sábado, 18 de febrero de 2017

WAGNER: MUCHO MÁS QUE LA SUPERACIÓN DE UN CICLO

Sometido el Hombre Moderno a múltiples prejuicios, alguno de los cuales no está en realidad sino destinado a envolverle en una suerte de neblina destinada no tanto a impedir su percepción de la realidad, que sí más bien a justificar ésta tras el mortecino drama en el que acaba por convertirse la certeza de asumir su incapacidad para poder seguir disfrutando de las cosas cuyo goce requiere de disponer intacta la que ya no es sino una estéril aptitud sensible; es cuando tal vez por ello más necesario resulte retomar para nuestro presente aquello que para algunos, melifluos cuando no directamente desagradecidos tal y como denota no su actitud, que sí más bien su mera presencia, no hacían sino dar por perdido. Y todo por confundir tiempo con época, o lo que es peor, con ciclo.

Es el tiempo algo crónico, algo necesario (toda vez que es en sí mismo), hasta el punto de que ni siquiera el Hombre ha sido todavía capaz no ya de descifrar sus secretos, ni siquiera de definir lo que a priori es más que evidente, eso si haciendo un esfuerzo aceptásemos que el tiempo tiene algo evidente, pues no en vano tan solo sus residuos, o lo que por piedad llamamos sus efectos, sobre todo los causados en nosotros, resultan a la sazón evidentes.
Cansado pues el Hombre de correr tras el conejo blanco, símbolo otrora de nuestro permanente fracaso, que haciendo uso de ese poder cercano a la prestidigitación, y contra cuyo abuso fue alertado por los mismos magos que de tal le proveyeron, que en un oscuro giro destinado quién sabe si de manera inconsciente a poner de manifiesto esa conocida predisposición al suicidio como terapia romántica contra la incompetencia para asumir sus incapacidades, que el Hombre juega a poner puertas al campo sustituyendo el miedo que el intrínseco infinito del tiempo le causa, por un solícito placebo cual es el de confiar su alma al diablo. Se juega pues el todo por el todo, y apuesta erigiendo en su mejor baza lo que no es sino una mera posibilidad, que pasa por aceptar que el conocimiento termine por tornarse en dominio, esperando pues que considerar una época es una opción más manejable en la medida en que la inclusión de variables culturales (no en vano tiempo y época se diferencian en el hecho de que la última es en cierto modo un esqueleto temporal, vestido con los aditamentos de subjetividad que la cultura vierte desde el estilo).

Pero pase lo que pase, la grandeza de este duelo, el llamado a enfrentar al Hombre contra lo que no es sino una de sus percepciones, radica precisamente en la certeza de que tal vez por primera y quién sabe si por única vez, es un duelo que no se puede ganar; sencillamente porque el tiempo, como tal, no puede ni definirse ni percibirse más allá de la constatación de sus resultados. El tiempo no es aprensible en ninguna de sus maneras. El Hombre no puede hacer nada con el tiempo, salvo resumir su esencia en un término: inexorable.

Para quien vea en esta lucha, o incluso en esta aparente derrota, una atisbo de la debilidad del Hombre, sin duda habrá que decirle que está equivocado pues todo aquel que esté buscando una prueba de la grandeza del Hombre, es aquí que la encontrado ya que ¿cuántas especies son conocidas capaces de elucubrar no ya con otra certeza similar? Qué decir entonces del poder de quien intuye como verosímil la existencia de entes o estructuras superiores a sí mismo.

En resumidas cuentas, bien podríamos haber descrito una parte importante de ese proceso cuya explicación antropológica se nos escapa por compleja, pero que en lo que concierne a su vertiente filosófica puede quedar siquiera esquemáticamente cifrada en la consideración de que a partir de esa capacidad para percibir la existencia de entes o estructuras superiores, es desde donde el Hombre elucubra una transición que acaba por erigir a un ente externo en la imagen y semejanza a sazón de la cual entender el resto de la existencia, comenzando siquiera por la suya propia.

Y no es sino el tiempo, junto al resto de derivadas coyunturalmente descritas, el llamado a poner de manifiesto esa relación toda vez que su condición, aparentemente impersonal, faculta un trato más frío, o si se prefiere menos subjetivo, lo cual limita el grado de implicación humana o sea moral, que para tal discusión es cuando menos recomendable.

Resumiendo, el tiempo viene a materializar, o al menos a hacer más congruente, el proceso por el cual el Hombre accede al conocimiento de esos reductos cuya apariencia etérea dificulta cuando menos a priori todo intento de congruencia. Por así decirlo, el Mito de Dios se hace patente en el Tiempo.

Si la grandeza de el tiempo radica en su innata tendencia al infinito, la de la época se manifiesta al contrario, precisamente en su búsqueda de lo estático. El tiempo no es propio del Hombre, que por el contrario se encuentra muy cómodo en la época, tanto que de hecho convive en estrecha simbiosis con ella. Probad si no definir una época sin acudir a las acciones, igual da que éstas sean verídicas o no, llevadas a cabo por los Hombres que de hecho les son propias. Y ahí, precisamente ahí se encierra la otra parte de la ecuación ya que si como hemos dicho no hay época sin Hombre, éste queda definitivamente descrito a la par casi limitado cuando decimos que una manera muy eficaz de determinar la profusión del Hombre pasa por dilucidar a qué época está adscrito.

Encontrar así pues hombres capaces de transcender no ya a la época que les es dada, despojándose de las vestimentas que ésta les impone, no solo es difícil, sino que es a menudo presagio de épocas turbulentas. Encontrar como en el caso que nos ocupa a uno de la talla de Richard WAGNER, que no solo las desprecia sino que además las sustituye por las suyas propias, a la sazón más elaboradas y  modernas es, sin duda, la constatación de la superación del prejuicio.

Porque más allá de consideraciones estéticas, sobre las cuales no cabe deliberación alguna toda vez que los principios llamados a definir las mismas escapan por su naturaleza a toda pretensión que vaya más allá de lo subjetivo (inhábil a toda pretensión verificable); lo cierto es que la aportación que WAGNER hace no ya a la Música, más bien al tiempo y a la época que le es propia, supera con mucho cualquier intento que para limitarlo cuando no para criticarlo estemos en disposición de hacer.

Wagner es conocedor de todo lo expuesto hasta el momento. Todo lo que configura su presente, y por supuesto la procedencia de éste o sea, su pasado, son inteligibles para Wagner ya sea en una percepción congruente con la realidad, o en otra diferente, quién sabe si solo para él manejable.
Es por ello que no solo es capaz de obtener de la época llamada a serle propia conceptos, emociones y desarrollos que al resto de sus contemporáneos resultan inaccesibles, sino que luego, en otro ejercicio mágico, es capaz de desbordar todos los límites que en este caso se concentran en el Lenguaje y en las técnicas hasta ese momento consideradas como adecuadas, para edificar otras del todo originales y en comparación mágicas, llamadas a superar todos los obstáculos que de haber persistido sin duda hubieran hecho del todo imposible la construcción de lo que bien podremos denominar el Mundo de Wagner, dentro de lo que igualmente por su originalidad puede ser concebido como La Época de Wagner.

Porque si hemos de ser consecuentes con el desarrollo destinado a marcar la génesis de la presente reflexión: Wagner fue capaz de intuir antes que la mayoría de sus contemporáneos el fin de la época que les era propia. Hasta ese momento, situaciones similares, es decir las que se ponían de manifiesto cuando alguien por sus especiales habilidades era capaz de anticiparse al pánico que en definitiva se desata ante la certeza de lo que no es sino un drama apocalíptico; tenían como desenlace un drama aterrador pues el genio había de sucumbir al peso de la realidad haciendo frente al doble dilema que supone conocer no solo la naturaleza del desastre, sino la de la propia incapacidad para superarla.
Pero con WAGNER es distinto. WAGNER es el primero que se siente con fuerzas no ya para construir el armazón llamado a soportar el peso de la nueva sociedad, del nuevo hombre; sino que además se afirma autosuficiente para redactar las pautas que habrán de definir las nuevas conductas cuyo éxito supondrá a la larga el resurgir del nuevo Hombre.

Encontrar así pues los paralelismos no es nada difícil, cuando sí además muy recomendable. Que WAGNER coincida con otros como NIETZSCHE no solo no es una casualidad, sino que atendiendo a los preceptos descritos podríamos llegar a cifrar como de inevitable tan aparente coincidencia. Porque ambos son complementarios, es más tal complementariedad es imprescindible, y ha de darse por más que entre ellos ni siquiera lleguen a coincidir. Y todo porque ambos son no ya la superación de un tiempo, sino que responden más bien a una nueva necesidad, la que faculta al Hombre Moderno para no acudir inerme a la destrucción que hasta este momento ha supuesto toda cita que con la Historia se ha dado de esta magnitud, en la que la decadencia no hacía sino presagiar el fin.

Se trata de un salto conceptual comparable con el que varios milenios atrás se dio con la superación de las deidades. Es un nuevo Paso del Mito al Logos.
WAGNER supera la condición estoica que incipiente se halla en toda conducta llamada a asumir el drama de la pérdida intrínsecamente enclavada en toda superación de un ciclo. WAGNER cree en algo así como un Hombre con Memoria, y nos lo regala en su Obra de Arte Total. (Gesamtkunstwerk),

El Hombre es así pues libre para seguir creciendo.

Luis Jonás VEGAS.

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