sábado, 6 de diciembre de 2014

36 AÑOS. DEL INMOVILISMO A LA OBSOLESCENCIA…

Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, sin pasar por el término medio. El término medio, a saber el bendito lugar donde según Aristóteles descansa la virtud. Como virtudes son la templanza, la sabiduría, la razón, el sentido común, la capacidad para esperar unos instantes (y reflexionar) antes de responder…En definitiva, un enorme repertorio de posibilidades por deseables, en el fondo envidiables.

Cualidades todas ellas, que precisamente por conjugar su presencia en términos precisamente de prudencia, se nos antojan del todo imposibles. Hasta el punto de que lejos de resultar excluyentes, se nos antojan casi como propias. De no ser así, ¿cuántos no saben ya que estamos hablando de España precisamente a partir del atisbo de nostalgia que se esconde tras su rictus de envidia al identificarse dentro del grupo de los que desearía, precisamente por no tener, compartir la mayoría de los atributos mentados?

En el ejercicio de considerar prudente el ir delimitando el terreno dentro del cual habrán de tener lugar nuestras disquisiciones de hoy, diremos que en otra muerta de lo que bien podríamos llamar el genio español, es suficiente un ligero repaso a la vinculación que España ha tenido para con su Constitución en los últimos años; para comprobar sin dejar el menor espacio par la duda hasta qué punto las cosas están cambiando en ésta, a la sazón nuestra querida España.

Por plantear una suerte de juego, entre cuyas normas podríamos incluir aquélla en base a la cual la satisfacción de los ciudadanos para con su Carta Magna varía en intensidad de manera inversamente proporcional a como lo hace el número de minutos que empleamos en hablar de la misma; no sería necesario emplear, paradójicamente, poco más de un minuto para comprender, sin el menor género de dudas, que tal relación se ha calentado, hasta un punto que la prudencia invita a considerar como, de no retorno.

Es así que, en los tiempos en los que a los niños aún se les dormía con una nana, en los tiempos en los que los Reyes Magos eran de verdad, tres; resultaba normal, ¡qué digo normal! ¡Más bien imprescindible! Dormirse cada día con la tranquilidad que ofrece no tanto el saber que el presente es seguro, sino que el pasado, el duro, dramático y sin duda cruel pasado, jamás volverá.
Fueron tiempos de deseos que se hacían realidad (o no, pero en tal caso con el derecho a desear valía.) Tiempos en los que si no había pan en la mesa, se agradecía el hecho de tener mesa. Y si el plato estaba vacío, ¡pues agradecido de tener plato!

Pero aquellos tiempos pasaron. O por ser más precisos, los ingredientes que alumbraban aquella realidad se terminaron. Los mayores que contaban las historias se han ido. Y los jóvenes que por entonces las escuchábamos, hemos perdido la capacidad para disfrutar creyéndolas. Pero que nadie se confunda, la ilusión no la hemos perdido. Es más, ilusión es lo que nos sobra. Ilusión por cambiar el mundo, por mejorar nuestro tiempo…Ilusión que se traduce en la certeza de que es nuestra obligación para con aquéllos que fueron nuestros ancestros ser algo más que unos meros continuadores. Semejante consideración, unido a las actitudes que le serían propias nos convertiría en desertores de nuestro presente, en renegados de nuestro pasado.

Treinta y seis años. Un cifra que vinculada a la interpretación generacional de la realidad, aparece curiosamente vinculada al cierre de una generación. Significan treinta y seis años muchas cosas, tantas que, sin duda alguna, son suficientes para ir pensando en poner un punto. La única cuestión que queda por dilucidar es si el punto cerrará un párrafo, o por el contrario viene a cerrar un capítulo.

Y todo esto, para acabar comprobando, por enésima vez y doy fe de que a pesar de ello no nos cansamos; que es la española una sociedad muy propia. Una sociedad orgullosa de sí misma, que muestra precisamente este orgullo ejerciendo a diario sus peculiaridades. La pregunta pasa por saber si lo hace para diferenciarse de los demás, o si por el contrario lo necesita para ocultar la debilidad propia que subyace a no sentirse necesaria.

Necesario. Se dice de lo que presume de poder encontrar en sí misma el motivo de su propia existencia. ¿Podemos ubicar en esta duda el origen de lo que podríamos llamar los miedos de España?
Convencidos de que la Historia, en la salvedad de que es ésta una de las magnitudes de cuya riqueza puede presumir España, nos ofrecerá algún tipo de respuestas, retrocedemos del orden de doscientos años para encontrar en JOVELLANOS la excepcionalidad propia de aquél que se atrevía a circunscribir lo mejor de la Historia de España a partir del análisis de los componentes de los periodos que venían circunscritos a los diferentes Periodos Constitucionales de los que había gozado España.
Respetando tanto el fondo como por supuesto la forma en previsión de que el autor del razonamiento ha demostrado sobradamente su valía hasta el punto de que su mera presencia ruborizaría a cualquiera dispuesto a negarle prestancia sin haber procedido con un exhaustivo análisis (al cual, lo confieso, ya hemos procedido); podríamos no obstante ubicar no tanto una crítica como si más bien una sutil objeción rayando en la convicción de que no tanto las Constituciones, como sí más bien el ambiente en el que las mismas eran creadas, y por supuesto el talante de aquéllos para quines eran concebidas, bien puede haber cambiado.
¿Supone tal línea de razonamiento una sucesión encaminada a concluir que las Cartas Magnas son hoy innecesarias? Bien podría ser, no tanto porque el que esto escribe tenga nada contra el documento en sí mismo; como sí más bien por la ilusión que en el mismo causa el poder tan siquiera llegar a soñar con una Nación Española entre cuyos ciudadanos ha germinado un grado tal de respeto que reduce a innecesario la concepción de un documento que a  modo de Manual de Instrucciones, venga a decirnos cómo hemos de comportarnos para con nuestros semejantes. Y aunque lo cierto es que uno es utópico en tanto que todavía concede un grado de esperanza a sus semejantes, lo cierto es que no goza cuando es considerado un ingenuo en virtud que del análisis de sus procedimientos se puede llegar a considerar.

Esperanza y procedimiento, términos inexorablemente ligados a la juventud. , de nuevo el componente generacional. Porque en definitiva, de eso se trata. De considerar de una vez por todas hasta qué punto los bien denominados marcos constitucionales fueron creados con una función limitadora. O incluso de ser así, hasta qué punto resulta hoy una actitud constructivas el ceder en el ímpetu renovador que sin duda se ha instalado en nuestro presencia, sencillamente porque un texto suscrito y refrendado por quienes hoy ya no forman parte de ese presente, pone, o trata de poner, puertas al campo.

Lejos de encontrarse en mi ánimo el menor conato de crítica hacia aquéllos que la iluminaron y refrendaron, estoy seguro de que de ninguna manera el espíritu de los que fueron con razón nombrados Padres de la Constitución, pudieran hoy albergar el menor recelo contra quienes nos giramos hacia ellos buscando en su capacidad los méritos destinados a lograr una serie de cambios destinados a reforzar no tanto el documento, como sí más bien la esencia de lo que por medio de su redacción deseaba ser propugnado.
Ellos lo sabían. No en vano fueron designados para tan ingente labor precisamente por tratarse de personas configuradas a partir de una pasta especial. Una materia que les confería una autoridad casi olvidada en base a la cual los cambios que ellos propugnaban serían suscritos por todos.

Porque en esencia de eso se trata, de cambios. Cambios que en aquel momento resultaron de  una profundidad revolucionaria, en tanto que transformaron España, y por ende a los españoles de una manera imposible de retrotraer entonces, ¿por qué resulta hoy tan difícil el ni siquiera implementar la posibilidad de tener en cuenta que incluso los padres sabían que tales cambios no eran definitivos, como tampoco lo era la idea de España que estaban alumbrando?
De haber sido así. ¿Por qué la propia Constitución cuenta en su genética con recursos encaminados a ser activados en previsión de futuras modificaciones?

Y sin duda, el momento ha llegado. El dolor que provoca el constatar a diario la debacle que a nivel interno subyace a hechos como el propio de comprobar que territorios nacionales tienen más fácil la redacción de su propia Constitución; que el promover la modificación de la existente en pos de regenerar los marcos de convivencia que permitan su coexistencia normal en el seno de España, bien podrían ser elemento suficiente para determinar que el futuro ha llegado.
Mas en el caso de perseverar en el inmovilismo, a lo mejor resulta ilustrativo el comprobar hasta qué punto la existencia de organismos supranacionales de los que no hay duda depende hoy la supervivencia de España, requieren de la redefinición de parámetros otrora estructurales, encaminados a garantizar que este país no naufraga en su ejercicio de reubicación en el nuevo mundo que guste o no, se está configurando a nuestro alrededor.

El partido continúa. La cuestión pasa por saber si estamos en condiciones de configurar una alineación competente para plantarle cara.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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