sábado, 12 de enero de 2013

EL OLVIDO DE JORGE JUAN, OTRA MUESTRA MÁS DEL IMPERDONABLE DESPRECIO DE ESPAÑA PARA CON LA ILUSTRACIÓN.


Es nuestra España un País de Absolutos. Todo es blanco, o negro, no hay escala de grises, tal vez por ello seamos, y siempre hemos sido un país de dogmas. La escenificación de tales actos, nuestra relación para con La Iglesia, tras de la cual siempre hemos ido, unas veces con un cirio, y otras con un palo.

Es nuestra España un país de orgullo. En ella, se siente orgullo no de estar orgulloso, sino más bien de tener tantos motivos para estar orgulloso, que a menudo éstos llegan a olvidarse. De ahí que otras tantas veces, el exceso de orgullo, sirva de conato de excusa a la ignorancia.

Y no sólo de incomprensible olvido, sino de otra más de las indiscutibles muestras de desagradecimiento que pueblan nuestra historia; es de lo que habemos de tildar el hecho de que el pasado cinco de enero se hayan cumplido trescientos años del nacimiento del ingente D. Jorge Juan de SANTACILIA. El hecho ha pasado desapercibido, tal vez a modo de otra muestra más de lo lejanos que para España resultan todavía los territorios de la Ilustración. A propósito, también D. Gaspar Melchor de JOVELLANOS nacerá un cinco de enero, algunos veinte años después. Juntos emprenderán una carrera que aún hoy no ha finalizado, la de aportar un poco de Luz a nuestra España.

Nacido en la localidad alicantina de Novelda, nuestro protagonista encarna el que bien podría ser el paradigma no ya del retrato histórico al que respondieron en la época multitud de españoles que, preñados de las ansias de conocimiento que prometía la Ilustración, habían no obstante de elegir entre permanecer en su tierra y renunciar a los sueños de conocimiento, o permanecer por el contrario en su tierra, abortando tales sueños, ahogándolos en las aguas de las pilas bautismales, único elemento con el que La Iglesia Católica se enfrentaba en España a la amenaza que suponía la Ilustración. Y la verdad es que no le fue del todo mal.

Responde así Jorge Juan a la práctica totalidad no ya de los paradigmas de la Ilustración, sino más bien de las consecuencias que tratar de vivir en coherencia con ellos trae aparejados, cuando quieres sobrevivir en la España del XVIII.
Marino, militar, astrónomo incluso espía, la más que extensa actividad de Jorge Juan trae de por sí aparejada el reflejo de una incuestionable formación cuyo volumen es difícilmente comparable, resultando por ende sin par en la España del siglo de Carlos III, y de Fernando VI.
De nuevo, paradójicamente, en esa ingente capacidad residirá la virtud de su desgracia, la que se materializa no sólo en el hecho de estar muy por encima de sus contemporáneos, sino de estarlo incluso de muchos de los que le precederán en el tiempo.

Constituye su obra por excelencia Examen Marítimo, la consagración definitiva de la afirmación definitiva según la cual, a pesar de sus gobernantes, España es cuna de grandes ilustrados. En ella, J. Juan pone de manifiesto una serie de desarrollos conceptuales los cuales, más allá de su cordialidad científica, la cual evidentemente ni tan siquiera analizaremos aquí, vienen en realidad a rendir pleitesía al gran demiurgo que para la época supone el sustituir los métodos ancestrales, por la revolución que supone amparar los procederes en cuestiones científicas, yendo por definición siempre un poco más allá.
Y es así como quiera que en sus obras se encuentran entre otros, desarrollados los principios de BERNOULLI, el cual hacia 1738 había sentado los principios que rigen el comportamiento de los fluidos; o incluso a Mungo MURRAY, uno de los mejores teóricos de la época en relación con los tratados prácticos de náutica del momento, como prueba su obra “A treatise on ship-building and navigation”, publicado en 1754.

Vamos con ello congeniando el retrato de un hombre que, procedente de la incipiente Nobleza Urbana, se mantendrá alejado no obstante de los vicios y las corruptelas que pronto aflorarán en esta nueva categoría, toda vez que la pronta pérdida del progenitor, le llevarán rápidamente a comprender que el Estudio, y la consecución de haberes científicos serán la única manera no ya de perseverar, sino en cualquier caso incluso de osar prevalecer.
Mas en cualquier caso, la alineación de una serie de circunstancias tales como el hecho de permanecer bajo la tutela de su tío, Cipriano Juan CANICIA, le permitirán acceder a todo fuente de conocimiento, como prueba el hecho de que de éste hereda entre otros el título de miembro de La Orden de Malta, en la que ingresa de manos de su Gran Maestre, en 1730.

Hacia 1733 ingresa en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. En la misma destacará rápidamente tanto por su gran aplicación, como por sus vastos conocimientos. Todo ello converge para que en octubre de 1734  sea designado junto con Antonio de ULLOA para formar parte de la Expedición Geodésica que organizada por la Academia de París, tiene como objeto medir el grado de un arco de meridiano terrestre en el virreinato de Perú; convirtiendo con ello su hallazgo en pieza clave para discernir de forma definitiva la medida y forma exacta de la Tierra.

Será a su vuelta, casi quince años después, cuando Don Zenón de SOMODEVILLA, Marqués de la Ensenada, le adopte como pieza fundamental de sus magníficos proyectos.

Ensenada se convierte en el catalizador a través del cual la renovación científica y técnica se pone de manifiesto como los factores predominantes si no únicos a tener en cuenta a la hora de, por ejemplo, renovar toda la flota que compone la Armada Española.
Entre sus mayores éxitos, la implantación de una nueva categoría de orgullo en base al cual la importación de conocimientos o incluso de instrumentos procedentes del exterior, no suponen agravio, ni motivo de disgusto.

La acción junto a tamaño valedor, promueven que los logros de Jorge Juan no se limiten a los catálogos náuticos. Como buen elemento ilustrado, hará de la función multidisciplinar su mayor talento, y así sus estudios y desarrollos tendrán fecundo calado en aspectos tan variados como la minería, la hidráulica o incluso la siderurgia.
Tamaños acontecimientos, pronto le convertirán en imprescindible dentro de los escalafones tanto de Fernando VI como de Carlos III. Sin embargo, esta displicencia se revelará igualmente como su mayor fuente de problemas en tanto que es marcado de cerca por la Iglesia. Un marcaje que dará sus frutos tal vez no de la forma esperada, pero que no hará sino poner de manifiesto una vez más lo pausado y sibilino del hacer católico. Es Jorge Juan un convencido de la importancia absoluta no ya del saber, sino del conocimiento, por ello pone todo su empeño en la consolidación de cuantos centros de formación puede mantener. Todo va bien, hasta que trata de acceder a la conformación de Programas Universitarios. En ese momento comprenderá que la Universidad, en manos de la Iglesia, no constituye un campo abonado para la Ciencia, ya que continuamente ha de luchar en vano para discutir sus métodos en centros diseñados para la enseñanza de Teología y Derecho.

Fruto de los desencuentros, ha de marchar a Londres, donde en 1748  protagoniza una de las acciones de espionaje más curiosa y a la sazón productivas de la historia de España. Tanto, que a su vuelta en 1742 Ensenada le encomienda la dirección de las obras de los arsenales españoles, así como la renovación y modernización de la construcción naval. Fruto de ello, y tras once meses, surge “Nuevo Método de Construcción Naval”, un sistema propio de arquitectura naval que revolucionó los modos y maneras del sector, siendo precursor del luego revolucionario Método Francés.

Pero no era suficiente, si se quería una reforma dura pero de calado, había irrefutablemente que implicar a los educadores. Para ello pone en marcha un tremendo plan que incluye por supuesto la renovación, emprendida en 1751, de la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz. Una renovación que afectará sobre todo al Cuerpo Docente, para el que incluirá la contratación de profesorado más cualificado, introduciendo por ejemplo el Estudio de Cálculo Diferencial e Integral

Y como hecho transgresor, el cumplimiento del último encargo regio, la dirección del Seminario de Nobles, institución educativa antaño prestigiosa, pero en franca decadencia tras la expulsión de los jesuitas.

Muere el 21 de junio de 1773, víctima de un ataque de alferecía, complicado por una apoplejía.
Desaparee así uno de los grandes baluartes de la Ilustración española

Luis Jonás VEGAS VELASCO..

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