sábado, 30 de agosto de 2014

Y=1,9,0445. LA BESTIA ANDA DE NUEVO SUELTA

Semejante tesitura es la que arroja el mensaje que en torno a las 17 horas del 31 de agosto de 1939, el mismísimo Adolf HÍTLER hacía llegar a los por entonces Jefes de los Grupos del Ejército Alemán, Gerd Von RUNDSTEDT y Fedor Von BOCK. La consigna, simple, sencilla, casi elemental como suele suceder casi siempre en estos casos, encerraba la chispa destinada, qué duda cabe, a incendiar de nuevo Europa.

En cualquier caso semejante naturalidad, una naturalidad que parece rozar de cerca la simpleza, no hace sino esconder de manera por otro lado no menos elemental una larga sucesión de procederes, deseos, plazos y decisiones que, obviamente para muchos hunden sus raíces en el pasado, concretamente en 1918.
Así, concretamente, en lo que concierne al propio HÍTLER, conforme a lo detallado en su propio diario, el cual se convierte en herramienta imprescindible a la hora no solo de dibujarnos una idea del personaje; se revela por otro lado como la piedra de toque desde la que poder hacerse una idea clara y evidente de muchos de los procederes que, vistos incluso hoy, parecen sencillamente incomprensibles. “Los acuerdos de Versalles no pueden ni deben suponer la manifestación real del “Espíritu Alemán”. De hecho, la oficialidad que firmó tan bochornosos acuerdos debería ser acusada por la Historia en tanto que responsables del peor de los delitos, el de Alta Traición para con la Querida Alemania. ¡La Patria ha de sobrevivir!

Tal y como podemos intuir a la vista de ésta y otras consideraciones hechas desde el mismo espíritu, muchos eran en Alemania los que no solo no se mostraban satisfechos ni con las formas ni mucho menos con el fondo de los acuerdos alcanzados en 1918 a las afueras de París, y que a la postre supusieron el fin de la Primera Guerra Mundial. Más bien al contrario es como si ellos, y en su caso sus descendientes, llevaran desde entonces preparando las circunstancias, cada uno a su manera, en pos de cobrarse viejas deudas.

Desde esta perspectiva, basada no en la contraposición de datos, sino en el desarrollo del valor de la cronología, lo cierto es que la incidencia del Cabo Bohemio, un joven Adolf HÍTLER que lucharía en la I Guerra Mundial, parece venir a poner en valor la valía de semejante nexo toda vez que viene a reforzar las consideraciones que  semejante presencia parece poder o no tener, máxime si como pretendemos huimos en la medida de lo posible de los grandes análisis a los que estamos tan acostumbrados, para ceder durante un instante a la valía del que podríamos denominar Protocolo Tiempo.

Aceptada tal consideración como prometedora, habremos no obstante de redefinir dos campos. Por un lado hemos de prestar la debida atención tanto a los procederes, como por supuesto a los grandes resultados que de los mismos se extraen, y que vienen vinculados a los grandes periplos temporales. De tal guisa habrán de expresarse desde los ya mencionados efectos del Pacto de Versalles de noviembre del 18, hasta por supuesto las consideraciones que acaban con la República de WAIMAR, los cuales tren aparejados el ascenso del propio HÍTLER al poder. Y es precisamente en esta línea de emplazamiento temporal, en la que hemos de conciliar la fenomenología propia en la que sin duda se enmarca no solo las acciones desarrolladas por el ya FÜRHER de cara al dominio de territorios como Checoslovaquia y por supuesto los Sudetes, como sí más bien la valoración que de los mismos hicieron quienes estaban indefectiblemente llamados a ser sus enemigos.

Porque curiosamente, y en contra de lo que a toda mente lúcida pudiera llegarle a parecer, la demora de los Aliados de cara a comprender el grado de amenaza que Alemania verdaderamente suponía, así como la demora en la intensidad de las decisiones que a tal efecto se tomaban por parte de quienes para ello se hallaban atribuidos, conformaban un escenario que lejos de satisfacer a HÍTLER, simplemente le hacían enfermar.

Porque lo que a estas alturas ha de estar sutilmente claro, es que HÍTLER siempre quiso la guerra. Una guerra que, como le espetó en su momento a Bernardo ATOLICCO, embajador italiano en Berlín “Serviría para restituir en sus derechos a noventa millones de personas que llevan años dolidos por la pérdida de los mismos.”

Volviendo al tiempo, o por ser más exactos a las consideraciones que de la interpretación de los mismos, es decir a aprender de las lecciones que nos da la Historia, lo máximo a lo que por otro lado el Hombre puede aspirar; es desde donde podemos conciliar el fenómeno que subyace a la forma mediante la que los Aliados hicieron frente a cuestiones como la de Danzig, en lo que supuso sin duda la constatación efectiva de que todo fue, desde el mismísimo 1918, una mera sucesión de provocaciones, destinadas a hacer que todo saltase, una vez más, por los aires.

El único contrapunto a tal mención lo pone, una vez más, la URSS. Así, mientras los Aliados se pierden una vez más en lo que constituye la enésima muestra de incapacidad diplomática que constituye una absoluta falta de perspectiva a la hora de entender los acontecimientos toda vez que Polonia y sus acuerdos con Inglaterra se revelan como todo un polvorín al que basta con acercar la llama; HÍTLER demuestra otra de sus valías al colarse bajo las sábanas de la extraña pareja de cama que los intereses han forjado; y prometiendo a la URSS una substanciosa tajada en el reparto de Polonia, logra no tanto traerse a los rusos a su terreno, como sí más bien arrancar un pacto de no beligerancia. Cuenta así CHURCHILL que cuando STALIN preguntó a sus asesores en relación al número de divisiones que Francia estaría en condiciones de mandar contra Alemania en caso de desatarse la contienda, éstos respondieron que algo más de cien. Hecha la misma pregunta en relación a Inglaterra, los asesores respondieron que a lo sumo dos primero, y otras dos después. “¿Saben cuántas divisiones pondremos sobre el terreno si entramos en combate con Alemania? Más de trescientas.
Si bien la cifra es sin duda exagerada, el historiador Eddie BAUER ha cifrado en no más de 150 las divisiones plenamente establecidas por STALIN para el combate, lo cierto es que su mera consideración nos da ya una clara imagen de los preceptos que comenzaban a plantearse.
Porque tiempo era lo que en definitiva y por motivos bien distintos, unos y otros necesitaban. Así, la URSS ponía en 1942 la fecha máxima en la que alcanzar la plena actividad militar (en la que la cifra de las 300 divisiones e incluso alguna más) sí sería real. Gran Bretaña y Francia habían trasladado a parecidas fechas el momento a partir del cual la amenaza Nazi había de tomarse realmente en serio, y los plazos alemanes dictaban parecido devenir en tanto que el DUCE había prometido a HÍTLER plena disposición y apoyo de todo tipo para la primavera de 1942.

Pero es entonces cuando le entran las prisas. El 22 de agosto de 1939 HÍTLER reúne a todos los integrantes de la Oficialidad  en su refugio de Berchtesgaden. Allí, tras otro de sus frugales almuerzos, escucha atentamente lo que en principio son más reticencias que apoyos a lo que parecen constituir las líneas maestras del ya evidente Plan de Conquista de Europa.
Y como vio muchos ombligos encogidos, se dispuso a disipar titubeos: “Cuando se desencadena una guerra, lo importante no es tener razón, sino ganarla. Cerrad el corazón a la piedad. Actuad violenta y brutalmente. Muchos millones os están observando. Alemanes que han de conseguir lo que tienen derecho a tener. Hay que garantizar su existencia. El más fuerte tiene la razón, el más implacable.”

Desde ese instante ya todo compondrá una suerte de vals bien interpretado. Con la salvedad del error estratégico cometido en relación a CHAMBERLAIN como Premier, y al devenir de su Ministro de Exteriores HÁLIFAX los cuales, lejos de verse atolondrados por su manera de manejar la situación, no hicieron sino aumentar su popularidad; lo cierto es que Polonia, y lo que ésta importaba para Gran Bretaña, “absolutamente dispuesta a validar los acuerdos que con la misma tenía” vinieron a desencadenar los acontecimientos.

Con el susto previo que la negativa italiana a participar hasta 1942 “tal y como el DUCE había prometido”, provocó, y que llevaría a suspender la orden de invadir Polonia el 26 de agosto cuando la orden ya estaba dada; lo cierto es que aún cuando no se había enfriado la silla en la que LIPSKY, embajador polaco en Berlín, había departido unos instantes con RIBBENTROP en la tarde del 31 de agosto de 1939 “¿Tiene usted denominación plenipotenciaria? De no ser así le ruego que se marche” Las puertas del infierno se habían abierto.

Y=1.9.0445. “Invadan Polonia. Hora de comienzo 4:45 de la madrugada de mañana, 1 de septiembre.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 23 de agosto de 2014

DEL ROMANTICISMO IMPLÍCITO EN LA INCAPACIDAD PARA RECONOCER A NUESTROS HÉROES, JUAN MARTÍN DÍEZ, EL EMPECINADO.

Del análisis que incluso a título intuitivo podemos hacer de la relación de España para con su Historia, sin duda una de las primeras conclusiones vengan a aflorar será aquélla que determine como de especialmente escabrosa la misma.
Se debata así nuestro país entre lo divino y lo humano, o lo que es lo mismo, lo que vendría a suponer validar como viable la posibilidad de someter nuestra Historia no tanto a un examen, como si más bien a un pormenorizado análisis destinado tanto a desmitificar hechos y personas, como incluso a liberar de pesados lastres tanto a personas, como por supuesto a los acontecimientos a partir de los cuales se generaron determinadas vinculaciones.

Pero volviendo a la trasposición que a tenor de lo divino y de lo humano podemos llevar a cabo, lo cierto es que en España, o lo que viene a ser lo mismo, los españoles, somos muy dados a los extremos. Quién sabe si por ello somos tan amigos de demonizar a unos, en pos incluso de canonizar a otros, existiendo para lo uno y lo otro a menudo pocos, cuando no los mismos motivos.

Sea como fuere, lo cierto es que semejante manera de ver la Historia, y por qué no decirlo de cargar con los santos y cadáveres que la misma provoca, nos lleva a menudo a comprobar que el sintomático vicio que en España tenemos de concebir nuestra espectacular Historia en realidad como una pesada carga, cuando no como un verdadero trauma, no solo no prescribe, sino que las pertinentes revisiones, y las permanentes actualizaciones, han convertido tal menester en poco menos que un oficio, dotado qué duda cabe de un interesante estipendio.

Lejos en nuestro ánimo el hablar ni considerar siquiera la posibilidad de interpretaciones malintencionadas, para otros episodios a la sazón de cercano análisis parecen más propios tales menesteres; lo cierto es que la relación de España para con algunos de sus momentos, y para las circunstancias que éstos motivaron, bien parece estar motivada por una continua disposición hacia el desfase, cuando no para la manipulación, la cual alcanza el polo opuesto, el que se viste de franco abandono, cuando se ofrece en pos de explicar determinados capítulos algunos de los cuales, de haberse producido allén de nuestras fronteras, bien podrían constituir hoy motivo no ya de lisonjas y homenaje, cuando sí incluso de título para determinadas Cátedras.

Y es de por sí que viene a constituir de parecido y tal paño el ropaje que la Historia teje para nuestro protagonista de hoy. Juan MARTÍN DÍEZ, tal vez conocido más por su sobrenombre, el de “Empecinado.”
Castellano recio, tanto por conducta como por naturaleza, nace en Castrillo de Duero, Valladolid, en septiembre de 1775, Juan pasa de manera indiscriminada por la práctica totalidad de los argumentos que terminan por componer al personaje que habrá de destacar en el escenario que las especiales circunstancias, a saber las guerras y desajustes que compondrán el XIX español, mención especial para La de Independencia; destacando de manera meticulosa, específica, y a menudo sobrecogedora.

Dedicado en un primer momento a la gestión de los recursos que las tierras de su padre, un próspero campesino, generaban; lo cierto es que Juan nunca hizo ascos al trabajo del campo. Este conocimiento binomial de la a menudo escabrosa relación que el Hombre tiene para con la Tierra, nos sirve sin duda para intuir el especial carácter que se puede intuir en un hombre destinado a tales menesteres, sin que por ello hayamos de descartar necesariamente procederes propios de una mente tal vez más abierta.

Sea como fuere, lo cierto es que en nuestro protagonista rápido sale a la luz la vocación militar. Enrolado con apenas dieciocho años, participa activamente en la Guerra del Rosellón, en los años que van de 1793, a 1795. Tales años, además de constituir un escenario inmejorable en el cual conciliar métodos y tácticas militares; tienen su importancia para con el asunto que hoy nos ocupa en tanto que los mismos vinieron a suponer el inicio a la par que desarrollo de la marcada condición anti-francesa que en todo momento a partir de entonces permanecerá inexorablemente vinculada tanto al trato como al conocimiento de la personalidad de “El Empecinado.”

De la asunción de tales preceptos, a la constatación de los mismos dentro del escenario que el devenir de los tiempos parecía empeñado en concitar; lo cierto es que parece inevitable establecer un vínculo inalienable entre Juan MARTÍN DÍEZ, y por supuesto La Guerra de la Independencia. Es así tanto, que el estallido en 1808 de la mencionada a la par que tantas veces analizada contienda, parece establecer una suerte de función binomial en base a la cual la relación entre “El Empecinado” y la propia Guerra, se rige por un proceso ordenado, tal y como ocurre en una verdadera función matemática, en la que dada la condición de dependiente asumida por una de las variables respecto de la otra, nos lleva a tener que reconocer antes o después que el desarrollo o menoscabo de una, está lícitamente vinculado al desarrollo inversamente proporcional de la otra.

Pero alejados de metafísicas, o lo que es más importante, imbuidos en el pragmatismo de la guerra, de cualquier guerra, lo cierto es que DÍEZ y los franceses, jugaron a un juego que no les correspondía. O por hablar con más propiedad, se anticiparon en la manera de jugarlo.

Inmersos como estamos en los fastos de conmemoración de otro conflicto, a saber el que convirtió en pesadilla al que era el sueño europeo, hace justo ahora cien años, unos y otros se empeñan en buscar grandes frases, cuando no conceptos fundamentales, que permitan razonar, puesto que yo creo que minimizar a uno los conceptos que definen o explican una guerra es algo inoperante; los principios que bien podrían acelerar el proceso que a tal desastre abocó no ya Europa, cuando sí al mundo.
Desde tal objetivo, una es la frase que a mi entender más merecedor se ha hecho de los elogios. A saber la que reza que la Primera Guerra Mundial fue un conflicto librado por hombres y mecanismos del XIX, empleando para ello armas del XX.

La frase, brillante, qué duda cabe, encierra no obstante no tanto la falacia, cuando sí la evidente injusticia, de postergar, cuando no abiertamente ignorar, los usos, formas y maneras que de conducirse para con la forma de la guerra, tuvieron hombres en momentos y conflictos ajenos a los que habitualmente trata la Historia de Europa, incluyendo por supuesto entre los mismos, los acontecidos en La Guerra de Independencia española, y en especial los protagonizados por Juan MARTÍN DÍEZ, “El Empecinado.”

Conocedor de la evidencia fundada en la manifiesta superioridad que el Ejército Francés parecía ostentar en todos los órdenes de la Guerra, nuestro protagonista percibe una manera diferente no solo de luchar, cuando sí, y ahí precisamente reside la genialidad, de elevar a rango de estrategia, metodologías que hasta ese  momento apenas habían superado el rango conceptual de vulgares fechorías.
Involucrado en un primer momento al territorio allegado al camino que comunica Madrid con Burgos, “El Empecinado” al mando de los suyos, junto a los que conforma un escaso grupo de amigos en el que hay algunos familiares; concibe una metodología de combate más cercana en principio a la que podría ser propia de rufianes y asaltantes de caminos. Sin embargo, lo espectacular de sus acciones, unido al verdadero daño que inflige al enemigo con cada uno de sus múltiples golpes de mano, llevan a unos y a otros a asumir como un éxito, cuando no como un verdadero peligro según quién sea el que manifiesta el análisis, tales procederes.

El proceder se institucionaliza, y con ello podemos dar por definitivamente instaurada la Guerra de Guerrillas. Tanto el grupo, como el territorio sobre el que extender sus acciones crece. De esta manera, “El Empecinado” tiene legítimamente reconocida su participación en acciones por todo Gredos, Ávila y su provincia, incluyendo la defensa protagonizada en la ciudad de Torija, donde siguiendo la técnica de no dejar nada al enemigo, quema el castillo a su huida; y por supuesto Alcalá de Henares.

Tal es el desconcierto que acostumbra a sembrar entre sus enemigos, que Napoleón nombra a un general con motivación específica de perseguir a Juan MARTÍN de manera específica.

Sin embargo, el marcado carácter dialéctico que impregna no ya solo al conflicto de la Independencia, cuando si especialmente al de el especial carácter que el mismo imprime a España, queda reflejado en pasajes tales como el que se ve en la reacción protagonizada por Fernando VII a tenor no tanto del personaje, como sí de la recompensa a tenor de la defensa de Alcalá donde, si en un primer momento ordena la construcción de una Pirámide Conmemorativa; luego dará orden para que se proceda con su destrucción.

La Restauración y el Trienio Liberal, tienen la virtud de poner de manifiesto lo esquizofrénico del carácter de muchas de las acciones desarrolladas por y durante el periodo. Así, el levantamiento de Riego contra Fernando VII tras adoptar éste las medidas contra los liberales, llevan a “El Empecinado” a volver a las armas si bien en este caso contra el Rey.
Después de negarse a aceptar un título nobiliario ofrecido por el propio monarca, Juan marcha a Portugal, desterrado.
Regresa no obstante y es detenido por Voluntarios Realistas los cuales, de manera absolutamente impropia, le ahorcan en la localidad de Fuente de Roa, el 20 de agosto de 1825.

Nos encontramos así pues, ante otra de las múltiples muestras a las que nuestra Historia nos tiene acostumbrados, en base a las cuales somos despiadados con nuestros héroes.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


domingo, 17 de agosto de 2014

DE LA VERDADERA ESENCIA DEL PODER. DE SABER QUE EL PODER LO OSTENTA QUIEN VEDADERAMENTE PUEDE.

Rodeados como estamos de sensaciones, de falsas convicciones, de fantasmas en definitiva, lo cierto es que cada vez parece más necesario, y quién sabe si con ello más complicado, acudir a estructuras, a las que son las verdaderas fuentes, en pos de algo más que una mortecina esperanza, de una ilusoria sensación.

La verdad es que puestos a indagar, pocas, muy pocas, pueden llegar a ser las estructuras que estando vinculadas ya sea a modelos de consideración sociopolíticas, históricas, religiosas o si se prefiere a todas ellas, goce o haya gozado del poder, o incluso por aproximación a la mera sensación de lo que el mismo produce, que quienes han formado parte de la Orden de los Jesuitas.

Inmersa por acción o por omisión en la mayoría cuando no en todos los acontecimientos que de cierta relevancia han tenido lugar en Europa, o incluso en el mundo desde la segunda mitad del siglo XVI, lo cierto es que los Jesuitas han venido desde su creación formal, acontecida en 1544, ostentando un lugar de privilegio en todas y cada una de las mesas en cuyo juego se decantaba algo verdaderamente importante para el mundo.

Porque puestos en antecedentes, y sin necesidad al menos en principio de profundizar mucho en tales menesteres, pocas por no decir ninguna, son las entidades que se han mostrado tan eficaces a la hora de generar en torno de sí semejante conato de apelativos, y no todos favorables hay que decir, aunque los mismos, tal y como por otro lado suele ocurrir en estos casos, no han contribuido más que a ensalzar la ya de por si alargada sombra que la leyenda de la Orden provoca.

Es así que puestos a indagar como sin duda es menester a la hora de trazar los vinculantes que de una forma u otra se confabulan para dar lugar a la mencionada leyenda, que inexorablemente en este caso hemos de acudir a revisar los preámbulos a los que indefectiblemente nos conduce su creador,  Ignacio de Loyola.
Nacido en las Provincias Vascongadas, concretamente en Azpeitia, en 1491, el bautizado primero como Íñigo, será el octavo y benjamín de una familia en pos de la cual él rápidamente sabrá que efectivamente su destino le empuja de manera inevitable bien hacia el servicio de las armas, bien hacia el servicio a Dios.

Será así que desde semejantes antecedentes, el joven dará pronto muestras tanto de una apreciable vinculación para con el mundo de lo material, como de la certeza de encontrarse en posesión de recursos tanto vinculados al conocimiento, como a los cercanos a otras habilidades las cuales por otro lado se perciben como verdaderamente útiles para la salvaguarda de las consideraciones derivadas de semejantes menesteres.
Inmerso en tales es por lo cual, que el requerimiento que en 1507 efectúa el mayor de Castilla Juan VELÁZQUEZ DE CUÉLLAR  al pedirle al señor de Loyola que le mande a un hijo suyo para tenerlo como propio, coge a todos por sorpresa, incluyendo por supuesto al joven Íñigo.

Será así que los cerca de doce años que el joven pase en Arévalo, vengan a constituir una época extremadamente fructífera para el de Loyola. Las enseñanzas a las que tendrá acceso, unidas esencialmente a la riqueza de la biblioteca del castellano, figurarán a título de honor en la lista de consideraciones que el futuro Primer Dirigente de La Compañía llegue formalmente a considerar.

Mas en cualquier caso las dudas territoriales que por aquél entonces fraguan permanentes enfrentamientos en la incipiente España, vienen en esta nueva ocasión a impedir el que podría haber sido normal transcurrir de los tiempos.
La muerte del Rey Fernando acelera la que será caída en desgracia que quien había ejercido las funciones de protector. Tal hecho, lejos de amilanar a nuestro protagonista, tuvo más bien un efecto catalizador al traer de nuevo a la superficie las emociones, capacidades y habilidades que, ya demostradas en su momento, emergían ahora de nuevo para en este caso asumir un papel de franca preponderancia.

Será desde la conmiseración de tales aptitudes desde las que podremos asumir el papel de un Íñigo directamente vinculado a la prestación del servicio de las armas. Así, será que se destaque en campañas tales como las que se vinculen al territorio de Nájera, en un primer momento dentro de la Campaña de la Guerra de las Comunidades. En el seno de ésta, y concretamente en mayo de 1521, una bala de cañón le destroza una pierna, a la vez que le hiere de gravedad en la otra.

Inmerso así en un proceso en el que las más que evidentes dudas en relación a su posible curación se hacen más que evidentes, lo cierto es que la catarsis que vendrá a protagonizar todo a partir de ese momento acontece en pos no ya solo de la recuperación de la siempre incipiente fe, como sí más bien a través del proceso de reconstrucción de un mundo derivado de las conceptualizaciones que a partir de la lectura el propio todavía Íñigo se hace.
Tendrán especial relevancia en todo esto las lecturas que del Cartujo Ludolfo de Sajonia nuestro protagonista lleva a cabo. Así, las visiones que el autor revela en sus dos obras fundamentales: Vida de Cristo y Flos Sanctorum, ejercen en el de Loyola un efecto desbordante, tanto, que las visiones que de El Niño y de La Virgen que con posterioridad llega a confesar, sin duda tienen mucho que ver con esto.

Sea como fuere, lo cierto es que a esas alturas la idea que Íñigo tiene ha fructificado. Así, convencido entre otras muchas cosas de la absolutamente desquiciante relación que el Hombre mantiene con Dios, nuestro protagonista está ya más que convencido de lo absolutamente imprescindible que resulta la definición de una nueva línea conceptual a partir de la cual dar forma a esta nueva y abiertamente diferente manera de conciliar la relación del Hombre con Dios.

Desde tales aprioris, y dando por supuesto un papel desbordante a los aspectos de la formación integral del Hombre, será como Íñigo vincule de manera casi inexorable el desarrollo humano u divino del Hombre.

Iniciará así un proceso de formación en primera persona que acabará conduciéndole a París. Será allí, concretamente el 15 de agosto de 1534, donde en consonancia con otros de su confianza que abiertamente profesan no solo su fe, sino la manera tan peculiar que tiene de ver las cosas, funde la Compañía de Jesús.

Regidos por los tres votos: pobreza, castidad y peregrinación a Jerusalén. Imbuidos en la certeza de que todo ha de estar vinculado hacia la consecución de la Mayor Gloria de Dios, lo cierto es que desde su fundación La Orden ha estado vinculada a todas y cada una de las grandes obras que el Hombre, en sus más diversas acepciones, ha llevado a cabo.

Responsables de muchos de los grandes logros en lo atinente a la resolución de las consideraciones que afectan al Hombre en lo atinente a dudas conceptuales, los Jesuitas han estado por otro lado muy presentes en los escenarios en los que ha tenido lugar la toma de decisiones destinadas por ejemplo a determinar la concepción, interpretación, y desarrollo del Dogma Católico.
Actores principales de la Contrarreforma. Protagonistas en Trento, y después en los Concilios Vaticanos, en especial en el Segundo; lo cierto es que la Orden Negra ha acaparado tanto poder como enemigos.
Prueba de ello, los permanentes ataques, vinculados todos a acusaciones unas veces más ciertas que otras, pero que siempre han puesto de manifiesto el odio intestino que despierta entre sus detractores el que supone su pilar central a saber, la inevitable fe en el Papa.

Odios que cristalizan en el Periodo Ilustrado, y que en el caso de España se vertebran en pos de los Decretos de Nuevo Dogma que sanciona Carlos III y que vienen a suponer su primera expulsión de España, alimentada desde la posibilidad de que sean ellos los artífices del Motín de Esquilache.

Serán rehabilitados por Fernando VII si bien, y a semejanza de Los Templarios, la leyenda correrá paralela a la Orden desde siempre, en tanto que aún hoy siguen siendo capaces de alimentar afecciones y odios a partes iguales.

En cualquier caso, creo sinceramente que la forma de hacer las cosas desde la que se lleva a cabo las dispensas jesuitas, demuestran a mi humilde entender que poder, no es sino la sensación que le es propia a aquél que efectivamente sabe que puede.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 2 de agosto de 2014

LEEMOS PARA SABER QUE NO ESTAMOS SOLOS.

Para sumergirnos así, a través del drama que rodea a la supuesta ficción, en los secretos de una trama que poco importa si es o no más interesante que la nuestra. Solo que la nuestra es real, y además, qué demonios, viene a constituir lo poco, quién sabe si lo único, que tenemos.

Leemos para vivir, en la medida en que muchas veces solo leyendo podemos llegar a intuir lo vacío que se encuentra este mundo. Un mundo atroz, en el que solo la tenacidad, o quién sabe si el sinsentido, se apiadan de nosotros a la hora de confundirnos otra vez, logrando insuflarnos otro hálito, en pos de seguir caminando, en pos de seguir sufriendo. Y todo porque alguien se ha empeñado en que hay que morir con las botas puestas.

Pero lo cierto es que no hay nada honroso en morir. En eso la muerte se asemeja bastante a la más célebre de sus compañeras de conspiración, a saber, la muerte. “No hay guerras útiles, solo hay malditas guerras.” Entonces, aún cuando la guerra pueda afectar tan solo a los demás ¿tiene sentido el sufrimiento?
Dicen los que sufren hoy, y a pesar de todo disfrutarían sufriendo como lo hacían los antiguos, que el sufrimiento es el altavoz que usa Dios para despertar a los sordos. Entonces, ¿Por qué no se guarda Dios sus voces para aquéllos de los suyos que de verdad estén interesados en lo que tenga que decirles?
Si el sufrimiento es la manera mediante la que el Hombre, mediante la que todos los Hombres, incluso los que carecemos de la Gracia de Dios, maduramos, entonces sinceramente digo que prefiero permanecer algún tiempo más en mi árbol.

Porque se madura con la luz. ¿O era a través del conocimiento al que se accede por medio de tal luz? Lo cierto es que quienes carecemos de la luz, empeñamos nuestra vida en un viaje, un viaje que a menudo resulta funesto, toda vez que el mismo solo nos descubre que a lo máximo a lo que podemos aspirar, es a disfrutar del camino.

Caminos, carreteras. En definitiva lo mismo, con distinta sección. Ha de ser una vez más la fría objetividad manifestada a través de la ausencia de perspectiva, la que se encargue de traernos a la realidad, despertándonos del  sueño en el que a modo de liberación habíamos intentado caer.

¿Qué es saber? A menudo una cuestión de posicionamiento. Sí, de posicionamiento. Posicionamiento ante uno mismo. Posicionamiento ante los demás. Al final no tanto para comprender dónde estamos, como sí más bien dónde nos toca estar. Porque no depende tanto de dónde estés, como sí más bien del tiempo que necesites para llegar. Porque al final todo se trata en sí mismo, de un viaje.

Un viaje no de descubrimiento, como sí más bien de comprensión. De comprensión de aspectos importantes tales como los que proceden de saber que todo, tanto lo conocido como lo desconocido, se halla integrado dentro de nuestra realidad en base a la participación que hace de un hecho imprescindible como es el que pasa por saber que vivimos en una Tierra de Penumbras.

Vivimos en una Tierra de Penumbras. En una tierra sobre la que en realidad nunca ha brillado el sol. En una tierra en la que solo la tibieza del permanente anochecer, mantiene la ilusión de la vida.
Porque eso es a lo máximo a lo que pueden aspirar tanto una tierra que nunca ha visto el brillo del sol; como por supuesto aquéllos que nunca han sido sorprendidos por el incipiente sol de un amanecer.

Vivimos pues de la ilusión. De la ilusión que se materializa en no más que los nimios discursos pronunciados por nuestros Sabios, a los que la realidad se empeña en reducir a fulleros, toda vez que sus palabras son refutadas una y otra vez, incluso mediante el silencio, por la más cruel de las certezas, la que procede de la contumaz realidad.

Es entonces cuando acudimos a lo más recóndito de nosotros mismos, allí donde de verdad albergamos nuestra esencia. Allí donde conviven las preguntas y las respuestas, conocedoras ambas, y por ende nosotros con ellas, de que conocer llevaría aparejada nuestra destrucción. Por ello el caos, en forma de intelectual dialéctica, se apropia del escenario, para convencernos, una vez más, de que efectivamente en el viaje propiamente dichos se encuentran los placeres que de cualquier otra manera nos son negados.

Viajar, huir. Si existe diferencia, que alguien nos la desvele. Y haciendo del Tiempo el otro gran aliado, definido como el espacio que infiere entre una y otra definición, concluir que vivir no es tanto viajar, como sobrevivir para descubrir lo que hay detrás de la siguiente curva, más allá de la colina que dibuja, limitando con ello, nuestro horizonte.

Pero viajar tiene sus riesgos, los cuales ciertamente asumimos, aunque no por ello arrojándonos en manos de la imprudencia. Es por ello que contratamos a un guía, a alguien que no solo nos consta que conoce el camino, sino que sabemos que ha disfrutado transitándolo una y otra vez.

Antoine de SAINT-EXUPÉRY conocía todos los caminos. Tal hecho queda suficientemente demostrado desde el momento en que podemos constatar que conocía a los Hombres. Una demostración plausible de tal hecho pasa por comprender que sin duda por ello amaba el desierto, que como es sabido está libre de caminos trazados, y de hombres que los transiten.

Nacido en Lyon en 1900, en el seno de una familia abiertamente aristocrática, su amor por las matemáticas, unido a una insaciable curiosidad, conspirarán para hacer de él una suerte de hombre que guíe sus pasos hacia un permanente estado de desasosiego del que solo puede ser partícipe aquél que busca sabiendo que es mejor no encontrar. ¿Habla acaso de la Naturaleza Humana?

Sea como fuere, lo cierto es que con más de cuarenta años, y no sin tirar abiertamente de recomendaciones, logrará enrolarse en el ejército del aire, donde ingresa con el rango de capitán, en este caso para desarrollar su otra gran pasión. Volará ejecutando labores de reconocimiento destinadas a suministrar a los aliados información sobre el estado y movimientos de las tropas alemanas en sus movimientos por el continente europeo.

Su experiencia en ambos campos, por un lado había volado durante años cubriendo líneas por el norte del continente africano; por otra había estado como corresponsal de guerra en la Guerra Civil Española; le sirvieron no solo como atributos, sino que abiertamente le salvaron la vida en los varios accidentes aéreos que protagonizó.

Nadie dijo que hubiera de ser fácil.

Desde la perspectiva que aporta su afirmación: “la guerra no es una aventura, la guerra es una enfermedad. Como el tifus.” Bien podemos hacernos una idea en relación a su posicionamiento para con asuntos por ejemplo, de carácter ideológico.
Descontento siempre con todos, rechazó ofrecimientos como los que le ofrecían por un lado desde la Francia Libre, la que desde Londres dirigía DE GAULLE; como los que le hiciera el Gobierno del Mariscal PETAIN.
Al final, como suele ocurrir en estos casos, para acabar criando grandes enemigos a uno y a otro lado.

Desde la incomprensión de la vida a través de la imposibilidad de entender a los hombres. Tal vez buscando en la lógica del niño la respuesta a preguntas que se hacen los hombres; nuestro protagonista esboza a partir de 1943 El Principito, la historia del niño de cabellos dorados oriundo del pequeño planeta B 612 que a base de dar tumbos por el universo, acaba en la Tierra.

Objetivamente se trata del libro infantil más leído del Siglo XX. En realidad es un relato para adultos. Porque en sus moralejas, siempre difuminadas, éstos encuentran la motivación para seguir leyendo.

Los viejos soldados nunca mueren solo desaparecen. Proféticas palabras de un Antoine de SAINT-EXUPÉRY que el 31 de julio de 1944 es derribado cerca de las costas de Marsella mientras desarrollaba su misión de reconocimiento a bordo de un bimotor carente de armamento.

Hace poco se localizaron los restos de su avión, así como una pulsera en la que reza el nombre de su esposa, Consuelo, la que fuera la rosa de El Principito.
Su cuerpo no ha sido localizado. Simplemente ha dejado este planeta, como lo hiciera aquel principito de cabellos dorados del planeta B 612.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.