Pocas son las situaciones, so bien lo son las revoluciones, en las que ocurre que no acaba por saberse a
ciencia cierta si es el pensamiento como substancia teórica el que provoca el
desencadenante práctico, o si más bien al contrario se arroja primero la piedra, siendo necesario posteriormente la
construcción de un armazón teórico con el que justificar el acto.
Sin embargo, en el caso que hoy de nuevo nos trae aquí, los
previos, desarrollos y por supuesto conclusiones finales, que revisten de
principio a fin la llamada Revolución
Rusa , no
adolece para nada de los problemas que tales consecuencias pueden traer
aparejadas. Más bien al contrario, la mencionada Revolución
puede perfectamente no solo responder a una métrica
preceptiva perfectamente identificada, sino que al contrario de lo que
ocurre con otras muchas consideraciones históricas, incluso posteriores, en
éste caso sí podemos incluso identificar clara e inequívocamente a todos y cada
uno de los protagonistas de la
Revolución.
Así, si en nuestra anterior cita encontrábamos en el binomio
STALIN-PROKÓFIEV, los ingredientes necesarios para intentar aproximarnos al
desarrollo y por ende finalización del histórico episodio en el que se
constituye la Revolución de Octubre; hoy acudimos de parecida manera al binomio
MARX-SHOSTAKOVICHT para tratar de explicar, en éste caso, el origen de la propia Revolución.
Concatenando algunos de los preceptos ya sometidos en
nuestra última cita, los previos prácticos que en materia de Sociedad
fundamentalmente, acompañan el cambio de siglo, justifican cuando no hacen poco
menos que imprescindibles, la puesta en práctica de toda una serie de medidas
que acaben por consolidarse en el establecimiento de un nuevo modelo de estado en el que las
libertades y usos convencionales estés más cercanos a lo que por aquél entonces
era, todavía, una mera ilusión.
Sin embargo, el lógico sueño de libertad que atesora todo
individuo por el mero hecho de ser Hombre, el cual terminará por fructificar
bastantes años después en la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS
DERECHOS HUMANOS, comienza a emerger ya aunque al principio lo haga de
forma un tanto tímida, en las formas de comportamiento que comienzan a
apreciarse en el seno de los que componen esa nueva realidad. Revolucionaria
tanto en su forma de actuar como, lo más importante, en su forma de pensar.
Porque efectivamente ahí es donde radica la gran diferencia.
La generación que en 1917 aprovecha la oportunidad para detonar la explosión social que converge en la
Revolución del Octubre Rojo, irrumpe con fuerza y con unas previsiones de éxito
con las que nunca contaron sus predecesores que proceden de saber que
previamente, ya existe un corpus teórico
al que referir de manera ordenada sus pretensiones y, lo más importante de
todo, al que ceñir los comportamientos y estructuras que resulten en el caso de
que éstos sean satisfactorios.
El culpable de tal hecho, y por ende de que el mundo se
conciba hoy tal y como lo conocemos, un Alemán con pasado judío. Karl MARX.
Es MARX una de las figuras indiscutiblemente más influyentes
del panorama conceptual histórico y mundial. Tal hecho, indiscutible en sí
mismo, no se debe tanto a la concitación genial de grandes principios. No tan
siquiera a la construcción o descubrimiento de grandes o ingeniosas fórmulas que hayan por sí cambiado el mundo.
Lo que convierte en genial a MARX es su capacidad para aportar una luz, una
perspectiva diferente, a la hora de analizar principios que por otra parte
llevaban decenios si no siglos mirándose con la misma percepción, la cual por
otro lado era en realidad incuestionable.
Así, y tal vez solo así, podamos entender entonces hechos
tales como que, a partir de la eclosión de sus ideas; realidades como el trato
inhumano que reciben los trabajadores del campo en la Rusia de principios del
XX, o incluso y en resumen las condiciones cercanas al medievo en el que se concibe la vida en Rusia en general, sean
precisamente ahora no solo cuestionadas, sino abiertamente criticadas por una
población que hasta ese momento, se había mantenido aparentemente en un trágico
letargo.
Pero quedarnos en que la actividad de pensamiento de MARX se
ve reducida a convertirse en el alimento espiritual de las concepciones
estrictamente pragmáticas de una revolución, sería tan injusto como
innecesario. Karl MARX, en compañía de su inseparable, al menos en el terreno
de la producción conceptual, ENGELS; logran armar no ya un armazón sino todo un
edificio teórico del cual colgarán preceptos que cambiarán para siempre el
mundo que existe antes de su nacimiento, y por supuesto el que vendrá con
posterioridad a su muerte, acaecida el 14 de marzo de 1883.
Y entre todos estos principios uno, el de La Lucha de Clases que, más allá de ser
o no acertado, revolucionará la forma de pensar de un mundo, y de una época,
por aquél entonces manifiestamente sumidos en la lastimosa convicción de que el
imprescindible cambio que ha de sobrevenir lo es de tal calado y magnitud, que
nada ni nadie puede ya garantizar que se lleve a cabo de una manera pacífica.
Con la teorización efectiva de La Lucha de Clases, El Marxismo eleva al grado de teoría la por
otra parte aceptada desde la
Edad Media realidad según la cual todos los vínculos que
coordinan o en cualquier caso preceptúan las relaciones entre los Hombres
cuando éstas son sociales; se llevan a cabo bajo un régimen asimétrico.
Tal hecho, comúnmente aceptado, tiene en MARX al primer
pensador que lo certifica. Pero semejante certificación, lejos de llevarse a
cabo con fines de asentamiento, lo hace en realidad con el claro y firme
propósito de denunciarlo, aportando con sus pensamientos las claves teóricas
desde las que razonar la injusticia que se asoma tras semejante consideración.
Es así que MARX no se limita a teorizar sino que sus
consideraciones, sometidas a priori a la interpretación de la Ética, vienen en
realidad a querer influir de manera efectiva en la conformación de una nueva Moral la cual, de manera activa,
modifique los preceptos que regulan no ya la forma de ver la vida, sino
abiertamente la manera de vivir.
Es así que La Lucha de Clases trasciende el marco de lo
eminentemente teórico, para convertirse en una norma de conducta moralmente avalada, aunque tales avales no hayan
sido sino tácitamente aceptados toda vez que no han tenido tiempo efectivo de
comprobarse.
Es precisamente el tan marcado carácter práctico, el que
convierte a los principios marxistas en algo mucho más que teóricos. Es la
Filosofía de MARX, terminología de la que él por otra parte siempre huyó por
cuestiones evidentes, un verdadero Vademecum
de acciones prácticas desde las que alimentar la Revolución.
De manera que no pecaríamos en absoluto de imprudentes si
nos aventurásemos a decir que la Revolución Rusa comienza en realidad con la
desaparición de Marx, de la que se cumplen ahora ciento treinta años,
justificando a nuestro entender la traída a colación de estas palabras,
ordenadas en este aquí, en este ahora.
Y si el autor se encuentra en la vanguardia a su vez de los precursores, no es menos
cierto que se sitúa de parecida manera capitaneando las huestes que habrán de
hacer frente primero a sus propios dislates internos, para tratar de detener poco después, siempre en términos
históricos, los desmanes que vendrán a cometer los demás.
Así, cuando desarrolla a modo de principio estructural el concepto inalienable toda vez que
irreversible de la lucha de clases; MARX
viene a situar un potente cortafuegos que salvará a la URSS, y con ello
posiblemente a Europa, del que pocos años después previsiblemente podría llegar
a ser terreno abonado para los fascismos.
Así, podemos constatar sin el menor género de dudas, que el principio del corporativismo, que en
terreno de lo conceptual se sitúa a la misma altura para el fascista que el de
la lucha de clases para el comunista; lleva aprisionado en su impronta una
visión netamente aviesa por lo alienante, que de haber logrado triunfar, sin
duda lo hubiera llevado a convertirse en un factor tan relevante para la
introducción del fascismo en Europa, como sin duda hubiera sido la propia Segunda
Guerra Mundial.
Con ello, y a título igualmente de conclusión, constatar que
el carácter eminentemente práctico de la mencionada Lucha
de Clases, confiere un marcado carácter realista a toda la corriente de
pensamiento no ya marxista, sino estrictamente al poseído por el propio Karl MARX. Sin
embargo, tal hecho no por ser cierto, resta un ápice a la genialidad de un
hombre capaz de teorizar, y con notable éxito en relación a un hecho tan
controvertido a lo largo de la Historia, como es el de la Dialéctica. Y no
contento con ello, persevera hasta elevarlo a la condición de motor de la Historia.
Y en medio de ello, Shostakovich. Un hombre que,
irremediablemente, es el resultado de su tiempo. Pero en el caso que nos ocupa,
además con el agravante añadido de que tal participación para con las
circunstancias del contexto es, en este caso, con absoluta premeditación.
Incluso con alevosía.
Así, si en el caso de PROKÓFIEV habíamos de constatar su
ambivalencia, con la que conseguía convertir en transformaciones camaleónicas lo que en realidad constituía un
alarde de supervivencia; en el caso de Shostakovich tales comportamientos
procedían de una fuente tan justificada, como por otro lado radical.
Sin llegar a ser el
compositor del Régimen, bien es cierto que nuestro protagonista jugó, y lo
hizo de manera absolutamente voluntaria, el papel de justificador elemental al que inexorablemente han de acudir todas
las autarquías una vez que los cantos de sirenas que en la mayoría de
ocasiones promovieron su ascenso cuando no su consolidación; dejan de ser
suficientes para ocultar aquello que muchas veces no sabemos si es incoherencia
procedente del ejercicio propio, o chabacanería propia de los desmanes
ególatras de un dirigente qué, victima de un exceso de paternalismo, termina
por confundir sus atribuciones.
Sea como fuere, las artes de encantador de serpientes que primero Lenin, y después Stalin
proceden a desarrollar; tienen en la persona de Dimitry no ya un gran receptor,
sino un magnífico amplificador.
Surge así una simbiosis
que, evidentemente, ha de ser necesariamente vinculante para ambas partes.
El músico no es que se convierta, sino que asume de manera netamente
voluntaria, una función de embajador de
las maravillas que la Dictadura del Proletariado tiene para el pueblo. De
esta manera, el acceso que evidentemente tiene a la plana mayor de lo más florido de las estructuras de los estados que
visita, la cual acude no solo a sus conciertos, sino sobre todo a las
recepciones que con tal efecto promueve la embajada de la ya URSS en los respectivos
países; recibe una visión absolutamente partidista e irreal del mundo y de las
formas que las formas de hacer comunistas tienen en URSS. Una visión que
aceptan en tanto que en la mayoría de ocasiones les permite con ello lavar su
mala conciencia, procedente de la observación de las aberraciones que por otro
lado otras fuentes aportan.
Se trata en definitiva del éxito de la teoría de la duda
razonable.
Sin embargo, en una de las paradojas más duras de las que
tenemos constancia, una vez muerto el
régimen, en contra de lo que pueda pensarse, no se muere el compositor, ni tan
siquiera su fama.
Es la música de SHOSTAKÓVICH una música sencilla, más que
directa, si bien esto no fue obstáculo para que, como decimos, le llevara a
convertirse en el compositor del Estado.
Es un compositor del que escuchar su música resulta
sencillo, por lo que se asimila bien. Elegimos con cuidado los términos, y en
este caso asumimos de asimilar la
acepción en base a la cual argüimos al hecho de interiorizar.
SHOSTAKÓVICH se te mete dentro. Su música profundiza, en
todos los sentidos. Como un caudal de agua, se adapta, modifica su forma (o la
del medio que le circunda), presiona y rompe.
Por ello resulta una forma diferente
a la de PROKÓFIEV ,
en el caso de éste, era él quien modificaba su propia concepción, en pos de
la literalidad de su música. En el caso de SHOSTAKÓVIH, es su música la que
hace prestidigitación y equilibrios en la cuerda floja, siempre en pos de salvar la cara de un compositor,
del que indudablemente todo está por decir.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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