sábado, 6 de junio de 2015

DE EL DÍA EN EL QUE EN EUROPA SE CONTUVO (OTRA VEZ) LA RESPIRACIÓN.

Playas de Normandía, amanecer del seis de junio de 1944. Las defensas de playa del Ejército Alemán, mermadas y hastiadas no solo en lo físico, cuando sí más bien en lo conceptual (no en vano lo de Stalingrado aún resuena), se encuentran en estado de alerta toda vez que un mensaje cargado de dobles sentidos, como casi todo lo que últimamente circula por los canales oficiales y es vomitado por las Enigma, parece conducir a una sugerencia en base a la cual es más que probable que el tan temido Ataque final esto es, el que habrá de preceder a la definitiva invasión de Europa por su flanco occidental, va a producirse efectivamente no por el norte, por Calais como en principio se temía, sino por allí, siempre según la versión del Alto Estado Mayor. Por unas playas condenadas  a pasar para siempre a la Historia.

Cuando E. Rommel asume como ciertas las versiones que acreditan como efectivo el hecho de que las playas elegidas por los aliados para desencadenar la Invasión de Francia, las cuales estaban designadas en clave como Utah, Omaha, Gold, Sword y Juno; se encuentran efectivamente en Normandía, sin duda alguna que hubo de concederse un instante en pos de reconocerle al enemigo el valor de una gestión tan correcta, adecuada y genial. No en vano, la Operación Neptune, nombre en clave bajo el que quedan designadas todas las operaciones estrictamente militares que habrían de tener lugar en el transcurso de aquel día seis de junio, quedan realmente integradas dentro de una más que grande, ingente operación, conocida como Operación Overlord, que comenzó a gestarse en mayo de 1943, en los despachos del Capitolio.

Podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos, que nos encontramos ante uno de esos hechos históricos por definición, para cuya determinación no hace falta ni tan siquiera detenernos a observar su desarrollo, ni mucho menos sus consecuencias. Con la participación directa de más de 1250 aeronaves, la puesta en acción de más de 5000 embarcaciones, y el despliegue de más de 175.000 hombres, que serían cabeza de puente de los más de tres millones que a mediados de agosto se encontrarán desplegados por toda Europa; bien podemos decir que cuando Eisenhower y Montgomery se encontraron analizando los esquemas de la operación al frente de la cual habían sido conducidos, sin duda se sintieron como Aquiles y Ulises, comandando la flota griega con destino a Europa. Es curioso, como en aquel entonces, París se muestra de nuevo como obstáculo fundamental de cara a lograr los objetivos que han sido prefijados.

Porque si en algo convergían no ya las opiniones, sino incluso los informes oficiales cuya opinión a tal efecto se tenía en consideración, era en lo incompresiblemente larga que la Guerra estaba siendo. De aquélla Operación Relámpago planteada por Hitler en un ya olvidado verano de 1939, en base a la cual La Wehrmacht lograría aquello en lo que el mismísimo Napoleón se vio incapaz de lograr, a saber lanzarse victorioso sobre los campos de trigo y petróleo de la odiada Rusia; el lo lograría en apenas cincuenta días.
Casi cinco años después, y con el recuerdo de los efectos que la desaparición total o parcial de los 6º y 4º ejércitos alemanes respectivamente aún tenían, lo cierto es que solo la fe, o su manifestación más pagana esto es, la idolatría al líder, podían sustentar no ya solo la disposición para la lucha de los componentes del ejército, sino incluso la resistencia del Pueblo de Alemania.

Sumergirnos en la historia de la Operación Overlord supone describir una parábola brutal que, como ocurre siempre con la geometría, sirve para convertir lo que en principio se asemejaba a un rodeo impresionante, en un ejercicio de precisión infinitesimal.
Así, una acción militar que era a todas luces imprescindible desde junio de 1940, momento en el que Hitler logra la victoria en Francia; consigue, no sin antes pasar por multitud de devaneos, atrasos, cancelaciones y riesgos varios, desarrollarse con buen fin.
Múltiples serán, tal y como podemos intuir vista la magnitud de todo, los elementos que en pos de tal fin habrán de subrogarse hasta conseguir la que acabará convirtiéndose en victoria final.
Sin duda uno de los más importantes a tal efecto, la Operación Bodyguard. Puesta en marcha meses antes del desembarco, Bodyguard constituye uno de los más brutales ejemplos de cuantos la Historia puede ofrecer en pos de mostrar la importancia que los servicios de inteligencia tienen ya por entonces, participación que a partir de este momento pasará a ser imprescindible.
En una guerra de engaño que se jugará en varios frentes, Bodyguard se conforma a partir de la actuación conjunta y en muchos casos desconocida de multitud de personas la mayoría de las cuales sin saberlo, jugarán un papel trascendental en lo concerniente no ya al desarrollo de la Guerra, sino de cara a que ésta acabe como todos conocemos.
Secretarias, actores, diplomáticos, tenderos, ¡hasta jugueteros pertenecientes a una de las familias más selectas de tan en apariencia inadecuado gremio! Pondrán su grano de arena en pos de lograr que Alemania y en especial Rommel, no puedan descubrir hasta que sea demasiado tarde, cuál será el lugar elegido para el desencadenamiento de la operación final
Papel especialmente importante en este caso el desempeñado por españoles extraídos de aquel grupo obligado a huir por pertenecer al bando derrotado en lo que había supuesto su propia contienda, y que una vez enrolados en la mayoría de los casos en La Resistencia Francesa, jugaron un papel sin el cual la Historia a ciencia cierta sería otra.

Porque si bien lo cierto es que se trataba de otro caso de los muchos que se habían dado, en base a los cuales Europa estaba bajo amenaza, no era menos cierta que la naturaleza de esta amenaza la convertía en especialmente peligrosa. Así, no solo la naturaleza del movimiento Nacional Socialista, cuando sí más bien las demostraciones que a lo largo y ancho del Continente se habían llevado a cabo en pos de demostrar el grado de violencia inusitada que éste era capaz de desentrañar; no hacían sino poner de manifiesto el grado de amenaza no ya potencial, sino de facto, que su victoria y posterior imposición habrían supuesto para Europa.

Una vez más, Europa se la jugaba. Apelando a los denominados Principios Carolingios, guardados, que nunca del todo olvidados, la teoría según la cual nada une más que la existencia de un enemigo común, no solo hizo mella sino que apeló al surgimiento de una suerte de espíritu de sacrificio dentro del cual se enrolaron no ya solo los soldados directamente implicados en el desarrollo factual de la batalla, como sí más bien el torrente de civiles que por mero accidente geográfico se encontró inmerso en la misma, y que en número cercano a los 35.000 vinieron a engrosar la lista de bajas, en este caso colaterales, que bien puede apuntar otra leve muestra de lo emblemático, del cuánto se jugaban unos y otros en esta batalla.

Porque Normandía supuso más que el principio del fin del IIIº Reich. Normandía supuso la liberación de Europa. De una Europa que una vez más, había sido raptada. ¿Que cómo puede raptarse una idea? Obviamente con otra idea. Porque el verdadero peligro del IIIº Reich no estaba en Hitler, ni en la Wertmach de Goering, ni en los carros del Mariscal Heinz Guderian. El peligro para Europa se encuentra, como en la mayoría de los casos, en la posibilidad siempre existente de una idea, por innovadora y populista; por supuesto no hace falta que sea acertada, ni siquiera que sea o no realizable, pueda poner patas arriba aquello que cientos de años vienen demostrando como acertado.

Afortunadamente, el esfuerzo denodado de cientos de hombres y mujeres, algunos recordados, otros olvidados, sirvió para conjurar tamaño por lo radical peligro. Sirvan estas humildes líneas como homenaje, desde la certeza de que precisamente la acción moderadora que ese mismo  tiempo lleva a cabo, haya servido para desterrar definitivamente cualquier posibilidad de que una idea en tamaño sentido pueda volver a cuajar.

Esa es, al menos, la esperanza.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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