domingo, 10 de octubre de 2010

DE LA ORACIÓN, A LA CIENCIA, PASANDO POR EL CANTO GREGORIANO


Desde el principio de los tiempos, o tan siquiera, por ser menos pretenciosos, desde que el hombre es hombre, a nadie se le debería escapar la inapelable relación existente entre Ciencia y Religión. Una relación la cual, que duda cabe, se ha convertido en una de las más escabrosas de cuantas hacen relación a asuntos del Ser Humano. Evidentemente, la causa de que esto sea así, radica precisamente en algo tan sencillo, y a la vez tan complicado, como eso, formar parte del hecho trascendental donde los haya, por medio del cual el Hombre alcanza su nivel de superación respecto del resto de animales con los que comparte Hábitat, en la medida en que comprender eso, la comprensión de sí mismo, que sustancialmente conlleva la diferenciación respecto de los demás, le permite transcender de sí mismo, y por ende de los demás.

Pero no contento con esta capacidad, la evolución continúa, jugándonos en este caso una nefasta pasada ya que, no contentos con las posibilidades que nos aporta el podernos ubicar respecto de los demás elementos naturales, deseamos posicionarnos un paso más allá, deseamos trasladar nuestro grado de existencia un paso más allá en el escalafón. De esa manera, lo físico, lo palpable; lo eminentemente real se nos queda corto. Damos así el paso a lo metafísico, a lo desconocido. El Ser Humano se coarta a sí mismo, vende barata su realidad, la regala más bien. La Era de la Libertad Animal ha finalizado, nace el esclavo metafísico.

Si aceptamos por principio que el proceso natural de la evolución consiste en ir "de atrás hacia adelante", habremos de aceptar por paralelismo de razonamiento, el hecho inequívoco de que asumir esta transcendencia no es sino atentar de base con esa línea. Así, lo que hemos hecho no ha sido sino atentar de base con el proceder que se inició en el momento en que la superación de los antiguos paradigmas, esto es, desde el momento en que aceptamos como válida la posibilidad de que el árbol arde por acción de un rayo, no porque sea la voluntad de Dios, sea este el que sea, nos permite dar por comenzada la etapa que va "del Mito al Logos."

A pesar de todo, la impronta que parece existir grabada en todos nosotros, y que se manifiesta en el apriori por el cual seguimos tendiendo a aceptar la premisa de que pueda en realidad existir una fuerza superior que en realidad dirija nuestros designios; genera por sí misma un grado tal de aceptación que, de motu propio merece ser aceptada cuando menos, como algo propio de las necesidades del Ser Humano.

Sin embargo, en la misma medida hemos de aceptar que, la necesidad que el individuo tiene de acudir a estas formas de respuesta es inversamente proporcional a la relación que el mismo tiene con el Hecho Científico. Dicho de otra manera, cuanto mayor es la formación conceptual del individuo, menor es su necesidad de acudir a los Libros Sagrados en pos de respuestas. Si bien no es menos cierto que la única respuesta que encontraremos a la última pregunta, está tan sólo en esos libros.

En definitiva, la gran polémica por excelencia que preocupa desde siempre al Ser Humano, y que conforme todo hace presagiar, le seguirá preocupando todavía durante unos cuantos cientos de años, es esa, qué papel juega él respecto de Dios, y qué papel desempeña Dios respecto de la realidad que conocemos.

Como la complejidad de la pregunta es enorme, y esta aumenta si cabe de cara a las posibles respuestas que se pueden encontrar en función de la época en la que nos encontremos, parece evidente la necesidad imperante que se plantea de establecer catalizadores, herramientas que permitan a los hombres aproximarse a la Idea de Dios "dando un rodeo", esto es, aplicando métodos físicos, a aquello que en realidad busca elementos metafísicos.

Surge así el Canto Gregoriano, un procedimiento estético y Hermoso donde los haya, por medio del cual la belleza implícita en la música, permite a los Hombres, "intuir la Idea de Dios."

Luis Jonás VEGAS VELASCO
OCTUBRE DE 2010

domingo, 24 de enero de 2010

DE LA DIDÁCTICA DE LA MÚSICA, A LA MÚSICA COMO DIDÁCTICA.

No hace mucho tiempo aún, de hecho algunos lo recordamos como una parte muy positiva de nuestro proceso formativo, se cuestionaba no sólo la necesidad, sino incluso la conveniencia, de que los niños estudiaran música como parte de la currícula oficial del proceso formativo.

Echando la vista atrás, lo que por otro lado nos sirve para tomar conciencia de que el tiempo, inexorablemente, va pasando, podemos incluso comprender ahora, gracias precisamente al prisma que la edad nos confiere, como la enseñanza de la música, tan sólo presente a partir de aquello que se conocía como 2º de B.U.P., se hacía desde el prisma de lo desconocido. Y si bien tampoco sería justo decir que la enseñanza de la música era un tema
tabú, sí que habríamos de decir que su enseñanza se hacía casi desde la incomprensión del profesorado que a ello se dedicaba. Una incomprensión que, aunque pueda llegar a ser sorprendente, no partía de los alumnos (ya que quien más y quien menos agradecía aquellas dos horas aparentemente perdidas a la semana). Se trataba de algo mucho más macabro, ya que el desprecio profesional en el que desembocaba aquella incomprensión, partía del resto de profesionales con el que el especialista de música compartía claustro.

Por ello, no resultaba por aquel entonces chocante, si bien hoy suena a casi rocambolesco, que el profesor tuviera que aplicar a sus clases un
barniz de cierto respeto, vistiendo sus clases de Historia de la Música, convirtiendo en toda una osadía el buscar un lugar en aquellos obsoletos centros creados por el Antiguo Régimen, en el que fuera posible llevar a cabo una audición en forma y manera cuando menos respetuosa.
Es precisamente ahora, una vez transcurridos más de quince años, cuando podemos comprender la valía de profesionales como aquél que a mí me tocó. Por ello, espero que la presente reflexión sirva como respetuoso homenaje a aquél profesor, Sr. Estrada, el cual poco a poco, casi de soslayo y a menudo con disimulo, supo insertar en aquél mendrugo que era yo, si no los conocimientos necesarios, sí al menos la sed que me ha llevado con los años, a tomar las medidas que me han permitido hoy disfrutar y hacer disfrutar con la Música Clásica.

Una vez dicho esto, y una vez que el tiempo, y algo de esfuerzo, han permitido que ahora el profesor sea yo, podemos anunciar sin temor a equivocarnos, que las cosas han cambiado. Hoy, el profesional de música es respetado como tal, a la misma altura y con los mismos privilegios que gozan compañeros como el de Lengua, o el de Matemáticas, y esto, evidentemente es algo muy positivo.

La enseñanza de la música hacia los infantes es una realidad que se ha mostrado rápidamente como extraordinariamente eficaz ya que, al contrario de lo que ocurre con la enseñanza de la mayoría de materias, su aceptación tiene resultados múltiples en el proceso formativo del educando, resultados que generalmente superan a las características específicas del campo de
conceptos o procedimientos que le sería específicos a la materia. Así, la enseñanza de la Música tiene resultados muy positivos a la hora de desarrollar y mejorar aptitudes como son la memoria y la composición. Mejora además la capacidad de concentración, y qué decir tiene sobre todo del ingente campo que se abre ante los ojos, y los oídos del educando en materia de creatividad.

En definitiva, la Didáctica de la Música se muestra como un instrumento de una valía todavía no suficientemente estudiada de cara al refuerzo de otras aptitudes imprescindibles para el correcto desarrollo completo del infante, de manera que su enseñanza no sólo es adecuada, sino que resulta por lo demás altamente recomendable.

Además, o tal vez incluso por ello mismo, la enseñanza de la música es algo que debe ser potenciado, desde el punto de vista no sólo didáctico, sino incluso desde el punto de vista de la Justicia Democrática dado que, el acceso a tesoros culturales como los que en la mayoría de ocasiones constituyen las obras Clásicas, requieren por definición de unos conocimientos a priori sin los cuales resulta imposible reclamar ni tan siquiera el acceso a los mismos.

Por todo ello, desde CONTRAPUNTO, recomendamos fervorosamente la intensificación de los procesos de enseñanza de la Música como parte de la oferta de nuestro Sistema Educativo.