sábado, 18 de agosto de 2012

CHAIKOVCSKI, EL NACIONALISMO RUSO, Y SAN PETERSBURGO.


Decir que Piotr Ilich CHAIKOVSKI es un compositor nacionalista, puede significarse como algo arriesgado, aunque ni mucho menos incierto. Decir por otra parte que nos encontramos no sólo ante el músico más cosmopolita de Rusia, sino ante el que con mayor diferencia obtuvo respeto y admiración en Europa, es una certeza netamente constatable acudiendo a la historia documentada reciente (o sea, a la Prensa.) La solución a semejante dislate, al menos en apariencia, San Petersburgo.

Khatsko-Vodkims, cerca de los Urales, es una pequeña ciudad minera, cercana a los Urales, que el 7 de mayo de 1840 amanece como cualquier otro día. Sin embargo, el acontecimiento que está por acaecer, cambiará para siempre la historia de la música, no ya sólo de Rusia, sino en el caso que nos ocupa, del mundo.

Nacido como decimos en unas condiciones a priori nada proclives no ya para la música, sino para cualquier hecho cultural, el joven CHAIKOVSKI destacará muy pronto en el terreno de la percepción y la dotación musical, así, a los cuatro años ya había compuesto su primera obra, una breve pieza, dedicada a su hermana shasa, en la que se aprecian de forma coherente, los que constituirán de manera permanente los rasgos que definirán al compositor toda su vida, un amor desmedido por todo lo natural, y un fervor patrio desmesurado, si bien éste será concebido y expresado desde unos matices personales que a menudo sólo serán reconocibles para el propio autor, ni tan siquiera por sus más allegados. Entre los motivos, el carácter fundamental que definirá toda la vida del músico, una excesiva y hipersensibilidad que en muchas ocasiones complicará su vida hasta unos límites insospechados.

Afortunadamente, su padre comprende la especial dotación de la que para la música hace gala el infante. Por ello, abandona su puesto en los departamentos de ingeniería minera de una de las empresas de la localidad, para desplazarse a San Petersburgo.
Si bien esto constituye un revulsivo para las condiciones del joven CHAIKOVSKI, las intenciones que llevaron al padre a promover la mudanza no pasan exactamente por consentir que su hijo se dedique por entero a la música. Los planes del padre pasan más bien por canalizar a su hijo a la función funcionarial. Así, nuestro protagonista se licencia en Derecho en la ciudad, y entra a desempeñar funciones administrativas para la misma. A cambio, en una especia de pacto, el padre de CHAIKOVSKI accede de nuevo a que su hijo retome, con renovados bríos todo hay que decirlo, su más que evidente afición por la música.

Pero, o el cálculo no le sale bien al padre, o el hijo no ha proporcionado toda la información a la hora de vehicular el trato. El caso es que en 1859 el joven CHAIKOVSKI decide que sus intereses quedan definitivamente y para siempre vinculados a la música, concretamente a la composición.

Este cambio tan drástico, unido a todas las connotaciones personales que podamos y queramos añadir, tergiversará para siempre de manera definitiva la percepción de un joven que como ya hemos manifestado, cuenta entre sus definiciones más marcadas, la de una sensibilidad arrolladora, inasequible en la mayoría de ocasiones para los que le rodean. Por ello, inmerso en el shock, o quién sabe si en un intento de matizarlo, hará uso de su marcado carácter cosmopolita, emprendiendo un viaje que le llevará muy lejos, y no sólo en el terreno cuantitativo, como él mismo reconocerá en su marcada crisis personal de 1877.
De su largo viaje traerá, entre otras muchas cosas, la convicción de la superioridad técnica de las músicas europeas, destacando sin duda la italiana y la alemana. Sin embargo, lejos de constituir esto una especie de traición, por el contrario servirá para vestir en CHAIKOVSKI una firme determinación encaminada a coordinar una nueva música, y si es necesario una nueva percepción de la música, destinada a recolocar en el esquema de las cosas no ya sólo a la música rusa, sino a todo lo ruso en general.

Y la clave para lograr semejante empresa está clara, SAN PETERSBURGO.

Atendiendo a una descripción que de la ciudad nos regaló GÓGOL, constituye San Petersburgo el mayor ejemplo del mundo en lo que concierne a premeditación y artificiosidad de todo el mundo, al menos en lo que concierne a urbanismo.

Y la verdad es que, siendo escuetamente sinceros, las palabras de GÓGOL no desmerecen ni exacerban un ápice las impresionantes expectativas que rodean a esta bella ciudad, muestra por otro lado del afán inusitado que los gobernantes rusos darán a lo largo de todo el siglo XIX por abandonar abiertamente sus usos y costumbres, apostando sin cortapisas por los ejercicios culturales de Europa, en especial de Italia, Alemania y Francia.

Decir de esta manera, que San Petersburgo nace en 1709 no constituye, de manera alguna, error ni exageración alguna. Y lo hace siguiendo los caprichos expresos del Zar, Pedro I, para algunos El Grande. Así, en conmemoración de la maravillosa batalla de Poltava, y de la ingente victoria obtenida, teniendo en frente a los franceses, en el margen de la desembocadura del río Neva; Pedro I determina la construcción inmediata de la ciudad que constituirá, en sí misma, la demostración plausible no sólo de su autoridad, sino de manera sublime, del hecho catalizador que pondrá de manifiesto el excelso afán de apertura y renovación, en especial en materia de cultura, en el que Rusia se había metido.

En menos de tres años, las obras están más que avanzadas. En uno de los márgenes, la fortaleza de San Pedro y San Pablo, está ya marcadamente integrada en una urbe que, gracias a la perfección de un Plan de Urbanismo muy bien pensado, y perfectamente ejecutado, tiene como resultado la que pronto vendrá a ser una de las ciudades más deslumbrantes de Rusia. Si bien el precio es elevado, en apenas 3 años, más de 100.000 hombres han muerto presas sobre todo de la insalubridad de unas tierras pantanosas cuya primera obligación inexcusable ha pasado por el dragado mediante la confección de una densa red de canales, de las dos márgenes del río Neva.

Pero el Gobierno lo tiene claro, y con Pedro I a la cabeza se trasladan a la ciudad, desplazando consigo todo el aparataje administrativo, San Petersburgo es declarada capital de Rusia en agosto de 1712.
Pero lógicamente los esfuerzos no acaban ahí. Se prohíbe abiertamente el comercio con la antigua metrópoli. Moscú queda relegado, y la política funciona porque en apenas tres años, a la muerte de Pedro I, sobrevenida en 1615, San Petersburgo ya controla el 90% del comercio.

Pero los planes para la ciudad no acaban, ni mucho menos ahí. La apuesta por la renovación conceptual de Rusia tienen su piedra angular en San Petersburgo, y en la consecución de tal menester pondrán sus autoridades, supremas donde las haya, todos sus esfuerzos.

Así, como prueba de lo dicho, entre los habitantes de la nueva polis, extraídos todos ellos de los más firmes pilares de entre la aristocracia burguesa y militar de Rusia; se impone la ordenanza de celebrar semanalmente, y de manera rotatoria, una serie de recepciones, denominadas asambleas, en las que, siguiendo unos esquemas perfectamente establecidos al respecto, se persigue sin el menor disimulo, imitar en todo lo posible, los cánones que han hecho universalmente famosos los ambientes parisinos.
Así, no se trata ya de que regulen las formas y los valores, es que, por ejemplo, se decreta, literalmente, hasta la manera de pensar que ha de dirimirse en las mencionadas asambleas. Así por ejemplo, está terminantemente prohibido hablar de política.

Y este será el ambiente, especialmente proclive, donde se desarrolle la vida, no sólo artística, de un profesional como CHAIÑOVSKI, del que, como tanto es lo que hay que decir, sin duda en breve habremos de dedicarle otro de nuestros capítulos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario