sábado, 26 de enero de 2013

REDESCUBRIENDO A MOZART. REDEFINIENDO NUESTRA PERCEPCIÓN DEL MUNDO.


Porque evidentemente, de eso se trata, de la imprescindible necesidad de reinventar a los clásicos, toda vez que revisarlos se convierte, en las actuales fechas más si cabe que en cualquier otro tiempo, una franca odisea, condenada de antemano al fracaso.

El tiempo pasa, y tal certeza, en la medida en que se sustenta en la comprobación pragmática, se convierte en sí misma en una alegría, al constituir la mejor muestra de que, efectivamente estamos vivos. Sin embargo, no es menos cierto que después de una revisión más detenida, más pausada si se prefiere, comprobamos no sin sorpresa que, evidentemente, nadie es, ni volverá a ser, el mismo.

El tiempo pasa, pero por primera vez en mucho tiempo no sólo somos conscientes de ello, sino que además comprobamos con denodado terror la aceptable sólo como teoría la otrora certeza según la cual lo hace, a una velocidad diferente a aquélla a la que una vez le atribuimos la vana ilusión según la cual lo controlábamos, sencillamente porque creíamos que lo conocíamos.

Y es así como nos sorprendemos una vez más, asumiendo que hoy, veintisiete de enero, W.A. MOZART habría cumplido 257 años.

27 de enero, de un 1756 en el que las metafóricas explosiones procedentes nada más y nada menos de la convicción de que, una vez más, comprendíamos el mundo, llevaron en esta ocasión a la Humanidad a alumbrar, nada más, y tal vez nada menos, un proyecto basado, promovido y consensuado en pos y para la propia Humanidad.
En 1756 el mundo vivía sumido en el más que placentero estado de embriaguez que constituían las emociones propias de la Ilustración, del Humanismo en términos estrictamente sociales.

Ilustración, Humanismo y Despotismo Ilustrado. O lo que es lo mismo, una nueva forma de concebir la realidad, analizada en este caso en la enumeración de factores de carácter social, científico y político respectivamente. Un nuevo Renacimiento, qué duda cabe.

Una nueva época, hecha para un Hombre nuevo. Precisamente porque el Hombre, en la más amplia acepción de la palabra, se convertirá en el nuevo rasero, en la nueva vara de medir, a partir del cual se decidirá no ya sobre sí mismo, sino sobre todas las cosas.
Y de la comprensión sosegada de tal afirmación, será de donde podamos comenzar a extrapolar el origen de la mayoría de los problemas que tanto el Humanismo, como lógicamente los humanistas, comenzarán a tener porque si efectivamente el Humanismo promueve la exaltación del Hombre, ¿a quién puede molestarle semejante hecho?

La respuesta hay que buscarla en la otra fuerza por naturaleza. Aquélla, construcción del Ser Humano, cuyo poder procede evidentemente del cúmulo de cesiones que éste ha ido haciendo, y para el que tan importante es su reforzamiento, procedente del incremento de tales cesiones, como directamente el debilitamiento objetivo del que es objeto el Hombre con cada nueva cesión.

Tenemos ya pues, sobre la mesa de la realidad, el eterno entramado al que sólo se puede hacer frente por medio del proceder dialéctico. La Dialéctica, generador de energía histórica y social por antonomasia. El  gran motor del mundo, y que en esta ocasión, y una vez más, se dispone a renovar los votos del enfrentamiento más grandioso. El que `procede de lanzar la Libertad del Hombre, contra el cúmulo de restricciones morales, humanas y de toda índole, que supone la aceptación de los rígidos a la par que inhumanos, cánones propios de la Religión.

Y de semejante generatriz sólo podíamos comprender el surgimiento de un hombre como MÓZART.

Es Mozart un hombre que cumple a la perfección con todos los preceptos que se pueden esperar de una época en general descrita. Complejo hasta la extenuación. Propio hasta la incomprensión, y particular hasta la locura; Mozart se corresponde pormenorizadamente con todos y cada uno de los sumandos que podemos esperar del resultado de una ecuación como la expuesta, a la vez que él mismo introduce algunas variables de su propia cosecha las cuales no redundarán sino en la creación reforzada de un mito que impondrá en su vida incluso la premisa de obligado cumplimiento de morir joven.

Será pues Mozart un hombre que llevará al límite la premisa de ser un hombre de su tiempo. Pero quedarse ahí, constituiría un ejercicio de un simplismo imperdonable. Puesto que ello nos privaría de la certeza de que si bien Mozart le debe todo a su tiempo, no es menos cierto que las pinceladas y los esbozos que la biografía de Mozart suponen para su época, se convierten en aditamentos de tal importancia, que sin ellos no podríamos entender muy probablemente el XVIII europeo.
Un XVIII europeo en el que concretamente en su segunda mitad, en los años que van de 1756 a 1791, se encuentran netamente incluida la vida de un genio del que, como buen hombre de su época, resulta complicado separar su vida de su obra, sin correr el peligro de desvirtuar algo que, perdido de manera inevitable por el camino, nos haga perder para siempre un sentimiento, tal vez una emoción, sin la cual nada vuelva a ser, nunca. He ahí otra de las grandes paradojas del tiempo como tal.
Como hombre de su tiempo, en Mozart han de reflejarse, e indudablemente así lo hacen, esa dos grandes circunstancias descritas, y que pueden resumirse en una aparatosa lucha entre la libertad independiente del Hombre, frente a la en apariencia predisposición al infinito en forma de concesión a Dios.

En consonancia con ello, Mozart expresará permanentemente semejante dualidad. Así por un lado, parecerá estar cerca de la convicción con las grandes ideas que la religión presupone, buscando con obras como el Réquiem lo que parece ser toda una concesión al dogma del poder y del infinito. Sin embargo, ello no supondrá obstáculo para por otro lado congraciarse con la alegría y el desenfreno propio del disfrute humanista llevado a veces a sus máximas consecuencias, como las que pueden derivarse de su gusto por la escatología, del cual es más que absoluto ejemplo la obra Leck Mich im Arsch Literalmente traducible como “bésame el culo”.

Mas alejándonos de toda inquietud simplista, lo cierto es que Mozart representa sin duda lo mejor y lo peor de una época sin par, en la cual los excesos, entendidos en forma del todo simétrica a como se entenderían a aquélla que les precede, cual es la barroca, se manifiestan ahora no en el recargamiento neta y exclusivamente estético, sino más bien en el marcado acuse que procede de la deliciosa comprensión, en un grado desconocido hasta el momento, y tal vez sólo comparable en intensidad al actual momento en el que vivimos; de que efectivamente, ése momento, su momento, era total y claramente el mejor momento de la Historia, no ya sólo para vivir, sino realmente el imprescindible para conformar el contexto vital que determinó la existencia y la obra de uno de los mejores compositores, músicos y directores, que la Humanidad ha podido conocer.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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