domingo, 29 de enero de 2012

DE NUEVO, MÓZART.


Si bien es cierto que no podemos dejar pasar la ocasión de conmemorar el 256º Aniversario del nacimiento del ingente W.A. MÓZART, no lo es menos el hecho de que hacerlo limitándonos a desplegar una más de las infinitas revisiones que de su biografía existen, constituiría, además de una burla a la originalidad, un desmán respecto de las ingentes posibilidades que otros aspectos nos proporcionan.

Si afirmar que el contexto histórico y situacional constituye la piedra angular respecto de la que se articulan tanto la vida como la obra de cualquier autor clásico, semejante afirmación alcanza, referida a MÓZART, un sentido difícil de conceptualizar. Resulta que intentar explicar la vida y la obra del ingente compositor, es imposible sin proceder previamente con el análisis, para nada somero, de los acontecimientos sociales, políticos e incluso religiosos, que se dieron en torno a la segunda mitad del siglo XVIII, y en torno a los cuales estableceremos el franco binomio en base al cual, su vida y obra serían inconcebibles enmarcados dentro de cualquier otra época.

Su nacimiento, enmarcado dentro de los primeros compases de la segunda mitad del siglo XVIII, veintisiete de enero de 1756 para más seña, queda rápidamente inscrito dentro de los tiempos pre.revolucionarios. Así mismo, la especial ubicación que, en términos de estrategia añadida a la politología podría desprenderse de su nacimiento en el por entonces mismísimo centro del Sacro Imperio Romano Germánico, bien podría venir a anticiparnos una pista desde la cual proceder con una reconstrucción fiable de lo que podría haber sido la vida del autor.

El siglo XVIII, sobre todo en su segunda mitad, y qué decir de sus postrimerías, se erige como el valuarte en torno al cual comprender los movimientos a partir de los cuales se vehiculan los planteamientos que terminan por confeccionar el teatro de operaciones desde el cual concebir la actual Europa.

El cúmulo de cambios estructurales que paulatinamente irán viendo la luz a lo largo del mismo, conforma un marco nuevo en el que todos y cada uno de los pilares fundamentales que constituyen la unidad tratada, a saber Economía, Sociedad, Política y Religión, sufren un vuelco de tamaña magnitud que, podemos afirmar sin demasiada conjetura, modifican sin posibilidad de vuelta atrás el marco del Sistema, emplazando a los contemporáneos de manera inexorable, a una nueva Realidad.

En términos económicos, el definitivo auge de una todavía reciente realidad social, cual es la burguesía urbana, provoca la rápida implantación de una nueva realidad, cual es la del asentamiento definitivo de un grupo económico que, procedente de la revolución urbana del siglo XIV, reclama con fuerza una posición. Lo novedoso de la situación se muestra cuando su constitución económica, derivada del análisis de la procedencia de sus riquezas, demuestra la imposibilidad de agruparlos rápida y fácilmente dentro de un nuevo apartado de la Plebe. Al no proceder sus beneficios del Sector Primario, para entendernos no proceden ni de la explotación de las tierras ni de la producción agropecuaria de ninguna índole; parecería lógico tender a ubicarlos con la nobleza. Sin embargo, al no disponer de acreditaciones terratenientes, y no disponiendo tampoco de dinastía nobiliaria, resulta imposible semejante catalogación sin saltarse las premisas básicas del Antiguo Régimen.

En definitiva, se hace imprescindible la adopción de un nuevo término, el de Burguesía Urbana, destinado a acoger a esta nueva realidad, que por otro lado resultará imprescindible a la hora de conjeturar los cambios que se avecinan.

Entramos así de lleno en una nueva Sociedad. La que procede de comprender unos cambios que se suscitan desde el momento en el que se hacen imprescindibles explicaciones innovadoras a partir de las cuales conjeturar un nuevo mundo, el que procede de comprender que los cánones vigentes son obsoletos.

La Burguesía, demasiado rica para ser chusma, y sin carácter dinástico para ser nobleza, verá en la Cultura un arma imprescindible en pos de conceptualizar de manera asequible su verdadera naturaleza. De ésta manera, los movimientos Ilustrados, que a la sazón promueven la gran revolución a partir de la consignación de que el poder absoluto del Rey no puede encontrarse amparado en su vínculo para con Dios; se erigen en el arma definitivo que metafóricamente cortará la cabeza de las Monarquías Absolutas.

La aparición de elementos como Rousseau, el cual promoverá activamente semejante revolución, introduciendo la variable de la acción del Parlamento como vehículo que reste poder al monarca, constituirá la piedra a parir de la cual intuir el asentamiento definitivo del Despotismo Ilustrado a saber el primer ejercicio verdaderamente argumentado en pos de restar poder al monarca.

Si bien resulta evidente que las pretensiones originales del político y filósofo francés no eran tan idílicas, no es menos cierto que la manipulación que de una y otra parte realiza, acaban por conformar de manera realmente válida una nueva realidad impensable poco antes, y que nos lleva de aquél ·”El Estado soy yo”, a un menos problemático “Todo para el Pueblo, pero sin el Pueblo.”

Lo más importante de todo, radica en una circunstancia a la que tal vez no se le ha prestado la suficiente atención, a saber, las nuevas formas de hacer y de entender que desde la nueva clase social se van imponiendo. A saber, hasta éste momento, las revoluciones constituían actos en los que se disparaba primero, y se preguntaba después. Intrigas, manipulaciones y asesinatos, daban pie a guerras que desgajaban territorios y sociedades. La causa, el carácter bipolar de la Sociedad, convertía en irreconciliables las posturas de unos frente a las de otros. Sin embargo, la aparición de ésta nueva realidad social aporta una nueva visión, si cabe además más pragmática, en tanto que su reciente llegada la deja libre de odios intestinos.

Además, el hecho para nada ilusorio de que su riqueza proceda del comercio, hace fuerte al máxima de que lo peor que hay para sus negocios es la guerra en sí misma.

Es así que la entrada en acción de la variable Cultura, erradica de manera definitiva el monopolio que respecto de la explicación acerca del carácter de las cosas llevaba a cabo la otra realidad, a saber la Religión. La entrada en escena de filósofos de la talla de Inmanuell KANT, promueve definitivamente la instauración de una época en la que los principios naturales propios del Hombre recuperan, mediante el ejercicio de la Filosofía, el terreno que la Religión les había arrebatado, mediante la puesta en práctica del conocido efecto alienador.

Y como prueba manifiesta y si cabe más que gráfica, cabe citar el colapso que se origina a partir de la ruptura entre El monarca y Dios, o mejor dicho entre las decisiones de gobierno, y su aparente infalibilidad en tanto que procedentes de alguien cuya autoridad está, supuestamente sancionada por Dios.

Con todo ello, podemos afirmar de manera definitiva que la corriente innovadora que la Música de MÓZART constituye, se encuentra así mismo enmarcada dentro de una serie de cambios estructurales que se van produciendo a medida que el propio genio se va desarrollando, acompañando con ello de manera inexorable tal desarrollo, y marcando de manera definitiva todos y cada uno de los cambios que le son propios.

De ésta manera, los viajes que MÓZART lleva a cabo por las cortes europeas, mostrando sus creaciones, que llevan implícita su originalidad genial, acaban convirtiéndose en catalizadores que permitirán a las clases que acceden a su música comprender paulatinamente los cambios que se están preconizando.

De esta manera, la originalidad del compositor, no es sino el anticipo genial de una nueva Realidad, de un Nuevo Mundo.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


domingo, 15 de enero de 2012

MONSERRAT CABALLÉ, 1962-2012, LA CONSOLIDACIÓN DEFINITIVA DE UN TIEMPO DIFERENTE.


El nacimiento, el doce de abril de 1933 en Barcelona, de Monserrat Concepción Bibiana CABALLÉ, constituye el detonante obvio de uno de los acontecimientos más trascendentales de los acaecidos en todo el pasado siglo XX en lo atinente al Bell Canto, no sólo atendiendo a considerandos nacionales, sino, qué duda cabe, a los internacionales.

Junto a las evidencias que pueden desprenderse de lo propio de la época en que se produce el alumbramiento, unido a la humilde condición de la familia, convierten si cabe en más importante el esfuerzo que hubieron de llevar a cabo tanto la propia Monserrat, como evidentemente la familia, esfuerzos encaminados la canalización formal de unos atributos y una predisposición para la música que la joven mostraba de manera más que evidente. Gracias a la equilibrada disposición de todos estos elementos, Monserrat CABALLÉ logra finalizar sus estudios musicales tras doce años de incansable labor, en el transcurso de los cuales, junto a la especial predisposición para el bel cantístico, rama técnica de la interpretación lírica especialmente destinada a la ejecución de ópera en general, y oratorio y lied en particular; se puso igualmente de manifiesto su gran capacidad de trabajo, fundamentado en la ingente capacidad para el sufrimiento desde la humildad.

Si bien el hecho que justifica traer hoy aquí a colación a tan insigne intérprete pasa por el indefectible hecho del homenaje del que fue objeto el pasado siete de enero, con motivo de la conmemoración de los 50 años de su estreno en el Teatro del Liceo de Barcelona, con el papel principal de la Ópera de Strauss, Arabella de R.STRAUSS, lo cierto es que el estreno de la CABALLÉ sobre las tablas del Liceo, tiene lugar el trece de abril de 1953, donde en el transcurso de una gala de fin de curso, interpreta Il Ciarlatano.

Pensar que la carrera de la soprano ha estado siempre saludada por el éxito, constituiría un absurdo, a la par que injustamente le restaría a la misma preponderancia. Así, tendrá que ser tras acumular varios fracasos, que la cantante decida emigrar fuera de España, constituyendo en este caso en la ciudad suiza de Basilea su refugio. Allí es oída por el Director del Teatro Comunal de la Ópera, quien la designa como principal en La Flauta Mágica, hecho que acontece el 1957. Si bien el suceso es importante en sí mismo, conlleva el salto a otros papeles, como serán La Boheme, ese mismo año.

Una vez activada definitivamente la carrera de intérprete, ésta comenzará a prodigarse por todo el mundo, si bien, haciendo gala del compromiso que en todo momento ha mantenido para con su tierra natal, se presentará puntualmente año tras año para estar presente en todas y cada una de las Temporadas de Ópera del Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
Así mismo, esto no será óbice para no poder igualmente decantarse por las satisfacciones qué, llegado ese momento, le empezarán a llegar procedentes de sus compromisos internacionales. Sin embargo, todo esto habría tan sólo permitido consolidarla como una más, en el largo elenco de intérpretes del Bell Canto.

El gran acontecimiento diferenciador tendrá lugar el veinte de abril de 1965. con el Carnegie Hall de Nueva York a rebosar, la titular de la obra, la Soprano Marilyn Horne sufre una indisposición que hace del todo imposible su aparición en escena. Es la ocasión de Monserrat CABALLÉ.
El papel de Lucrecia Borgia en la obra de G. Donizzeti alcanza en la tesitura y la técnica de Monserrat un nivel hasta entonces desconocido. A ello hay que añadir la habilidad de dramatización que presenta la intérprete. El resultado es inmediato a la par que evidente, más de media hora de ovación, y unas críticas inmejorables en todas las publicaciones al uso del país.

A partir de ese momento, se prodigan los papeles. La Traviata, Salomé, Aída tienen siempre cabida en el dilatado repertorio de una intérprete incansable para el trabajo, a la vez que inaccesible para el desaliento. Todas estas cualidades, unidas a su capacidad para el trabajo incansable, la llevan al dominio de una técnica que le faculta para acceder a registros inaccesibles para la mayoría de sopranos, lo que unido a su trabajada técnica le llevan a manejarse con soltura en papeles de obras de autores tales como Wagner o el propio Strauss, desconocidos para otros. En términos cuantitativos, el catálogo de personajes interpretados supera la cifra de los ochenta.

Todo esto consagra definitivamente a Monserrat CABALLÉ como una de las más importantes intérpretes de Ópera no ya del panorama nacional, sino del mundo. Prueba de ello son sus distinciones, que superan a lo meramente artístico, ya que van desde El premio a la mejor cantante del mundo en Nueva York, obtenido en 1968. La medalla de oro del Teatro de 1972, hasta la obtención de la medalla comendadora de las artes y las ciencias de la Academia francesa.
En la actualidad, su participación activa en la UNESCO, junto a su actividad en pos de la mejora de las condiciones de vida en el mundo, constituyen su mayor acicate.
Por ello, desde aquí unimos nuestro aplauso a los recibidos por merecidos en ese homenaje recibido con motivo de la conmemoración de los cincuenta años de estreno en el Gran Teatro Liceo de Barcelona.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

viernes, 6 de enero de 2012

DE LA NAVIDAD, LA INFANCIA Y AQUÉLLOS MARAVILLOSOS AÑOS.


Una de las cosas sobre la que sin duda más de acuerdo estaremos, será la que preconiza la especial relación que existe entre la Infancia, y la celebración de la Navidad. A nadie le cabe la menor duda de que, la presencia de los niños incrementa, por no decir que devuelve, el espíritu navideño a unas celebraciones que, los adultos, como ocurre con tantas otras cosas, hemos mancillado, imprimiendo en las mismas el sello de la perdición que, en este caso, adquiere la forma de consumo excesivo, hipocresía para con los que nos rodean, y toda esa sucesión de hechos de los que no vamos a hablar aquí ni ahora.
Sin embargo, igual de adecuado resulta exponer que, de manera similar, la celebración de la llegada de los Reyes Magos constituye, superadas invasiones de tradiciones ajenas, uno de los momentos de mayor satisfacción para nuestros niños. Pero llegados a éste punto, y una vez más, conviene preguntarse. ¿Quiénes fueron, qué representan, y desde cuándo se acuña la tradición de los Reyes Magos?

Si nos atenemos a la transcripción escrupulosamente canónica, la única reseña efectuada en las Sagradas Escrituras a éste respecto aparece brevemente en el Evangelio de Mateo, II- 1-12. En el mismo, se menciona a los Magos. Sin embargo ha de iniciarse desde tal reseña una larga aventura encaminada a encontrar a los mencionados, a saber hombres devotos cuya vida cambió a raíz de la fenomenal experiencia vivida. De la mencionada experiencia, aparecen pronto testimonios recogidos tales como las Actas de Tomás, del siglo III, complementadas y mejoradas a continuación por el Opus Imperfectum in Matthaeum, correspondiente al Siglo V. Estas obras vienen a consolidarse como la base de la Tradición Latina Occidental, aceptándose con ello la base de que habrá de ser a lo largo del tránsito que va de la Alta a la Baja Edad Media, donde se van creando los diferentes componentes.
El episodio del viaje encuentra eco en autores como el Pseudo Agostino Enrique de LIEJA y Rodolfo de SAJONIA. Siendo en las páginas del mencionado LIEJA donde aparecen los orígenes de la procedencia oriental, complementado luego en páginas del mismísimo Marco POLO. Los orígenes reales se recuerdan en las Crónicas pseudo dionisiacas del Libro de Colonia. Sin embargo, es la existencia de una ingente cantidad de noticias en la que se entrecruzan las tradiciones orales, las que acaban por conformar una inmensa leyenda surgida en torno a un suceso real

La existencia de la Fábula más bella del Mundo contada en toda la Historia, hunde sus orígenes en el año 70 d.C, momento en el que un autor que escribía en arameo, en la época en la que los ejércitos de Tito destruían Jerusalén, da lugar a lo que se conoce como Evangelio de San Mateo. Es tan sólo Mateo el que narra como habiendo nacido Jesús en Belén de Judea, siendo los tiempos de Herodes III el Grande, llegaron hasta el lugar unos magusàioi venidos de oriente, en busca de “El Rey de los Judíos”, del que habían visto la estrella.

Cuando sobre el monte Vaus, en el día del nacimiento de Jesús, se avistó una estrella más luminosa y brillante que el sol, los tres reyes se pusieron en camino. El mencionado monte queda identificado como el Savalán, la cima más alta de Acerbaiyán, en la Persia noroccidental. La tradición latina medieval le llama Vaus “Monte de la Victoria”.

Partió Melchiar rey de Nubia y de Arabia. Era el más bajo de los tres, y carecía de esposa y concubinas.
Del reino de Godolia y de Saba partió Balthasar; y partió Jaspar, el más alto de los tres, oscuro de piel como los etíopes, siendo rey de Tharsis y Eriseula, la isla donde la mirra crece en plantas que son como doradas espigas.
Habiendo salido los tres de lugares diferentes siguieron a la estrella. Eran tiempos de paz, y nadie les cerraba las puertas. Caminos desconocidos, cauces fluviales, desiertos, pantanos, todo se transformaba a su paso en vías de sencillo tránsito. Y fue así que en la encrucijada, bajo el Calvario, a dos millas de Jerusalén, los tres Reyes Magos se encontraron. Hablaban lenguas diferentes, y procedían de tierras muy lejanas, pero les bastó con verse para comprender que los tres perseguían el mismo fin

Llevaban para el niño regalos procedentes de la Casa de Salomón, y de su Tiempo, el cual hay que recordar perteneció una vez a Alejandro, hijo de Filipo de Macedonia, y a la Reina de Saba.
Entraron en Belén hacia la hora sexta, esto es hacia el mediodía, poniendo así fin a un viaje que había durado trece días. Ofrecieron dones preciosos. Melchor trajo oro, símbolo eterno de la Divina Majestad y la Realeza. Baltazar ofreció incienso como símbolo de sacrificio y divina potestad. Gaspar ofreció Mirra, símbolo funerario y signo de la fragilidad humana.
Melchor ofreció una manzana de oro, y treinta denarios áureos. La manzana había pertenecido a Alejandro Magno, fundida a partir de parte de los tributos de las provincias del Imperio. Alejandro la sostenía en su mano como si se tratara del mundo del que era dueño.
Los treinta denarios áureos eran los mismos que Abrahán había llevado desde Ur hasta Hebrón, con los cuales había comprado el terreno para la sepultura de su familia. Téraj, padre de éste, los había hecho acuñar por el rey de Mesopotamia. Con aquellos mismos denarios José sería vendido a los ismaelitas. Muerto Jacob, los denarios fueron mandados a la Reina de Saba, para la compra de perfumes que engalanaran el sepulcro de Jacob y de José, quedando con ello adscritos al tesoro del Templo en la época de Salomón. Cuando los árabes tomaron el Templo, en tiempos de Raboamm, los denarios pasaron a ser custodiados por el Tesoro del árabe, de donde los cogió Melchor. Pero durante la huída a Egipto María perdió los denarios que iban envueltos, junto con el resto de presentes, en un fino paño de lino. Fueron encontrados por un pastor beduino el cual, atormentado por una enfermedad incurable fue a Jerusalén, donde Jesús lo curó y convirtió, El pastor le ofreció el antiguo hato, y Jesús lo depositó en el Templo. Allí, el Sacerdote encendió el incienso de Baltazar y, en el tercer día previo a la Pasión, tomaron los treinta denarios para pagar a Judas. De la mirra se sabe que una parte fue mezclada con el vinagre ofrecido a Jesús en la cruz, y la otra fue añadida por Nicodemo a los perfumes que luego serían utilizados en el entierro del santo cuerpo.

Cumplida su misión, los Tres Reyes regresaron a sus tierras. Pero ya no estaba la estrella para guiarlos. El viaje que antes había durado trece días, necesitó ahora de dos años, con la participación de guías e intérpretes.

Pasaron los años, y el apóstol Tomás los encontró todavía sanos y viejos. Se hicieron bautizar, y difundieron la palabra del Señor, por todo Oriente, consagrando una capilla en el mismo monte Vaus.

A la muerte de Tomás, acaecida en la India Superior, los tres reyes convocaron a obispos, sacerdotes y nobles, y les propusieron continuar la obra. Durante años Melchor, Gaspar y Baltazar continuaron con sus encuentros, hasta que una nueva aparición de la estrella presagió sus muertes. Melchor murió con 116 años, Baltazar tenía 112 y Gaspar 109.

Así termina la epopeya de los TRES REYES MAGOS.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

martes, 3 de enero de 2012

DE CUANDO LA TRADICIÓN NOS RECUERDA QUE EL PRESENTE NO ES MÁS QUE UN NIÑO QUE DESCANSA SOBRE LOS HOMBROS DEL PASADO.


Parece realmente que fue ayer, y sin embargo ya estamos aquí, consumiendo con verdadero ahínco el primer transcurrir de un nuevo año. Y a modo de seña, de faro imperceptible de ese aparente hecho cual es el cambio de calenda, el Concierto de Año Nuevo se posiciona ante nosotros, para brindarnos uno de los más bellos espectáculos de los que en muchas áreas podemos hoy en día disfrutar.

Y es que, La Orquesta Sinfónica de Viena, y el especial elemento que pasa a conformar un motivo especial que se manifiesta en la cantidad de variables a las que realmente afecta el hecho como tal.
Superado desde un primer momento el terreno del acontecimiento estrictamente musical, El Concierto por excelencia, pasa a convertirse en uno de esos grande hitos sociales que embargan el campo de lo aparentemente reservado a la tertulia social, para pasar a convertirse en una de esas citas cuya asistencia bien podría sumergirnos en el terreno de la Historia, más concretamente en una de esas corrientes propias de otra época, en las que la asistencia a los eventos musicales, constituía en sí mismo no ya sólo un hito de distinción, sino abiertamente un punto de obligado cumplimiento si de verdad se quería estar acorde a los tiempos.

Pero más allá de todo eso, el Concierto de Año Nuevo, se convierte, un año más, en el acontecimiento musical por excelencia. Como todo el mundo sabe, acceder a una de las butacas de la Sala Dorada de la MUSIKVEREIN DE VIENA, lugar desde el que se interpreta el Concierto, siempre a cargo de la Orquesta Sinfónica de Viena, es todo un alarde de poder.

Hundiendo sus raíces en la Historia, el Concierto tiene su origen en 1939, concretamente en el 31 de diciembre de ese año, fecha en la que Clemens KRAUSS lleva a cabo la primera dirección.

Desde entonces, hasta hoy, si bien de manera interrumpida, El Concierto se ha convertido en la cita por excelencia no sólo para el público, sino en especial para los Directores de Orquesta ya que, como es sabido, ser elegido para esa dirección, constituye toda una salvedad. Un maravilloso empujón para unos, o el broche de oro a una carrera para otros.


Intentar comprender el Concierto de Año Nuevo, sin entender antes a los Strauss, se convierte no ya en labor compleja, sino en acto épico.
La Familia STRAUUS hunde sus raíces en los primeros años del Siglo XIX, y se prolonga hasta el primer cuarto del Siglo XX. Si bien es Johann Strauss Padre (1804-1849) el fundador de la estirpe, los verdaderos éxitos notorios en Dirección e interpretación, los conseguirá Johann Strauss hijo (1825-1899). Éste último, rivalizará de hecho durante los pocos años en que coincide activamente con su padre, en pos de conseguir la categoría de maestro de la familia.

El éxito de la Familia Strauss radica, principalmente, en el talento con el que desarrollan las variables propias del Romanticismo Tardío, utilizando para ello la elocuencia del Valls. El Vals, un tipo de música cortesana, entendida como chabacana en ciertos ambientes, había estado, hasta que los Strauss la rescataron, considerada como un mero instrumento destinado al divertimento mordaz de los miembros de la Corte de Centroeuropa del XVIII. Poco a poco, va ascendiendo estructuralmente en la cadencia de baile, hasta convertirse a finales del XVIII en el baile que todos conceptualizamos como propio de los Salones Señoriales del Sacro Imperio Romano Germánico, no siendo hasta la Corte de los Luises de Francia que obtendrá definitivamente su prestigio.

La Familia Strauss lleva a cabo el ejercicio final. Con un loable trabajo de recuperación documental por parte del padre, y un ejercicio de marcado talento por parte del hijo, el vals evoluciona hasta su actual concepción, logrando con ello formalizar uno de los acontecimientos más excelsos de la fenomenología musical actual.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.