domingo, 25 de diciembre de 2011

LA NAVIDAD COMO FENÓMENO MULTIDISCIPLINAR.


25 de diciembre, festividad de Navidad. Pocos son, sin duda, los acontecimientos que logran poner de acuerdo a tanta gente, a lo largo y ancho de éste, nuestro mundo.

El nacimiento de Jesús, el llamado Cristo, no por indiscutible, en tanto que tratado como fenómeno estrictamente humano, alcanza tintes de hecho trascendental en tanto que, una vez acaecida su muerte, convergerán sobre él, de manera inevitable, a la par que notoria, multitud de acepciones entre la que destaca, qué duda cabe, la de Mesias.

Antes de centrar nuestro interés en el fenómeno individual, el de Jesús de Nazaret como hombre no obstante relacionado con Dios, consideramos se hace imprescindible proceder con la exposición de unas mínimas nociones, atinentes tanto a hechos metafísicos, como a otros escrupulosamente humanos.
Así, uno de los hechos fundamentales que convierte a Jesús en una figura de primera magnitud ya sea por el tratamiento humano, como por el trascendental, procede de la especial naturaleza con la que el mismo trató las circunstancias propias al fenómeno de la Creencia, en este caso concreto, de la creencia personalizada, en un solo Dios.
El concepto del monoteísmo, simplificado de manera suma en la convicción de que en realidad todo el Poder Divino que rige en última instancia nuestro destino mortal, pasa por una sola mano, es un concepto realmente complejo, no ya en tanto que revolucionario para la época, que lo es, como por el esfuerzo infausto que se hace imprescindible para poderlo concebir, en un tiempo, como el que tratamos, en el que las Culturas por excelencia, la griega y la romana, sistematizan su más que complejo marco de creencias en un intrincado mapa de deidades basadas así mismo en la convicción politeísta, esto es, en la existencia de un Poder Multidisciplinar, que afecta no sólo a la concepción que del Poder Divino se tiene como tal, sino incluso al reparto que del mismo se hace entre los diferentes dioses.

De esta manera, la concepción, defensa y posterior imposición de una Doctrina Monoteísta, requiere de unos condicionantes previos muy fuertes así como ampliamente anclados en las convicciones de aquéllos a los que va dirigida.
La Tradición Judía es, no sólo por pertenecer a uno de los pueblos más antiguos, una de las más ricas en este aspecto. A los datos conocidos en tanto que compartidos con el nuevo saber, el procedente del Cristianismo en tanto que ramas que proceden de un tronco común, la nueva doctrina bebe con la satisfacción del que sabe que puede saciarse, de las múltiples fuentes que le proporciona su raíz común, la que procede de la ingente documentación del Pueblo Judío.
En base a esto, El Mesías habrá de nacer en Belén de Judea, pequeña aldea distante apenas diez Kilómetros de la tumultuosa a la vez que imponente Jerusalén, centro por excelencia de la Cultura, la Política y resto de actividades que de importancia se realizaban en el Mundo Judio.
Pueblo orgulloso donde los haya, el Judaísmo, que no separa concepción religiosa, de concepción política, y que tiene en el Sagrado Consejo del Sanedrín al instrumento vertebrador de su orden, no puede soportar las continuas humillaciones a las que se ve sometido por parte de un Imperio Romano que, en su imparable avance, ha convertido a la soberbia Comunidad de Galilea en una mera y aparentemente sin importancia provincia del Imperio, entregada a un Gobernador incompetente, en tanto que prebenda en pago de algún favor.

La situación se ya insostenible. Acudiendo entonces a las mencionadas Escrituras, aquéllas en las que supuestamente el Pueblo Judío puede acceder al conocimiento de todo lo que se avecina, se encuentra una profecía que afirma que “…en Belén de Judea, y fruto de una descendiente de la “Tribu de David”, nacerá el Mesías, aquél que viene a liberar a su pueblo.”
Mesías puede conceptualizarse en términos religiosos como Salvador, pero en términos más humanos es igualmente el libertador. Si cogemos el potencial que esta segunda acepción presenta, y la sometemos a la consideración de un pueblo orgulloso de su Historia que, no obstante se encuentra sumido en la humillación de verse vago el yugo de Roma, tenemos todos los ingredientes para conciliar de manera bastante aparente la linealidad de acontecimientos que todos conocemos.

En lo atinente exclusivamente al hecho de la Natividad, hemos de decir que el único documento aceptado por la Iglesia Católica que se manifiesta a tal respecto, es el Evangelio según San Mateo. Dicho documento, está escrito, tal y como ocurre con la mayoría de documentación relativa a Jesús de Nazaret, y que viene a conformar todo el Catálogo de Referencia Sacra, a saber Las Sagradas Escrituras, bastantes años después de la muerte de su protagonista. En este caso concreto, la fecha de consolidación del Documento ha de ser asumida por referencias internas a hechos acaecidos en torno al año 70 d.C. Esto es. Más o menos en torno al momento en el que las Legiones de Tito arrasan Jerusalén, y el Templo.
Escrito en Arameo, la Lengua vernácula en la que se expresa el hombre medio de la Judea del momento, es rápidamente traducido al griego, como forma culta de Lengua una vez que el proceso de Romanización, todavía no instaurado, hace que otras, y no precisamente la imposición de una Lengua como el Latín, sean las que ocupen la cabeza de los dignatarios romanos.
El documento original se pierde, haciendo así imposible del todo su constatación, o más concretamente la del curioso hecho de que éste Evangelio sea el único que refleja los datos en relación al Nacimiento de Jesús. Entendiendo el mismo como un acontecimiento de tamaña magnitud, no parece lógico no ya que éste Evangelio sea el único que lo refiera, sino que lo sorprendente es, en si mismo, el hecho de que en ningún otro aparezca. De ahí la importancia de poder acceder al original en arameo, en pos de comprobar si en el mencionado se refleja tal y como lo hace en la copia griega, o si por el contrario se trata de una contaminación posterior, probablemente interesada.

Por ello, resulta especialmente sorprendente que la Iglesia Católica siga rechazando, por tacharlos de apócrifos, otros documentos, fundamentalmente griegos, en los que se hace mención específica al hecho, si bien evidentemente contado de otra manera, con otros personajes, y dando píe a otras conclusiones. Pero de eso, qué duda cabe, hablaremos en otro momento.

En cualquier caso, de lo que nadie puede dudar, es de que nos encontramos ante una de las más bellas fábulas de la Historia de la Humanidad.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 17 de diciembre de 2011

BEETHOVEN, EL ESLABÓN QUE FALTA PARA ENTENDER MÁS QUE UN SIGLO.


A la hora de catalogar el gusto por la música clásica, muchos son los que aparentemente presentan dificultades. Sin embargo, matices, sutilezas y cualquier otra cortapisa queda enmendada desde el momento en el que rehacemos el concepto, y decimos aquello de “concepto de la música clásica una vez fallecido L. v BEETHOVEN.

Sin entrar en disquisiciones conceptuales, metódicas o de estilo, nadie podrá negar, haciéndolo de manera científica, que el mundo de la composición clásica se activa en 1685, con el nacimiento de BACH, y se retira, al menos en algunos de sus aspectos fundamentales, tras la muerte de BEETHOVEN, en 1827. En medio, a modo de árbitro y displicente, la figura del otro ingente, W. a. MOZART.

Cuando el diecisiete de diciembre de 1770, en Bonn, por aquél entonces todavía territorio del Sacro Imperio Romano Germánico, veía la luz Ludovicus van BEETHOVEN, pocos, con excepción hecha de su padre, podían anticipar en él los atisbos del ingente músico y creador en que se convertiría.
Nacido en el seno de una familia absolutamente humilde, el joven Ludwin se ve rápidamente inmerso, muy a su pesar, en la corriente absorbente que a su alrededor desencadena su padre, un hombre víctima del alcohol que, partiendo de las conceptualizaciones musicales que hará su propio padre, el abuelo de Beethoven, que en su momento formó parte del coro de Corte Electoral de Colonia; llegará a la conclusión estrictamente personal de que, si Mozart con siete años componía triunfalmente, su hijo también podría hacerlo.
De esta manera, el niño es víctima de un acoso musical terrible. Primero será su propio padre quien gestione la formación, pero en cuanto esta da sus frutos, y las capacidades del joven Beethoven despuntan, se hace imprescindible la contratación de un maestro.
La tarea recae en Cristian Nottfol Neefe, persona que resultará fundamental en la vida del genio que hoy traemos a colación no ya sólo por la sólida formación musical con la que le dota; sino más bien por tratarse de la primera persona que realmente supo atisbar las verdaderas capacidades del todavía niño. No se trata sólo de que NEEFE formara sólidamente al niño, que lo hizo, se trata más bien de la labor de propaganda que entre la nobleza primero, y el clero después, llevó a cabo de su pupilo. Así, en 1782, con un Beethoven de apenas once años, NEEFE escribió en una revista de Música: “de continuar así, no dudo de que estamos ante el nuevo MOZART.”

La acción de su maestro resulta fundamental para que el joven acceda como Músico a la Corte del Príncipe Elector del Sacro Impero Maximiliano Francisco, hecho éste que, además de proyectarle de largo como músico, le posiciona de cara a los viajes por Austria, que se convertirán en fundamentales para BEETHOVEN. El primero de ellos, en 1787, se convertirá en la necesaria escapada que pone fin a la presión familiar. Además, gracias a las ingentes recomendaciones, accederá a un talentoso elenco de figuras en el campo de la música, pero también de la Filosofía y principalmente de la Literatura, que renovarán definitivamente su forma de concebir el mundo, abriéndole a nuevas perspectivas que pronto explorará con su música.

Todo esto, unido a su inagotable talento, le abrirán pronto las puertas del éxito, Se acabó el dar clases, o el tocar en pago. Ahora la flamante y emergente aristocracia se subasta sus obras, así como sus ejecuciones tanto como intérprete como a modo de director. La nueva clase, los banqueros centro europeos, ven en él y en su nueva música, que cabalga entre el clasicismo para finalizar en el romanticismo; las nuevas formas de la nueva época que sin duda se está gestando.

A todo esto, Europa bulle en grito de Revolución. La desencadenada en Francia, con Napoleón a la cabeza, posiciona a las emergentes Cortes Europeas. Así, mientras Alemania y Gran Bretaña se preparan para dar la batalla a Francia, y parar así en sus propias tierras el afán renovador que la Revolución puede acabar por llevar peligrosamente hasta sus poderosos imperios; otros derivados de la segregación del propio Sacro Imperio Romano ven en el afán revolucionario su tabla de salvación.

A título personal, el propio BEETHOVEN no negará nunca su afecto por los movimientos revolucionarios. Abiertamente considera en público su aprecio por Napoleón y sus tesis. Sin embargo, su incipiente sordera, evidente a partir de 1801, viene a coincidir con el hecho de que Napoleón se nombre a sí mismo Emperador. Esta circunstancia desencadena la ruptura no ya con los argumentos, sino con la persona, lo que se pone de manifiesto con la anécdota de que el propio compositor arranca la primera página de la Sinfonía nº 4, Heroica, porque contenía el nombre de Napoleón.
Esta sinfonía es una muestra del talento y del genio creador del maestro. No sólo dura el doble de lo habitual en una sinfonía, sino que su primer movimiento, dura más de veinte minutos, algo impensable hasta ese momento. Pero más allá de eso, la virtud de la obra se encuentra en el hecho de suponer el anticipo del que será el romanticismo musical. Su segundo movimiento, una marcha fúnebre, dará pie al tremendo hecho según el cual, al enterarse de la muerte de Napoleón Beethoven vino a afirmar que él se había anticipado a la misma creando la música que acompañaría tan triste catástrofe.

Así, su extensa creación, que abarca todos y cada uno de los campos de lo clásico, revolucionan de manera imprescindible la música, cambiando acciones contemporáneas, y anticipando otras futuras.

Finalmente, en marzo de 1827, la muerte le alcanza. De nuevo, la figura de MÓZART se hace presente en la medida de que si en el caso de éste Adsrael se encuentra a solas con él, en el caso de BEETHOVEN la muerte le encontrará rodeado de amigos,
Será enterrado el 29 de marzo, celebrado su funeral en la Iglesia de la Santa Trinidad. En el oficio sonará el Requien en Re Menor de MOZART. Además, se encontrará el Testamento de Heiligenstadt, documento redactado en 1802, y que revelará mucha información sobre la parte más atormentada de la vida personal de L. V. BEETHOVEN.

Luis Jonás VEGAS.

sábado, 10 de diciembre de 2011

ENRIQUE IV EL DISPLÁSICO EUNUCOIDE QUE DECIDIÓ LA CONSTRUCCIÓN DE ESPAÑA.


En pocas ocasiones la falta de acción, o más concretamente la inoperancia de un monarca, ha supuesto tamaña repercusión para el devenir histórico de un Pais. Enrique IV, rey de Castilla, representa sin duda ninguna el comportamiento que a más altas cotas puede trasladar esta acepción.

Muchos son los intereses que pugnan por convencernos a todos de que la Historia de la Verdadera España, que no la verdadera Historia de España, comienza con el legado de Los Reyes Católicos, aparentemente causantes directos de la unificación de reinos, y en consecuencia elementos determinantes a la hora de concebir con detenimiento los ciernes de lo que luego constituirá la unidad nacional propia de la futura España.

Sin embargo, lejos de caer en el juego tramposo de negar este hecho, sólo una salvedad ha de ser llevada a cabo. En condiciones normales, Isabel la luego llamada “La Católica”, jamás debió ascender al trono de la incipiente España.

El 28 de febrero de 1462, nace, fruto del matrimonio entre Enrique IV de Castilla y Juana de Portugal, la Princesa Juana, aquella a la que la historia conocerá burdamente como La Beltraneja.

Única heredera legítima al trono de Castilla, Juana verá desde muy joven ligada su trascendencia a la de su tía, la por aquél entonces infanta Isabel, hermana de su padre, al ser esta su madrina de bautizo.

Apenas comenzado mayo de ese mismo año, las Cortes, convocadas en la por entonces ya Villa de Madrid, trasladadas luego a Toledo, la juran como heredera de los reinos, dejando clara la excepción hecha para el caso de que no naciera hijo varón.

Sin embargo, la inoperancia apática de su padre, hecho éste que se manifestaba en todos los campos, incluido el de Gobierno, unido al continuo debilitamiento que provoca para con la institución regia, a la que debilita continuamente con el nombramiento de favoritos que sangran al Estado con la excusa de hacer lo que la corona no hace, acaba por confeccionar un marco magnifico para la creación de una nobleza militar que crece en poder de manera directamente proporcional a como lo pierde la propia corona.

La situación se hace insostenible, estallando de forma definitiva en 1464, cuando los nobles levantiscos, con Juan de PACHECO, Marqués de Villena a la cabeza, lanzan el Manifiesto de quejas y agravios, documento en el que por primera vez aparece reflejada la afirmación de que la Infanta Juana no es hija legítima del monarca, sino que procede de la acción de D. Beltrán DE LA CUEVA, otro de los favoritos del rey, y otro de los que luego le traiciona. Pero el manifiesto va mucho más allá. Afirma que, el juramento efectuado en Toledo, y que elevaba a Juana a su actual rango; no es ahora válido por producirse bajo coacciones del propio Beltrán.

Ejecutada ya la primera parte del plan, los magnates hostiles al monarca proceden de manera efectiva con la siguiente, que inexorablemente pasa por elevar al joven Alfonso de Castilla, hermanastro de Enrique IV, a la condición de legítimo heredero. Primero proceden con la llamada Sentencia de Medina del Campo, cuyo concepto y justificación no pasa tanto por llevar a cabo reformas en los reinos, como por debilitar de manera definitiva el poder y la autoridad del monarca.

Y a todo esto, ¿qué hace el monarca? A una reconocida ambigüedad sexual, certificada en documentos de la época, hay que añadir la igualmente justificada necesidad de la Reina, en este caso Juana de Portugal, de buscar “soluciones externas” a sus carencias, hecho este igualmente constatable en documentos de la época, que manifiestan un carácter abrumador, lo que hace si cabe más contradictorio todo lo explicado.

Por todo ello, y una vez que la manifiesta apatía del Rey es ya escandalosa, la nobleza insurgente pone en marcha el bochornoso espectáculo de La Farsa de Ávila. En el acto, un rey representado por un tentetieso es vapuleado uno por uno por todos los nobles, siendo finalmente depuesto simbólicamente como Rey por el propio PACHECO. Y ratificado el acto por el Arzobispo de Toledo, el belicoso Alfonso CARRILLO. Quedaba entonces designado como heredero al trono el joven Alfonso de Castilla, quien hubiera sido Alfonso XII.

Las condiciones para un encarnizado enfrentamiento civil estaban sobre la mesa. El bando regio, a falta de de la resolución de un monarca que defendiera sus derechos y los de su hija, estaban defendidos por linajes nobiliarios como los Mendoza. Los intereses de los revolucionarios, que como excusa enarbolaban la defensa de un joven de once años, parecían estar de enhorabuena.

Pero entonces, la peste acaba con la vida del niño en julio de 1468. Mas los intereses de la reforzada nobleza levantisca no decrecen, y continúan con sus pretensiones, ofreciendo la corona a una joven Infanta Isabel, que con 17 años presenta no obstante una fortaleza de carácter poco común, que hará mucho más difícil para los nobles manejarla, que como habían pretendido manejar al niño Alfonso.

Como prueba, septiembre de 1468. El Pacto de los Toros de Guisando firmado “en pos de sosiego y del bien del Reino”, sitúa definitivamente a Isabel como heredera legítima del trono. Enrique desiste de defender la honorabilidad y el derecho de su hija, amparándose no ya en su condición de bastarda, sino en lo ilegítimo del matrimonio para con Doña Juana de Portugal la cual, como dando efectividad a estas afirmaciones, lleva dos años alejada de la Corte, certificando que “de un año a esta parte no ha usado limpiamente de su cuerpo”, llegando a tener dos hijos con Pedro de Castilla.

Ante semejante comportamiento, las impredecibles aspiraciones de Isabel al trono, cogen fuerza. Demasiada tal vez, y por ello se produce un nuevo giro en los acontecimientos cuando la nobleza le vuelve la espalda, respaldando los derechos sucesorios de Juana, lo que ocurre en 1470, cuando Enrique y Juana de Portugal nombran a la infanta Princesa de Asturias, “que de allá adelante oviessen por princesa y legítima sucesora heredera a su muy amada hixa Juana y que la jurasen con aquella solemnidad que para el tal caso se requería.”

La muerte de Enrique IV, acaece en la noche del 11 al 12 de diciembre de 1474. Como su propia hija dice, “acaece por serle dadas yerbas y ponzoñas, de las que después falleció”. Deja un escenario propicio para una Guerra de sucesión entre una joven Juana de doce años, y una Isabel que rápidamente se proclama Reina. El acuerdo de Tercerías de Moura pone fin a las aspiraciones de Juana, en 1479, al obligarla a ingresar en un convento, en Lisboa. En esta ciudad vivirá hasta su muerte, acaecida en 1530, a los 68 años de edad.

De esta manera, una dinastía, la TRASTAMARA, cambia para siempre los designios de España.

Luis Jonas VEGAS.


sábado, 3 de diciembre de 2011

5 DE DICIEMBRE, DOSCIENTOS VEINTE AÑOS SIN MOZART.


Pocas son las personas que pueden decirse tan influyentes en la Historia, y no sólo en la fenomenología directamente achacable a la Música, como lo que puede achacarse el ingente Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart.

Para algunos un indiscutible genio, más que un hombre, para otros un voraz devorador del talento de otros; al final lo único indiscutible es que Amadeus no dejó indiferente a nadie.

Con un talento ingente sólo superado por su precocidad, el joven MÓZART ya se paseaba con cinco años y la interesada compañía de su padre por las Cortes Europeas, deslumbrando con su música a la más alta aristocracia del Viejo Continente, dando de inmediato cuenta a propios y a extraños de las capacidades sorprendentes que desde la más tierna infancia cultivó, poniendo de manifiesto los aprioris que sin ningún género de duda le llevarán a ser considerado el gran valuarte del género Clasicista, a la par que le encumbrarían a un ganado puesto de honor en la Historia de la Música de todos los tiempos.

Su Salzburgo natal estará lleno de su música a partir de 1756 hasta su traslado definitivo a Viena, capital imperial, hecho este que tendrá lugar en 1781. Antes de ese momento, la historia tendrá que discutir sobre uno de los hechos más misteriosos a la par que morbosos de este capítulo, cual es si la relación entre el joven Mózart y su padre, Leopold, fue una relación sana, o si por el contrario estamos ante uno de los que podríamos identificar como primeros casos de explotación de un talento infantil. La única realidad llegados a este punto, pasa por la demostración tangible de que Leopold, músico al servicio del Príncipe-Arzobispo de Salzbursgo, abandonó todo para dedicarse a la formación musical de su hijo. Y los resultados no se hicieron esperar. La demostrada y a la sazón prestigiosa habilidad que el padre de Mózart tenía en el terreno de la formación musical, unida al imposible de cuantificar talento que para la música, composición y ejecución demostró rápidamente el joven, hicieron que rápidamente Europa cayera rendida a los pies de un niño tan genial como inmisericorde, tan brillante como desmedido, que hacía de su música, y de la ejecución de la música de otros en el violín o en el piano, sus dos fundamentales caballos de batalla, una forma de enfrentarse a la vida, si bien algunos cronistas de la época dirán que es más bien una forma de enfrentarse a Dios. Prueba de ello lo constituye el allegro para teclado en do mayor. KV 1b, la que podemos considerar la primera obra compuesta por el joven, a la edad de cuatro años.

La fascinación que el joven Amadeus despierta en el mundo que le rodea, alcanza su punto álgido en aquella que es capaz de infundir en su padre. Músico mediocre en tanto de la valoración de sus composiciones, su condición de ferviente católico, le llevará a considerar el don de su hijo como procedente directamente de las decisiones de Dios. Esto, unido a su conocida categoría en el terreno de la didáctica de la música, le llevarán a considerarse como divinamente destinado a confeccionar el mejor marco vital y de formación que acabe por garantizar en su hijo la consecución de los logros a los que está destinado. Para ello, no dudará en abandonarlo todo, incluso su puesto en la Administración del Sacro Imperio Romano-Germánico, y dedicarse íntegramente a desarrollar y canalizar las cualidades manifestadas por el joven vástago. Así, acompañará siempre a su hijo, primero en las muchas horas de ejecución de música en el teclado, clavecín, clavicordio y piano, instrumentos que desde los cuatro años el niño ya tocaba; para saltar más tarde al terreno de la composición, donde un Mózart niño hará sus primeros pinitos componiendo desde antes de los cinco años.

Pero lo que empezó siendo una obligación ética, se acabó convirtiendo en una “obligación de compartir con el mundo el ingente talento con el que Dios ha sonreído a mi hijo.” Así, finalmente, la situación se volvió insostenible cuando a partir de 1762, 12 de enero para más seña, contando Amadeus seis años, su padre creyó en la obligación de proclamar este milagro ante el mundo, como una obligación ante su país, su Rey y su Dios.

A pesar de todo, y sin caer por supuesto en la trampa que puede suponer analizar con filtros del presente elementos del pasado, lo cierto es que la relación entre padre e hijo fue siempre muy estrecha. Así, una vez que la aptitud para la composición del vástago hubieron superado con mucho a las mostradas por el progenitor, este decidió abandonar su actividad musical, para dedicarse en cuerpo y alma a la formación de un niño que ya, a esas alturas, dejaba claro a cualquiera que tuviera la fortuna de escucharle, que iba a cambiar para siempre la historia de la música.

A todo esto, la relación de Mózart con el poder, o más concretamente sus peculiaridades y excentricidades, le confieren una nota de dominio muy del agrado de unos nuevos gobernantes, que se tienen que ir acostumbrando rápidamente a una nueva forma de gobernar en la que la relación del soberano con su pueblo no sólo es diferente, sino que por primera vez en muchos siglos, puede comprenderse como de tal relación.

La superación del Absolutismo como forma de Gobierno, evolucionado hacia el Despotismo, configurará un nuevo teatro de operaciones en el que el Humanismo propio de la Ilustración devolverá al hombre, en su más diversa acepción, a la posición que nunca se debió dejar arrebatar en cuestiones de ética y moral, en las que, por otra parte la religión, también tendría mucho que decir al respecto.

Así, la irrupción en escena de los nuevos valores estéticos, alejados por altisonancia de los excesos propios del Barroco tardío del que procedemos, abonan de manera inestimable el terreno para que la nueva música, el clasicismo, de la que Mózart será mayor y virtuoso ejemplo, se hagan con el poder absoluto en Cortes como la del propio Maximiliano II, Luis XV en Versalles, y Jorge III en Inglaterra. De esta manera, la adopción por parte de la burguesía y la nobleza de unos nuevos cánones de belleza, aunque fuera solamente por aquello de guardar las apariencias, máxime cuando un enfrentamiento con la incipiente burguesía urbana no era interesante, si tenemos en cuenta que era de las bolsas de esta de donde procedía la mayor parte del oro que sustentaba a las coronas y sus guerras; promovieron definitivamente a Mózart y a su música al altar del poder, en forma de relación de dependencia de estos.

Más este tipo de relaciones son intensas en tanto que efímeras. Así, la translocación en la escala de poder de un noble por otro, hacía caer en desgracia consigo a toda la camarilla de seguidores que le eran propios. De esta manera, Mózart vio una y otra vez como sus esfuerzos eran continuamente destruidos en parte por su capacidad para establecer vínculos de dependencia con personalidades complicadas, como puede ser el caso ocurrido con el sucesor del Príncipe-Arzobispo de su ciudad natal, con el que las acaloradas y continuas broncas eran de dominio público. Estas circunstancias, tuvieron como consecuencia una última época del genio realmente difícil. Enfermo, con la alcancía no tan repleta como debería ser de esperar, y continuamente enfrentado a su esposa, Constanza, de la que vivía largas temporadas separado, la realidad es que la vida de Mózart no alcanzó las cotas de felicidad que a priori podrías ser esperables.

Alcanzado en los últimos años de su vida por parecidas ansias a las experimentadas por su padre, el verse obligado a vender su talento al mejor postor una vez rota la relación con el Príncipe de Salzburgo, verse necesitado de buscar mecenas terminó de asquearle, promoviendo sus últimos años hacia una continua crisis que sin duda acortó su vida.

Apegado en el último año a la composición de su Réquiem, esta obra, junto a otra que tenía que entregar para celebrar la coronación del Archiduque, absorbieron definitivamente sus últimas fuerzas, hasta el punto de que murió con las últimas páginas del Réquiem sobre su cama, inconsciente por las fiebres, posiblemente reumáticas que lo mataron, balbuceando en delirios la percusión del movimiento lacrimosa del Réquiem, a las doce y cuarto de la madrugada del cinco de diciembre de 1791.

Amortajado con las estructuras masónicas, en cuya estructura había ingresado unos pocos años antes, recibió funeral en la Catedral de San Esteban siendo enterrado en el cementerio de ST Marx de Viena, en un entierro de tercera categoría que necesitaba de tres florines de complementos para el coche fúnebre, para acabar finalmente en una fosa común, siendo convenientemente cubierto de cal viva.

Así, una vez más, la ingente capacidad de Mózart provocó una explosión de fervor en su público, que provocó el llenado de salas con posterioridad a su muerte, en contraste con el tétrico abandono que sufrió en su entierro.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.