sábado, 28 de noviembre de 2015

JOVELLANOS, EL ÚLTIMO HOMBRE QUE SE CREYÓ CAPAZ DE “PONER EN HORA” EL RELOJ DE ESPAÑA.

Digna en tanto que necesitada de una proverbial combinación de nociones técnicas y saber en general; la profesión de relojero. Hermoso quehacer sin duda, con el que sin duda Jovellanos se hubiera sentido más que identificado pues no en vano, es el relojero la única persona que, sinceramente, puede decir que ha visto discurrir el Tiempo por sus manos.

Pero sería Jovellanos sin duda un mal relojero, Lo seria porque la concepción que el una vez tuvo del tiempo, de la que mención expresa es su Diario, está no tanto que alejada, habremos de decir más bien materialmente enfrentada, de cuantas en su época se refirieron, cuando no se relataron.
Y no porque su época fuera impropia del Tiempo, más bien al contrario; ni mucho menos porque de la misma resulte difícil obtener cuando menos a suerte de corolario un instante propio, o incluso impropio. Lo cierto es que la certeza del haber expresado hay que buscarla precisamente en todo lo contrario. La época de Jovellanos transcurre inmersa en lo que quién sabe si ilícitamente denominamos “Ilustración Española.”  Bastará con decir que si bien ahora mismo podemos haber despertado un intenso debate que enfrentará a los múltiples seguidores de la tesis según la cual en España no llegó a haber nunca una Ilustración real; con los escasos que no de miras, sí tal vez de número, que aspiran a poder ratificarse en lo contrario. ¿Que por qué entonces llega a existir tamaño debate? Porque la certeza que la existencia de personas como Baltasar Gaspar Melchor María de Jovellanos dejan en nuestro seno, en nuestra impronta, es tan grande; que constituye motivo suficiente para no solo abrir un debate, sino para crear una época que al albor de las concesiones que su propia vida alimentará, y la cual podremos dar por cerrada en el instante inmediatamente posterior a que su muerte se haya producido.

Es así que Jovellanos es, tal vez, el único auténticamente Ilustrado de los que se dotó este país. Versado como tal en múltiples materias, a la par que docto en la mayoría de ellas, éste asturiano, de Gijón sin duda, o para más seña;: constituirá, y uso el verbo con especial cuidado en tanto que consciente de las responsabilidades que el mismo depara; la última oportunidad que las españas tendrán en tanto no ya de incorporarse al curso que los nuevos tiempos marcan, cuando sí más bien de no perder definitivamente siquiera el tiempo del que ellas mismas, quién sabe si en un último ejercicio de ese chovinismo al que tan acostumbrado nos tienen, se han dotado.
Porque sí, Jovellanos fue ya testigo de uno de esos periplos, a partir de entonces no ya excepcional, cuando sí incluso múltiples, en los que “La Idea de España” se veía terriblemente amenazada.
Es la materia de la que por entonces está conformada cada una de las españas, estrictamente temporal, si es que el tiempo puede dotar de consistencia a algo. Resulta la idea no vana, cuando sí especialmente adecuada, si tenemos en consideración que precisamente son las ideas, que luego degenerarán en ideología, las que terminen no tanto por justificar, cuando sí más bien por provocar, los acontecimientos ya sean éstos reales, o incluso metafísicos, que terminarán por hacer saltar por los aires de manera injustificada los sueños en este caso pertenecientes no solo a Jovellanos, como sí más bien a toda una generación.

Es así testigo Jovellanos del proceso destinado en última instancia a poner de manifiesto el cisma que separa la España del Antiguo Régimen; del proyecto moderno que algunos pretenden inferir a priori tan solo de la justificación que otorga la propia época; en aras de asentar algo que sin duda y como por entonces ya viene siendo lo habitual en la época, parece pillar siempre desprevenida a España y que no es otra cosa que la constatación de que las tendencias propias de esa revolución llamada Ilustración, que ha triunfado en toda el continente, seguro que aquí también podrá pergeñar un gran desarrollo.
Tendrá así pues que luchar la Ilustración con el más peligroso de los enemigos, el de la desconfianza histórica. Y tal enfrentamiento, sin cuartel y sin prisioneros, lo llevará a cabo por medio de Jovellanos.

Sería injusto decir que era Jovellanos un Hombre Especial. De hecho, afirmar tal cosa además de mentir, supondría arrebatar a nuestro protagonista su logro más importante; un logro que se descifra a partir no tanto de la aceptación de sus consecuciones, como sí más bien de la comprensión de los protocolos que hubo de pergeñar en pos de la consecución de lo que luego y finalmente se coronaría como logro de sus satisfacciones. Primera conclusión: No es Jovellanos un filosofo, cuando sí más bien un empirista, pero tal vez el mayor de todos los que nuestro país ha hecho grandes a base de no merecerlos.
¿Significa esto que Jovellanos no creyera en la Filosofía? En cierto escrito a Juan Manuel Valverde leemos: “…Y es así, amigo mío, que de verdad te aconsejo te atreves a pensar por ti mismo, pues la experiencia me dice que abarcarás más empleando un cuarto de hora al uso intenso de tu imaginación, que dedicando tres años al estudio de los grandes pensadores los cuales, por muy grandes que sea, pertenecen ya tanto ellos como sus aportaciones, al pasado.”

Va así pues ya siendo hora de que determinemos cómo era Jovellanos, no solo en tanto que por su obra, como si más bien por su conciencia. Acudimos así pues y cómo no a la imagen que uno de sus amigos nos regala, concretamente al pintor Ceán Bermúdez, el cual de manera nada grandilocuente nos aporta las líneas del que sin duda es un gran hombre: “Se trataba de un hombre religioso sin afectación, ingenioso, sencillo, amante de la verdad, aficionado al orden, suave en el trato, firme en las resoluciones, incansable en el estudio, fuerte para el estudio.”

Empezamos pues a perfilar así la idea de un Jovellanos ante todo, complicado. Un Jovellanos del que quizá la mejor certeza que podamos extractar de lo dicho hasta el momento sea no tanto su desprecio hacia lo pasado, como sí más bien su desconfianza ante la mera insinuación de que nada del pasado pueda sernos útil.
Porque ese concepto, el de utilidad, y en especial el sentido tan personal que Jovellanos le aplica; sin duda se conviertan en el más importante de cuantos elementos tengamos cuando no para dibujar la imagen de Jovellanos, sí tal vez para perfilar la línea de pensamiento de un hombre tan sin par.
Un español que resulta y se comporta para España, de parecida manera a como un modismo lo hace para con un idioma. Así, resulta insatisfactorio a la hora de hacer depender del mismo cualquier definición que al respecto queramos hacer; y sin embargo hace pasar por insatisfactoria cualquiera definición que al respecto queramos hacer, y pretendamos llevar a cabo sin mencionarlo explícitamente.

Pero es Jovellanos mucho más que un verso suelto, mucho más que una pieza que nos sobra tras haber montado una máquina por primera vez. De hecho, de darse tal verso, justificaría en sí mismo la concepción de toda una rama del arte a partir de la cual darle noción de existencia. De ser tal pieza, bien podríamos revisar todas y cada una de las nociones que al respecto de ingeniería se tuvieran pues tamaña pieza, o bien mejoraría el funcionamiento de la moto en cuestión, o nos mostraría el camino para diseñar motos más eficientes.

Todo eso, nada más, y nada menos, era Jovellanos. Un parnasianista anticipado en tanto que se muestra capaz de llevar a cabo todas y cada una de sus acciones como poseído por una fuerza imparable; a la par que el primero y seguro que el último de cuantos Kantianos pudieran haberse consolidado en este país puesto que para tal condición sea real, hace falta dedicarse en cuerpo y alma a la consecución de las cosas por mero respeto a las cosas mismas. Y de eso no es algo de lo que anduviéramos muy sobrados en España por entonces.

Ni por entonces, ni qué decir tiene que por ahora tampoco. De hecho, tal vez por ahí haya que empezar a buscar el hilo que nos lleve a desmadejar el ovillo que nos haga comprender el porqué del lamentable olvido que se traduce cuando nadie osa mentar, ni por asomo, el que en este caso viene a ser el 204º aniversario de la muerte de Baltasar Gaspar Melchor María de Jovellanos. Una pérdida que hará zozobrar la por otro lado apasionante obra de la Ilustración española, la cual a la sazón y como siempre se halla en la base de las que son nuestras mejores cosas. Dos siglos después, tamaño olvido supone el mismo menoscabo de la prudencia por parte de nuestras últimas administraciones y que viene a explicar la desdicha y marasmo actuales. Se demuestra así pues el olvido como una muestra de lo que Freud denomina lapsus memoriae, que reprime así la imagen de quien bien podría dejarnos en evidencia

Terminamos así pues este fracaso en el que una vez más se erige nuestro estéril intento de mostrar algo. Un intento que en este caso concreto se perfila como nunca antes lo hemos hecho de mostrar a alguien. Por ello tal vez el mejor Jovellanos sea una vez más el que está en nuestra mejor pinacoteca, en El Prado. Allí, el retrato que Goya pintara por 1798 es el único que realmente está a la altura, como si de hecho estuviera anticipando y supliendo los desdenes. Goya pone todo su genio, en pos de mostrarnos el drama vital de un hombre, nuestro personaje, ya político y a la sazón ministro de Gracia y Justicia al que, nada menos, le duele España.
En ese dolo está la raíz de esa congoja, de esa fatiga que el cuadro describe con esa cabeza ladeada sobre el brazo izquierdo, a modo de báculo de desaliento. Y detrás, la estatua de Minerva como apuntando la sima inexorable que media entre lo ideal y la realidad. muestra del dolor íntimo, incomunicable y personal porque ¿acaso puede doler un país?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 21 de noviembre de 2015

DE LA MÚSICA PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL HOMBRE.

Vivimos tiempo de aflicción. La duda y el tumulto, aliados para nada circunstanciales, celebran de nuevo rituales destinados sin duda a reclamar lo que tal vez una vez fue suyo; una vez que sin duda queda lo suficientemente lejos, y que tal vez por ello ha sido olvidada, aunque no es menos cierto que no del todo.
Afortunadamente no del todo. Así, gracias a esa fortuna, podemos identificar en el aquí y el ahora que nos ha tocado vivir muchos de los patrones que resultan propios de aquellas otras épocas en las que otros eran sin duda los protocolos, las artes, e incluso los objetivos.

De semejante guisa que, una vez asumidas las circunstancias que denotan no tanto nuestro presente como sí más bien lo indefectible de nuestro futuro, hayamos de asumir entre otras las circunstancias en base a las cuales resulta poco más que evidente, indiscutible, comprender que por primera vez en la Historia en Hombre se halla frente a la paradoja de ubicarse de frente a una sociedad capaz de entender la esencia de lo que está pasando, si bien es la acepción propia de tal consideración la que se rebela como imprescindible a la hora de entender que, efectivamente, esa misma sociedad no moverá un dedo para evitarlo.
Es muy probable que si afirmásemos que nos encontramos ante la sociedad globalmente más culta de la Historia de la Humanidad, por primera vez no estuviéramos exagerando. Pero de manera sintomática a la par que paradójica, es el conocimiento el que se ha erigido en elemento absoluto hacia el cual tender, sustituyendo con ello de manera satisfactoria a la par que elegante a otras circunstancias humanas que hasta este momento habían cubierto de manera al menos en apariencia satisfactoria las necesidades que como seres humanos padecemos una vez alcanzados y constatados los lugares vacíos que la imposibilidad de la ciencia le deja al Hombre en esos resquicios cuya percepción nos es propia, los cuales ejercen sobre nosotros una suerte de dominio ancestral en tanto que rallando en lo maléfico pues son precisamente los milenios de evolución que han facultado la concepción científica del Hombre, los mismos que han promovido activamente el desarrollo de esas potencialidades más propia al uso del dogmatismo que de la razón, en los cuales solo la exigencia mística o a lo sumo metafísica, alcanza su satisfacción.

Pero son tales, en tanto que tal, espacios por ende también propios del Hombre a cuya comprensión aspiramos, y es por ello que para lograrlo, necesitaremos de un posicionamiento integral o sea, competente para asumir, o en su caso aspirar, a la comprensión de sus más amplias facetas.

Buscamos y hallamos así un Hombre Integral, compuesto no tanto de la suma como sí más bien de la integración de múltiples variables, muchas de las cuales sumergen su procedencia en la inhóspita profundidad de lo congénito, pero que después quedan y a la sazón han quedado al albor cuando no al criterio de ese gran artesano que es el tiempo, y que a modo de maestro alfarero ha ido pacientemente (no en balde dispone de todo el tiempo del mundo); torneando y dando forma a todo lo que compone nuestra realidad, y yo diría que a la realidad en sí misma. Arcilla, agua y tiempo, ingredientes universales competentes para dar forma sin duda a todo lo que es, fue y probablemente llegará a ser; ungido todo en la disposición científica de un maestro que decide lo que está bien y lo que está mal, desechando lo que no sirve, conformando lo que podríamos denominar periodos oscuros, hasta alcanzar una suerte de inspiración que redunde en la gestación de algo bueno, de algo digno de ser conservado, lo cual pasará a formar parte de ese gran catálogo de aciertos que denominamos acervo cultural.

Volvemos así pues a posicionar no tanto el debate relativo a los componentes del hombre, cuando sí más bien a declarar su necesaria controversia, en lo que vienen a suponer los instantes previos a la refrenda de un aquí y ahora que el forma del mencionado contexto, habilita en el día que cronológicamente nos afecta, la refrenda de la festividad encomendada nada menos que a Santa Cecilia, patrona de la Música.

La Música, elemento excepcional que hace gala de tal consideración en tanto que exclusivo por y para los hombres, que acude presto, en momentos como los que conforman nuestra actualidad, a ocupar su lugar entre los elegidos para dar la batalla cuando el la Humanidad del Hombre ha de reclutar uno por uno a cuantos elementos conforman a la par que condicionan la naturaleza que le es propia al hombre.

Porque si adecuado resulta decir que el Hombre hace Música, no menos acertado es el binomio en base al cual la comprensión de la Música nos permite comprender al Hombre, resultando por derivada la asunción del momento que les es propio. Un Hombre, una Música, una Época.

Comenzamos así pues nuestra andadura, por otro lado como ni podía ni debía ser de otro modo, por Juan Sebastian BACH. El origen, el creador por antonomasia, J.S. BACH ordena los elementos existentes hasta el momento, define los parámetros de los mismos, e incluso descubre aspectos de muchos de ellos que hasta su llegada habían pasado inadvertidos, descubriendo o creando en aras de llenar los múltiples huecos que hasta su llegada habían permanecido vacíos, o que sencillamente habían perseverado al refugio de la oscuridad.
Erigimos así pues nuestro enésimo monumento no al J.S. BACH creador, como sí más bien al paciente maestro capaz de ver donde otros no vieron, sin duda por atreverse a mirar donde otros no miraron o que si lo hicieron, desde luego no fue con la intensidad necesaria.
Construye BACH la Música Moderna. O cediendo a los que nos acusen de exagerados, diremos que BACH viene a determinar los parámetros y patrones a partir de los cuales y postergándose tras su existencia, la Música será pensada, construida y refrendada. En una palabra, BACH erige el edificio de la Música. Al respecto de cómo lo hace, con magua. No es una respuesta muy científica, lo sé, e incluso era la última que pensaban escuchar pero si no están de acuerdo deténgase un instante y díganme cómo definirían ustedes el proceso por BACH iniciado y según el cual, el proceso matemático acaba mostrándose como el más serio aliado de la Música. Si unir las Matemáticas con la Música sin que de tal unión surja la menor interferencia o distorsión no es hacer magia, a mí no se me ocurre otra manera de definir tamaño logro.


Pero nos hemos embarcado en un proceso en definitiva destinado a vincular al Hombre con la Música. ¿Acaso hay algo más humano que la improvisación, entendida ésta como capacidad para crear respuestas geniales a problemas innovadores? Y quién sino Wolfgang Amadeus MOZART puede responder a tamaña suerte de descripción.
Asumiendo tanto su posicionamiento como por supuesto su predisposición hacia la Música como lo opuesto en términos de concepción a las terminologías propias de BACH; MOZART es ante todo prodigio.
Poco dispuesto a asumir no tanto por incapacidad como sí más bien por tratarse de su especial venganza contra el mundo la aparente obligación de envejecer; MOZART desarrollará la totalidad de su corta existencia luchando contra el mayor de los convencionalismos, el que pasa por asumir que lo natural es envejecer, y lo hará como no puede ser de otro modo dibujando más que componiendo una Música genial. Una Música en la que sus trazos son sentidos, emocionados y siempre geniales, destinados no tanto a prevalecer en el tiempo, como sí más bien a subrayar la belleza de la vida, encadenada en el presente.


La dialéctica como elemento capitular en el que se desarrolla el campo semántico del Hombre. Ludwig van BEETHOVEN como contrario.
El silencio del sordo como definición nítida de la oscuridad, y la sustitución de la sonoridad y sus matices por la esencia del cromatismo. Así como una nota tiene sus matices, el color tiene sus rasgos, y de la capacidad para sentir unos y otros depende la capacidad para experimentar una obra. Lo que es válido para una pintura, “vemos” que lo es para una sinfonía. Así podemos intuir el porqué de BEETHOVEN.
Laminado en sus sentidos, solo le quedan sus emociones, y la capacidad para interpelar al mundo desde tales, prolongando luego las sensaciones a una partitura. Un trabajo realmente ímprobo ya en teoría, imaginad pues el llevarlo a cabo.
Y BEETHOVEN lo hace, recorriendo un largo camino. Un camino por el que y a través de su medio, no lo olvidemos, el de la emotividad, nos enseña a interpelar a las emociones en tanto que traductoras de la realidad.
Podemos así pues afirmar que nos encontramos ante el primer Compositor Romántico de la Historia de la Música.


Y cerrando el ciclo: Richard WAGNER. Todo y nada, la más excelsa definición del infinito en tanto que unificando su obra y su persona, ambos formarán un todo cuyo denominados común pasa por la insatisfacción como fuerza para optar y seguir optando permanentemente.
Juguete roto de su época. WAGNER vivirá permanentemente enfrentado a su sino con la peculiaridad de ser éste algo evidente para todos salvo para él mismo, lo cual no contribuirá sino a su destrucción en vida, ayudándole de manera categórica en la consecución del éxito absoluto de cualquier Romántico; alcanzar la muerte en vida, en tanto que ser capaz de presagiar el propio infinito sin abandonar lo finito que es nuestra mísera vida.


Acabamos así pues este periplo por la Música, en conmemoración pues del que se ha dado en llamar su día, aunque creo poder afirmar que ningún día sin Música está completo, pues los días no son sino medidas estereotipadas de la Vida, y la Música es parte indisoluble de ésta, en tanto que nos hace más humanos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 14 de noviembre de 2015

DE CONSTATAR QUE TODO ES, A LO SUMO, UN TRÁNSITO.

De no ser así, en días como hoy ¿qué podríamos hacer? ¿A qué podríamos, ciertamente, aspirar?

Ha amanecido hoy un día extraño. Un día de otoño que ciertamente no parece de otoño, de hecho más bien parece como sí a estas alturas el otoño hubiera desertado, cuando no renegado directamente de sus funciones. Y si el otoño no quiere ejercer como tal ¿de qué ejercerá el poeta? Necesita el poeta de humanidad y, si de algo podemos hoy estar seguros, es de que de eso tampoco andamos sobrados.

Renunciamos pues un día más de manera voluntaria al excesivo pesar que nos depara la aparente obligación de transitar siempre por el largo y duro aquí y ahora que nos ha tocado vivir, los cuales vienen a conformar un contexto que no lo olvidemos, no ha sido elegido por nosotros; y proponemos un días más un ejercicio de tránsito estático y devenir inexistente que consiste, dicho de manera somera, en la búsqueda de un paseo solariego en un momento en el que la tormenta es lo único que abunda…
Buscamos una vez más respuestas en la Historia, y auque lo cierto es que no necesitamos que las mismas afloren ante nosotros con la modalidad clara y distinta con la que el sueño que supuso la catarsis lo hizo para DESCARTES tal día como hoy, de hace algunos trescientos treinta años, mentiríamos de manera casi vulgar si no dijésemos que estamos una vez más seguros de que la nuestra, si bien puede parecer una apuesta arriesgada está definitivamente encerrada dentro de un contexto absolutamente seguro.

Para los que piensen que éste no es el sitio adecuado para encontrar tales respuestas, les ofreceremos gustosos una consideración en apariencia elemental la cual, como suele ocurrir en la mayoría de los casos, suele contener en su interior un coeficiente de esencialidad que en un principio había pasado inadvertido así, aceptando que la violencia como concepto, y sus manifestaciones como procedimientos forman indudablemente parte de los componentes esenciales del Hombre, componen a priori su carga instintiva. ¿De verdad esperan encontrar en algún sitio mejor que donde se consolidan los aspectos emotivos respuestas a estas y a parecidas preguntas?

Resulta así que del estudio de la Música así como del contexto en el que ésta se genera, se hallan directamente implícitos muchos de los factores que pueden servir para, entre otras cosas, tratar de definir la huella que determina el contexto y la situación de quienes de una u otra manera influyeron en la concepción de la misma. Estamos así pues diciendo que en consonancia directa con lo que procede de aceptar que el contexto determina la naturaleza de la Música que en cada momento se compone, resulta por deducción evidente aceptar que del análisis de la Música que un determinado momento se compone, podremos concluir la naturaleza del contexto en el que la misma fue compuesta.

Asumimos así pues la vida como un transitar, un transitar denotado en pos de propiciar el ansiado descenso por los ríos, hasta conseguir el ansiado descanso una vez alcanzadas las quietas aguas de la ansiada mar. Un transitar que comienza en Alemania en noviembre de 1938, termina en París hoy, no sin antes haberse detenido unos instantes, esperemos que para algo más que para coger resuello, en la misma Ciudad de la Luz, en el París de hace justo ahora setenta y cinco años. ¿Les resulta difícil encontrar un principio común? Les facilitaremos la tarea ya que creo estarán de acuerdo conmigo en que no hay mejor nexo que el proporcionado por el propio Hombre, ni mejor componente que el aportado por el desarrollo de la conducta que le es propia la cual nos trae hoy aquí; la cual no es otra que la violencia alimentada ahora como en multitud de casos anteriores por el miedo procedente de la incomprensión de cuanto nos resulta desconocido.

9 de noviembre de 1938. Anochece en Alemania, aunque lo cierto es que en Alemania hace ya algunos años que el sol prefiere abstenerse de salir.
La acumulación de circunstancias que en los últimos años se empeña en sepultar para siempre tanto a Alemania como especialmente a su Historia tras un enorme e insalvable montón de fango, parece encaminarse en esta noche hacia una suerte de culmen de cuya implementación ya nunca podrá sobreponerse.
Del atento estudio y posterior comprensión de los parámetros que por aquel entonces vienen a componer el escenario vital que día tras día acompaña a cualquier alemán, podemos deducir una suerte de contexto que lejos de poderse considerar como agradable o ni tan siquiera atractivo, redunda sin resquemor en la manifestación evidente de una serie de carencias, la mayoría de ellas inaceptables, que terminan por conciliar variables otrora impensables en pos de consolidar un ambiente fácilmente inflamable.
Las estructuras políticas del momento, abiertamente incompetentes no tanto para elaborar una respuesta adecuada, siquiera para entender la magnitud de la cuestión asociada, terminaron en su profusión de fracaso por convertirse en la catapulta definitiva destinada a inmolar en los altares del nuevo poder a una figura cuya fuerza, lejos de procede de la eficiencia o a lo sumo del atento cumplimiento de los parámetros de lo que llamaríamos correcto proceder político, bastaría mostrase en realidad aptitudes más propias para la efusividad y el por qué no decirlo, mal llamado populismo.

Encontraron lo que buscaban, ¡vaya si lo hicieron! Y lo hicieron en la figura de un raquítico y algo melifluo niño austriaco en el que la perversión innata que conformaba ampliamente su carácter, se había visto reforzada por los efectos que una educación en la que la excesiva presencia femenina se hacían patentes; había terminado por destruir.
Una personalidad por otro lado ideal para otros menesteres, entre los que bien podrían citarse los de la predisposición para aceptar órdenes sin cuestionar su sentido ni su procedencia, generando con ello la perfecta máquina para servir en el ejército que Bohemia necesitaba para ir a la guerra, concretamente para estar en la I Guerra Mundial.

Pero las puñaladas que la actividad política muestra en Berlín no se parecen en nada al ejercicio que para esquivar balas resultaba imprescindible en las llanuras de Francia en 1915.

Con ello, las múltiples carencias que a efectos gubernamentales presenta nuestro Cabo Bohemio, quedan rápidamente patentes a la hora de tener que pergeñar no tanto estrategias destinadas a tomar una colina, como sí más bien de cara a la elaboración de unas Cuentas Generales o Presupuestos de un país que se encuentra no tanto al borde, como sí más bien completamente sumido en la Bancarrota.

Es entonces cuando la situación se presenta ante nosotros en toda su magnitud. Rehabilitando una vieja leyenda, alimentando una malversación conceptual de cuyas penosas consecuencias la Historia aún no se ha recuperado; Hitler no tiene que esforzarse mucho, pues no crea nada nuevo, para recuperar del baúl de los ancestros uno de los miedos legendarios que durante siglos ha campado por sus respetos a lo largo y ancho de la Vieja Europa. Europa, el continente por excelencia, el que se forjó a golpe de espada de caballero allí donde la razón no llegaba, y que acudió al oro para llegar todavía más lejos, se cobraba ahora la última de las deudas, la más peligrosa, la que procede de la envidia que se nutre del miedo de saber que nunca podrás pagar la deuda que tienes contraída. La deuda que la estabilidad de Europa tiene con los préstamos y con los empréstitos cuyos recibos, algunos de ellos sin duda en manos de sus acreedores desde hace generaciones, sirvieron para trenzar la soga que ahorcó a los judíos.

De esta manera, la envidia será la ponzoña que envenene el alma de aquél que por avatares del destino tendrá en su mano la potestad de terminar de incendiar Europa. Un incendio que comenzará precisamente en esa fatídica noche del 9 al 10 de noviembre de 1938. Un incendio cuyas brasas aún no se han extinguido del todo, como prueba el hecho de que cada vez que sopla brisa, los rescoldos vuelven a prender sobre la mecha que aún amenaza la estabilidad de nuestros sueños.

Pero la Vida, como la Música, se alimenta de paradojas. Y paradoja es la que se produce cuando justo dos años después, un 9 de noviembre de 1940 en París, tiene lugar el estreno de la tremenda obra que resulta ser “El Concierto de Aranjuez”.

Compuesta por el Maestro Rodrigo, la obra viene a ser la síntesis de los efectos cuando no de las interpretaciones emotivas que en este caso otra guerra, concretamente la Guerra Civil Española, provoca en el alma de su creador.
El Concierto de Aranjuez, sobre todo su adagio, constituye muy probablemente la más hermosa muestra del efecto reconciliador que la Música tiene. Un efecto que aplicado sobre los Hombres en tanto que integrantes de una especie propia y por ende tenedora de sus propias peculiaridades cuando no características, redunda en la satisfacción de devolvernos la esperanza en forma de satisfacción pues una especie capaz de converger netamente en un homenaje a la belleza de la calidad que se hace patente en el Concierto de Aranjuez no puede ser, al menos no necesariamente, mala.

Y en medio de todo esto, no sabemos bien si a causa de, o como consecuencia más bien, el Hombre moderno, Un Hombre que ha de lidiar con su Historia en la más amplia acepción del término, contando además con el hándicap de saber como nunca antes supo nadie de la relación casi equidistante que guarda respecto del bien, y del mal, prueba inequívoca de que unas veces puede vender su alma a dios, con la misma calidad con la que otras lo hace al diablo.

¿En qué parte de la cuerda estaremos ahora?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 7 de noviembre de 2015

JUANA DE CASTILLA. NACIDA EN LA REALEZA, PROMOVIDA COMO REINA, DESTINADA A NO GOBERNAR.

Muchos, y sin duda todos controvertidos, son los anuncios vertidos contra, sobre, o desde, la figura de Juana I de Castilla. La que por sí y por derecho podemos decir se identifica en uso y atribución de sus derechos; como primera figura que en realidad gobernó sobre la totalidad de los territorios sobre los que hoy identificamos y reconocemos la actual España; Juana I de Castilla se muestra ante la Historia como uno de los personajes sin duda más controvertidos de cuantos se han podido conciliar.

Nacida el 6 de noviembre de 1479 en Toledo; la llamada Juana en honor al santo patrón de su familia, asume desde su nacimiento y en condición de tal, las consideraciones y prebendas derivadas de su natural condición de Infanta de Castilla y de Aragón.
Educada en consonancia con lo expuesto, y que a grandes rasgos queda enclavado dentro de la condición propiciada por lo que a priori parece una muy exigua posibilidad de que termine por acceder a la certeza de heredar un Reino sobre el cual necesite ejercer la condición de mando; la niña Juana verá orientados sus esfuerzos hacia lo que podríamos llamar nociones profundas de buena conducta y urbanidad, todo ello enmarcado como es de suponer en un presagio de futura vida que en coherencia habrá de desarrollarse en el seno de una Corte, sea ésta de la naturaleza que sea, no teniendo garantías obviamente de que haya ésta de quedar enclavada ni en la península, ni por supuesto cerca.
Es de tales consideraciones, que Juana recibirá no ya nociones sino que demostrará profundo talento a la par que especial consideración para cuestiones de clase tales como los idiomas, de entre los que dominará varios de los que le son coetáneos, además por supuesto del Latín y del Griego, mostrando especial consideración para lo que hoy denominaríamos nociones de Diplomacia y Etiqueta.

Sin embargo, y con todo, los rasgos y disposiciones esenciales que harían de Doña Juana lo que en el futuro estaría por ser, fueron poco a poco moldeándose, y lo harían sobre todo a costa no tanto de lo que sus padres, los Reyes Católicos, hicieran, como sí más bien, de lo que no hicieron.
Así, la rebeldía de la que siempre y denodadamente fue acusada Juana procede no tanto de sus acciones, sino más bien de su escasa afinidad para con las disposiciones que fundamentalmente desde el contexto natural de su madre, se le exigían. De todas estas disposiciones, fuente sin duda de innumerables choques y desazones entre madre e hija, el más evidente a la par que radical es el que se descubre a partir de la asunción de la suerte de relativismo que en materia de carácter religioso, parece perseguir la todavía niña Juana.

Resultando sin duda sencillo de entender el hecho, complicado en esencia, no hace sino complicarse con el paso del tiempo, toda vez que ha de asumirse además dentro del rango de profunda espiritualidad desde el que la madre, la Reina Isabel I de Castilla, entiende y concibe el desarrollo de todos y cada uno de los aspectos propios no ya de la condición de gobierno, sino por supuesto de todo lo que impregna la propia condición de ser viviente de la que hace gala el Ser.
Con todo, el hecho quedaría aparcado, disimulado podríamos decir, en la esperanza de que como tantas otras cosas, se calmen a medida que la niña abandone su condición de tal, alcanzando con ello paulatinamente la que es propia del ser adulto, que contiene especialmente las disposiciones mentales cuyos ejercicios nos permiten identificar que efectivamente el grado de madurez ha sido positivamente alcanzado.
En cualquier caso, y antes de dar por finalizados los apuntes al respecto de tal hecho, hemos de hacer y hacemos cumplida mención al hecho de que en esta época era costumbre, costumbre nada extraña toda vez que se extenderá hasta bien entrado el siglo XIX, de considerar a los infantes, sobre todo en lo relativo a su condición de educandos, no como entes propios, cuando sí más bien como proyectos absoluta y totalmente terminados. De esta manera, se entiende que los niños ni recibían un trato propio de tales, ni, y eso es lo peor, se esperaba de ellos reacción o forma de pensar diferente por su obvia condición de infantes. Dicho de otra manera, los niños no eran considerados sino como adultos de tamaño pequeño, lo que complicaba hasta la saciedad como podemos imaginar su transitar por la vida. Complicaciones que sin duda se multiplicarían hasta el infinito al imaginar el grado de exigencia que para alguien de su clase se esperaría de Doña Juana.

Con todo, o pese a todo, no será ninguno de los mentados el aspecto que de manera más incisiva afecte  no ya al futuro sino a la forma de entender la vida. Mujer e Infanta, no parece carente de razón el argumento a partir del cual lo máximo a lo que la niña puede aspirar es a formar parte de un buen acuerdo matrimonial. El hecho, para nada rebuscado en caso de mostrarse afecto a cualquier otra Corona, alcanza casi grado de obligación si lo promovemos dentro de la ambiciosa política de acuerdos matrimoniales implementada por los Reyes Católicos.

Ubicada dentro del concepto revolucionario que no tanto las formas esgrimidas, como sí más bien los objetivos perseguidos, determinan; lo cierto es que a la hora de someter a consideración cuando no a juicio la estrategia que abunda en el tremebundo plan en el que acaba por convertirse la suerte de ardides que bajo tal etiqueta se protegen; lo cierto es que la visión demostrada por los Reyes Católicos, aunque una vez más hay que atribuir a Isabel el éxito a colación de tal empeño pues, siendo justos con algo que incluso hoy estamos seguros de que se mantiene, en última instancia y en lo que tiene que ver con nupcias y amoríos, las madres se entienden mejor con las hijas, mostrándose más capacitadas a la hora de desaconsejar ciertos casamientos, como potentes a la hora de imponer otros.
De tamaña manera, que Juana quedó más pronto que tarde ejerciendo, en este caso de peón, su función dentro del gran juego de ajedrez en el que sus padres habían convertido lo que acabaría por denotarse como el definitivo proceso de construcción de Europa.

Porque de tamaños ajuares hemos de revestirnos antes de seguir adelante con nuestras disposiciones así, antes, mucho antes de que ni tan siquiera pudiera intuirse que Juana podía llegar a convertirse en una candidata viable a ejercer el gobierno sobre sus reinos, su madre había iniciado ya un proceso que más allá de su conclusiones específicas y de sus desbordamientos propios, encerraba sobre todo una idea revolucionaria, la que pasa por comprender el gran poder de visión que la Reina Isabel tenía, situación visionaria que solo puede entenderse en toda su magnitud asumiendo que el a priori de Europa se encuentra sin duda dentro de las concepciones que Isabel fue capaz de implementar.

Había sido Juana barajada como carta dentro de este juego, para entablar partida por ejemplo con los reinos de Francia, así como con Escocia. En el primer caso Juana fue ofrecida como esposa para el delfín Carlos. En el caso de haber prosperado la opción de Escocia, hubiésemos emparentado con la dinastía de los Estuardo, con Jacobo IV de por medio.
Sin embargo, tales consideraciones no fructificaron, y no por falta de interés, como sí más bien por el giro que las cosas dieron, ¿cómo no? por Cuestiones de Estado. Unas cuestiones que adquirieron pronta y rápida consideración a partir de que quedara abierto un mínimo por el cual habilitar la posibilidad de que los Reyes Católicos degustaran el éxito siquiera jamás ni soñado de su por otro lado no poco ambicioso plan matrimonial. Este hecho tiene lugar, o más bien se deriva, de la posibilidad que surge no tanto de casar a Juana con un heredero de postín; sino más bien de entender las consecuencias que puede tener el que a consecuencia de tal movimiento, se posibilite que su hermano Juan, el que optaba a ser heredero absoluto, logre el compromiso de otra gran heredera.
La ecuación, increíble incluso sobre el papel, se da cuando Margarita de Austria, hija de Maximiliano, queda comprometida con el heredero Juan, a cambio de que Juana se case con Felipe, archiduque de Austria.
La apuesta de cara a dominar el Sacro Imperio Romano Germánico está hecha. Los resultados sin duda que sorprenderán, y serán en términos cuantitativos muy superiores a los ni tan siquiera soñados. La forma de conseguirlos será lo inesperado. El precio a pagar, sin duda demasiado alto.

Porque nada salió como se esperaba. Uno tras otro, los hermanos que la precedían en el derecho de sucesión, así como su propio sobrino, mueren, haciendo a Juana Reina de España.
Bien por falta de motivación, de deseo o de formación, será tal una consideración que jamás la hará feliz, convirtiéndose más bien en una pesada losa que sin duda será la responsable final de su destrucción. Una destrucción que encontrará sin duda en elementos contextuales no muy alejados de la propia reina a sus máximos responsables. Así, su propia madre maniobrará en un proceso  persiguiendo el ladino objetivo de desmerecer a la ya reina tal y como se desprende de las aportaciones de historiadores que afirman que en su testamento la desahucia bajo las acusaciones de no confesarse, ni asistir a misa.
A la muerte de Isabel, será Juana víctima de la lucha que por el poder y el trono enfrentará a Fernando el Católico con el esposo Felipe luchas que se llevarán por delante a la reina, a favor de un Carlos I, su hijo que, lejos de sentir alguna afinidad hacia la desgracia de su madre, vendrá a incrementarla en tanto que se mantendrá inflexible en las tesis de que permanezca presa en Tordesillas, obligándola a que tome las órdenes religiosas “si quiera mediante el uso de la tortura.”

Con todo, Juana será la legítima reina de España hasta su muerte, acaecida en abril de 1555, si bien jamás ejerciera de tal como prueba el hecho de que nunca firmó un solo documento como tal, ni siquiera tras el breve periodo de retorno a la aparente normalidad que vivió con el esfuerzo que el Movimiento Comunero llevó a cabo en 1520 para restaurarle sus derechos.

Con todo, o tal vez precisamente por ello, el periplo protagonizado por la Reina Juana se descubre pronto como uno de los más trágicos a la par que más interesantes de cuantos han acontecido en los marcos históricos de España, y probablemente de Europa.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.