sábado, 23 de enero de 2016

500 AÑOS DE LA MUERTE DE FERNANDO DE ARAGÓN. EL ETERNO MONARCA.

Cae la tarde en Madrigalejo, un pequeño pueblo de Cáceres del que en principio poco habría de ser señalado de no contar con el hecho de que su posición adecuada para hacer posta de camino al Monasterio de Guadalupe, llevan al sitio a figurar en algunos mapas.
Y así ha de ser, o más bien que tales cosas pueden por explicar, el notable jaleo que sin escuchar se aprecia. Hombres de Armas en notable cantidad, se apremian los unos a los otros en pos además de lograr parecer ocupados en algo más que perseguir cuando no incordiar a las sirvientas, las cuales a su vez muestran con la actividad desempeñada más allá de la propia de atusar a los perros, y jalear a algún zagal descarriado, que efectivamente algo ocurre.
De valor son los estandartes que flamean en los rincones, destinados, ¡cómo no! a mostrar la valía de los hombres que a su vez recorren o han recorrido raudos las tierras primero de Cataluña, después de Castilla; y que de no ser por la mala disposición de los astros, se mostraban ya felices de ampararse en la protección de su sombra para perseguir una vez más batalla allí donde con tal fin puedan ser destinados.

Pero no es hoy día de caballeros valientes, sino de vasallos fieles. El brillo de las armas, acrecentado si cabe por el efecto de los aceros al chocar contra, o entre sí, ha de ser hoy sustituido por el roce que la pluma de ganso que, presto y sincero, anticipa la lección de humildad que todos habremos de recibir, pues incapaces somos de aprenderla.
Rasga pues en esta fría noche extremeña la pluma, para dar cita y a la par hacer mención expresa de los deseos del que si bien en vida fue uno de los más poderosos, es ahora, como todos, uno que sabedor de la proximidad del último presente, se afana en poner en orden sus últimos asuntos terrenales, toda vez que si por bien incrédulo, comprueba que en cuestiones de muerte y más allá, tan poco control tiene el que fue rey, como el que abogó de yuntero. A lo sumo, y en la distancia, la duración de las misas que por él se reciten; la cual durará no por la devoción al que ejerció como Señor, sino más bien por el impulso promovido desde la alcancía que sita en la Sacristía, acucia los oros destinados a conformar el tesoro de la Iglesia.

Se muestra así pues fiel el notario quien, desde la responsabilidad que da la diligencia, anota y consigna todo lo que allí sucede.
Son las posesiones en su totalidad para su hija. Mas no así el poder, de una u otra manera, devengado del uso y la atribución de la acción de gobierno; siendo precisamente tal el motivo por el que no resulta adecuado dejar a Doña Juana al frente de tamañas consideraciones, quedando pues dispensadas de tales.
Será así pues el poder en su magnífica y real consideración para su nieto, Carlos de Gante, que habrá ¡cómo no! de hacer un largo viaje. O dos más bien, pues si uno es estrictamente físico, el otro será de carácter más preceptivo, siendo a la sazón mucho más complicado.
Habrá se pues de nombrar regentes. Quedará al frente de los territorios y de cuantas consideraciones sean propias de las Tierras de Aragón, el que es su hijo natural, Alonso de Aragón. Mostrará así y con otras luego su predisposición y natural sosiego o desasosiego hacia unos y otros territorios respectivamente, como se desprende del hecho de nombrar al Cardenal Cisneros como regente para las tierras y disposiciones de Castilla.

En otras consideraciones deja constancia el notario de su ferviente deseo de ser enterrado en Granado junto a su primera esposa, Isabel de Castilla.

Elemento incuestionable de la Historia de España, la figura de Fernando II de Aragón, suplida cuando no arrebatada después por la su incondicional condición de Fernando “El Católico”, es y ha sido sin duda una de las figuras más tergiversadas de cuantas han venido a suponer, o cuando menos a condicionar con su presencia, algunos de los episodios que por sí mismos y en tal sirven unas veces para entender, y otras directamente para explicar, cuál es el sentido de nuestro presente, motivado por supuesto por el cariz que en determinados momentos tomó nuestro pasado.

Convencido pues de la conveniencia de transcender al mero acto biográfico, para dar paso siquiera al ejercicio de la especulación; es por lo que hemos de mostrarnos hoy un poco arrogantes, sin ánimo de ser pretenciosos, en un intento de traer a colación la figura del que siempre estuvo llamado a ser un gran rey, y que si bien lo fue, sus logros vinculados a acciones en unos casos, y a sacrificadas renuncias en otras, no han quedado sino postergadas por la alargada sombra de aquélla en torno a la cual tuvieron lugar sus máximos triunfos.

Sometido siempre a las mujeres, sucumbiendo en unos casos al poder, y en otros al influjo que éstas habrían de desarrollar en torno al mismo, Fernando de Aragón se verá primero condicionado por la inexorable a todos los efectos presencia demostrada por Isabel de Castilla para, después, verse arrojado a las encarnizadas consideraciones que la locura de su hija, la destinada a ser Juana de Castilla, tendrá a bien desencadenar en torno a él.

Sea como fuere, lo cierto es que el espacio vital del hombre quedará tremendamente reducido al tener en unos casos que afrontar las limitaciones que por notoriedad de matrimonio le impone la figura de Isabel; mientras que fruto evidente de las mismas las especiales necesidades de la heredera Juana vendrán a cortar definitivamente, y casi de raíz, todas las aspiraciones a ejercer de rey que a priori podría haberse hecho de haber presumido, como cualquier mortal lo hubiera hecho en lo momentos previos a verse casado con Isabel de Castilla, lo que acontece después de haber superado múltiples dificultades, incluyendo guerras civiles posteriores y una dispensa papal previa, en octubre de 1468.

Precisamente una boda, la que tuvo lugar entre Juana, hija de Enrique IV, y Alfonso V de Portugal, cuando ella contaba apenas con doce años, supuso el punto de arranque de los que se revelarían pronto como los mayores problemas de Fernando como rey. Si bien no es menos cierto que de la capacidad demostrada en la resolución de los mismos amparamos la convicción de que nos encontramos ante un gran monarca.
Así, cuando el rey luso mostró definitivamente sus intenciones, que en principio no eran otras que las de unificar los territorios bajo su mando; Fernando no solo entendió sino que asumió como propio el desafío que tamaño proceder suponía. Armó un ejército en consonancia con la labor, y el primero de marzo de 1476 plantó cara al invasor en las estribaciones de Peleagonzalo, cerca de Toro.

Fue así que las cuatro horas que en principio duró la batalla, vendrían a suponer la patente que certificaría la valía del monarca, valía que podría decirse se hizo extensible al reconocimiento de autoridad del matrimonio que ahora conformaba la Corona. Podremos decir sin riesgo de pronunciamiento excesivo que la derrota del rey portugués, y su posterior renuncia a dar rienda suelta a su voluntada de conquista será el primer gran logro de una Corona que además ha de mantenerse firme y entera a la hora de poner coto a una nobleza excesivamente fortalecida a raíz de la debilidad de la que siempre hizo ostentación Enrique IV.
De tal manera que podemos afirmar que los resultados de la Batalla de Toro vendrán a allanar de manera evidente los destinos de una futura España como algo más que una mera unión de territorios, tal y como siempre persiguieron los que estaban llamados a ser “Los Reyes Católicos”.

Porque si algo podemos atribuirles tanto a Isabel como a Fernando dentro de este ejercicio que la perspectiva de la historia nos participa, ese algo es sin duda la superación del término unión, por el de el concepto unidad. Son así los Reyes Católico los verdaderos responsables del primer intento conceptualmente viable de proceso destinado desde su pergeño, hasta su relativa consolidación final, a lograr la consolidación de un verdadero Estado, reflejo del primer conato de España.

Y para lograr tamaño propósito, entendieron que más que insistir en un más que dudoso triunfo al cual se accedería mejorando los obsoletos procedimientos existentes en el momento, tales como el uso de la guerra con fines estratégicos; Fernando logró en este caso triunfar alterando el que estaba llamado a ser ritmo normal de evolución de las cosas, introduciendo en la forma de hacer política los procedimientos altamente diplomáticos y marcadamente estratégicos con los que su padre, Juan II, no solo había logrado mantenerse sino que además había logrado incrementar si no tanto sus territorios, si desde luego su poder, en forma de alianzas de poder y sostenimiento.

No se requiere así pues de un elevado esfuerzo en materia de ingenio para reconocer en este tan desconocido hasta el momento, talante negociador, el origen del proceder que tantos y tan magníficos resultados habrían de darles a los Reyes Católicos, capaces sin duda de la gesta de generar primero y mantener después el concepto de una España unida, acabando por preconizar después el germen a su vez de un futuro proyecto de Europa.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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