sábado, 19 de abril de 2014

DE LAS PASIONES, FUENTE INALTERABLE DE RECURSOS.

Convergen de manera aparentemente natural en torno al ser humano, multitud de realidades, conceptuales unas, materiales otra, que ayudan de manera franca y evidente a preconizar la certeza de la evidente complejidad que en términos generales se expresa en pos de la condición de éste.

Una complejidad que, si nos atenemos tanto a la fuente, como especialmente al resultado que de la misma procede, a saber el Hombre en tanto que sí mismo, sirve por sí solo para proverbiar en relación a la eficacia de ésta, ratificada, insistimos, en el elevado grado de éxito que de su obra se extrae.

Concibiendo así pues al Hombre como un  resultado, como algo que última instancia procede, bien podemos conjeturar sobre lo inaccesible que para el propio Hombre supone su concepción a tenor de la mencionada fuente; haciendo de lo inabarcable del objeto de tales pesquisas, una de las mayores fuentes de miseria para el propio Hombre, en tanto que tal.

Dicho de otra manera, o si se prefiere de manera más extendida, lo cierto es que la imposibilidad que el Hombre tiene para elevar a algo que supere al mero rango de conjetura todas y cada una de las a priori explicaciones competentes sobre sus orígenes, cuando no de sus fines; redundan en  pos de sumirle en una fiebre más o  menos sintomática. Fiebre que por otro lado presenta una forma de reacción a los procesos temporales, cuando no abiertamente cronológicos. Dicho de otra manera, la atenencia respecto de ciertas fechas parece redundar activamente en el reforzamiento tanto de la necesidad de obtener respuestas, como en el mero hecho de llevar a cabo preguntas.

Lejos de pretender aquí y ahora la elaboración de alguna suerte de compendio encaminado a corregir en todo o en alguna parte el corolario desde el que muchos satisfacen sus demandas en pos de nuestro componente metafísico, lo cierto es que sí acudiremos una vez más, e inexorablemente por estas fechas a nuestra cita con uno de esos grandes momentos, uno de esos grandes hitos del calendario, los cuales suelen venir inexorablemente ligados a momentos trepidantes de la Historia de la Humanidad. Momentos en una palabra que tienen permanente proyección hacia el futuro.

Es así por lo que, inmersos como estamos en mitad de una celebración tan marcadamente intimista, como es o a priori debería ser aquella mediante la que los seguidores de Jesucristo conmemoran la certeza del triunfo de su fe sobre la muerte, entendida ésta como la enésima conceptualización del mal; sorprende el alto grado de exposición pública al que los mismos, a los que a partir de ahora aglutinaremos bajo el denominador común de penitentes, se prestan.
Procesiones, representaciones, martirios más o menos lúcidos, y en definitiva, exteriorización de un proceso relativamente macabro y reincidente (no en vano acaba siempre son la muerte en la cruz a título de sacrificio máximo de un Jesús que en esencia vino a la Tierra como cordero) se fusionan para confeccionar de manera insistimos reiteradamente macabra y repetitiva, un escenario aterrador destinado a lograr misiones diversas.

Lejos como decíamos hace unos instantes de intentar hoy venir a dar respuesta a alguna de las sin duda innumerables cuestiones que una vez más se plantean, lo cierto es que verdaderamente el objetivo de la presente reflexión se halla enmarcada más dentro de los principios podríamos decir antropológicos. Otras consideraciones, a saber por ejemplo las que proceden de vínculos o consideraciones místicas o religiosas pertenecen a un campo más alejado, un campo que además, por estar inexorablemente flanqueado por las barreras que el respeto impone, no estamos dispuestos tan siquiera dispuestos a flanquear.

Mas tal consideración no ha de ser óbice para que, lejos de huir, al contrario aprovechemos las ventajas de las cuales gozamos a la hora de tratar de hacer frente con el inmejorable catálogo de armas que nuestro entendimiento nos brinda, al intento de comprensión del que a nuestro entender supone el gran misterio del Hombre. A saber, la dualidad que lo compone, y a la cual resulta imprescindible acudir si queremos intuir siquiera brevemente si está en nuestro ánimo acceder de una forma no manierista al compendio de realidades que indudablemente se confabulan a la hora de dar forma al Hombre, en todo su esplendor.

Insistiendo de manera absolutamente voluntaria en los procederes vinculados a la estructura antropológica del Hombre, habremos una vez más de traer a colación los múltiples aspectos, así como las no menos numerosas interpretaciones que de los mismos una y otra vez hacemos; todos los cuales una y otra vez acaban por chocar de manera inexorable en el parasintético mundo de la duda metodológica.
Sin necesidad de entrar todavía en el terreno de lo mitológico, ni tan siquiera en el de la Religión, por supuesto; y obviamente alejados cuando menos todavía de las pretensiones unívocamente excluyentes de la corriente pragmática por excelencia, lo cierto es que lo apropiado de la fecha, precisamente hoy, el único día en el que los seguidores de Cristo se encuentran huérfanos al hallarse extinguida en su Luz, aquélla que supuestamente ilumina al mundo; bien puede ser el mejor de los días para hacer frente al mero y no por ello menos interesante proceso destinado como decíamos a buscar preguntas.

Soslayando muchos de los aspectos que vendrían a compendiar y a matizar la cuestión, y aún a riesgo de que entre alguno de los obviados figuren elementos cuya aportación pueda ser estructural, lo cierto es que en el fondo la discusión queda reducida a si el Hombre, y con ello los criterios que de una u otra manera le son propios, puede o no dar cumplida explicación a todo cuanto le rodea acudiendo tan solo a  cuestiones y procedimientos que le son factibles por métodos directos. O lo que es lo mismo, si podemos o no obviar la necesidad de la imprescindible participación de una ser externo a la hora de comprender la existencia, en sus más amplios componentes.

La cuestión como vemos, para nada baladí, bien puede ser considerada, basta para ello con atenernos a los ríos de tinta que ha suscitado a lo largo de la historia de la propia Humanidad, como una de las que efectivamente con más intensidad ha cautivado a todos los que en uno u otro momento han formado parte de nuestra comunidad.

Estableciendo en DESCARTES el límite superior, esto es, el científico que por su marcado talante racionalista mejor puede identificarse como el paso previo que la ciencia concede antes de acabar definitivamente desbordando en el mito. Y poniendo en HUME el parámetro desde el que percibir la vida y sus aspectos como una mera y exclusiva sucesión de eventos todos ellos de marcado carácter empírico, lo cierto es que en realidad y entre ambos se consolida la existencia de un inabordable universo de vivencias, existencias y experiencias, todas las cuales quedan una vez más integradas en el espacio conceptual que va del mito al logos.
Y en el tránsito de ese universo, la imperturbable vivencia que va de lo necesario, a lo contingente. O expresado de otra manera, el recorrido que el Hombre está dispuesto a llevar a cabo en virtud a lo necesitado que esté de respuestas absolutas.

Sin embargo en este caso, marcando claramente las diferencias para con aquél otro momento, en torno al siglo VI a-C en el que se plantea por primera vez de manera consciente la cuestión, lo cierto es que hemos avanzado, evolucionado si se prefiere, lo suficiente, como para poder afrontar tanto la cuestión, como los corolarios que de la misma se deriven, sin necesidad de caer en el reduccionismo excluyente en el que una y otra vez hemos venido derivando la cuestión.
Tanto es así, que la indiscutible existencia de una y de miles estructuras de consideración pagana, si entendemos como tales las que proceden de concebir respuestas diferentes a las propuestas por la línea oficial al respecto de las grandes cuestiones que desde el principio de los tiempos aterrorizan a los individuos y a las comunidades que desde  el principio de los tiempos pueblan este planeta; nos conducen de manera definitiva y para nada errática a la constatación de que el denominador común que se halla implícito en todas y cada una de estas respuestas, localizables de una u otra manera en todas las comunidades que han existido, es precisamente el doble sentido al que el Hombre ha tenido que acudir siempre que ha querido darse una respuesta sincera a alguna de estas grandes cuestiones, integrantes todas ellas del compendio que se agrupa en lo inexcusable del Hombre.

¿Dónde nace entonces el problema? Pues una vez más, y de manera clara, el problema se ubica en la Tradición Cristiana, más concretamente en la interpretación dialéctica, y abiertamente excluyente que al respecto del resto de valoraciones, ésta impone.
Es así como de manera una vez más marcadamente paradójica, la forma se impone al fondo, o el medio supera al objetivo. Es así como la Religión, que derivada de la Mitología surgió para dar respuestas, se erige en elemento unificador y excluyente, autoinduciéndose la potestad suprema a la hora de indagar.

Sucumbe entonces el Hombre a una de las manifestaciones más destructivas de cuantas está destinado a conocer; y comprueba así la crueldad de una nueva realidad de la que inevitablemente pasará a quedar desterrada todo atisbo de vivencia pagana.
Es así como la incuestionable substancia racional que subyace al Hombre en tanto que tal, queda reducida para siempre a una determinada, de las muchas que por otra parte se hallarían en principio legitimadas para conciliar la dialéctica que a tal extremo conforma la incuestionable dualidad del Hombre.

Es por ello que vinculada no tanto a tal dualidad, cuando sí más bien a la necesidad de plasmar las vivencias religiosas que le son propias al Hombre; es por lo que la Música, como inevitable expresión de éste, y de sus múltiples cualidades subyacentes, apuesta de manera vivida por un formato cuya expresión está implícitamente ligado a tales extremos.

La Pasión, formato por excelencia en el que la Música refrenda su compromiso para con la evolución del Hombre, compendia mejor que cualquier otra realidad el íntimo compromiso que el compositor refrenda con cada una de las notas que la componen.
Vinculada no solo a autores, cuando sí más bien  a épocas, las pasiones consolidan en torno de sí no tanto a seguidores, por tratarse de una expresión íntima de una realidad transcendente y unipersonal; cuando sí más bien se convierten en la traducción perfecta de la emotividad con la que una determinada sociedad, una determinada época, vive su espiritualidad.

BACH, PERGOLESSI, VERDI. Todos tienen su Pasión. Y dicho de otra manera, a todos se les comprender de otra manera una vez éstas han sido convenientemente interpretadas, incluso comprendidas.

Es así que cada época tiene su Pasión de parecida manera a como no hay gran autor clásico que no tenga su Pasión.
El motivo de tal afirmación es sencillo, a la par que evidente. La Música es patrimonio de la Humanidad, en la medida en que sirve para posibilitar la comprensión del Hombre. Y el Hombre está incompleto sin su componente espiritual.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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