sábado, 17 de marzo de 2012

DE LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ, A LA CONFORMACIÓN DE ESPAÑA.


El viaje que planteamos es, como todas las cosas que se precian, lento en desarrollo, largo en temporalidad, necesitado de paciencia en sus desarrollos; pero como todas las cosas que se precian, primorosamente espléndido en lo concerniente a gracias y recompensas para con aquéllos que han tenido la fuerza de esperar.

La recompensa es, nada más y nada menos, un Estado, un País. A saber, la delimitación definitiva, no tanto espacial ni temporal, sino más bien conceptual, de lo que es y será a partir de entonces, España.

Desde que en mayo del Año de Gracia de Nuestro Señor de 1187, el Rey, Alfonso VIII convocara en San Esteban de Gormaz una reunión en pos de consejo regio, que tenía la peculiaridad de contar no sólo con los miembros de tal Consejo, sino que esta ocasión se convocaron también de manera no excepcional a los alférez de las más nobles e regias e grandes ciudades e villas del Reino; se sentó el precedente que daba pie a la constitución del órgano de consejo, y a la sazón gobierno, más antiguo de Europa. Acababan de nacer Las Cortes.

El mencionado elemento regio sufrirá, junto con la nación que ayudaría definitivamente a crear, sus mismos avatares, de manera que podemos decir sin animosidad, que las circunstancias que rodearon la evolución de los órganos de gobierno, constituyen en sí mismos una radiografía exacta de la historia del país al que pertenecen.

La Historia de España ha estado ligada de forma conceptual a la leyenda. Desde el misticismo que rodea a Don Pelayo, lo increíble de la Batalla de Covadonga; lo legendario de las tesis según las cuales la Reconquista constituye un episodio de 700 años de continua Guerra Santa, hasta incluso lo discutible de figuras como el propio Rodrigo Díaz de Vivar; conforman un escenario en el que lo legendario se entremezcla con lo histórico, dándose la paradoja de que a veces, la participación activa de algunos como el propio Alfonso X, toman partido voluntario por esta lucha, dotando de visos de certeza, a situaciones y personajes que, en realidad, jamás tuvieron tal condición.

Podemos decir entonces que en relación a lo que concierne de la evolución de España como país, partiendo de la consolidación de Reinos como pueden ser los de León, Castilla, Aragón; el propio Al-Ándalus (por supuesto); y sobre todo de las vicisitudes que hubieron de desarrollarse hasta su posterior reunificación en lo que acabará por llamarse España; configuran en torno de sí todo un marco conceptual y de situaciones verdaderamente atractivo en lo que concierne a los seguidores de lo Romántico, pero muy complejo en todo lo concerniente a la confección de un país.

De hecho, desde aquellas vetustas Cortes, hasta el episodio de Cádiz de 1812, con Napoleón asediando la tacita de plata; pasando por supuesto por ese sepulcro de la Catedral de Sevilla, en el que descansan los huesos de Fernando III “El Santo”, y que constituye el privilegio de contar en su epitafio con la primera reseña histórica que le hace rey de España: “aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castella é de Toledo, de León de Galicia de Sevilla, de Córdoba de Murcia é de Jaén. El que conquistó toda España, el más leal é el más verdadero é el más franco (…) que conquistó Sevilla que es cabeza de toda España.” Podemos confeccionar toda una tesis en relación a la certeza cuando no abiertamente a la verdad de España como ente Político, Social, Religioso y por supuesto Cultural, cuyo único nexo de unión hegemonía lo constituyan la solvencia de las estructuras de gobierno que las unen, y de las cuales bien podemos segur su listado a lo largo de la historia, confeccionando con ello la historia de la propia España.

Constituye además el listado de las crónicas de las instituciones de España, el único catálogo libre del otro gran vicio que sufre la historia de España, cual es la acción perniciosa de los románticos. Bien por motivaciones estéticas, como puede ser el caso que se observa en, por ejemplo, las crónicas najerenses; o por otros menos confesables, como pasa con la propia Biografía de Fernán González, los elementos constituyentes en tanto que proveedores de material y componentes a la Historia de España, vienen viciados, pervertidos, cuando no verdaderamente mutilados o cercenados.

Acercarse así a España a partir del análisis objetivo de los conceptos desarrollados por sus instituciones, como puede ser el caso de sus Reales Consejos, y por supuesto de sus Cortes, a la sazón y sin miedo decirlo, constituyentes del primer concepto parlamentario de la historia en Europa, ha de constituir en sí mismo todo un placer, a la par que abiertamente un auténtico privilegio.

El 19 de marzo de 1812, en medio de la presión que supone tener a Napoleón en las puertas de la misma ciudad de Cádiz; compatriotas nuestros, convencidos de manera absoluta, y plenamente conocedores de lo que hacían, pusieron en marcha un procedimiento ya imparable que tuvo como agente de ignición la necesidad de definir España, a partir de la puesta por escrito de las normas que a partir de ese momento habrían de regir las relaciones entre el Rey y su Pueblo. La superación mediante esta redefinición de la relación entre el monarca y el común, en la medida en que superaba el concepto de vasallo, trajo consigo la extinción del Absolutismo.

No se trata de decir que aquella Constitución hubiera de ser un modelo de Democracia, si bien no lo era, se trataba de uno de los mejores ensayos a los que se podía aspirar. Tampoco su apellido (corte liberal), debe llevarnos a engaño ya que, los presuntamente liberales que la promueven y firman no son, al menos en el sentido general de la expresión, menos serviles que la mayoría del pueblo llano al que supuestamente representaban. Sin embargo, el salto cualitativo que representa el hecho en si mismo de confeccionar ese documento, sólo es comprensible si tenemos en cuenta que su promulgación, por poco que Fernando VII hiciera por ella, cierra definitivamente los capítulos atinentes a la idea y conformación de España, capítulos que habían comenzado a escribirse con Orduño I y Sancho “el mayor”, más de mil años antes.

En definitiva, la Constitución de Cádiz de 1812, cierra la conformación definitiva de España a partir de la consolidación de los reinos de Castilla y de León, para abrir en nuevo capítulo de España, como un país proyectado hacia el futuro.

Luis Jonás VEGAS VELASCO,


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