sábado, 25 de agosto de 2012

HABLAR DE LA MÚSICA, HABLAR DE TOMÁS LUIS DE VICTORIA. EN EL 401 ANIVERSARIO DE SU MUERTE.


Vivimos en un país extraño. Sin duda se trata de un país maravilloso, pero sin duda extraño. Rodeados de belleza que exalta nuestros sentidos, en contraste con la paz que, hasta hace poco relegaba nuestras necesidades a un segundo plano, es seguro que, a menudo, no estamos preparados para comprender, o lo que es lo mismo, para valorar, cuanto de verdad significan la mayoría de las cosas que a nuestro alrededor acaecen, o cuanto en nuestro derredor se manifiestan.

Sólo así se conciben descuidos, excesos de confianza u olvidos imperdonables, como el que se repite, año tras año, en torno no ya de la figura, sino de la obra musical de Tomás LUIS DE VICTORIA.

Y es así que, embelesados por la esperanza de la felicidad que sin duda habrá de venir, si no embriagados de la certeza de la que ya disfrutamos, que nos volvemos terriblemente desagradecidos, incapaces en todo caso de devolver con gratitud, en forma cuando menos de somero recuerdo, algo a aquéllos que hicieron que lo que hoy es, en algún momento fuera. Porque lo que hoy es nuestro presente, en algún instante del pasado no fue, sino deseo o imaginación de alguien.
Deseo, imaginación, en cualquier caso potencia, que fue convertida en acto precisamente gracias a la mediación de alguien, muchas veces absolutamente desconocido para la Historia, quien por otro lado con su esfuerzo y dedicación postergó hacia el infinito un instante de su presente, gracias a lo cual hoy tenemos vestigios de nuestro pasado. Retazos, en cualquier caso, a partir de los cuales conformar nuestra Historia.

Pasado, presente. Historia, recuerdos. Se trata sin duda de conceptos estructurales que comparten semántica, en tanto que adquieren sentido igualmente tan sólo en la medida en que se conjugan en torno del elemento que les dota de significado pleno, el Ser Humano.
El Ser Humano, estructura definitiva, en torno de la cual se van convirtiendo en realidad todas aquellas cosas que, materializándose en torno de si, adoptan manera en forma de orden, acudiendo para ello a la otra esencia, el Tiempo.
Tiempo y Hombre, dos realidades inseparables, a la par que imposibles de entremezclar. ¿Es el Hombre previo al Tiempo? La verdad es que poco importa porque, ¿qué o quién habría de computar su paso de no ser el propio Hombre?
Sin embargo, el Hombre sería un proyecto estéril de no ser por el Tiempo. Es el Tiempo quien le confiere al Hombre su mayor poder. En tanto que medidor del instante, le confiere la sensación del presente. En tanto que constatación efectiva del pasado, le proporciona el respeto hacia lo que fue, que sin duda determina lo que es. Y como medidor del deseo, le confiere la responsabilidad del futuro, en la medida en que la hace consciente de la responsabilidad que requiere la proyección hacia delante en la medida en que quedas determinado por la medida de tus actos.
Sin esperar muchas concesiones, y lejos de suponer la creación de grandes desavenencias, bien podría este modelo responder no ya al de cualquiera de los seres humanos, lo digo porque la estulticia que envuelve nuestro presente puede convertir en demasiado generosas algunas de las concesiones que a priori se asumen como competencias propias de muchos de los que nos rodean.
Mas afortunadamente, no responde a la hora de enfrentarnos a la intención de describir las acciones de alguno  de los que por otro lado han acabado por erigirse como los grandes señaleros del camino que le conviene seguir a la Humanidad.

El esquema versado hasta el momento, bien podrá utilizarse con todo su rigor de cara a explicar la relación de la Música Española, con el que sin duda se trata de su mayor figura, sea cual sea la época o el orden musical al cual queramos desearnos.

Nace Tomás LUIS DE VICTORIA en Ávila, en torno a 1548. La fecha se obtiene de manera indirecta, ya que lo primero de lo que tenemos constancia es de su ingreso en el Coro de la Catedral, hecho que acaece en 1597. La costumbre dice que los infantes ingresaban en la mencionada institución con no más de diez años, de donde podemos finalmente extraer la conclusión aludida.
En torno a 1598, registrada la muerte de su madre, Francisca SUÁREZ DE LA CONCHA, el niño LUIS DE VICTORIA, comienza verdaderamente sus estudios de Canto Llano y Contrapunto, terreno éste en el que demostrará no sólo aptitudes sorprendentes desde muy joven, sino que rápidamente prosperarán en él ambiciones creativas y de recombinación de los órdenes conocidos, lo que por otra parte constituye los preludios de la revolución musical que preconizará.

Una vez que Ávila no puede aportarle más, marchará a la Roma Jesuita, donde ingresará en el Collegium Germanicum de la orden. Hacia 1560, sin abandonar sus estudios, accede a la dirección musical del Órgano de la Iglesia Española de Santa María de Montserrat, que constituye el Templo Oficial de la Corona de Aragón en Roma.

A estas alturas, sus ingentes capacidades musicales ya han sido manifiestas para, por ejemplo, el propio Pallestrina, el cual dispone que sea nombrado como su sucesor al frente de la capilla del Seminario Romano, en condición ya de Maestro.

En 1572 compone su primer libro de motetes, y un año después, las reformas emprendidas por el papa Gregorio XIII acaban por elevar a LUIS DE VICTORIA a la condición de Maestro de Capilla, lo que le proyecta de manera definitiva.

Desde su nombramiento como sacerdote, hecho registrado el 28 de agosto de 1575, el compositor se envuelve durante siete largos años en un episodio de gran religiosidad, hecho que compartirá entre otros con san Felipe Neri.

1585 es el año más prolífico en términos musicales. Además de las cuestiones netamente cuantitativas, el aspecto cualitativo se ve revolucionado definitivamente con la publicación de “Officio hebdomae santae”. Se trata de una obra que va más allá de lo magistral. Se convierte en una auténtica revolución al superar muchos de los cánones que el momento establecía como inamovibles, estableciendo además condicionantes nuevos a la hora de colocar los elementos que componen la incipiente teoría del Contrapunto. Es aquí donde Tomás LUIS DE VICTORIA revoluciona para siempre los esquemas preceptivos de la concepción estructural de la Música del momento, para superarlos para siempre, poniendo los cimientos de la obra que luego consolidarán otros como BACH.

Los funerales de Pallestrina en 1594 le condicionan para abandonar Roma de manera definitiva en 1595. Entre 1587 y 1603 será capellán y maestro del Real Convento de las Clarisas Descalzas de Madrid.
Alcanza por aquel entonces su mejor momento, que se consolida no sólo en el hecho de ser reclamado por las mejores catedrales de España, sino más bien por el hecho de ser requerido para la publicación y recato de sus obras, logrando por ejemplo que en 1600 se publique una recopilación de las mismas, por la que cobrará 2500 reales, lo que nos da una idea de su talento y maestría.

Sin embargo, este fue pronto olvidado. Olvidado en los últimos años de su vida, muere en la noche del 26 al 27 de agosto de 1611, en Madrid, donde será enterrado, si bien se desconoce el lugar exacto.

A día de hoy, la figura de Tomás LUIS DE VICTORIA sigue siendo la paradoja preciosa de la ausencia de caridad y respeto que ha caracterizado históricamente al espíritu español. Por ello, no es de extrañar que para conocer su obra y figura, resulte del todo imprescindible acudir, de manera paradójica, a las colecciones francesas e inglesas.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


sábado, 18 de agosto de 2012

CHAIKOVCSKI, EL NACIONALISMO RUSO, Y SAN PETERSBURGO.


Decir que Piotr Ilich CHAIKOVSKI es un compositor nacionalista, puede significarse como algo arriesgado, aunque ni mucho menos incierto. Decir por otra parte que nos encontramos no sólo ante el músico más cosmopolita de Rusia, sino ante el que con mayor diferencia obtuvo respeto y admiración en Europa, es una certeza netamente constatable acudiendo a la historia documentada reciente (o sea, a la Prensa.) La solución a semejante dislate, al menos en apariencia, San Petersburgo.

Khatsko-Vodkims, cerca de los Urales, es una pequeña ciudad minera, cercana a los Urales, que el 7 de mayo de 1840 amanece como cualquier otro día. Sin embargo, el acontecimiento que está por acaecer, cambiará para siempre la historia de la música, no ya sólo de Rusia, sino en el caso que nos ocupa, del mundo.

Nacido como decimos en unas condiciones a priori nada proclives no ya para la música, sino para cualquier hecho cultural, el joven CHAIKOVSKI destacará muy pronto en el terreno de la percepción y la dotación musical, así, a los cuatro años ya había compuesto su primera obra, una breve pieza, dedicada a su hermana shasa, en la que se aprecian de forma coherente, los que constituirán de manera permanente los rasgos que definirán al compositor toda su vida, un amor desmedido por todo lo natural, y un fervor patrio desmesurado, si bien éste será concebido y expresado desde unos matices personales que a menudo sólo serán reconocibles para el propio autor, ni tan siquiera por sus más allegados. Entre los motivos, el carácter fundamental que definirá toda la vida del músico, una excesiva y hipersensibilidad que en muchas ocasiones complicará su vida hasta unos límites insospechados.

Afortunadamente, su padre comprende la especial dotación de la que para la música hace gala el infante. Por ello, abandona su puesto en los departamentos de ingeniería minera de una de las empresas de la localidad, para desplazarse a San Petersburgo.
Si bien esto constituye un revulsivo para las condiciones del joven CHAIKOVSKI, las intenciones que llevaron al padre a promover la mudanza no pasan exactamente por consentir que su hijo se dedique por entero a la música. Los planes del padre pasan más bien por canalizar a su hijo a la función funcionarial. Así, nuestro protagonista se licencia en Derecho en la ciudad, y entra a desempeñar funciones administrativas para la misma. A cambio, en una especia de pacto, el padre de CHAIKOVSKI accede de nuevo a que su hijo retome, con renovados bríos todo hay que decirlo, su más que evidente afición por la música.

Pero, o el cálculo no le sale bien al padre, o el hijo no ha proporcionado toda la información a la hora de vehicular el trato. El caso es que en 1859 el joven CHAIKOVSKI decide que sus intereses quedan definitivamente y para siempre vinculados a la música, concretamente a la composición.

Este cambio tan drástico, unido a todas las connotaciones personales que podamos y queramos añadir, tergiversará para siempre de manera definitiva la percepción de un joven que como ya hemos manifestado, cuenta entre sus definiciones más marcadas, la de una sensibilidad arrolladora, inasequible en la mayoría de ocasiones para los que le rodean. Por ello, inmerso en el shock, o quién sabe si en un intento de matizarlo, hará uso de su marcado carácter cosmopolita, emprendiendo un viaje que le llevará muy lejos, y no sólo en el terreno cuantitativo, como él mismo reconocerá en su marcada crisis personal de 1877.
De su largo viaje traerá, entre otras muchas cosas, la convicción de la superioridad técnica de las músicas europeas, destacando sin duda la italiana y la alemana. Sin embargo, lejos de constituir esto una especie de traición, por el contrario servirá para vestir en CHAIKOVSKI una firme determinación encaminada a coordinar una nueva música, y si es necesario una nueva percepción de la música, destinada a recolocar en el esquema de las cosas no ya sólo a la música rusa, sino a todo lo ruso en general.

Y la clave para lograr semejante empresa está clara, SAN PETERSBURGO.

Atendiendo a una descripción que de la ciudad nos regaló GÓGOL, constituye San Petersburgo el mayor ejemplo del mundo en lo que concierne a premeditación y artificiosidad de todo el mundo, al menos en lo que concierne a urbanismo.

Y la verdad es que, siendo escuetamente sinceros, las palabras de GÓGOL no desmerecen ni exacerban un ápice las impresionantes expectativas que rodean a esta bella ciudad, muestra por otro lado del afán inusitado que los gobernantes rusos darán a lo largo de todo el siglo XIX por abandonar abiertamente sus usos y costumbres, apostando sin cortapisas por los ejercicios culturales de Europa, en especial de Italia, Alemania y Francia.

Decir de esta manera, que San Petersburgo nace en 1709 no constituye, de manera alguna, error ni exageración alguna. Y lo hace siguiendo los caprichos expresos del Zar, Pedro I, para algunos El Grande. Así, en conmemoración de la maravillosa batalla de Poltava, y de la ingente victoria obtenida, teniendo en frente a los franceses, en el margen de la desembocadura del río Neva; Pedro I determina la construcción inmediata de la ciudad que constituirá, en sí misma, la demostración plausible no sólo de su autoridad, sino de manera sublime, del hecho catalizador que pondrá de manifiesto el excelso afán de apertura y renovación, en especial en materia de cultura, en el que Rusia se había metido.

En menos de tres años, las obras están más que avanzadas. En uno de los márgenes, la fortaleza de San Pedro y San Pablo, está ya marcadamente integrada en una urbe que, gracias a la perfección de un Plan de Urbanismo muy bien pensado, y perfectamente ejecutado, tiene como resultado la que pronto vendrá a ser una de las ciudades más deslumbrantes de Rusia. Si bien el precio es elevado, en apenas 3 años, más de 100.000 hombres han muerto presas sobre todo de la insalubridad de unas tierras pantanosas cuya primera obligación inexcusable ha pasado por el dragado mediante la confección de una densa red de canales, de las dos márgenes del río Neva.

Pero el Gobierno lo tiene claro, y con Pedro I a la cabeza se trasladan a la ciudad, desplazando consigo todo el aparataje administrativo, San Petersburgo es declarada capital de Rusia en agosto de 1712.
Pero lógicamente los esfuerzos no acaban ahí. Se prohíbe abiertamente el comercio con la antigua metrópoli. Moscú queda relegado, y la política funciona porque en apenas tres años, a la muerte de Pedro I, sobrevenida en 1615, San Petersburgo ya controla el 90% del comercio.

Pero los planes para la ciudad no acaban, ni mucho menos ahí. La apuesta por la renovación conceptual de Rusia tienen su piedra angular en San Petersburgo, y en la consecución de tal menester pondrán sus autoridades, supremas donde las haya, todos sus esfuerzos.

Así, como prueba de lo dicho, entre los habitantes de la nueva polis, extraídos todos ellos de los más firmes pilares de entre la aristocracia burguesa y militar de Rusia; se impone la ordenanza de celebrar semanalmente, y de manera rotatoria, una serie de recepciones, denominadas asambleas, en las que, siguiendo unos esquemas perfectamente establecidos al respecto, se persigue sin el menor disimulo, imitar en todo lo posible, los cánones que han hecho universalmente famosos los ambientes parisinos.
Así, no se trata ya de que regulen las formas y los valores, es que, por ejemplo, se decreta, literalmente, hasta la manera de pensar que ha de dirimirse en las mencionadas asambleas. Así por ejemplo, está terminantemente prohibido hablar de política.

Y este será el ambiente, especialmente proclive, donde se desarrolle la vida, no sólo artística, de un profesional como CHAIÑOVSKI, del que, como tanto es lo que hay que decir, sin duda en breve habremos de dedicarle otro de nuestros capítulos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

sábado, 11 de agosto de 2012

RADIO GREDOS SUR. LA CERTEZA DE QUE VEINTE AÑOS NO SON NADA.


¿Qué es el tiempo? ¿Una sucesión de segundos? ¿La acumulación de horas, días y tal vez incluso años? Sencillamente no lo sé, y sencillamente creo que cada vez estamos más lejos de poder llegar a saberlo.

¿Qué es el tiempo? ¿Instantes, momentos? Sinceramente creo, una vez más, que lo importante no es el qué, sino el cómo.

Lo que diferencia un segundo de un instante, lo que nos permite definir una vida, no es lo que ésta ha durado, sino la cantidad de cosas que hemos sido capaces de hacer en el transcurso de la misma. Por eso hay instantes que llenan una vida.

El segundo pasa, el instante perdura; y mientras, la vida, transita. Transita, siempre hacia delante, siempre directa, embarcada en la maldición del que sabe que tiene mucho por hacer, habiendo de acudir al recuerdo, como única manera de apropiarse de lo que nunca le fue propio, de lo que nunca estará al alcance de nadie, atrapar el tiempo.

Camina el Hombre, por la vida, presa de su propia maldición. La que procede de ser la única realidad de las que pueblan la Tierra, que posee consciencia de sí mismo, así como de sus múltiples capacidades, y lo que constituye mayor motivo de desgracia, de sus incapacidades. El Hombre, la Tierra y el Tiempo, un triunvirato magistral, en el que tan sólo la vitalidad del Hombre presenta desinencia.
La Tierra y el Tiempo son compatibles, son eternos por definición. La causa de semejante certeza, no pueden concebir un principio de sí mismos, lo que abiertamente los conduce a la certeza de que tampoco resulta evidente la conceptualización de un final. La causa evidente, no sólo no se necesitan entre ellos, sino que ni tan siquiera poseen la capacidad para conceptualizarse a sí mismos, lo cual los libera de la posibilidad de concebir su destrucción.
Por eso, el triunvirato permite la irrupción de el Hombre. El Hombre constituye el elemento formal. Aporta orden, principio y fin, a base de introducir el concepto de necesidad. El Hombre, a priori el más débil de los tres elementos participados, se manifiesta como el único competente para marcar el orden de las cosas.
Respecto a cómo marca ese orden, parece bastante evidente. En lo material, en lo concerniente a la Tierra, se apropia de ella. La organiza, gestiona y coordina, convencido por otro lado de su aparente perspectiva externa procedente de la convicción moral de que está por encima de la propia Tierra, así como de cuantas cosas obran en ella.
En cuanto a lo etéreo, a lo difuso, en lo concerniente a el Tiempo, huye del mismo. Se aleja, se distancia. El Tiempo derrota al Hombre, porque no puede someterlo. Sólo puede jugar con él, soñar con que lo controla. Pero al final de cada partida, de cada jornada, el Hombre sólo ha accedido a un mero premio de consolación, el que queda al ver la manera mediante la que el vulgar sucedáneo elegido, se resbala entre las manos, escapa entre los dedos, como la arena que lo representa, en el enésimo vano intento de hacerlo comprensible.

Entonces ¿Cómo comprender la relación de el Hombre con el Tiempo? Pues como se entienden o al menos se intenta, la comprensión de las relaciones del mismo con el resto de realidades que le circundan.
Así, una vez más la Evolución, es la que nos aporta los instrumentos para hacer cuando menos comprensible semejante relación.

Una de las cosas que de verdad diferencia al Hombre, del resto de realidades que comparten con él este planeta, se comprende exclusivamente cuando revisamos con nueva perspectiva la relación que el Hombre tiene, con el Tiempo.
Los animales ven pasar el Tiempo. Son libres en el más absoluto de los sentidos, siendo una de las fuentes más importantes de esta libertad precisamente el hecho de no ser conscientes del flujo del tiempo, lo que les exonera del conocimiento de hechos como principio, fin, y el largo etcétera de considerandos que de la mencionada comprensión se derivan.
Por el contrario, una de las obligaciones de el Hombre precisamente como tal, pasa por la comprensión, y uso responsable de la misma, precisamente de semejante concepción.
Se suscita así un nuevo marco en la conceptualización del término responsabilidad, el que procede de la diferente categorización que de el Tiempo han, y pueden hacer, los animales, y los Hombres. Diríase incluso que de la relación distinta que ambos tienen para con esa misma realidad, podrían derivarse diferencias estructurales que nos servirían a la hora de establecer primacías.

Así, allí donde un animal ve fluir el tiempo, un hombre lo pierde. Donde un animal no se plantea preguntas, un hombre se convertiría en un irresponsable, en el caso de no hacérselas. Donde un animal muere con el tiempo, un hombre es capaz de transcender a partir precisamente, de su paso por la vida, temporal donde las haya.

Surgen así, o se derivan más bien, nuevas relaciones del Hombre para con el Tiempo. Donde un animal vive por el Tiempo, un Hombre transita una Vida. Donde un animal pierde el Tiempo, un Hombre invierte sus instantes.
El instante supera así al segundo. El tránsito supera a la propia vivencia. Un instante es el resultado que en la vida deja el llenar un segundo. Puede llenar una vida, sustituirla, mediante el permanente ejercicio del recuerdo, o en el mejor de los casos, llenarla, en los momentos en los que el presente es poco menos que Baldío.
Un instante es, así, exclusivo no ya de el Hombre, sino propio de El Ser Humano.
De manera semejante, el Hombre no se limita a ver pasar el Tiempo. Lo invierte, convirtiendo cada instante en una vivencia, que adquiere sentido en la medida en la que aporta algo, para sí mismo, o para los demás. En eso se diferencia, definitivamente, un segundo, algo natural, de un instante, que necesita de un esfuerzo, de una aportación espiritual.

Y dónde subyace, supuestamente claro está, esa especie de catalizador, que atribuye al Hombre la capacidad para, entre otras cosas, transformar un mero segundo, en algo etéreo y transcendental, como es el caso de un instante. Pues precisamente en otra característica del Hombre, en la generosidad.
Constituye la generosidad, una de las mayores especificidades de el Ser Humano. Constituye la manera de darse a los demás, ¿Cómo? Dándose a los demás en forma de Tiempo dedicado.

Constituye así el Tiempo algo etéreo, transcendental. Algo que más que verse se percibe, algo que más que comprenderse, se concibe.
Y surge en la misma medida la Radio. Algo de naturaleza igualmente etérea, la Radio, y su manifestación física, la onda Hertziana, comparten con el Tiempo conceptos, principios, representaciones y manifestaciones.
Y de nuevo, como elemento de cohesión, el Hombre, a través del ejercicio activo de la generosidad, expresada en la forma de darse a los demás, poniendo su tiempo, y sus conocimientos, al servicio de los demás, a través precisamente de LA RADIO.

Y eso es precisamente lo que lleváis haciendo los de RADIO GREDOS SUR, desde hace ahora veinte largos años. Daros a los demás, sin esperar nada a cambio, sencillamente porque aquello que dais, vuestro tiempo, es algo que, naturalmente, jamás nadie podrá devolveros.

Por ello, sencillamente, FELICIDADES. Felicidades por un trabajo bien hecho. Por un trabajo siempre constructivo, brillante, eficaz y sobre todo gratificante. Porque por encima de todo, habéis sido capaces de hacerlo, sin dejar de disfrutar, un solo día, a la par que los demás nos íbamos, poco a poco, uniendo a vuestra fiesta.
Una fiesta que para vosotros dura ya VEINTE AÑOS, y a la que algunos nos unimos hace menos, pero de la que estamos seguros, deseamos compartir muchos años más.

Por ello, RADIO GREDOS SUR ¡FELICIDADES POR VEINTE AÑOS!

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 4 de agosto de 2012

DIECISÉIS MILLONES Y MEDIO SON LOS RESPONSABLES


O al menos eso, 16.5 millones de maravedís se convertían en el último obstáculo que el almirante Cristóbal Colón se veía imperiosamente obligado a superar, si quería ver cumplido su sueño, expresado cuando menos de ver zarpar su expedición, en la búsqueda de la ruta que le permitiera recalar en las indias, circunnavegando el mundo, en este caso partiendo Proa al Este.

Esos 16.5 millones de maravedíes, constituían en realidad el coste de la superación de la tasa que, a modo de impuesto, había de ser satisfecha si se quería salvar la legislación vigente a efectos, según la cual, todo aquél que se dispusiera a hacerse a la mar desde cualquier puerto andalusí, y que enrolara en su expedición marinos que no respondieran en procedencia al puerto del que partía la expedición, se veía obligado a satisfacer un impuesto específico destinado a sancionar tal hecho; sometiéndose por ello a las disposiciones y cálculos que el Señor de turno le competiera por derechos de villanía.

Y sin duda fueron satisfechos, y como muchos otros de los costes de la expedición, lo fueron gracias a la especial implicación personal que la propia Isabel I de Castilla puso en la empresa.
Precisamente esta ayuda, así como muchas otras de las que antes se habían sucedido, permitieron que, finalmente, el 3 de agosto de 1592, las naves de la expedición del que desde abril era ya Almirante de la mar océana, según consta en los textos de las “Capitulaciones de Santa Fe de 17 de abril de ese año de 1492; ” partieran hacia lo desconocido, con una dotación de ochenta y ocho hombres, y víveres para tres meses.
El objetivo, descubrir una nueva ruta comercial al mundo. El resultado, abrir definitivamente la mente, hacia el Nuevo Mundo.

De continuar por estos lares, probablemente seamos nosotros mismos los que acabemos enrolados en la muy interesante, pero para nosotros nada deseada misión, de narrar a modo de crónica, las vicisitudes del, al menos Primer Viaje de Colón a América. Un viaje que cuenta, entre sus múltiples vicisitudes, con la circunstancia de que una vez finalizado, en marzo de 1493, ni el propio Cristóbal Colón es realmente agraciado con la certeza de que ha descubierto un Nuevo Mundo.

Por ello, nuestra intención pasa, más bien, por analizar una mínima parte del ingente cúmulo de circunstancias que la expedición, entre otras cosas, cambió para siempre.
Porque de lo único de lo que podemos estar realmente seguros, es que nada volvería a ser igual después de la presentación que Colón hizo de las maravillosas ofrendas que procedían, en principio, de las indias occidentales.
Porque llegados a este instante, es cuando hemos de comenzar a sopesar en su justa medida, la cual está inevitablemente ligada al contexto histórico del momento; las circunstancias que en realidad enmarcaban las que parecían manifestaciones de un loco, si queremos ubicar correctamente las aspiraciones de Colón.

De entrada, la operación es conceptualmente inoperante, al menos si la planteamos siguiendo los cánones geográficos y “cartográficos” de la época (me permito las comillas porque la cartografía apenas tenía doscientos cincuenta años de vigencia, y carecía por supuesto de cualquier vestigio de capacidad como para erigirse en argumento decisorio en una expedición de tamaña magnitud.)
Por ello, fuera por carencia de compendio científico, o por recomendación evidente de la época, según la cual siempre era recomendable aceptar las consideraciones que La Santa Inquisición tuviera a bien llevar a cabo, es por lo que Colón hubo de someter a consideración su proyecto al Grupo de Eruditos que a tal efecto se reunió en La Universidad de Salamanca, (no en vano semejante centro de erudición  se encontraba inmersa en las conmemoraciones de su doscientos cincuenta aniversario, hecho que muy pocos “Colegios Mayores” podían apuntarse, anotando la referencia en rango atribuible a toda Europa, por supuesto.

Pero a pesar de todo, una vez más, hubieron de triunfar las tesis religiosas, esas que, entre otras cosas, disponían no ya sólo que lo infinito supone condición intangible, siendo propensa en exclusiva a Dios, y que por ello permiten acusar incluso de herejía a quien pueda promover cualquier atisbo de las mismas en sus consideraciones. Así, el argumento de la Tierra Plana, con principio y fin concebible, volvió a triunfar, exasperando de nuevo a Colón, y por ende a Eratóstenes, el Filósofo griego que siglo atrás se había permitido el lujo de calcular, utilizando un pozo, un palo y una sombra (y apuntando las que luego habrían de ser “las relaciones entre triángulos”) la longitud total de la circunferencia terrestre, ¡y lo hizo con un error inferior al 1%.!

Pero afortunadamente en este caso algo era diferente. La llegada de Cristóbal Colón al propio Puerto de Palos, procedente del Reino de Portugal, en donde había recibido constantes negativas a su oferta de expedición; promovieron de manera más o menos indirecta su contacto con el Monasterio de La Rábida, y lo que es mucho más importante, la disposición para conocer a fray Antonio de Marchena, y a fray Ramón Pérez, a quienes confió sus planes.
Así fue como, de manera consciente o inconsciente, todo se confabuló para que, la confianza que estos frailes despertaban a su vez en fray Hernando de Talavera, confesor de la Reina Isabel I de Castilla, llevara a Cristóbal Colón, y a sus proyectos, en presencia de la Reina.

Y es aquí donde recuperamos el que deseábamos fuera nuestro verdadero hilo conductor.

El Consejo Real se dirigió como hemos expresado a la Universidad de Salamanca. Ésta, a su vez, se vio en la disyuntiva de, como venía ocurriendo en estos tiempos, verse en la obligación de poner una vela a Dios, y otra al Diablo. En términos comprensibles, si bien las afirmaciones de Eratóstenes eran aceptadas por la mayoría de los eruditos allí reunidos, no era menos cierta que estos comenzaban a comprender la Real Fortaleza con la que se encontraba dotado el otrora incipiente Tribunal de La Santa Inquisición, en la medida en que éste había sido concebido por los propios monarcas como el Gran Instrumento destinado a promover la unidad de los territorios, canalizada a través de la Primera y Verdadera Unidad bajo la Dispensa de Dios Nuestro Señor.
De esta manera, el consejo de sabios adopta una solución de compromiso; así si bien, tomamos como buenas las estimaciones de Eratóstenes, que dan en 252.000 codos egipcios la longitud total de la circunferencia terrestre, hemos de considerar como inviable de cualquier manera para todo Hombre salvar semejante distancia, o cuanta se determine existe hasta la primera tierra que se halle en medio del mar.

Pero a pesar de todo, los preparativos de la propuesta continuaron. Y lo hicieron en consecuencia asumiendo ahora una nueva responsabilidad, la que se desprende del hecho de contravenir activamente una disposición expresa procedente de la Santa Madre Iglesia la cual, como era de esperar había corrido a sancionar lo dispuesto por la Universidad de Salamanca.
En consecuencia, el denodado apoyo que la Reina Isabel había dado a la empresa, podía volverse contra ella, promoviendo unas consecuencias que, muy probablemente no habían sido consideradas por casi nadie, o casi, porque para eso estaba la Priora del Convento de Santa Clara, en  La Villa de Moguer; Inés Enríquez, tía de Fernando el Católico.

A través de todo lo dicho, y sin duda a partir del análisis de todo lo que nos queda por decir, la preparación, desarrollo y posteriores consecuencias del proyecto que ha quedado englobado bajo la disposición conceptual de El Descubrimiento de América, reúne en realidad un cúmulo ingente de hechos de los que la constatación de la mayoría de los mismos requerirá del paso de cientos de años.

Así, no se trata ya de que un iluminado genovés se lanzara en busca de lo desconocido, consensuando en su persona una dosis de perspicacia con una gran proporción de locura. Se trata más bien de que todos y cada uno de los procederes que comenzaron en 1183, cuando Colón ofrece la expedición al Rey de Portugal, y concluyen el 12 de octubre de 1492, cuando el marinero “de Triana” grita la tan esperada voz de ¡tierra!, encierran en si mismos un cambio que, superado el grado de conceptual, alcanza la condición de paradigmático.

Con ello, resulta evidente la superación de todos y cada uno de los principios que hasta el momento se habían considerado inamovibles. El descubrimiento de América trae aparejada no sólo la necesidad de remover el esquema que del mundo se tiene. Es casi más importante según la cual semejante acto no es sólo deseable, sino que es abiertamente recomendable.

No hay paso atrás. La Edad Media ha muerto, y con ello sus principios, que son barridos por el viento como las hojas del chopo lo son en otoño. La Edad Moderna ha llegado, el Hombre recupera su espacio, adueñándose primero del tiempo que hasta ahora ha sido injustamente desperdiciado.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.