sábado, 31 de enero de 2015

DE AUSWITCHZ A EUROPA, DE LAS PARADOJAS DE LOS VIAJEROS INSEPARABLES.

Porque una vez que se apagan las velas, cuando los visitantes se han ido y solo el vacío que el silencio deja sirve para recordarnos que el eco no es sustituto válido. Entonces, solo entonces, el viajero comprende la verdadera magnitud de su tragedia, la que pasa por entender que lo que dejó atrás es tan grande, que jamás encontrará un lugar donde volver a descansar su alma.
¿Y qué opciones pueden quedar cuando lo que quedó atrás no es sino tu dignidad, disfrazada con los jirones en los que se descompuso al final tu condición de Ser Humano?

Porque de eso, nada más, o nada menos, es de lo que hablamos en este caso.

Una vez transcurridos setenta años desde que tropas pertenecientes al Ejército Rojo irrumpieran, liberándolo, en el Campo de Concentración de Auswitchz, solo el cúmulo de sensaciones que se agolpan en nuestras mentes, sirven no para recordarnos, cuando sí más bien para emocionarnos en pos de la necesidad que como Seres Humanos mostramos de canalizar nuestros impulsos una vez aceptado cuando no asumido que tales hechos, por escapar de los que se atribuyen como propios de seres humanos, han de quedar específicamente vinculados al mundo de la sinrazón, quién sabe si al mundo de las pasiones. Porque tal vez precisamente ése y solo ése haya de ser el homenaje esperado por todas las víctimas, tanto por las casi cuatrocientas mil que finalmente pudieron volver a ver la luz del sol no a través del terrible velo que el humo procedente de los crematorios provocaba; como sobre todo por las integrantes del más del millón y medio de hombres, mujeres y niños, Judíos en su mayor parte, que no lograron volver a ver luz alguna. Un homenaje silencioso, porque solo el silencio puede acaparar tanto lo que podría decirse, como lo que siempre quedará por decir. Un homenaje ante todo sincero, porque tanto de hipocresías, como por supuesto de las otras conductas que suelen acompañarla, constituyen una certeza de las que Europa ya está harta, constituyen por sí solas además una amenaza, la que se esconde tras el silencio, precursora de los olvidos, primera agente causal de las desgracias.

Porque una vez hemos abandonado, auque solo sea circunstancialmente, el territorio de los recuerdos, lo cierto es que si una fuerza es justificación para ello es sin  duda la que ha de impulsarnos a la hora de adentrarnos en los terrenos propios de la Responsabilidad.
La responsabilidad, aditamento eterno, sin duda que ha de erigirse en uno de los componentes básicos, estructurales, cuando no del Ser Humano, sí al menos de los sistemas cuya confección le son propios en tanto que en la misma se dirimen sin el menor género de dudas controversias cuya naturaleza generalmente suele ser de utilidad a la hora de encontrar respuesta a cuestiones tales como la dialéctica que por otro lado le es también muy propia.

La dialéctica, la responsabilidad, una vez más las grandes cuestiones a la par que integrantes de los dilemas que sirven si no para entender, sí al menos para tratar de dilucidar la naturaleza del Hombre a partir de sus comportamientos.

Porque tal vez, y solo tal vez, ahí sea donde precisamente subyace el núcleo de toda esta disquisición. Una cuestión que tal vez se dirima a través de asumir como ciertas cuestiones por otro lado tan incómodas como las que proceden de comprender que en la naturaleza del Hombre pueden hallarse disposiciones tan contradictorias como las que se dan cita a la hora de por ejemplo, poder pintar Las Meninas, o poder ordenar el exterminio de más de seis millones de Seres Humanos.
Y en un acto teatral final, quién sabe si incluso dotado de mayor violencia toda vez que lleno de sutileza (el pensamiento necesita de conceptos, y precisamente dotar de nombres convierte a las cosas en conceptos) fueron capaces de nombrarlo: La Solución Final.

Pero llegados a estas alturas me atrevo a afirmar sin ningún tipo de cortapisa que acusar a los de siempre de todo, como siempre, es en sí mismo un error tan tremendo que causaría estupor, cuando no risa, si no fuera porque la tragedia que engloba es de tal magnitud que ningún tipo de acepción humorística parece posible de ser traída sin generar la nausea.
Alejados así pues tanto de las consignas propias, esto es las conformadas a partir de las fórmulas del plañir al uso; como por supuesto de los silencios maquillados, entre los que podemos aglutinar la conducta, por otro lado intachable de quienes siguen pensando que alguna clase de posicionamiento en cualquier tema es mejor que ningún posicionamiento; lo cierto es que transcurridos setenta años bien considero que podemos, casi mejor debemos, dar por inaugurado un nuevo periodo. Un periodo identificado desde el epígrafe propio de comprender que tal vez, y solo tal vez, la conducta propia, a la sazón la más responsable, pase por asumir que hay que volver a preocuparse.

Que nadie piense que la acción cronológica tiene nada que ver, al menos nada si nos atenemos a los principios estrictamente cuantitativos. Así, en líneas generales, el surgimiento o resurgimiento de las grandes amenazas encargadas de cuestionar la estabilidad de Europa, y por ello del mundo, no hay que buscarla en la Cábala, como si de una mera ordenación se tratara. El surgimiento de las grandes amenazas que surgen con el firme propósito de desestabilizar a Europa y al mundo obedece sin duda a una suerte de proceder cuya realidad puede formularse bajo el demostrado principio de que solo se percibe cuando ya está presente. Y si algo tenemos claro hoy por hoy, es que la rutilante sensación de que una vez más, los fantasmas han vuelto, está más que presente.

Pero, si tan claro lo teníamos, si tan seguros estábamos de nosotros mismos. ¿Cómo es posible que las viejas amenazas hayan vuelto a adquirir tamaña naturaleza hasta el punto de constituirse de nuevo en una verdadera amenaza?

La pregunta, una vez más, tal y como suele ocurrir con todas las que vienen a responder a una suerte de interés, encierra ya en su génesis parte de la respuesta.
Precisamente esa seguridad, traducida en la falsa convicción que durante decenios viene ganando adeptos entre los hombres civilizados bajo la forma de expresiones tales como lo hemos superado, o, se trata de cosas que jamás volverán a repetirse en buena lógica; se muestra hoy por hoy, y a las pruebas me remito, como el mayor de los peligros, en tanto que el mayor aliado de quienes, no lo olvidemos, vuelven a mostrarse competentes en aras de sumir a Europa en el caos, con tal de ver impuestas sus percepciones.

Porque que nadie se equivoque. Cuando el Cabo Bohemio se reunía con el fotógrafo Hoffmann, en lo que acabó por ser el principio del fin, incluso antes de Lo de Munich, no lo hacía tan solo porque fuera presa de un terrible ataque de acidez de estómago vinculado con la nota que acompañaba a la negativa del Rector para que accediera a la Universidad para estudiar Arquitectura. Si tanto ese como por supuesto todos los acontecimientos que vinieron después tuvieron licencia para acaecer, lo fue sobre todo porque el contexto situacional, y su expresión máxima, el silencio, así lo facultaron.

Silencio, apatía, abulia, y los sentimientos que suelen acompañarlos, cuando no justificarlos, decepción, sensación de traición y defección; son siempre ingredientes de una ecuación peligrosa que ya simplemente en su descripción farmacológica resulta estimable así qué, ¿Qué decir cuando la misma se transmuta dando paso a conductas reales, con consecuencias reales?

Sea como fuere, lo cierto es que nada ocurre porque sí. Dicho de otro modo, éste, como todos los comportamientos humanos, han de ser ubicados dentro de una suerte de contexto que o bien los provoca, o bien los permite. Dicho así, el silencio generalizado con el que la gente normal que conformaba la mayoría cuantitativa del Pueblo Alemán, tiene necesariamente que tener una causa, un motivo porque ¿Qué lleva a semejante grado de apatía a tamaña cantidad de personas, para que contemplen impasibles tamaño comportamiento?

Unas cifras de paro exorbitadas. El país en deflación. La Deuda Pública por las nubes. Un Gobierno superado por los acontecimientos, obligado a desarrollar una conducta errática permanente muestra con sus desmanes de su absoluta incapacidad.

Creo que todo debería de quedar lo suficientemente claro. Y debería a la vez de estar claro para todos.

Si alguien duda, que piense en la leyenda que enmarcaba la entrada principal del Campo de Concentración de Auswitchz: El trabajo os hará libres.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 24 de enero de 2015

DE NUEVO, ENERO DE 1905.

Sumidos como estamos en una ola de historicismo, azuzados sin duda por la extraña sensación de que algo grande pasa a nuestro alrededor, y sin embargo radica en la grandiosidad de esa misma sensación lo que nos incapacita para ser netamente conscientes de su significado e importancia; es por lo que una vez más acudimos a la historia, con la clara esperanza de encontrar en los protocolos del pasado una vez más las pistas que nos pongan en el camino de ser capaces de desentrañar el futuro.

Vivimos tiempos extraños. La certeza de que algo grande está a punto de ocurrir se cierne sobre nosotros, encendiendo bajo la temida forma del rumor toda suerte de especulaciones la mayoría de las cuales habrían de ser descartadas de origen no ya solo por su propia condición de descabelladas, como si más bien por el hecho de que de ser más humildes, esto es, de ser capaces de reconocer en las señales evidentes de las sendas por las que ha transitado el que ya se erige como nuestro pasado, bien podríamos ahorrarnos muchos esfuerzos, a la par que muchos sufrimientos.

Pero tal planteamiento, a la larga como se demuestra una mera elucubración, requiere de la conciliación inexorable de un condicionante expreso a la par que difícil de consensuar, el que pasa por hallar un individuo, por ende qué decir de una sociedad, dispuesta a asumir que sus vivencias no solo no son únicas, originales e irrepetibles, sino que más bien al contrario vienen poco menos que a ser la conclusión, en la mayoría de los casos irrefutables, de una pormenorizada sucesión de acontecimientos que a menudo lleva decenios cuando no siglos pergeñándose.

Desde tamaño antecedente, asumiendo pues como imprescindible el baño de humildad que parece consecuencia lícita, podemos llegar a establecer las conexiones evidentes que procedan a inferir de la actual escenificación de los acontecimientos la interesante, aunque no por ello menos lamentable certeza de que en contra de lo que pueda llegar a parecer, tanto los conceptos, como por supuesto los procedimientos, y me atrevería a decir que en muchos casos las aptitudes que rodean nuestro hoy, tienen en multitud de fenómenos del pasado correlatos reales de los cuales, de querer, bien podrían extraer información sin duda más que interesante.

En un contexto como el actual conformado no tanto a partir de la observación, como sí más bien de la interpretación de los factores, a saber tiempo y espacio, de la cual surge con especial importancia el impacto que de la interpretación de variables secundarias, y por ende subjetivas, puede llevarse a cabo; lo cierto es que solo de la intensidad de tales impacto pueden llegar a dirimirse las por otro lado interesadas diferencias hacia los que insisto interesados a menudo promotores de las mismas, pretenden conducir las interpretaciones de los cambios que de una u otra manera infieren en su indiscutible condición de resultados en tanto que tales son los condicionantes perseguidos por los actos referidos, ya procedan éstas de acciones voluntarias en unos casos, o supongan en realidad consecuencia casi accidental, en otras.

Con todo, espero sea ya casi resultado de una función lógica promover el establecimiento de una vinculación igualmente lógica que venga a inferir la relación evidente que se da entre nuestra rabiosa actualidad, y situaciones desencadenantes de reacciones que se desarrollaron hace más de un siglo.

Para cualquiera pues que esté atento, suponemos que no habrá supuesto un esfuerzo desmesurado conducirse hasta las calles de San Petersburgo, en una fría y no por ello menos soleada mañana del domingo veintidós de enero de 1905, y dejarse sobrecoger por las descargas de fusilería proferidas por la infantería del Ejército del Zar, las cuales tenían al otro lado al terrible ejercito que podemos imaginar, imaginando igualmente al Pueblo que, aburrido, cuando no asqueado por toda suerte de calamidades a las que en este último caso había que añadir el penúltimo desplante de su Zar; deseaba sencillamente hacer llegar una carta a su gobernante. Una carta que contenía un listado no de desmanes, ni siquiera de calamidades. Una carta que contenía lo que el Pueblo deseaba comunicarle a su Zar, con el ánimo de poder seguir sintiéndose orgulloso de él.

En un Imperio Ruso que anclado en el Feudalismo se daba de bruces una vez más con la cuestión cronológica, la cual, como mero catalizador del empecinamiento propio del tiempo que se expresa en su lento pero no por ello menos inexorable fluir; las tradiciones autocráticas de un Régimen, obsoleto, arcaico y por ello imposibles de salvar; parecían sumirlo todo en una suerte de ejercicio suicida en el que solo ganar tiempo, destinado no se sabe muy bien a qué, se convertía en el pan nuestro de cada día. Sin embargo estas actitudes, lejos de mostrarse inútiles, o cuando menos desacertadas, llevaban años surtiendo efecto, ya procediera tamaña conclusión de un análisis objetivo, o en cualquier caso viniera precedido de la indiscutible contaminación de un régimen que había hecho del miedo, y de su bastardo evidente, a saber la censura, los acérrimos disciplinados que siempre se mostraban displicentes.

Así, el proceso que podríamos dirimir dentro de los términos de autogestión de un desastre tan previsible como inexorable, va poco a poco conformando un periplo del todo imposible de ser obviado, tal y como se desprende tanto de la existencia, como fundamentalmente de la manera de hacer frente a los mismos en aras de solventarlos; concretamente en 1860, instante en el que bien podríamos situar los antecedentes de los acontecimientos que hoy traemos a colación.

La Segunda Mitad del Siglo XIX será así testigo de un largo proceso jalonado de multitud de acontecimientos todos ellos de importancia capital, los cuales encontrarán obviamente la cohesión imprescindible precisamente en el hecho de ser, de una manera u otra la contestación lógica que el Pueblo daba a una forma de gobernar que más bien y al contrario parecía representar los estertóreos esfuerzos de un sistema que, partiendo de las concepciones personalistas, se empeñaban en anteponer su propia supervivencia al bienestar de su pueblo.

Tales procederes quedaban sutilmente desnaturalizados en forma de una suerte de políticas empecinadas en retrasar en la medida de lo posible la llegada del progreso. Un progreso que como es de suponer y una vez más, tendría en el desarrollo de Políticas de pelaje Económico al Caballo de Troya desde el cual remontarse por encima de los infernales muros que la Medieval Rusia del Zar imponían, los cuales terminarían por venirse abajo muchos años después, contando en este caso con las acciones ya conocidas de 1917, las cuales acabarían como es igualmente sabido muy mal para el propio Zar, circunstancia esta del todo inevitable una vez conocidas y asumidas las consignas desde las que se llevaban a cabo o se invocaban los procederes del todavía Imperio Ruso.

Sea como fuere, que inferimos un escenario en el que las contradicciones propias afloraban en este caso a partir de los ingredientes que la implementación no coherente de medidas obligaba. A título imprescindible, estrategias como las esgrimidas en el Sistema Witte, el cual soñaba con estructurar de manera ordenada un ejercicio de Economía de corte Liberal contando con que las especiales vicisitudes que convertían en realmente único al país no iban a suponer un problema; acabaron sufriendo un sonado fracaso tal y como por otro lado, era de esperar.

Y aunque si bien Serguéi WITTE como Ministro de Finanzas logró con la implementación de su propuesta el desarrollo, al menos en apariencia de una ilusión de desarrollo, ilusión por afectar ésta tan solo a provincias muy concretas, y a estratos muy específicos; sí que logró como corolario no deseado, inferir una serie de pensamientos los cuales servirían, después de ser tratados por las manos adecuadas, para construir una vana ilusión destinada a hacer de la imagen del ya decrépito Zar, una figura imponente en cuyas manos seguía estando sin duda, el devenir del futuro de la Madre Rusia.

Resultados de la implementación del mencionado proyecto fueron la puesta en práctica de una serie de procederes que amén de conseguir el beneplácito del exterior, beneplácito que se vio correspondido con la inyección de importantes cantidades de capital extranjero; logró promover en el interior el resurgimiento de la confianza en unos líderes que, dada la naturaleza de las fuentes de las que procedía el Gobierno, se traducían de manera inexorable en Fe Sagrada hacia el casi Divino Zar. De esta manera, resulta obvio asumir la manera incuestionable desde la que procederes tales como la potenciación de la vida urbanita en detrimento de la rural, lograron imponerse. Estas medidas, a la larga, resultarían altamente destructivas, y lo harían por la convergencia de dos hechos tan evidentes como incuestionables. Las obsoletas estructuras productivas en materia de industria con las que contaba el proyecto de reestructuración ruso eran tan efímeras, que ni de lejos podían responder a las expectativas de producción a las que el Gobierno obligaba. Además, la incapacidad para absorber el tropel de mano de obra no cualificada que su condición de agricultores promovía, arrojaron por la borda cualquier esperanza de éxito que el Plan Witte podría haber soñado.

Sin embargo, el hecho que pasó inadvertido, y que a la larga lo precipitó todo procede de una derivada en apariencia natural cual es la que se observa al anticipar las hambrunas que habrían de resultar evidentes en un país que sumido en el Medievo, desatiende las estructuras primarias de producción, a la larga las únicas seguras, en pos de una apuesta por ende arriesgada en forma de viaje a la ciudad.

El abandono de los campos, cuya acción productiva se ve superada por el sueño de vivir en la ciudad, rompe de manera definitiva la columna vertebral de un modelo de Gobierno que hace del pan procedente de la harina del campo la única constatación fidedigna de  que el Zar en realidad lo tiene todo bajo control.

De esta manera, al final será el propio Zar, a través de la adopción incompleta de políticas que no comprende del todo, quien acabe alimentando la llama de la hoguera que prenderá en las calles de la siempre hermosa Ciudad de San Petersburgo, en las que la Sotja, policía del Régimen primero, y el ejército después, abrirán fuego indiscriminadamente contra una comitiva pacífica formada por unas doscientas mil personas desarmadas cuyo objetivo era solo entregar al Zar un escrito.

El Zar no estaba. Se había ido a pasar el fin de semana a Tsarskoy Tseló.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

domingo, 18 de enero de 2015

DE LA OSCURIDAD COMO FORMULACIÓN TANGIBLE DEL MIEDO.

Porque así ha sido, tal y como el niño se despierta desorientado y desazonado en mitad de la noche, como la sociedad occidental se ha topado con la realidad vertiginosa que procede de saber que, efectivamente, no hay conducta más contraproducente que la que procede de inducir en tus miembros la falsa ilusión de la seguridad absoluta.

Reticentes, aunque tal vez por ello más convencidos si cabe de la necesidad responsable de proceder a con su análisis, es que abandonamos la tranquilidad habitual del pasado para, al menos en principio, navegar en las para nosotros desconocidas aguas de la procelosa actualidad.
Si bien lo dramático de los recientes acontecimientos desarrollados principalmente en París han supuesto por sí mismos un revulsivo lo suficientemente convincente como para merecer en tanto que tal y por sí solos toda nuestra atención; no es menos cierto que la misma se ha visto si cabe amplificada por la evolución que ha tomado la nueva realidad, resultante por supuesto de la nueva necesidad de seguridad que se impone, en vista de la cual la contingencia con la que unos y otros han actuado, parece venir a confirmar la otrora en principio mera posibilidad en base a la cual, la supuesta solución bien podría en realidad venir a incrementar el problema.

Porque si bien y como ya hemos reconocido, la actualidad y su natural vorágine parecen ser los responsables de dictar el tempo desde el que no solo actuar, sino incluso llegar a interpretar el flujo de realidad al que nos enfrentamos, lo cierto es que siguiendo la lógica tradición desde la que bien puede observarse cualquier acontecimiento que le es propio al Viejo Continente; lo cierto es que una vez más podríamos ganar múltiples indulgencias acudiendo al pasado en busca cuando no de las respuestas, sí por supuesto de las consideraciones desde las que hallarse en mera posición para encontrarlas.

Es así que a escasos días de la conmemoración de la liberación a cargo de unidades de la Unión Soviética del Complejo de Auschwitz, lo cierto es que múltiples son las consideraciones desde las que se puede especular al respecto del hecho, si bien el denominador común que acabará por integrar a todas pasará inexorablemente por comprender que nada ni nadie podrá, por mucho que lo intente, correr un tupido velo sobre lo que pasó.
Porque la cuestión fundamental no reside en el hecho práctico en relación al cual tratar de comprender cómo seres humanos pudieron, activamente, arbitrar los procedimientos destinados a lograr el exterminio de semejantes siguiendo para ello un plan preconcebido; lo que de verdad debería formar parte de nuestras preocupaciones, y el no hacerlo se ha mostrado de nuevo como una nefasta fuente de cavilaciones, pasa por tratar de entender aquello que puede pasar por la mente de un pueblo para promover, justificar o implicarse de una u otra manera en semejante abominación.

Porque navegar en la que podríamos denominar Problemática Judía, supone navegar por el que ha sido uno de los mayores periplos de la Historia de la Humanidad, un periplo que en el caso de su vertiente europea, adquiere, si es que esto es posible, tintes verdaderamente épicos.
Navegar en la concepción terrenal del Pueblo de Israel supone comprender hasta qué punto ellos ante que nadie comprendieron y desentrañaron aspectos sin los que hoy resultaría imposible no solo entender la composición de la realidad, sino la realidad en sí misma.
Así, no se trata tan solo de que vislumbraran antes, y por ende mejor que nadie, las posibilidades de un Espíritu Europeo en el que la integración de los pueblos en pos de un objetivo común optimizaría los procesos, vinculando a un esfuerzo integrador el logro de resultados positivos habiendo de emplear para ello menos y a por ende más puntuales esfuerzos. Tampoco se trata de que estructuras de Estado como bien podrían ser las que acabaron por conciliar intereses en pos del bien común que acabó siendo España, deban mucho al Pueblo Judío.
Se trata en realidad de que el evidente colapso al que nuestro modelo tiende, supone para muchos la preconización de una nueva modalidad de lucha destinada no tanto a conquistar, como sí más bien proteger lo que se ha logrado acaparar, imprimiendo para ello una nueva forma de conducta que no escatima en recursos a la hora de destruir al que puede erigirse en una amenaza, ya sea ésta de carácter factual o potencial.

Porque al contrario de lo que pueda parecer, y sobre todo para desgracia de quienes desean imprimir a esta crisis una nueva visión destinada a crear una nueva realidad en base a la cual tener que diseñar un nuevo escenario para cuya reedición se haga imprescindible la adquisición de certezas o procesos que solo ello poseen, pero que se mostrarán gustosos de poner a nuestra disposición a cambio por supuesto de digamos, un módico precio; lo cierto es que no estamos ante la creación de algo nuevo. Más bien, ante la enésima reedición de uno de los más viejos problemas con los que el Hombre viene enfrentándose desde que es Hombre o lo que es lo mismo, desde que es capaz de generar conciencia de que hay otros, los cuales bien podrían ser diferentes.

Porque pese a quien pese, los Judíos son diferentes, ¡vaya si lo son! Y lo peor de todo es que están muy orgullosos de preconizar sus diferencias.
Así, en un ejercicio traumático donde los haya, la Sociedad Occidental siente cómo la golpean digamos, a nivel estructural. Es así como, de forma un tanto improcedente, y tal vez por ello más dolorosa, que toda la sociedad, desde el primero hasta el último de sus integrantes, ha de enfrentarse con sus demonios. Y el primero en aparecer es el de la hipocresía.

Enfrentados con su propia esencia. Reflejados en sus espejos, la práctica totalidad de los individuos que conformamos este presente habremos, más pronto que tarde, de constatar el grado de solidez de nuestros principios. Y habremos de hacerlo atendiendo a la salvedad de que del resultado de tales pruebas dependerá, entre otros, el grado de solvencia con el que el Proyecto Europeo podrá seguir adelante toda vez que los valores que determinan el bagaje de una Sociedad, procede en mayor o menor medida del cúmulo de principios que sus integrantes puedan llegar a merecer.

De esta manera tan simple, a la par que tan evidente, queda puesto de manifiesto que lo que en un primer momento pudo parecer un incipiente acto de actualidad, sometido a la vorágine que a la misma le es propia, constituye en realidad el reencuentro de la sociedad con uno de sus enemigos ancestrales a saber, el que se nutre del miedo que todo individuo tiene a cuanto es, sencillamente, diferente.

Y los Judíos no solo son diferentes. ¡Los Judíos se han pasado los últimos tres mil años pregonando, puliendo y atalantando todo aquello que les hace diferentes!

Y eso ha superado con mucho la paciencia de muchos pueblos durante años.

Ocurrió en España con los Reyes Católicos. Se usó en la Europa Post-Revolucionaria como excusa para hacerse en última instancia con los jugosos capitales que amasaron durante siglos. Ocurrió en Rusia antes y después de la Revolución. Y finalmente alcanzó su cota más brutal e incomprensible en la Alemania de la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, quedarnos una vez más en el historicismo a la hora de desentrañar respuestas para preguntas que ya merecen sin duda ser respondidas, constituiría una vez más caer en un ejercicio de banalidad del que sería bueno que la Sociedad ya se hubiera vacunado.
Es por ello que tomando el camino de la responsabilidad, ya va siendo hora de que todos comencemos a asumir las responsabilidades que en mayor o menor medida, pueden sernos atribuidas. Responsabilidades que en definitiva, utilizando el problema capital que hoy nos ocupa a modo de catalizador, nos lleven a comprender de manera ahora ya sí definitiva que el compromiso digamos definitivo para con estructuras de la repercusión de la propia Democracia, exige de todos nosotros un ejercicio que transciende con mucho del digamos, mero electoralismo, que se satisface cada cierto tiempo introduciendo el sufragio en una urna; para trasladarnos un compromiso mucho más profundo capaz de llevarnos a por ejemplo dejar clara constancia a nuestros gobernantes, aquéllos no lo olvidemos que se erigen en nada más que nuestros propios representantes; de que no nos vamos a contentar con un procedimiento destinado a dar soluciones viejas a problemas que no son, ni tan siquiera, nuevos.

Con ello, un grupo destinado a sembrar el terror en Europa ha logrado lo que quería, desestabilizarnos. Mas ellos son, digamos, los malos. En nuestras manos está, una vez más, clamando por el espíritu de la Revolución Francesa, ser capaces de hacer del vicio virtud, reconstruyendo el edificio no contentándonos con reponer, sino esforzándonos por construir. Aumentando con ello la solvencia de los individuos, reforzando una vez más la ilusión de eterno sueño que sustenta el Proyecto Europeo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

sábado, 3 de enero de 2015

DE LOS STRAUSS Y SU REVOLUCIÓN. UNA INTERPRETACIÓN DEL REGENERACIONISMO EN EL SIGLO XIX.

Mediados del Siglo XIX. Con media Europa sumida todavía en los estragos derivados de la mala interpretación de los ecos aún no sofocados de la Revolución Francesa, y con la otra media protegiéndose de los conatos de resistencia que todavía emergen en el seno de los soñadores que aspiran cuando menos a ser dignos herederos de los que otrora la protagonizaron, puede resultar cuando menos sorprendente el afirmar que en contra de lo que pueda parecer, algunos de los que más éxito tuvieron al truncar bien uno, o bien otro de los empeños no fueron sino la Dinastía de los Strauss.

Con una disposición que en lo estrictamente cronológico arranca en 1804 con el nacimiento de Johann Strauss, y que se adentrará profundizando en todo el siglo XIX, concretamente hasta la muerte de su hijo de nombre idéntico al de su padre, acontecida en 1899; lo cierto es que el seguimiento y trascendencia de la obra de los Strauss bien puede ofrecer no solo una muestra, sino a ciencia cierta la mejor, de lo que vendría a ser la evolución en unos casos, cuando no la involución en otros, de los procesos sociales, económicos, políticos e incluso religiosos, que flanquearon el devenir del que bien podríamos llamar El Hombre del XIX.

En un periodo en el que sin duda resonaban con fuerza, bien es cierto que a menudo debido a causas histriónicas, los efectos de la Revolución Francesa, lo cierto es que resultaba difícil, cuando no del todo imposible, abstraerse a tales efectos. Sin embargo, considerar la Revolución desde un solo punto de vista, o hacerlo desde el a priori de que ni tan siquiera al principio, todo el mundo estaba al corriente de los desarrollos, y ni tan siquiera de las consecuencias que la misma traería aparejados, da paso a una imagen desnaturalizada, o cuando menos manipulada en pos de negar que, efectivamente, en Europa existía también una clase social empecinada en morir defendiendo unos derechos, o tal vez fuera más adecuado decir unos privilegios, cuya  procedencia había en este caso de ser buscada en los Derechos Adquiridos, y que constituían en esencia el meollo, cuando menos la justificación moral que llevaba a unos a hacer la guerra por conquistar unas libertades, que inexorablemente requerían de sublimar los previos que otros disfrutaban.

Es por eso que, alejados de los campos de batalla, o tal vez no tanto, se libraban otras acciones cuyo éxito en la mayoría de los casos estribaba en la capacidad para mantener firmes lo que bien podríamos denominar los pabellones de los antiguos principios, para cuya supervivencia y mantenimiento la Cultura en general, y en especial la Música, jugaron un papel netamente imprescindible.

Porque una vez los campos de batalla se hubieron vaciado, una vez que los cañones fueron silenciados, y el brillo de los aceros hubo sucumbido a la acción pacificadora de las vainas; lo cierto es que en ese instante dio comienzo otra guerra, sin duda más silenciosa, para nada soterrada, y sin duda de resultados más trascendentales para la Historia.

La Regeneración, concepto que surgió casi como consecuencia directa del fin de la Revolución, y sin duda como respuesta a la larga serie de consecuencias que la misma trajo; no viene sino a encomiar la labor realizada por unos y por otros, con la salvedad evidente que la guerra suele hacer cuando no duda en premiar a los vencedores, aunque ello suponga negar el ápice de razón que bien puede residir en la labor de los que perdieron.

Y es esa voz, precisamente la procedente de los que perdieron, la que en este caso retomamos, en forma precisamente no de Contra-revolución, resultará más sencillo hacerlo desde el punto de vista que la manifestación pacífica de ésta en forma de música nos ofrece, a través nada más, o habría que decir nada menos, que de los Valls que la Dinastía Strauss regalan a la posteridad.

Porque si escasas son las acciones que pueden justificar con fuerza la necesidad de la Revolución, ninguna como la que pasa por considerar injusto el desigual reparto de la riqueza que sin duda viene existiendo en Europa. Un reparto que si bien comienza en la Edad Media, con las aprensiones de terreno por los Señoríos, se verá acentuado a lo largo del XVIII con las pretensiones ya abiertamente capitalistas que el deseado control de los recursos asociados al auge de las ciudades, y con ellas de la clase social que le es propia, la Burguesía, trae aparejado.
Fruto no tanto de la existencia de tales desigualdades, como sí más bien de la capacidad que el Hombre Ilustrado tiene, y que se manifiesta en la capacidad para por primera vez, ser consciente de las mismas, surge el conato de revuelta que se manifiesta en el instante en el que la llama de la autoestima prende con solvencia en el Hombre del Siglo XVIII, incitando con ello una serie de pensamientos los cuales acabarán por excitar primero al individuo, para acabar después iluminando a toda la Sociedad.

Mas a pesar de todo ello, de lo dicho, pero también de lo no mencionado, lo cierto es que el denominador común que afecta a toda revolución es el de constatar que se hace siempre contra algo, y por supuesto contra alguien a saber, los poderes establecidos los cuales, amparados unas veces en la Tradición, y otras simplemente en la poca o nula disposición que el que manda tiene para abandonar el statu quo que posee; no se mostrarán ni con mucho complacientes a la hora de facilitar la labor encaminada al cambio, por más que éste sea del todo inevitable.

Se preconiza cuando no se generaliza así el conflicto. Un conflicto que tiene su origen en la comprensión de la injusticia que supone la dialéctica desde la que está concebido el reparto económico, y que tiene su reflejo mejor que nada en las desigualdades sociales que acarrea. ¿Y acaso hay alguna imagen que responda mejor a esta injusticia que la procedente de visualizar un Baile de Máscaras en cualquier Salón del Trono de alguna Corte Centro Europea, mientras fuera, la chusma se muere, no de ganas de bailar, sino de frío?

Y es precisamente de esa imagen, o concretamente de la comprensión de la música que ilustra esa imagen, donde entran en juego nuestros protagonistas.

Envueltos en una tumultuosa acción que al puro estilo de Libreto Romántico del XIX incluye desde drama familiar en este caso entre padre e hijo, hasta por supuesto escenas de celos y luchas por la misma mujer; los Strauss, con el padre a la cabeza, representan como nadie el arquetipo defendido por aquéllos que afirman la realidad por la cual no hay más firme defensor de los valores que pueden justificar las desavenencias de un rico, que las desarrolladas por el que ha tenido que luchar con uñas y dientes para dejar de ser pobre.

Y es precisamente de tal corolario de donde recogemos la certeza que nos lleva a comprender los motivos que llevan sucesivamente a todos los integrantes de la Familia Strauss a luchar fervientemente por el establecimiento primero, y mantenimiento después, de todos los férreos condicionantes que sin duda venían a categorizar las conductas de las clases elevadas de Centro-Europa.

Así, y solo así, podemos empezar a vislumbrar las causas que les llevan a elevar el Valls, en principio una categoría de baile burda y por ende reservada a las clases populares, al escalafón de gran ceremonia, merecedor como llegará a ser en toda la Corte de Europa, de las más altas galas y distinciones porque, ¿a alguien se le ocurre una escena más abigarrada que la que procede de vislumbrar a las Altas Damas de la Corte del Sacro Imperio Romano Germánico, ataviadas cómo no con sus mejores galas, disfrazando con sus bailes seducidas por los acordes del por ejemplo Vals del Emperador; tratando de conjurar los fantasmas que anteceden a la desaparición total de una clase, y con ello de toda una época, que ya hace años que solo existe en su mente, a menudo depravada?

Pues es en tal contexto, un contexto de sueños, de percepciones, y de eternas conmemoraciones de un pasado que nunca regresará, donde hemos de ubicar la escenografía propia de un tiempo del que a ciencia cierta solo nos queda su música. Una música que hacía del vals su más elaborada creación, pero que también experimentaba con el sentido sufrir nacionalista que la polka, y por supuesto que las marchas militares, parecían ofrecer.

Una época, o tal vez convendría mejor decir la ilusoria percepción de una época que comenzó a morir en 1789, pero de la que el tiempo que tardó en ser plenamente erradicada da fe, o cuando menos, debería, de la fuerza que en forma de esplendor, ya fuera éste fingido o no, llegó a consolidar.

Porque más allá de que se esté o no de acuerdo, una vez iniciadas las labores propias de la Regeneración, resulta imprescindible reconocer el Complemento Directo, a saber qué es lo que hay que regenerar, para a continuación delimitar el cómo.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.