sábado, 7 de julio de 2012

ESPAÑA 1212, DE LAS NAVAS DE TOLOSA A HOY. DE LA COMPRENSIÓN DE UNA ÉPOCA, PREVIA A UN PRESENTE. CAPÍTULO I: DE LOS CONSIDERANDOS RELIGIOSOS.


Sin que deba extraerse de mi afirmación el menor ánimo, ni mucho menos reproche, si que he de manifestar una vez más mi absoluto asombro, cuando veo cómo, acontecimientos que en cualquier otro lugar, serían motivo más que evidente, casi obligado no ya de jolgorio, sino de inminente boato y pompa; son aquí casi difamados, mediante el hiriente ejercicio del olvido.
Va a ser cierta la aseveración que llevo días escuchando, según la cual, este país se está acostumbrando a ganar.

Pero a pesar incluso de que, en un ejercicio insano de exceso de falsa humildad, aceptásemos como adecuada semejante conducta, no por ello dejaría de ser cierta la afirmación según la cual, pocos por no decir ningún acontecimiento histórico han afectado tanto al posterior devenir no ya de la propia existencia del país, sino qué duda cabe, a la evolución que el propio concepto de éste, al igual que la evolución de los conceptos que lo han integrado; hubieran podido llegar a tener.

La Batalla de Las Navas de Tolosa, acaecida entre los días que van del 15 al 17 de julio del año de gracia de nuestro Señor de 1212, se convirtió por méritos propios, en uno de los acontecimientos más influyentes de cuantos han acaecido en la Historia de España. No en vano, en la misma, de una manera o de otra, se confabularon aspectos de un calado y circunstancias tales, que ya serían suficientes para confirmarse como un hito en la Historia de Europa.
Durante un instante, apenas 72 horas, sobre la plaza de Navas de Tolosa, sobrevolaros poderes de una magnitud tal, que no sería severo ni descabellado afirmar que de haber sido cualquier otro el resultado de la contienda, la idea que hoy tendríamos no ya de España, sino de Europa, bien podría ser otra completamente distinta, y en algunos aspectos, francamente contradictorios.

Geopolítica, Religión, Tácticas Militares. Todo se había dado cita en aquel instante. Todo el presente, y sobre todo, el absoluto futuro de la concepción de España, y de la concepción Cristiana de Europa; se confabuló para que sobre las espaldas de un enardecido Alfonso VIII, recayera sin lugar a dudas una de las mayores responsabilidades a las que un solo hombre ha tenido que hacer frente, de una sola vez, a lo largo de la Historia.

Para enfrentarse a la ardua labor de entender las causas, desarrollos y consecuencias de la Batalla de las Navas de Tolosa con una mínima opción de triunfo, resulta imprescindible proceder sobre la misma con el ánimo de espíritu reforzado en la convicción de que, tan sólo sometiendo primero el cataclismo de conceptos al tamiz del análisis, podremos no ya entenderlo, sino al menos hacernos una idea del elevado perfil del acontecimiento en sí mismo, como por supuesto de las consecuencias que fueron sobrevenidas a partir del mismo.

Ubicado dentro del contexto general de La Reconquista, y aceptando con ello  aspectos definitorios de la misma tales como su lentitud, desgana, y falta de compromiso en muchos casos procedentes no sólo del Pueblo, sino mayoritariamente de sus gobernantes; hemos de buscar una verdadera causa que justifique el cataclismo conceptual que para el propio monarca, Alfonso VIII, hubo de traer aparejado no sólo la preparación y desarrollo de la partida, sino fundamentalmente la consecución de todos y cada uno de los objetivos de la misma.
Y qué puede tener tanto peso. Qué puede ser tan influyente como para llevar a un monarca de uno de los principales Reinos Cristianos de la Península, a arriesgarlo todo, no ya sólo por la amenaza sarracena que podría devengarse en el caso de una derrota, sino casi más peligroso, por los actos que el resto de Reyes Cristianos podrían desencadenar sobre el resto de fronteras, evidentemente carentes de protección. Pues sí, eso es, efectivamente, tan sólo un mandamiento de alguien superior.

El Papa Inocencio III no es feliz. No es sólo eso, bien podríamos decir que se siente profundamente contrariado. Las cosas no van bien en la Cristiandad, desde su nombramiento como Vicario de Cristo en 1198, asiste a un proceso que se ejemplifica en que los corderos se sienten cada vez más fuertes, y, a la vez, los llamados a apacentarlos no se muestran todo lo diligentes y cabales que podría esperarse de aquéllos que fueron llamados para servir a Dios. Para colmo, los viejos lobos, Musulmanes como tal y Árabes en particular, con ese demonio de All-Nashir, que ha jurado muerte a todos los seguidores de la Cruz (abiertamente ha declarado la Guerra Santa), han evolucionado magistralmente tanto en su conducta, como en su papel militar. Derrotas como la de Malagón, pero en especial la de Alarcos, en la que se perdieron no sólo plazas fundamentales, sino fortalezas irremplazables de las Órdenes Religiosas, como la de Calatrava, hacen imprescindible pensar que algo ha ocurrido. Algún acontecimiento se ha desencadenado, dentro del Imperio Nazarí, que justifique, cuando no provoque, todo esto.

Y la clave está ahí. Personificada en la figura del Miramamolín. Abu-Muhammad-Abdallah al-Nasir. El último de los Almohades que había logrado mantener sujeto en torno de sí un imperio que, al igual que todos los de su época, y por las mismas causas, amenazaba con desmembrarse.
En contra de lo que pudiera parecer, las diferencias entre los seguidores del Islam, y los que profesan la Fe en Jesucristo, no eran tantas ni tan acuciantes. Si nos paramos unos segundos, pronto llegaremos a la conclusión de que, semejante afirmación, lejos de sorprendente, resulta lógica. Unos y otros conforman comunidades que, en la época en la que nos ubicamos, han de hacer frente si no a las mismas, si a parecidas vicisitudes. Viven en la misma tierra, comparten en muchos casos costumbres, y las desgracias que a menudo les trae la climatología que arrasa sus cultivos con granizadas de verano, o las deja estériles bajo el tórrido sol de julio; son compartidas por igual, con la salvedad hecha de la diferencia de destinatario de sus oraciones, las cuales para colmo vienen a pedir lo mismo. Además los cuatrocientos años de enfrentamiento, que no de confrontación militar, han traído un hecho no por incalculable menos esperado, las poblaciones se han unido, mezclado, interaccionan entre si y consigo formando una nueva realidad.

Pero esto es inaceptable, o al menos lo es para el Radicalismo Religioso. Proceda éste de un lado, o lo haga de otro, los dirigentes tienen claro que para mantener el sueño fingido de su poder, han de mantener encendida la llama del odio hacia el enemigo de religión.
A tal efecto, la llegada desde el sur de los Almohades, constituye un hecho imposible de computar de cara a las consecuencias que para la Historia de al-Ándalus trajo aparejada. Este es el mejor resumen que podemos extraer una vez analizada la obra del Historiador marroquí Ibn Idhari al-Marrakushi. En el caso concreto de su libro al-Bayan escrito doscientos años después de la batalla,  Marrakushi expone con todo lujo de detalles la manera mediante la que las tensiones internas, las luchas de poder, y el afán desmedido de control, suponen un cáncer que bien hubiera podido, por sí mismo, provocar los mismos resultados que de otra manera la batalla no vino sino a precipitar.

A la par, y siguiendo un procedimiento ciertamente más que simétrico, los territorios y gobernantes que conforman lo que se ha dado en llamar Los Reinos Cristianos, no se hallan mucho mejor. Las tensiones dinásticas reflejadas sobre todo en el desencanto que para algunos ha dejado el reparto de los territorios a la muerte del padre de Alfonso VIII, traen aparejadas una serie de distensiones que se manifiestan en el continuo toma y daca que se escenifica sobre todo en los territorios fronterizos. Así, si los territorios del sur se ven amenazados por las continuas razzias musulmanas, las cuales, a modo de meras expediciones de saqueo en la mayoría de ocasiones, si que debilitan lo suficiente como para, en contadas ocasiones, suponer importantes movimientos en la marca. Mientras, en el oeste y en el norte, los reyes de León y Portugal, enfrentados con Alfonso VIII, desarrollan su propia labor de zapa.

Y con semejante percal, Inocencio III, ha de llevar a cabo cuantas acciones sean imprescindibles no ya sino para lograr el sostenimiento de los Territorios que le fueron concedidos, como Vicario de Jesucristo. Pero la labor no se sencilla, ni en la mayoría de ocasiones agradecida. La ignorancia de la gente, manifiesta en las no ingentes sino absolutas cifras de analfabetismo, hace difícil no ya el sometimiento de las mismas al brazo secular, sino imposible el hacerlo por mor de la fuerza y la amenaza. Semejante condicionante no puede sino traer aparejado, más pronto que tarde, el surgimiento de comportamientos heréticos, esto es, comportamientos religiosos ajenos al uso conceptual de los que la Santa Iglesia Católica de Roma proclama. O sea, que en muchas ocasiones la desviación no procede del fondo, sino de la forma. Pero como ya hemos señalado, la forma es, en estos casos, todo, ya que la ignorancia del pueblo es tal que, lejos de comprender el fondo de aquello que constituye su acción, no sólo lo confunden, sino que lo unifica. Así, la perversión del procedimiento, del Rito, conlleva la perversión del Hecho Católico en sí mismo.

Centro-Europa, pero sobre todo Francia, se convierte en territorio en el que comportamientos heréticos tales como el promovido por los Cátaros y los Albigenses planean con mayor intensidad.
Son éstos movimientos especialmente peligrosos, en tanto que por lo predicado logran atraer no sólo a los humildes de obra y corazón, sino que se hacen entre sus filas con la baja nobleza, Condes, Duques  y la nueva categoría de desencantados pronto engrosa sus filas, en pos siempre de lograr lo que en justicia les es propio.

Es precisamente la afición de la baja aristocracia, y el hecho de identificar Cátaros en el alto Aragón, lo que lleva a Alfonso VIII a promover la intervención del Papa Inocencio III. Este, satisfecho de recuperar su autoridad, declara la Santa Cruzada contra los enemigos de la Cruz los cuales, amenazan la integridad de las tierras de Cristo desde el sur. Con ello, todo aquél que perezca en combate tiene asegurado la salvación de su alma pecadora, y todo el que sobreviva verá condonados sus pecados pasados, presentes y futuros, por estar hechos para mayor Gloria de Dios. Queda así declarada la V Cruzada.

Si bien las consecuencias militares de semejante hecho son más que discutibles, la mayoría de los francos que acudieron se marcharon antes de entrar en batalla porque el rey no les dejaba apoderarse del botín que les era de ley en virtud de la costumbre tras las victorias que alcanzaban de camino a la verdadera Batalla, no es menos cierto que tuvo consecuencias inesperadas en otros campos. Por un lado, la no participación de León y Portugal trajo la excomunión de sus gobernantes, lo que les hizo mostrarse mucho más razonables una vez la fuerza del resultado les obligó a negociar con el vencedor y reforzado Alfonso.
Además, en Roma la victoria se interpretó como una señal divina. Como la primera de una larga serie de intervenciones que tenían detrás la mano de Dios, que mostraba su voluntad.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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