sábado, 5 de diciembre de 2009

DVORAK, HACIA EL NUEVO MUNDO

La vida de Anton Dvorak, así como su obra, se escribe a base de la concatenación de un sinfín de contrastes basados en la diversidad tanto de sus vivencias, como principalmente de las experiencias que las mismas le proporcionaron.

El objeto de hoy no pasa por la enumeración biográfica. Sin embargo no haríamos justicia si una vez más no constatásemos de manera efectiva el enorme valor que tiene el hecho de que el hijo de un mesonero de la Chequia de mediados del Siglo XIX acabe componiendo la "Sinfonía nº 9, SINFONÍA DEL NUEVO MUNDO"
en Nueva York, habiendo pasado primero por el cargo de Organista de La Iglesia de San Etelberto; y teniendo en cuenta principalmente que no había iniciado estudios musicales hasta bien entrados los doce años.
A pesar de todo, su especial dotación para la música, unido a la perspicacia de su padre a la hora de detectar el sentido musical de su hijo, y una vez más la disposición de su madre para que, gracias a grandes sacrificios su hijo pudiera perfeccionar su talento, le llevaron a obtener su primer éxito en 1873 con la composición de un
Himno, sobre un texto de Helek

Sin embargo, será la aceptaciòn en 1892 de una invitación para marchar a dirigir el Conservatorio Nacional de Música, lo que le lance definitivamente al éxito, que alcanzará tanto en el terreno de la ejecución, como especialmente en el de la composición.
El nuevo universo musical y personal que se abre ante él, dá pie de manera definitiva a la consolidación del músico espectacular que duerme en su interior, hecho este que le permitirá dar el salto definitivo para superar el "trauma" de composición que parece refrenarle.

Así, en la Sinfonía del Nuevo Mundo convergen de manera armoniosa aspectos tradicionales de la música eslava, como el uso en modo
pianissimo
de los violines en tonos graves, con otros recursos propios tales como el uso de gran orquestación, que sin duda ninguna le confieren al acabado una mayor belleza y por supuesto espectacularidad.

Sin embargo, la Sinfonía del Nuevo Mundo tiene un aspecto añadido. El análisis profundo, y la escucha atenta de la misma, revelan un aspecto profundo, casi "metafísico" de la misma. Determinados pasajes, tales como el segundo movimiento, transmiten un cúmulo de sensaciones que superan a los específicamente objetivos que se optienen por medio del análisis morfológico del sonido. La Sinfonía del Nuevo Mundo transmite, dice más, mucho más de lo que parece. Sus acordes esconden en realidad un cúmulo de sensaciones que solo son reproducibles a partir no de la escucha atenta, sino de la escucha en la que predomina la fibra sensible. Esa escucha que reservamos para los momentos de soledad buscada, en el calor del hogar y que, después de un sin número de veces, nos descubre un día cualquiera, que siempre hay algo nuevo, por lo que sorprenderse, o por lo que vivir.