sábado, 27 de diciembre de 2014

DE PRIM COMO MODELO DE CONTROVERSIA…

…O de cómo la Historia ilumina ahora la senda del que otrora fuera tenido por traidor, dejando pues el espacio libre para que los verdaderos traidores lo ocupen.

Y es que antes incluso de entrar en materia, puede albergarse en tamaña paradoja, la certeza de que sin duda, nos hallamos ante una controversia que sin duda obedece a criterios estrictamente españoles, esto es, a los que una y mil veces, y por supuesto nunca por siempre, se juegan cada vez la esencia de la integridad de España, sin cuidarse una sola vez de no ultrajarla cada vez que con ello piensan son capaces de engrandecerla; ya sea a la misma, o a la leyenda que para mantenerla unos y otros han tramado.

Sea como fuere, lo único cierto es que en la tarde del 27 de diciembre de 1870, el General PRIM, Presidente del Consejo de Ministros de España, caía víctima de un atentado criminal que bien podría ser, y de hecho así lo fue años después; considerarse modelo para futuros magnicidios.
En términos que podríamos considerar como estrictamente abocados a lo práctico, ya solo las cifras apabullan. Treinta y seis esbirros, venidos de procedencias tan dispares como La Rioja, la propia Cataluña, e incluso Andalucía, conformaban una unidad por otro lado del todo dispar en tanto que entre si no se conocían, salvedad hecha por supuesto entre las respectivas unidades las cuales, en un número no inferior a seis, cercaban Madrid conformando sin duda una maraña que se cerraba sobre el Presidente, con la única finalidad de que fuera como fuese, no saliera vivo de allí.

Para cualquiera que sea consciente de la magnitud de tales cifras, o más concretamente del hecho incontestable que las mismas suponen al considerarlas desde el terreno de lo meramente cuantitativo; sin duda el hecho en sí mismo constituirá una muy jugosa pista a la hora de ir conformando el entramado tras el que toda la cuestión gira.
Así, el que ya fuese en su momento considerado el asesinato más caro de la Historia, bien podría tener en tal cuestión la primera de las cuestiones que una vez superadas las estipulaciones legendarias, podría someterse a una cuestión eminentemente práctica cual es la que surge de contestar a la pregunta obvia. ¿Quién podía tener, además de motivos, la capacidad para formalizar semejante cantidad de medios en pos de ejecutar tamaño magnicidio?

La cuestión, lejos de baladí, se presenta más que interesante ya que además de descartar por cuestiones basadas en la obviedad práctica al por otro lado considerado como máximo responsable, a saber el Parlamentario Paúl Angulo; nos arroja más bien en toda su extensión en pos de la búsqueda de un autor intelectual el cual, además de poseer a priori múltiples medios que puedan se fácilmente movilizados en pos de una empresa como ésta, ha de sacar sin duda el máximo partido de la misma. Un partido que ha de ser en cualquier caso equiparable de una u otra manera a los riesgos que la misma entraña, los cuales de resultar fallidos bien podrían arrojar al o a los conspiradores al cadalso. Así pues, ¿constituye semejante empresa algo digno de ser encomendado por menos que por, digamos, la propia Corona de España?

Lo específico de las acusaciones, reduce por ende en gran medida el espectro de los que podrían darse por aludidos es más, parece que la trama resultante reduce la sección de su objetivo a la presencia infundida por Antonio de Orleans, duque de Montpensier, e hijo del rey de Francia.
A tal respecto, la Comisión Prim, la cual entregó la conclusión de sus trabajos en 2012, ya afirmó de sus trabajos que, sin el menor género de dudas, el duque invirtió una más que cuantiosa suma de dinero en el desarrollo de estrategias destinadas a la consecución del trono de España (…) algunas de las cuales requerían, como hecho incuestionable la desaparición del valido, a saber el Gral. Prim. A título de información, la mencionada comisión quedó disuelta de manera casi inmediata a los pocos días de promulgar sus conclusiones, siendo la versión oficial “…el elevado coste conceptual e histórico que tamañas consideraciones podrían traer aún hoy en día aparejado.”

De una manera o de otra, lo cierto es que el General Prim pertenecía sin duda a esa clase de personas que de una forma u otra, ya fuera de forma consciente en unas, o inadvertida en otras, lograba dejar su impronta. Una impronta marcada en la esencia de proceder estrictamente castrense toda vez que desde tamaña perspectiva erigía siempre los patrones destinados a ejecutar lo que en cada caso consideraba oportuno.

General, y a pesar de ello, diplomático, Prim mostró desde un principio una peculiar capacidad para las conductas políticas. Peculiar, porque si algo ha quedado claro a partir de la lectura más o menos atenta de la Historia de España, es la evidente propensión que los militares han tenido para degenerar en tiranos, cuando no en meros reyezuelos, una vez que la perversión de la política, en apariencia lo único a lo que ésta puede aspirar una vez cae en manos de soldaditos de plomo, sometía a éstos y a sus obras a los designios de procedimiento conocido.
Sea como fuere, bien por el mero acto de patriotismo, o por la abigarrada disposición mostrada por Prim en pos del mantenimiento de la figura de la Corona, tal y como se desprende de sus denodados esfuerzos en pos de devolver a España a su en principio inherente condición de país monárquico, lo que conseguirá más no verá al llegar el que será durante unos pocos meses Amadeo I de Saboya un poco tarde, concretamente seis días; lo cierto es que Prim encarnará como nadie ese viejo dicho que afirma que tres son las maneras de entender el desenlace de una cuestión: bien, mal, y por supuesto como la resuelve un militar.

Ya fuera con la ayuda de otros como los dispuestos en el alzamiento de 1842 contra Isabel II, en el que el también General Narváez se pusiera a sus órdenes para poner coto a lo que muchos comenzaban a considerar desmanes protagonizados por la reina; en la Batalla de Tetuán donde finalmente mostró su valía, o incluso por supuesto en los acontecimientos de Cataluña, en los que sin duda mostró su carácter de ante todo, patriota; lo cierto es que el General Prim puso pronto sobre la mesa una disposición exagerada toda vez que de la impronta de un guerrero, se extraía también la semántica de un político.  Y todo ello conformaba sin el menor género de dudas, una entidad altamente peligrosa, sin duda, para muchos.

Una entidad altamente peligrosa, en torno de la cual, y bajo el supuesto lema el enemigo de mi enemigo es mi amigo, pasaron a integrarse muchos de los que, por unas cuestiones o por otras; presas en ocasiones de la envidia, víctimas en otras del mero oportunismo, hicieron de la muerte de Prim la antesala imprescindible de la solución a sus problemas, los cuales eran en unos casos reales, resultando en otros meras cuando no vulgares ensoñaciones.

Y entre todas estas, como figura genial, el también general, Francisco Serrano Domínguez, el cual se erige como responsable último de la muerte toda vez que Prim había quedado bajo su protección desde el momento mismo del ingreso de éste en el Palacio de Buenavista; gravemente herido, y perdiendo mucha sangre.

Es a partir de ese preciso instante, el que se desencadena tras el ingreso del herido en el palacio, cuando se pone en marcha la parte más repugnante de todo el episodio, ya que de la lectura atenta del mismo extraemos que al General Prim lo mataron dos veces.

Partiendo de la atenta lectura de la obra publicada por Francisco Pérez Abella “Prim, la momia profanada”, muy interesantes son los hechos desvelados en base a los cuales, al general lo mataron, en realidad, dos veces. Así, si traumático hubo de resultar sin duda el episodio acontecido en la Calle de El Turco, donde un grupo formado por no menos de tres arcabuceros abrió fuego contra él en repetidas ocasiones causándole graves heridas: lo cierto es que los asesinos hubieron de esperar para finalizar la labor con tanto empeño por otro lado desarrollada, para acabar dando muerte a Prim en su cama. Una cama no lo olvidemos emplazada en el palacio de Buenavista. Un palacio, no lo olvidemos, que se condujo de manera tanto formal como de procedimiento durante aquellos tres días bajo las exclusivas órdenes del General Serrano.

Así, y a partir de la red de mentiras que el propio Serrano comenzó a elaborar desde el momento en el que, y a las pocas horas del suceso ordenaba a la prensa publicar un escrito en el que de forma burda, si bien no se negaba el atentado, sí que se minimizaban sus consecuencias; hasta el momento mismo de la muerte del general, acontecida en circunstancias poco claras tres días después, y que de haberse producido por causas como indicaba la primera autopsia relacionadas con la evidente pérdida de sangre tampoco minimizarían en un ápice la responsabilidad de Serrano toda vez que el propio médico de Prim había afirmado que de peores heridas había salido después de entrar en combate, lo cierto es que muchas son las brumas que se ciernen sobre esas fatídicas 72 horas. Brumas que, una vez analizados los más de seis mil folios que componen el sumario, muchos de los cuales han sido terriblemente dañados en un intento de ¿ocultar la verdad? no hacen sino incrementar la percepción de estafa histórica.

Sin embargo, y una vez logrado vencer los presagios que, por ejemplo llevaron a disolver la Comisión Prim al poco de que presentara sus conclusiones para ¿tratar de desautorizarlas? Lo cierto es que de la lectura atenta de la documentación que Pérez Abellán nos regala, se derrama una última conclusión fidedigna: La última muerte de Prim se debió a la acción de una pulcra ejecución a lazo.

Constituye la muerte por lazo, una de las más rápidas, eficaces y a la sazón limpias formas de morir. En contra de lo que pueda alcanzarse, la muerte infringida por este medio no se parece al ahorcamiento, ni siquiera al estrangulamiento. La muerte por lazo se produce de manera muy rápida al estar asociada a la hipoxia, es decir, se produce por la hipoxia que se traduce en imposibilidad de acceso del oxígeno al cerebro…

Se trata de una forma de ejecución muy practicada entre las Sociedades Iniciáticas, como puede ser el caso de Los Masones.
Y Prim era Masón, concretamente de Grado 33.
Y Serrano era Masón…

El trabajo pudo ejecutarlo José María Pastor, directamente imputado en el sumario en principio por reclutar mercenarios para el asesinato.
O pudo hacerlo el propio Narváez, a la sazón responsable de su escolta y guardia.

La cuestión es: ¿Lo hicieron bajo la expresa orden de Serrano, o incluso con éste presente en la habitación?

Son preguntas para cuya respuesta tal vez no estemos preparados. O al menos eso debieron pensar los que mutilaron cientos de las miles de páginas que componen el sumario del Asesinato del General Prim.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 20 de diciembre de 2014

DE LAS MÚLTIPLES NAVIDADES. CASI TANTAS COMO “CONCEPCIONES” QUE DE LA MISMA SE TIENEN.

Lejos, al menos en principio, de estar en nuestro ánimo el cuestionar las bondades cuando menos asociadas el periodo en el que raudos nos embarcamos, lo cierto es que sí consideramos una vez más oportuno “revisar”, siempre desde el mayor de los respetos, la consistencia del que sin duda se ha convertido en uno de los fenómenos con más nutrida correspondencia de cuantos conforman el calendario de nuestra sociedad; sobre todo en lo concerniente al arrastre que suscita.

Pero, más allá de las fenomenologías tradicionales, o incluso superadas las más recientes a la par que más mercantilistas versiones que el fenómeno trae aparejado. ¿Qué significa la Navidad?

El fenómeno de la Natividad, al menos tal y como lo conocemos o mejor dicho, tal como lo designamos en la actualidad, no responde, al menos como cabría esperarse, un fenómeno homogéneo. En realidad no lo ha sido ni en su forma, ni por supuesto en su fondo.
En términos estrictamente conceptuales, la Navidad viene a ser, al menos para los cristianos católicos, la fiesta designada en pos de conmemorar el nacimiento de Jesús el llamado Cristo. (…) el cual acabará por ser reconocido como Mesías. Sin embargo, el carácter ambiguo, cuando no heterogéneo al que se presta la interpretación de estas consideraciones, acaban por confeccionar un marco lo suficientemente propenso a las interpretaciones, que más allá de consideraciones plenarias nos lleva a poder cuestionar incluso, la certeza de las fechas a las que el mismo viene referido.

Así, acudiendo a fuentes objetivas, la fiesta, en tanto que tal, no aparece en los catálogos a tal efecto considerados, y siempre según fuentes propiamente cristianas; hasta más de doscientos años después de comenzada la propia Era Cristiana. Estos catálogos, cuyo origen hay que buscarlo en IRINEO, siendo después perfeccionados por TERTULIANO, se redactan con el fin de tener un documento fidedigno a la hora de escenificar de forma correcta los protocolos destinados a honrar una suerte de fondo que, al menos en lo que concierne a la semántica cristiana, se halla aún en ciernes.
Pruebas de tamaña debilidad, podemos encontrarlas por ejemplo en la controversia más que evidente que se suscita en pos de lo atinente a la fecha propiamente dicha en base a la que tendrá lugar el por otro lado innegable nacimiento de Cristo. Así, si nos atenemos a la múltiple documentación existente en pos del desencadenante de la salida de María y José de Nazaret; a saber el obligado cumplimiento con el proceso de ser censados en sus lugares de nacimiento; las fechas oficialmente señaladas en la documentación original romana, de cuya fidelidad no podemos dudar toda vez que responden a la constatación certera de la que por entonces era la administración mejor dotada, toda vez que sus datos se encontraban vinculados a la Administración de Tributos;  y como por todos es sabido tal rama es y ha sido siempre la más eficaz de cuantas se conocen en tanto que de su eficacia depende en mayor o menor medida la supervivencia de cualquier administración, incluyendo por supuesto en este caso el mismísimo Imperio Romano; vendrían a considerar la fecha del evento en torno al 20 de mayo ¡del año menos cinco!

A tal fecha se consignará la tradición, siendo CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, el primero que dé verdaderas muestras de creer en la importancia de la fecha. Así, siguiendo tradiciones ancestrales vinculadas a conocimientos egipcios, éste acabará señalando como deseada, la fecha que gira en torno al 20 de mayo; quedando tal hecho así asumido desde el doscientos de nuestra Era, lleve a considerar formalmente la fecha del hecho universal el 25 de diciembre, (en el vigésimo octavo año de Augusto.)

Sin embargo, cuestiones de diversa índole llevan a SEXTO JULIO AFRICANO a conciliar los debates señalando desde al año 221 el 25 de diciembre como fecha constatable en torno a la cual ubicar todos los hechos referidos al nacimiento de Jesús. Con todo, el I CONCILIO DE NICEA celebrado en el 325 lleva a la Iglesia Alejandrina a constatar la plena aceptación y consolidación de los procesos en base a estos principios.

En cualquier caso, las cuestiones que no aparecen del todo claras, o que incluso han sido convenientemente manipuladas en torno al nacimiento del supuesto Salvador, son muchas, y de la más diversa índole, a lo largo de la Historia, comenzando todo ello desde, literalmente, el principio.

Así, el nacimiento de Jesús acontece en el que posiblemente venía a ser el más agitado de los momentos que regían las relaciones entre Roma, como metrópoli, y la provincia de Judea. Si bien tales relaciones nunca habían sido ni mucho menos buenas, lo cierto es que desde los lamentables acontecimientos del Robo del Tesoro del Templo, y en especial tras los sangrientos acontecimientos con los que se reprimieron las acciones que para mostrar su desencanto el Pueblo de Israel había desencadenado; lo cierto es que con la pequeña guarnición sita en la Fortaleza Antonia, el poder de Roma se había mantenido firme sin tener que ir mucho más allá de las consabidas manifestaciones de fuerza encaminadas a constatar no tanto la fuerza existente, como sí más bien la percibida.

Pero las cosas estaban en pos de cambiar sobre todo a partir de la consolidación de factores que un primer momento podían parecer anecdóticos, pero cuya accidental coordinación terminaría por dibujar un escenario altamente preocupado. Así, la otrora evidente autoridad en torno de la cual se mantenía inexpugnable el poder del Imperio, autoridad que giraba de manera igualmente evidente en torno a la figura misma del Emperador, mostraba en este caso evidentes fisuras toda vez que el Emperador mismo, Augusto, mostraba evidentes síntomas de debilidad, debilidad ésta que las mismas crónicas de la época salpican con episodios de marcadas crisis de carácter psiquiátrico, las cuales en todo caso le obligaban a ausentarse periódicamente de sus obligaciones para con el gobierno, lo cual era aprovechado por sus delegados, e incluso por sus detractores, para llevar a cabo toda clase atrocidades.

Desde semejante consideración, resulta en principio bastante sencillo, casi obvio, confeccionar un espacio contextual dentro del cual aquellos que formaban parte de las estructuras de mando, bien por su especial capacitación, o en la mayoría de los casos por ser del gusto del tirano, conspiraban unas veces, y se conjuraban las más en pos de garantizarse en unos casos su favor, imprescindible si el mencionado sobrevivía; a la par que movían sus piezas para estar igualmente bien posicionados unan vez que producida la muerte de éste; SAJANO, el favorito y por ende el que más cerca se encontraba de heredar el cargo, tuviera a bien cuando menos en un primer momento, regalar sus favores, cuando no simplemente promover una dispensa.

Tal era el ambiente en el Imperio, ambiente del que no eran obviamente desconocedores en Judea, y que en el caso de la Familia de los Herodes, resultaba especialmente preocupantes.
Especial odio dirigían hacia el Emperador, casi tanto como el miedo que sentían de su perro fiel. Tales sentimientos precipitarían la muerte de uno, y arrojarían al destierro a la Galia al otro. Pero antes desencadenarían una serie de acontecimientos imprescindibles para comprender el desarrollo general de los hechos que a la larga mantendrían viva la llama de todo lo que hoy conforma la Tradición.

A medida que la debilidad del Imperio comenzaba a hacerse patente en las provincias, éstas, sobre todo las limítrofes, comenzaron a recuperar esperanzas de volver a disfrutar de una libertad antaño perdida. Como tales, germinarán grupos que desde líneas muy diversas, promoviendo unos la acción pacífica, y fomentando otros la lucha armada; convergerán en la convicción del derecho a la plena autonomía del que Judea, como tierra prometida, se había hecho acreedor.
Si bien unos y otros promueven opciones muy distintas, lo cierto es que en el ánimo de todos resuenan las voces de una tradición que desde muy antiguo promete la llegada de un Salvador. El Messhias, para unos ese salvador, para otros el anunciador de lo que finalmente, está por llegar.

De tal manera que el anuncio que producido de una manera u otra en relación a lo que está por venir, y por supuesto del papel que Jesús habrá de jugar a tal respecto; no solo da lugar a distintas interpretaciones sino que tal y como puede deducirse de las interpretaciones que del mismo se hacen en diversos documentos obtenidos en Qumrán, será su propia madre, a la vez que sus hermanos, quienes confundan el carácter salvador de Jesús, llegando a presuponer, sobre todo en el caso de María, una predisposición destinada a lograr la salvación terrenal de su tierra, considerando que el Mesías lo sería capitaneando al recién reforzado grupo de los Zelotas, a la sazón guerrilleros resurgidos a la sombra de un nunca extinguido del todo grupo de revolucionarios que a su manera daban la batalla al invasor romano desempeñando acciones de guerrilla, en cualquier caso más cercanas si cabe al bandolerismo, lo que les hacía si cabe  más despreciables a ojos de los romanos.

Así que, como muestra, bien podemos considerar lo expuesto como muestra suficiente en pos de consolidar la certeza de que la Navidad puede ser de todo, menos por supuesto esa muestra de homogénea universalidad en la que la mayoría pretende regodearse.

Con todo, ¡Feliz Navidad!


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 13 de diciembre de 2014

DEL EFECTO DE DISCERNIR LOS COMPONENTES DE ESPAÑA, A TRAVÉS DEL PUNTO DE VISTA APORTADO POR UN BURRO.

Porque no me digáis que, visto así, no suena bien. De partida, cuenta con los atributos imprescindibles con los que ha de contar cualquier historia que en el seno de España quiera triunfar a saber, disponibilidad evidente para ser objeto de las envidias ligadas al éxito si éste llegara a producirse; pero por supuesto el contar a su disposición con una pista lo suficientemente expedita como para garantizar la huída de todos los vinculados al ya te lo advertí, se unan de manera abierta al cuadro de plañideras que celebre el funeral posterior a tu fracaso.

Y con todo ello, excepto con las bendiciones previas, contaba Juan Ramón JIMÉNEZ cuando Moguer convencido como estaba de que a pesar de todo, y por supuesto, de todos; contaba entre sus efectos con la obligación casi ética de dar cumplido merecimiento al éxito forjando con tiempo, como ha de hacerse con la espada bien templada, de la que era una temprana vocación en este caso ligada inequívocamente a la poesía.

Porque sin duda venían tiempos en los que una espada bien templada resultaría imprescindible, unas veces para atacar, y las más, para defender.

Si bien entre “Platero y Yo”; y Juan Ramón JIMÉNEZ se da el curioso efecto no desconocido por el que una obra llega a trascender a su creador; lo cierto es que tal acontecimiento alcanza en este caso tal grado de intensidad, que merece sinceramente ser tenido especialmente en cuenta.
Así, no se trata ya tanto de si Platero existió o si no lo hizo. No se trata tan siquiera de analizar en pos de lograr el establecimiento de una disquisición vinculada a si JIMÉNEZ necesitaba o no a Platero. Lo único cierto es que si bien el fenómeno mediante el cual una obra, o incluso un personaje, superan a su creador; no supones, ciertamente, un caso único; no es menos cierto que en el caso que hoy nos ocupa el grado de la injusticia cometida a partir de tamaño desliz es, eventualmente, imperdonable.
Y lo es, porque si bien fruto de la misma la figura de Platero no puede ser, ciertamente, engrandecida; no resulta menos cierto que en cualquier caso, es la figura de su autor la que resulta en alguna forma deteriorada. Algo que, sinceramente, no podemos ni por supuesto debemos, consentir.

Encontramos en Juan Ramón JIMÉNEZ los considerandos a ultranza de un Hombre de su Época, si bien de la mencionada no se extrae sino la paradoja de comprobar que los mismos serán coordinados en pos de generar una suerte de rebeldía nunca dormida, destinada a consensuar una suerte de revolución destinada a ser comprendida tan solo una vez conciliados los tiempos y las formas perseguidas, redundando con ello en una postura silenciosa.

Es así JIMÉNEZ un Hombre de su época pero, ¿cuál es precisamente su época?

Revisando por enésima vez este año ante lo nombrada de la cita los orígenes del Siglo XX, redundamos una vez más en la constatación de que el mencionado comienzo de siglo resulta inexistente, siendo por ende una suerte de plagio del anterior. Cadáver vetusto aliñado con la suerte de contar con atributos nuevos que, a la sazón de cómo ocurriría por vestir a un viejo con ropa nueva, ésta no serviría de nada a la hora de disimular el miedo a la proximidad de la muerte, albergada en la profundidad de sus ojos.

Y si esto resulta evidente en Europa, en España resulta especialmente sangrante.

Las evidencias no tanto de necesidad de modernidad, como sí más bien de ruptura con el pasado, se dan de bruces con un cambio de siglo introducido de manera insidiosa toda vez que el intento de encontrar el menor síntoma de cambio que vaya más allá del inferido a partir del sugerido por las hojas del calendario, choca de plano con una realidad que en todos los planos, pero especialmente en el político, se da de leches con cualquier intento de modernización.

En un periodo legítimamente entendido dentro del reinado de Alfonso XIII; y con continuidad en la Dictadura de Primo de Rivera hasta 1930; lo cierto es que se conciliaban todos los elementos para corroborar las viejas tesis según las cuales España es diferente en todo. Y obviamente la manera de vivir y afrontar el cambio de siglo, no iba a suponer una verdadera excepción.

Dos serán los Grandes Asuntos que vendrán a copar los titulares de la nueva época. A saber, la crisis de la monarquía, destinada a copar el periodo 1917-31 que tendrá en dos sus causas fundamentales a saber, los conflictos sociales vinculados de manera estructural a la conflictividad laboral; y la ineficacia de los poderes políticos así como de las estructuras creadas en pos de lograr su promoción y desarrollo. Por otro lado, aunque inequívocamente ligado a tenor tanto de sus causas como por supuesto de sus consecuencias, la inexistencia en España de una verdadera Política Económica tiene en el caso del fracaso industrial fruto de la no Revolución Industrial que se halla pendiente en España, la evidente incapacidad del país para hacer frente tanto a las demandas como por supuesto a las formas mediante las que éstas se desarrollan, para las que el país se muestra del todo incompetente a la hora de discernir los verdaderos acordes de libertad que tras ello se ocultan. Acordes por otro lado inequívocos y a la sazón inevitables.

Periodo en todo caso grandioso, irrepetible sin duda, que nuestro protagonista vivirá apostando en un primer momento por impulsar el Modernismo, celebrándose como sin duda, el gran renovador de la poesía contemporánea de España, lo que será sin duda causa importante a la hora de ser decidido como justo para contar con el Premio Nóbel de Literatura, al que accede en 1956, cuando la muerte ya emerge en la lontananza.

Pero antes, todo, absolutamente todo queda inscrito en un proceso que se inaugura con la apuesta que hace en pos del Modernismo más brillante, aunque salpicado de tonos grises. Es el periodo de Elejías, y por supuesto, de Arias Tristes. Un periodo que culmina con el monumento a la prosa poética que es  Platero y yo, publicado precisamente estos días hace cien años.

Frases de tonos grises, intimistas, propios del fervor por la belleza trasladada a la naturaleza, en libros todos ellos destinados a hacer grandes a los Hombres, partiendo de la posibilidad de hacer que se encuentren a sí mismos, retrocediendo a los momentos en los que podían ser niños.

Se traduce así pues todo esto en la paradoja magnetizadora en la que se convierte Platero y Yo. Una obra que parece para niños, pero que en realidad está escrita para adultos. Unos adultos que a su vez han de volver a ser niños si quieren descubrirla en todo su esplendor. Esplendor que a su vez aporta el fulgor que les permitirá descubrirse a sí mismos.

Se consolida así una obra que refrenda de manera categórica los que habrán de ser los elogios principales a los que han de esperar optar tanto los autores, como por supuesto las obras que les son propias; a saber, la capacidad para hacer frente al momento que les ha tocado vivir, salpicando por ello aunque sea con brevedad, algunos ejemplos entre los que se puede denotar cierto aire de crítica social, la cual  en este caso se halla inmersa en algunos capítulos del libro.

Y todo ello, en el seno de una poética sin duda compuesta para adultos, aunque absolutamente propia de la lógica de un niño, lo que se erige en constituyente imprescindible a la hora no tanto de comprender el pronto éxito del libro, como sí más bien de lo duradero del mismo.

Un éxito propio tan solo de un país como España porque ¿Dónde si no un burro habría de ser más famoso que el más bravío de los corceles de guerra?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 6 de diciembre de 2014

36 AÑOS. DEL INMOVILISMO A LA OBSOLESCENCIA…

Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, sin pasar por el término medio. El término medio, a saber el bendito lugar donde según Aristóteles descansa la virtud. Como virtudes son la templanza, la sabiduría, la razón, el sentido común, la capacidad para esperar unos instantes (y reflexionar) antes de responder…En definitiva, un enorme repertorio de posibilidades por deseables, en el fondo envidiables.

Cualidades todas ellas, que precisamente por conjugar su presencia en términos precisamente de prudencia, se nos antojan del todo imposibles. Hasta el punto de que lejos de resultar excluyentes, se nos antojan casi como propias. De no ser así, ¿cuántos no saben ya que estamos hablando de España precisamente a partir del atisbo de nostalgia que se esconde tras su rictus de envidia al identificarse dentro del grupo de los que desearía, precisamente por no tener, compartir la mayoría de los atributos mentados?

En el ejercicio de considerar prudente el ir delimitando el terreno dentro del cual habrán de tener lugar nuestras disquisiciones de hoy, diremos que en otra muerta de lo que bien podríamos llamar el genio español, es suficiente un ligero repaso a la vinculación que España ha tenido para con su Constitución en los últimos años; para comprobar sin dejar el menor espacio par la duda hasta qué punto las cosas están cambiando en ésta, a la sazón nuestra querida España.

Por plantear una suerte de juego, entre cuyas normas podríamos incluir aquélla en base a la cual la satisfacción de los ciudadanos para con su Carta Magna varía en intensidad de manera inversamente proporcional a como lo hace el número de minutos que empleamos en hablar de la misma; no sería necesario emplear, paradójicamente, poco más de un minuto para comprender, sin el menor género de dudas, que tal relación se ha calentado, hasta un punto que la prudencia invita a considerar como, de no retorno.

Es así que, en los tiempos en los que a los niños aún se les dormía con una nana, en los tiempos en los que los Reyes Magos eran de verdad, tres; resultaba normal, ¡qué digo normal! ¡Más bien imprescindible! Dormirse cada día con la tranquilidad que ofrece no tanto el saber que el presente es seguro, sino que el pasado, el duro, dramático y sin duda cruel pasado, jamás volverá.
Fueron tiempos de deseos que se hacían realidad (o no, pero en tal caso con el derecho a desear valía.) Tiempos en los que si no había pan en la mesa, se agradecía el hecho de tener mesa. Y si el plato estaba vacío, ¡pues agradecido de tener plato!

Pero aquellos tiempos pasaron. O por ser más precisos, los ingredientes que alumbraban aquella realidad se terminaron. Los mayores que contaban las historias se han ido. Y los jóvenes que por entonces las escuchábamos, hemos perdido la capacidad para disfrutar creyéndolas. Pero que nadie se confunda, la ilusión no la hemos perdido. Es más, ilusión es lo que nos sobra. Ilusión por cambiar el mundo, por mejorar nuestro tiempo…Ilusión que se traduce en la certeza de que es nuestra obligación para con aquéllos que fueron nuestros ancestros ser algo más que unos meros continuadores. Semejante consideración, unido a las actitudes que le serían propias nos convertiría en desertores de nuestro presente, en renegados de nuestro pasado.

Treinta y seis años. Un cifra que vinculada a la interpretación generacional de la realidad, aparece curiosamente vinculada al cierre de una generación. Significan treinta y seis años muchas cosas, tantas que, sin duda alguna, son suficientes para ir pensando en poner un punto. La única cuestión que queda por dilucidar es si el punto cerrará un párrafo, o por el contrario viene a cerrar un capítulo.

Y todo esto, para acabar comprobando, por enésima vez y doy fe de que a pesar de ello no nos cansamos; que es la española una sociedad muy propia. Una sociedad orgullosa de sí misma, que muestra precisamente este orgullo ejerciendo a diario sus peculiaridades. La pregunta pasa por saber si lo hace para diferenciarse de los demás, o si por el contrario lo necesita para ocultar la debilidad propia que subyace a no sentirse necesaria.

Necesario. Se dice de lo que presume de poder encontrar en sí misma el motivo de su propia existencia. ¿Podemos ubicar en esta duda el origen de lo que podríamos llamar los miedos de España?
Convencidos de que la Historia, en la salvedad de que es ésta una de las magnitudes de cuya riqueza puede presumir España, nos ofrecerá algún tipo de respuestas, retrocedemos del orden de doscientos años para encontrar en JOVELLANOS la excepcionalidad propia de aquél que se atrevía a circunscribir lo mejor de la Historia de España a partir del análisis de los componentes de los periodos que venían circunscritos a los diferentes Periodos Constitucionales de los que había gozado España.
Respetando tanto el fondo como por supuesto la forma en previsión de que el autor del razonamiento ha demostrado sobradamente su valía hasta el punto de que su mera presencia ruborizaría a cualquiera dispuesto a negarle prestancia sin haber procedido con un exhaustivo análisis (al cual, lo confieso, ya hemos procedido); podríamos no obstante ubicar no tanto una crítica como si más bien una sutil objeción rayando en la convicción de que no tanto las Constituciones, como sí más bien el ambiente en el que las mismas eran creadas, y por supuesto el talante de aquéllos para quines eran concebidas, bien puede haber cambiado.
¿Supone tal línea de razonamiento una sucesión encaminada a concluir que las Cartas Magnas son hoy innecesarias? Bien podría ser, no tanto porque el que esto escribe tenga nada contra el documento en sí mismo; como sí más bien por la ilusión que en el mismo causa el poder tan siquiera llegar a soñar con una Nación Española entre cuyos ciudadanos ha germinado un grado tal de respeto que reduce a innecesario la concepción de un documento que a  modo de Manual de Instrucciones, venga a decirnos cómo hemos de comportarnos para con nuestros semejantes. Y aunque lo cierto es que uno es utópico en tanto que todavía concede un grado de esperanza a sus semejantes, lo cierto es que no goza cuando es considerado un ingenuo en virtud que del análisis de sus procedimientos se puede llegar a considerar.

Esperanza y procedimiento, términos inexorablemente ligados a la juventud. , de nuevo el componente generacional. Porque en definitiva, de eso se trata. De considerar de una vez por todas hasta qué punto los bien denominados marcos constitucionales fueron creados con una función limitadora. O incluso de ser así, hasta qué punto resulta hoy una actitud constructivas el ceder en el ímpetu renovador que sin duda se ha instalado en nuestro presencia, sencillamente porque un texto suscrito y refrendado por quienes hoy ya no forman parte de ese presente, pone, o trata de poner, puertas al campo.

Lejos de encontrarse en mi ánimo el menor conato de crítica hacia aquéllos que la iluminaron y refrendaron, estoy seguro de que de ninguna manera el espíritu de los que fueron con razón nombrados Padres de la Constitución, pudieran hoy albergar el menor recelo contra quienes nos giramos hacia ellos buscando en su capacidad los méritos destinados a lograr una serie de cambios destinados a reforzar no tanto el documento, como sí más bien la esencia de lo que por medio de su redacción deseaba ser propugnado.
Ellos lo sabían. No en vano fueron designados para tan ingente labor precisamente por tratarse de personas configuradas a partir de una pasta especial. Una materia que les confería una autoridad casi olvidada en base a la cual los cambios que ellos propugnaban serían suscritos por todos.

Porque en esencia de eso se trata, de cambios. Cambios que en aquel momento resultaron de  una profundidad revolucionaria, en tanto que transformaron España, y por ende a los españoles de una manera imposible de retrotraer entonces, ¿por qué resulta hoy tan difícil el ni siquiera implementar la posibilidad de tener en cuenta que incluso los padres sabían que tales cambios no eran definitivos, como tampoco lo era la idea de España que estaban alumbrando?
De haber sido así. ¿Por qué la propia Constitución cuenta en su genética con recursos encaminados a ser activados en previsión de futuras modificaciones?

Y sin duda, el momento ha llegado. El dolor que provoca el constatar a diario la debacle que a nivel interno subyace a hechos como el propio de comprobar que territorios nacionales tienen más fácil la redacción de su propia Constitución; que el promover la modificación de la existente en pos de regenerar los marcos de convivencia que permitan su coexistencia normal en el seno de España, bien podrían ser elemento suficiente para determinar que el futuro ha llegado.
Mas en el caso de perseverar en el inmovilismo, a lo mejor resulta ilustrativo el comprobar hasta qué punto la existencia de organismos supranacionales de los que no hay duda depende hoy la supervivencia de España, requieren de la redefinición de parámetros otrora estructurales, encaminados a garantizar que este país no naufraga en su ejercicio de reubicación en el nuevo mundo que guste o no, se está configurando a nuestro alrededor.

El partido continúa. La cuestión pasa por saber si estamos en condiciones de configurar una alineación competente para plantarle cara.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

domingo, 30 de noviembre de 2014

DE JOVELLANOS, HACIA LA PEDAGOGÍA COMO COMPONENTE INTRÍSECO DEL PATRIOTISMO.

Porque aunque puedan parecer términos encontrados, o en principio de difícil encaje, lo cierto es que ahí es donde sin lugar a dudas ha de brillar, cuando no de materializarse, el ingenio. Definitivamente, en aquellos lugares propensos al triunfo donde la mayoría, inepta, servil, o en una tórrida mezcla de ambos caracteres (o sea, caciquil) sencillamente fracasaron.

A estas alturas, lo único que parece estar claro es la sin duda necesaria genialidad de la que habrá de hacerse depositario aquél que sinceramente se considere digno de optar a la propuesta que hemos esbozado, Propuesta compleja donde las haya, en tanto que en su esencia ha de albergar precedentes, cuando no ingredientes, ciertamente contrapuestos. Se trata, en definitiva, de toda una declaración de intenciones la cual, dado además lo sensible de los previos sojuzgados, presenta elementos no disfuncionales, cuando sí directamente, contrapuestos.

Nos encontramos pues, sin el menor género de dudas, antes los previos excepcionales que bien podrían albergar una clara apuesta destinada a que la Dialéctica brille en todo su esplendor.
La Dialéctica, elemento creador, a la sazón distancia máxima con al que el Hombre puede soñar la hora de de jugar a ser Dios y que, al menos en lo teórico, entendido esto como lo absoluta y diametralmente opuesto a lo empírico, hace a los hombres dibujara acuarelas sin márgenes de lo que bien podría significar sentirse como Dios.

Pero como todo, esto tiene sus consecuencias. Y en el caso que nos ocupa se trata de unas consecuencias vinculadas al dolor casi etéreo, en tanto que es casi divino, de intuir sin llegar a saber, de recordar, sin llegar a concretar. No en vano se trata de desmentir una sensación solo comparable al recuerdo que en nuestra memoria queda del primer dulce que antaño saboreamos. Y como en todo recuerdo, las emociones no hacen sino edulcorarlo, alejándonos con ello de cualquier posibilidad de certeza.

Nos encontramos pues, y en cualquier caso, definiendo los sutiles retazos que ayudan a hacer comprensible lo que de todas, todas, no puede sino ser conformado en ingredientes exclusivamente manipulables por y para la Razón. Queda así pues claro, que lo único claro es que nos aproximamos de manera inexorable hacia los terrenos del Racionalismo.

Buscamos pues, un patriota razonable. Expresado de otra manera, nos creemos con opciones mínimamente adecuadas de encontrar a un hombre que por medio de la Razón, lo que supone obviamente descartar lo apasionado como argumento; se muestre capaz de convencernos de la idiosincrasia de España, y a la sazón, de la que les es propia a los españoles.

Puede parecer complicado, mas en este caso lo específico de los componentes del compuesto, hacen que tal y como ocurre con un compuesto químico, la combinación solo pueda dar lugar a un determinado resultado.

Nace Baltasar Melchor Gaspar María de JOVE LLANOS y RAMÍREZ en Gijón, la Noche de Reyes de 1744. Lo hace en el seno de una familia si bien no adinerada, cuando menos, desahogada, lo que se traducirá en la disposición que ésta tendrá para que el niño, desde muy pronto, tenga un permanente a la sazón que interesante contacto con los libros, catalizadores del Saber. Y la relación es de franca satisfacción, lo que convertirá en no solo nada traumático, cuando sí más bien incluso francamente benigno el que resulte imperativo vincular al joven hacia las disposiciones canónicas toda vez que el dispendio necesario para que el niño estudie (él hace el número once en la genealogía familiar), requiere de la particular concesión hacia los hábitos, al menos como medida de distensión a la hora de justificar la inversión.

Pero la realidad pronto dará frutos, y éstos certificarán hasta qué punto la inversión habrá pronto de resultar positiva esto es, dará claros a la par que evidentes frutos.
Aunque para ello, o tal vez como requisito imprescindible, habremos de consignar la clara y sin duda definitiva que nuestro protagonista llevará a cabo para con cualquier vestigio canónico. Ruptura que no estará para nada vinculada a proceder de carácter accidental, cuando sí más bien, como certificarán los propios escritos de JOVELLANOS, vendrá determinada por la sin duda convicción de que La Iglesia, y por ende todos y cada uno de sus componentes, han de permanecer alejados de todo contacto para con cualquier acción didáctica, en aras de impedir la contaminación que de tal relación sin duda habría de surgir.

Y será no obstante JOVELLANOS un hombre religioso. Y lo será en el más amplio sentido de la palabra. Cree no en vano nuestro protagonista que la Religión es en sí mismo un auténtico componente de los que son dignos de componer la enumeración de lo que habría de albergarse en toda definición de España, y por ende de los españoles. Así, en una misiva remitida, aunque nunca entregada al Delegado Francés que trae la encomienda de ofrecerle un puesto en el Gobierno Josefino; afirma que la Religión no es sino uno de los componentes que con mayor prestancia sirven para definir la posición que todo español ha de mostrar hacia determinadas consideraciones (como en este caso aquéllas que servirán para despreciar, cómo no con gran maestría la tal encomienda, rechazando en consecuencia la propuesta formal de un Ministerio en el Gobierno del invasor napoleónico.)

Todo ello ¿simplemente? para ayudarnos, cuando no para determinar, la intensidad de la aproximación a la figura de un español patriota, que no necesariamente nacionalista. Porque quizá en tal matiz se encuentre la incógnita que hoy nos sirve para ubicar tal vez a muchos, aunque hoy nos resulte suficiente con nuestro protagonista.
El ingrediente propenso a la hora de hacer plausible tamaño discernimiento, la contradicción. La contradicción como elemento perenne que se vuelve constante generatriz tanto de la personalidad como por supuesto de la obra de JOVELLANOS, y que se convertirá en combustible indispensable de esta máquina de pensar en la que sin duda llegó a convertirse.
Una máquina cuya precisión solo puede llegar a intuirse a partir del análisis de variables que se requiere para comprender el positivo efecto que en este caso llevaron a cabo como entes reguladores, el paso de JOVELLANOS por distintos lugares, y por supuesto con distintas funciones.
Resultará así de especial interés el paso por Sevilla. A raíz del mismo, además de afianzar si cabe sus recelos hacia los estipendios canónicos, nuestro protagonista comenzará de manera oficial sus relaciones para con la Administración Pública. Lo hará vinculado al mundo del Derecho con el cual, si bien la aproximación ha sido corta, y muy reciente, no será menos cierto afirmar que ha sido especialmente provechosa.
Así, y como prueba del bienestar que la mencionada causa en el todavía joven, tendremos a bien observar las dos aproximaciones que hacia el Teatro primero, y hacia la Ópera después, nuestro protagonista desarrollará en torno a finales de la década de 1760.

Y aunque ciertamente sería injusto decir que de las mencionadas experiencias se extrajo algo satisfactorio más allá del propio gusto egocéntrico, o sea, el que se satisface por el mero hacho de demostrar una aptitud, cuando no una mera disposición; lo cierto es que con la perspectiva que el tiempo proporciona nos sirve, qué duda cabe, que nos hallamos ante un hombre excepcional, no solo por lo polifacético, sino más bien por el grado de precisión que era capaz de imprimir en todo lo que hacía.

Puede por ello que por esa senda encontremos la explicación sobre los motivos que justificaron su presencia en sendos Consejos Supremos nada menos que de tres Monarcas. Así, podemos decir que Ilustró al Ilustrado por excelencia ( Carlos III). Soportó a Carlos IV, y mandó varias veces a paseo nada menos que a Fernando VII. Y en todos los casos sin perder por supuesto las formas, ni por supuesto el respeto de los interesados.

Y todo ello sin perder ni una sola vez su esencia. Una esencia que él mismo no definía, cuando sí más bien determinaba, como una suerte de propensión a sentirse asturiano, a la vez que disfrutaba de la Gracia de haber nacido en España.
De haber nacido en una España que, una vez más mostrará para con uno de sus hijos más insignes esa cara tan indolente, cuando no abiertamente desagradable, con la que esta patria premia a aquéllos de sus hijos que tienen la desgracia de ser unos adelantados. Porque una vez más, y por supuesto y por desgracia no será la última, JOVELLANOS será otro de los que engrosan esa inefable lista conformada a partir de los cuales la esencia de España no podría ser objeto de comprensión, si  bien como precio es la propia esencia la que ha de ser entregada en prenda.

En definitiva, un ejemplo más de las peculiaridades con las que hay que contar a la hora de esperar enjuiciamiento a la hora de decir sin tacha que se es español.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 22 de noviembre de 2014

TAMBIÉN EL SILENCIO ES NECESARIO…

Aunque solo sea, tal y como ocurre con la mayoría de las cosas importante, cuando éstas son accesibles para la razón cuando han sido tamizadas por el bello surco de la dialéctica a saber, el resultado de mucho más que la mera disputa propia de lucha entre contrario.
La disputa, el duelo, la controversia. Elementos a priori beligerantes, y a la sazón y por ende exclusivamente vinculados a la enajenación propia de lo destructivo; que alcanzan tras la metamorfosis a la que el Hombre los somete, una suerte de condición productiva, cercana a la creatividad. La capacidad de gestar, de promover un Génesis, allí donde lo propio bien podría ser en exclusiva el Apocalipsis.
Lucha de contrarios, principio y fin. En todo caso la implementación definitiva de la que es una de las constantes del Ser Humano, tal vez la más difícil de comprender, si no de aceptar. La que redunda en sabernos capaces literalmente de lo mejor y de lo peor, avergonzándonos a cada instante no solo de no ser capaces de elegir siempre lo mejor, sino que con demasiada alevosía somos capaces de llevar a cabo lo peor, condicionando con ello como de ninguna otra manera nuestra evolución, en tanto que somos incapaces de mejorar en nuestro propio autoconcepto.
Surgen entonces, tras sucederse tales conductas, tras postergarnos el tiempo en el análisis de las mismas, cuando tal vez fluye la razón por derroteros diferentes, permitiéndonos presenciar un atisbo de nuestra propia esencia, aquélla que por otro lado permanece oculta en la mayoría de ocasiones. La verdad no sé hasta que punto lo que vemos nos resulta o no atractivo. En cualquier caso, hermoso o no, bello o grotesco, de lo que no cabe duda es de que lo percibido, quién sabe si en realidad mas bien intuido, posee una fuerza arrebatadora, única y a la sazón casi mística. Una fuerza solo comparable a la atribuible a todo lo procedente de lo esotérico, de lo vinculado con los sueños.
Sueños contra realidad, de nuevo otra forma de Dialéctica. O en este caso, tal vez no tanto. La vinculación entre los sueños y la realidad es en realidad mucho más cercana y directa de lo que podríamos llegar a imaginar. De no ser así, cómo entender la mera existencia de muchas de las realidades que conforman, hoy por hoy, nuestra evidente Realidad. No se trataría de aceptar que todo aquello propenso a ser imaginado es realizable. Me atrevería a reconducir la frase, y por ende sus efectos, declarando desde su nueva consideración que nada de lo que hoy por hoy forma parte de nuestra Realidad, lo es si haber pasado antes por nuestra imaginación.
Me bato ya por ello en retirada, sin que de tal actitud se derive presunción de cobardía, cuando sí más bien aprovecho la cinética estructurada en los atisbos de la esencia del movimiento para dar un salto dimensional, pasando por ello al terreno de las propias esencias, campo propiciatorio a realidades no menos reales que las anteriores, cuando sí más bien a realidades más cercanas si cabe a los aspectos más integradores del Ser Humano. Aquellos aspectos que le ayudan a definirse, toda vez que definen todos y cada uno de los elementos que conforman su realidad, ayudándole como ningún otro a conferir crédito a esta misma realidad, que se va poco a poco volviendo más real a medida que va siendo aprensible por el propio Hombre, que a su vez se hace más hombre cuanto más competente se muestra para llevar a cabo tamaña labor.
Y es entonces cuando el Hombre empieza a tener consciencia de sí mismo. Una vez que dominado el proceso de sistematización de la Realidad, ha de enfrentarse irreversiblemente no ya con la fuente de las respuestas, sino más bien con el principio del que surgen las respuestas.
De nuevo, reflexiva e irreverente, la Dialéctica. Porque si bien las respuestas son difíciles, resultan comprensibles en la medida en que de su propia esencia se deriva la comprensión del medio, en la medida en que subyace el dominio de la naturaleza que la compone pero, ¿cómo enfrentarse con la ardua labor de hacer frente a la cuestión de las preguntas, sabiendo por definición que la naturaleza de éstas difiere estructuralmente de la de las respuestas, en tanto que tal?
Lejos aquí y ahora de explorar tan siquiera el procedimiento, lo cual sin duda como el Kraken, nos devoraría, lo cierto es que de la mera proliferación de los elementos que componen el razonamiento, hemos de extraer y así lo hacemos la consideración de que bien podemos haber llegado a ese instante tan habitual en los procederes en los que es el propio Hombre el objeto del estudio; en los que hemos de aceptar en principio sin más la ubicuidad de la esencia, o en términos más asépticos si cabe, la constatación de que la magnitud del objeto estudiado es tan enorme, que requiere de la aceptación de premisas envolventes y justificativas, entre otras de las maniobras, a menudo antinaturales, que resulta imprescindible desarrollar en pos de hacer creíble lo que en principio no lo es.
Es entonces, una vez comenzamos a intuir la dificultad que expresamente se esconde tras la tarea que hemos emprendido, cuando el olor de algo no desconocido, aunque sí olvidado, comienza a envolvernos. Como el recuerdo de un mal sueño, con el énfasis de un sueño de infancia; el atisbo de la posibilidad del fracaso entumece nuestros miembros, vuelve mortecina nuestra mejilla, y ensombrece el brillo de nuestras otrora palpitantes miradas. La posibilidad del fracaso se hace patente, emergiendo rauda como presunción de tormenta en el horizonte.
“Un milagro es la planta que crece, aunque no dé flores extrañas.” Desde la constatación de las posibles certezas que de tamaña afirmación puedan extraerse, lo cierto es que la mera posibilidad de que no haga falta llegar a la consecución del objetivo, esto es concebir que el disfrute del camino puede resultar en sí mismo lo suficientemente atractivo, o al menos lo suficiente como para animarnos a emprenderlo, constituye en sí mismo la comprensión de  un logro de tal magnitud que bien podría suponer asumir a título casi de corolario que, la mera existencia de la pretensión, hace albergar suerte de credibilidad a la posibilidad de que la mera consideración, haga proclive su aceptación como acertada.
Nos acercamos con ello una vez más, de manera otra vez inevitable, a la enésima constatación de la certeza en base a la cual lo único que queda meridianamente claro es la tremenda complejidad del Hombre, no tanto en este caso en lo atinente a su configuración, como sí más bien por las consecuencias propensas al estudio metafísico que tales configuraciones albergan.
Vislumbrando de nuevo en la lontananza, y cambiando sin duda a causa de ello el rumbo de nuestras consideraciones; la condición binomial del Hombre nos lleva una vez más a renunciar tan siquiera a la presunción de enumerar un escenario tan rico como controvertido, propenso en cualquier caso a perder en un mar de consideraciones a cualquiera que se atreva, como Ulises, a acercarse a sus costas.
Es la complejidad de lo humano lo que subyace a la paradoja de ser el único ente propenso por un lado a necesitar comprenderse, haciendo de la imposibilidad para ello motivo de grandeza. Del análisis tanto de éste, como de semejantes razonamientos, extraemos una vez más la esencia inacabada del Hombre, la que pasa por no solo asumir su fracaso, sino más bien por hacer una suerte de chanza del mismo.
“Cuando nadie me ve, como ahora, gusto de imaginar a veces si no será la música la única respuesta posible para algunas preguntas.”
La frase, de BUERO VALLEJO, encierra a mi entender como ninguna otra no tanto la esencia de las respuestas que en apariencia estábamos buscando, como sí más bien la esencia de las preguntas que en realidad habrían de resultar imprescindibles. Es a través de la comprensión de tamaña afirmación, como nos erigimos poco a poco en entes válidos para comprender lo que nos rodea, paso éste previo para ser digno de entendernos a nosotros mismos.
Y lo digo, porque la frase encierra como nadie la integración no solo de las esencias que vienen a componer la naturaleza del Hombre, sino que de la misma se concibe la integración en tamaña naturaleza de las variables de contexto, las destinadas a conformar el escenario espacial y temporal, que nos acompañan de manera manifiestamente inexorable a la hora de confeccionar tal realidad.
Porque ensimismados ya en el proceso, llevamos a gala el empleo de otra máxima del autor, integradora como pocas de lo hasta ahora expresado: El tiempo somos nosotros, siendo por ello imposible detenerlo.”
Comenzamos así pues de manera sencilla, paralela a como empezamos. Tal y como resulta preceptivo para cualquier ejercicio dialéctico que se precie. Porque la dialéctica se diferencia de la mera lucha entre contrarios, en que de la misma se espera conciliar la energía suficiente para ser generadores de algo.
Aunque llegados a este punto, lo mejor pasa por recordar que efectivamente, también el silencio es necesario.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 15 de noviembre de 2014

EL FIN DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL. ¿CONSTATACIÓN DE LA IMPOSIBILIDAD DEL HOMBRE PARA ENFRENTARSE A SÍ MISMO?

Resulta una vez más que, fruto del proceso cifrado a partir de la observación atenta de algo tan aparentemente rutinario como podría llegar a considerarse el propio fenómeno del paso de el tiempo, podemos llegar de manera más o menos rotunda, de manera más o menos rápida, a la casi evidente aceptación de lo inexorable del relativismo del que el mismo se halla recubierto.

Así, constatando una vez más la eficacia de la letanía que redunda en pos de observar el inaudito paso del tiempo, proceso éste que queda maravillosamente implementado en el conciso gesto de ver cómo las hojas del calendario transitan, haciendo obvio que el tiempo, al menos el correspondiente al instante que vivíamos, es ya pasado, se empecina en arremolinarnos en torno a la concesión de los espacios necesarios para aceptar, no tanto para asumir, la contingencia de nuestra existencia; contingencia de la que somos conscientes solo en tanto que asumimos nuestro propio relativismo.

Porque al final, o quién sabe si al principio, es de eso y nada más de lo que se trata. De la contingencia, traducción evidente de nuestra necedad; último bastión al que puede optar a merecer un Hombre cada vez más sumiso, cada vez más derrotado. Un Hombre que se hace merecedor de semejante constancia de derrota precisamente en la medida en que sus débiles conatos de revuelta, implícitos en su cada vez mayor empeño de parecer ante sí mismo y los demás más lleno de verdad, refuerzan ahora ya sí de manera consciente, la evidencia de que el final se aproxima.

Prueba evidente de ello, el siglo que hemos dejado atrás. O para ser más certeros, la interpretación que del mencionado transitar del tiempo hemos sido capaces de extraer.
El Siglo de la Ciencia para unos, el Siglo de las Luces para otros, lo cierto es que el Siglo de la Guerra para todos. Lo único que podemos aseverar, quizá lo único en lo que unos y otros podemos llegar a estar de acuerdo, sea en que el pasado Siglo XX ha acumulado tanto por intensidad como por violencia del Hombre contra el Hombre, el mayor grado de violencia del que especie alguna ha sido nunca capaz a lo largo de todo el periodo de la Historia de la Humanidad.

Inmersos todavía en los ecos de las conmemoraciones del I.º Centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial; lo cierto es que precisamente en esta semana, concretamente el pasado día once, se cumplieron 96 años de la firma del armisticio que ponía fin al mencionado conflicto, a saber, el mayor conflicto que hasta ese momento había azotado a la especie humana. Y considero adecuado emplear estos términos sencillamente porque el conflicto alcanzó sin duda a dañar la esencia de lo que se supone debe ser un Ser Humano.

Pero como nada o casi nada ocurre por azar, el azar es a menudo una delación en la que la Razón cae a medida que evoluciona su vínculo para con el Hombre; lo cierto es que todo o casi todo lo que ocurrirá en el siglo XX después de los hechos acontecidos aquél miércoles 11 de noviembre de 1918,  estarán para siempre vinculados a los mismos, viniendo unas veces motivados por ellos, siendo en otras consecuencia propia y casi inexorable de los mismos.
Tenemos así que empezar, no por cuestiones cronológicas, más bien por una mera consideración de orden, a entender que si bien la Primera Guerra Mundial comienza en 1914, lo cierto es que no se tratará de la primera guerra del recién estrenado siglo XX. Es más, la propia existencia de la guerra, la contingencia en la que se ve reflejada, pone de manifiesto que más allá de la mera condición cronológica, de hacer caso a las emociones, dejándonos guiar por las sensaciones que éstas nos trasladan, bien podríamos decir no solo que el siglo XIX no ha llegado, sino que a la vista del contexto, sus realidades y contingencias están en aquel 1900 más vivos que nunca.

Las causas  no ya de estas aseveraciones, sino de que las mismas tengan en realidad sentido hay que buscarlas, como en la mayoría de ocasiones en las que el objeto de lo apremiante posee una verdadera importancia; en la contingencia derivada de la implementación de múltiples variables que inciden a la vez, creando éstas a la vez un escenario de potencialidades tan elevado, que convierten en casi anecdótico cualquier esfuerzo categórico por aproximarnos a la realidad.
Dentro de tamaña irrealidad, resulta no necesario, casi imprescindible, buscar un elemento categórico que por ende ser encuentre presente de una u otra manera en todos los escenarios, a la vez que en todos los tiempos, en los que se hayan desarrollado acontecimientos con alguna solvencia de cara a lo que estamos estudiando.

Vista la amplitud de los escenarios que se abren a partir de tamaña consideración, resulta casi evidente el marcado carácter de abstracción de los que habrán de gozar cualquiera de las directivas consideradas como dignas de ser tomadas en consideración a la hora de escenificar lo comentado.
Rebuscando pues entre los por otro lado tampoco muy numerosos catálogos en los que poder encontrar tamañas variables, acabamos por ceder a la conclusión de que solo factores estructurales, propiciatorios de la propia esencia del Hombre, pueden figurar como dignos elementos desencadenantes de tamaño conflicto.

Surgen así estructuras propias de la Razón, o a la sazón frutos de ésta, como responsable quién sabe si indirectos, no tanto del conflicto, cuando sí más bien del cúmulo de contingencias que tras evolucionar a realidades, terminaron por condicionar una realidad en la que solo el conflicto a escala mundial podía llegar a suponer ¿solución? a lo planteado.

Resulta así que, sin caer en la tentación de manipular el escenario, todos estaremos más o menos de acuerdo en declarar al XIX el Siglo del Romanticismo. Sin embargo, lejos de contradecirnos a nosotros mismos propiciando una suerte de neurosis, no es menos cierto que la velocidad con la que esta línea de pensamiento fue superada, concretamente por el Realismo, nos obligan a aceptar que las consecuencias que éste trajo para el pensamiento del XIX, a pesar de su al menos en apariencia corta duración, supusieron en realidad una trascendencia tan grande cuando no mayor, de lo que las premisas implementadas por el Romanticismo habían supuesto.

Asumidas como propias las premisas según las cuales resulta cada vez más difícil discernir la direccionalidad de las implicaciones surgidas entre realidad e idearios; o dicho de otra manera aceptando la imposibilidad de saber si la realidad genera las ideas, o son las ideas las que conforman la realidad; lo cierto es que a estas alturas ya casi resulta evidente la determinación de la transición que existe entre el desastroso arranque del siglo XIX, y la corriente de insatisfacción que tras el mismo se cierne, que puede quedar resumida en la constatación evidente de la existencia de una sensación en base a la cual la transición entre el XIX y el XX en realidad no se había producido.

¿La conmiseración de semejante certeza? La realidad en sí misma, o a lo sumo la asunción que de la misma hacía el Hombre de comienzos del XX.

El Hombre no se enfrenta a la realidad, lo hace a la interpretación que de la misma hace y…¿Qué realidad tenia ante sí el Hombre del primer cuarto del XX?
Basta un ligero vistazo a las encomiendas bajo las que se regía efectivamente no solo el tránsito, sino más bien todo el proceso desarrollado por el Hombre para posicionarse respecto de la realidad, y comprobaremos sin el menor esfuerzo como la transición del 1800 al 1900 fue ficticia, exclusivamente cronológica cuando menos.

Todo, absolutamente todo, Economía, Sociedad, Política, incluso la Religión, parecían conspirar en tal dirección. Una dirección que como en tantas otras ocasiones empuja al Hombre convenciéndole de su obligación para desarrollar procesos, a menudo utopías para las que no solo no está preparado. Y lo peor de todo no es solo eso, lo peor de todo es que las heridas que dejan estos fracasos, más concretamente su recuerdo, actuarán como freno limitando ostensiblemente las capacidades de las futuras generaciones en momentos imprescindibles.

Vamos consolidando así un escenario muy elaborado, cuyo elemento de cohesión, a saber el propio Hombre, se muestra no obstante como un ente un tanto débil, si no por acción, si por supuesto por omisión ya que, sin duda alguna, el Hombre de principios del XX es en realidad una suerte de continuidad del Hombre del XIX. Pero la pregunta es ahora ya inexcusable: ¿Ha llegado a haber un Hombre del siglo XX?
La pregunta, clara, requiere pues una respuesta clara. Lo cual no hace sino incrementar las dificultades propias, ya de por sí elevadas.
Si buscamos en sus logros, quién sabe si para encontrar en sus motivaciones un ápice de su esencia, y tirar de semejante hebra en pos de diligenciar una forma de aproximación, nos toparemos de frente con la paradoja que supone el comprobar hasta qué punto el Siglo de la Ciencia ha supuesto en realidad, el siglo de la deshumanización. Es como si cuanto más investigaba el Hombre del XX, más se alejaba de sí mismo. En el colmo de la perversión, haciendo del paroxismo otro modelo propio de VALLE-INCLÁN, el Hombre del XX se ha alienado voluntariamente entrando en una escala de decadencia inducida que se mueve en términos de proporcionalidad respecto del grado de aparente éxito que en su alocada carrera obtienen.

Así, de parecida manera a como el 11 de noviembre de 1918 no vio el fin de la I.ª Guerra Mundial, sino que alumbró lo inexorable de una segunda, es como la no consecución de los objetivos propios del XX parecen convertir en inexorable una forma de retorno no sabemos si sobre nuestros pasos, pero que en cualquier caso supongan cuando menos un instante de reflexión sobre lo alcanzado o no en estas décadas de alocada carrera.

El paso del tiempo supone poco más que lo que las huellas lo son para el camino; la conjunción de polvo y viento las hace estériles. Al final, lo único que importa es si hemos aprendido algo en el propio caminar.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.