domingo, 26 de febrero de 2012

DE LOS ÓSCARS. DE LAS HISTORIAS, Y DE LO IMPORTANTE QUE RESULTA LA FORMA DE CONTARLAS.


Y el Tiempo pasa y pasa, y, una vez más, la vorágine en la que ha degenerado nuestra vida, o más concretamente la forma que tenemos de entender la vida, nos lleva a comprobar no sin sorpresa que la única manera que tenemos de ser conscientes de la lenta, pero inexorable transición de la que somos objeto, pasa por comprobar con sonrojo cómo, un año más, nos enfrentamos con acontecimientos que tienen carácter periódico. Así, un año más, y ya van 84 ediciones, los Óscars están aquí.

Ya están aquí, y con ellos, de manera inseparable, todo ese cúmulo de circunstancias en el que se ven rodeados. La fama, la clase, la popularidad; en una palabra, el saber quién es quién en el mundo moderno, pasa inexorablemente por analizar, preferentemente en la prensa rosa de mañana, cómo ha salido de malparado cada uno de los afectados, en ésta ya ingente selva en la que se ha convertido el arte, una vez se ve sometido a los nuevos criterios conceptuales.

Porque de eso es en esencia de lo que se trata, de una redefinición de los conceptos del Arte. Si el Arte es, como parece quedar puesto lo suficientemente de relevancia, una actitud, una forma de entender la vida; exclusiva del Hombre en tanto que Especie, parece evidente que éste habrá de evolucionar conforme lo hace el propio Hombre, en tanto que es a él al que sirve. En base a esto, parece evidente que los cambios de uno, habrán de promover de manera inequívoca, modificaciones en el otro.

Por comparación evidente con las formas de arte que le anteceden, Pintura, Escultura, Música, etc. El cine ha adoptado, como en los anteriores casos, una función que le ha sido propia, y que a la par ha ido evolucionando en la medida en que las características exclusivas que posee, le han permitido rebasar a algunas de las categorías que le precedían, en eso de desarrollar funciones específicas para la Humanidad.

Analizadas la suma amplísima de características que le son propias, cuando no exclusivas, comprobamos que el compendio que resulta posiciona al cine en una posición de franco privilegio de cara a convertirse en la forma preferida de contar historias. Su definitivo carácter visual, convierte al cine en la herramienta definitiva de cara a transmitir a la mayoría, por no decir a todos, el cúmulo de avatares que la vida, en sus diferentes versiones, puede llegar a provocar. Además, la condición instintiva, acredita al cine como la única circunstancia realmente capaz de llegar a todos por igual, sin que corolarios tales como analfabetismos, y demás hechos que hacían incompetentes a otros medios de cara a satisfacer labores de formación, o de abierto adoctrinamiento, tengan en éste caso posibilidad de manifestarse. El cine es la herramienta definitiva, en tanto que entra por los ojos, y accede directamente a nuestro compendio sensible. A eso que sólo es activado por el Arte, y que en definitiva nos ayuda, según el antropólogo americano C. CARSAHHIGGA, a definir al Ser Humano a partir de la comprensión de los conceptos que le son propios, por exclusivos, tales como su posición frente a el Arte. La capacidad de pintar, de escribir, o de disfrutar ante una composición sinfónica, son cosas que nos hacen únicos. No se trata de afirmar que como especie nos origináramos de manera específica. Se trata más bien de que el proceso evolutivo nos ha ido dotando de características tan diferenciadoras, que han terminado por hacernos específicos.”

Con todos los ingredientes ya puestos sobre la mesa, no resulta para nada sorprendente enfrentarnos a la cuestión que plantea el incuestionable éxito, del cine. De igual manera, los atributos descritos, hacen fácilmente comprensible la relación de franca adoración que ha existido siempre entre el poder y el cine. Y mención aparte merece la relación de amor-odio que siempre ha existido entre éste y la Religión. Así, si bien la Religión reprobó de entrada en un primer momento al cine, al comprobar al parecer abiertamente los vínculos de éste con la transmisión de elementos propios de el maligno, no es menos cierto que rápidamente la postura se vio modificada, pasando a ser de aparente coordinación, para terminar siendo francamente colaboracionista. Así, La Iglesia más que la propia Religión, no podía dejar pasar la ingente posibilidad que el cine le proponía, y que le permitía llegar a los corazones de las gentes, sin tener que pasar por el filtro, a menudo insalvable, que ponía la mente, bien por la condición crítica del tenedor, bien porque lo iletrado del receptor hacía imposible la tarea.

Y es ahí precisamente donde la Música se cobre su tributo. Si bien el cine es el incuestionable vencedor en la carrera en pos de describir paisajes, etc. La verdad es que su función se queda corta, haciendo así imposible el cumplimiento de la misión que le ha sido encomendada, de cara a otras descripciones, tales como las que afectan a la psique de personajes, o de las realidades contextuales que les son propias.

Ahí es donde la Música, o más concretamente la Banda Sonora, da el salto de preponderancia. El binomio imagen-música, confecciona un marco expresivo de exposición al que resulta imposible abstraerse, en tanto que el compendio por ellos creado, afecta a aquello que nos hace humanos, a lo que nos hace diferentes.

Recuerdos tales como los proporcionados por grandes momentos como los de Memorias de África, Doctor Zhivago o Titánic, son inaccesibles para nuestro cerebro si no es pasando previamente por el registro musical que les es propio.

De igual manera, resulta del todo imposible recordar escenas como las de C.SHEEN en Apocalysis Now, o las de j. GHARLAN o G. KELLY.; sin acudir previamente al registro sonoro de las mismas.

En esencia, hoy por hoy es imposible separar una buena imagen, de una buena canción, que le es propia.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 18 de febrero de 2012

DEL CARNAVAL Y LA RISA, COMO PRECURSORES DEL DESORDEN.


El orden que imagina nuestra mente es en realidad como una red, o una escalera que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que. Aunque haya servido, carecía de sentido

¿Pero cómo puede entonces existir un ser necesario, totalmente penetrado de posibilidad? ¿Qué diferencia hay entonces entre Dios y el caos primigenio? Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios, y su absoluta disponibilidad respecto de sus voluntades. ¿No equivale a decir que Dios en realidad no existe?

Como sin duda habrá deducido ya el atento lector, una vez más aprovecharemos las enormes posibilidades que nos brinda el calendario, así como su amable compañera, la rutina, para dilucidar de nuevo al respecto de las implicaciones que tiene para el Ser Social, acudir a una de las celebraciones más importantes e históricas que al respecto existen. Nos estamos refiriendo, como no podía ser de otra manera, al Carnaval.

La festividad del Carnaval, hunde sus raíces en lo más profundo de la fenomenología humana. Se trata de una celebración que no hace distinción en lo que concierne a épocas, siglos, culturas o razas, manifestándose como una realidad extemporal a la far que afín a cualquier cultura. Por ello, hemos de buscar su justificación en la localización de algún fenómeno cultural universal y no sujeto a los declives del tiempo. En consecuencia, tal fenómeno necesariamente tiene que estar ligado al propio hecho social, a la par que hacerlo desde el principio, porque desde el principio las costumbres paganas se han hecho eco de las celebraciones ligadas al carnaval. Por ello, el Carnaval ha de estar, directa y necesariamente ligado al orden social, más concretamente, al hecho de burlarse y parodiar las mencionadas órdenes.

Burla, Parodia, son las prebendas que dan origen a la Comedia Griega, a saber, el primer método ordenado encaminado a regir, a su vez, los procedimientos del humor como fenómeno exclusivo y propio de la Naturaleza Humana. Porque ningún animal, ajeno al propio Ser Humano, tiene la facultad de reír.

Y es así como la Risa, en su condición de fenómeno exclusivamente humano, se convirtió durante siglos en uno de los caballos de batalla por excelencias de las luchas entre los seguidores del orden conforme a los preceptos divinos, sostenidas contra aquellos que creían más eficaces los métodos de disquisición filosófica. La Guerra entre Religión y Filosofía entraba en una nueva batalla, encaminada a su decisión última, erigirse como paladines del orden natural de las cosas.

La Risa es, en su condición conceptual, manifestación por excelencia de las cualidades de excepcionalidad del Ser Humano. No se trata tan sólo de que ningún animal pueda reír, se trata en realidad de que ningún animal puede llevar a cabo un pensamiento tan complejo que le permita concebir un escenario mental de semejante complejidad simbólica que acabe por poder reducir a lo jocoso incluso la más dramática o rigurosa de las situaciones que podamos llegar a conceptualizar. Se trata en consecuencia, de un procedimiento mental que, por ser propio del Hombre, habría de ser considerado como del agrado de Dios.

Pero e aquí que la risa es la debilidad, la insipidez, la muestra del caos, propia de nuestra naturaleza atada a la carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. Es así que, en su sabiduría, incluso la Iglesia la ha autorizado en momentos de fiesta. Así el carnaval se constituye como el momento de polución diurna, que permite descargar los humores, impidiendo luego que se ceda a otras tentaciones mayores. Pero mientras se de en estas condiciones, la risa sigue siendo algo inferior, vacío propio de la plebe, al amparo de los simples. Misterio vaciado de valor sacro alguno.

Ya lo decía el Apóstol. En vez de arder, casaos. En lugar de rebelaros contra el orden querido por Dios, reíos y divertíos con vuestras inmundas parodias, creados al amparo de ese mismo dios al que insultáis. Puesto que mientras lo hagáis dentro de la convicción de que el carnaval cubre vuestros actos, una vez acabadas las celebraciones que le son propias, una vez vaciadas las jarras y botellas, consumido el vino, y pasados los tiempos de la fiesta. Una vez elegido al Rey entre los tontos, perdidos en la liturgia del cerdo y el asno, jugados a representar las propias saturnales. Una vez acabada la comida, volveréis a la conceptualización del orden verdadero, el querido por Dios. Y además, vuestro concepto de culpa os hará volver con más pasión si cabe. Porque la risa, mientras así permanezca, ajena al control del Hombre, no será peligrosa.

Pero he aquí que Aristóteles, dentro de su obra La Poética, dedica presumiblemente la segunda parte a la Risa, más concretamente a su función en lo que al orden de las cosas humanas, en tanto que de su disposición en la forma de La Comedia. Y es entonces que, según La Iglesia, la risa se convierte en algo pernicioso. En un peligro mortal para la permanencia de la institución. El motivo es evidente. Al elevar la risa a la categoría de arte, se le abren las puertas del mundo de los cultos y letrados, se la convierte en objeto de la Filosofía, dando pie a una pérfida teología. La Risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, pareciendo con ello controlable. La Poética enseña que librarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando ríe, cuando el vino gorgotea aún por su garganta, el aldeano ha invertido las reglas naturales del orden. El criado se siente amo.

La Iglesia puede soportar que durante la fiesta se asimilen herejías, siempre que éstas no encuentren traducción culta que las haga permanentes, esto es, mientras se consuman a si mismas sin dejar huella, como se consume el carnaval. Basta para ello con que el gesto no se transforme en designio, con que la lengua vulgar en que el desorden se origina, no encuentre traducción latina.

Y es así como la obra de Aristóteles se condena. La Iglesia sabe que el miedo es la mejor herramienta a la hora de hacer permanente la obediencia. Ese mismo miedo contra el que la Comedia lucha, ese mismo miedo que se disipa en el simple cuando la risa se manifiesta.

La risa es así manifestación original de libertad, demostración de que ese y no otro es el estado natural del hombre, como natural en tanto que original e intransferible del hombre es su condición y capacidad para reír.

El simple ríe, y mientras lo hace no le importa nada, ni tan siquiera morir. Imaginad qué hubiera ocurrido si de haber sobrevivido, el segundo Libro de la Poética de Aristóteles hubiera iluminado la posibilidad de haber vencido a la muerte a través de la emancipación del miedo a la muerte que pretende y consolida la visión rigurosa de la risa.

En ese momento, el Pueblo de Dios bien pudiera quedar reducido a una asamblea de monstruos eructados desde las profundidades de la terra incognita. Entonces, y sólo entonces, la periferia de la tierra conocida se hubiera convertido en el núcleo del mundo cristiano conocido. Los arimaspos estarían en el trono de Pedro. Los blemos ocuparían los monasterios. Los enanos barrigones y cabezudos propios de la obra blasfema escondida en la profundidad de las bibliotecas, se convertirían ahora en los guardas y custodios de éstas mismas bibliotecas.

La plebe carece de armas para afilar su risa hasta convertirla en un arma capaz de luchar contra la seriedad que impone el orden vigente. Y seguirá siendo así mientras no se les dote de un instrumento que les arme contra los pastores que han de guiarles hasta la vida eterna.

Por eso, La Comedia en tanto que manifestación formal, y la risa, en tanto que manifestación natural, se convierten en un arma demasiado peligrosa. El segundo Libro de La Poética de Aristóteles, del que sólo sabemos por terceros, como el Árabe Averroes que lo cita, o menciones del propio autor en su otra gran obra, La República, constituye para La iglesia un peligro demasiado inminente. Un peligro contra el que hay que desarrollar todo el poder, saltándose incluso el más fundamental que se habían atribuido en su condición de guardianes del saber, recordemos que durante la Edad Media, salvo gloriosas excepciones, La Iglesia en occidente se convirtió en la única tenedora del saber.

Por eso, no es de extrañar que éste libro se perdiera en el incendio que se declaró en la Abadía de Perussia, en 1327.

Y así como el libro segundo ardió, así arden durante unos días los cánones del orden establecido. Durante las saturnalias, el carnaval, las damas son fulanas, La Gran Vía es la Rue de las meretrices; el Rey se revuelca en el fango, llevando con él a la Monarquía, y la chusma supera sus miserias pensando qué, durante unos días, no se tiene que avergonzar de lo que pudiendo haber sido, nunca fue ni será.

¡Qué demonios, divertíos, es Carnaval!

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 11 de febrero de 2012

DEL AMOR, Y OTRAS COSAS QUE NOS HACEN HUMANOS.


Puestos a devanarnos la cabeza, si en algo estaremos sin duda de acuerdo la mayoría, será en el hecho de que pocos son los asuntos atinentes tanto a lo divino como a lo humano sobre los que pese a haberse escrito tanto en todas las épocas, no somos sino más ignorantes cada día.

Certeza para algunos, duda eterna para otros, lo único real es que el amor es un de esas extrañas cosas que, definido conceptualmente desde el principio de los tiempos, no es menos cierto que su constatación, que no su comprensión, depende de cada uno, en su derecho de percepción subjetiva. Más, llegados aquí, conviene hacer ya la primera gran matización puesto que, considerar el aporte subjetivo como fuente de procedencia única del sentimiento, no sería del todo acertado ya que, tal y como resulta fácilmente constatable, su percepción y constatación única no es algo que cambie tan sólo de una persona a otra, sino que, y ahí radica lo excepcional del caso, cambia en la propia persona, según el estadio de madurez en el que se encuentre.

Es el amor, sin duda, una de las premisas excepcionales que necesariamente han de estar presentes en cualquier definición seria que del Hombre quiera hacerse. Constatación inequívoca de excepcionalidad, el amor y su comprensión, o más concretamente su incomprensión real en tanto que resulta imposible de definir si no es mediante la descripción empírica de sus efectos; constituye en sí mismo una de esas excentricidades sin las cuales sería imposible definir al Hombre si queremos no dejar desnuda una de sus percepciones fundamentales.

Y como tal, y acorde a semejante transcendencia, pocos por no decir ninguno, son los asuntos humanos que tanto análisis y debate han suscitado a lo largo de la Historia. De su análisis se han ocupado todas las épocas, y a su comprensión se han lanzado con entusiasmo los mejores de cada época, en pos de su comprensión, para acabar asumiendo, uno tras otro, época tras época, que resulta del todo imposible someter a análisis de cualquier orden, humano o trascendental, todos o alguno de los parámetros que lo componen, condicionan y determinan.

Por ello, tras asumir su fracaso, al Hombre sólo le ha quedado la opción de atenderlo desde su aspecto netamente estético. Sólo podemos intuir lo que nos ocurre, pintando lo que sentimos, o creemos que sentimos, mientras dura ese anonadado episodio que hemos dado en llamar enamoramiento, o sea, “andar en amores”.

Pocas, por no decir ninguna, son las áreas que han resultado tan prolíficas de cara a la generación de manifestaciones, en éste caso artísticas y de ornato, una vez asumida la incapacidad para dirigirnos al mencionado desde capítulos científicos o técnicos.

Desde El Cantar de los Cantares de El Antiguo Testamento, hasta el movimiento Romántico del XIX, pasando por los Cantos de Trova de la Alta Edad Media; el amor, su desarrollo y la constatación práctica de sus efectos, se ha convertido en el terreno abonado en el que la Música ha encontrado su lugar por excelencia. Porque una vez ha quedado clara la imposibilidad de comprender las nociones del corazón, igualmente claro es aceptar que la Música se convierte en el mejor, por no decir único lenguaje competente a la hora de expresarse en coherencia con él.

Es el amor uno de los elementos que más concretamente unifica aspectos específicamente humanos los cuales por otra parte permanecería inequívocamente separados, o abiertamente aislados. Como enunciado de elementos diferenciadores, el amor constata de manera unívoca una de las diferencias esenciales que nos posiciona por encima del resto de animales con los que compartimos escala evolutiva. Esta diferencia no es otra que la de poder separar reproducción de comportamiento afectivo. El amor es, por encima de todo, emoción, deseo, armonía y comunicación, entre dos almas.

Y si ya El Cantar de los Cantares manifestaba esta diferencia, estableciendo por motivos estrictamente moralistas las definiciones de sexualidad humana, marcando claramente el terreno de las diferencias de comportamiento que nos son propias en tanto que nos diferencian de los animales; será posteriormente, esto es con los Cantares de Trova, e incluso con las Cantigas de Amigo y de Amor posteriormente, donde se desarrollará uno de los aspectos fundamentales y por qué no decirlo más bonitos de toda la producción cultural de la Humanidad, cual es aquélla que sirve para dejar constatación manifiesta de la gran diferencia antes aludida, la del Amor Romántico.

Manifestación exclusiva de un sentimiento humano por excelencia, el Amor Romántico tiene consecuencias ineludibles de cara no sólo a definir al Ser Humano de una época, sino abiertamente propias cuando nos enfrentamos a la labor de definir una época en si misma.

Así, Amor Romántico y Edad Media tejen juntos un entramado maravilloso en el que, definitivamente, resulta imposible separarlos sin causar pérdida inevitable de concepto a uno, o al otro.

Es el Amor Romántico, el objeto al que ha de dedicarse casi a condición exclusiva no ya sólo la Literatura de la época, sino que habrá de hacerlo la totalidad de la producción estética de sus futuros. Así, una de las formas inequívocas de asumir cualquier análisis de una época, o de valorar su riqueza, pasa por someter a criterio los episodios más relevantes que ha dedicado al análisis del amor, y de sus represalias en el hombre de cada una de esas épocas.

La Literatura, la Estética, incluso la Ciencia, cuando se dedica a intentar comprender las emociones humanas, (dedicando para ello los esfuerzos de la Psicología), han de fracasar necesariamente, a la hora de intentar dar forma a algo tan especial como es el Amor. Capricho de Dioses, o a saber, tal y como lo expresaban los antiguos mitos paganos, manifestación de dioses en sí mismo, hay que plantearse abiertamente la posibilidad de que el amor, o más concretamente los efectos que el mismo suscitan en el gnos humano, sean uno de los más valiosos catalizadores de los que la especia dispone una vez se enfrenta a la posibilidad de superarse a sí misma, en tanto que especie, mediante la superación de las debilidades que como individuo cada uno arrastra.

Por ello, puede resultar curioso, aunque para nada contradictorio, acudir a Francisco de Asís para encontrar un poco de luz en semejante amasijo de conceptos. Éste, asumiendo las tesis del eminente erudito de la época Angélico, constata que”…es así como el amor pasa por reconocerse a uno mismo a través del objeto amado, amor facit quod ipsae res quau amantar, amanti aliquo modo uniantur et amor est magis cognitivus Quam cognitiun. O sea, que el verdadero amor es aquél en el que se promueve el bien de la cosa amada, logrando a partir de la consecución de éste bien, la satisfacción posterior del bien propio. “ Se trata en consecuencia de una concepción del amor como permanente sacrificio. Nos identificamos satisfechos en la medida en que el objeto deseado se nutre a sí mismo de nuestra propia satisfacción.

He ahí sin duda ninguna una de las definiciones más acertadas que se ha hecho del amor. La que manifiesta que uno ama lo que reconoce, se enamora de lo que identifica, convencido de que el amor es el vínculo encaminado a lograr las satisfacciones del otro, satisfaciendo en ello su propia necesidad.

En definitiva, el amor como eterna pregunta, o como eterna respuesta en tanto que define, mejor que nada, nuestra condición de seres específicos de la creación.

Somos lo que somos, en tanto que somos capaces de reconocer el amor.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



domingo, 5 de febrero de 2012

DE LUTERO A LA DIETA DE WORMS, PASANDO POR EL FUTURO DE EUROPA.


Una vez que el lento pero ineludible transcurrir del tiempo nos lleva una vez más a la conclusión de que no hay futuro sin pasado, y que las certezas del presente a su vez se corresponden siempre con la comprensión del mismo; hemos de llegar a la convicción de que, a menudo, el aquí y el ahora, no está sino jalonado de citas con el pretérito imperfecto, aquél que reservamos para las acciones que están inacabadas, o que más concretamente creíamos inciertamente finalizadas.

Y si estas afirmaciones son más o menos ciertas aplicadas en el terreno de la generalidad, si las trasladamos al terreno de la Historia, se convierten en las guardianas por excelencia del control, superando abiertamente los límites de la cronología.

Una vez más, referirnos a Europa como El Viejo Continente, ha de tener sus consecuencias. Así, el Mundo Conocido, en todas sus acepciones, tiene precisamente en la Historia de éste, y sobre todo en las consecuencias directas e indirectas de sus situaciones, la causa directa de su presente, e incluso de su futuro.

Europa constituyó el centro por excelencia del mundo conocido. Todo lo que en ella acaecía, ya fuera en el plano de lo Social, lo Político y, sobre todo lo Filosófico-Religioso, se extendía a modo de consecuencia inexorable por el resto de lugares del mundo, ya fuera por la acción dominante que sobre muchos de éstos territorios se llevaba a cabo, a modo de metrópoli, o bien directamente mediante la acción pasiva de dejar que el libre tránsito del tiempo hiciera que la importancia de todo lo pactado y/o acordado terminase por implantar, con la misma certeza con la que sabemos que la corriente del río, por fuerte que sea en su cauce alto, acabará por ser suave en su desembocadura, sedimentando con sosiego los detritos que con tanta ferocidad fueron arrancados en su fase erosiva.

Y así, siguiendo estos principios, es con los que no podemos ni debemos sorprendernos de las consecuencias, ni mucho menos del devenir de los acontecimientos que circunscribieron el devenir de los tiempos que acaecen en el transcurso de la Dieta de Worms.

Desde la declaración a cargo de Teodosio Emperador del Cristianismo como Religión oficial del Imperio, hasta la segregación del Imperio Romano en dos, dejando inexorablemente en manos de los invasores Francos y Hunos del Norte su suerte, que acabaría por cercenar definitivamente su existencia a lo largo del siglo V; al menos en lo que concierne al Imperio Romano de Occidente; cierto es que el cúmulo de esfuerzos posteriores que con Carlomagno se llevaron a cabo, y que ya desde mediados del siglo VIII fructificaron en lo que acabaría constituyéndose como el Sacro Imperio Romano Germánico, parte en realidad del procedimiento en principio meramente formal de llevar a cabo una serie de reuniones incipientes, y ni tan siquiera periódicas, en las que los distintos príncipes francos, siendo éstos tanto laicos como religiosos, acordaban una serie de acciones más o menos coordinadas, que incipientemente podía asemejarse a una Política Común, precursora de futuras interpretaciones. Es lo que se denominaba Reichstag.

De ahí, al definitivo Sacro Imperio, hay tan sólo un paso, el que se da mediante la incorporación definitiva del coeficiente de unidad que aporta la Religión, más concretamente la Cristiana, que Europa es lo mismo que decir el segmento Católico, Apostólico y Romano.

Desde el Concilio de Nicea, año 313, el Cristianismo había triunfado en la ardua labor que supone erradicar todas las primitivas creencias, y a todas las viejas deidades, que inexorablemente acompañaban en su expansión a los bárbaros pueblos del Norte. Por eso, desde las tribulaciones a las que Franciscanos y Dominicos habían sometido a ésta estabilidad a mediados del Siglo XIII, cuando la discusión en torno a si la túnica que llevaba Cristo era suya, o le pertenecía sólo en usufructo; acabaron por denodar de manera definitiva la realidad de aquél enfrentamiento, que no era otro que el de ver si la Iglesia, como institución, tenía o no derecho a poseer riquezas, como en extremo ocurría. De ahí, a postular definitivamente a la Iglesia como órgano válido de cara a poseer gobiernos reales, como ocurría con muchos Obispos Príncipes, constituía una realidad a la que unos y otros no iban a renunciar, como la Historia demostró, con las acciones de Clemente VI contra el por entonces Emperador.

Estos hechos, o más concretamente las consecuencias que trajeron aparejadas, hicieron que un incipiente Emperador, por entonces enero de 1521 Carlos I de España, no pudiera por nada del mundo permitir que las consecuencias derivadas del acto de clavar en la puerta de la Iglesia del Castillo las que constituyen 95 tesis de Lutero, dieran píe a un nuevo cisma.

Pero ¿Quién es ese Fraile? ¿Por qué sus afirmaciones pueden tener consecuencias tan dramáticas?

Martín Lutero es un fraile Agustino que, desde su ingreso en la Orden, está profundamente dedicado a la obtención de conocimiento procedente del análisis directo de las Escrituras. Tal es su dedicación, que no durará en emprender la ingente labor de proceder con la traducción de éstas a las diversas lenguas, empezando como es lógico por el alemán.

De tal acción, o más concretamente del exhaustivo ejercicio de análisis y consulta de información original al que se ve forzado, se deriva una profunda crisis de fe que tiene su origen en la comprobación de las desinencias que se observan entre lo expuesto por las Escrituras, y el comportamiento que se observa en los medios eclesiásticos, que para nada tienen que ver con las enseñanzas originales.

Poco a poco, LUTERO va confeccionando lo que primero sería un catálogo de desinencias formales, para terminar consolidando todo un desorden estructural que parece demostrar la incongruencia existente entre los presupuestos de la Protoiglesia, y las consecuencias de los comportamientos de su época por parte de los dignatarios eclesiásticos.

Poco a poco, LUTERO va avanzando en sus denuncias, que rápidamente llegan a oídos del Papa, el cual actúa cuando las acusaciones alcanzan el capítulo de las bulas, a saber, ejercicio activo de indulgencias que, siendo en principio virtud inexcusable del Papa, son en realidad tratadas como un negocio.

Lutero es convocado a la Dieta en abril de 1521. Allí no sólo no se retracta de sus afirmaciones, sino que tras pensarlo durante todo un día, lleva sus acusaciones al extremo de renegar de la autoridad del Papa, negando con ello el debido respeto a la autoridad del esquema eclesiástico.

El resultado no por conocido es menos dramático. LUTERO es condenado en categoría de Hereje, de manera que ningún Cristiano que le de muerte puede temer pena alguna de brazo secular o de cualquier otra orden.

Europa se tambalea con el nacimiento de la Contrarreforma.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.