sábado, 16 de marzo de 2013

DE LOS PENSAMIENTOS, DE LAS REVOLUCIONES, Y DE SUS MÚLTIPLES RELACIONES


Pocas son las situaciones, so bien lo son  las revoluciones,  en las que ocurre que no acaba por saberse a ciencia cierta si es el pensamiento como substancia teórica el que provoca el desencadenante práctico, o si más bien al contrario se arroja primero la piedra, siendo necesario posteriormente la construcción de un armazón teórico con el que justificar el acto.

Sin embargo, en el caso que hoy de nuevo nos trae aquí, los previos, desarrollos y por supuesto conclusiones finales, que revisten de principio a fin la llamada Revolución Rusa, no adolece para nada de los problemas que tales consecuencias pueden traer aparejadas. Más bien al contrario, la mencionada Revolución puede perfectamente no solo responder a una métrica preceptiva perfectamente identificada, sino que al contrario de lo que ocurre con otras muchas consideraciones históricas, incluso posteriores, en éste caso sí podemos incluso identificar clara e inequívocamente a todos y cada uno de los protagonistas de la Revolución.

Así, si en nuestra anterior cita encontrábamos en el binomio STALIN-PROKÓFIEV, los ingredientes necesarios para intentar aproximarnos al desarrollo y por ende finalización del histórico episodio en el que se constituye la Revolución de Octubre; hoy acudimos de parecida manera al binomio MARX-SHOSTAKOVICHT para tratar de explicar, en éste caso, el origen de la propia Revolución.

Concatenando algunos de los preceptos ya sometidos en nuestra última cita, los previos prácticos que en materia de Sociedad fundamentalmente, acompañan el cambio de siglo, justifican cuando no hacen poco menos que imprescindibles, la puesta en práctica de toda una serie de medidas que acaben por consolidarse en el establecimiento de un nuevo modelo de estado en el que las libertades y usos convencionales estés más cercanos a lo que por aquél entonces era, todavía, una mera ilusión.

Sin embargo, el lógico sueño de libertad que atesora todo individuo por el mero hecho de ser Hombre, el cual terminará por fructificar bastantes años después en la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS, comienza a emerger ya aunque al principio lo haga de forma un tanto tímida, en las formas de comportamiento que comienzan a apreciarse en el seno de los que componen esa nueva realidad. Revolucionaria tanto en su forma de actuar como, lo más importante, en su forma de pensar.

Porque efectivamente ahí es donde radica la gran diferencia. La generación que en 1917 aprovecha la oportunidad para detonar la explosión social que converge en la Revolución del Octubre Rojo, irrumpe con fuerza y con unas previsiones de éxito con las que nunca contaron sus predecesores que proceden de saber que previamente, ya existe un corpus teórico al que referir de manera ordenada sus pretensiones y, lo más importante de todo, al que ceñir los comportamientos y estructuras que resulten en el caso de que éstos sean satisfactorios.

El culpable de tal hecho, y por ende de que el mundo se conciba hoy tal y como lo conocemos, un Alemán con pasado judío. Karl MARX.

Es MARX una de las figuras indiscutiblemente más influyentes del panorama conceptual histórico y mundial. Tal hecho, indiscutible en sí mismo, no se debe tanto a la concitación genial de grandes principios. No tan siquiera a la construcción o descubrimiento de grandes o ingeniosas fórmulas que hayan por sí cambiado el mundo. Lo que convierte en genial a MARX es su capacidad para aportar una luz, una perspectiva diferente, a la hora de analizar principios que por otra parte llevaban decenios si no siglos mirándose con la misma percepción, la cual por otro lado era en realidad incuestionable.

Así, y tal vez solo así, podamos entender entonces hechos tales como que, a partir de la eclosión de sus ideas; realidades como el trato inhumano que reciben los trabajadores del campo en la Rusia de principios del XX, o incluso y en resumen las condiciones cercanas al medievo en el que se concibe la vida en Rusia en general, sean precisamente ahora no solo cuestionadas, sino abiertamente criticadas por una población que hasta ese momento, se había mantenido aparentemente en un trágico letargo.

Pero quedarnos en que la actividad de pensamiento de MARX se ve reducida a convertirse en el alimento espiritual de las concepciones estrictamente pragmáticas de una revolución, sería tan injusto como innecesario. Karl MARX, en compañía de su inseparable, al menos en el terreno de la producción conceptual, ENGELS; logran armar no ya un armazón sino todo un edificio teórico del cual colgarán preceptos que cambiarán para siempre el mundo que existe antes de su nacimiento, y por supuesto el que vendrá con posterioridad a su muerte, acaecida el 14 de marzo de 1883.

Y entre todos estos principios uno, el de La Lucha de Clases que, más allá de ser o no acertado, revolucionará la forma de pensar de un mundo, y de una época, por aquél entonces manifiestamente sumidos en la lastimosa convicción de que el imprescindible cambio que ha de sobrevenir lo es de tal calado y magnitud, que nada ni nadie puede ya garantizar que se lleve a cabo de una manera pacífica.

Con la teorización efectiva de La Lucha de Clases, El Marxismo eleva al grado de teoría la por otra parte aceptada desde la Edad Media realidad según la cual todos los vínculos que coordinan o en cualquier caso preceptúan las relaciones entre los Hombres cuando éstas son sociales; se llevan a cabo bajo un régimen asimétrico.
Tal hecho, comúnmente aceptado, tiene en MARX al primer pensador que lo certifica. Pero semejante certificación, lejos de llevarse a cabo con fines de asentamiento, lo hace en realidad con el claro y firme propósito de denunciarlo, aportando con sus pensamientos las claves teóricas desde las que razonar la injusticia que se asoma tras semejante consideración.

Es así que MARX no se limita a teorizar sino que sus consideraciones, sometidas a priori a la interpretación de la Ética, vienen en realidad a querer influir de manera efectiva en la conformación de una nueva Moral la cual, de manera activa, modifique los preceptos que regulan no ya la forma de ver la vida, sino abiertamente la manera de vivir.
Es así que La Lucha de Clases trasciende el marco de lo eminentemente teórico, para convertirse en una norma de conducta moralmente avalada, aunque tales avales no hayan sido sino tácitamente aceptados toda vez que no han tenido tiempo efectivo de comprobarse.

Es precisamente el tan marcado carácter práctico, el que convierte a los principios marxistas en algo mucho más que teóricos. Es la Filosofía de MARX, terminología de la que él por otra parte siempre huyó por cuestiones evidentes, un verdadero Vademecum de acciones prácticas desde las que alimentar la Revolución.
De manera que no pecaríamos en absoluto de imprudentes si nos aventurásemos a decir que la Revolución Rusa comienza en realidad con la desaparición de Marx, de la que se cumplen ahora ciento treinta años, justificando a nuestro entender la traída a colación de estas palabras, ordenadas en este aquí, en este ahora.

Y si el autor se encuentra en la vanguardia  a su vez de los precursores, no es menos cierto que se sitúa de parecida manera capitaneando las huestes que habrán de hacer frente primero a sus propios dislates internos, para tratar de detener poco después, siempre en términos históricos, los desmanes que vendrán a cometer los demás.
Así, cuando desarrolla a modo de principio estructural el concepto inalienable toda vez que irreversible de la lucha de clases; MARX viene a situar un potente cortafuegos que salvará a la URSS, y con ello posiblemente a Europa, del que pocos años después previsiblemente podría llegar a ser terreno abonado para los fascismos.
Así, podemos constatar sin el menor género de dudas, que el principio del corporativismo, que en terreno de lo conceptual se sitúa a la misma altura para el fascista que el de la lucha de clases para el comunista; lleva aprisionado en su impronta una visión netamente aviesa por lo alienante, que de haber logrado triunfar, sin duda lo hubiera llevado a convertirse en un factor tan relevante para la introducción del fascismo en Europa, como sin duda hubiera sido la propia Segunda Guerra Mundial.

Con ello, y a título igualmente de conclusión, constatar que el carácter eminentemente práctico de la mencionada Lucha de Clases, confiere un marcado carácter realista a toda la corriente de pensamiento no ya marxista, sino estrictamente  al poseído por el propio Karl MARX. Sin embargo, tal hecho no por ser cierto, resta un ápice a la genialidad de un hombre capaz de teorizar, y con notable éxito en relación a un hecho tan controvertido a lo largo de la Historia, como es el de la Dialéctica. Y no contento con ello, persevera hasta elevarlo a la condición de motor de la Historia.

Y en medio de ello, Shostakovich. Un hombre que, irremediablemente, es el resultado de su tiempo. Pero en el caso que nos ocupa, además con el agravante añadido de que tal participación para con las circunstancias del contexto es, en este caso, con absoluta premeditación. Incluso con alevosía.

Así, si en el caso de PROKÓFIEV habíamos de constatar su ambivalencia, con la que conseguía convertir en transformaciones camaleónicas lo que en realidad constituía un alarde de supervivencia; en el caso de Shostakovich tales comportamientos procedían de una fuente tan justificada, como por otro lado radical.
Sin llegar a ser el compositor del Régimen, bien es cierto que nuestro protagonista jugó, y lo hizo de manera absolutamente voluntaria, el papel de justificador elemental al que inexorablemente han de acudir todas las autarquías una vez que los cantos de sirenas que en la mayoría de ocasiones promovieron su ascenso cuando no su consolidación; dejan de ser suficientes para ocultar aquello que muchas veces no sabemos si es incoherencia procedente del ejercicio propio, o chabacanería propia de los desmanes ególatras de un dirigente qué, victima de un exceso de paternalismo, termina por confundir sus atribuciones.

Sea como fuere, las artes de encantador de serpientes que primero Lenin, y después Stalin proceden a desarrollar; tienen en la persona de Dimitry no ya un gran receptor, sino un magnífico amplificador.

Surge así una simbiosis que, evidentemente, ha de ser necesariamente vinculante para ambas partes. El músico no es que se convierta, sino que asume de manera netamente voluntaria, una función de embajador de las maravillas que la Dictadura del Proletariado tiene para el pueblo. De esta manera, el acceso que evidentemente tiene a la plana mayor de lo más florido de las estructuras de los estados que visita, la cual acude no solo a sus conciertos, sino sobre todo a las recepciones que con tal efecto promueve la embajada de la ya URSS en los respectivos países; recibe una visión absolutamente partidista e irreal del mundo y de las formas que las formas de hacer comunistas tienen en URSS. Una visión que aceptan en tanto que en la mayoría de ocasiones les permite con ello lavar su mala conciencia, procedente de la observación de las aberraciones que por otro lado otras fuentes aportan.

Se trata en definitiva del éxito de la teoría de la duda razonable.

Sin embargo, en una de las paradojas más duras de las que tenemos constancia, una vez muerto el régimen, en contra de lo que pueda pensarse, no se muere el compositor, ni tan siquiera su fama.

Es la música de SHOSTAKÓVICH una música sencilla, más que directa, si bien esto no fue obstáculo para que, como decimos, le llevara a convertirse en el compositor del Estado.

Es un compositor del que escuchar su música resulta sencillo, por lo que se asimila bien. Elegimos con cuidado los términos, y en este caso asumimos de asimilar la acepción en base a la cual argüimos al hecho de interiorizar.
SHOSTAKÓVICH se te mete dentro. Su música profundiza, en todos los sentidos. Como un caudal de agua, se adapta, modifica su forma (o la del medio que le circunda), presiona y rompe. Por ello resulta una forma diferente a la de PROKÓFIEV, en el caso de éste, era él quien modificaba su propia concepción, en pos de la literalidad de su música. En el caso de SHOSTAKÓVIH, es su música la que hace prestidigitación y equilibrios en la cuerda floja, siempre en pos de salvar la cara de un compositor, del que indudablemente todo está por decir.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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