domingo, 5 de febrero de 2012

DE LUTERO A LA DIETA DE WORMS, PASANDO POR EL FUTURO DE EUROPA.


Una vez que el lento pero ineludible transcurrir del tiempo nos lleva una vez más a la conclusión de que no hay futuro sin pasado, y que las certezas del presente a su vez se corresponden siempre con la comprensión del mismo; hemos de llegar a la convicción de que, a menudo, el aquí y el ahora, no está sino jalonado de citas con el pretérito imperfecto, aquél que reservamos para las acciones que están inacabadas, o que más concretamente creíamos inciertamente finalizadas.

Y si estas afirmaciones son más o menos ciertas aplicadas en el terreno de la generalidad, si las trasladamos al terreno de la Historia, se convierten en las guardianas por excelencia del control, superando abiertamente los límites de la cronología.

Una vez más, referirnos a Europa como El Viejo Continente, ha de tener sus consecuencias. Así, el Mundo Conocido, en todas sus acepciones, tiene precisamente en la Historia de éste, y sobre todo en las consecuencias directas e indirectas de sus situaciones, la causa directa de su presente, e incluso de su futuro.

Europa constituyó el centro por excelencia del mundo conocido. Todo lo que en ella acaecía, ya fuera en el plano de lo Social, lo Político y, sobre todo lo Filosófico-Religioso, se extendía a modo de consecuencia inexorable por el resto de lugares del mundo, ya fuera por la acción dominante que sobre muchos de éstos territorios se llevaba a cabo, a modo de metrópoli, o bien directamente mediante la acción pasiva de dejar que el libre tránsito del tiempo hiciera que la importancia de todo lo pactado y/o acordado terminase por implantar, con la misma certeza con la que sabemos que la corriente del río, por fuerte que sea en su cauce alto, acabará por ser suave en su desembocadura, sedimentando con sosiego los detritos que con tanta ferocidad fueron arrancados en su fase erosiva.

Y así, siguiendo estos principios, es con los que no podemos ni debemos sorprendernos de las consecuencias, ni mucho menos del devenir de los acontecimientos que circunscribieron el devenir de los tiempos que acaecen en el transcurso de la Dieta de Worms.

Desde la declaración a cargo de Teodosio Emperador del Cristianismo como Religión oficial del Imperio, hasta la segregación del Imperio Romano en dos, dejando inexorablemente en manos de los invasores Francos y Hunos del Norte su suerte, que acabaría por cercenar definitivamente su existencia a lo largo del siglo V; al menos en lo que concierne al Imperio Romano de Occidente; cierto es que el cúmulo de esfuerzos posteriores que con Carlomagno se llevaron a cabo, y que ya desde mediados del siglo VIII fructificaron en lo que acabaría constituyéndose como el Sacro Imperio Romano Germánico, parte en realidad del procedimiento en principio meramente formal de llevar a cabo una serie de reuniones incipientes, y ni tan siquiera periódicas, en las que los distintos príncipes francos, siendo éstos tanto laicos como religiosos, acordaban una serie de acciones más o menos coordinadas, que incipientemente podía asemejarse a una Política Común, precursora de futuras interpretaciones. Es lo que se denominaba Reichstag.

De ahí, al definitivo Sacro Imperio, hay tan sólo un paso, el que se da mediante la incorporación definitiva del coeficiente de unidad que aporta la Religión, más concretamente la Cristiana, que Europa es lo mismo que decir el segmento Católico, Apostólico y Romano.

Desde el Concilio de Nicea, año 313, el Cristianismo había triunfado en la ardua labor que supone erradicar todas las primitivas creencias, y a todas las viejas deidades, que inexorablemente acompañaban en su expansión a los bárbaros pueblos del Norte. Por eso, desde las tribulaciones a las que Franciscanos y Dominicos habían sometido a ésta estabilidad a mediados del Siglo XIII, cuando la discusión en torno a si la túnica que llevaba Cristo era suya, o le pertenecía sólo en usufructo; acabaron por denodar de manera definitiva la realidad de aquél enfrentamiento, que no era otro que el de ver si la Iglesia, como institución, tenía o no derecho a poseer riquezas, como en extremo ocurría. De ahí, a postular definitivamente a la Iglesia como órgano válido de cara a poseer gobiernos reales, como ocurría con muchos Obispos Príncipes, constituía una realidad a la que unos y otros no iban a renunciar, como la Historia demostró, con las acciones de Clemente VI contra el por entonces Emperador.

Estos hechos, o más concretamente las consecuencias que trajeron aparejadas, hicieron que un incipiente Emperador, por entonces enero de 1521 Carlos I de España, no pudiera por nada del mundo permitir que las consecuencias derivadas del acto de clavar en la puerta de la Iglesia del Castillo las que constituyen 95 tesis de Lutero, dieran píe a un nuevo cisma.

Pero ¿Quién es ese Fraile? ¿Por qué sus afirmaciones pueden tener consecuencias tan dramáticas?

Martín Lutero es un fraile Agustino que, desde su ingreso en la Orden, está profundamente dedicado a la obtención de conocimiento procedente del análisis directo de las Escrituras. Tal es su dedicación, que no durará en emprender la ingente labor de proceder con la traducción de éstas a las diversas lenguas, empezando como es lógico por el alemán.

De tal acción, o más concretamente del exhaustivo ejercicio de análisis y consulta de información original al que se ve forzado, se deriva una profunda crisis de fe que tiene su origen en la comprobación de las desinencias que se observan entre lo expuesto por las Escrituras, y el comportamiento que se observa en los medios eclesiásticos, que para nada tienen que ver con las enseñanzas originales.

Poco a poco, LUTERO va confeccionando lo que primero sería un catálogo de desinencias formales, para terminar consolidando todo un desorden estructural que parece demostrar la incongruencia existente entre los presupuestos de la Protoiglesia, y las consecuencias de los comportamientos de su época por parte de los dignatarios eclesiásticos.

Poco a poco, LUTERO va avanzando en sus denuncias, que rápidamente llegan a oídos del Papa, el cual actúa cuando las acusaciones alcanzan el capítulo de las bulas, a saber, ejercicio activo de indulgencias que, siendo en principio virtud inexcusable del Papa, son en realidad tratadas como un negocio.

Lutero es convocado a la Dieta en abril de 1521. Allí no sólo no se retracta de sus afirmaciones, sino que tras pensarlo durante todo un día, lleva sus acusaciones al extremo de renegar de la autoridad del Papa, negando con ello el debido respeto a la autoridad del esquema eclesiástico.

El resultado no por conocido es menos dramático. LUTERO es condenado en categoría de Hereje, de manera que ningún Cristiano que le de muerte puede temer pena alguna de brazo secular o de cualquier otra orden.

Europa se tambalea con el nacimiento de la Contrarreforma.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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