sábado, 30 de marzo de 2013

STABAT MATER. DE LA RECREACIÓN DEL SUFRIMIENTO MATERNO COMO MUESTRA DE LO HUMANO POR NATURALEZA.


Y fue entonces que los ojos del Redentor fueron a encontrarse con los de su madre, que víctima del mayor de los pesares comprendió entonces hasta dónde llegaba la misión de aquél que como cordero había venido en realidad a enjugar con su sacrificio los pecados de toda la Humanidad.

Así transita una de las Estaciones de Penitencia más importantes por lo sobrecogedoras, del Vía Crucis que se celebra en Roma cada Viernes Santo.
En la mencionada cita podemos, sin ninguna clase de esfuerzo, sucumbir a uno de los que supone mayor alcance moral de cuantos componen los episodios de la Pasión de Jesucristo, atendiendo para ello a las fuentes que canónica y tradicionalmente con mayor fuerza sustenta la particular visión que la Iglesia Católica Moderna (Post Concilio Vaticano II se entiende), promueven como única interpretación válida si no fiel, de tal hecho.

El episodio, una vez superada cualquier traza de malversación que la interpretación interesada quiera o pretenda perpetrar; constituye en sí mismo no solo uno de los episodios culminantes de cuanto significa la Semana Santa; sino que lejos de transgredir ningún límite al respeto, podemos no obstante llegar a decir que transciende tal aspecto, constituyendo en sí mismo uno de los momentos más importantes de cuantos componen o vehiculan la siempre difícil por insostenible, relación de la Mujer para con la Iglesia Católica.

Constituye este episodio, junto con el que le acompañará instantes después, momento en el que según el documento canónico de Juan, Jesús entregará a su madre a toda la Humanidad, mediante las conocidas palabras: “Hijo, he ahí a tu Madre. Mujer, ahí tienes a tu hijo”; el momento definitivo en el que La Humanidad podrá desprenderse del miedo que gráficamente se describe desde la orfandad, toda vez que la entrega de María, constituye el acto definitivo de superación de todo miedo en tanto que su presencia será eterna, ahora como madre.

Pero llegados a este punto, y lejos de pretender por supuesto convertirnos en intérpretes de las bases canónicas, sí que es cierto no obstante que consideramos alcanzado el momento en el que habremos de detener nuestro análisis con la intención de resaltar convenientemente el alcance casi instantáneo de dos de los aspectos que más controversia han generado siempre a lo largo de la Historia de la Iglesia Católica, el papel de la Mujer en la misma, y por supuesto cómo no, la manera mediante la que se gestiona el miedo, dentro de la propia Iglesia.

La Iglesia Católica tiene en su vínculo para con el componente en tanto que mujer de la Virgen María, uno de sus grandes caballos de batalla. Así, de manera extravagante, pueril, e incluso en ocasiones cuasi-cómica, la Virgen es subyugada ante una sucesión de acontecimientos burdos cuya relación caótica tienden a deslegitimar muchas si no todas de las afirmaciones que al respecto se hacen cuando sus defensores se empeñan no en ensalzar el inherente papel especial que María tiene en todo esto, sino que para ello se empeñan, de manera incomprensible, en negar su condición de mujer. Papel que se da antes, durante, y por supuesto después, de los acontecimientos que oficial y ecuménicamente son sobradamente conocidos.
Por ello, si nos tomamos la molestia de acudir a documentos contrastados históricamente. Documentos apócrifos que bajo esta consideración esconden no su legitimación histórica (muchos están redactados incluso antes del año 50 de nuestra era, mientras que por ejemplo el Evangelio de Marcos es posterior al 75 d. C. ) sino sencillamente la muestra, otra más de las muchas que jalonan la historia de la Iglesia Católica a la hora de reconocer la validez de toda fuente que no puede controlar, (sinónimo en este caso de manipular), podremos llegar a interesantes conclusiones al respecto de la figura, obra y “milagros” de María.

Tal y como podemos intuir fácilmente, pocos habrán de ser los puntos de coincidencia que encontraremos entre el análisis que proponemos, y por el contrario aquél que proponen los medios ecuménicos al uso. Tan pocos, que éstos solo coinciden en lo concerniente a los datos objetivos, aquéllos que podríamos llamar casi estadísticos.
Así, efectivamente María procede por ascendencia directa reconocida de la Estirpe del Rey David. Es por ello y por pleno derecho miembro de una de las genealogías más importantes en términos históricos de cuantas componen las doce tribus de Israel.
Semejante constatación no responde, tal y como podemos imaginar a una coincidencia ya que, si bien Jesús vendrá a nacer en un pobre pesebre, lo hará tras haber sido concebido en el útero de una de las mujeres más puramente pertenecientes a una de las familias históricamente más influyentes del dominado Pueblo de Israel.

Y habemos de hacer especial hincapié en lo de dominado Pueblo de Israel, en tanto que semejante hecho adquiere manifestaciones ilustrativas de cara a la comprensión de la relación que María mantendrá con su hijo, desde el anuncio que el Arcángel Gabriel hará de su “Divina Concepción”, hasta el momento referido en el que Jesús, y con ello los sueños de su madre, mueren clavados en aquél madero del Gólgota.

Porque si como digo acudimos a documentos fidedignos, si bien no amparados por las condiciones de legitimación que hacen de la Iglesia de Roma últimos notarios de la verdad dogmática, nos encontramos paradójicamente con unas descripciones que nos llevan a componernos una imagen de María que se aleja para con mucho de aquélla que la tradición no Cristiana, sino Católica, se ha empeñado durante siglos en mantener.
Así, según fuentes eruditas de la historia, que beben de documentos fechados en el siglo I de nuestra Era, es María una mujer más cercana a los preceptos defendidos por el grupo nacionalista de los Zelotas, que a los preceptos morales aparentemente considerados por el Sanedrín, o por los Venerables Ancianos que formaban el Consejo del Templo de Jerusalén.
Con todas las precauciones que el tema exige, y acudiendo con ello sin la menor displicencia a las responsabilidades históricas que el hecho merece, podemos decir que María siempre interpretó las tendencias renovadoras, incluso la predisposición a convertirse en Rey de su Pueblo; que conformaban los proyectos de su Hijo; acudiendo a una lectura mucho más terrenal, de las que tal vez el propio Jesús refería.

Acudiendo así a los Manuscritos del Qumrán. Podemos llegar a afirmar, renovando por supuesto y por adelantado todas nuestras referencias al máximo respeto para con las creencias, que María, en su corpus doctrinal, y en tanto que como miembro insistimos contrastado de la Familia de David, simpatizó incluso activamente con la Guerrilla de los Zelotas.
Éstos, en tanto que grupo que activamente preconizaban su observación de la Ley de Moisés como la única válida para conseguir mediante su estricto cumplimiento, alcanzar el Paraíso, hacían de la lucha armada elemento válido a todos los planos en tanto que igualmente habían hecho de la expulsión del invasor romano, su máxima casi de destino.

Perseguidos así por los romanos no tanto por motivos religiosos, sino abiertamente políticos, el Evangelio de María, uno de los no reconocidos en el Concilio de Nicea (evidentemente), constata las claras simpatías que el grupo despertaba entre la Mujer toda vez que, insistimos, servían como tal vez único catalizador de la obsesión de liberación de su Pueblo que perseguía a una joven, y por ello aún ilusionada ¿Virgen? María.

Puede que tratar de imaginarse a la Virgen María como miembro activo de un Grupo Revolucionario y Ultranacionalista Israelí, suponga un esfuerzo demasiado grande para muchos. Tan grande, que les lleve a dejar de leer el presente. Sin embargo, antes de tachar de imposible la por otro lado evidente cercanía del mensaje de Libertad que Jesús lleva, con el de Liberación que los Zelotas arrastran, háganse una pregunta ¿Por qué Jesús lleva hombres armados entre sus seguidores, incluso entre los más íntimos?

Pero las motivaciones del presente documento no pasan por someter a ninguna clase de juicio, y mucho menos de carácter moral, las inimitables por dramáticas circunstancias que hubieron de ser vividas por las que sin duda debió de tratarse de una Gran Mujer.

Estaba la madre dolorosa, junto a la cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada.

Así comienza la que sin duda es una de las obras ad hoc, esto es, confeccionadas a título, y con función específica; que más y mayor influencia han tenido en la Historia de la Humanidad, no ya sólo en el capítulo concerniente a la Música Sacra en particular, sino a la Historia de la Humanidad en general.

El STABAT MATER,  de Giovanni Battista de PERGOLESI, constituye una de las aproximaciones a La Pascua Cristiana, más acertada, brillante y rica, que la historia musical ha sido capaz de crear.
Capaz de conciliar de manera sencillamente brillante efectos tan contradictorios tales como el drama que supone la muerte de Cristo en la Cruz, con la alegría que confiere el hecho de manifestar que el cumplimiento de las profecías de los profetas mayores asegura por fin la definitiva salvación del Hombre: el Stabat Mater presenta además en torno a ello, un catálogo de recursos, giros, elegías y mediaciones, que no sólo eran desconocidos para los compositores que con anterioridad se habían dado a componer para éste recurso, sino que además inaugura de manera definitiva una manera original de hacerlo, confiriendo con ello espíritu propio a su obra, la cual, no lo olvidemos, no sólo sustituirá a la de Alessandro SCARLATTI en las celebraciones de viernes de dolores, sino que acabará superando ampliamente a ésta, adquiriendo rápidamente personalidad propia.

El Stabat Mater, La Virgen María, y La Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret. Sin duda ninguna uno de los episodios por antonomasia más controvertidos de cuantos tendremos a gala y privilegio analizar aquí.

Y sin duda uno de los que más sorpresas maravillosas podrá concedernos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 23 de marzo de 2013

DEL NACIMIENTO DE LA RAZÓN. DEL GIRO COPERNICANO KANTIANO. JUAN SEBASTIAN BACH COMO EPICENTRO DE LA REVOLUCIÓN.


No podemos, y por ello no dedicaremos un solo segundo, tratar de añadir nada nuevo a la larga lista de biografías, y al por otro lado inconmensurable catálogo de análisis a colación de sus obras, que sobre Juan SEBASTIÁN BACH podemos observar.
Sin embargo, la conmemoración del aniversario de su nacimiento, acontecido como todo el mundo sabe un 21 de marzo en este caso de 1685, sí que nos obliga a desarrollar un ejercicio de responsabilidad, poniendo para ello todo nuestro empeño dirigido a deambular con el cuidado que la ocasión merece, vigilando el no caer ni en repeticiones vulgares, ni en fabulaciones pintorescas.

Sometidos a la tensión que sin el menor género de dudas presagia semejante empresa, hemos de acudir a la salvaguarda humilde de afrontar la misma a partir del ejercicio de análisis no de las realidades que por tales, a la par que por objetivas, puedan y merezcan el regocijo de la discusión.
Por ello, saciamos nuestra sed de humildad mal digerida acudiendo en pos del refugio conceptual que las realidades abstractas una vez más ponen ante nosotros.

Es así que, hoy, osamos plantearos no una revisión, sino otra más de las múltiples visiones que al respecto de BACH y su música podéis encontrar, acuñada para la ocasión desde las múltiples perspectivas que sus relaciones para con el contexto histórico del momento del que era contemporáneo, le ofrecía.

Decir que la música de BACH es el resultado genial de una mente genial es algo que, a estas alturas, no resulta humilde, sino bastante vulgar. Por ello, hemos de ser un poco más exigentes, cuidando además de que el resultado no parezca, ni por asomo, enturbiar la afirmación de la que hemos partido, máxime cuando la compartimos sin el menor género de dudas.
Es la genialidad una aptitud exclusiva del Hombre. Si vamos un poco más allá, podremos determinar sin excesiva licencia que, además, es una capacidad que brilla de manera escasa en la especie, en tanto que se  presenta igualmente en pocos individuos. De manera que si queremos no caer ya en la tan anunciada como temida vulgaridad, habremos de comenzar a exponer criterios que avalen semejante afirmación.

Decir que BAHC crea la Música, sería sin duda ir demasiado lejos. Sin embargo, decir que tras su muerte, la Música pasa a ser un concepto mucho más ordenado, constituye en sí mismo un concepto con el que si bien no todos tenemos que estar inherentemente de acuerdo, sí que sin ninguna duda arrastrará más acepciones.

Y semejante convicción, parte de la observación de un hecho que, en contra de lo que pueda parecer, contradice de base uno de los principios fundamentales en los que apoyamos indefectiblemente el edificio de nuestras afirmaciones. Tal concepto es el de asumir que, todos los hombres, y por ende los músicos también, son el resultado de su tiempo, su lugar y su época. En definitiva, de su contexto.
Sin embargo en el caso de Juan SEBASTIAN BACH, y es ahí donde radica sencillamente su genialidad; semejante afirmación no es cierta.

Viene BACH a revolucionar  no la manera de componer, ni la de escuchar; ni siquiera la manera de sentir la música. Viene BACH a concebir una nueva manera de racionalizar la Música.
Con BACH, la Música adquiere connotaciones científicas.

Semejante afirmación, ha de ser manejada con la misma pulcritud con la que ha sido concebida. De lo contrario, permitiremos que la tan temida vulgaridad ya mencionada, gane terreno convirtiendo en despectivas el resto de afirmaciones que a partir de este momento podamos verter en tanto que seremos los responsables de una cadena de acontecimientos cuyos resultados puede que disten diametralmente de aquéllos que a priori han justificado una vez más el tiempo que dedicamos al presente.
La Música es una creación exclusiva del Ser Humano, toda vez que subyace a una recreación de las emociones profundas, las cuales por definición son algo igualmente propio del Hombre. Mas es el de las emociones, por definición, un mundo complejo, intangible y asimétrico; sometido además a las continuas variaciones propiciadas por lo voluble de la opinión, y de sus múltiples interpretaciones.
Es por ello que, en conciencia, hemos de afrontar el doble reto de hallar un protocolo en el que concilien de manera fructífera los esfuerzos simétricos de concebir una manera física de entender la Música; sin que ello desencadene el drama que podría llegar a derivarse en el caso de que nuestro proyecto degenerase en lo que podría interpretarse como un intento de arrebatar a la Música su igualmente inherente característica emotiva; asimétrica, subjetiva, adimensional y abstracta, toda vez que sometida en exclusiva al capricho de la propia interpretación. Lugar donde radica esencialmente su definición de subjetividad.

Se trata, en definitiva, de racionalizar la Música.

¿A alguien se le ocurre de verdad algún lugar, o algún tiempo mejor para tal empresa, que en el XVIII alemán?

Es el XVIII europeo, el momento sin igual para concebir un instante sin parangón a partir del que concebir, por primera vez, un mundo nuevo cuyas perspectivas no procedan tan solo de la acumulación de meras certezas procedentes de la necesidad del cambio; sino que por primera vez es probable que desde que comenzara el segundo milenio, tales prebendas tenían auténticos visos de estar revestidas de algún grado de certeza.

Los múltiples cambios que habían hecho del motor dinámico lugar maravilloso, esto es, El Renacimiento; los cuales inexcusablemente habían alumbrado el proceso de superación de la oscuridad propia de la Edad Media, desembocaron no obstante y desde luego de manera no menos cierta, en una inagotable sucesión de micro revoluciones las cuales en la mayoría de los casos no llevaron a parte alguna y no por falta de razón, sino más bien por la falta de un orden, de un método.

Además, el racionalismo científico imperante en el XVIII constituye en realidad el germen efectivo de un modelo constitutivo de una verdadera revolución que pasa en este caso no tanto por la formulación de grandes o novedosos principios, sino que más bien fundamenta su fuerza en la razón en si misma. O lo que es lo mismo, la certeza del éxito pasa no por la confianza que se pueda o no tener en la bonanza de los principios, sino que tal certeza pasa por la absoluta seguridad que la corrección de la formulación de tales principios, es esencialmente absoluta.

Los grandes principios en sí mismos, o más concretamente el espíritu que los promueve, ya habían sido formulados con la necesaria anterioridad, al menos en lo que se refiere a su proyección física.
Así, muchos años a… Nicolás COPÉRNICO había puesto literalmente patas arriba el mundo, al tomar al asalto una de las pocas plazas fuertes que a las concepciones previas le quedaban. Nos estamos refiriendo, sin ánimo de extendernos, a la revocación definitiva de los modelos astronómicos, y a sus consecuentes psicológicos propios, que ubicaban La Tierra como el merecido e inherente centro del universo.
Resulta que dependiendo de la adopción de modelo astral que mayoritariamente se haga en una u otra sociedad, e incluso en una u otra época; podemos y en virtud de ello debemos, extraer consecuencias que inexorablemente vinculen a los hombres que a los mencionados les son propias, de cara a predecir sus comportamientos dentro de determinados rangos referidos éstos sobre todo a la percepción que de campos determinados tales como la observación del mundo, de la realidad; y la imprescindible necesidad de extraer conclusiones al respecto; El Hombre de cada época tiene.

Por ello, no resulta para nada aventurado afirmar no ya que la revolución emprendida en el XVIII sea consecuencia inexorable del cambio de modelo antropológico, sino que los cambios de paradigma que se reflejan de manera irrefutable en condiciones tales como la aparición del mencionado modelo, avalan por otro lado la preparación del ambiente imprescindible que finalizará con la consecución de tal revolución.

De la capacidad que tengamos para comprender y en función de ello trasladar la manera mediante la que un cambio en este caso aparentemente solo físico, acaba por revolucionar los modelos conceptuales de toda una sociedad, dependerá el éxito no ya del presente artículo, sino evidentemente el triunfo de las tesis en el mismo manifestadas.
En contra de lo que viene siendo habitual en nosotros, de entrada incluso la elección del protocolo es innovadora. Así, por primera vez el camino es hacia arriba en la escalera. Esto es, habremos de inducir de la observación de una característica propia de lo cambiante del mundo material, una certeza proclive a ser instaurada como Ley en el mundo de lo abstracto, de lo fijo e inmutable.

Y tal proceder, lejos de arriesgarnos a naufragar en el mundo de los procedimientos, digamos que en lo que a nosotros se refiere, al menos en el día de hoy, basta con revisarse a efectos de conceptualización. O lo que es mejor, basta con pretenderlo a efectos de consideración ya que ¿No supone la mera existencia del proceder en este caso, una muestra palpable del grado de innovación que para la conceptualización del mundo supone?

Una revolución que por otra parte, es tan solo posible si tenemos en cuenta los inexorables e irrefutables efectos que para el mundo y sus consideraciones posteriores tuvo la presencia del otro gran protagonista del momento traído hoy a colación, Immanuel KANT. El hombre que vino no a teorizar sobre la revolución, sino que dotó al Hombre de los instrumentos de precisión mental imprescindibles para que el desarrollo primero, y la comprensión después de tales desarrollos, no fueran demasiado autodestructivos para aquél que se enfrenta a la ímproba labor de concebirlos.

Se cierra así el círculo. Hemos dibujado el camino que permite aproximarnos a la comprensión del Giro Copernicano-Kantiano. Y lo que es más llamativo, sin duda nos encontramos en condiciones óptimas si no para valorar, sí para comprender el grado de impacto que tales consideraciones necesariamente hubieron de tener en su época, toda vez que aún hoy son síntoma de controversia.

Es así que con Kant se formaliza no ya el Humanismo, sino que se certifica su triunfo. Crítica de la Razón Pura, Y Crítica de la Razón Práctica constituyen en sí mismas, en su procedimiento formal, sin necesidad por ende de entrar en consideraciones de más profundidad, la constatación definitiva no ya de que otro mundo es posible, sino que inexorablemente la búsqueda de tal mundo es una obligación moral.
En semejante término, moral, redunda la constatación definitiva del inexorable éxito de una revolución que al menos en sus condicionantes teóricos ya ha comenzado (aunque todavía quede mucho para el reflejo práctico). Una revolución que pasa por la certeza de que el Hombre ha de recuperar, arrebatándoselo a la Religión claro está, la capacidad de la que ésta se ha apropiado indebidamente, y que se muestra en la labor de juzgar a los hombres y sus comportamientos, Decidiendo según sus condicionantes expresos y la mayoría de veces alienantes, qué es lo que está bien, y qué es lo que no es preceptivo de merecer tal consideración.

Y en medio, si no como catalizador, sí como referente expreso, la Música de Juan SEBASTIAN BACH.

Una Música capaz como ninguna otra de  conciliar en el Hombre sus dos naturalezas, haciéndole sentir orgulloso de ambas, al permitirle mediante su disfrute, comprobar que el todo es siempre mayor que la suma de sus partes.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.





sábado, 16 de marzo de 2013

DE LOS PENSAMIENTOS, DE LAS REVOLUCIONES, Y DE SUS MÚLTIPLES RELACIONES


Pocas son las situaciones, so bien lo son  las revoluciones,  en las que ocurre que no acaba por saberse a ciencia cierta si es el pensamiento como substancia teórica el que provoca el desencadenante práctico, o si más bien al contrario se arroja primero la piedra, siendo necesario posteriormente la construcción de un armazón teórico con el que justificar el acto.

Sin embargo, en el caso que hoy de nuevo nos trae aquí, los previos, desarrollos y por supuesto conclusiones finales, que revisten de principio a fin la llamada Revolución Rusa, no adolece para nada de los problemas que tales consecuencias pueden traer aparejadas. Más bien al contrario, la mencionada Revolución puede perfectamente no solo responder a una métrica preceptiva perfectamente identificada, sino que al contrario de lo que ocurre con otras muchas consideraciones históricas, incluso posteriores, en éste caso sí podemos incluso identificar clara e inequívocamente a todos y cada uno de los protagonistas de la Revolución.

Así, si en nuestra anterior cita encontrábamos en el binomio STALIN-PROKÓFIEV, los ingredientes necesarios para intentar aproximarnos al desarrollo y por ende finalización del histórico episodio en el que se constituye la Revolución de Octubre; hoy acudimos de parecida manera al binomio MARX-SHOSTAKOVICHT para tratar de explicar, en éste caso, el origen de la propia Revolución.

Concatenando algunos de los preceptos ya sometidos en nuestra última cita, los previos prácticos que en materia de Sociedad fundamentalmente, acompañan el cambio de siglo, justifican cuando no hacen poco menos que imprescindibles, la puesta en práctica de toda una serie de medidas que acaben por consolidarse en el establecimiento de un nuevo modelo de estado en el que las libertades y usos convencionales estés más cercanos a lo que por aquél entonces era, todavía, una mera ilusión.

Sin embargo, el lógico sueño de libertad que atesora todo individuo por el mero hecho de ser Hombre, el cual terminará por fructificar bastantes años después en la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS, comienza a emerger ya aunque al principio lo haga de forma un tanto tímida, en las formas de comportamiento que comienzan a apreciarse en el seno de los que componen esa nueva realidad. Revolucionaria tanto en su forma de actuar como, lo más importante, en su forma de pensar.

Porque efectivamente ahí es donde radica la gran diferencia. La generación que en 1917 aprovecha la oportunidad para detonar la explosión social que converge en la Revolución del Octubre Rojo, irrumpe con fuerza y con unas previsiones de éxito con las que nunca contaron sus predecesores que proceden de saber que previamente, ya existe un corpus teórico al que referir de manera ordenada sus pretensiones y, lo más importante de todo, al que ceñir los comportamientos y estructuras que resulten en el caso de que éstos sean satisfactorios.

El culpable de tal hecho, y por ende de que el mundo se conciba hoy tal y como lo conocemos, un Alemán con pasado judío. Karl MARX.

Es MARX una de las figuras indiscutiblemente más influyentes del panorama conceptual histórico y mundial. Tal hecho, indiscutible en sí mismo, no se debe tanto a la concitación genial de grandes principios. No tan siquiera a la construcción o descubrimiento de grandes o ingeniosas fórmulas que hayan por sí cambiado el mundo. Lo que convierte en genial a MARX es su capacidad para aportar una luz, una perspectiva diferente, a la hora de analizar principios que por otra parte llevaban decenios si no siglos mirándose con la misma percepción, la cual por otro lado era en realidad incuestionable.

Así, y tal vez solo así, podamos entender entonces hechos tales como que, a partir de la eclosión de sus ideas; realidades como el trato inhumano que reciben los trabajadores del campo en la Rusia de principios del XX, o incluso y en resumen las condiciones cercanas al medievo en el que se concibe la vida en Rusia en general, sean precisamente ahora no solo cuestionadas, sino abiertamente criticadas por una población que hasta ese momento, se había mantenido aparentemente en un trágico letargo.

Pero quedarnos en que la actividad de pensamiento de MARX se ve reducida a convertirse en el alimento espiritual de las concepciones estrictamente pragmáticas de una revolución, sería tan injusto como innecesario. Karl MARX, en compañía de su inseparable, al menos en el terreno de la producción conceptual, ENGELS; logran armar no ya un armazón sino todo un edificio teórico del cual colgarán preceptos que cambiarán para siempre el mundo que existe antes de su nacimiento, y por supuesto el que vendrá con posterioridad a su muerte, acaecida el 14 de marzo de 1883.

Y entre todos estos principios uno, el de La Lucha de Clases que, más allá de ser o no acertado, revolucionará la forma de pensar de un mundo, y de una época, por aquél entonces manifiestamente sumidos en la lastimosa convicción de que el imprescindible cambio que ha de sobrevenir lo es de tal calado y magnitud, que nada ni nadie puede ya garantizar que se lleve a cabo de una manera pacífica.

Con la teorización efectiva de La Lucha de Clases, El Marxismo eleva al grado de teoría la por otra parte aceptada desde la Edad Media realidad según la cual todos los vínculos que coordinan o en cualquier caso preceptúan las relaciones entre los Hombres cuando éstas son sociales; se llevan a cabo bajo un régimen asimétrico.
Tal hecho, comúnmente aceptado, tiene en MARX al primer pensador que lo certifica. Pero semejante certificación, lejos de llevarse a cabo con fines de asentamiento, lo hace en realidad con el claro y firme propósito de denunciarlo, aportando con sus pensamientos las claves teóricas desde las que razonar la injusticia que se asoma tras semejante consideración.

Es así que MARX no se limita a teorizar sino que sus consideraciones, sometidas a priori a la interpretación de la Ética, vienen en realidad a querer influir de manera efectiva en la conformación de una nueva Moral la cual, de manera activa, modifique los preceptos que regulan no ya la forma de ver la vida, sino abiertamente la manera de vivir.
Es así que La Lucha de Clases trasciende el marco de lo eminentemente teórico, para convertirse en una norma de conducta moralmente avalada, aunque tales avales no hayan sido sino tácitamente aceptados toda vez que no han tenido tiempo efectivo de comprobarse.

Es precisamente el tan marcado carácter práctico, el que convierte a los principios marxistas en algo mucho más que teóricos. Es la Filosofía de MARX, terminología de la que él por otra parte siempre huyó por cuestiones evidentes, un verdadero Vademecum de acciones prácticas desde las que alimentar la Revolución.
De manera que no pecaríamos en absoluto de imprudentes si nos aventurásemos a decir que la Revolución Rusa comienza en realidad con la desaparición de Marx, de la que se cumplen ahora ciento treinta años, justificando a nuestro entender la traída a colación de estas palabras, ordenadas en este aquí, en este ahora.

Y si el autor se encuentra en la vanguardia  a su vez de los precursores, no es menos cierto que se sitúa de parecida manera capitaneando las huestes que habrán de hacer frente primero a sus propios dislates internos, para tratar de detener poco después, siempre en términos históricos, los desmanes que vendrán a cometer los demás.
Así, cuando desarrolla a modo de principio estructural el concepto inalienable toda vez que irreversible de la lucha de clases; MARX viene a situar un potente cortafuegos que salvará a la URSS, y con ello posiblemente a Europa, del que pocos años después previsiblemente podría llegar a ser terreno abonado para los fascismos.
Así, podemos constatar sin el menor género de dudas, que el principio del corporativismo, que en terreno de lo conceptual se sitúa a la misma altura para el fascista que el de la lucha de clases para el comunista; lleva aprisionado en su impronta una visión netamente aviesa por lo alienante, que de haber logrado triunfar, sin duda lo hubiera llevado a convertirse en un factor tan relevante para la introducción del fascismo en Europa, como sin duda hubiera sido la propia Segunda Guerra Mundial.

Con ello, y a título igualmente de conclusión, constatar que el carácter eminentemente práctico de la mencionada Lucha de Clases, confiere un marcado carácter realista a toda la corriente de pensamiento no ya marxista, sino estrictamente  al poseído por el propio Karl MARX. Sin embargo, tal hecho no por ser cierto, resta un ápice a la genialidad de un hombre capaz de teorizar, y con notable éxito en relación a un hecho tan controvertido a lo largo de la Historia, como es el de la Dialéctica. Y no contento con ello, persevera hasta elevarlo a la condición de motor de la Historia.

Y en medio de ello, Shostakovich. Un hombre que, irremediablemente, es el resultado de su tiempo. Pero en el caso que nos ocupa, además con el agravante añadido de que tal participación para con las circunstancias del contexto es, en este caso, con absoluta premeditación. Incluso con alevosía.

Así, si en el caso de PROKÓFIEV habíamos de constatar su ambivalencia, con la que conseguía convertir en transformaciones camaleónicas lo que en realidad constituía un alarde de supervivencia; en el caso de Shostakovich tales comportamientos procedían de una fuente tan justificada, como por otro lado radical.
Sin llegar a ser el compositor del Régimen, bien es cierto que nuestro protagonista jugó, y lo hizo de manera absolutamente voluntaria, el papel de justificador elemental al que inexorablemente han de acudir todas las autarquías una vez que los cantos de sirenas que en la mayoría de ocasiones promovieron su ascenso cuando no su consolidación; dejan de ser suficientes para ocultar aquello que muchas veces no sabemos si es incoherencia procedente del ejercicio propio, o chabacanería propia de los desmanes ególatras de un dirigente qué, victima de un exceso de paternalismo, termina por confundir sus atribuciones.

Sea como fuere, las artes de encantador de serpientes que primero Lenin, y después Stalin proceden a desarrollar; tienen en la persona de Dimitry no ya un gran receptor, sino un magnífico amplificador.

Surge así una simbiosis que, evidentemente, ha de ser necesariamente vinculante para ambas partes. El músico no es que se convierta, sino que asume de manera netamente voluntaria, una función de embajador de las maravillas que la Dictadura del Proletariado tiene para el pueblo. De esta manera, el acceso que evidentemente tiene a la plana mayor de lo más florido de las estructuras de los estados que visita, la cual acude no solo a sus conciertos, sino sobre todo a las recepciones que con tal efecto promueve la embajada de la ya URSS en los respectivos países; recibe una visión absolutamente partidista e irreal del mundo y de las formas que las formas de hacer comunistas tienen en URSS. Una visión que aceptan en tanto que en la mayoría de ocasiones les permite con ello lavar su mala conciencia, procedente de la observación de las aberraciones que por otro lado otras fuentes aportan.

Se trata en definitiva del éxito de la teoría de la duda razonable.

Sin embargo, en una de las paradojas más duras de las que tenemos constancia, una vez muerto el régimen, en contra de lo que pueda pensarse, no se muere el compositor, ni tan siquiera su fama.

Es la música de SHOSTAKÓVICH una música sencilla, más que directa, si bien esto no fue obstáculo para que, como decimos, le llevara a convertirse en el compositor del Estado.

Es un compositor del que escuchar su música resulta sencillo, por lo que se asimila bien. Elegimos con cuidado los términos, y en este caso asumimos de asimilar la acepción en base a la cual argüimos al hecho de interiorizar.
SHOSTAKÓVICH se te mete dentro. Su música profundiza, en todos los sentidos. Como un caudal de agua, se adapta, modifica su forma (o la del medio que le circunda), presiona y rompe. Por ello resulta una forma diferente a la de PROKÓFIEV, en el caso de éste, era él quien modificaba su propia concepción, en pos de la literalidad de su música. En el caso de SHOSTAKÓVIH, es su música la que hace prestidigitación y equilibrios en la cuerda floja, siempre en pos de salvar la cara de un compositor, del que indudablemente todo está por decir.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 9 de marzo de 2013

DEL OCTUBRE ROJO, A SUS CONSECUENCIAS EN LA HISTORIA.


Tratar de circunscribir los acontecimientos de la Revolución Rusa a los hechos que tuvieron lugar a finales de 1917, resulta tan artificial como podría resultar el ejercicio, en vano por muchos intentado, de decir que las consecuencias de tan revuelta época son tan solo constatables en los territorios que físicamente los contuvieron.

Si bien los desarrollos sociales y políticos del momento es obvio que presagiaban un estallido por otra parte imperioso, resultaría absurdo, cuando no un acto de controvertida obscenidad didáctica, tratar de decir que lo ocurrido en la por entonces Rusia, era algo esperado.
Sin desdecirnos un ápice de la máxima histórica según la cual los acontecimientos que en tal campo tienen alguna relevancia comparten el denominador común de no gestarse en un instante, en tanto que sus causas raramente pueden atribuirse a un solo acontecimiento; no es menos cierto que en el caso que nos ocupa, nada ni nadie en su sano juicio podría haber presagiado no ya las consecuencias, sino por supuesto el mero hecho de la detonación de la revolución rusa de octubre de 1917.

Como muestra de tal certeza, basta con reseñar el hecho de que el Imperio Ruso, y a la sazón sus más que temibles ejércitos, siempre al servicio del Zar, se encontraban en este caso desperdigados por todo el territorio europeo, luchando en una guerra que no era por supuesto suya, inmersos en un conflicto de competencias incomprensibles para ellos en tanto que militares, pero cuyas consecuencias sí eran por ellos padecidas dado que sus oficiales, pertenecientes como todo lo mínimamente digno en Rusia, a la selecta casta de los aristócratas; no se movían siguiendo, como era de esperar, criterios técnicos o de competencia, sino escuetos actos destinados a promover el mantenimiento, cuando no el aumento, de sus respectivos capitales, ya fueran éstos de carácter moral, o directamente de incremento de poder.

Profundizando así un poco más en los motivos que desembocan en la entrada de Rusia en la I Guerra Mundial, nos encontramos con que semejante paso, de incalculables consecuencias históricas, se da en realidad con motivos más estratégicos y defensivos, que lícitamente justificados según el Arte de la Guerra. Así, cuando Bismarck considera que las presiones que Alemania en tanto que capital del Imperio dominante en Europa, son ya inaceptables, presiones que por otra parte proceden de las sempiternas potencias modernas, Gran Bretaña y Francia; se encuentra para su desazón con el hecho innegable de que lanzarse a la carga en la frontera oriental francesa, supondría sin duda un error imperdonable al ofrecer al siempre peligroso enemigo Ruso su propia frontera, en bandeja de plata.
No es que Rusia en 1014 tuviera, ni tan siquiera a corto plazo, motivos reales para lanzarse a la carga. Así, el falso periodo de estabilidad gubernamental representado por el dominio del Zar, se traducía en una calma que, visto con perspectiva y sumado a los inexistentes motivos de expansión territorial, hacían complejo ver el porqué del peligro ruso.

Pero Bismarck, el último representante tal vez de las viejas estructuras, tenía perfectamente claro, y así se lo hizo saber a Alemania “Dejar la frontera oriental del país desguarnecida apostando en la potencialidad del desinterés ruso, la certeza de su ejército, es algo que no estoy dispuesto a hacer.”
Por eso, cuando en junio de 1914 la I Guerra Mundial estalla, lo hace con la certeza definitiva de que la primera batalla en realidad habrá de librarse contra la realidad del potencial de movilización con el que Rusia cuenta, y que se traduce en 6 millones de soldados en 48 horas.

Es la Rusia que entra en 1900, una nación en el más amplio de los sentidos de la palabra. Su tremebunda extensión unido a lo ingente del número de habitantes, conforman una escenografía que sin entrar en muchos detalles, hace difícil representarse el modelo de sociedad, y por ende el de su traducción en política, que hagan gobernable tal monstruo.
Por eso, la perspectiva histórica nos lleva a decir que únicamente un sistema autocrático, en cualquiera de sus versiones, garantiza el éxito en la titánica misión.

Nos encontramos así a principios del pasado siglo un país que todavía no ha transitado el camino de la modernidad. Es más, en la mayoría de los casos sigue sumido en la Edad Media. Regido con mano dura por un modelo que convierte al Zar en el máximo dignatario a todos los efectos, la Rusia de 1905, momento en el que tiene lugar el primer conato de revuelta está no ya gobernada, sino monopolizada por la dinastía que a la sazón será la última, la de los Romanov.

Con la aprobación de una caterva gubernamental cuya función es meramente estética, Nicolás II gobierna con poderes absolutos desde un San Petersburgo que se convertirá no en el último valuarte del zarismo, sino curiosamente en la cuna de la revolución.
Las causas, otrora evidentes, han sido superficialmente ya constatadas. Si tratamos de entender el porqué del hecho de que las gentes de aquélla Rusia, accedieran libremente a los dictámenes en la mayoría de ocasiones despóticos de sus dirigentes, nos encontramos sin duda alguna con lo certero de la explicación según la cual la incapacidad para organizarse de un país en el que las largas distancias tenían además su constatación en la gran diversidad social, convertían en imposible cualquier intento de alzarse contra una estructura en la que el caciquismo medieval se practicaba de manera activa por mediación de una administración burocrática completamente controlada por la una Aristocracia que disfrazaba su incompetencia, así como las consecuencias de la misma; en los más absolutos desmanes.

Por ello, cuando ésta misma aristocracia se puso en marcha hacia la frontera de Francia copando los puestos del escalafón de mando del ejército ruso, lo hizo disimulando en un primer momento su manifiesta incapacidad en el hecho cuantitativo según el cual no tenían problemas para sustituir las incontables bajas, desde la óptica de que por cada soldado alemán, se contaban en seis los infantes rusos.

Pero cuando el frente se estabilizó en el centro del continente, la situación era del todo inaceptable. Y así quedó claro para el grupo de marineros de submarinos de la base de San Petersburgo que en aquél octubre decidieron alzarse contra la interminable lista de barrabasadas que a todos los planos se estaban cometiendo.
Al en principio motín, inmediatamente se unieron las hilanderas de una fábrica cercana, las cuales poco tardaron en agitar a los maridos y demás, de las amplias ya por entonces zonas industriales de un San Petersburgo que, no lo olvidemos, cuenta con el Palacio del Zar.

En un tiempo récord, la revolución no es ya que sea un éxito, es que resulta incontestable.

De la dimisión de los Romanov, efectiva el 15 de marzo de ése mismo 1917, se desprenden los conceptos fundamentales para la retirada de la Guerra de una Rusia que, todavía en el mencionado instante no puede decir a ciencia cierta qué le llevó a ingresar en la misma.
Y de nuevo Alemania. Convencido Bismarck del beneficio que puede obtener ante el giro inesperado de los acontecimientos; comienza una activa campaña de desestabilización que tiene su muestra fundamental en las prebendas que  concede a una figura todavía en ciernes, al menos en lo que concierne de cara a las relaciones exteriores. Comete el error de apoyarse en un Lenin el cual, jugando como nadie sus bazas, logra camelar a Alemania hasta el extremo de que ésta le sufraga no ya su retorno Rusia, sino la certeza de hacerlo con dinero fresco, y la franca promesa de ayuda.

El retorno de Lenin, lejos de apaciguar las ideas, no hace sino aumentar la ya de por sí creciente inestabilidad.

La Revolución ha degenerado. Así, tras lograr la renuncia de Nicolás II en un tiempo récord, y su sustitución por un gobierno de transición en un tiempo igualmente admirable, se pierde luego en una serie de debates en los que la falta de práctica política tiene gran parte de culpa.

Bolcheviques y Mencheviques, o lo que es lo mismo radicales y moderados, se lanzan a una fraticida guerra civil que es manejada con gran habilidad por un Lenin que da muestras de ser mucho más de lo que no ya los alemanes, sino sus propios compatriotas, habían imaginado. Como prueba de ello, la publicación de las que pasarán a la Historia como las tesis de Abril, en las que promete la paz inmediata, el reparto de las tierras antaño propiedad de los aristócratas, entre el campesinado; la colectivización del tejido industrial, y el respeto a las nacionalidades o diferencias sociales rusas.

Finalizada la guerra en 1921, la antigua Rusia se amolda ahora a los nuevos tiempos mediante la imposición de una Dictadura Comunista de la que Lenin será su gran defensor y a efectos padre.
Desarrolla además una serie de medidas, entre las que destaca sin duda el Plan NEP (Nueva Política Económica) cuyo desarrollo, como no podía ser de otro modo, tiene consecuencias que desbordan con mucho los en principio límites de la estructura económica. La conformación de Soviets, estructuras en principio solo productivas, atendiendo a criterios de autosuficiencia; promueve a la par que constata en 1922 el nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS la cual bajo un nuevo orden basado en la estructura federal, concita los principios de nación inalienable en tanto que se agrupa en torno a un Soviet Supremo  el cual, junto al resto de órganos legislativos, quedan bajo el férreo control del Partido Comunista (PCUS)

Las Tesis de Abril, han triunfado.

Y de ahí, a un devenir incuestionable, del que muchas veces las nuevas formas de dictadura disimulada en tanto que ahora no se ejecuta por un solo hombre, sino por un Gobierno, la Duma en este caso, dan forma al que es sin duda el último gran Imperio de Europa.

Un imperio que a mi entender, junto al de muchos otros, da sus últimos pasos a raíz de la muerte de su último gran jerarca, Stalin, acaecida el 5 de marzo de 1953.

La URSS, como toda estructura ingente, pasará a partir de ese momento a vegetar en pos de un colapso que tardará en llegar sólo por la enormidad del proyecto, en todos los campos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 2 de marzo de 2013

DE VIVALDI Y DE LAS MÚLTIPLES FORMAS DE LA PERFECCIÓN.


¿Qué momento era el más apreciado por un compositor? ¿El que acumulaba las dudas propias de no saber a qué carta quedarse junto antes de decidir qué camino tomar a la hora de comenzar una composición? ¿Aquél en el que, justo cuando acaba de sonar la última nota, la que pone fin a la interpretación el día del estreno, un tétrico silencio separa la gloria, del incipiente caos?

Se trata de una se esas múltiples cuestiones a las que sólo un compositor podría contestar, y, como suele ocurrir con la mayor parte de los que pueblan las a estas alturas ya variadas páginas; también en el caso que hoy nos ocupa nuestro protagonista se ha llevado consigo a la tumba la respuesta, si es que en el caso de Antonio VIVALDI, tal consideración fue en alguna ocasión motivo de desarrollo, cuando menos de perder con la misma un instante de su, qué duda cabe, valioso tiempo.

Un tiempo que, en lo que concierne a nuestro protagonista, será sometido a diversas transcripciones, tantas como las que sean las dedicadas a transcribir otras tantas las sin duda múltiples facetas de su vida.
Llegado este instante, importante el presente toda vez que nos sorprende hablando de tiempo, resulta considerado señalar ya que es VIVALDI un hombre que guardará una extraña relación con ese mismo tiempo, otrora flujo vital del dios Chronos.

Es VIVALDI uno de esos extraños compositores que son regalados con la ¿suerte?, de ser reconocidos abiertamente en vida. Su fama trasciende el tiempo, y la forma, si bien sobre todo destacará no sólo por la predisposición del público en general a concederle sus beneplácitos, como de hecho así sucede, como en especial, y debidamente tenido en cuenta el hecho de la cantidad de maledicencias y envidias que por otro lado levantará entre los profesionales contemporáneos que, aparentemente al menos disputaban con él una plaza, cuando no la fama.

Y precisamente ahí puede hallarse el principal motivo que hemos de tener en cuenta a la hora de tratar de explicar la sorprendente desaparición que sufre tanto la biografía del compositor, como en especial su obra, la cual resulta poco menos que desterrada del catálogo de representaciones y consideraciones del respeto musical del Europa, hasta 1922. Como prueba, la primera grabación de las archifamosas Cuatro Estaciones, no se llevará a cabo hasta 1950.

Es VIVALDI un músico que al contrario de lo que viene ocurriendo no ya con los de su generación, sino con la mayoría de todos los considerados a lo largo de la Historia, sí conoce el éxito en vida. Semejante hecho, además de proporcionarnos una excelente muestra de su especial perspicacia, puede servirnos igualmente para comprender, si no para denotar cómo la envidia de sus contrincantes contemporáneos va confeccionando una atmósfera que se cifra en el hecho, que ahora ya no resulta anecdótico, sino más bien muy esclarecedor; de que en vida fuera conocido como el cura rojo.

Es efectivamente VIVALDI otro más de esos casos que hace honor a la costumbre generalizada según la cual el primogénito de la familia es puesto directamente al servicio de Dios. Siguiendo tal consigna, Antonio De Luca VIVALDI es ordenado sacerdote en Venecia, su ciudad natal, en la que había venido al mundo un cuatro de marzo, concretamente de 1678. Semejante hecho, que obviamente no ocurre por casualidad, no tendrá más que consecuencias positivas para nuestro protagonista, si bien tales buenas nuevas, no procederán de los vestigios que podrían o en todo caso serían debidas, a una aparente normalidad.

Será Venecia, y más concretamente la de la segunda mitad del XVII, una ciudad reconocible por su ansia versada en este caso en pos de recuperar su prestigioso pasado perdido. Un pasado que se recordaba con excesiva perseverancia, y que se tornaba en drama cuando partía de la constatación de las glorias pasadas, aquéllas que se perdieron cuando fue la Serenísima.
De aquellos tiempos nunca olvidados, en los que la ciudad gozó de plena independencia cimentada fundamentalmente en su franca posición de cara al dominio del comercio con oriente por su impagable posición en el Adriático, redundan una serie de características, algunas de ellas del todo paradójicas entre las que destacan la tenencia y disposición a tenor del pueblo, de una red de teatros, museos, y teatros de la música, como sólo San Petersburgo podrá llegar a tener, y para ello habrán de discurrir muchos años todavía.

Mientras tanto, la ciudad contará de manera fundamental para lo que constituye nuestros intereses, con una incomparable red de casa de acogida, destinadas a albergar a lo que se denominaban mujeres de vida solícita. En los mencionados establecimientos se dotaba a tales mujeres, pero sobre todo a las niñas que ingresaban al servicio de la institución, de una sólida formación sobre todo en el arte musical.

Y precisamente en el más importante de estos establecimientos, en Ospedale Della Piet’a¸ desarrollaba su labor Antonio VIVALDI.

Del contacto con las excepcionales voces que en muchas ocasiones salían de la institución, unido al hecho de que al año de ser ordenado sacerdote, hecho que acaece en 1708; Vivaldi abandona la tonsura alegando el efecto denostable de una no probada enfermedad pulmonar, cambiando el contexto situacional de sus acciones ya que, sin abandonar sus funciones de maestro de composición en La Piedad, no es menos cierto que las mencionadas se verán complementadas, e incluso a menudo superadas por sus acciones fundamentalmente destinadas en este caso a los logros en materia de empresario musical.

Pero retornando al presente que Venecia vive en el momento, las viejas glorias aludidas con anterioridad, comienzan a ser ya sustituidas a principios del XVIII por un proyecto que encumbra a la ciudad en lo más alto de la escala de ciudades turísticas de Europa. Ejemplo de semejante política está en el hecho de que durante uno de esos años, todos los días fueron festivos. Para ello, las representaciones artísticas, en especial de Ópera, tendrán un papel fundamental. No en vano, la primera ópera de la historia, compuesta por Monteverdi, había tenido su origen en Venecia.

En consecuencia, parece casi una obviedad que Vivaldi se dedique también a la composición de óperas. Lo hará con notable éxito, creando más de cincuenta obras de este tipo. De hecho, la primera, La Piedad en Otoño, se estrena hace ahora justo trescientos años.

Y la fama del compositor crece, y no lo hace sólo por sus óperas. Vivaldi es, además de por todo lo  ya comentado, otro extraño caso en lo que concierne al hecho de conjugar una extraña habilidad que le permite conjugar el éxito por igual cuando este procede de composiciones corales, como de aquéllas estrictamente conformadas por instrumentación. 
No contento con ello, desarrolla su habilidad escribiendo hermosos conciertos dedicados a instrumentos de viento que, estaban prácticamente denostados del predicamento musical del momento. Y todo ello sin olvidar por supuesto al violín, al que convierte en el rey del espectáculo. Crea para él una fenomenología única, basada en la elaboración de un complejísimo proyecto musical en el que el instrumento solista adquiere una función dentro del desarrollo musical que rompe para siempre con lo anterior a la hora de describir lo que era hasta el momento el vínculo entre orquesta y solista. A título descriptivo, hay quien afirma que Paganini será un hijo lejano de Vivaldi.

Nuevas formas, nuevos instrumentos. En definitiva toda una forma nueva de proceder que termina por conformar un escenario tan innovador que acaba por abducir con ello a nuestro protagonista, el cual termina desasistido, abandonado y lo que es peor, olvidado, pasando sus últimos días en una Viena que no se le comprende en tanto que nada ni nadie puede decir qué hace en ella.
Por ello a su muerte, acaecida no sabemos si el 26 o el 27 de julio de 1741, no hace sino poner un lamentable punto final a un periodo de decadencia incomprensible.

Será enterrado conforme a sus derechos, no adquiridos, sino en este caso perdidos, en el cementerio “de los pobres” de la ciudad.

Su funeral tiene derecho a coro, en el mismo cantará un niño de siete años que atiende al nombre de J. Haydn

Luis Jonás VEGAS VELASCO.