sábado, 22 de noviembre de 2014

TAMBIÉN EL SILENCIO ES NECESARIO…

Aunque solo sea, tal y como ocurre con la mayoría de las cosas importante, cuando éstas son accesibles para la razón cuando han sido tamizadas por el bello surco de la dialéctica a saber, el resultado de mucho más que la mera disputa propia de lucha entre contrario.
La disputa, el duelo, la controversia. Elementos a priori beligerantes, y a la sazón y por ende exclusivamente vinculados a la enajenación propia de lo destructivo; que alcanzan tras la metamorfosis a la que el Hombre los somete, una suerte de condición productiva, cercana a la creatividad. La capacidad de gestar, de promover un Génesis, allí donde lo propio bien podría ser en exclusiva el Apocalipsis.
Lucha de contrarios, principio y fin. En todo caso la implementación definitiva de la que es una de las constantes del Ser Humano, tal vez la más difícil de comprender, si no de aceptar. La que redunda en sabernos capaces literalmente de lo mejor y de lo peor, avergonzándonos a cada instante no solo de no ser capaces de elegir siempre lo mejor, sino que con demasiada alevosía somos capaces de llevar a cabo lo peor, condicionando con ello como de ninguna otra manera nuestra evolución, en tanto que somos incapaces de mejorar en nuestro propio autoconcepto.
Surgen entonces, tras sucederse tales conductas, tras postergarnos el tiempo en el análisis de las mismas, cuando tal vez fluye la razón por derroteros diferentes, permitiéndonos presenciar un atisbo de nuestra propia esencia, aquélla que por otro lado permanece oculta en la mayoría de ocasiones. La verdad no sé hasta que punto lo que vemos nos resulta o no atractivo. En cualquier caso, hermoso o no, bello o grotesco, de lo que no cabe duda es de que lo percibido, quién sabe si en realidad mas bien intuido, posee una fuerza arrebatadora, única y a la sazón casi mística. Una fuerza solo comparable a la atribuible a todo lo procedente de lo esotérico, de lo vinculado con los sueños.
Sueños contra realidad, de nuevo otra forma de Dialéctica. O en este caso, tal vez no tanto. La vinculación entre los sueños y la realidad es en realidad mucho más cercana y directa de lo que podríamos llegar a imaginar. De no ser así, cómo entender la mera existencia de muchas de las realidades que conforman, hoy por hoy, nuestra evidente Realidad. No se trataría de aceptar que todo aquello propenso a ser imaginado es realizable. Me atrevería a reconducir la frase, y por ende sus efectos, declarando desde su nueva consideración que nada de lo que hoy por hoy forma parte de nuestra Realidad, lo es si haber pasado antes por nuestra imaginación.
Me bato ya por ello en retirada, sin que de tal actitud se derive presunción de cobardía, cuando sí más bien aprovecho la cinética estructurada en los atisbos de la esencia del movimiento para dar un salto dimensional, pasando por ello al terreno de las propias esencias, campo propiciatorio a realidades no menos reales que las anteriores, cuando sí más bien a realidades más cercanas si cabe a los aspectos más integradores del Ser Humano. Aquellos aspectos que le ayudan a definirse, toda vez que definen todos y cada uno de los elementos que conforman su realidad, ayudándole como ningún otro a conferir crédito a esta misma realidad, que se va poco a poco volviendo más real a medida que va siendo aprensible por el propio Hombre, que a su vez se hace más hombre cuanto más competente se muestra para llevar a cabo tamaña labor.
Y es entonces cuando el Hombre empieza a tener consciencia de sí mismo. Una vez que dominado el proceso de sistematización de la Realidad, ha de enfrentarse irreversiblemente no ya con la fuente de las respuestas, sino más bien con el principio del que surgen las respuestas.
De nuevo, reflexiva e irreverente, la Dialéctica. Porque si bien las respuestas son difíciles, resultan comprensibles en la medida en que de su propia esencia se deriva la comprensión del medio, en la medida en que subyace el dominio de la naturaleza que la compone pero, ¿cómo enfrentarse con la ardua labor de hacer frente a la cuestión de las preguntas, sabiendo por definición que la naturaleza de éstas difiere estructuralmente de la de las respuestas, en tanto que tal?
Lejos aquí y ahora de explorar tan siquiera el procedimiento, lo cual sin duda como el Kraken, nos devoraría, lo cierto es que de la mera proliferación de los elementos que componen el razonamiento, hemos de extraer y así lo hacemos la consideración de que bien podemos haber llegado a ese instante tan habitual en los procederes en los que es el propio Hombre el objeto del estudio; en los que hemos de aceptar en principio sin más la ubicuidad de la esencia, o en términos más asépticos si cabe, la constatación de que la magnitud del objeto estudiado es tan enorme, que requiere de la aceptación de premisas envolventes y justificativas, entre otras de las maniobras, a menudo antinaturales, que resulta imprescindible desarrollar en pos de hacer creíble lo que en principio no lo es.
Es entonces, una vez comenzamos a intuir la dificultad que expresamente se esconde tras la tarea que hemos emprendido, cuando el olor de algo no desconocido, aunque sí olvidado, comienza a envolvernos. Como el recuerdo de un mal sueño, con el énfasis de un sueño de infancia; el atisbo de la posibilidad del fracaso entumece nuestros miembros, vuelve mortecina nuestra mejilla, y ensombrece el brillo de nuestras otrora palpitantes miradas. La posibilidad del fracaso se hace patente, emergiendo rauda como presunción de tormenta en el horizonte.
“Un milagro es la planta que crece, aunque no dé flores extrañas.” Desde la constatación de las posibles certezas que de tamaña afirmación puedan extraerse, lo cierto es que la mera posibilidad de que no haga falta llegar a la consecución del objetivo, esto es concebir que el disfrute del camino puede resultar en sí mismo lo suficientemente atractivo, o al menos lo suficiente como para animarnos a emprenderlo, constituye en sí mismo la comprensión de  un logro de tal magnitud que bien podría suponer asumir a título casi de corolario que, la mera existencia de la pretensión, hace albergar suerte de credibilidad a la posibilidad de que la mera consideración, haga proclive su aceptación como acertada.
Nos acercamos con ello una vez más, de manera otra vez inevitable, a la enésima constatación de la certeza en base a la cual lo único que queda meridianamente claro es la tremenda complejidad del Hombre, no tanto en este caso en lo atinente a su configuración, como sí más bien por las consecuencias propensas al estudio metafísico que tales configuraciones albergan.
Vislumbrando de nuevo en la lontananza, y cambiando sin duda a causa de ello el rumbo de nuestras consideraciones; la condición binomial del Hombre nos lleva una vez más a renunciar tan siquiera a la presunción de enumerar un escenario tan rico como controvertido, propenso en cualquier caso a perder en un mar de consideraciones a cualquiera que se atreva, como Ulises, a acercarse a sus costas.
Es la complejidad de lo humano lo que subyace a la paradoja de ser el único ente propenso por un lado a necesitar comprenderse, haciendo de la imposibilidad para ello motivo de grandeza. Del análisis tanto de éste, como de semejantes razonamientos, extraemos una vez más la esencia inacabada del Hombre, la que pasa por no solo asumir su fracaso, sino más bien por hacer una suerte de chanza del mismo.
“Cuando nadie me ve, como ahora, gusto de imaginar a veces si no será la música la única respuesta posible para algunas preguntas.”
La frase, de BUERO VALLEJO, encierra a mi entender como ninguna otra no tanto la esencia de las respuestas que en apariencia estábamos buscando, como sí más bien la esencia de las preguntas que en realidad habrían de resultar imprescindibles. Es a través de la comprensión de tamaña afirmación, como nos erigimos poco a poco en entes válidos para comprender lo que nos rodea, paso éste previo para ser digno de entendernos a nosotros mismos.
Y lo digo, porque la frase encierra como nadie la integración no solo de las esencias que vienen a componer la naturaleza del Hombre, sino que de la misma se concibe la integración en tamaña naturaleza de las variables de contexto, las destinadas a conformar el escenario espacial y temporal, que nos acompañan de manera manifiestamente inexorable a la hora de confeccionar tal realidad.
Porque ensimismados ya en el proceso, llevamos a gala el empleo de otra máxima del autor, integradora como pocas de lo hasta ahora expresado: El tiempo somos nosotros, siendo por ello imposible detenerlo.”
Comenzamos así pues de manera sencilla, paralela a como empezamos. Tal y como resulta preceptivo para cualquier ejercicio dialéctico que se precie. Porque la dialéctica se diferencia de la mera lucha entre contrarios, en que de la misma se espera conciliar la energía suficiente para ser generadores de algo.
Aunque llegados a este punto, lo mejor pasa por recordar que efectivamente, también el silencio es necesario.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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