sábado, 25 de agosto de 2012

HABLAR DE LA MÚSICA, HABLAR DE TOMÁS LUIS DE VICTORIA. EN EL 401 ANIVERSARIO DE SU MUERTE.


Vivimos en un país extraño. Sin duda se trata de un país maravilloso, pero sin duda extraño. Rodeados de belleza que exalta nuestros sentidos, en contraste con la paz que, hasta hace poco relegaba nuestras necesidades a un segundo plano, es seguro que, a menudo, no estamos preparados para comprender, o lo que es lo mismo, para valorar, cuanto de verdad significan la mayoría de las cosas que a nuestro alrededor acaecen, o cuanto en nuestro derredor se manifiestan.

Sólo así se conciben descuidos, excesos de confianza u olvidos imperdonables, como el que se repite, año tras año, en torno no ya de la figura, sino de la obra musical de Tomás LUIS DE VICTORIA.

Y es así que, embelesados por la esperanza de la felicidad que sin duda habrá de venir, si no embriagados de la certeza de la que ya disfrutamos, que nos volvemos terriblemente desagradecidos, incapaces en todo caso de devolver con gratitud, en forma cuando menos de somero recuerdo, algo a aquéllos que hicieron que lo que hoy es, en algún momento fuera. Porque lo que hoy es nuestro presente, en algún instante del pasado no fue, sino deseo o imaginación de alguien.
Deseo, imaginación, en cualquier caso potencia, que fue convertida en acto precisamente gracias a la mediación de alguien, muchas veces absolutamente desconocido para la Historia, quien por otro lado con su esfuerzo y dedicación postergó hacia el infinito un instante de su presente, gracias a lo cual hoy tenemos vestigios de nuestro pasado. Retazos, en cualquier caso, a partir de los cuales conformar nuestra Historia.

Pasado, presente. Historia, recuerdos. Se trata sin duda de conceptos estructurales que comparten semántica, en tanto que adquieren sentido igualmente tan sólo en la medida en que se conjugan en torno del elemento que les dota de significado pleno, el Ser Humano.
El Ser Humano, estructura definitiva, en torno de la cual se van convirtiendo en realidad todas aquellas cosas que, materializándose en torno de si, adoptan manera en forma de orden, acudiendo para ello a la otra esencia, el Tiempo.
Tiempo y Hombre, dos realidades inseparables, a la par que imposibles de entremezclar. ¿Es el Hombre previo al Tiempo? La verdad es que poco importa porque, ¿qué o quién habría de computar su paso de no ser el propio Hombre?
Sin embargo, el Hombre sería un proyecto estéril de no ser por el Tiempo. Es el Tiempo quien le confiere al Hombre su mayor poder. En tanto que medidor del instante, le confiere la sensación del presente. En tanto que constatación efectiva del pasado, le proporciona el respeto hacia lo que fue, que sin duda determina lo que es. Y como medidor del deseo, le confiere la responsabilidad del futuro, en la medida en que la hace consciente de la responsabilidad que requiere la proyección hacia delante en la medida en que quedas determinado por la medida de tus actos.
Sin esperar muchas concesiones, y lejos de suponer la creación de grandes desavenencias, bien podría este modelo responder no ya al de cualquiera de los seres humanos, lo digo porque la estulticia que envuelve nuestro presente puede convertir en demasiado generosas algunas de las concesiones que a priori se asumen como competencias propias de muchos de los que nos rodean.
Mas afortunadamente, no responde a la hora de enfrentarnos a la intención de describir las acciones de alguno  de los que por otro lado han acabado por erigirse como los grandes señaleros del camino que le conviene seguir a la Humanidad.

El esquema versado hasta el momento, bien podrá utilizarse con todo su rigor de cara a explicar la relación de la Música Española, con el que sin duda se trata de su mayor figura, sea cual sea la época o el orden musical al cual queramos desearnos.

Nace Tomás LUIS DE VICTORIA en Ávila, en torno a 1548. La fecha se obtiene de manera indirecta, ya que lo primero de lo que tenemos constancia es de su ingreso en el Coro de la Catedral, hecho que acaece en 1597. La costumbre dice que los infantes ingresaban en la mencionada institución con no más de diez años, de donde podemos finalmente extraer la conclusión aludida.
En torno a 1598, registrada la muerte de su madre, Francisca SUÁREZ DE LA CONCHA, el niño LUIS DE VICTORIA, comienza verdaderamente sus estudios de Canto Llano y Contrapunto, terreno éste en el que demostrará no sólo aptitudes sorprendentes desde muy joven, sino que rápidamente prosperarán en él ambiciones creativas y de recombinación de los órdenes conocidos, lo que por otra parte constituye los preludios de la revolución musical que preconizará.

Una vez que Ávila no puede aportarle más, marchará a la Roma Jesuita, donde ingresará en el Collegium Germanicum de la orden. Hacia 1560, sin abandonar sus estudios, accede a la dirección musical del Órgano de la Iglesia Española de Santa María de Montserrat, que constituye el Templo Oficial de la Corona de Aragón en Roma.

A estas alturas, sus ingentes capacidades musicales ya han sido manifiestas para, por ejemplo, el propio Pallestrina, el cual dispone que sea nombrado como su sucesor al frente de la capilla del Seminario Romano, en condición ya de Maestro.

En 1572 compone su primer libro de motetes, y un año después, las reformas emprendidas por el papa Gregorio XIII acaban por elevar a LUIS DE VICTORIA a la condición de Maestro de Capilla, lo que le proyecta de manera definitiva.

Desde su nombramiento como sacerdote, hecho registrado el 28 de agosto de 1575, el compositor se envuelve durante siete largos años en un episodio de gran religiosidad, hecho que compartirá entre otros con san Felipe Neri.

1585 es el año más prolífico en términos musicales. Además de las cuestiones netamente cuantitativas, el aspecto cualitativo se ve revolucionado definitivamente con la publicación de “Officio hebdomae santae”. Se trata de una obra que va más allá de lo magistral. Se convierte en una auténtica revolución al superar muchos de los cánones que el momento establecía como inamovibles, estableciendo además condicionantes nuevos a la hora de colocar los elementos que componen la incipiente teoría del Contrapunto. Es aquí donde Tomás LUIS DE VICTORIA revoluciona para siempre los esquemas preceptivos de la concepción estructural de la Música del momento, para superarlos para siempre, poniendo los cimientos de la obra que luego consolidarán otros como BACH.

Los funerales de Pallestrina en 1594 le condicionan para abandonar Roma de manera definitiva en 1595. Entre 1587 y 1603 será capellán y maestro del Real Convento de las Clarisas Descalzas de Madrid.
Alcanza por aquel entonces su mejor momento, que se consolida no sólo en el hecho de ser reclamado por las mejores catedrales de España, sino más bien por el hecho de ser requerido para la publicación y recato de sus obras, logrando por ejemplo que en 1600 se publique una recopilación de las mismas, por la que cobrará 2500 reales, lo que nos da una idea de su talento y maestría.

Sin embargo, este fue pronto olvidado. Olvidado en los últimos años de su vida, muere en la noche del 26 al 27 de agosto de 1611, en Madrid, donde será enterrado, si bien se desconoce el lugar exacto.

A día de hoy, la figura de Tomás LUIS DE VICTORIA sigue siendo la paradoja preciosa de la ausencia de caridad y respeto que ha caracterizado históricamente al espíritu español. Por ello, no es de extrañar que para conocer su obra y figura, resulte del todo imprescindible acudir, de manera paradójica, a las colecciones francesas e inglesas.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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