sábado, 22 de febrero de 2014

DE LOS DESGASTES PROPIOS DEL CORRER DEL TIEMPO

Acumula años, sin duda, el Imperio. Años y tránsitos, devenir y penurias; y en definitiva y siempre, el demoledor efecto del tiempo.

Dicen los románticos, o quién sabe si más bien los en verdad dados a disfrazar la realidad, que el paso del tiempo no es sino la acumulación de la tan deseada experiencia. ¡Mentira! Lo único cierto es que la acumulación de lo uno, lleva inexorablemente aparejado la rendición ante lo otro. Y es ahí donde redunda uno de los más terribles de los dramas humanos.

Drama sí, qué duda cabe, y que como suele ocurrir en otros muchos casos, no por chovinismo, sino sencillamente porque pocos Imperios como el español pueden en realidad acumular tantos escenarios, sucesos y épocas; nos lleva una vez más, con la desazón aparente de tener que reconocer que sin duda no será la ultima; a reconocer que, otra vez, hemos fracasado en el intento. ¿En qué intento, podrán decir ahora mismo algunos? En el intento por otro lado tantas veces esgrimido de ser capaces de entendernos a nosotros mismos.

Es no ya tanto en ser español, como sí el ejercer de manera coherente de tal guisa, una labor complicada. No en vano son españoles desde algunos emperadores romanos, hasta todos los monarcas englobados bajo el seudónimo de “Los Alfonsos”, seudónimo que de por sí infligía ya terror entre sus enemigos. Pero eran también españoles D. Miguel de CEVANTES, y otros, a la sazón aún más paisanos, como Antonio MACHADO.

Es, en definitiva la de ser español, y ejercer de lo propio, una misión complicada. Complicada porque ser español no puede, ni debe, verse reducido a la mera a la par que a veces miserable, función del patriotismo. Ser español y ejercer de tal, requiere alma, corazón y espada. Y no solo eso, ser español conlleva a menudo estar dispuesto en cualquier momento a hacer uso, y siempre de manera indiscriminada de todos, o a veces al menos de una parte, de los componentes descritos en la lista reseñada. Y si algo queda claro, es que tal conducta, ejercida en toda o en alguna de sus partes, conlleva riesgos, a la par que deja consecuencias, que a nadie han de dejar indiferentes.

Será así pues tan complicada la misión de ser y ejercer de español, que abiertamente hace falta un manual de instrucciones al cual referirnos. No se trata, obviamente, de consideraciones que lleven a pensar que el hecho puede ser conjeturable de analizarse desde alguna clase de proceder científico, ya que nada puede haber más alejado de lo científico que lo que está vinculado a lo pasional. Pero lo cierto es que la carga conceptual e histórica que sin duda lleva aparejada el ser, y comportarse como español, obliga a algunos a tener que buscar consejos, cuando no francamente ayuda.

Es así que, al contrario de lo que suele ocurrir con otras nacionalidades, quién sabe si por estar éstas menos acostumbradas a lidiar con la Historia, quedando pues más libre del duro y siempre inexorable juicio que ésta impone; que a veces es como si Ser Español conllevara un plus de obligación, un excesivo esfuerzo ligado, como no puede ser de otra manera, a la responsabilidad que tal condición lleva aparejado.

Responsabilidad, de nuevo, y por enésima vez, el concepto por antonomasia. Término coherente como polivalente, es la responsabilidad, asociada a las obligaciones que intrínsecamente lleva aparejadas, el término que mejor puede no ya explicar, como sí ayudarnos a entender, la problemática que sin duda subyace a la condición de ejercer firmemente y con conciencia, de español.
Aparece la responsabilidad asociada a la Ética, a la Moral, a la Filosofía, a la Historia... y es así que tal vez por ello, o quién sabe si desde la comprensión de semejante ello, que la conducta propia, o incluso por ende la esperada de cualquiera que sea o haya sido español, está preñada de tal viso de intensidad, que pocos, a lo largo de la historia, han sido verdaderamente capaces de ejercer de tal uso en conciencia para con los mismos.

Y si difícil ha resultado a lo largo de la Historia, no podemos decir que el presente, entendido como tal el que atañe a nuestro pasado más cercano, haya sido benévolo para con nosotros.

Desde los acontecimientos ya afortunadamente casi denostados, dentro de los cuales han de figurar inexorablemente la conmemoración del 75 aniversario de la muerte en Francia, y lo que es peor, en el exilio, de personas como MACHADO; hasta esos otros acontecimientos qué duda cabe menos satisfactorios como el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, el cual en parte ha venido hoy a suscitar toda esta reflexión; lo cierto es que ambos, a modo de resumen de otros, o de una infinidad, no hacen sino venir a resumir la complejidad que, insistimos, ha de subyacer al hecho de ser y conducirse como español. Y es que, sin ánimo de quebrantamiento por parte del ánimo de nadie, ambos, como tantos comportamientos tan, cuando no más incomprensible, bien pudieran quedar englobados dentro del denominador común de patriotismo. Prueba irrefutable de la complejidad que va ligada a la conducta coherente para con el ejercicio del español.

Como diría MARÍAS, “es así que no cualquiera ha podido, y por ende no puede, bailar como español.” Por ello, traduciendo en el tiempo que no en el espacio las avenencias de tamaño comentario, lo cierto es que tal y como queda patente por lo atinente al periodo que nos ha tocado vivir, bien podría decirse que los bailes que hoy por hoy nos marcamos, no hicieran sino ratificar la certeza de tal preconización.
Hoy en día los españoles, o mejor dicho, aquéllos sobre los que ha recaído la pesada losa de representar a todos los españoles, se conducen de una manera que parece ratificar no ya su incomprensible inapetencia, sino quién sabe si su manifiesta incapacidad de cara a mantener alto el pabellón.

Pero lo cierto es que, lejos de echar la culpa en exclusiva a los legos que ejercen como tales, lo cierto es que por el bien de todos convendría rebuscar en lo más profundo de las actuales fuentes, y ver si en realidad la culpa de que tales sean no solo las conductas, sino abiertamente las tallas de los que nos conducen, no hará en realidad sino gala a la falta de responsabilidad demostrada por quienes una vez los elegimos, a la par que luego somos incapaces de exigirles cumplan con las que, al menos en apariencia, son sus obligaciones.

Es así que entre unos y otros, entre humos y desaires, lo cierto es que de un tiempo a esta parte, parece como si unas veces las acciones, y otras las manifiestas dejaciones, hubieran conducido no tanto al país, como sí a la patria, hacia un periodo de decadencia muestra, o quien sabe si más bien premonición de algo peligrosamente cercano a la decadencia.

Tal hecho, inconcebible por magnitud, en realidad no es reciente. Responde en realidad a la constatación de una serie de acontecimientos, conceptuales unos, de carácter práctico otros, que han permanecido aletargados, pasando inadvertidos en el mejor de los casos, tras el denso y tupido velo que antaño supuso la bonanza económica en la que hemos estado sumidos.

Tal periodo, marcado no tanto por los excesos materiales, como sí por las aberraciones etéreas que ha permitido, cuando no participado directamente de las mismas, ha servido en segundo plano, de manera más oculta si se prefiere; para mantener oculto, cuando no camuflado, un proceso de lenta aunque inexorable depauperación de toda una serie de modelos, cuando no de principios, que han conducido a España hasta un estado en el cual, no solo no se reconoce a sí misma, sino que queda, con mucho, distante de poder recuperarse.

Y así, una vez que los vientos de la crisis han hecho desaparecer los livianos velos de la tamaña desilusión, lo cierto es que lo único que nos queda es la constatación de lo que siempre fuimos. Un sueño, un eterno proyecto, un páramo que, en el mejor de los casos encontrará en el recuerdo el mapa desde el que dirigir una vez más, la desalentadora misión de reconducirse.

Mi infancia son recuerdos de un patio...


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 15 de febrero de 2014

DE SAN VALENTINES, EXCUSAS, Y POR SUPUESTO DE MALENTENDIDOS.

Una vez superado el trance en el que algunas veces se ven convertidas las fechas, es cuando suele aparecer de manera propicia, para nada eventual, y casi siempre adecuado; el instante desde el que la perspectiva nos propone la línea adecuada no ya de cara al discurso, sino fundamentalmente de cara a lograr la comprensión de aquello desde cuya formulación, fuere ésta la que fuere, todo comenzó.

Es así que, alejados de la supuesta lozanía que determinadas calendas parecen propugnar, e inmersos, eso sí, el la dosis de realismo que bien el momento, bien el asunto a tratar, nos permita, es entonces cuando nos lanzamos a la exposición, no importa por supuesto si una vez más marginal, de algunos aspectos que para nada tienen por qué formar parte de corolario alguno a tenor de los logros de la nuestra rotunda actualidad; aunque, o más bien tal vez por ello, sí que interesas a éste que un día más se muestra osado por perturbar no ya su tranquilidad, sino por manifestarse como un activo ladrón de su tiempo.

Me desvinculo así una vez más de la aparente realidad que conforma nuestro mundo, para ponerme pues en mejor disposición no tanto para expresar, como sí más bien para comprender incluso, aquellos parámetros que de una forma u otra habrán de venir a conformar el escenario donde emplazar la disquisición que habrá de servir para dar forma, en este caso, al empleo que una vez más de forma absolutamente libre, decidamos dar a nuestro tiempo.

Sumidos de manera inexorable, aunque no por ello menos indecorosa, en un tiempo de modas, presagios, y en cualquier caso de conductas light, les  ruego me permitan la licencia de emplear semejante término asociado a toda conducta ambigua, o carente en todo caso del suficiente sustrato científico como para lograr la inferencia de ni tan siquiera una ínfima posibilidad de proliferar en el tiempo; lo cierto es que no por el hecho de que denostemos, al menos sobre el papel, semejantes conductas, las mismas estén por ello más alejadas del compendio que viene a denotar la nuestra realidad.

Es así que entrando manifiestamente en materia, hemos de anunciar, y de hecho anunciamos, la absoluta desazón que al respecto del uso de tradiciones en pos de su abandono al servicio de las mencionadas modas, cuando no vencidas por actitudes si cabe aún más comerciales; se hace de tradiciones más o menos perversas, de las que como perfecto ejemplo podría sin duda significarse el uso que de lo mencionado se hace a tenor de acciones como las propiciadas por la en mayor menor grado falacia, en que se constituye la utilización del ejercicio de San Valentín.

Lejos de ni tan siquiera presuponer los acontecimientos desde los que traer a colación una mera disquisición en pos de substanciar lo dudoso de las intenciones, al menos a priori de las fuerzas que tanto y tan alto abogan en la actualidad por el sostenimiento, cuando no manifiesto aumento de la supuesta tradición ligada al fenómeno en el que hoy se ha convertido San Valentín; lo cierto es que la intención que libra la manifestación de lo que hoy compone estas líneas, pasa más bien por la necesidad que al autor se le plantea a la hora de hacer una clara distinción entre dos conceptos, cuando no entre dos ideas, que aparecen falsamente ligadas en la mayoría de los casos. Me estoy refiriendo a la necesidad de diferenciar con total claridad sentimentalismo, de Romanticismo.

Constituye el sentimentalismo a menudo, la consagración de un instante. Ya  sea procedente de la materialización de un logro, o de la mera y sucinta presuposición del mismo, lo cierto es que el denominador común bajo el que bien cabría unificarse a todos y cada uno de los ejemplos de fenomenología achacables a la semántica del sentimentalismo, pasa precisamente por los parámetros que aparecen ligados al fenómeno de la instantaneidad.

Convergen por el contrario en el Romanticismo, tanto realidades como suposiciones, en cualquier caso lo suficientemente sólidas, como para litigar en pos de considerar que el mismo reúne suficientes atributos para componer por sí solo, o lo que vendría a ser lo mismo en tanto que tal, un compendio lo suficientemente válido como para ser considerado digno de inaugurar por sí solo no ya tanto una mera corriente, como absolutamente un movimiento.

Porque llegados a este punto del itinerario, consideramos suficientemente validada la tesis en función de la cual  El movimiento del Romanticismo surge como algo que va mucho más allá de constituirse a partir de la mera convergencia de un cúmulo de realidades conceptuales surgidas por mera oposición natural a los cánones propios de un movimiento, el de la Ilustración, cuyo declive, por aquél entonces más que evidente, no solo permitiera, sino que casi promoviera por necesidad el auge de una realidad opuesta (como ocurre con todo precepto histórico una vez analizamos la Historia desde el punto de vista de los que la conceptúan desde los preceptos logicistas de la teoría pendular.)
Más bien al contrario, es el Romanticismo una manifestación viva, real, independiente y por supuesto autónoma, que surge no como respuesta a nada, ya que tal consideración imprimiría a priori una limitación conceptual inaceptable. Es el Romanticismo toda una estructura vinculada a serios y para nada someros pilares, que viene a satisfacer mucho más que la inocua necesidad de superar los excesivamente rígidos principios, que al menos en el terreno de los estrictamente humanos, habían sido implementados desde los quehaceceres de la Ilustración.

Es así pues el Romanticismo, el triunfo de las consideraciones del Hombre, sobre el propio Hombre. Tal afirmación, lejos de ser una incoherencia, ha de ser interpretada como la consagración de la certeza de la grandeza que converge de la constitución del Hombre, cuando él mismo es la única realidad para cuya plena definición no se halla capacitado.
Es así pues que el Romanticismo no surge, sino que más bien se alcanza. Se alcanza como fuente de inspiración, se alcanza como fuente de consideraciones; pero sobre todo, y por encima de todo, se alcanza como elemento destinado no tanto a definir al Hombre, como sí más bien a traer manifestación expresa de la evidente complejidad del mismo toda vez que una definición de ambos, a partir de los preceptos diferenciados, parece una manifestación del todo utópica.

Si bien el ámbito desde el que tales consideraciones han de ser emuladas puede resultar altamente complicado en caso de plantearse de manera absolutamente abstracta, lo cierto es que, y sin duda por ello hemos decidido plantearlo expresamente desde este medio; que el terreno de la Música Clásica es, sin el menor género de dudas, el ámbito definitivamente  inmejorable a la hora de hacer de las disquisiciones propias, territorio expreso para la experimentación porque, indefectiblemente, el vínculo existente entre la Música Clásica y el Romanticismo no solo es uno de los más prolíficos, sino que sin ningún género de dudas es el ámbito en el que más implícitas quedan todas y cada una de estas realidades.

Porque es sin duda alguna a través de los cánones que se reservan como propios, inaccesibles por ello para la mayoría del resto de consideraciones humanas, desde donde más profunda, e incluso más estrictamente tiene lugar la creación, consolidación y fusión final, de la mayoría de los caracteres que bien podrían escenificar no solo al Ser Humano que resulta una vez superadas las limitaciones emotivas a las que había de hacer frente El Hombre Ilustrado, como que en realidad podemos afirmar de manera taxativa y por ello definitivamente, que el Hombre Romántico es, en sí mismo, mucho más que un resultado, para erigirse ciertamente como una realidad cuantitativa, pero sobre todo cualitativamente suficiente, a la hora de mostrar sus credenciales para liderar las corrientes de pensamiento del siglo XIX, postergando en muchos casos su campo de actuación en algunos años más, hasta el funestos en lo que a tales consideraciones toca, del siglo XX.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 8 de febrero de 2014

FELIX MENDELSSOHN. DE LAS DIVERSAS CONSIDERACIONES DEL ROMANTICISMO.

Llegados una vez más, o mejor dicho ya a estas alturas, a tratar no de retomar, sino abiertamente de continuar nuestro para nada interesado paseo por el Romanticismo, cayendo en la pretensión no solo de no defraudar, cuando por el contrario habiendo de reconocer que el mismo procede de una caprichosa sucesión de afectos cronológicos; nos lleva a asumir que hemos, un día más de detenernos en el mencionado periodo, lo que dicho sea de paso, constituye una manifiesta satisfacción; para no ya tanto retomar, cuando sí más bien y tal vez por ello en pos de otra inagotable fuente de satisfacción, acudir hoy a la figura de Félix MENDELSSOHN BARTHOLDY en pos no tanto de las consideraciones, como sí más bien de los privilegios.

Porque huyendo de toda pretensión equívoca, como mucho menos tendenciosa; tenemos a bien traer a colación la permuta cronológica a la hora de hacer incidir nuestra atención primero en SHUBERT, del que ya consideramos en nuestra anterior edición; para hacer así si cabe no solo más satisfactorio y comprensible, sino manifiestamente más interesante, el paseo que en el día de hoy plantearnos por los muchos pros, y los escasos contra, que la vida personal y profesional de MENDELSSOHN tuvo a bien asignar.

Decimos en consecuencia que tanto la vida, como en consecuencia la obra de MENDELSSOHN se entiende sinceramente mejor después de haber comprendido la de otros tales como la del ya mencionado SHUBERT, sencillamente porque los silogismos que a tenor y de manera respectiva afectaron a uno y a otro, configuran ante sí a la par que ante el resto, unan exhibición tan incomprensible como antitética, haciendo con ello casi inaceptable el ejercicio de tener que ubicar de manera conexa ambas formas dentro del mismo movimiento cultural, sin que ello suponga a la par un ejercicio de neurosis. Puede que entre otros, en ese aspecto, se donde redunda la especial belleza, a la par que ingente grandeza conceptual de un movimiento de la envergadura de la que atesora El Romanticismo Europeo.
Y es que si aceptamos una vez más como bueno el principio en base al cual no es la obra sino reflejo de la vida, es entonces que la obra de MENDELSSOHN no solo no ha de comprenderse en relación a la de SCHUBERT, es que no ha de, entonces, poder comprenderse en relación a ninguna otra de compositor alguno que tenga vinculación con el movimiento digna en cualquier caso de ser tenida en consideración.
La causa, como pasa en todo buen silogismo, ajeno en este caso a la tentación de caer en la tautología, pasa de manera inexorable por entender que la vida que le fue propia a MENDELSSOHN, es completamente ajena  y objetivamente opuesta a la que en principio se le presupone a cualquier buen romántico que se precie.

Es así que ha venido al mundo nuestro compositor en la mañana del día que se consagra al Obispo armenio San Blas; en este caso de 1809; en el seno de una familia  que para el caso que nos ocupa, rompe de plano con el canon que a priori se presupone en tanto que propia para un compositor que haya no solo a triunfar, sino abiertamente a conseguir un renombre, tanto en el espacio compositivo como en el de la redacción de Música Romántica.

Hijo de padre y madre banqueros, el padre lo era como tal, y la madre, tal y como puede entenderse por consideraciones culturales de la época solo puede acceder a tal consideración en tanto que hija a su vez de Daniel ITZIG, acaudalado banquero judío que resulto determinante a la hora de sufragar los negocios nada más y nada menos que de Federico Guillermo  II de Prusia; convergen en todo caso no ya solo para garantizar una desahogada posición vital, sino cuando menos para no hacer propiciatorios los eventos que en el terreno que a continuación exponemos, hubieron de venir.

Será precisamente la confianza propia de semejante desahogo, unido a unan evidente capacidad para la música, Goethe llegó a decir que comparar a MENDELSSOHN con MÓZART era como comparar la conversación de un adulto, con los inocuos balbuceos de un niño; lo que acabará por promediar la sucesión de acontecimientos que hagan de nuestro autor, un hombre netamente propiciatorio para la música ya incluso a la hora de ser juzgado por aquéllos que le resultaron contemporáneos.
Será así el sano componente contextual que rodeó al desarrollo tanto musical como afectivo del joven MENDELSSOHN, unido a la certeza demostrada por sus padres a la hora de alimentar las incipientes pretensiones de un niño cuyo talento, como ya hemos dicho, apuntaba alto  desde un primer momento; lo que condicionen afortunadamente para bien el que será brillante desarrollo de uno de los más efectistas compositores de cuantos ha dado el XIX alemán.

Y será precisamente de esta sucesión de consideraciones, y más concretamente de la afición para con los viajes a los que su padre le incitará, lo que traiga, a modo de efecto colateral, la otra gran variable que venga a conformar la brillantez del que enseguida dejó de ser proyecto, para conformarse en realidad compositora. Estamos hablando de la habilidad para encontrarse, agradar y establecer nexos de continuidad conceptual duraderos con otras personalidades, como pudieron ser Ludwing Werger, y Eduard Riertzg

Pero será sin el menor género de dudas su encuentro con ZELTER, el cual acude casi de manera accidental a su vida, toda vez que lo hace en pos de impartir un par de clases tanto al propio MENDELSSOHN como a su hermana Fanny; lo que termine por convertirse en uno de los episodios más importantes de la Historia Vital y Compositora de nuestro Autor.
Constituye por aquél entonces el mencionado ZELTER no solo uno de los más prestigiosos musicólogos de la época, sino que más bien es el más importante dominador tanto de la obra como del contexto en el que la misma se lleva a cabo, nada más y nada menos que de J.S. BACH.

Será así pues el impacto que la mencionada obra causa en nuestro todavía joven MENDELSSOHN, unido a la tremenda sensación de desasosiego que en el mismo causa la espectacular Pasión según San Mateo, lo que venga a componer un escenario en el que no solo la música de nuestro autor se vea tanto lícita como literalmente afectada, sino que más bien nos permitirá decir que hará de MENDELSSOHN no solo uno de los máximos defensores y expositores de la Musica de BACH, sino que sin el menor género de dudas podemos llegar a afirmar que de no ser por su excepcional trabajo, la obra del genial compositor de 1750 no se conocería, o al menos no en el grado y con la intención, con la que la misma se conoce.

Impactado así por la Historia, deslumbrado, aunque sea para bien por lo clásico, podemos llegar a decir, de nuevo sin el menor ánimo de exageración, y por supuesto sin riesgo de equivocarnos, que la obra de Félix MENDELSSOHN BARTHOLDY viene a constituir el contrapunto efectista a todas y cada una de las consideraciones facilonas que de las pautas que revierten sobre el romanticismo musical europeo pueden llegar a llevarse a cabo, confiriendo con ello o tal ves desde ello, un nuevo punto de aproximación a partir del cual no solo redefinir, sino abiertamente reconsiderar multitud de nuevos espacios que sirven para encontrar un largo etcétera de recursos a partir de los cuales seguir disfrutando no solo ahora, sino durante cuando menos otro par de siglos, de la Música propia del Romanticismo.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.



sábado, 1 de febrero de 2014

DEL VERDADERO ROMANTICISMO.

No puede el paso del tiempo verse reducido al mero transitar, sino que poro él han de fluir las frases, como expresión de mucho más que de aquello de lo que se es digno de contar.

De semejante tesitura, hemos hoy de comenzar no ya nuestra descripción de la época que le es propia a Franz SCHUBERT, y por ende de las vivencias que le correspondieron; cuando sí en realidad de lo que llamaríamos no tanto sus vivencias, cuando sí quizá más acertadamente el espacio temático al que el compositor dio lugar.
Es así SCHUBERT no solo un Romántico por excelencia, sino que será para todos, y ante todos, el creador del Movimiento en tanto que tal. Es por ello qué, efectivamente, ...un movimiento ha de ser mucho más que un género. Ha de ser capaz de justificar La Vida, haciendo de su ausencia un motivo para la muerte.

Pocos, treinta y uno para ser precisos, fueron los años de los que dispuso éste compositor, artista para más seña, que nacía el treinta y uno de enero de 1797, y que por ello elevó a poco, a poco más de veinte, los meses que hizo esperar en su tumba a aquél sobre el que depositó no solo su total admiración, sino abiertamente todos sus deseos. Hablamos, cómo no, de El Sordo Genial, de aquél que vino a poner fin al Clasicismo, quién sabe si en realidad para que SCHUBERT pudiera dar por inaugurado de manera sincera el Romanticismo.

Porque es con mucho el de SCHUBERT, un caso sensacional. Dramático eso sí, como corresponde no a un romántico, sino como lo que corresponde a una persona cuyo drama puede en sí y por sí mismo originar todo un movimiento, cuya fuerza procede, de manera paradójica, de la denuncia preeminente de la certeza de los que saben que su vida no les pertenece, sencillamente porque es la de otros. La propia les ha sido arrebatada, por pertenecer a otro tiempo, por suceder en otros lugares.

Es así sinceramente, sí tal manera es la plausible para diagnosticar la certeza que podría venir a describir la vida de SCHUBERT, la que se iguala a la certeza de desgracia que precede del navío que, tras ser presa de las mayores tormentas, vaciado por los peores corsarios, y encallado en los peores arenales; acaba por arrumbar en puerto que no le es propio. Y todo ello de manera cruel, brillantemente cruel. La manera que pasa por contar con el visto bueno del Capitán.

Porque si efectivamente Franz SCHUBERT vivió una vida dramática, en la que hizo propios los males no solo propios y ajenos, sino abiertamente todos los males del mundo, fue con el permiso absoluto del propio Franz SHUBERT.
Es así que un hombre que ya fue capaz de arrancar de entre sus contemporáneos frases no solo llenas de efusividad, sino de abierto elogio. Un hombre que fue capaz de diferenciar el arte de la Música respecto de lo que no era más que la mera habilidad de algunos para ganarse la vida mediante la ejecución de un oficio que les llevaba a soplar a través de un palo con agujeros, o a llenar sus carrillos de aire para soplarlo después en la panza de una herramienta de metal; ha de ser sin lugar a dudas alguien capaz de dejar dicho, mucho más.

Pero es así que, quizá por mera coherencia para con ésa forma de ser, que hayamos de buscar entre aquéllos que le fueron propios, descripciones más adecuadas a partir de las cuales tratar de hacernos una idea mínimamente aproximada no solo del talante, sino del género y la pasta de la que estaba hecho el genio.

El Tiempo, que produce tal sinfín de cosas y tan hermosas, no volverá a producir otro Schubert.
Semejante afirmación, pronunciada nada más y nada menos que por SCHUMANN, nos dice, bien a las claras, qué duda cabe, la clase y la categoría del hombre al que hoy dedicamos nuestro displicente rebatir de los instantes.

Pero, llegados a este preciso momento, ya es hora de que pongamos sobre la mesa la cuestión que sin duda a algunos ya lleva un buen rato revoloteando por su cabeza. Pregunta que bien podría plantearse en los siguientes términos. Si tan grande fue el artista, ¿por qué no se le conserva en el espacio que le es propio?
La respuesta, en contra de lo que suele ser habitual, no ha de ser buscada en la injusticia del tiempo, ni en la ausencia de sinceridad del presente que le fue propio. No subyace a la misma ni tan siquiera el veneno de la envidia de los que le fueron propios. La respuesta hay que buscarla, como ocurre en el peor de los casos, no tanto en el propio autor, como sí en el propio hombre.

Porque fue Franz SCHUBERT un hombre que no quiso vivir. Un hombre que no es que aceptara su condena, sino que mucho más que eso, se impuso a sí mismo tal condena, haciendo bueno el hecho histórico según el cual no hay juez más cruel dictando condena, que aquél que se cree obligado a hacer justicia sobre sí mismo.
No creas que no estoy bien, y animado, sino precisamente lo contrario. Cierto que ya no es aquel tiempo feliz, en que cada cosa nos parece rodeada de un aire juvenil, sino una época de funesto reconocimiento de una miserable realidad, que me esfuerzo en embellecer en la medida de lo posible por medio de mi imaginación, gracias a Dios.

La afirmación, procedente de una carta que el autor escribe a su amado hermano y que está fechada en 1824, viene a inducir de manera absoluta, el permanente estado en el que se hacía propia la vida del compositor. Una vida “funesta”, con todos los arquetipos que encierra tal afirmación, y que bien puede venir a resumir el estado vital de aquél que resume su itinerario vital transitando todas las peripecias que le son propias al que, como modelo intimista y nostálgico, comienza su vida mirando a sus maestros y la finaliza mirando a la muerte, como dos sombras esenciales del Padre que justifica la existencia, y el padre que llama al abandono de los alimentos terrestres. Y es en esa doble mirada, mirar a Beethoven  y mirar la evidencia última, donde la música de nuestro autor diagramó sus sueños de juventud, a la postre quién sabe si sus únicos sueños; en los que su entusiasmo adolescente nunca dejó de dibujar la pendiente opuesta, la irremediable finitud del todo. Es así su música el espacio donde una sutil melancolía trascendente lucha contra una tristeza sombría, en una atmósfera que siendo inicialmente de júbilo, se torna pronto oscura, tornando en un diálogo ahogado y estremecido entre la doncella y la muerte.

Y será pues, que inexcusablemente, solo desde tal paradigma, puede uno ser osado no para llevar a cabo una grandiosa participación para con un movimiento, sino para abiertamente, pronosticar los inicios de uno tan grande y a la sazón complejo como lo es sin duda el de El Romanticismo.

Porque es renunciando al presente y al futuro, renunciando a la vida en una palabra, como se llevan a cabo las escenificaciones destinadas sin el menor género de dudas a poner en valor las virtudes y cualidades de un hombre que se creyó no ya en el derecho, tal vez en la obligación, de negarse a sí mismo, negando con ello el valor de su obra.
Pero es precisamente el valor de ésta, lo que una vez más nos lleva a reconocer no solo los logros, sino las especialmente difíciles circunstancias balo las que éstos  tuvieron lugar, a la hora de satisfacer la tan denostada cita con la justicia, a la hora como decimos de traer a colación no solo la obra sino esencialmente la vida de un hombre como SCHUBIERT, en el aniversario de su nacimiento.
Un hombre que bien podríamos decir, se negó a vivir. Un hombre que, con la contada excepción del ya relatado episodio en el que el exceso en la ingesta de ponche, le ayudó a decir lo que siempre había pensado, “artistas, ¿queréis ser artistas? ¡Solo sois sopladores y rascatripas! En el fondo, tales palabras, que luego fueron naturalmente enmendadas, no hacían sino demostrar lo que todos, empezando por el propio hombre sabían, la desgracia de saber que la queja iba dirigida no tanto a aquéllos dos mentecatos, sino más bien a toda la Humanidad.

Y así, gota a gota a gota, como en la Nana de la cebolla de HERNÁNDEZ, se desangra en vida un hombre que sería tenido por bueno, de ser tenidos en cuenta y a tal efecto los medios machadianos. Un autor que con el tiempo será considerado dueño de un dramatismo cercano al de Goya.

Pero por el contrario, y como suele ocurrir generalmente en las historias de pasado y de presente, habrá que esperar al que suponga con el tiempo el futuro ya inexcusablemente inaccesible para el autor, que se venga a recordar a un autor que mientras en vida, como los que nunca esperaron nada, simularon ser mediocres, convirtiéndose en activos capitanes de una vida que a modo de bergantín, conducen su vida permanentemente hacia el naufragio de sus sueños.

Si me hubieran hecho objeto, sería objetivo. Pero como me han hecho sujeto, he de ser inexcusablemente subjetivo. José BERGAMÍN.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.