domingo, 24 de julio de 2011

JULIO DEL 711, SETECIENTOS AÑOS DE RECONQUISTA, MIL TRECIENTOS AÑOS BUSCANDO EXPLICACIONES.




No se trata, una vez más, de enzarzarnos en una polémica más o menos agria en relación a si la Batalla de Guadalete, a saber según la Historiografía clásica la acaecida entre el 19 y el 26 de julio del año 711 en el río que le da nombre, constituye en si misma excusa cuando no causa suficiente para extraer de ella todas las consideraciones necesarias que den pie a incoar las premisas de las que penden, en una palabra, gran parte de la Historia de este nuestro País.

Cualquiera menos esa es la intención. Simplemente, una vez más, se trata de comprobar si, dado lo significativo de la fecha, se cumplen mil trescientos años, este país se encuentra en disposición de hacer ciertos análisis objetivos (dígase evitando los preconcebidos), y viendo si luego tiene los arrojos de enfrentarse a las conclusiones que de ellos se desprendan sin necesidad real de fustigarse por ello, sin que nadie deba pagar por las conclusiones que se alcancen.

Una vez aclarado esto, se entenderá que pasemos abiertamente de puntillas sobre infantes D. Julián, Tarikes Asies, e incluso sobre últimos reyes como Don Rodrigo, para plantear una nueva forma de aproximación al hecho de la entrada del Árabe en la Península Ibérica, y la posterior conquista de ésta por el mencionado.

La Provincia de Iberia es una más de las múltiples que se hayan en descomposición a saber tras la larga y dolorosa agonía en la que se ha convertido la Caída del Imperio Romano a saber a manos de las invasiones de los Bárbaros del Norte como dice la mayoría. Sin embargo, las razones, sin duda otras, bien pueden buscarse, como en la mayoría de las ocasiones, en el interior de los agonizantes.

Lejanos quedan ya los tiempos en los que los Scipiones, padre, tío y por supuesto el famoso “Africanus”, pusieran aquí sus pies en el intento de conquistar esta tierra para el Imperio. De aquellos tiempos, de las luchas al norte del Río Ebro, y de las necesarias y estrepitosas campañas que hubieron de emprender al Sur de este, donde entre otras cosas perdió a su padre, e hizo lo propio con el de Anibal el Cartaginés, desencadenando con ello una rivalidad que superaría épocas, batallas, e incluso decisiones de gobierno; lo único que pareció quedar ya claro por entonces fue que, a los pobladores de esta extraña tierra que ha sido siempre, con Celtas e Íberos por aquella época, la única manera de derrotarles era dividiéndoles, e incluso eso era ya por entonces difícil. La certeza de que luchar contra un enemigo común fortalecía las alianzas, no hace sino aumentar. Y no cabía duda de que Roma era un enemigo colosal.

La semilla estaba sembrada, ya sólo faltaba que el tiempo la hiciera germinar. Un país estaba en ciernes, aunque para su desarrollo se hacía necesario, como en la mayoría de ocasiones, un gran sacrificio, el de la propia Roma, la Roma opresora.

La empresa se antoja complicada. Sin embargo, nadie será conciente, hasta muchos años después, de que el camino está imperiosamente marcado. Nada puede volver atrás. Un hecho ha acontecido, en el 313 El Emperador Teodosio ha publicado el Edicto de Milán, en el que abiertamente se da permiso a los cristianos para que celebren sus cultos sin restricciones.

Rápidamente los Cristianos, comienzan la que será su definitiva campaña de expansión por el que constituye el Mundo Conocido. Sus elevados atractivos, entre los que destaca el tratarse de una Religión hecha para los desheredados de la Vida, para los que promete abiertamente una vida mejor, carente de sufrimientos una vez abandonen este mundo, se convierte en un acicate maravilloso para aquellos a quienes la dureza de la vida material sólo deja el resquicio de la vida espiritual.

Sin embargo, el más perjudicado con todo esto será el propio Estado Romano. Si bien en un primer momento sus dirigentes vieron en la capacidad estoica que se predicaba, una manera de tener al pueblo más relajado en tanto que del continuo peligro de revuelta evidente por los desmanes de las estructuras del propio Gobierno, la verdad fue que la incapacidad de este para anticiparse a los peligros del Cristianismo, fue una más de las circunstancias que anticiparon acelerando su caída.

El culto romano se basaba en el politeismo antropomórfico. A saber, los dioses, o más bien las divinidades, muchas, una casi por cada necesidad, tenían aspecto, forma e incluso apetitos humanos. Además, el culto era familiar, esto es, cada familia, atendiendo al concepto romano de esta, llevaba a gala disponer de la protección de esta o de aquella divinidad particular, constituyendo esto una más de las herencias que la familia transportaba. Había así muy pocos templos, reservados estos a los Sacrificios Rituales de carácter Social, los cuales estaban al cargo de una Casta Sacerdotal convenientemente manipulada por el Gobierno.

La irrupción del Monoteísmo del Dios Cristiano, el cual además está constituido por una idea, para cuya comprensión se hace imprescindible la intermediación de una nueva estructura de Sacerdotes, no solo desvincula el culto del Gobierno, sino que abiertamente se desmarca del mismo, en tanto que los cristianos no pueden olvidar el sufrimiento infligido por el Imperio contra los suyos.

En medio de esto, y tras la acción erosiva que le es propia al paso del tiempo, nos encontramos en el 711 una estructura social totalmente segregada, sin cohesión política, y lo que es peor, sin sentimiento alguno de pertenencia y unidad. Lo único que parece animarles es la convicción de que los gobiernos precedentes, los de Wisza y Rodrigo los últimos hasta ese 711, no sólo no han sido satisfactorios para la mayoría, sino que nada hace temer que el de el aparente enemigo musulmán tenga que ser necesariamente peor. Con este panorama, no resulta sorprendente comprobar como los 17.000 soldados que el Árabe desembarcó en abril de ese 711, crezcan y crezcan aumentando su cifra en cada pueblo que atraviesan, muchos de los cuales no son necesarios ni de conquistar.

Ante semejante percal, no se hace necesario explicar como Toledo, capìtal del Reino Visigodo, cae apenas tres años después, en una labor de acoso que será llevada a cabo por los invasores desde el exterior de las murallas, y por los judíos que, cansados del mal trato que reciben dinamitarán desde dentro el ánimo de los allí refugiados.

De esta manera el único tanto que en este capítulo se puede apuntar el Cristianismo, fundamental eso sí, es el de convertirse en el ideal perfecto que sustituya al de un inexistente patriotismo a la hora de encauzar los sentimientos de pertenencia a un grupo, sentimientos estos que en definitiva fueron los que promovieron todos y cada uno de los posteriores movimientos de La Reconquista.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

domingo, 17 de julio de 2011

17 DE JULIO, DE CUANDO UN PAÍS NO TIENE CLARO SI CONMEMORAR SU PASADO, O ESCONDERLO (MÁS ALLÁ DE LAS CUNETAS.)


Vivimos en un país extraño. Al contrario de lo que les ocurre a la mayoría de los que nos rodean, incluso a aquellos con los que aparentemente hacemos “sociedad”, en un intento que hoy por hoy se muestra vano, de aparentar que tenemos algo en común; ni siquiera contamos con la posibilidad de acudir a nuestra historia en pos de encontrar respuestas. Y todo en parte porque a muchos se les niega todavía el derecho a hacer preguntas; precisamente porque la respuesta a muchas de estas se encuentran en una cuneta, bajo apenas unos centímetros de grava, pero bajo la pesada losa de muchos años de responsabilidad argumentada desde el silencio compartido.

Vivimos en una nación extraña. Una nación que encuentra su sustento en la podredumbre del pasado. Lo que es peor, de un pasado reciente, y por ello no cicatrizado. Como dirían nuestros abuelos, la herida no ha sanado porque los bordes aún siguen supurando. Siguen supurando, en este caso la espuma de los humores propios del que es el último halito, el que precede al silencio último, aquél que nunca acaba de llegar.

Somos una nación orgullosa. Una nación con mayúsculas. Una nación que puede mostrar al mundo con satisfacción sus logros. Una nación que puede esperar agradecimiento del mundo porque, al contrario de lo que ocurre a día de hoy con algunas de esas naciones que pretenden atribuirse el sentido del mundo de manera injusta, nosotros si que podemos decirle al mundo, sin temor a equivocarnos, que sin nosotros, y sin nuestra aportación, el mundo sería otra cosa. Tal vez mejor, tal vez peor, pero sin duda otra cosa.

Mas llegados a estos extremos, flaco favor haríamos si, nos bastara con mostrarnos pagados de nosotros mismos.

Fuimos además de extraña una nación grande, una nación que acuñó el término de imperio, y lo desplegó por el mundo sin traumas, estos habrían de venir bastantes años después. Como tal nación, empezó a ser comprendida a partir de hechos tales como que, antes de ser ni tan siquiera algo más que un proyecto de conglomerado de pueblos, personajes a quienes la historia del mundo reservaría lugar de honor; como puede ser el caso de Publio Cornelio Scipión, “El Africano”, hubieron de mostrar aquí sus aptitudes, para hacerse luego merecedores en otros campos, incluso de batalla, sus títulos, y los cantos con los que el mundo conocería sus proezas, y con los que las generaciones venideras conocerían y seguirán conociendo sus proezas.

Esta es sin duda una forma válida de acercarse a España. En caso de sentiros identificados con ella, no lo dudéis, las ingentes páginas de Menéndez Pidal os serán de grata investigación primero, para pasar a constituir luego un más grato si cabe recuerdo.

A pesar de todo, yo me identifico más con esas otras palabras, que, escritas por otro notorio, Julián Marías en este caso, vienen a vestir una España comprensible desde la psicología, sin desmerecer por ello un ápice del componente histórico. Un componente histórico que, manejado con una habilidad impropia de un español de una época en la que la crítica a España era poco menos que traición, y en la que la palabra psicología era peor que un eufemismo de la muerte merecida para aquél que jugaba con cosas que no constituían materia del agrado de Dios, él fue capaz de unirlos de manera tan congruente como inseparables.

Unas palabras que, escritas en definitiva especialmente en la última edición de un libro ingente donde los haya, y que sólo con su título: Ser Español, (no lo dudes I. llegará el día en que sienta más necesidad de devolvértelo que de atesorarlo), muestra ya con lo expeditivo del que se sabe de vuelta de muchas cosas, la capacidad cuando no la necesidad de empezar a llamar a las cosas por su nombre.

Un libro que, con apuntes como este: “español es aquél que vive con la desgracia de creerse siempre mejor que aquellos que son sus contemporáneos. Es aquél que encuentra menos dificultad en identificarse con coetáneos que llevan trescientos años muertos, que en hacerlo con aquellos que viven en la escalera, a los cuales además desprecia. (…) en cualquier caso, español es sin duda aquél que puede partirse la cara sin dudarlo para mantener intacta la honra de la mujer que no conoce, si bien de igual manera no dudará en desoír la llamada oficial que le exija acuda a defender la integridad de la propia.

Porque tan sólo cuando podamos sopesar cosas como esta, podremos empezar a intuir la carga de acontecimientos como el que en el día de hoy, 17 de julio, no sabemos si conmemorar u ocultar.

A lo largo de toda la tarde de aquél 17 de julio de 1936, se habían estado trasladando subrepticiamente desde el parque de artillería, hasta el edificio de la Comisión de Límites, armas destinadas inequívocamente a los falangistas, para su uso en el más que evidente alzamiento que desde la muerte de Calvo Sotelo era según ellos, inevitable por lo imprescindible.

Las autoridades tienen conocimiento del hecho, cursándose por parte del elemento gubernativo las pertinentes órdenes de registro y aprensión. Hacia las 15 horas de ese 17 de julio el Teniente Zaro, encabeza una redada en el mencionado edificio de la Comisión, en el que se está celebrando una reunión de los dirigentes locales de la sublevación destacando entre ellos la presencia del Teniente de la Torre, elemento de la Legión. En ese momento, los conjurados son conscientes que, de llevarse a cabo el registro perderán las armas que están preparadas para ser repartidas entre la población, peligrando de manera definitiva la imprescindible toma de la ciudad, a la par que el incuestionable riesgo de su propio apresamiento será una total realidad. De la Torre se escabulle aprovechando la dilación de tiempo que supone el que las fuerzas policiales cumplimenten la burocracia previa al registro; llama a la península y pide ayuda. Esta se manifiesta en la irrupción en escena de un pelotón de la Legión, que encañona y rinde a las fuerzas leales a Madrid, y al legítimo Gobierno de la II República. La Guerra Civil no puede sino adelantarse en su comienzo.

Y esta constituye otra de las grandes miserias de España, la de no saber si es mejor caer para la historia en mano de una serie de militares reyezuelos de taifas con aspiraciones de salvadores de la patria, o el hacerlo en manos de un grupo de descamisados incompetentes que, atribuyéndose favores que se les quedan grandes, montan como en las fiestas de su pueblo, baile para tres días, y lo postergan durante tres años, haciendo que la factura la paguen como siempre otros.

Porque ese es el ingrediente que termina de aderezar la salsa de esta historia. El ingrediente de la desvergüenza que “gastan” aquellos que todavía hoy se empeñan en vestir de lagarterana los considerandos de la historia. Cruel es el país que permite permanecer en sus fronteras a los herederos de sus tiranos claman con fervor los herederos de los Moa y Compañía. Mientras asistimos con el desparpajo del ignorante, y con la indolencia del niño, a la crucifixión de jueces que han querido apartar esos centímetros de grava, para comprobar como el oprobio de la historia sigue exigiendo demasiadas responsabilidades.

Y el tiempo, tal vez afortunadamente, sigue su curso. Hoy ya necesitamos ayudarnos de los dedos para contabilizar los años que se cumplen del Glorioso Alzamiento Nacional (lo siento, no podía acabar esto sin mencionarlo). Y lo que es más importante, una generación entera ha nacido ajena del todo al conocimiento del dato del Trivial de quién era el Caudillo.

A pesar de todo, a mí me recorre el sudor frío de la indignación cuando algún desalmado, a lo peor algún ignorante, todavía brama en la barra de algún bar clamando la vuelta de Franco.

Así que, hoy más que nunca, recordad, las hogueras vuelven a arder. Su Juicio se acerca, y es inminente.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

17 DE julio de 2011


http://youtu.be/TOp_zG2hd-c

domingo, 10 de julio de 2011

DIEZ DE JULIO DE 1099, MUERE RODRIGO DÍAZ DE VIVAR, EL CID. EL HOMBRE QUE GANARÁ MUCHAS BATALLAS DESPUES DE MUERTO.

De nuevo, diez de julio. Otra vez, como es lo que tiene aquello de lo periódico de nuestro calendario, hemos de enfrentarnos con nuestros fantasmas, aunque en este caso se correspondan con uno de los más importantes y a la sazón interesantes que la larga Historia de España nos ha proporcionado.

Además, puede que por aquello ya conocido de que la lucha contra un enemigo común bien puede unir a enemigos hasta ese momento irreconciliables; sea por lo que nada ni nadie, se atreva a cuestionar la valía histórica de la figura de Rodrigo DÍAZ DE VIVAR, EL CID. En definitiva, el lograr el hito histórico de recoger bajo su capaz heroicidades de las que se sienten orgullosos las los Españas, bien merece un reconocimiento. Ahora ya sí, sin duda alguna, este hombre es definitivamente capaz de lograr victorias después de muerto.

Nacido el VIVAR, pequeña localidad a escasos diez quilómetros de Burgos, perteneciente a familia nobiliaria, Rodrigo DÍAZ DE VIVAR, encierra en sí mismo muchos de los mejores valores que se suponen hacen al caballero de lanza y espada. Hombre versado, culto; especialmente letrado en leyes, conoce todos y cada uno de los recovecos, sean estos claros u oscuros, tanto del poder en si mismo, como de lo intrincado que resulta llegar a él, y más si cabe mantenerse.

Amigo personal del que estaba destinado a ser Sancho II, asciende a la condición de alférez a los 23 años, después de vencer en duelo personal a aquél que hasta ese momento había ostentado semejante cargo en Navarro. Sus continuas muestras de valor, unidas a su excelente capacidad para el mando, la dirección, y la correcta distribución del poder entre una población, la castellana, poco habituada a la Justicia en las Retribuciones, pronto le llevaron a ostentar el sobre nombre de Mio Sidi, a saber, “Mi Señor”.

Como igualmente suele ocurrir en estos casos, el aumento en la popularidad, conlleva el incremento proporcional en la nómina de enemigos de los que es necesario protegerse. Y en el caso de EL CID, esta, además de numerosa, está poblada de personalidades evidentemente emergentes dentro del continuo de vaivenes que el periodo de Reconquista tiene para con los cargos, las personas, y las injusticias que a menudo sobre estas se tienden.

Así, a la muerte en extrañas circunstancias del REY SANCHO II, es a Rodrigo, en su condición de Alférez a quien le toca personalmente recoger el juramento que ha de emitir ALFONSO VI. En el mismo se otorga que él mismo, a la sazón el nuevo Rey, no ha tenido nada que ver en la muerte de su hermano, anterior Rey. El hecho no tiene parangón, acaece en la Iglesia de SANTA MARÍA DE GADEA, y se convierte en el punto definitivo del declive a todos los efectos de la figura de El Cid.

El nuevo Rey, identifica en la figura de su vasallo, la personalización de todas sus penas. A saber, no es capaz de coordinar operaciones ni estratégicas, ni de campo. No se ha caracterizado nunca por su especial valor en combate, y además carece de cualquier habilidad en el terreno de la Política y la Diplomacia, hecho este que le supone un gravísimo problema en tanto que esas artes, las cuales eran perfectamente dominadas por Rodrigo, son hoy el arma definitivo a la hora de obtener rentas, subvenciones y mesnadas, procedan estas de iguales, o de vasallos. Y las arcas del reino se debilitan, bien por los elevados costes que la ya denominada Santa Cruzada contra el Musulmán, o por los gastos que tiene proteger el reino de los ataques y escarceos que desde León se mandan, en un intento claro de desestabilizar la corona.

Es así como Rodrigo emprende viaje hacia Zaragoza, en el que habrá de ser su primer destierro. Seiscientos de sus mejores hombres le acompañarán, en lo que será el largo episodio de luchas en Levante. Volverá a Burgos hacia el 1087, pero será de nuevo desterrado, pasando a desarrollar su labor al servicio del Rey Al-Cádir, con quien logra entre otros la toma de los territorios de los reyezuelos de Albarracín y Alpuente.

El almorávide Yusuf cruza el estrecho en el año 1089, momento en el que Alfonso VI decide hacer el conocido llamamiento general cristiano, que entre otros afecta al Caballero Rodrigo DÍAZ DE VIVAR. Sin embargo, un aparente mal entendido, predispone nuevamente al Rey contra el que en realidad es su leal vasallo.

En menos de un año, El Cid se hace señor de los reinos de Lérida, Tortosa, Valencia, Denia, así como de los ya citados Albarracín y Alpuente. Su conocimiento de las leyes le conduce, en su condición de Señor de Valencia, a poner en marcha un equilibrado sistema de legislación que le permite por ejemplo, restaurar el cristianismo en la ciudad, a la par que tuvo la visión de renovar la Mezquita a los musulmanes.

Los logros del Cid como administrador y gobernante de su ciudad son envidiados por propios, como puede ser el mismísimo Rey Alfonso VI, como el sobrino de YUSUF, quien se presenta en las puertas de la ciudad con 150.000 hombres, dispuesto enteramente a hacerla suya. No sólo no lo consigue, sino que el triunfo estratégico logrado por El Cid le lleva a aumentar exponencialmente tanto su fama, como las arcas de su reino, regadas en este caso con el ingente botín arrebatado al moro.

Pero las envidias son muchas. Así, cuando él y el Rey de Sevilla son atacados entre otras por huestes de GARCÍA ORDOÑEZ, El Cid se ve obligado a tomar medidas en forma de afrenta contra este, en el Castillo de Cabra. García Ordóñez no lo perdonará, y acabará tomándose su venganza cuando, mediante traiciones e intrigas logre poner definitivamente en su contra a Alfonso VI. Que le desterrará definitivamente en 1088, dando lugar a los hechos magistralmente narrados en el CANTAR DE MÍO CID obra culmen de la Literatura.

Esto, junto a la muerte en Asedio de Consuegra en 1097 de su único hijo varón, Diego, conspiran para provocar su muerte, que tiene lugar en Valencia tal día como hoy, del Año de Gracia de Nuestro Señor de 1099.

Toda la Cristiandad lloró su muerte.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.