domingo, 24 de abril de 2011

LA SEMANA SANTA, ESPACIO ESPECÍFICO PARA BACH.

En un principio, fue el Silencio. El silencio es al sonido, lo que la Oscuridad a la luz. Silencio y Oscuridad, dos términos paralelos entre sí, en tanto que contrarios a la Naturaleza del Hombre. Así lo enunciaban los sabios griegos: La nada no puede ser Natural, en tanto que sólo se sabe que de la Nada nada sale.

Y entonces llegó él. Como ángel redentor acabó con la Oscuridad, con la oscuridad con mayúsculas, que no es otra que aquella que no nos da miedo en tanto que es presunta portadora de males, sino que es la visión del mal en sí misma. Él llegó con la luz, o más en concreto nos enseñó a entender la luz en sí misma. Con su saber, iluminó nuestro camino, al proponernos no sólo un camino nuevo. Nos dijo hacia dónde habían de dirigirse nuestros esfuerzos, poniendo fin a varios cientos de años de búsqueda. Y lo hizo sólo, desde la satisfacción que proporciona el saberse amante del detalle, que no es sino la única demostración que en la Tierra le queda a la perfección. No sólo no se hizo acompañar por Hombres, sino que abiertamente se alejó de ellos, convencido de que ésta sería tal vez no la única posible, pero sí qué duda cabe la mejor de no verse perturbado en su ejercicio.

Se erigió redentor de la Música, y con ello dotó al Hombre de un instrumento para que lograra por sí mismo su propia redención. Y lo hizo desde una Iglesia, sí. Pero él no impartía Dogma, se limitaba a compartirlo con aquéllos contemporáneos que tuvieron el privilegio de compartir Tiempo y Espacio. Su mano tampoco empuñaba una espada, a lo sumo agitaba enardecida una pluma de ave, con la que rasgar a diario los cientos de pergaminos que alumbraron sus más de mil obras.

La Semana Santa Cristiana, y a la sazón en Europa, la Católica, se encuentra todavía presente en el cerebro de todos, e incluso en el corazón de muchos. Sin embargo, sería suficiente con una pequeña ronda de preguntas, al puro estilo socrático, paa comprobar como mucha, por no decir la mayoría del Concepto se ha perdido, en esa inexorable maraña que es el imaginario popular. Este hecho, común en todas las Sociedades, y localizable en todas las religiones, es propio de aquellos momentos de relajación tanto conceptual como procedimental, en los que se abandona, sean cuales sean los motivos, las presiones otras veces tan presentes, y que son la única manera de que la gente, y por ende el Común de la Plebe, siga pendiente, o atrapado, por lo Mágico de ese atemporal fenómeno que para el caso de los Hombres es la creencia religiosa.

La creencia es, sin ningún ánimo más allá del estrictamente semiótico; aquello cuya comprensión o aceptación es previo a la propia ciencia. Ambos hechos, Ciencia y Creencia, caminan junto al Hombre siguiendo trazas paralelas, la cuales, en algunos casos, abandonan su condición intrínseca de no coincidentes en ningún punto, para convertirse en secantes, esto es, comparten algún punto, más concretamente aquél en el que la Ciencia no es suficiente, para alcanzar una respuesta; o sencillamente aquella en la que la respuestas no es satisfactoria para el Hombre.
En ese momento, las catedrales, su magnificencia y esplendor, burdo acercamiento del Hombre a la interpretación de la Idea de Dios, se revelan como un excelente opiáceo a la hora de aminorar el impacto de la frustración con la que el Hombre ha de convivir permanentemente. La frustración que le es propia en tanto que te sabes el único animal de la Creación capaz de intuir le magno concepto de la Magnificencia; a la par que te ves incompetente para hacérselo comprensible a tus semejantes.

Pues eso es, qué duda cabe, lo que sintió Bach tantas y tantas veces a lo largo de su vida. La maravillosa sensación de saberse poseedor de una Gracia, la de expresar mediante un método comprensible para todos, aquél que no se servía de lo racional, sino de lo emocional, las capacidades de Magno Absoluto que Dios, y su concepción de Dios, ponían a su disposición.
Y lo expresaba a través de su Música, en especial a través de Sus Pasiones.

La Idea de Dios es Una. En tanto que es pensable y única, ha de, presuntamente, aceptarse su existencia. Este pensamiento, rotundamente propio del de Aquino, es, cuando menos, discutible.
Sin embargo, una vez que se ha escuchado alguna de las pasiones de J.S. Bach, uno llega a la inconmensurable convicción de que él sabía algo. Y lo que es más, y esto le convierte en un adelantado a su época, se sabía absoluto conocedor de la forma de asegurarse de que su obra fuera como la idea que transmitía, capaz de transcender a su creador.

Eso es Bach, eso son las pasiones de Bach, y eso es lo más cerca que tal vez podamos estar nunca de la Idea de Dios.


El que quiera un análisis técnico de las pasiones, tiene cientos de páginas a su disposición.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.