sábado, 19 de mayo de 2012

GUSTAV MAHLER, DE LA CERTEZA DE SABERTE ETERNAMENTE CONTEMPORÁNEO.


En algunas extrañas ocasiones, se produce el curioso fenómeno de que ante determinados sucesos o circunstancias, nos da verdaderamente la sincera sensación de que algo ya ha sido vivido, de que algunas sensaciones, por más que nos convenzamos a nosotros mismos de que constituyen nuestro presente inmediato, nuestro aquí y nuestro ahora, en realidad ya las hemos experimentado.
En el caso de Gustav MAHLER la sensación es completamente inversa. Él tenía plena convicción de que fuera cual fuera el tiempo en el que se le recordase, él se encontraría ciertamente envuelto en uno más de los eternos presentes que recreó de forma perpetua desde su eterno pasado, con la Música como intermediación.

“Mi tiempo llegará.”  Además de constituirse como su frase más famosa, consagra en un presente imperfecto, inacabado, en este caso por la vocación de futuro que encierra; una de las características más importantes de la forma de hacer de MAHLER. No se trata tan sólo de una manera de vivir. Se trata más bien de tener clara una “forma de posicionarse ante la vida.”

Nacido en KALISTE Imperio Austrohúngaro, el día de San Fermín de 1860, el joven Gustav transcurre sus primeros años sumido en una infancia especialmente complicada. Las causas son varias, y a las complicaciones que podía compartir con cualquier otra familia de su entorno, y que podrían resumirse en las que derivan de tener inmerso su presente en una época sinceramente convulsa, en la que toda una manera de comprender la vida se desmoronaba; hay que sumar en este caso las específicas de habitar en un entorno familiar presidido por las continuas muestras de desamor que la madre dedicaba continuamente a su marido, un hombre dedicado a la destilación de licores con el que su madre se había casado sin haberle querido nunca, sino concibiendo su matrimonio como un mero intercambio comercial.

En semejante ambiente, Gustav asiste a la muerte de ocho de sus trece hermanos antes tan siquiera de que abandonen la infancia. Todo ello, unido a las especiales circunstancias que por ese tiempo hacen concurrir el hecho de ser judío, llevan a la familia a mudarse, primero a la cercana localidad de Iglau, pequeña ciudad en la que Gustav asistirá al instituto, donde por otro lado no mejorarán sus malos resultados académicos. En principio solo parece ser bueno para pensamiento religioso.

Como no podía ser de otra manera, el contexto situacional en el que transcurren sus primeros años de vida, unido de manera inexcusable a las especiales características que imprime el percibir el mundo desde la perspectiva de la religión semita, inducen en Mahler una condición moral, ética, y en definitiva humana, que no sólo será impactante en tanto que le conferirá una personalidad especial; acabará conformando una serie de criterios sociales, de manual de instrucciones al cual acudir cuando el comportamiento humano te desarma, que configurará aquello que MAHLER catalogará muchos años después como “la más preciosa de sus posesiones, después de su amada esposa, su manera de estar ante la vida.”

El tiempo pasa, y como no podía ser de otra manera, lleva a cabo su efecto balsámico. MAHLER ha evolucionado, sobre todo como persona, terminando por consolidarse como uno de los Directores de Orquestación más celebrados de su época, todo ello sin tener que dilapidar uno sólo de los valores que le han permitido tanto llegar a ser lo que es, como mantenerse en permanente proyección, dentro de la senda de triunfo dentro la que parece hallarse inmerso.
Sin embargo esto no es del todo cierto. Una vez llegado a Viena, para aceptar el cargo de Director del Teatro de la Ópera, se ha encontrado con que una de las condiciones insalvables para asumir semejante cargo, pasa por convertirse al Cristianismo. Decir que el hecho causa algún efecto catastrófico en la estabilidad del personaje sería absurdo. Mahler jamás dotó de gran importancia al hecho religioso. Sin embargo, su condición de judío si representó por otro lado un terrible hándicap para el Director y Compositor, al ser utilizado como continua punta de lanza por sus cada vez más numerosos críticos los cuales son en su mayoría incapaz de entender la elaborada técnica que se halla presente en los arreglos orquestales que Gustav lleva a cabo, amparado en sus monumentales conocimientos en materia específica de orquestación, procedentes del estudio y ejercicio de su verdadera actividad, la dirección de orquesta.

Porque efectivamente, y ésta puede que se trate de la única crítica con fundamento que se puede extractar de las múltiples acusaciones que la prensa le dedica en su tiempo, MAHLER es en realidad un músico ocasional. En principio disfruta enormemente con su actividad al frente de las mejores orquestas del Imperio Austrohúngaro, lo que viene a ser lo mismo que decir, de las mejores del mundo. Sin embargo, será precisamente al observar las carencias que éstas tienen en materia de orquestación, lo que le impulse definitivamente a escribir música, en un claro intento de poner fin a esas carencias.

Será entonces cuando, acudiendo al segmento popular de la música, aquél que descansa no en el folklore objeto de estudio, sino en aquél que hace expandir el espíritu de los hombres, recordando seguramente la música que emanaba libremente de aquélla banda de música militar que había enfrente de su instituto, donde MAHLER descubre que se encuentra a sus anchas.
Interpretar que MAHLER hiciera un uso oficial del folklore, como lo harían BARTOK o el mismísimo FALLA, sería distorsionar la realidad. Lo que MAHLER lleva a cabo realmente es redescubrirse en esos pensamientos, redefiniéndose a sí mismo a partir del Lied, forma que adopta la canción tradicional alemana, terminando por constituirse en uno de los más geniales responsables del MOVIMIENTO MUSICAL ROMÁNTICO.

En un tiempo proporcionalmente breve, y con un catálogo relativamente escaso, MAHLER hace bueno el dicho de que lo importante en Música Romántica no es la cantidad, sino la profundidad que con la misma se alcanza. La calidad acalla las críticas, sobre todo las que habían aflorado en relación a su aparente falta de humildad, tal y como supuestamente se derivaba de la osadía de haber orquestado un Cuarteto de Beethoven. A pesar de todo sus rivales no le perdonaron, y le esperaron a su vuelta de su aventura americana, retándole a que musicara a su correligionario semita (se referían a Mendelsson.)

Pero llegado ese momento, ya nada puede importar ni importa al músico. La pasión que siempre se mostró como guía a la hora de relacionarle con la vida, y que siempre se mostró como traductor en la relación entre su vida y su música, se ha desmoronado. Tal y como desvelará a Sigmund FREUD en la conversación que se deriva de un corto paseo que ambos darán, todavía en Nueva York, “Es sobre el héroe sobre el que se abaten los tres golpes del destino, hasta que el último lo derriba, como se derriba un árbol.”
Los golpes afloran, como todo acaba por aflorar. El descubrimiento casual en 1908 de una malformación coronaria congénita, y la inevitable etapa de permanente espera de la muerte que a partir de ese momento se abre, convierten a MAHLER  en un hombre que camina lenta e inexorablemente hacia la propia ruina. En medio, la convicción de que ha dejado escapar lo único que de verdad ha amado, a su esposa Alma, la única persona a la que, según creía él, jamás había necesitado decir cuánto quería. Desgraciadamente, poco antes de morir, y tal vez adelantando el desenlace, descubrirá que no es así.

Morirá sólo, ingresado en un sanatorio, el 18 de mayo de 1911. Será enterrado en el cementerio de Sciringlizt, donde descansa en una tumba que, siguiendo sus instrucciones, sólo tiene inscrito en su lápida su propio nombre.
A estas alturas, sólo una cuestión queda en el aire. De haber vivido más años, ¿Hasta qué punto la obra de MAHLER hubiera revolucionado la Ópera?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario