De no ser así, en días como hoy ¿qué podríamos hacer? ¿A qué
podríamos, ciertamente, aspirar?
Ha amanecido hoy un día extraño. Un día de otoño que
ciertamente no parece de otoño, de hecho más bien parece como sí a estas
alturas el otoño hubiera desertado, cuando no renegado directamente de sus
funciones. Y si el otoño no quiere ejercer como tal ¿de qué ejercerá el poeta?
Necesita el poeta de humanidad y, si de algo podemos hoy estar seguros, es de
que de eso tampoco andamos sobrados.
Renunciamos pues un día más de manera voluntaria al excesivo
pesar que nos depara la aparente obligación de transitar siempre por el largo y
duro aquí y ahora que nos ha tocado
vivir, los cuales vienen a conformar un contexto que no lo olvidemos, no ha
sido elegido por nosotros; y proponemos un días más un ejercicio de tránsito estático y devenir inexistente que consiste, dicho de manera somera, en la búsqueda de
un paseo solariego en un momento en
el que la tormenta es lo único que abunda…
Buscamos una vez más respuestas en la Historia, y auque lo
cierto es que no necesitamos que las mismas afloren ante nosotros con la modalidad clara y distinta con la que el
sueño que supuso la catarsis lo hizo
para DESCARTES tal día como hoy, de hace algunos trescientos treinta años,
mentiríamos de manera casi vulgar si no dijésemos que estamos una vez más
seguros de que la nuestra, si bien puede parecer una apuesta arriesgada está
definitivamente encerrada dentro de un contexto absolutamente seguro.
Para los que piensen que éste no es el sitio adecuado para
encontrar tales respuestas, les ofreceremos gustosos una consideración en
apariencia elemental la cual, como suele ocurrir en la mayoría de los casos,
suele contener en su interior un coeficiente de esencialidad que en un
principio había pasado inadvertido así, aceptando que la violencia como
concepto, y sus manifestaciones como procedimientos forman indudablemente parte
de los componentes esenciales del Hombre, componen a priori su carga instintiva.
¿De verdad esperan encontrar en algún sitio mejor que donde se consolidan los
aspectos emotivos respuestas a estas y a parecidas preguntas?
Resulta así que del estudio de la Música así como del
contexto en el que ésta se genera, se hallan directamente implícitos muchos de
los factores que pueden servir para, entre otras cosas, tratar de definir la
huella que determina el contexto y la situación de quienes de una u otra manera
influyeron en la concepción de la misma. Estamos así pues diciendo que en
consonancia directa con lo que procede de aceptar que el contexto determina la
naturaleza de la Música que en cada momento se compone, resulta por deducción
evidente aceptar que del análisis de la Música que un determinado momento se
compone, podremos concluir la naturaleza del contexto en el que la misma fue
compuesta.
Asumimos así pues la vida como un transitar, un transitar
denotado en pos de propiciar el ansiado descenso por los ríos, hasta conseguir
el ansiado descanso una vez alcanzadas las quietas aguas de la ansiada mar. Un
transitar que comienza en Alemania en noviembre de 1938, termina en París hoy,
no sin antes haberse detenido unos instantes, esperemos que para algo más que
para coger resuello, en la
misma Ciudad de la Luz, en el París de hace justo
ahora setenta y cinco años. ¿Les resulta difícil encontrar un principio común? Les facilitaremos la
tarea ya que creo estarán de acuerdo conmigo en que no hay mejor nexo que el
proporcionado por el propio Hombre, ni mejor componente que el aportado por el
desarrollo de la conducta que le es propia la cual nos trae hoy aquí; la cual
no es otra que la violencia alimentada ahora como en multitud de casos
anteriores por el miedo procedente de la incomprensión de cuanto nos resulta
desconocido.
9 de noviembre de 1938. Anochece en Alemania, aunque lo
cierto es que en Alemania hace ya algunos años que el sol prefiere abstenerse
de salir.
La acumulación de circunstancias que en los últimos años se
empeña en sepultar para siempre tanto a Alemania como especialmente a su
Historia tras un enorme e insalvable montón de fango, parece encaminarse en
esta noche hacia una suerte de culmen de cuya implementación ya nunca podrá
sobreponerse.
Del atento estudio y posterior comprensión de los parámetros
que por aquel entonces vienen a componer el escenario vital que día tras día
acompaña a cualquier alemán, podemos deducir una suerte de contexto que lejos
de poderse considerar como agradable o ni tan siquiera atractivo, redunda sin
resquemor en la manifestación evidente de una serie de carencias, la mayoría de
ellas inaceptables, que terminan por conciliar variables otrora impensables en
pos de consolidar un ambiente fácilmente inflamable.
Las estructuras políticas del momento, abiertamente
incompetentes no tanto para elaborar una respuesta adecuada, siquiera para
entender la magnitud de la cuestión asociada, terminaron en su profusión de
fracaso por convertirse en la catapulta definitiva destinada a inmolar en los altares del nuevo poder a
una figura cuya fuerza, lejos de procede de la eficiencia o a lo sumo del
atento cumplimiento de los parámetros de lo que llamaríamos correcto proceder político, bastaría
mostrase en realidad aptitudes más propias para la efusividad y el por qué no
decirlo, mal llamado populismo.
Encontraron lo que buscaban, ¡vaya si lo hicieron! Y lo
hicieron en la figura de un raquítico y algo melifluo niño austriaco en el que
la perversión innata que conformaba ampliamente su carácter, se había visto
reforzada por los efectos que una educación en la que la excesiva presencia
femenina se hacían patentes; había terminado por destruir.
Una personalidad por otro lado ideal para otros menesteres,
entre los que bien podrían citarse los de la predisposición para aceptar
órdenes sin cuestionar su sentido ni su procedencia, generando con ello la
perfecta máquina para servir en el ejército que Bohemia necesitaba para ir a la
guerra, concretamente para estar en la I Guerra Mundial.
Pero las puñaladas que la actividad política muestra en
Berlín no se parecen en nada al ejercicio que para esquivar balas resultaba
imprescindible en las llanuras de Francia en 1915.
Con ello, las múltiples carencias que a efectos
gubernamentales presenta nuestro Cabo
Bohemio, quedan rápidamente patentes a la hora de tener que pergeñar no
tanto estrategias destinadas a tomar una colina, como sí más bien de cara a la
elaboración de unas Cuentas Generales o Presupuestos de un país que se
encuentra no tanto al borde, como sí más bien completamente sumido en la
Bancarrota.
Es entonces cuando la situación se presenta ante nosotros en
toda su magnitud. Rehabilitando una vieja leyenda, alimentando una malversación
conceptual de cuyas penosas consecuencias la Historia aún no se ha recuperado;
Hitler no tiene que esforzarse mucho, pues no crea nada nuevo, para recuperar
del baúl de los ancestros uno de los miedos legendarios que durante siglos ha
campado por sus respetos a lo largo y ancho de la Vieja Europa.
Europa , el continente por excelencia, el que se forjó a golpe
de espada de caballero allí donde la razón no llegaba, y que acudió al oro para
llegar todavía más lejos, se cobraba ahora la última de las deudas, la más
peligrosa, la que procede de la envidia que se nutre del miedo de saber que
nunca podrás pagar la deuda que tienes contraída. La deuda que la estabilidad
de Europa tiene con los préstamos y con los empréstitos cuyos recibos, algunos
de ellos sin duda en manos de sus acreedores desde hace generaciones, sirvieron
para trenzar la soga que ahorcó a los judíos.
De esta manera, la envidia será la ponzoña que envenene el
alma de aquél que por avatares del destino tendrá en su mano la potestad de
terminar de incendiar Europa. Un incendio que comenzará precisamente en esa
fatídica noche del 9 al 10 de noviembre de 1938. Un incendio cuyas brasas aún
no se han extinguido del todo, como prueba el hecho de que cada vez que sopla
brisa, los rescoldos vuelven a prender sobre la mecha que aún amenaza la
estabilidad de nuestros sueños.
Pero la Vida, como la Música, se alimenta de paradojas. Y paradoja
es la que se produce cuando justo dos años después, un 9 de noviembre de 1940
en París, tiene lugar el estreno de la tremenda obra que resulta ser “El
Concierto de Aranjuez”.
Compuesta por el Maestro Rodrigo, la obra viene a ser la
síntesis de los efectos cuando no de las interpretaciones emotivas que en este
caso otra guerra, concretamente la Guerra Civil
Española , provoca en el alma de su creador.
El Concierto de Aranjuez, sobre todo su adagio, constituye muy probablemente la más hermosa muestra del
efecto reconciliador que la Música tiene. Un efecto que aplicado sobre los
Hombres en tanto que integrantes de una especie propia y por ende tenedora de
sus propias peculiaridades cuando no características, redunda en la
satisfacción de devolvernos la esperanza en forma de satisfacción pues una
especie capaz de converger netamente en un homenaje a la belleza de la calidad
que se hace patente en el Concierto de Aranjuez no puede ser, al menos no
necesariamente, mala.
Y en medio de todo esto, no sabemos bien si a causa de, o
como consecuencia más bien, el Hombre moderno, Un Hombre que ha de lidiar con
su Historia en la más amplia acepción del término, contando además con el
hándicap de saber como nunca antes supo nadie de la relación casi equidistante que
guarda respecto del bien, y del mal, prueba inequívoca de que unas veces puede
vender su alma a dios, con la misma calidad con la que otras lo hace al diablo.
¿En qué parte de la cuerda estaremos ahora?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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