sábado, 29 de octubre de 2011

EL RÉQUIEM, CANTO DE DIFUNTOS, PARA COMPRENDER A LOS VIVOS.


Pocas son las cosas a las que, enfrentado el Ser Humano, puede reconocer le producen tamaña desazón, a la par que franca incertidumbre, que la de verse reflejado en su propia condición, a partir del hecho de tener que enfrentarse al conocimiento de lo inevitable de su propia muerte.

Certeza inexorable, la muerte, y así como las distintas acepciones, fruto siempre de las diversas interpretaciones de las que ha sido objeto; se presenta ante nosotros como la esencia de una de las mayores paradojas que el Hombre en su condición, brinda a la Naturaleza en su manifiesta interpretación. Así, a la hora de definirnos como Seres Humanos, podemos aceptar la aportación filosófica según la cual somos los únicos Racionales, expresado esto con todas las salvedades que se deseen. Sin embargo, si damos un paso más, y nos adentramos en el Mundo de lo Antropológico, de lo Cultural, la muerte, y toda la más que amplia Cultura que se ha desarrollado a su alrededor, se revelan ante nosotros como una de las más fuertes herramientas de enraizamiento de la vida.

Porque si, efectivamente, toda la relación consciente, y ahí radica la diferencia respecto de los animales, que mantenemos con la muerte; se basa en el intento de ratificarnos en el deseo cuando no de no morir, de al menos permanecer, de trascender respecto de todo lo perecedero que nos rodea.

Así, se va confeccionando un modelo de entender la vida a partir de la muerte, y de sus consecuencias, que provoca activamente el surgimiento de una ingente categoría de pensamiento a partir de la cual surgirá primero una Cultura, la ligada al mundo de las prácticas funerarias, uno de los primeros hechos que sacó al hombre de las cavernas, para lanzarlo con fuerza al mundo de lo transcendente; y otra mucho más diabólica, ligada en este caso a la monopolización de ese sentimiento de necesaria transcendencia, mediante el surgimiento de La Religión como gestora del Dogma, esto es como propietaria de la Liturgia que garantizaría el éxito de esos procedimientos.

Con todo esto, se va confeccionando un Universo Cultural propio de la Especie, que en definitiva, a medida que nos saca del mundo específicamente físico, nos traslada más allá de lo evidente. Nos arroja a un mundo metafísico, donde por definición las normas de lo asumible mediante los sentidos no tienen cumplimiento, haciéndose así imprescindible la adopción de unos patrones específicos, así como elevar al grado de lo sagrado a aquéllos que poseen los conocimientos imprescindibles para hacerlo funcionar. Surge así la Iglesia.

Como es lógico y evidente, todo el mundo tiene algo que decir al respecto. Unos mediante el ejercicio melífluo de la opinión, otros mediante la acción enriquecedora del aporte magistral, van confeccionando todo un supra-mundo del que el propio Ser Humano se siente cada vez más desplazado, por ello nos sigue costando hablar de la muerte, a pesar de estar rodeado por ella en todo momento.

Como puede uno ya imaginarse, los grandes autores clásicos ni pudieron ni quisieron olvidarse de este hecho. Amparados en ese monopolio de la muerte en manos de la Iglesia Católica, el que más y el que menos puso manos a la obra al menos una vez en su vida encaminado a la composición de una obra de corte sacro, propio de la Liturgia de Difuntos, esto es, un Réquiem. Por definición “Misa Defunctorum”

Por definición, se trata de una composición sacra destinada a honrar el Alma del recientemente finado, o, en su caso, destinada a ser cantada en los oficios posteriores que se dispongan en pos del recuerdo de este. De esta manera, muchas, tantas como procedimientos subjetivos se puedan constatar, conforman el universo estructural de un Misa Pro defunctis. Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis". («Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua.»)

Si conocidos son los FAURÉ, VERDI, y el propio TOMÁS LUIS DE VICTORIA, otros como el propio DVORAK también desarrollaron su particular visión al respecto. Sin embargo, la Historia se reserva el mejor juicio para el de MÓZART. La grandeza de todos ellos, la ingente obra que constituyen no ya sólo en el terreno musical, para el que sin duda se constituyen en uno de los más espectaculares campos de desarrollo de auténticas maravillas. En realidad, la fuerza del Réquiem se revela en el momento en el que nos damos cuenta de que este es el mejor termómetro para comprender el estado de esa relación a la que al principio hemos hecho alusión, del Hombre con la muerte. Esta relación, paradójicamente, también nos sirve para comprender la que en cada época existe entre el propio Hombre, y La Vida.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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