lunes, 3 de marzo de 2014

CARLOS I, DE LAS EXCELECIAS DE UN REY, DE LAS EXIGENCIAS DE UN EMPERADOR.

Pocas citas para con la Historia han, o deberían al menos de ser tan exitosas para un español, como las procedentes de emolumentos históricos como los que se circunscriben a factores de la talla de los que acontecen en torno a la figura del insigne Carlos I de España, y V de Alemania.

Gante, Flandes. En el transcurso de un baile, la archiduquesa Juana I de Castilla refiere ciertas molestias las cuales, pese a su avanzado estado de gestación, son achacadas a una mala digestión. Por ello, el parto sorprende a Juana “La Loca” en el baño. Son poco más de las tres de la mañana de un martes 24 de febrero del año 1500.

Poco o nada hacía presagiar que nos encontrásemos ante un hecho excepcional. Con mucho, cualquiera que en aquel, o incluso o en otros momentos posteriores se hubiese atrevido a divagar sobre la posibilidad de que con el tiempo Carlos pudiera llegar a albergar en torno de sí no ya uno de los imperios más extensos de cuantos el Hombre ha conocido, y sin duda uno de los que durante más siglos ha sobrevivido, bien pudiera haber sido tratado de loco.

Sin embargo, y a pesar de que sus padres tomaron el camino de España en 1501 con evidentes intenciones de ser reconocidos por Las Cortes como herederos de España a la muerte de los Reyes Católicos, lo cierto es que la urdimbre conceptual en la que a menudo parece moverse la Historia tenía, sin duda, otros planes.

Lejos de tratar de abordar en el presente un capítulo más o menos extenso en relación a los hechos objetivos  más bien cuantitativos que afectaron de una u otra manera en el devenir de Carlos y de su Imperio, lo cierto es que, como venimos haciendo en todas las ocasiones precedentes, preferiremos retrotraernos en pos de esas otras historias más personales, las cuales bien podrían suponer un prisma diferente, destinado con ello quién sabe si a contribuir con nuevas aproximaciones a un terreno aparentemente trillado.

Así, más allá del acuerdo firmado por sus padres precisamente en el transcurso del viaje citado, recordamos 1501, en el cual se acuerda el matrimonio de Carlos con Claudia, hija del Rey de Francia Luis XII, pacto ratificado después en el Tratado de Blois, lo cierto es que poco o nada hacía en realidad sostenible a tenor de lo esperado, la consolidación de una serie de efectos destinados a conformar la realidad que se conformó.

Una importante prueba en pos de estas consideraciones, podemos encontrarla en el hecho indiscutible de la educación que el joven Carlos recibiría.
Rodeado siempre de mujeres, entre las que destacarían sin duda sus tías, el futuro rey es versado en asuntos en apariencia poco dados a desarrollar el que parece ser el talante que ha de versar la acción de un Rey.
La Filosofía, el Teatro, la Música, son disciplinas en las que el futuro emperador no solo es versado, sino sobre las que éste actúa manifestando  no ya solo un exacerbado interés, sino unas denodadas aptitudes, consolidando con ello no en vano un grado de preparación en los temas que con el tiempo consideraremos como propios del Humanismo; desconocidos hasta el momento en un monarca de la época, en principio más avezado en cuestiones materiales como la esgrima, la estrategia, y el desarrollo táctico en general.

Sin embargo, hemos de tener en cuenta el desarrollo que los acontecimientos parecen tener dispuesto, al verificar acudiendo una vez más a la perspectiva que nos proporciona la Historia, que no en vano nos encontramos ante el rey que inexorablemente habrá de consolidar la carrera hacia la modernidad que años atrás había sido iniciada por sus abuelos, Isabel y Fernando.

Por eso, cuando en enero de 1416 el rey Fernando II de Aragón, su abuelo, redacta su último testamento, nombra a Carlos Gobernador y Administrador de los Reinos de Castilla y León, en nombre de su madre, Juana, presuntamente incapacitada por enfermedad.
Comienza así a trenzar un inusitado tapiz que le llevará a extender sus dominios por territorios que van de los Países Bajos a Canarias, pasando por supuesto por lo que será la primera unificación en pos de una sola persona de toda la Corona de Castilla. Y todo por la convergencia casi mítica de acciones y territorios procedentes de fuentes tan increíbles como las que pueden proceder de ver las posibilidades que ofrecían herencias como la de su abuelo Maximiliano I Habsburgo, o María Borgoña.

Pero con todo, otros hechos tales como el de su desusada formación, creadora de problemas por otro lado no por procedimentales menos acuciantes, tales como el no hablar una sola palabra de Castellano, hicieron en un primer momento complicada la labor de un Rey que a pesar de la muerte de su abuelo Fernando a las pocas horas de redactar el testamento  referido, no tenía nada claro su destino.

Y a aclarar poco acudió la carta que los Nobles del Consejo de Castilla le remiten el 4 de marzo de ese mismo 1516, contenido de la cual se resume literalmente en el aviso directo de la desazón que causa el pensar que en caso de decidir hacer caso a su consejo flamenco, el cual lo acucia para que se nombre rey, conduciría inexorablemente a “comprender que tal hecho sería quitar el hijo al padre en vida el honor,”

Con todo y con eso, el día de entrada de la primavera de 1516, Carlos hace llegar una carta informando de su deseo de titularse Rey, lo que es refrendado por el Consejo, tras largas y no carentes de polémica deliberaciones del Consejo el 16 de abril; lo que se hace público y sanciona por boca del Cardenal Cisneros.

Las cosas son más que complicadas, tanto dentro como fuera de las fronteras por lo cual, la jura que las Cortes de Castilla hacen en 1518 de Carlos y de su madre, no vienen en realidad a suponer ninguna clara mejoría.

En Barcelona repite el proceso días después, convocando Cortes concretamente para el 18 de febrero, las cuales se alargarán hasta enero de 1520

Mientras, el anciano Maximiliano I fallece, desencadenando con ello el verdadero hambre de Carlos I. Desea a toda costa ser nombrado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Ser el Nuevo César.

Y no parará ante nada, aunque para conseguirlo haya de desangrar todo cuanto le rodea. Y bien es sabido que está a punto de lograrlo.
Aparte del conocido episodio de los galeones cargados de oro, a lo que se une el espectáculo de la convocatoria de Cortes en Santiago destinadas tan solo a ratificar su salida en pos de comprar el título; lo cierto es que su marcha hacia Alemania dejando como regente nada menos que al cardenal  Adriano de Ultrecht, no hacen sino soliviantar los ánimos de un Pueblo que no termina de asimilar a su extravagante Rey, ni por supuesto a su Corte de Farándula.

Como tal, y probablemente a colación directa de lo mismo, se gestan en Castilla, y en Valencia, los conflictos de Los Comuneros y de las Germanías respectivamente. Si bien ambos asuntos merecen por si solos un estudio denso, diremos que al igual que su gestación unió al pueblo entre sí, lo cierto es que la manera que tuvo el monarca de aplastar ambas revueltas, sirvió indirectamente para asentar a Carlos I en el trono del mundo, lugar que ocupaba una vez que se analizaba todo lo que poseía.

Y bien pudiera ser que como en tantas otras ocasiones, la grandeza en todos los sentidos que necesariamente ha de acompañar a aquéllos que han de desarrollar su labor en tamaños espacios, sea lo que pasó factura a un Emperador Carlos el cual encontró consuelo y refugio tan solo en la religión.

Finalmente, y como legítimo consolidado de la certeza de hallarnos ante el primer Rey verdaderamente moderno, Carlos muere en el Monasterio de Yuste en septiembre de 1558, habiendo abdicado en su hijo Felipe II, y certificando la consolidación no ya de un reinado, sino de un siglo de estabilidad cimentada en la Cultura, la Cruz y la Espada.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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