sábado, 14 de julio de 2012

ESPAÑA 1212, DE LAS NAVAS DE TOLOSA A HOY. DE LA COMPRENSIÓN DE UNA ÉPOCA, PREVIA A UN PRESENTE. CAPÍTULO II: DE LA REVOLUCIÓN MILITAR.


A título de ejemplo y contextualización, el hecho de que dejemos para una “segunda oportunidad”, lo que por otro lado suponen los considerandos explícitos de la Batalla de Las Navas de Tolosa, demuestra hasta qué punto es complicado analizar con el suficiente grado de exigencia los considerandos previos, desarrollo y consecuencia finales del acontecimiento.

A título de aproximación, el contexto sociopolítico que rodea al momento contemporáneo de Las Navas, está ya de por sí muy enrarecido. De entrada, el reparto de la herencia del anterior monarca Castellano Sancho, había dejado tras de sí un reguero de idiosincrasias absolutamente contradictorias que en definitiva a nadie satisfacían. Por un lado, había roto los modos de costumbre al haber otorgado herencia a todos sus hijos, en lugar de desposeer a todos, a favor del primogénito. No contento con esto, había otorgado soberanía a su hija Blanca la cual, a posteriori, llegaría a unirse con sus hermanos en pos de desestabilizar las fronteras que sus respectivos reinos compartían con Castilla, espoleando un continuo enfrentamiento justificado en la absurda declaración de posesión de algunas fortalezas y aldeas sin importancia.

Con semejante ambiente, se entiende casi que con quien mejor se lleve el monarca, sea precisamente con el Miramamolín, con el cual tiene suscrita una ya duradera tregua. Sin embargo una vez más, y como ratificación definitiva de la importancia geopolítica que el acontecimiento tiene tanto para la Historia, como para el momento contemporáneo a la misma, semejantes acuerdos con el enemigo constituyen un obstáculo para el correcto desarrollo de los planes de otros, entre otros el propio Papa Inocencio II.

 Desde su nombramiento en 1198, el Papa persigue denodadamente ganarse un papel en la Historia, Con semejante propósito, no dudará  convocar en 1202 la que vendrá a ser IV Cruzada contra el enemigo en Tierra Santa. Los resultados de la misma no serán ni mucho menos los deseados, por ello no puede desaprovechar la ocasión que la existencia del enemigo en el frente meridional le proporciona. Pero la tregua firmada entre los dos principales contendientes es un obstáculo insalvable. Como cargar contra semejante muro no parece viable, se decide a flanquearlo, para ello no dudará en escribir al Rey de Aragón, Pedro II, incitándole a que convenza al monarca castellano de la “sin duda molesta situación que a los ojos de Cristo supone el mantenimiento de esa tregua.”
Pedro II ha de prestarse al juego. Por un lado no puede enfrentarse al Papa, como sí harán por otro lado León, Navarra y Portugal. En el caso de Pedro II el miedo a la excomunión lo es más, pero lo mermado de sus alcancías le lleva a necesitar apoyo monetario del propio Rey Alfonso VIII.

En cualquier caso, todo parece converger, a los ojos de Alfonso VIII, en torno a la que parece ya ser toda una santa obligación, de encabezar no ya a unos guerreros sino abiertamente a unos cruzados, en pos del triunfo último. Si quedaba alguna duda, el Obispo de Toledo, JIMÉNEZ DE RADA, inmerso eso sí en sus propias cavilaciones que pasan entre otros por la consecución del nombramiento de su Diócesis de Toledo como centro neurálgico de los Reinos Cristianos; comienza igualmente una campaña de captación, que no dudará en llevar a los territorios del Rey de los Francos, Luis, casado con Blanca, hija de Alfonso VIII, para captar ultramontanos.

Como quiera que todo lo cual acaece, y lo hace además de manera ordenada, al monarca castellano parece no quedarle mayor alternativa que la de ir a la guerra, aunque ello suponga romper la tregua existente, hacerlo de manera unilateral, y sacrificar con ello los años de estabilidad que ha vivido Castilla.
El detonante estructural definitivo, la caída de Salvatierra y su fortaleza, lo cual deja desprotegido todo el camino hasta Toledo.

Aparentemente salvadas las dificultades geopolíticas, quedan ahora las consideraciones estratégicas propiamente dichas.
La concepción de la guerra hasta ese momento no se parece a ninguna otra, ni pasada ni futura. Para empezar, no hay considerando previo de ejército regular. Las especiales conformaciones conceptuales de la incipiente España, nos llevan a tener que descartar cualquier parecido con ninguna de las consideraciones previas medievales clásicas.
Aquí no hay ejército regular. Tampoco se hacen levas al modelo europeo. En esta época el común converge para luchar no al servicio de un señor, sino de un pensamiento o creencia. Por ello el llamamiento del papa Inocencio, catalizado por Obispos como JIMÉNEZ DE RADA o el propio TELLO TÉLLEZ, tiene tanta importancia.

Acudirán así Milicias Concejiles de Ávila, Soria, Segovia y Sepúlveda. Caballeros profesionales que deben pleitesía a los dos monarcas principales, Alfonso VIII de Castilla, y Pedro II de Aragón. Las Órdenes Militares de Santiago y por supuesto Calatrava dan forma a otro elemento fundamental del contingente, que se verá reforzado por las unidades ultramontanas, procedentes principalmente de Francia, que el Obispo de Toledo ha reclutado personalmente.
El uno de junio de 1212, el que sin duda constituye el ejército más terrible que ha surcado los campos de Castilla, se pone en marcha.

Tal y como se narra en La Crónica Latina de los Reyes de Castilla”, documento a priori concedido a la insigne pluma del Obispo, JIMÉNEZ DE RADA, no debe ser exagerado el atribuir a la formación marchante el apelativo de magnífica. No se trata ya sólo de lo ingente del número, más de doce mil almas la componen. Se trata no obstante del vigor de la propia estructura que secunda tal composición.
No resulta vano enunciar que tal vez, desde que las legiones de Publio Cornelio, antes de ser justamente llamado “Africanus”, cruzaron la península desde el río Ebro, hasta las estribaciones del Guadalquivir, buscando a su funesto rival; no se había conocido en la tierra de la casi ya llamada España, marcha militar más respetable.
Por primera vez, se habían reunido en pos de la consecución de un mismo fin, huestes irregulares, Milicias Concejiles (con mando unas laico, y otras como en el caso de la de Ávila, bajo mando castrense); Órdenes Militares propiamente dichas (unas con representación previa en la península, como la de Calatrava; y otras netamente extranjeras, respondiendo al llamamiento a la Cruzada que imperaba). Además resultaba impactante el despliegue del colorido de los aparatajes de pendones y estandartes que, principalmente las huestes tramontanas, presentaban en formación de marcha o batalla. Y todo ello unido sólo bajo la coherencia que aportaba el fin último por todos perseguido, y que se personificaba en la orgullosa figura de Alfonso VIII de Castilla.

Los choques comienzan relativamente pronto. Así, el 23 de junio, las brigadas de expedición se ven casi obligadas a tomar Malagón, en tanto que persiguen a una patrulla almohade. De ahí a  Calatrava hay un paso que se cubre, literalmente en cuatro días. Pero sin duda serán las recuperaciones de Alarcos  y Salvatierra, acaecidas el 4 y el 9 de julio respectivamente, las que más refuercen el sentir general.
En contra de lo que pueda parecer, será precisamente el devenir de estas victorias, y más concretamente cómo se gestionen las mimas, lo que más quebraderos de cabeza le traigan a Alfonso VIII. Conforme a la Ley de  usos y costumbres, el vencedor tiene derecho a atropellar al derrotado, arrancándole literalmente cuantas posesiones pueda transportar, y estos incluye la toma de vienes y tributos de orden no mesurable. Pero Alfonso VIII no está dispuesto, según obra en De Rebus Hispaniae, “ a conceder usos, o con su silencio dar prebendas, que puedan resultar más dolosas en exceso de lo que la derrota honrosa lleve de por sí aparejada.”
En consecuencia, se prohíbe de facto el pillaje arreciado sobre los conquistados. Semejante uso, desconcierta primero, y ofende después a los tramontanos los cuales, por más que JIMÉNEZ DE RADA los sermonea, abandonan el operativo el 12 de julio, después de tomar, y no poder saquear El Ferraz. Sólo quedan, como componente extranjero, los paladines fieles al Marques de Dôrc, francés unido por lazos familiares al monarca castellano.
Será entonces, en la madrugada del sábado 14 de julio, cuando se dé el famoso episodio del pastor y el paso de Las Losas. Estando el ejército formado en Tablas del Rey, los comandantes de campo llegan a la conclusión de que los árabes se empeñan en plantar batalla al otro lado. Pero cruzar la cota supone, además de aumentar el cansancio de las ya de por sí agotadas tropas, exponerlas a un peligro mayor cual puede ser caer en una gran emboscada imposible de resarcir por falta de formación.
Será entonces cuando, de manera casi santa, algunos dicen que es un ángel, un gañán de pastores de una majada cercana, revela a los capitanes un paso, el de La Losa, que permite en formación muy estrecha, eso sí, flanquear a las tropas de al-Nassir.

Es así que el sábado 14 de julio, el Mirammamolín se encuentra burlado, y con los cristianos en formación en un lugar que no responde al que sus avanzados le habían transmitido.
Pero las disensiones no se desatan. Algunas son las escaramuzas, pero para la batalla habrá que esperar en tanto que los mandos han decidido esperar al lunes 17. Consideran oportuno dar descanso a las huestes.

La formación de ambos ejércitos debía constituir un espectáculo de por sí impresionante. La Península habría de retroceder mucho para recordar semejante contingente de hombres en tamaño espacio. Si bien en número estaban equilibrados, ninguno de los dos ejércitos superaba los quince mil hombres, la ventaja de la caballería venida de África resultaba insultante (de hecho, nadie había sido capaz de infringirle derrota alguna en batalla campal).
Además, la ventaja estratégica estaba a su favor, al tener ganada la parte elevada del terreno donde se iban a  desencadenar las hostilidades.

Las milicias desencadenan el primer ataque, pero son rápidamente diezmadas, sin que las unidades principales almohades hayan de entrar en combate. Sin embargo, esto da tiempo y espacio a que las concejiles que se desarrollan en apoyo de Pedro de Navarra, que al final se ha presentado en el campo de batalla por miedo a la excomunión, tomen el flanco derecho, obligando a que la segunda línea almohade se estrene.
La carga parece igualmente llamada al desastre. Sin embargo, la retirada en desbandada de las milicias concejiles trae consigo que la caballería andalusí, ebria ya de triunfo, se lance de manera inconsciente a la caza de las mismas, rompiendo de manera imperdonable la formación.
Alfonso VIII, que espera con lo mejorcito del ejército, no desperdicia la ocasión, y logra hendir con su caballería el espacio vacío que la caballería enemiga a dejado, con ello parte en dos el ejército almohade, dejando que las jaurías destruyan a la infantería, mientras su propia caballería destroza a la de al-Nassir, que no sabe luchar con el enemigo a la espalda, con la posición asentada.

La Historia concede al Rey Sancho el privilegio de ser el primero en llegar junto a la tienda de mando, donde se aposta presuntamente al-Nassir. Para ello han de masacrar a los doscientos guerreros que componen la guardia pretoriana del Califa. Al estar encadenados, no pueden huir. Su jefe, sí lo ha hecho.

El resultado de la batalla cambia la Historia. Por primera vez, ésa es la sensación que un acontecimiento dejará patente incluso entre los que le son contemporáneos.
El desarrollo de Las Navas de Tolosa puso de manifiesto, entre otras cosas, las desavenencias existentes entre el ejército, y el Mirammamolín. Desavenencias que reflejaban el desacuerdo que igualmente el pueblo como tal, empezaba a experimentar.

Con ello, se abría el camino a que otros reyes, como Jaime I desde Valencia, comenzaran las maniobras que poco a poco fueron aislando al reino almohade, condenándolo a su desaparición de los territorios e historia peninsulares.

En definitiva, hoy hace ochocientos años, la Historia de Europa comenzó a reescribirse, dando resultado lo que hoy tenemos, aunque no estoy seguro de que sea lo que nos merecemos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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