sábado, 27 de mayo de 2017

120 AÑOS DE DRÁCULA. MUCHO MÁS QUE UNA NOVELA.

Erigido en sí mismo como juez y víctima, condenado a vivir en la trémula consideración que procede de hacer de la paradoja su única esperanza, (pues solo en la contradicción encuentra a menudo el condenado a muerte la fuerza para seguir resistiendo); es como el Hombre Moderno concibe su pérfida en tanto  que la misma encierra en sí todos los males, los cuales no le son desconocidos, pues solo a él pueden serle atribuidas las manifestaciones destinadas a su creación.

Vida, males, procederes… Matices a lo sumo de un hacer, que requiere para funcionar de un exceso de ego, pues está llamado a ser considerado como forma de vida; cuando en realidad de poco más que de supervivencia habría de ser tratada toda consideración destinada a gozar del respeto de propios y extraños, llamada a ser respetada por los que fueron, y a lo sumo escuchada por los que están destinados a venir.

Se somete pues una vez más el Hombre Moderno a la incipiente condena que a modo de penitencia se inflinge a sí mismo cada vez que ya sea por medio de la moral, o por esa perversión que ha resultado ser la ética, asume de buen grado la   renuncia a su gran poder (ese del que no se atreve a hablar, y que de hacerlo le llevará a comparecer ante el tribunal que, conformado por iguales solo tiene poder en la medida en que éste le ha sido atribuido); y se olvida ya incluso de llorar la pérdida de lo que una vez fue el verdadero poder. Poder para vivir en plenitud, poder para decidir sobre la vida y la muerte, poder para vivir sin necesidad de tener que buscar fuera las causas a todas esas potencialidades que, de llegar a realizarse, lo convertirían sin duda en un verdadero dios.

Pero todo eso se perdió. Es más, no llegó tan siquiera a realizarse. Y si no llegó a realizarse fue porque el obrar de ciertas estructuras hoy todavía más activas de lo que estamos dispuestos a aceptar, conspiraron  para que el mero hecho de llegar a pensarlo se tornara en algo mezquino y miserable. Pero: ¿Merece en realidad algo que solo está construido de ideas (la misma materia de la que están hechos los sueños), ser tratado de mezquino y miserable? Se ve que sí, pues tales pensamientos no solo fueron condenados al olvido, sino que fueron además enterrados bajo el infinito peso de la lápida que es el pecado, con el fin de que nunca más fueran vueltos en luz.

Pero todo lo que puede ser pensado es digno ya solo por ello de la segunda oportunidad en la que se convierte el hecho de ser concebido. Es el pensamiento lo propio del Hombre (Aristóteles); Y el medio propio del pensamiento son las ideas. Es por eso que tales ideas, lejos de desaparecer, se mitificaron, crecieron, se adaptaron, esperando tan solo su oportunidad. Una oportunidad que habría de surgir cuando la frustración derivada de la insatisfacción del Hombre respecto de la realidad que le es propia, lo condujera en pos de una realidad capaz de satisfacer todas esas necesidades que por proceder de los rincones más oscuros y truculentos del hombre, tornan los sueños en pesadillas, y descubren al hombre en su verdadero poder.

Por eso, y solo por eso, es DRÁCULA una obra concebida en el infinito del tiempo, que solo puede ver la luz en la conspiración que el tiempo juega hasta dar lugar al instante que se torna real hace justo hoy ciento veinte años.

No es Drácula, de STOKER, una obra al uso. No lo es por su naturaleza objetiva (a la que podríamos aproximarnos en términos objetivos pues la obra da para eso y para más), ni lo es por supuesto en término alegóricos, pues en la misma se dan cita esos recónditos elementos (llamados a materializar las más oscuras pasiones del Hombre), que solo en el universo del sueño tienen cabida (el sueño, a saber el último refugio que le queda al Hombre para seguir ejerciendo de tal).

Por ello, la obra no puede ni debe ser escrita en cualquier momento, pero sí puede serlo por cualquier pluma. Bastará con que ésta renuncie a su autonomía, y se entregue de manera voluntaria a esa fuerza recóndita que con forma de impulso, de instinto si se prefiere, estará llamada a alumbrar un relato que es mucho más que un relato.
Si el proceso les suena, es porque como nos ocurre a la mayoría, no solo hemos leído Drácula, sino que en el fondo hemos sido cautivados por esa extraña reverencia que todo hombre tributa al poder, ya sea cuando se postula como ejecutor del mismo (lo propio de los llamados a ejercer el poder), o cuando se posiciona en el lado de los débiles (el espacio propio de los llamados a sucumbir).
Se reconoce además la referencia al protocolo que en todo momento dota de coherencia a la obra, y que se observa en el proceder llamado a guiar las relaciones que se dan entre los personajes. Relaciones en las que se reconocen no ya los procederes propios de una época (el siglo XIX), que sí más bien las neurosis propias de una sociedad que incapaz de dar rienda suelta a sus pulsiones, se muestra igualmente incapaz de inhibirlas de manera satisfactoria.

Porque en el fondo, además de muchas otras cosas, de eso trata Drácula. De la eterna insatisfacción propia de la sed nunca satisfecha. Del dolor de reconocer la frustración en el instante justo en el que el reconocimiento de lo deseado quiebra nuestro espíritu ante la paradoja de reconocer la imposibilidad de verlo satisfecho. En una palabra, de la desgracia que supone saber que nuestra condición de hombres ha de revelarnos la existencia de licores reservados a los dioses. Licores a los que el Hombre tiene acceso tan solo a título de camarero pues los dioses son tan cínicos, que obligan a los hombres a servirlos (como si de una gran fiesta se tratara).

Pero siempre habrá, porque ya los hubo, hombres que no se resignan a vivir viendo esos licores pasar. Hombres que como Prometeo, se subleven no ya solo contra la condición de los dioses, sino a la sazón contra su propia condición de hombres (en la que no lo olvidemos inexorablemente va implícita la condición de esclavos), enfrentando a los hombres con su propia imagen, imagen que se construye a partir de la noción de aquello a lo que renunciaron.

Renuncia, el elemento llamado a aportar consistencia a esa gran mentira que bajo la pátina iridiscente de la construcción cultural ha llamado al hombre una y otra vez a renunciar a todo aquello que le es propio, aportándole siempre los aditamentos destinados a convertir esa mentira bien urdida, en la que a la postre será la única realidad).

Realidad, correlato, en última instancia la traducción efímera en tanto que debe toda su consistencia a la instantaneidad procedente de lo que es actual, y que está llamada a desmoronarse ante el peso cuasi infinito de una estructura mucho más sólida toda vez que construida a base de milenios de tradición. Una tradición en la que consideraciones como eterno retorno, poder, superación y búsqueda de la satisfacción de la felicidad conforman un escenario en el que no solo reconocemos una época, sino incluso a algunos de sus protagonistas.

Porque si bien Drácula de Bram STOKER ve la luz como relato hace ahora justo 120 años, uno de los principales motivos por los que tantos años después sigue levantando pasiones estriba precisamente en lo eterno y casi elemental de las realidades humanas que tras las metáforas emergen.
Así como el diván sirve para que el terapeuta se introduzca en lo más profundo de la mente del paciente hurgando en sus sueños, con la esperanza de alumbrar al verdadero hombre que se encuentra agobiado por la represión; es como la obre se erige en resultado de una superación del trauma que la cultura inflinge a un hombre que para seguir viviendo, tiene que alienarse viviendo una vida que no le es propia, toda vez que en su vivencia no se reconoce.
Por eso, porque no se reconoce, el Hombre se subleva. Y Drácula es el resultado de una sublevación que lleva siglos pergeñándose, pues si bien STOKER escribe su obra en Irlanda, lo hará a través de la interpretación de cientos de relatos llamados a poblar el folklore y la tradición que desde la Edad Media han copado la noción de pasado global de toda Europa. Porque pocas cosas unen más que los miedos. O por ser más exactos, es una realidad histórica y cultural demostrada la que pasa por constatar en qué medida ciertos miedos o sus versiones son reconocibles a lo largo y ancho de todo el mundo, repitiéndose a lo largo de las infinitas eras del tiempo.

Son por ello los miedos que se describen en Drácula los miedos de una sociedad, los miedos de una época. Pero son los miedos frustraciones, elemento tóxico llamado a incendiar el alma hasta hacer sucumbir al hombre; o en el peor de los casos fuego llamado a incendiar la mecha destinada a provocar la explosión que haga saltar por los aires el escenario baldío erigido para contener la enésima representación destinada a ocupar la noción de los destinados a no tener nada, y por supuesto menos que nada noción de lo que está llamado a conformar su realidad.

Es por eso que Drácula fue escrito en el momento adecuado, un momento por otro lado reconocible hoy, pues no en vano nunca como ahora es tan reconocible el proceso por el que unos le chupan la sangre a otros, que lejos de sublevarse se entregan casi agradecidos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO,

lunes, 22 de mayo de 2017

MONTEVERDI PRECURSOR DE LO QUE HABRÁ DE VENIR.

Muchas son las ocasiones en las que es el tiempo más que un flujo, un sentimiento cuando no una percepción, destinada en tales ocasiones que no a satisfacer una demanda de conocimiento, que sí más bien una certeza de decrepitud.
Es el tiempo un tránsito, la voluptuosa descripción de una paradoja, la que pasa por describir en presente lo que es ya pasado, deseando además influir en el futuro.

Es pues el tiempo una gran mentira, tal vez la mayor de cuantas el Hombre se ha contado a si mismo; no en vano a eso se reduce vivir, a sobrevivir a las propias mentiras que a cada instante nos contamos, en la esperanza de que el futuro se construya en la medida en que la presencia de nuevos incautos se traduzca en la certeza de un futuro, el que se deduce de saber que el espacio en el que seguir reproduciendo la trola, no deja de crecer.

Habilitamos pues una categoría de tiempo que denominaremos normal, y que vendrá determinado por el espacio recorrido en el intervalo que separa momentos en los que la reproducción de lo arriba mencionado se refrenda en cada instante. Tiempo normal tendrá así menester de rutina, y la inercia será la fuerza llamada a traducir el momento. Serán pues los tiempos propios del antihéroe. Los tiempos en los que el informe de novedades queda en blanco día tras día, los tiempos en los que la tesela bien podría no entregarse, sin que ello supusiera riesgo o dolo alguno.

Pero no son éstos los tiempos propios del Hombre. No en vano La Razón,  artífice evidente de la evolución en tanto que detrimento del efecto que la condición animal ha de ejercer en el Hombre tal y como Aristóteles estipula en tanto que determina en la racionalidad lo que es propio del Hombre al ser la herramienta preconizadora de lo que es de esperar en la conducta humana, a saber alcanzar la Felicidad; nos proporciona un corolario inesperado por no decir abiertamente sorprendente al permitirnos deducir que no es sino el comportamiento novedoso el que por medio del ingenio, empleado en pos de la originalidad, redundará en la concepción neta del Hombre.

Razón, Hombre, Evolución, Felicidad. Una vez más compendio cifrado ya sea de definiciones propias de lo que es el Hombre, o en el menor de los casos, de lo que del mismo se espera. Porque muy en el fondo de eso se trata, de expectativas. Expectativas a la hora de decidir no ya qué es el Hombre, que sí más bien de para qué se es Hombre.

Podemos establecer una secuencia de lo que es el tiempo, lo que podría resumirse en hacer una Historia, estableciendo como elementos destinados a establecer los nudos los propios de la evolución que ha sufrido el  concepto destino o finalidad del hecho de ser Hombre; lo que vendría a resumirse en un proceso en base al cual, una de las formas de dilucidar los distintos marcos llamados a componer la vivencia humana sería aquella que describiera los momentos de cambio a partir de los momentos históricos en los que se identificara un cambio en lo concerniente a cuál es la finalidad que hasta ese momento perseguía la vida humana. Se trataría, por así decirlo, de ubicar los puntos de corte a partir de la certeza de un momento cuantitativo a partir del cual resultara evidente la existencia de una perturbación cualitativa.

No se trata, como podemos suponer, de algo sencillo. Atendiendo a parámetros estrictamente procedimentales, vemos que se trata de integrar factores cualitativos con cuantitativos, lo que a su vez se refrenda en la necesidad de desarrollar esa aptitud exclusiva del Hombre que le faculta no solo para discernir entre lo que es fruto de la comprensión y lo que procede de la emotividad, sino que más bien brilla en todo su esplendor cuando justifica la recreación de escenarios plenos y autónomos que se mueven entre lo objetivo y lo subjetivo, haciendo del hombre el único artífice capaz de comprenderlo, en tanto que el único capaz de percibirlo.
Estamos pues y en definitiva, aproximándonos a una certeza que es tanto exclusiva como excluyente, toda vez que la misma hace mención a una única tipificación (solo del Hombre es propia), a la par que su consecución resulta capital, pues no solo redunda en mejora, sino en absoluta discriminación al proporcionar su titularidad un contexto en el que nada puede ubicarse después ya que la condición humana no es progresiva (o se es o no se es, pero no se puede acabar por ser).

No ya como gestor que si más bien como cronista, múltiples han sido las ocasiones en las que ha quedado refrendado el vínculo tan fuerte y característico que existe entre la condición humana y la recreación musical. De hecho, no solo la una va ligada a la otra, sino que la identificación de cambios o perturbaciones en la una, permite presagiar modificaciones en la otra.
Es pues la evolución musical, refrendo o prebenda de la evolución humana, pues no solo no se pueden dar la una sin la otra, que sí más bien lo hacen de manera coordinada, pues solo el cambio propio de la evolución humana puede dar paso a la evolución de cuestiones tan propias a la par que humanas como puede ser la que por aliteración se refrenda en la evolución del Lenguaje Musical, y por ende del a música que le es propia…

Que le es propia a cada momento, y que describe al Hombre que es propio de cada momento. De ahí que si somos capaces de listar a éstos en una suerte de compendio, bien podremos decir que seríamos dueños de la verdadera crónica de la Humanidad, aquella en la que se describen no las consecuencias que sí las causas, de los cambios verdaderamente estructurales que ha sufrido la Humanidad.

Por eso, ya solo por eso, merece la pena cuando no que está netamente justificado detener nuestros pasos siquiera un instante en la figura del que se considera creador de la primera ópera tal y como la conocemos. Hablamos de MONTEVERDI, en el 450º aniversario de su nacimiento.

Bautizado en la ciudad de Cremona el 15 de mayo de 1567, Claudio Monteverdi mostrará de forma muy precoz su capacidad para romper no solo con los cánones de lo preestablecido, sino su capacidad para hacerlo de una manera diferente; pues al contrario de lo que podemos imaginar si nos disponemos a analizar la acción de MONTEVERDI desde el paradigma que la conceptualización de lo convencional nos ofrece, este cambio, por radical que parezca, no solo se lleva a cabo sin que el concepto de revolución haga acto de presencia, sino que gran parte de su éxito se debe a la capacidad que para hacerlo transitar por los derroteros de la normalidad  el compositor hace permanente gala.

Así pues, de total incongruencia parece ha de tratarse cuando nos mostramos proclives a consolidar lo dicho hasta ahora, con la consecución de logros objetivos tales como los que pasan por erigirle en autor de los cambios llamados no solo a promover la superación del Renacimiento, sino a consolidar un nuevo momento tal y como es el del Barroco.
Tal afirmación, que puede resumirse en lo que supone dejar atrás la técnica del Madrigal para pasar a composición más elaborada, requiere no solo una nueva consideración subjetiva, lo que vendrá devengado en la consolidación del nuevo drama lírico; sino que será igualmente excluyente la necesidad de imposición de un nuevo lenguaje en el que la técnica será del todo importante hasta consideraciones drásticas (de ahí la afirmación de exclusividad anteriormente aludida).

Es pues MONTEVERDI el creador de la Primera Ópera, pues no en vano en  Orfeo, favola in musica, se refrendan si no de manera exhaustiva todos los elementos de lo que estará luego llamado a merecer tal consideración; no en vano la presencia de los existentes está justificado no solo a título maquinal, sino que la naturalidad desde la que los mismos se materializan, siguiendo una secuenciación casi esperada, a pesar de su condición de originales; lleva a justificar del todo esa afirmación anteriormente referida por la cual los cambios suscitados parecen en realidad sugeridos, impidiendo con ello que la condición de original o novedoso pueda generar un atisbo de desazón que redunde en la pérdida de un solo ápice de la calidad que cada obra desborda.

Calidad que, lejos de ampararse en cuestiones efusivas como suele ocurrir en otros casos en los que la verdadera genialidad se presenta, está firmemente cimentada tal y como puede deducirse de la exigencia de autoridad que hace falta para imponer cuestiones tales como las que se refrendan en el tratamiento que de la instrumentación nuestro protagonista hace.
Cuestión para nana baladí, pues bien podríamos estar hablando de uno de esos instantes en los que la inflexión resultante determina para siempre el papel que por ejemplo la instrumentación ha de jugar a partir de entonces; MONTEVERDI dota a la instrumentación, sobre todo en lo concerniente a obra sacra, de una autoridad digna, lo que redunda en notoriedad propia. Para que nos hagamos una idea no será hasta MONTEVERDI que la música sirva para algo más que para apuntalar aquello que es mencionado por la palabra; sino que a partir de ahora lo uno no será comprensible sin lo otro, en la misma medida en que el mensaje quedará notoriamente incompleto si la muestra de lo uno no va acompañado de lo otro.

Estamos pues si no ante el primer genio, sí ante el primero que consiguió lo que por si solo nos permite hablar de un cambio de época y escenario: combinar el cromatismo de la seconda prattica con el estilo monódico de la escritura vocal (una línea vocal florida con un bajo armónico simple) desarrollado por Jacopo Peri y Giulio Caccini.

Por ello, detenerse un instante ante la figura de Claudio MONTEVERDI es no solo una obligación, que si más bien un gusto, pues solo desde la reflexión que tal momento nos depara, podremos deducir los menesteres propios para comprender lo que a partir de entonces, y de manera aparentemente rodada, habrá de venir.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 13 de mayo de 2017

EL TIEMPO DE GALDÓS. UN TIEMPO QUE BIEN MERECE SER CONTADO.

Perdidos en el tiempo de la fábula. Cuando el pasado se diluye en la niebla y la desazón torna en afrenta toda conducta siquiera destinada a arrumbarse en dignidad de presente; es sin duda cuando el hombre ha de considerar severamente la posibilidad de que el tiempo, su tiempo, haya pasado.
Es así como el vampiro ve llegado el momento de retomar el tiempo que una vez le fue negado; pues el no reconocer su figura en el espejo bien puede ser síntoma de asincronía, toda vez que el desajuste referido puede en realidad no ser causa, sino efecto, de manera que bien haríamos de considerar, siquiera por un segundo (aún no ha llegado el instante), que tal vez los ajenos al tiempo seamos nosotros; victimas quién sabe si infames de un proceder loco en el que la incapacidad para identificar a nuestro creador no logra esconder la miseria propia de no poder dilucidar con un mínimo de solvencia si somos en realidad creadores, o meras creaciones.

Son los pensamientos, resultado de una determinada manera de pensar, y si bien es cierto que no se reduce ésta a una acción unívoca, tampoco sería muy responsable asumir que responde la misma a una mera reacción, cuando no a una mera superación de un hecho accidental, cuando no traumático.
Es el pensamiento en sí mismo herramienta destinada a aportar la prueba de la valía del instante al que hacen referencia. Resulta en consecuencia no tanto el hecho pensado, que sí más bien la manera global de pensar, marcador eficaz desde el que emitir juicio crítico suficiente de cara a categorizar con solvencia el momento, en este caso histórico, en el que se halla inmersa determinada sociedad.

Por ello que, no hace falta ser ni tan siquiera ducho para entender el grado de contraste que podemos establecer entre la España que nos afecta, y la que le fue propia al que habremos de erigir hoy en nuestro protagonista, D. Benito María de los Dolores PÉREZ y GALDÓS.

En coherencia con nuestro hábito de proceder, no entraremos en demasiada refrenda biográfica a la hora ni de justificar el contexto histórico, ni desde luego en pos de justificar desde la misma el trazo ejecutivo destinado a justificar la elección ni del hecho, ni por supuesto del protagonista. Sin embargo tal proceder, si está siempre devengado toda vez que no es ese el objetivo de nuestro breve disertar, ni forma parte de nuestro escrutinio el albergar interpretación que no procedente de exceso de hecho, que sí de la reflexión suscitada; es cuando en este caso como conclusión que no como otras veces obedeciendo a título de medio cabe ser resaltado que es GALDÓS no ya todo un personaje histórico, como sí más bien el primero que se hace merecedor de tal condición, precisamente a través no de su evidente paso por la Historia, como sí más bien por ser el primero que se considera digno de refrendarla.

El primero llamado a ser digno de tal consideración… Sea cual sea tal consideración, lo mínimo que podemos hacer es tomarnos un tiempo, en forma de proceso reflexivo, de cara a valorar las posibilidades que existen para que tales causas, o a lo sumo sus condicionantes en forma de consecuencia, emerjan ante nosotros con el fin de reconstruir en la medida de lo posible el contexto desde el que las mismas fueron recreadas, con el fin de atisbar, siquiera sucintamente, el cúmulo de pertrechos llamados a conformar la personalidad de nuestro protagonista, sin las cuales sería del todo calamitoso el tratar de inferir el que a la postre y tal vez para nuestra desgracia haya de ser considerado como uno de los procederes más complejos, en consonancia con lo que cabe esperarse de  uno de los hombres más  notables de la Historia de nuestro XIX.

Atisbada que no descrita en este caso la variable que hace mención a la consideración estrictamente personal de nuestro personaje; bien haremos a partir de ahora si nos esforzamos en incidir en el cúmulo de contingencias llamadas a converger en el sustrato que asentará la llamada a ser considerada como una de las etapas preponderantes en el discurrir de nuestra Historia, la de la segunda mitad del Siglo XIX.
En un devenir que justamente queda integrado mediante el uso del  término periplo, el cúmulo de proceder que arranca con la Guerra de Independencia, y se cierra con el desastre del 98; no hace a menos en su discurrir nuclear toda vez que en el mismo albergaremos hechos de la magnitud propia de por ejemplo el fin de dramas como el diligenciado en forma de reinado de Fernando VII; o el de otros protagonistas no a menos considerados como la propia Isabel II (la cual habrá de rubricar su papel en el drama circunscrito a nuestro personaje al dotarle de uno de sus refrendos en su obra más importantes a saber, el que se dicta a tenor de la “Revolución Gloriosa”.

Tiempos llamados pues a figurar en el catálogo general bajo la condición de tumultuosos. Mas no es el hecho en sí, ni siquiera la catalogación que de tal o de cual pueda ser justo o injusto acreedor; lo que está llamado a ser digno de nuestra consideración. Subyace ésta hoy a un carácter meramente instrumental, el que se manifiesta  cuando tras detener durante un instante el refrendo de nuestro transitar, nos damos cuenta de que si tal catálogo existe, es gracias precisamente a D. Benito PÉREZ GALDÓS.

Puede parecer un hecho anecdótico, mas nada tiene de circunstancial el que alguien pueda, primero, dar un paso adelante a la hora de erigirse en válido para refrendar lo que ha sido todo un Pueblo; y después asumir que semejante tarea haya de constituirse en algo valioso para alguien, en algún tiempo futuro
De la toma en consideración de la primera variable obtenemos refrendo en lo atinente a las consideraciones que han de proceder al respecto de las capacidades que ya fuera por atribución externa, o desde el propio ego, emergen a la hora de configurar el compendio de aptitudes de GALDÓS.

Estamos sin el menor género de dudas ante un personaje singular. Nacido el 10 de mayo de 1843 en Las Palmas de Gran Canaria, desde muy pequeño mostró habilidades en el campo de la memoria, todas las cuales le fueron muy útiles para la recreación, primero de las campañas que su padre, militar de carrera, le participaba de hechos tales como los de las campañas que dentro de la Guerra de Independencia, había padecido; y luego de las que habrían de constituir el grueso de lo que habrá de componer el catálogo que le hará famoso.
Porque si en definitiva en alguna ocasión, salvo tal vez como ocurriera con Cervantes, una obra ha de describir con tal severidad a su autor, tal no habrá de ser sino Episodios Nacionales, Y Benito PÉREZ GALDÓS. Y no resulta pretenciosa la comparación, pues como ocurrió con aquél; en el caso de GALDÓS, estamos también frente a frente con uno de los mejores escritores que nuestra Literatura ha dado. Mas en lo que concierne a distanciarse de aquel, el ingente cúmulo de variables llamadas a separar conceptual e históricamente a Cervantes de GALDÓS nos llevan a entender que haríamos bien de considerar en su justa medida la mentada comparación, sobre todo en lo que hace mención a no dar por sentado, o no al menos de manera superficialmente ágil y gratuita, lo distanciado que uno habrá de permanecer respecto del otro una vez finalizada esa supuesta competición.

Estamos así pues ante uno de los más grandes. Llamado a ser el grande entre los grandes destinado a ocupar el espacio que refrendará y dotará de sentido al movimiento del Realismo en España, Benito PÉREZ GALDÓS se erigirá en mucho más que un mero cronista toda vez que su pluma vendrá a refrendar con una técnica y una capacidad inusitada la trascendencia de los más importantes actos que si gracias a él forman hoy parte de nuestro acervo no solo histórico, que sí más bien humano y personal; quién sabe si de no haber sido por él guardarían hoy sombra junto a esa flagrante sensación de proclive a la nada en la que se mueven, por ejemplo, las sensaciones propias de un presente, el nuestro, abocado a ser injustamente borrado por el viento del devenir que le es propio.

Refrenda así pues la Historia y sus momentos GALDÓS en un proceder que triunfa al convertir los momentos en instantes. Instantes llamados a triunfar pues en ellos se reconocen todos y cada uno de los protagonistas. Hombres y mujeres procedentes del pueblo, llamados a hacerse grandes en la Historia cada vez que sus actos, conscientes o inconscientes, fueron eficaces para convertirles en personajes históricos. Unos personajes históricos que el buen hacer de GALDÓS, elevará además a la condición de personajes literarios, dentro de esa Serie de Historia, Histórica en si misma, que son los EPISODIOS NACIONALES.

Y todo, sin que sus protagonistas se dejen por el camino que necesariamente han de transitar, su esencia, aquello que les hace reconocibles, incrementando con ello su valía. Porque reconociendo entre las suyas las habilidades propias de otro grande, Lope de Vega, era GALDÓS capaz de coger del pueblo aquello que era por sí mismo grande, para después de abrillantarlo devolvérselo a éste, sin que en el tránsito se hubieran deteriorado ni uno solo de sus atributos, sin que en el transitar se hubiera de mostrar dolido uno solo de sus protagonistas.

Entendemos así pues la grandeza de una época, a través del reconocimiento de uno de sus emisarios. Un hombre que si bien estaba destinado a ser grande, se hizo más grande desde el deleite de erigirse en correa de transmisión de la grandeza de su patria.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 6 de mayo de 2017

9 DE MAYO. DIA DE EUROPA.

Y sin embargo, a pesar de que apenas faltan unas pocas horas, bien puede que sea éste el primero, y quién sabe si único instante en el que podamos estar llamados a detener nuestra cada vez más agitada vida, y si no reflexionar, sí cuando menos tomar conciencia de ello; de lo que significa como hecho, como deseo, o quizá tan solo como fracaso.

Porque tal y como ocurre con la mayoría de las cosas (o al menos con las que amenazan con tornarse importantes), una vez ha de ser la dejadez, cuando no la negligencia, la que conforme el colofón del cúmulo de señales otrora destinadas a ser interpretadas como de accidentales, sin las cuales resultaría del todo ineficaz iniciar cualquier suerte de procedimiento cuyo objetivo estuviera dirigido a poner de manifiesto si no la evidencia del fracaso del bien denominado proyecto europeo, sí cuando menos la certeza de que, de seguir así, de perseverar en el error que por medio del silencio metaboliza la secuencia de la inexorable extinción; pronto no quedará nada ni nadie destinado a recoger ni el polvo de lo que un día fue no ya un sueño, que si más bien una certeza.

Tal vez sea ahí precisamente donde radique la cuestión que a título esencial define a la vez que diferencia tanto los procederes como fundamentalmente los objetivos que a la larga terminaron por converger en lo que hoy denominamos Unión Europea. Porque Europa no fue creada. Europa eclosionó, y lo hizo al ritmo que la evolución de su propio concepto marcaba.

Europa es un mito, en la misma medida en que está en el mito. Y será precisamente el contexto que nos aporta el paso del Mito al Logos, el llamado a enmarcar, que no a delimitar, todo un proceso cuya única definición pasa por la asunción de la incapacidad para ser definido, toda vez que su inmensidad es propia de los dioses, y su innovación propia de lo eterno. Así que solo el Hombre, evolucionando conjuntamente, como forma y parte del proceso, puede erigirse en ente competente.

Es así que Homero, como primer tenedor de los conceptos que a la larga serán imprescindibles siquiera a título de herramientas; ha de ser justamente erigido como el primer arquitecto de la Idea de Europa. Una idea grandiosa, colosal; indescifrable y por ello única. Por ello una idea propia…

Es la de Europa una idea propia, en la misma medida en que es una idea única, pues en tanto que surge de un porqué vinculado al contexto, la imposibilidad para recrear éste imposibilita absolutamente cualquier pretensión de reproducir la mentada idea. ¿Resulta adecuado en consecuencia pensar que vivimos desarrollando un sueño que tiene en realidad varios milenios?

Bien pudiera ser que tal consideración resultara, si no acertada, sí próxima en lo que concierne a la consideración general. De ser así, muchas serían las consideraciones que tanto a nivel procedimental, como por supuesto conceptual, habrían de ser revisadas. De entrada, y dentro de una concepción que supera con mucho lo estrictamente vinculado al orden; si el modelo europeo responde a la consideración que del mismo se llevó a cabo hace más de tres mil años, las teorías que abogan por definir el europeo como un proceso plagado de matices futuristas, sin duda que habrán de ser revisadas.

Revisado el proceso dentro del contexto que al menos hoy nos es inferido, que a título de conclusión plausible extraemos la que pasa por considerar que Europa es en realidad un resultado procedente tal vez de la enumeración de las múltiples soluciones que al respecto de un formato de ecuación; se daban como respuesta a las múltiples cuestiones que el Hombre Europeo había de afrontar cada vez que el ente Europa, cada vez más complejo, evolucionaba a la vez gracias a que la superación de todas estas vicisitudes le obligaban a crecer, consolidándose como tal, a la vez que como realidad.
Será por ello que si Homero arrancó el proceso al definir de modo complejo el advenimiento de una nueva realidad surcada en toda su extensión por la novedad que se daría en llamar Logos; se justifica que habrán de ser circunstancias de parecida relevancia las destinadas a condicionar los protocolos que permitan erigir la certeza de presenciar momentos históricos cuya relevancia se muestre capital para el proceso. Por medio de una simple deducción, la idea de que algo impresionante puede pasar, es algo que recorre la esencia de todo europeo desde tiempo inmemorial. Y como no hace falta sino la observación para constatar hasta qué punto la correlación a establecerse entre mero paso del tiempo y situación de sucesos históricos es algo que corre de manera inversamente proporcional; bien podremos inferir que la constatación de la baja densidad de hechos relevantes acontecidos en el pasado más o menos remoto, hará de suponer la prestancia con la que habremos de prepararnos para llegar a comprender la prestancia de lo que sin duda, ha de venir.

No hallándose la de la capacidad para la creación, entre las virtudes destinadas a manifestarse de modo claro y distinto, dentro del bagaje del Hombre; que habremos de hacer mención expresa a la condición que en este caso sí brilla con naturaleza podríamos decir que adquirida cuando describimos al Hombre como un artesano, esto es, como alguien destinado a cambiar el medio, cambiando con ello y de manera inconsciente, él mismo.
Es el artesano el que manipula la realidad, empleando para ello los elementos de los que consciente o inconscientemente se dota; ayudándose para ello de las herramientas cuya existencia representa, en sí misma, otra prueba de la excepcionalidad del ente.
Trabaja pues el artesano manufacturando materiales que en este caso se erigen dentro de grandes catálogos, llamados con el tiempo a consignar todas y cada una de las habilidades que el Hombre, en este caso evolucionado hacia la consideración natural y por excelencia, a saber la del quehacer político, más que evolucionar ha tendido.

Va así pues poco a poco confeccionando el nuevo hombre la que habrá de ser la nueva realidad; acaparando para ello y por sí elementos que proceden de las grandes consideraciones. Economía, Sociedad, Política y Religión; así como por supuesto cada uno de los giros o detracciones que de las mismas se deparen o puedan ser consignadas, se erigirán en soportes válidos desde los cuales consignar toda modificación que por menesteres conscientes o impetuosos el Hombre sea capaz de alumbrar.

Resulta por ello lógico ligar la evolución del concepto europeo, a la historia de las amenazas que de una u otra manera han amenazado al propio proyecto.
Podremos así pues definir una suerte de esquema dentro del cual tensiones de marcado carácter religioso como las vividas hace ahora justo 500 años y que se expresarían en las 96 tesis de Lutero; servirían para justificar la parte de este razonamiento, cuando menos en lo concerniente a la importancia que en el mismo se aporta al concepto religioso.
Pero es la Religión consecuencia que no causa, de la vivencia que para un determinado tipo de hombre resulta convencional; y es por ello que, siquiera indirectamente, su importancia acabe por resultar imprescindible a la hora de explicar los comportamientos de ese hombre, que es a su vez arquetipo del Hombre propio de una época, (lo que vendría a ser La Sociedad).
Redunda a su vez el papel de la sociedad inherentemente vinculado al ejemplo que para su propia regeneración pueda devengarse de la manera en que la misma se organiza y establece; resultando pues que La Política, en buena manera firme reflejo de tamaño menester resulta por sí sola competente para determinar el empuje que la sociedad habrá de proponer.

Mas todo esto resulta casi una letanía. Lo lejano que nos parece, si bien tal sensación obedece sin duda como tantas otras cosas a interpretaciones promovidas por intereses creados, acaba por conducir nuestros pasos en la búsqueda de una variable más cercana, cuando no más perentoria, al abrigo de la cual caldear el espíritu en aras de la próxima revolución.
Y surge entonces, cálida, radiante…novedosa; la respuesta dentro de la que parece integrarse toda consideración moderna a saber, ¡La Economía!

Cierto es que ya del análisis de las connotaciones que el que denominaremos Proceso Schuman aporta (al ligar el nacimiento de La Europa Actual a un acuerdo netamente europeo) puede de manera evidente suscitarse la teoría de que Europa ha sido finalmente raptada, en tanto que su génesis moderna es netamente económica. Sin embargo, y antes de entrar en connotaciones modernas destinadas a poner de manifiesto por medio del sencillo ejercicio de la observación, la tesis en base a la cual la realidad se  muestra en todo su esplendor cuando hoy podemos comprobar qué es lo que en realidad pasa cuando ubicamos toda nuestra excelencia en la economía; no es  menos cierto que la otra esencia del programa erigido por Schuman hace ahora 67 años está llamada a demostrar que lo que unió con fuerza una Europa por entonces devastada, toda vez que algunas hogueras aún no se habían extinguido todavía; no fue tanto el afán especulativo, que sí más bien la convicción humana, erigida tal vez tras la sutileza socio-política.

Con ello, y cabría decirse que a título de conclusión; la esperanza que ha de ponerse en pos de justificar cuando no la salvación sí al menos la certeza de la necesidad de Europa; pasa inexorablemente por constatar en qué medida cuestiones ulteriores y por desgracia actualmente casi obviadas, siguen o no teniendo prestancia y lustre.

Sigue así pues el europeo siendo un proyecto. Es en consecuencia dinámico, llamado a cambiar, erigiendo la virtud de tales cambios a la prestancia que para los hombres llamados a integrarse en el mismo resulte este cambio como propio o de menester. Si el proceso degenera, esclavizará al Hombre; resultando por ello imposible su continuidad. Si por el contrario es el Hombre el que se aliena, solo de la intransigencia que para con el propio proceso de se devengue, podrá evaluarse y a la sazón restaurarse el dicho proceso alienante.

Sea como fuere, lo cierto es que la apuesta es magnífica en el más amplio sentido de la cuestión, y es por ello negligente suponer que los llamados a incidir en pos de nuestra actualidad, serán elementos realmente válidos para poner en peligro la esencia de tal proceso.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.