellanos comprende la importancia de seguir adelante con el compendio de oportunidades que se le ponen por delante toda vez que el aparente caos que algunos perciben, constituye para él la certeza inexorable de que un mundo de oportunidades se abre ante él. Por ello cuando sale titulado en Filosofía de la Universidad de Salamanca, tiene claras dos cosas. La primera, que salvar a España va a ser complicado. La segunda, que hacerlo atendiendo a los criterios de todo aquello que no sean las materias útiles, convertirá la empresa en un fracaso, de todas, todas, y desde su origen.

Funda entonces, con semejante finalidad el Instituto Asturiano, Reducto de Ciencia Pura, en el sentido en el que hoy  podríamos incluso mejor que entonces tal definición, el Instituto se convertirá en un reducto destinado tanto a mantener el legado que otros como Jorge Juan y su Náutica han jalonado; como fundamentalmente a poner las bases desde las cuales se puedan cumplir los deseos que nuestro protagonista confesará, iluminar el camino de los que se atrevan a aconsejar a aquellos que tienen el deber de mandar España, aunque esto no signifique que sepan como hacerlo, ni tengan para ello la humildad de buscar en otros el consejo que sus pocas entendederas convierte en imprescindible.

Se convierte con ello así el Instituto rápidamente en semillero inexcusable no ya de pensadores, sino de científicos. Como el propio Jovellanos dirá, España no se salva con lenguas muertas, sino con ingenieros y mineros. Así, desata una especie de cruzada contra todo lo que no sea, o pueda llegar a ser, una acción potencialmente útil.
Pese a todo, su propio bagaje intelectual aparece, y pone coto al firme propósito, convirtiéndose sin duda alguna en su desgracia.
En 1795 hace una solicitud oficial al Cardenal Lorenzana, Mayor de la Inquisición, solicitando autorización para disponer en la biblioteca del Asturiano, ejemplares de documentos considerados inadecuados por la institución regidora. La respuesta no sabemos si es más desalentadora, u ofensiva. Lorenzana viene a decir “…que así hay en Castellano muy buenas obras para el saber que en el Instituto habremos de impartir (cita de los Diarios).”
Pero Jovellanos no se amilana, más bien al contrario, y en una de las escasas muestras de temeridad, contrarias a su absoluta moderación y coherencia, soslaya las indicaciones referidas por La Inquisición. El resultado, lo cuenta él mismo. “…Me encuentro por la siesta al cura de Somió leyendo en la biblioteca a Locke. No pude disimular mi disgusto, y le reprendí hasta la hora. Dadas las tres salí con él, y le dije que no me había gustado verle allí. Me dijo disgustado que pretendía volver, que no entendía cómo ni el motivo por el que deseaba privarle de aquél placer, hecho ante el que yo le dispuse de hacerle entrega en mano, cuando deseara, de los libros que quisiera ver, pero manteniéndole fuera de aquellos muros.”
Seremos tan desgraciados que nadie pueda asegurar semejantes instituciones (el Instituto), contra semejantes ataques (de la Inquisición) Dirigidos por la perfidia, dados en las tinieblas, sostenidos por la hipocresía  y la infidelidad a todos los sentimientos de la Humanidad.

Y para colmo manda a paseo al cura. La suerte está echada.

Pero aún queda otro alborozo que nos lleva a comprender el nivel del que goza nuestra figura de hoy. Víctima de los designios no tanto del Poder, como de aquéllos que lo ostentan, manipulan y en la mayoría de ocasiones pervierten; Jovellanos es llamado por Godoy, primero para ocupar la plaza de Embajador en Rusia, pero antes de que pueda ni tan siquiera ocuparla, un giro embarazoso convierte al intelectual en Hombre para la Paz.
El disgusto poco disimulado por parte de nuestro protagonista toda vez que acepta no por el cargo, sino por la emoción que le causa poder servir a España por fin como quiere, pateándola; queda en cualquier caso reflejado en las anotaciones que hace en su diario verdadero, o sea, aquél que no está destinado a ser leído. “…allí estaba yo, con el Ministro, su esposa, (la que luego será retratada) ¡y la amante!, la que creo nunca tendrá retrato. Ni pude abrir la boca ni para comer, ni para hablar.”

Ocupará poco tiempo el cargo, apenas dos años, los justos para recorrer España haciendo cosas útiles, o para decirles a otros como hacerlas.

Mientras, La Inquisición, como muestra de que en contra de lo que muchos dicen, no sólo no está debilitada, sino que mide su fuerza en función directamente proporcional a la estulticia de los que gobiernan; sigue adelante con sus planes, unos planes que acabarán por convertirse en la desgracia de Jovellanos, no sin contar con la participación de un Godoy que se siente insatisfecho con el gusto por el deber y el honor del que Jovellanos hace gala.

Así vivió Jovellanos, obra, muestra y valor del mejor, aunque escaso, talento ilustrado español. Un hombre de cuya mejor descripción podemos decir que “…pese a no haber conocido a Kant, fue sin duda uno de los pocos kantianos que en España hemos tenido.”

Luis Jonás VEGAS VELASCO

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