sábado, 12 de mayo de 2012

DE LOS QUE, APARENTEMENTE, SIEMPRE ESTUVIERON AQUÍ.


Resulta maravilloso comprobar cómo, a menudo, las especiales circunstancias que redundan en lo característico de la especie humana, convergen de manera extraordinaria, y a menudo lo hacen para ofrecernos, mediante la inmersión en la llamada Historia Remota, respuestas a nuestra actualidad más incendiaria.
Así, uno comprueba con incipiente satisfacción cómo la crisis, ese gran cajón de sastre en el que todo cabe, está trayendo, realmente, consecuencias impredecibles. Como argumento más que suficiente para agudizar el ingenio, podemos no ya ni  tan siquiera sorprendernos cuando por fin empezamos a ver rastros de vida inteligente, sin que para ello resulte imprescindible abandonar La Tierra; y así comprobamos que por fin algunos han desistido en la búsqueda de soluciones peregrinas, para pasar definitivamente a la acción, y  buscar en el pasado, si no la solución a los males que acechan al mundo, sí al menos un camino elegante y más prometedor para llegar a los mismos. No en vano, “La utilidad de la Historia pasa no ya porque se repita, sino porque se matiza a sí misma.”

Inmerso en tales reflexiones llevaba ya varios días, cuando en mitad de un debate en principio destinado a analizar, una vez más las consecuencias de nuestra situación económica; los contertulios, por otro lado sorprendentemente eruditos en sus respectivos temas, terminaron introduciendo en el dilema, nada menos que a la todopoderosa por definición Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Tocado el sensible tema, ya casi por morbo hube de permanecer atento al resultado del duelo que, evidentemente, estaba por producirse. Y entonces llegó el hecho que justifica todo lo expuesto hasta el momento. Uno de los contertulios, fiel defensor del dogma, a pesar de verse repetidamente contras las cuerdas, mantuvo el tipo mientras pudo. Y cuando ni la defensa numantina era suficiente, dejó caer una máxima que personalmente me dejó helado: “El Estado Español no se halla en condiciones de presionar a una institución como La Iglesia, que está aquí antes incluso que ellos.” Como es evidente, no podía permanecer impávido ante semejante declaración de intenciones. Por ello, rápidamente me puse manos a la obra, y reformulé la cuestión.

¿Desde cuándo y por qué es España Católica?

Coincidiendo con el abandono definitivo del Muro de Adriano, año 386, y aceptando como tal el momento que marca el comienzo del colapso definitivo del Dominio de Roma, al menos en lo que concierne al Extinto Imperio Romano de Occidente; podemos establecer en esa época el principio de la llegada masiva de Suevos, Bándalos e incluso Sajones, al territorio de la por entonces calmada Hispania. Un territorio en el que aún perduraban a todos los efectos los acuerdos que durante la IIª pero sobre todo IIIª Guerra Púnica, sirvieron para el establecimiento de importantísimos acuerdos no sólo entre los pueblos que poblaban el territorio antes de la llegada de los romanos, fundamentalmente Celtas e Íberos, sino luego, y con resultados mucho más importantes, los que se firmaron entre éstos y los propios romanos, una vez finalizado, al menos en parte, el conocido proceso de romanización.
Para hacernos una idea de la importancia y el rigor de esos acuerdos, basta citar por ejemplo que, por el lado de Roma, los acuerdos que Publio Cornelio SCIPIÓN alcanzó con los pueblos por ese entonces ubicados por encima del Ebro, tuvieron vigencia conceptual hasta mucho después no ya de la muerte de éste, sino incluso décadas después, una vez que su nombre hubo sido olvidado (si semejante hecho realmente alguna vez acaeció,) y fueron pilar central de la constitución del Derecho Visigodo, plasmado en el “Liber Ludiciorum”. Supusieron, en cualquier caso, el límite conceptual primario en el que se apoyaron los muchos que alzaron sus voces en pos de impedir que la tradición germana constituyera, tal y como de hecho parecía, la única fuente de la que bebiera la legislación que regiría los designios del pueblo resultante de un proceso en el cual, a pesar de la derrota, Roma se había impuesto.
A pesar de haber pasado por encima de Las Legiones de Roma, habiendo alcanzado una victoria que en lo concerniente al lado oriental era absoluta, los pueblos vencedores se encontraron con una serie de hándicaps que, en caso no sólo de no ser resueltos, sino de no serlo rápidamente, bien podían convertir aquéllas victorias en un mal capaz de arrastrar en la sed de la victoria, todas las incipientes estructuras que traían consigo.
Porque, al contrario de lo que ocurría en el caso de las Victorias Romanas, que venían acompañadas por una rápida incorporación de población que tomaban posesión de los territorios vencidos, que pasaban de manera eficaz a la condición de, conquistados, imponiéndose con ello las normas, costumbres, y metodologías romanas, en lo que se ha denominado acertadamente romanización, y que es de justicia decir se constituye en un elemento si cabe más fuerte de cara a garantizar la Pax Romana, que el que por otro lado podía significar el miedo a las propias legiones. En el caso de los pueblos germanos no sólo no se daba, sino que en la mayoría de ocasiones, habían de comprobar cómo los métodos, formas de vida y avances que manifestaban éstos, superaban incluso con mucho, a los que traían tras de sí los supuestos conquistadores.

Tal y como es hecho reconocido, y repetido en la Historia, el sentido común adopta generalmente la forma no de las decisiones que los gobernantes toman, y pretenden imponer al Pueblo. Más bien lo que ocurre es al revés. Adoptando principalmente la forma de mujer, en su condición de madres, esposas, y dueñas de sus hogares, las mujeres germanas dieron el paso que una vez más el orgullo tal vez impedía dar a los hombres, y decidieron adoptar las consignas, métodos, tradiciones y tecnologías, que los en este caso bárbaros del sur, poseían.

Y entre ellos, lógicamente estaban sus creencias, y con ello, la Religión Cristiana.

En ese tiempo, lo que procedía de Roma era la corriente cristiana del arrianismo. Había sido Arrio un presbítero en Alejandría, que había alcanzado respeto como predicador en torno al final del Siglo III de nuestra era. Su importancia reside en ser el portavoz, y a la par redactor más capacitado de las tesis que supusieron uno de los debates más encendidos antes de la adopción del Cristianismo como Religión Oficial del Imperio. Arrio sostenía, entre otras tesis polémicas, que Cristo no había sido siempre Dios, en tanto que no había sido siempre Hijo del Padre, ya que éste, no fue siempre Padre, sino que lo fue después de haber sido Creador.”
El encendido debate sirvió, por otro lado, para promover una interesada limpieza que allanó el camino para que el Concilio de Nicea (año 325) lo declarase herejía. Todo estaba así en condiciones para que Constantino pudiera terminar el trabajo iniciado por Teodosio; declarando al Cristianismo, Religión Oficial del Estado.

Esto, como todo lo que ocurría en Roma, tenía consecuencias abrumadoras, tanto por el número de personas a las que afectaba, como por la magnitud del grado de esas afecciones. La estabilidad religiosa era una cuestión que afectaba no sólo al terreno de lo individual, de la creencia. Se convertía por el contrario en una cuestión de máxima condición pública, que en el caso de los estados podía provocar tanto el establecimiento de alianzas y pactos nuevos, como la ruptura de otros de vigencia en el tiempo. Y todo ello, claro está, salpicado de las consecuencias sociales, políticas y principalmente económicas, que podamos imaginarnos.

Y en esa estamos, cuando la rotura con el arrianismo coge al territorio de Hispania, a pie cambiado. Hispania se alineaba, fundamentalmente, con la mencionada corriente. Pero la llegada desde la Metrópoli de preocupantes noticias, ponen de manifiesto que en el caso de perseverar en semejante hechos, las relaciones con la misma peligran.

Por ello, el 8 de mayo del año 589, dentro del a tal efecto convocado III CONCILIO DE TOLEDO, El Monarca Godo de Toledo, Recaredo, decreta el fin del arrianismo, y abraza definitivamente el Cristianismo Católico como religión oficial.
Las consecuencias no se hacen esperar, y son proporcionales a la magnitud del hecho. Como muestra, la fuerza de los insumisos que permanecieron fieles al arrianismo, constituye uno de los argumentos que sirven para interpretar la llegada y fugaz conquista del territorio Cristiano por el Islam, un siglo después.

Por ello, queda así contestada la pregunta relativa a ¿Desde cuándo y por qué somos Cristianos Católicos en España?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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