sábado, 15 de marzo de 2014

KARL MARX. ELTRIUNFO DE LA PARADOJA DESDE LA PROPIA CONCEPCIÓN.

Hablar de Carlos MARX es, de origen, hablar de dudas, de cambios y de derrumbe de certezas. Es, en una palabra, lanzarnos a conocer el mundo, a través del intrincado mundo de la dialéctica.

Es Carlos MARX la personificación de la contradicción. La constatación  manifiesta de que el mundo no lo componen certezas, y de que la felicidad no ha de ser buscada en las tranquilas aguas de los lagos prusianos, sino que más bien se encuentra en las tumultuosas corrientes, en este caso humanas, que día a día se arremolinan en pos de las calles propiciatorias de ciudades eminentemente cosmopolitas, como podía ser el caso del Londres que contempló su muerte, en marzo de 1883.

Nacido en el Reino de Prusia, más concretamente en la ciudad de Tréveris, en 1818; no vendrán a ser en cualquier caso los lugares, cuando sí más bien los tiempos, lo que venga a hacer perdurar el recuerdo de Carlos MARX.
Recuerdo contradictorio, coherente tanto para con su vida, como para con su obra; constituye ante todo y por encima de todo la obra de este genial hombre no solo un compendio de los momentos que le tocarían vivir, sino que como suele ocurrir con los verdaderos genios, ésta será un brillante anticipo de los modos y las obras que, efectivamente, estarán por venir; lo que nos lleva a tener que considerar la obra de MARX como una de las más brillantes en tanto que de las producidas en el siglo XIX. Y esta consideración podemos extenderla tanto a lo cualitativo (sin duda remueve conciencias), como a lo cuantitativo (se trata de una obra tan numerosa como muchas veces inexpugnable.)

Porque será MARX, mucho más que el fundador del marxismo, a la vez que el marxismo será mucho más que el resultado evolucionado de una suerte de socialismo científico, del cual procederá compartiendo en este caso honores con Friedrich Engels.

Convergerán así, en la suerte que compone el binomio que forman de manera un tanto indefectible el Marxismo, y el propio MARX, la concepción definitiva de la valía que la dialéctica tendrá, tanto a nivel de condición procedimental, como en tanto que conclusión propia y evidente.
Comienza así a fluir un MARX científico, insuflado de una suerte de convencimiento filosófico procedente sin duda de los años de estudio en las universidades de Bonnn y de Berlín, donde tomará conciencia de las ideas y de las soflamas hegelianas, que sin duda tendrán en él un efecto que en mayor o menor medida podrá identificarse siempre.

Sin embargo, la influencia que tales ideas tendrán en MARX, han de ser consideradas de una manera especial, toda vez que nuestro protagonista no se conducirá respecto de las mismas de una manera convencional o coherente si preferimos, a la hora de respetar a su creador. Más bien, y puede que ahí arranque la genialidad, tales ideas se vean manipuladas no en su fondo, cuando sí abiertamente en sus formas, consolidando en torno de las mismas un principio de edificio conceptual para cuya comprensión ni el propio Hegel podría estar, ni con mucho, preparado.

Así, en un proceder semejante al que Descartes había condicionado siglos atrás, en tanto que modifica el término escepticismo para convertirlo no en una fuente de máximas, sino en un generador de procedimientos; Karl MARX renueva el concepto de dialéctica, logrando que un principio a priori casi infantil, y desde luego para nada peligroso, acabe por abanderar el movimiento que bien podría hacer converger en torno de sí la revolución definitiva, o al menos la destinada a crear un nuevo Orden Mundial.

Constituye esta nueva dialéctica, o más en concreto esta nueva forma de considerar la dialéctica, un proceso que inexorablemente ha de concebirse desde el fluir en base al cual los campos de acción dentro de cuyos contenidos ésta bebe, se ven definitivamente superados. Es así como los marcos teóricos dentro de los cuales se debate la búsqueda de la verdad por medio de la superación de contrarios, fundamento estructural que compendia el que denominaremos lógico proceder de los actos dialécticos, se ve superado al dotar a los mismos de una suerte de licencia práctica, de la cual escenificamos consecuencias prácticas directamente atribuibles a conductas que, inexorablemente, tienen su origen en teorías, o lo que es lo  mismo en pensamientos.

Escenificamos así, de manera francamente genial, uno de esos extraños por escasos, momentos en los que el camino entre la razón como fuente de conocimiento, y la realidad como teatro de operaciones donde ésta alcanza sus conclusiones de manera evidente; se recorre de manera aparentemente sencilla.
Podemos así pues decir, sin ambages, y sin miedo a equivocarnos, que el Marxismo, más allá de una visión filosófica de la vida, constituye en realidad la consagración máxima de la certeza de que tanto el pensamiento, como aquello que le es propio, a saber las ideas, son inútiles en tanto que no se conciben con el ánimo de consolidarlos como fuente real de cambios reales. Y el catalizador que logra semejante consecución es, obviamente, la dialéctica.

Llegados a este punto resulta ya inevitable comenzar a definir los parámetros que permitan comprender no que el cambio de lo teórico a lo práctico que redunda de forma permanente en todo el trabajo desarrollado por MARX se justifica no ya en una catarsis, lo que ciertamente hubiera sido una especie de transgresión conceptual; cuando sí más bien en una progresión conductiva, obrando en este caso, o más concretamente la época, como condición necesaria, a la par que casi suficiente.

Porque si en la obra de todo filósofo, yo diría de todo hombre; el tiempo que le ha tocado vivir, concebido en forma de la época que le es propia; viene a condicionar de manera relevante su forma de pensar, condicionando con ello los resultados de la obra que le es propia; esta aseveración adquiere especial relevancia en los términos que son definitorios del Marxismo.

Consolidada su obra dentro del XIX, lo cierto es que los condicionantes categóricos que vienen a consolidar el siglo, en tanto que una época, han de ser localizados tiempo atrás.
Será así como principios apostillados en la centuria del mil setecientos, a saber nacimiento de emociones como el nacionalismo, concepción de certezas como la aparición de una Clase Media, traducción inmediata a la par que imprescindible de las conclusiones propiciatorias de una nueva realidad, el Capitalismo; vendrán a abonar el terreno para diseñar el espacio en el que el nuevo Comunismo se mueva a sus anchas.

La Lucha de Clases, a saber y sin duda la gran aportación dentro de la cual convergen sin rubor condicionante tanto filosóficos como políticos, y de la que puede extraerse incluso una suerte de condición ideológica; persevera hasta conducirse por unos derroteros de los que no solo se extrae su supervivencia, sino que en el uso de los mismos llega a superar a su progenitor, de manera que el Comunismo en tanto que interpretación ideológica, acaba por rendir tributo a la Lucha de Clases la cual no solo termina por adquirir realidad de entidad propia, sino que acaba superando  las demás al ser no solo más comprensible, sino más práctica.

Tenemos así pues perfectamente determinado el territorio a partir del cual el Comunismo acaba por convertirse no solo en el eje transductor que convierte ideas en realidades, sino que más allá de consideraciones, podemos intuir el núcleo a partir del cual éste condiciona de manera inexorable el vínculo que a partir de ese momento identifica para siempre Comunismo con Revolución.

Los fundamentos conceptuales ya descritos, pero que se resumen en un proceder que da lugar al Capitalismo, sumergen al Hombre en un proceso alienante, destinado a ahogarlo de manera tan inefable como inevitable, que convierte en revolucionario no solo a cualquier conducta que trate de impedirlo, como en poco menos que delictiva cualquier idea que tienda ni siquiera a cuestionar los supuestos principios que a priori justifican tal alienación, considerando la alienación como el proceso por el que el Hombre cede sus concepciones nucleares a estructuras que le son impropias, o cuando menos externas.
A partir de ahí, podemos finalizar la tenencia exitosa de un amplio margen de conceptos en pos de los que se articula, incluso de manera razonable, el claro segmento desde el que se define el amplio catálogo de exabruptos  desde los que se concibe la visión de la relación que desde el XIX hasta hoy ha experimentado el Comunismo, para con todos los tiempos, usos y costumbres con los que se ha visto obligado a convivir.

En cualquier caso, y más allá de consideraciones de índole ideológica, cuando menos aún políticas, lo cierto es que las aportaciones que MARX llevó a cabo, condicionan sobre manera no ya el momento que le tocó vivir, sino que marcan un nuevo rumbo a la hora de enfrentarse al futuro, delimitando con ello, desde la perspectiva obvia, la mayoría de las consideraciones que habrán de explicar por fin muchos de los cambios imprescindibles que definen el presente.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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