sábado, 28 de marzo de 2015

STABAT MATER. DE LOS DILEMAS INTRÍNSECOS A LA CONDICIÓN HUMANA.

Estaba la madre dolorosa, junto a la cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada.

Así comienza la que sin duda es una de las obras ad hoc, esto es, confeccionadas a título, y con función específica; que más y mayor influencia han tenido en la Historia de la Humanidad, no ya sólo en el capítulo concerniente a la Música Sacra en particular, sino a la Historia de la Humanidad en general.

El STABAT MATER,  de Giovanni Battista de PERGOLESI, constituye una de las aproximaciones a La Pascua Cristiana, más acertada, brillante y rica, que la historia musical ha sido capaz de crear.
Capaz de conciliar de manera sencillamente brillante efectos tan contradictorios tales como el drama que supone la muerte de Cristo en la Cruz, con la alegría que confiere el hecho de manifestar que el cumplimiento de las profecías de los profetas mayores asegura por fin la definitiva salvación del Hombre: el Stabat Mater presenta además en torno a ello, un catálogo de recursos, giros, elegías y mediaciones, que no sólo eran desconocidos para los compositores que con anterioridad se habían dado a componer para éste recurso, sino que además inaugura de manera definitiva una manera original de hacerlo, confiriendo con ello espíritu propio a su obra, la cual, no lo olvidemos, no sólo sustituirá a la de Alessandro SCARLATTI en las celebraciones de viernes de dolores, sino que acabará superando ampliamente a ésta, adquiriendo rápidamente personalidad propia.

Stabat Mater Estaba la madre dolorosa. Así comienza una de las estructuras de arte sacro más importantes de la Historia. Propuesta por INOCENCIO III, se convierte en uno de los Textos de Secuencia Sacra de mayor relevancia de la Historia. Sobre el mismo han actuado musicalmente más de dos centenares de compositores, desde Vivaldi hasta Bach llegando a Dvorâk. Si bien, será el de PERGOLESSI el que más fama alcance.
Destinado a ser interpretado en los actos propios del viernes de Dolor, El Stabat Mater viene a recrear los hechos acaecidos en torno a la Pasión y Muerte de Cristo en Pascua, acudiendo a la visión humana que una madre como la Virgen María puede dar de la muerte de su Hijo. Así, el texto se constituye como una de las obras más trascendentes a la par que hermosas, de toda la Tradición Cristiana.
Escrito en origen por el PAPA INOCENCIO III, la redacción del texto se lleva a cabo a finales del Siglo XII, en un momento que tanto a título cronológico, como por supuesto histórico, ofrece más dudas que certezas, lo que hace del mismo el más adecuado para que las medidas desencadenadas en un primer momento con la única disposición de satisfacer una demanda ad hoc, terminen finalmente por conciliarse como los primeros pasos de una revolución que si bien se origina en los altares, pronto desbordará la magnitud de éstos pasando a los cauces propios de la sociedad en toda su magnitud; un paso lógico si tenemos en cuenta que efectivamente lo uno y lo otro no hacen sino formar parte de una misma realidad, ubicada según la perspectiva desde la que se acceda.

No hacemos entonces nada más que anticipar, o si se quiere siendo un poco más melodramático, anticipar lo que a todas luces es una realidad.  La definitiva Crisis del Feudalismo, va dando paso a la incipiente sociedad burguesa. Sus criterios, necesidades y deseos son, evidentemente otros. Fruto de ello, se observa una más que evidente fortificación de los Estados a título individual, lo que redunda de manera efectiva en el crecimiento que en poder y autoridad se observa en los Reyes. Monarcas como el de Inglaterra, y el de Francia, que poco a poco van conformando si no una alianza, si una amenaza más que digna de ser tomada en consideración, contra el “Santo Temor de Dios”.

Con todo, o tal vez a pesar de todo, de mantener la actual línea de desarrollo corremos el riesgo de relativizar el alcance del movimiento del que estamos dando cuenta. De hacerlo, además de ser responsables de una situación lamentable al cerrar otra línea de evolución, no lograríamos sino perseverar en la posibilidad de reforzar la línea defendida por los que se empeñan a cualquier precio en reiterar una y mil veces la que a base de repetirse se consolida como línea vertebrar caracterizada fundamentalmente por repetir sin rastro alguno de actitud crítica las que se han convertido igualmente en grandes tesis promulgadas en consecuencia por los que se creen depositarios no solo de la verdad oficial, sino incluso de los procedimientos y protocolos a éstos vinculados, encaminados supuestamente a velar por la adecuación de los procederes, cuando los mismos hacen referencia a la o las maneras de acercarse a la verdad, incrementando además su presencia e intensidad a la hora de exponer ante el público en general los logros alcanzados.

Todo lo anterior alcanza tal vez no sé si su máxima intensidad, aunque sí sin duda uno de los momentos de mayor solvencia, cuando los referimos como prisma conceptual encaminado a comprender el efecto de la perspectiva que se origina dentro de una realidad que comienza a dar síntomas de descomposición. Cánones hasta el momento irrenunciables, ven su solvencia no solo cuestionada, sino que su incapacidad para proporcionar respuestas en tanto que protocolo, arrastra de manera imparable tras de sí a todo y a todos, envolviendo una vez más, y puede que como nunca, al Hombre en lo que se anuncia como una crisis que amenaza con arrebatarle lo más preciado, su Alma, toda vez que la duda es irreconciliable con la salvación.

Queda así pues del todo claro que el escenario ante el que nos encontramos reúne todos y cada uno de los condicionantes desde los que poder afirmar que no es sino el Hombre, el que está en tela de juicio. Lo está porque lo que ha pasado a cuestionarse es su capacidad para entender a Dios, y Dios es en última (y en primera instancia) el elemento por antonomasia existente para definirlo todo, incluido faltaría más, al Hombre.
Un Hombre que según tamaña consideración pasa a ser contingente, enfrentado pues de manera lógica y exhaustiva, si seguimos una vez más los preceptos de la dinámica dialéctica, a la necesaria necesidad de Dios. Una necesidad que no puede por definición ser secundaria esto es, proceder de la comprensión de la propia contingencia del Hombre (lo que entraría en contradicción con la percepción Aristotélica que faculta la cuarta Vía de Santo Tomás en relación a la necesaria existencia de Dios) sino que atendiendo al dogma, ha de tener en sí mismo la causa de su existencia.
Será pues desde la aceptación de tales parámetros, y decimos aceptación que no comprensión toda vez que esperar en la masa una capacidad tal como para comprenderlo nos pondría sin el menor género de dudas en una tesitura demasiado generosa; lo que termine por colocar en una posición de clara dominancia a los que en esta controversia, se habían posicionado del lado de reforzar el dogma como herramienta imprescindible con la cual librar la batalla que se contra las otras manera de entender al mundo, y por ende al hombre, se estaban conciliando.

La suerte está pues, echada. La guerra ha comenzado. La concepción del mundo y la manera de discernir cuál entre las dos fundamentales, la basada en la inducción (mecanismo propio de la ciencia) o la basada en la deducción (mecanismo exclusivo de la religión), ha comenzado. El combate se prevé largo y duro. Largo porque no en vano disponen literalmente de todo el tiempo del mundo. Y será duro porque la naturaleza del premio faculta el empleo de todas las armas, de todas las técnicas.

Para entonces, La Iglesia, si bien es consciente del peligro, no lo es tanto de las soluciones. Las desavenencias internas, que se especifican aunque no se reducen, a las manifestadas entre Franciscanos y Dominicos, no hacen sino poner de manifiesto la imperiosa necesidad de que alguien con más capacitación que el presente PAPA, tome el control, ya que Celestino III carece de las agallas suficientes para llevar a cabo su misión.
Por eso, a la muerte de este último, todo parece dispuesto no sólo para que Lotario de los Condes de Segni, fuera designado Sumo Pontífice, bajo el nombre de INOCENCIO IIII, hecho que acaece el ocho de enero de 1198, sino para que sus espectaculares ideas, labradas durante años dado lo especial e ingente de su formación, en Teología y Derecho Canónico, en París y Bolonia respectivamente; tomen forma en pos de su gran apuesta.

INOCENCIO III no sólo cree en la afirmación de que La Iglesia es anterior al Estado, procediendo éste de la primera, sino que es el artífice de la idea que luego será ley, que aboga por la Plena Potestad de la Iglesia respecto del Estado “plenitudo potestatis”. Las palabras de Mateo XVI según las cuales Cristo otorga a Pedro las llaves de la Iglesia, le llevan a concederse discrecionalidad incluso en lo concerniente al nombramiento de gobernantes, si en ello se observan razones de pecado “rattione pecatti”. Los motivos parecen obvios, o al menos para él lo son: “…mirad así que los Príncipes y gobernantes terrenales sólo están para velar por el bienestar físico de sus súbditos. Yo, Vicario de Dios, soy el único con capacidad para hacerlo por su bienestar espiritual.”

La convocatoria del IV CONCILIO DE LETRÁN, en 1215, constituye igualmente uno de los hechos más trascendentes de su ejercicio, y sin duda uno de los más vinculantes no sólo en lo concerniente a la Iglesia, sino a lo relativo a los cánones que en adelante habrán de obrar en sus relaciones de ésta con los Estados. Así, en el mismo se dictará de manera definitiva la convicción de que los Estados Terrenales emanan de La Iglesia, debiéndose pues, a ella. “el Imperio procede así pues de la Iglesia, no sólo principalitter (en origen), sino también finaliter (en sus fines). “ De esta manera, quedaba definitivamente establecido el principio de poder según el cual los poderes del gobernante obran en pos, por, y para mayor gloria de Dios, siendo ante éste ante el único al que deben cuentas. El absolutismo queda configurado.


Luis Jonás VEGAS.

sábado, 21 de marzo de 2015

DE COMPRENDER QUE BACH ES SENCILLAMENTE INCOMPRENSIBLE.

Tan humilde puede ser la motivación que nos lleve hoy a detenernos unos instantes no en un personaje, ni tan siquiera en una fecha, sencillamente en una sensación. De eso puede ser en última instancia de lo único que hablemos hoy, de emociones, toda vez que solo recorriendo el multidisciplinar mundo de la emotividad, podamos hoy aspirar a encontrar algo nuevo, cuando no algo que merezca ser contado, máxime si tal aspiración viene refrendada en pos de la figura, obra y ¿Por qué no? milagros, vinculados a Johan Sebastian BAHC, o por decirlo desde una postura más respetuosa, en tanto que más acertada, a su música.

Nada podemos hablar de BACH, en tanto que nada nuevo podemos aportar. En consecuencia, y auspiciados cuando no justificados en el concurrente universo de posibilidades que nos abre el hecho de comprobar que hoy es 21 de marzo, trataremos de movernos con cautela, quién sabe si deseosos en realidad de pasar desapercibidos, haciendo por una vez de la humildad no la miseria propia del pensamiento de los masivos, de la chusma, (como sin duda una vez más apuntaría el Filósofo Alemán); para en realidad buscar refugio, tal vez asilo, en los poco exigentes vestigios que la constatación cronológica nos dispensa, en tanto que hoy hubiera cumplido 330 años.

Acudiendo pues a la sabiduría de lo popular, y entendiendo que todo mal que no mejora, es solo propenso a empeorar; que buscaremos refugio no en la más que esquilmada faceta histórica convencidos de que perpetrar otra crónica exhaustiva por acertada que pudiera llegar a ser, no haría sino incrementar el deseo de salir corriendo que puede comenzar a enraizar en la mente de los que todavía no pueden explicar o explicarse a sí mismos en un alarde de concentración cuál ha sido el motivo que les ha llevado a detenerse en la lectura del presente. Pero lo que más me asustaría sería sin duda la certeza de que por muy bien, o por muy mal que la presente quedara, siempre encontraríamos a alguien descontento, incluso insatisfecho con lo dicho, o con la manera de decirlo; con lo ignorado, o con las pretensiones cuando no ínfulas que pueden habernos llevado a propiciar tamaño olvido.

Una vez que comenzamos a limitar el escenario, por otro lado hasta ahora casi infinito (por supuesto tanto en el espacio como en el tiempo) en el que transcurre la relación con J. S. BACH, habremos de indicar a título casi de responsabilidad procedimental, que solo el protocolo subjetivo justifica, cuando no incluso auspicia; los continuos devaneos, giros y retrueques a los que a veces por obligación, otras por satisfacción personal, habremos de proceder con la esperanza hay que decir de que el resultado final acabe por valer la pena.

Infinito, subjetividad…abstracción. En definitiva la muestra palpable, a la par que siempre incipiente, de las grandezas cuando no del manifiesto virtuosismo en el que siempre se movió, nuestro protagonista.
Mas si muchos son, han sido y serán los maestros que han merecido, merecen y esperamos merecerán en un futuro tamaña consideración, a la sazón la mejor de las muestras de reconocimiento, lo cierto es que ninguno lo merece como J. S. BACH. O por ser, de nuevo, más preciso, no lo hubieran merecido de no ser por él.

¿Qué separa a Dios del Hombre? La capacidad de crear dirían algunos, sin duda después de pensar un poco. Si usted está de acuerdo con tal afirmación, sepa que está elevando a BACH a los altares, y yo diría que a un lugar de privilegio si es que tal existe en semejantes lugares.
Porque BACH es creador, el primero verdaderamente creador si nos ceñimos, superando por supuesto el matiz limitador al que el concepto intrínsecamente responde; a la realidad que nos dejó en herencia.

“El Mundo es vuestro, tomadlo.” Tal es la expresión por la que Dios entrega el Mundo al Hombre. “Haz de ello lo que quieras.” Afirman algunos que añadió después.
BACH no dijo nada. Simplemente insufló aire en nuestro espíritu con “Tocata y Fuga en Re Menor”. Nos ilustró en Historia (del futuro) con “Los Conciertos de Brandenburgo.” Nos aleccionó para entender el propio mundo con “Clave bien temperado.” Y nos enseñó a reconocer el cielo con “Suite en Do.”

Todo eso nada más, o nada  menos, era BACH. Creador sin duda de un universo, el Universo BACH, sin el cual no es que resultara imposible entender el resto de la Música que se ha compuesto después; es que resulta muy probable que sin él, lo que resultaría del todo inaccesible sería el compendio de emotividad que rodea al Ser Humano desde entonces,

Vamos así poco a poco, desde la paradoja de la dispersión, infiriendo la suerte de escenificaciones a partir de las cuales osar no comprender, a lo sumo experimentar, a Juan Sebastian BACH. Un Hombre de su tiempo, aunque carente de su tiempo, un hombre sin duda apegado a su época, pero condenado a obrar para el infinito. Tales afirmaciones, lejos de ser descabelladas, bien podrían constituir el mejor reflejo no de la figura, imposible de definir, como sí más bien del impacto que la Música de BACH provoca, y de la que provocó.
Si bien nunca totalmente ignorado, ni BACH ni su música recibieron en su tiempo la merecida atención, quedando pues obviado de los merecimientos de los que sin duda se hizo acreedor. Entre las múltiples causas que podemos interpretar en la línea de comprenderlo, sin duda que la incredulidad que sin duda una y otra vez hubieron de demostrar quienes componían el primer círculo del ya denominado Universo BACH, ocupaba un lugar privilegiado a la hora de comprender lo que decimos.

“El Hombre que vive sólo, o es una Bestia, o es un Dios. Yo añadiría otra opción, la que pasa por comprender que el Filósofo, cuando renuncia a todo, pasa a cumplir con tal exigencia.” De nuevo NIETZSCHE. De nuevo el historicismo, y aunque no por gusto, desde luego sin ninguna clase de rubor, puesto que sin el menor género de dudas solo desde las pesquisas a las que son propensas tamañas posiciones, podemos optar a comprender algo. Una comprensión que en contra de lo que pueda parecer no nos lleva al pasado, sino que nos proyecta hacia el futuro, como ya en su momento lo hiciera con los protagonistas mencionados, garantizando por ende su inmortalidad, y haciendo que desde la percepción del resplandor, máxima aspiración de quienes somos meros mortales, podamos atisbar más allá del velo con el que el tiempo nos recubre, haciendo nuestras a título de certezas lo que hasta ahora solo tiene cabida en el mundo de las esperanzas.

Tal es la guisa en la que se expresa BACH. Una expresión de futuro, aparentemente encerrada en una música del pasado. Y digo aparentemente no porque no sea del pasado, sino porque ni tan siquiera tal hecho, imposible de superar no para la mayoría de los demás, sencillamente para todos, se quebró como incipiente ramita de esqueje de primavera cuando acabó en manos de BACH.

Porque si acudiendo nuevamente al filósofo en pos de dar materia (aunque ésta sea la informe propia de una Idea) lo cierto es que muchas más son las aproximaciones. “He venido a partir en dos la Historia de la Humanidad. Por un lado quedará la que se escribió hasta mi nacimiento. Luego quedará la que plasme los acontecimientos que mi muerte promueva.”  NIETZSCHE escribió, y tubo que hablar una y mil veces para tratar de hacerse entender. BACH toco, y no habló porque sabía que por muchas veces que lo hiciera, no sería capaz de hacerse entender. Por ello a lo máximo a lo que podemos aspirar es a sentirle, a emocionarnos.

Porque si bien es cierto que la Música no comienza con BACH, no es  menos cierto decir que con él resulta comprensible, hasta el punto que sin su aportación la música de su futuro, incluyendo por supuesto la que supone nuestro presente, hubiera sido imposible.
BACH compendia todo lo que se había hecho hasta su momento, lejos de aglutinarlo lo supera, y proyecta por definición hacia delante todo lo que su cabeza, su corazón y su estómago tiene, logrando pues la Integración del Hombre Clásico según las connotaciones del Mundo Griego. Y por el camino conduce con mano sabia al Barroco hasta sus máximas cotas.

Es así pues BACH un Hombre que carece de Tiempo, que carece de Época. El primero le constriñe, la segunda no le hace justicia. Es así pues BACH un hombre contemporáneo de cualquier tiempo, al que lo eterno le resulta fácilmente asumible no solo por componer obras reconocibles por los hombres de cualquier tiempo; como sí más bien porque son sus aportaciones las fácilmente reconocibles en la música de cualquier época.

Es por ello “el asunto BACH” algo que no se puede entender, algo contra lo que no se puede luchar. Supone una corriente de tal índole que, o te sumas, o te apartas, oponerse no tiene sentido, sencillamente porque te arroya.
Como dijo Gustav LEONHARDT hace ahora 25 años: “¿Entender a BACH? Usted está loco, BACH no se puede explicar. (…) Es muy difícil comprender el misterio de BACH, su atracción irresistible. BACH es serenidad, es emoción, es inteligencia, es arquitectura, es todo esto y mucho más. No sé verdaderamente cómo explicarlo. BACH ponía en música una visión penetrante del mundo. Estudiando la época y las partituras musicales se puede enriquecer algo su comprensión, pero no es suficiente. BACH es un milagro.”

Como dicen otros más versados en asuntos de milagros: “No te empeñes en entenderlo, siéntate y disfrútalo.”


LUIS JONÁS VEGAS VELASCO.

sábado, 14 de marzo de 2015

DOSCIENTOS AÑOS DE LOS ÚLTIMOS CIEN DÍAS.

A caballo entre dos épocas, y quién sabe si prisionera una vez más no solo de sus obligaciones, cuando sí más bien de la percepción que de éstas tenía en una época en la que como en pocas otras el sentido de la percepción resultaba tan imprescindible como a la par que traicionero; lo cierto es que el periodo que transcurre desde la salida de la jaula de oro en la que sus captores habían convertido la Isla de Elba, hasta el desastre de Waterloo se convertirán sin duda en uno de los periodos más gráficos, de cara sobre todo a entender en términos científico-descriptivos los sinsabores y en ocasiones pequeños dramas que ayudarán como nada puede hacerlo, a comprender cuando a lo sumo a intuir la confección del tremendo sin duda Siglo XIX.

Porque solo desde la percepción propia de un romántico, o para ser  más exacto desde la psicología global que se confabula para permitir la acepción correcta de lo que en caso de existir podríamos definir como la psicología propia de una época, es a partir de lo que podemos llegar a conciliar como los posibles movimientos que acabaron por lograr una suerte de capitulación que entre otras, o quién sabe si como consideración estrella tenía aquélla según la cual a Napoleón se le entregaba el gobierno de una suerte de Reino soñado y que tenía la configuración y confección entre otras, administrativa, de lo que fue, es y será, la Isla de Elba.

Es así que resulta más que probable que muy cercano a las psicologías que Sancho hubiera de hacerse una vez que encajara la promesa que el Ingenioso Hidalgo le hiciera, ubicada toda en pos de “…y venir a hacerte así gobernador y mando de una ínsula…” que el mismísimo Napoleón hubiera de hacerse, una vez en este caso que viniera a cumplirse el acuerdo que en lo concerniente al Tratado de Fontainebleau requería no tanto el exilio, como sí más bien la entrega del gobierno y la dirección de la Isla de Elba, al que desde ese instante y durante un periodo de diez meses se convertiría en su dueño y señor.

París, primera quincena de 1815. Las noticias se suceden, y lo cierto es que unas por carecer de confirmación, otras desde el franco deseo de que lo que comentan es mejor que no sea confirmado; convierten a París y por ende a toda Francia (¿Supondría una exageración generalizar tamaño comentario a toda Europa?) en un hervidero de desolación en el que el rumor primero, la constatación después, de que Napoleón ha abandonado Elba, nos dispone a ser testigos de excepción de uno de esos episodios cuya mera percepción, ¿qué decir de su posterior constatación y desarrollo? son tan solo interpretables desde el voluble concepto que por otro lado habrá de convertirse en el denominador común, quizá por otro lado en el mejor denominador, tanto de la Francia del XIX, como sí más bien de la Francia del Romanticismo.

Una Francia del Romanticismo, que todavía por entonces responde sin duda a lo que bien podría ser más, la Francia de Napoleón. Una Francia que le hubiera respondido sin duda con fuerza, de haberlo él preguntado con la debida intensidad. Porque es así que obrando con justicia, concretamente con la que proporciona el debido aprovechamiento que la ventaja proporcionada por el conocimiento de la Historia en este caso erigida en forma de perspectiva; que la tesis erigida, lejos de descabellada parece incluso defendible si aportamos la suficiente luz a dos cuestiones capitales cuales son, por un lado el extraño proceso de la abdicación, “promovido” por sus oficiales; y la imposible constatación del peso y cuantía, a saber del valor del posible sacrificio de los mismos, que podría habérsele a atribuido a los que conformaban su última defensa.
Es así pues desde tal y desde ninguna la perspectiva destinada a hacer bueno el proceso en este caso destinado a comprender o a lo sumo a hacer comprensible el cómo Napoleón decide quitarse de en medio. Un proceso que solo comienza a intuirse, que no a entenderse hasta que el general DROUNOT no hizo entrega al gobernador DALESME, el cual actuaba en función de general, carta que obrada de puño y letra del propio Napoleón venía entre otros, a poner en antecedentes de que “obligado por los acontecimientos a abdicar de la corona imperial, acudía a Elba a tomar posesión de la misma, de sus designios y de los de sus habitantes, a partir de ese momento sus súbditos.”

Muestra de ello eran sus costumbres las cuales han llegado hasta nosotros de la mano del corones escocés CAMPBELL el cual, en el cumplimiento de la doble misión que le había sido encomendada, y a la que había de acudir unas veces en función de escolta, y otras en función de agente; acababa en cualquier caso por pertrecharnos con una ingente cantidad de información.

“Se levantaba no después de las tres de la mañana. Pasaba gran parte de su tiempo leyendo en el gabinete que se le ha dispuesto contiguo a su dormitorio. Desayuna después, generalmente de manera frugal, aunque no por ello haya de disimular su especial encanto para con las judías y las lentejas; para pasar luego largo tiempo enfrascados en paseos que, unas veces a pie, otras en coche, le sirven para reconocer tanto el terreno, como el impacto que sus diseños y ejecuciones han ido creando.”

Nada escapaba al exigente análisis del ojo del Emperador. Desde la red de caminos, hasta el comercio, o la mejora de la Hacienda; No había dejado, ni tan siquiera por un instante de pensar como un Emperador, de Ser un Emperador. Hecho aparte merece el hasta qué punto pudo o no seguir comportándose como tal. Y desde tal han de configurarse los efectos que tendrían  los gritos proferidos por la misma población cuando el 26 de febrero de 1815, justo antes de oír misa, se verán sorprendidos por la noticia que el mismo Napoleón anuncia, y que se resume en su firme determinación de abandonar la isla esa misma tarde.
Gritos todavía a lo sumo de presagio, mas en cualquier caso destinados como ningún otro, reflejo sin duda del Saber Popular, anticipo de lo que habría de venir:
Si hubiésemos sido más cautelosos, menos confiados, nos habría sido fácil descubrir que se avecinaba una catástrofe. De tal volumen se refería el que se declaraba por entonces como acérrimo enemigo, el corso Pozzo di BORGIO.

Se configura la suerte de aquella Francia a partir de la consolidación de una realidad que solo puede compararse con una especie de broma macabra. Veinticinco años no de revolución, como si más bien de periodo revolucionario, lo cual condiciona en mayor medida si cabe pues derrota esgrimiendo por igual su desgaste a unos y a otros, lo cual influye doblemente en Francia pues al desarrollarse el conflicto en territorio propio en una suerte de Guerra Civil, destroza al país entero pues gane quien gane, es Francia la que pierde; termina por consolidar un escenario en el que en todos lo terrenos, ya se sabe desde lo económico hasta lo social, y pasando por supuesto por lo político, ciertamente da poco más o menos igual lo que pase, en tanto que sigan pasando cosas.

Y como imagen del desastre, encarnada en la Restauración Borbónica,  el propio Luis XVIII. Hermano de Luis XVI, llamado por todos “Provenza”, es en sí mismo la imagen demoledora del nefasto presente que a Francia le espera, el cual no es a la vez ningún buen precursor del nefasto destino que puede proferir para Francia.
Viejo, achacoso y condicionando el desastre de futuro mencionado, carente de descendencia; la mera elección de su nombre, Luis XVIII, constituye por sí misma un alarde de bochornosa habilidad con la prestidigitación pues, ¿dónde diantres está, para que le busquemos, el supuesto Luis XVII? De una manera o de otra, y citando de memoria a François FURET, nos encontramos ante una caricatura del Antiguo Régimen que junto a una familia real desquiciante, vive sumido en un universo de recuerdos y rencores, de tragedias y manejos.

Por ello, y viniendo cuando no a reforzar como sí a apoyar nuestro argumento anterior, la apatía en la que se hallaba instalado el país entero, extenuado por un cuarto de siglo de guerra, desemboca en la certeza de que tal vez no se echara estrictamente de menos a Napoleón, mas no es menos cierto que todos recuerdan los días de grandeza que aportó a la nación. Lo grande que llegó a ser Francia con su Emperador.

Es con ello que necesariamente hemos de representarnos una Francia que a su vez resulta casi más representativa, a tenor de lo expuesto, a partir de la constatación de las emociones del común, que por virtud de lo expresado por sus gobernantes. De ahí precisamente que para seguir los acontecimientos, o más concretamente para entender las emotividades desde los que tales se llevan a cabo, que consideramos adecuado reiterar los titulares de Prensa, más bien la evolución de los mismos; concretamente los que se dan desde el momento en el que los rumores de la fuga de Elba se consolidan en la certeza de que el 1º de marzo ha desembarcado en Golfo Juan, entre Cannes y Antibes, con casi 800 hombres de su guardia.

Escogemos así pues, por paradójica y a la sazón por grafica, la evolución de los titulares que se da en La Moniteur, sin duda el diario oficial. “El Monstruo se ha escapado del lugar de su destierro” “El Ogro de Córcega ha escapado.” “El tigre se ha dejado ver en Gap…Allí concluirán sus miserables días, como un vagabundo en la montaña.” “El usurpador, a sesenta horas de marcha de París.” “El Emperador Napoleón está en Foinableau.” Finalmente, el día 22 de marzo de 1815 titulará: “Su Majestad el Emperador está en el Palacio de las Tullerías. Nada puede superar el júbilo producido por su llegada.”

Sirva este breve enunciado no como crítica puntualizada. El objeto pasa tan solo por constatar hasta qué punto las predisposiciones pueden evolucionar no tanto desde punto diversos, como sí incluso desde los antagónicos, para constatar hasta qué punto cuanto mayor es la fuerza que los distancia, el espacio que los aleja: mayor es la intensidad con la que se funden. Basta si no en otro orden de cosas comprobar cómo figuras como NEY, el que dijo aquello de Lo traeré en una jaula de oro, termina por dirigir un mandato al Ejército Real en el que reza: La causa de los Borbones está perdida para siempre. En el enésimo giro del Destino obtendrá el principal mando del ejército en Waterloo.

Con todo, si hemos de buscar un paralelismo entre los afectos de Francia y el proceso mediante el que evolucionarán las adhesiones al todavía incipiente ejército de Napoleón por aquella primera quincena de marzo de 1815, yo me quedo sin duda con la declaración llevada a cabo por ese soldado que se acerca a la acampada nocturna y sin más espeta: Díganle al Emperador que el granadero Melon está aquí.”



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

domingo, 1 de marzo de 2015

DE ROSALÍA DE CASTRO. DE LA SUPERACIÓN NO COMO FIN, SINO TAL VEZ COMO REFUGIO.

Porque una vez revisados los procesos que en la mayor parte de las ocasiones tienden a acompañar que no a crear a los héroes, lo cierto es que la conclusión a la que podemos llegar pasa por asumir que el héroe no es sino un resultado, y el acto heroico una suerte de conducta que en la mayoría de ocasiones no redunda sino en una especie de reacción, una suerte de conducta unívoca que poco o nada tiene que ver con lo que un héroe haría o diría, en un momento determinado, ante una cuestión decisiva.

Semejante disquisición, de tener sentido, y lejos por supuesto de querer arrebatar a nadie su uso o condición, se erige en el caso que nos ocupa no como conclusión, cuando sí más bien como herramienta, como argumentación, en pos en este caso de vertebrarse como cimentación a partir de la cual comenzar a erigir no tanto el edificio en el que alojar a los grandes de las “Letras Gallegas”, cuando sí más bien el escenario desde el que acertar a imaginarse, aunque solo lo ilusorio y no por ello menos legítimo del mismo sea lo máximo a lo que podamos aspirar.

Porque de mera cuando no vana ilusión podríamos a priori catalogar cualquier intento de sobrevivir, con ello ni mucho menos brillar, en la España del tumultuoso Siglo XIX, si pretendemos hacerlo acudiendo exclusivamente a las Letras. Siendo así pues, o entonces, ¿qué cabría decir de querer hacerlo escribiendo mayoritariamente en Lengua Gallega?

Lejos de entender que nuestra protagonista se formulara tan siquiera una sola vez de manera franca y directa la pregunta, lo cierto es que los preámbulos vitales con los que hace su presentación ante el mundo Rosalía de Castro son, cuando menos, impresionantes.
Nacida en Santiago de Compostela en la madrugada del 24 de febrero de 1837, aunque en su Partida de Nacimiento figura 1836; solo el frío de aquella madrugada parece aseverar si no la dureza, sí las especiales coyunturas que desde el primer momento y por ende para siempre habrán de estar presentes en el desarrollo de una vida tan peculiar, como característica.
Dureza conceptual, como la que es óbice de ser hija de un sacerdote, que habrá de poner en manos de su hermana los destinos de una niña de la que se hará en todo momento responsable, gozando para ello unas veces de más suerte que en otras; y cuya relación para una, misión para otra, comenzará a las pocas horas de ver la niña la luz del sol, al tener que erigirse ya como madrina al entregar a la niña al sacerdote para que proceda a la introducción en la Comunidad Cristiana procediendo a la instauración de los Santos Óleos, quedando además su vida marcada para siempre al figurar de modo igualmente sobre ella la pesada carga en la que acaba siempre por convertirse el epígrafe de Padres: Ignotos.

Parece así pues que ya desde el primer momento las circunstancias parecen converger en pos de constriñir las formas de cara a discernir un escenario en el que todos y todos jueguen ya sea de modo activo, o como meros acompañantes, una partida tan espectacular como única.
Porque soslayando al menos en principio, o en la medida en que nos sea posibles los aspectos concernientes a la descripción de los aspectos que se confabulan en pos de consagrar el esperpéntico escenario político de la España del 1800, lo cierto es que la mera aunque no por ello menos atenta observación de los aspectos exclusivamente culturales de la misma, proporcionan un cóctel lo suficientemente rico a la par que brillante en base al cual convenir la mayoría de las realidades de las que por otro lado proceden las visiones culturales.
Si bien es cierto y por ello aplicable a cualquier época que su Cultura es la mejor de las descripciones de una Sociedad a las que podemos aspirar hecha semejante consideración en el momento histórico en el que la aseveración resulta expresada, no es menos cierto que la misma alcanza cotas de certeza cuasi infinita si la misma se vehicula sobre los condicionantes del XIX.

Es el Siglo XIX el siglo donde eclosionan todos los proyectos en los que de una u otra manera se halla inmersa La Nación Española. Desde la Guerra de la Independencia, pasando por el susto de la huída de Napoleón de su confinamiento, hecho del que ayer se cumplieron dos siglos; hasta la pérdida en el 98 de los últimos vestigios para unos, de los últimos residuos para otros, lo cierto es que la Historia se empeña en hacer bueno a quienes afirman que la Historia de España se escribe a partir de la descripción de los acontecimientos que se dan entre periodos constitucionales.
Y lejos de ser conciliador, lo cierto es que en este caso el mencionado episodio parece adquirir especiales visos de certeza toda vez que el proceso regresivo en el que la Nación se pierde, y que queda suficientemente documentado al cuantificar los valores que van desde La Pepa, hasta las consagraciones de finales de siglo, pasando como no por la Gloriosa de 1868, no cabe interpretación, sino más bien mera justicia cuantitativa, para comprender hasta qué punto España se sume definitivamente en el sueño de los Justos.

Abandonados así en brazos de Fernando VII cuya presencia primero y alargada sombra después sirven mejor que nada para describir en exabrupto en el que se convierte España, nos vemos en la obligación casi de considerar como inexorable acudir a la salvación que los escenarios oníricos a los que tan propenso será el Romanticismo, en busca cuando no de la inalcanzable salvación (pues todos en mayor o menor medida eran culpables) sí al menos del placebo que en pos de una muerte solícita puedan proporcionarnos los mundos descritos en Las Orillas del Sar.

Porque en un alarde de esos tan nuestros, de los que nos llevan a atribuir carta casi de naturaleza existencial a cuestiones o conductas que en cualquier otro momento o lugar pasarían solo como residuales, aspirando a lo sumo a formar parte de los anecdotarios; aquí, siguiendo, ¡cómo no! los cánones de la exaltación a la que estamos tan acostumbrados, acabarán erigiéndose de nuevo en edificio que merecerán cualquier calificativo, salvo por supuesto, el de mera condición insubstancial.
Acudimos así pues al periodo que queda entre dos hechos imperturbables, a saber la publicación por parte de El Duque de Rivas de la obra “Don Álvaro y la fuerza del sino”, con la que podemos declarar formalmente inaugurado el Romanticismo en España, hecho que acontece en 1835; y el momento en el que Fernando de Rojas publica “La Gaviota”, obra que viene no tanto a extinguirlo, cuando sí  más bien a dar el pistoletazo de salida al Realismo; para comprender la valía de quienes hubieron de integrarse en un proceso tan intenso como efímero, para poder decir no que brillaron, cuando sí sencillamente que fueron dignos de tener algo que aportar no solo a un movimiento cultural, cuando sí más bien a la Historia de un País que entraba no en franco retroceso, sino más bien en declive peyorativo.

Es entonces, o tal vez a partir de la comprensión de los matices que tamaña sutileza atesora, cuando podemos no entender, a lo sumo intuir, la fuerza que sin duda había de convertir en magníficos a aquéllos que, como ocurre en el caso de Rosalía de Castro se volvieron merecedores de inaugurar, más bien de estrenar pues les fue dado de modo ex profeso un modo y un tiempo cultural propio a saber, el del Post Romanticismo.

Movimiento propio, particular, único, no puede por ello ser ni catalogarse como de excluyente, integrador o modulado. Es de cualquier modo el exceso su esencia. El virtuosismo intelectual su denominador común. La excentricidad, su vínculo mediador.

Es ahí, y ahora mejor que nunca dicho solo ahí, donde puede entenderse en todo su esplendor la grandeza de un escenario en el que el misticismo alejado por otro lado del dogma,  en el que la posibilidad de integrar el infinito en la realidad local se consolidan como certezas de una interpretación del mundo consolidado no solo a base de sueños, sino que ahora la forma de soñar tiene o adquiere casi la misma importancia que lo que es soñado.

Una forma de soñar, que a la hora de expresarse confiere especial importancia a la estética, momento en el que la musicalidad de la Lengua Gallega se erige en proceder eminente, haciendo de Rosalía de Castro Maestra de Maestra, colocando a la Mujer Gallega no ya solo en el escenario, sino en el centro del escenario.
Se convertirán así las Letras en mucho más que en una herramienta, en mucho más que en una manera de proceder. El escribir en Gallego se convertirá en una bella manera de revolucionarse. Una rebelión que lo abarcará todo, desde lo material a lo etéreo, desde lo formal hasta lo vagamente concebido, en pos siempre de iluminar marcando el camino de los sueños, la senda por la que habrán de transitar como uno solo desheredados y desterrados, inmisericordes y perdonados, en una palabra, todos los que por una u otra manera no tienen cabida en un mundo tan estereotipado como erróneo, el mundo del XIX que camina hacia su destrucción, arrastrando con ella la que bien podría ser la última verdadera memoria de España.

Y ahí está Rosalía de Castro, la última Romántica de España, llorando en silencio no por la memoria de España, sino por su propia memoria. La que nació un 24 de febrero de padre desconocido, y morirá en 1885 en Padrón. Si bien murió en 1881, cuando en una carta privada escribe:
“Alá van, pois, as Follas novas, que mellor se dirían vellas, porque o son, e últimas, porque pagada xa a deuda en que me parecía estar coa miña terra, difícil é que volva a escribir máis versos na lengua materna.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.